Professional Documents
Culture Documents
Rafael F. Bruno
El Código de Vélez Sarfield, en su art. 623, establecía que: “No se deben intereses de
los intereses, sino por obligación posterior, convenida entre deudor y acreedor, que
autorice la acumulación de ellos al capital, o cuando liquidada la deuda judicialmente
con los intereses, el juez mandase pagar la suma que resultare, y el deudor fuese
moroso en hacerlo” (Fuentes: Código civil. Esboco. Art. 945, García Goyena,
Concordancias, motivos y comentarios del código civil español, art. 1652; Aubry et
Rau, Tours de droit civil francaise. D´Apres l´ouvrage allemand de C.S. Zachariae).
Del mismo modo, el fundamento de tal prohibición esta dado por el hecho de que
históricamente quedó comprobado que, mediante dicha acumulación de capital e
intereses, en escaso tiempo se llevaría al deudor a la ruina al obligársele a pagar una
suma excesiva, ocultando en forma refinada un supuesto de usura, todo lo cual sería
pactado aprovechando el acreedor la situación de necesidad o de ignorancia en la que
se encuentra el deudor. Dicho pacto atenta contra la moral y las buenas costumbres,
contrariando el orden público, por lo que da lugar a la nulidad absoluta de la cláusula,
sin que de ello se derive la invalidez total del contrato (Belluscio – Zannoni, “Código
civil comentado, anotado y concordado”, T. III, pág. 133, edit. Astrea, 1981).
No obstante, parece claro que la reforma del citado art. 623 por la ley 23.968 atemperó
el rigorismo prohibitivo que, sobre la materia que nos ocupa, contenía el código de
Vélez Sarfield; en la medida de que, a diferencia de su antecesora, esta disposición
autoriza a convenir, por pacto previo que debe ser expreso, la capitalización de
intereses futuros.
“No se deben intereses de los intereses, sino por convención expresa que autorice su
acumulación al capital con la periodicidad que acuerden las partes; o cuando liquidada
la deuda judicialmente con lo intereses, el juez mandase pagar la suma que resultare y
el deudor fuere moroso en hacerlo. Serán válidos los acuerdos de capitalización de
intereses que se basen en la evolución periódica de la tasa de interés en plaza”.
Uno de esos primeros fallos recayó en los autos “García Vázquez Héctor c/Sud
Atlántica Cía. de Seguros” con fecha 22/12/92, donde se expresó que la sentencia
dictada por la Alzada con remisión a la mencionada doctrina plenaria, lleva a una
consecuencia patrimonial equivalente a un despojo del deudor, cuya obligación no
puede exceder el crédito actualizado con un interés que no trascienda los límites de la
moral y las buenas costumbres (arg. arts. 953 y 1071 del Cód. Civ.).
Varios de esos precedentes, entre otros, fueron tenidos en cuenta por la mayoría
integrante de la Excma. Cámara de Apelaciones en lo Comercial en oportunidad de
revisar la doctrina sentada por el referido plenario “Uzal”. Dicha revisión llevó a
establecer una nueva doctrina plenaria –opuesta a su antecesora-, a resultas de la cual
se dejó sentado que: Además de los supuestos establecidos explícitamente en el texto
positivo de la ley, no corresponde en otros la capitalización de intereses devengados
por un crédito cuyo obligado se encuentra en mora (CNCom, en pleno, “Calle
Guevara, Raúl”, del 25/08/03).
Ahora bien, es claro que nuestro ordenamiento legal permite –en ciertos supuestos- el
anatocismo (no sólo a través de las excepciones que taxativamente enuncia el art. 623
del Cód. Civ., sino también para el régimen de la cuenta corriente bancaria según art.
795 del código de comercio; para la cuenta corriente mercantil cuando medie
convención al respecto –art. 788 del Cód. Com.-; y en el mutuo mercantil –art. 569
código de comercio-).
No obstante resulta necesario aclarar que, aún en los supuestos en los que el
anatocismo es permitido, si la percepción de réditos por esa vía conlleva a usura, es
decir, a la percepción de un interés desproporcionado con las circunstancias del caso,
la capitalización de intereses es igualmente inviable.
Es decir, del mismo modo en que puede tacharse la validez de una determinada
cláusula continente de una tasa de interés por resultar violatoria de la moral y las
buenas costumbres (art. 953 Cód. Civ.), puede también impugnarse la capitalización de
acrecidos en la medida de que la aplicación de tal mecanismo resulte refractario de
aquellos principios.
Nótese que, como ha sido destacado por autorizada doctrina, existe una sustancial
semejanza entre el anatocismo y determinados procedimientos indexatorios que fueron
avalados por la jurisprudencia constante de nuestro país durante muchos años –hasta su
prohibición por la Ley N° 23.928-, pues no puede dudarse que, en los hechos, indexar
una suma de dinero por vía de aplicar al capital debido los índices de depreciación
monetaria, mes a mes y acumulativamente, tanto importa como capitalizar los intereses
mensualmente, para que éstos devenguen, a su vez, nuevos intereses (Alberto J. Bueres
– Elena I. Higthon, op.cit., pág. 487).
Tales procedimiento –se reitera, hoy prohibidos-, venían en épocas de alta inflación a
mantener estable el valor real de la prestación dineraria debida. Es que la llamada
indexación de la deuda no la vuelve mas onerosa que en su origen, ya que solo
representa un mecanismo para expresar en distinta cantidad de numerario un idéntico
valor (CNCom, Sala C, en autos “Rocha Ramón c/Puente Osvaldo”, del 14/06/88).
Del mismo modo entonces, el anatocismo puede ser admitido cuando tenga por
finalidad resarcir el perjuicio provocado por la mora y no encubra una forma de usura,
puesto que su convalidación en el último supuesto importaría soslayar la Convención
Americana de los Derechos Humanos (Pacto San José de Costa Rica), cuyo art. 21 –
tercero- declara que “…tanto la usura, como cualquier otra forma de explotación del
hombre por el hombre deben ser prohibidas por la ley” (CN, art. 75, inc. 22).
Cabe tener presente siempre en este asunto, que la desestimación o rechazo –en ciertos
casos- por parte de los Tribunales del mecanismo de capitalización de intereses, no es
sino consecuencia del ejercicio de la facultad de morigerar los acrecidos que les
reconoce expresamente el ordenamiento sustantivo, en tanto pesa sobre ellos el control
de los réditos excesivos.