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Los “De la Cruz y Bahamonde”,

Mercaderes, políticos y filántropos.

(Primera parte)

Pbro. Nelson Chávez Díaz.


Licenciado Ciencias Religiosas
UCM Talca.

1.- Percepciones de la vida colonial en el Maule.

El juicio de los historiadores regionales acerca de la vida, las costumbres, la


sociabilidad, el desarrollo económico y urbano, en la época colonial, en general,
aquí en nuestra región del Maule, parece ser unánime: una época de letargo y
somnolencia. León Echaiz, en su Historia de Curicó, por ejemplo, afirma: “Dentro
de la villa de Curicó, sus habitantes veían correr días sin preocupaciones ni
trastornos, bien distintos de aquellos violentos y llenos de zozobras que habían
vivido los conquistadores y colonizadores”. Más crítico de la “sociabilidad” colonial,
especialmente del predominio de la religión católica, es el historiador local Tomás
Guevara Silva quien reputa a la sociedad colonial de ser “supersticiosa y crédula”.
Afirma este autor que las costumbres en la época colonial estuvieron dominadas
por un “extravagante y exagerado ascetismo”. Según él, el “fanatismo religioso”
provocaba el efecto contrario en las personas, pues en vez de acrecentar la
“probidad moral” cundía más bien el libertinaje y la violación grosera de la moral
pública. Por su parte, el dramaturgo y novelista Francisco Hederra Concha, en sus
“Crónicas y anécdotas talquinas” (1927) también presenta un juicio nada
benevolente y más bien lapidario acerca de la Villa de San Agustín. En efecto,
coincide con León Echaiz al decir que en aquel entonces “la vida era de una
simplicidad y monotonía desesperante ocupada sólo en afanes materiales y
egoístas”. Y haciendo gala de su fobia a lo clerical señala: “El espíritu y autoridad
religiosa dominaba en absoluto y sin contrapeso en la sociedad chilena. El país
entero era como un gran convento sometido a reglas y prácticas religiosas que era
peligroso desconocer o tratar de burlar”. Y más taxativo aún agrega: “Debe haber
sido una vida mísera sin dignidad ni valor de humanidad; metidos en el mal oliente
almacén o tienducho sin otra idea que la pobre ganancia y sin otro estímulo que

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hacer fortuna; o irse al campo a vivir la vida primitiva y difícil con iguales anhelos y
propósitos y sacrificando a ellos los mejores tiempos. El cerebro como dormido…”.

Pero, pese a todas estas descripciones y juicios críticos y pesimistas, la


época colonial, en el Maule, no dejará de ser un tiempo de fecundidad y progreso
en donde sobresalgan algunos personajes –magnates, políticos, filántropos o
mecenas del arte y de la cultura-, que marcarán definitivamente la historia
maulina.

2.- Talca colonial en la segunda mitad del siglo XVIII.

En el verano de 1793 Ambrosio 0´Higgins pasaba algunos días en Talca. Su


intención era conocer personalmente el adelantamiento de la Villa de San Agustín
para poder otorgarle el título de ciudad, que, años antes, los vecinos de Talca le
habían solicitado. Esta vez podría imponerse personalmente de la situación de
Talca. ¿Qué vio 0’Higgins en San Agustín de Talca? Su informe, fechado el 14 de
Junio de 1794 y que lo remitió como memorial al Rey, en donde pide para Talca la
categoría de ciudad, señala que el vecindario se compone de unas 5 mil personas;
que “el Cabildo lo componen personas decentes e instruidas y su vecindario vive
con comodidad y abundancia, sus calles largas y derechas, algunas bien
pavimentadas”. Dos años antes, en Marzo de 1792, don Vicente de la Cruz había
hecho llegar un memorial al Gobernador en donde entregaba algunos datos
estadísticos: de los 444 vecinos de Talca, 50 son hacendados, 37 se dedican al
comercio, 51 son menestrales y 306 son llamados vecinos comunes. En tanto, la
descripción que hace Carvallo y Goyeneche en su “Descripción histórico
geográfica del Reino de Chile” de la villa de San Agustín de Talca hacia fines del
siglo XVIII afirma que está compuesta de un “cuadro de 60 manzanas con las
calles tiradas a cordel de norte a sur, i de oriente a poniente. En cuanto a sus
habitantes, el cronista refiere que “gozan de temperamento sano, i la limpian i
riegan sus huertos, jardines i chacras muchas que se han sacado del rio Pangue, i
de un copioso arroyo, que la baña”. En cuanto al número de pobladores de Talca,
Carvallo afirma que “después de la ciudad de Santiago no tiene este obispado, ni
todo el reino, otra población más numerosa, pues pasan de dos mil sus vecinos a
cuyo número ninguna llega, ni aun se acerca, ni mas acomodados”.

3.- “Talca, un conjunto curioso de coincidencias”.

Según Encina, Talca vino a llenar el vacío cultural que había dejado
Concepción a raíz de las continuas catástrofes que la asolaron. En esta ciudad se
produjo un foco de irradiación y de influencia poco comunes. ¿Dónde están las
causas que logren explicar este proceso? Una de ellas se debe a la influencia
decisiva que tuvieron algunas familias avecindadas en Talca y que generaron
adelantos en el campo del comercio, del progreso urbano y también en el
desarrollo intelectual. La familia De la Cruz y Bahamonde, fundada por el genovés

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Juan Della Croce Bernardoti, realizó un aporte decisivo en el engrandecimiento y
desarrollo de la región del Maule. Don Juan Della Croce se estableció en Talca a
instancias de don Ambrosio 0’Higgins, su amigo. Recién llegado castellanizó su
apellido convirtiéndolo a De la Cruz y formó familia casándose con doña Silveria
Bahamonde y Herrera con quien tuvo nada menos que quince hijos. Entre estos
hijos nos ocuparemos, en primer lugar, de Nicolás de la Cruz y Bahamonde y
revisaremos atentamente el “epistolario” que cubre parte de su estadía en Cádiz y
otras partes de Europa, entre los años de 1794 y 1798.

4.- De Talca a Buenos Aires. Incidentes en el cruce de los Andes.

Don Nicolás de la Cruz y Bahamonde pasa a Cádiz, donde se establece


como requisito sine qua non de la sociedad comercial que establece con su
hermano don Juan Manuel el 14 de Enero de 1783. Ambos aportan un capital en
oro de seis mil quinientos pesos. Una de las cláusulas del contrato precisa que
don Nicolás debe trasladarse a Cádiz para que “se ponga allí de asiento haciendo
remesas a América, verificándolo en el primer navío que saliese para estas mares,
y después en los subcesivos a la consignación y nombre de don Juan Manuel,
quien igualmente se obliga a recibir los efectos que se le remitiesen, poniendo
almacén público y comerciando con el dinero con los frutos del Pays, o los
géneros que alle por conveniente, a medias utilidades, así como también lo
deberá ser igualmente de todos los costos de viaje, derechos de pasaje, fletes,
mantención y todos cuantos fuesen relativos a la negociación”. Una vez verificado
el contrato entre ambos hermanos, don Nicolás partió rumbo a Argentina. Algunos
de los pormenores de su viaje por los Andes nos lo relata él mismo en su obra
“Anécdotas al Viaje de don Nicolás de la Cruz Bahamonde, Conde de Maule”: “En
8 de Abril de 1883 partimos de Santiago para la cordillera de los Andes. A pocas
leguas se comienza a subir a estas grandes montañas. Nos reunimos seis
individuos para emprender la caravana, entre los cuales se había juntado una
suma de trescientos mil pesos en plata y oro, que conducían 33 mulas de carga
con sus arrieros y capataz correspondiente. Para que no faltase capellán, se nos
incorporó un religioso Agustino que iba a Roma. Tomamos un hombre del
Paraguay que se encontraba en Chile, práctico de estos caminos, para que nos
acompañase, asignándole cien duros de salario. Una nevada nos cayó ya
internados en la cordillera. Los arrieros trataron de descargar al raso. Nosotros
pedíamos que la carga se pusiese al abrigo de una gran peña que se encontraba
cerca, y que los pasajeros, dejando al paraguayense al cuidado de los caudales,
fuésemos a dormir en una de las casuchas de ladrillo edificada para estos casos,
que se hallaba a no mucha distancia. Habiendo despreciado los arrieros nuestro
acuerdo, el paraguayense tomó su sable, y como un león se arrojó sobre ellos,
repartiendo tantos golpes, que no les dejó lugar para la defensa. Todos echamos
manos a las armas. Los arrieros, viendo que sosteníamos la resolución del
valiente paraguayo, se redujeron a hacer lo que pedíamos. Continuamos después
en buena armonía. Yo les hice dar al día siguiente, para contentarlos, un gran
almuerzo de costillas de vaca en adobo, compuestas con mucho caldo y pimiento
de que todos comimos, y además abundante vino de Penco, con lo cual se

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olvidaron los agravios; y ni el frío sentíamos”. Llegado a Buenos Aires, don
Nicolás hizo una estadía de tres meses mientras se habilitaba el cupo en la
fragata “Bárbara”. En esta ciudad, el futuro Conde de Maule, es hospedado por la
familia de don Manuel Basabilbaso, próspero comerciante, administrador de
correos y amigo entrañable de Ambrosio 0’Higgins y de otro comerciante
avecindado en Talca, don Juan Albano Pereira. A pesar del corto tiempo que
estuvo don Nicolás de la Cruz en Buenos Aires no dejó de vincularse muy
estrechamente con la familia de Basabilbaso, pues en una carta dirigida a doña
Justa Basabilbaso, hija de don Manuel y a raíz de la muerte de su padre, escribe:
“No quisiera renovar memorias fúnebres que acibarasen el corazón de vuestra
merced recordando la separación de su amado Señor Padre (que en paz
descanse), pero la fina voluntad que siempre le tuve y la que profeso a toda su
casa, no me deja arbitrio para eximirme de manifestar a vuestra merced la
amargura con que he recibido tan funesta noticia, acompañando a vuestra merced
en su justo sentimiento” (Epistolario, Carta, Noviembre 21 de 1794). Buenos Aires
se le presenta a don Nicolás de la Cruz como una ciudad poco atractiva, con
calles que “parecían lodazales” donde “no había teatro” y en cuyas tertulias
“dominaba la pasión por el juego”.

5.- De Buenos Aires a Cádiz.

Don Nicolás de la Cruz en sus “Anécdotas al Viaje…” cuenta que el 20 de


Agosto zarpó hacia Montevideo desde el río de la Plata. Cuarenta leguas era la
distancia a cubrir en un tiempo de 21 horas. Ya en Montevideo, el 5 de Septiembre
emprende rumbo a Cádiz. Don Nicolás cuenta: “Nos embarcamos más de treinta
pasajeros. Éramos unos 20 de primera mesa, parte de los cuales no cabiendo en
la cámara, comían en la chopera o camarita alta (…). La fragata daba
continuamente a la bomba por la mucho agua que hacía, de resultas de haber
dejado en el banco inglés, cuando varó, algunos codos de quila, de los cuales no
se reparó en Montevideo. El comandante y oficiales estaban atentos a todo. Las
observaciones se hacían diariamente con el mayor acierto. Cuando dijeron que
estábamos cerca de la isla de la Trinidad, se nos presentó a la vista. Lo mismo se
verificó en el descubrimiento del cabo de San Vicente. Anclamos en el puerto de
Cádiz el día 11 de Noviembre, a los 67 días de navegación”.

6.- Mercader exitoso en Cádiz.

Ya radicado en Cádiz hacia el año de 1883 don Nicolás de la Cruz


experimentará durante los años sucesivos, tanto en España como en Chile, las
fluctuaciones de la economía. Según Encina la gran crisis vivida en 1788 no es
más que la repetición habida desde comienzos de ese siglo, id est, la saturación
del mercado por exceso de mercaderías. En 1791, cuenta Encina: “Estaban
fondeados en el Callao 16 navíos cargados con mercadería por valor de $
24.000.000.- siendo que el consumo anual de mercadería europea había bajado,
por término medio, a $ 4.000.000.- anuales. Los precios cayeron por los suelos.
Las quiebras en el comercio hispanoamericano y los cargamentos que no

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pudieron venderse, arruinaron de rebote al comercio español y muy
especialmente al de Cádiz, que no volvió a reponerse”. Los efectos de esta crisis
de 1788 en Chile son desastrosos, pues lleva a la quiebra a más de sesenta
mercaderes. Pese a esto, don Nicolás es capaz de sortear con éxito los avatares
del momento económico y, progresivamente, su capital se va acrecentando a la
par que con su hermano Juan Manuel van haciendo lucrativos negocios. El mismo
Conde de Maule cuenta que la suma de su peculio personal ascendía, hacia el
año de 1795, contando sus bienes raíces, a más de un millón de pesos, es decir,
don Nicolás era un mercader con gran fortuna, máxime todavía si aquí en Chile,
en esa época, las mayores fortunas, por lo menos en Santiago, fluctuaban entre
los $ 50.000 a $ 60.000 pesos. Existían sí, casos excepcionales de mercaderes
poderosos para su época. Un vecino acaudalado de Curicó, dueño de la hacienda
de Teno o Comalle, don Celedonio Villota, tenía una fortuna calculada en $
460,807 pesos. Dicha hacienda le había costado, hacia 1790, la cantidad de $
15.948 pesos y cinco reales. Otro gran mercader de Santiago es don Juan Antonio
Fresno, cuyo patrimonio, hacia 1790, ascendía a $ 100.000 pesos. Estos ejemplos
que hemos dado, nos hacen concluir que, el Conde de Maule, pese a no ser un
mercader asentado en Chile, siendo chileno, se había labrado una inmensa
fortuna y disponía de un capital y un patrimonio que lo hacían un hombre muy
poderoso en Cádiz. Don Nicolás de la Cruz y Bahamonde se había convertido en
un “magnate”.

De su hermano Juan Manuel, el polígrafo José Toribio Merino, en su


“Diccionario biográfico colonial”, afirma que era “vecino rico y distinguido de la
capital”. Además, junto a su hermano Nicolás, era dueño de la hacienda
Quechereguas y El culenar en el sector de Molina, aunque después, por herencia,
don Juan Manuel se convirtió en dueño absoluto de ella.

(Continuará).

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Los “De la Cruz y Bahamonde”

El “sentimiento aristocrático” y las hidalguías


(2° Parte)

7.- De “Villa” a “Ciudad”.

Gabriel Guarda, en su obra “La ciudad chilena del siglo XVIII”, afirma que
fueron tres las causas principales que hicieron posible el fenómeno de la
urbanización en el Chile del siglo XVIII: política gubernativa, trabajo misional de la
Iglesia y desarrollo orgánico del reino. En el caso de Talca, definitivamente, pesó
más la causa religiosa, pues, la presencia de la Órden de San Agustín en Talca,
posibilitó la fundación de la Villa. En efecto, doña Isabel de Mendoza y Valdivia,
esposa del capitán don Gil de Vilches y Aragón fue la heredera universal de sus
bienes, y, posteriormente, como monja novicia en el convento de las Agustinas en
Santiago, mandó fundar un convento en sus tierras de Talca, como última
voluntad. Las tierras que recibió doña Isabel de Mendoza abarcaban más de mil
cuadras de extensión y comprendían el sitio o estancia llamada Talcamo o Talca.
Sobre estas mismas tierras se fundó la ciudad de Talca, habida cuenta de la
voluntad del capitán Gil de Vilches que había hecho donación de ellas a los
Agustinos con la condición “de que dieran los terrenos necesarios para cuando
S.M. deseara fundar una ciudad, villa o lugar”.

Aunque hubo dos intentos de fundar la ciudad en 1655 y 1692, sin


embargo, le cupo el honor y la gloria al entonces gobernador del Reino de Chile
don José Manso de Velasco, pues durante su administración una de sus
preocupaciones fundamentales fue el desarrollo urbanístico del Reino de Chile. En
efecto, su iniciativa obedece a una verdadera “política de poblamiento”, y aunque
la tarea no era nada de fácil, pues se carecía de antecedentes geográficos y no
había datos en los corregimientos acerca de los terrenos baldíos o desocupados,
aún así, Manso de Velasco, insistió en llevar a cabo su proyecto. En el Partido
del Maule estableció las villas de San José de Buenavista (Curicó), Nuestra
Señora de la Merced (Cauquenes) y San Agustín de Talca. El nacimiento de la
ciudad de Talca se había gestado gracias a la donación hecha por la Órden de
San Agustín. En efecto, los religiosos se habían reunido en Santiago, en el mes de
Septiembre de 1740, presididos por el provincial fray Francisco de Araníbar y
habían acordado ceder el número de cuadras “que el prudente y arreglado
dictamen del señor Presidente juzgare necesarias tanto para exidos y dehezas”.
Luego de la deliberación, los Agustinos llegaron a un acuerdo: “Por todas las
razones expresadas y porque en ello se hazía parte de retribución a su
majestad… siendo el número de cuadras las que el prudente y arreglado dictamen
del señor presidente jusgase necesarias para la consecución de tan glorioso fin y
que se suplique que en la traza de la ciudad, villa o pueblo, les arregle, y señale
parte idonea para trasladar su Convento sino fuese la construcción de la

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fundación donde está situada el que hallí tienen…” (Archivo Gay, Fondo Histórico
y Bibliográfico Claudio Gay, Tomo 57, p. 128.).

8.- El aumento de la población y el auge de la Villa.

El presbítero don Ernesto Rivera (“Historia de la Diócesis de Talca”,


mecanografiado, p. 32, sin publicar) afirma, a propósito de los comienzos del
poblamiento y avencindamiento de Talca que, “52 familias fueron a poblarla y el
auge de la ciudad fue muy rápido de manera que habiéndose fundado la Villa de
San Agustín de Talca el 12 de Mayo de 1742, en el año de 1745 tenía ya ciento
veinticuatro casas o sea se había más que duplicado; el auge siguió en los años
siguientes y hacia 1800 contaba con 6.000 habitantes”. Opazo Maturana, citando
un informe del corregidor Juan Cornelio de Baeza, afirma que la “ciudad tiene los
cuatro puentes, dos iglesias y el edificio de la cárcel en construcción, pues sus
murallas están en estado de terminarse”. (“Historia de Talca”, Imp. Universitaria,
1942, p. 150).

En cuanto al adelanto material del pueblo, podríamos decir que este fue
lento. Las casas tenían techos de paja y sólo hacia 1760 se podían contar algunas
casas construidas con techos de teja; los conventos que existían en Talca en esa
época eran los de los agustinos, dominicos, franciscanos, los jesuitas que estaban
recién llegados y, finalmente, la capilla parroquial que construía el párroco don
Antonio de Molina y Cabellos. Debido a que los funcionarios de la Corona
deseaban fomentar estos primeros centros poblados para que pudieran
convertirse en ciudades pujantes, las autoridades de la época, impulsaron toda
una política de poblamiento que se expresa en un verdadero “plan de
fundaciones” con el cual quería implicarse, sobre todo, a los grandes hacendados.
Santiago Lorenzo Schiaffino nos cuenta: “Simultáneamente, el Gobernador da a
conocer su plan de fundaciones a los hacendados, presentándolo como muy
ventajoso a sus intereses, porque, en teoría, la presencia de villas implica tanto la
valorización de las tierras colindantes a ellas, como la concentración de la mano
de obra, amén de un incipiente mercado para los productos de las haciendas.
Verdaderos o falsos, estos argumentos son utilizados por Manso para obtener de
los grandes terratenientes la donación de algunos terrenos. Los hacendados con
relativa generosidad contribuirán a las nuevas poblaciones” (véase “Orígenes de
las ciudades chilenas. Las fundaciones del siglo XVIII”, ed. Andrés Bello, Santiago,
1983, p. 37). Manso de Velasco, en su afán de concentrar en un núcleo urbano
todos los poderes tanto civiles, como militares y espirituales, ordena que los
corregidores, curas y escribanos vivan en sus respectivas villas. Sin embargo, a
pesar de estas normativas que tratan, en lo posible, de fomentar el progreso de las
villas, hay reticencias que provienen, sobre todo, de la población rural, la que
finalmente, termina avecindándose por temor o a ser desterrado del Reino o a
pagar alguna multa.

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9.- Las diligencias de don Nicolás de la Cruz en Madrid.

El orgullo de la prosapia talquina hizo que, a raíz de la visita que Ambrosio


O’Higgins realizara a Talca en 1788, éste recibiera, de manos de los vecinos más
connotados y de la élite talquina, un informe de los adelantos de la villa con el fin
de elevarla de categoría. Dicha petición fue bien recibida por O’Higgins, pero,
como suele suceder con los personeros políticos, dicha demanda ciudadana fue
pospuesta, habida cuenta de las situaciones más urgentes y de los compromisos
más importantes que debía asumir al ser nombrado como la primera autoridad del
reino de Chile. Pero la élite talquina no cejó en su pretensión y volvió a insistir en
la petición, y en 1791, el Cabildo, presidido por don Vicente de la Cruz, le envió
una relación del estado de la villa San Agustín de Talca en donde además le
solicitaba que respaldara ante la Corte la petición de que Talca fuese declarada
“ciudad”. El Virrey O’Higgins no quiso pronunciarse oficialmente sobre este
informe hasta no conocer él personalmente la situación de la villa, visita que
realizó en 1793 y de la cual evacuó un memorial al Rey fechado el 14 de Junio de
1794 en donde le pedía, oficialmente, el título de ciudad para la Villa de San
Agustín de Talca.

Don Nicolás de la Cruz y Bahamonde, amigo del Virrey O’Higgins, será


quien, en España, tramite la petición hecha por la élite talquina. Desde su
“epistolario” podemos seguir los avatares de dicha petición. En efecto, la primera
carta, de la que tenemos noticia, que don Nicolás le dirige a Ambrosio O’Higgins,
confirma justamente la fecha de envío del informe por parte del Gobernador: “No
tengo lugar de contestar a Vuestra Excelencia la muy estimada 14 de junio que
acabo de recibir por el correo marítimo, y sirva sólo de dar a V.E, las gracias por el
expresivo informe que dirige a la piedad del rey para erección de ciudad de la villa
de Talca mi patria” (Diciembre 24 de 1794). Sin embargo, la tramitación del
ansiado título de ciudad, no iba a costar pocos esfuerzos debido a la burocracia
cortesana y a los dividendos económicos que de estos trámites puedan obtenerse.

En otra carta, fechada el 30 de Enero de 1795, dirigida a su hermano


Vicente de la Cruz, cuyo contenido se refiere a la búsqueda de los abolengos y
datos genealógicos de la familia Cruz, aparece una nueva confirmación del estado
en que se encuentra la petición del Virrey; en efecto, el párrafo dice: “El Informe
del Jefe para la erección de la Villa de Talca en Ciudad se está agitando en el
Consejo, espero que sea atendido, y que tengamos la satisfacción de ser
adornada con este título nuestra Patria”.

En otra carta, fechada en ese mismo día, pero dirigida esta vez al Teniente
General Ambrosio O’Higgins expresa su agradecimiento por el informe enviado y
le manifiesta que una copia de ese informe se la hará llegar a su amigo, el Abate
Molina en Bolonia. Es tal el entusiasmo que tiene el Conde de Maule al ver que los
trámites en Madrid prosperan, que ya va adelantando las acciones que pudieran
realizarse en la Villa de Talca: “Acabo de recibir carta del amigo Núñez, encargado
del asunto de la nueva ciudad sobre cuyo punto me dá buenas esperanzas, que
talvéz sea despachado en el próximo correo marítimo, lo que se hará poniendo el

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título en vitela con su escudo y cuanto ornato fuere necesario para que se archive
en el Libro de Cabildo de Talca. Del escudo haré sacar aquí una copia en mármol
y se lo enviaré a la nueva ciudad de regalo, para que lo pongan en las casas
Capitulares”. (Carta a Juan Manuel de la Cruz, Marzo 31 de 1795). Y en otra carta,
fechada el mismo día pero a su hermano Vicente, le sugiere que en la Villa de
Talca podrían “celebrar el honor de la patria con tres días de juegos de chueca,
otros tres de carreras de caballo, y otros tres de corridas de toros, haciendo el
primer día juegos artificiales, y tres noches de luminarias”. Llamar a todas las
gentes de la Provincia y proporcionar si se puede en aquel primer día, el paseo
del Estandarte Real, de buena gana iría a ver esos nueve días de diversiones,
distribuidos así; al Abate Molina le he escrito que gustaría de que nos hallasemos
juntos, sí se consigue la gracia de ciudad, en las funciones que prevendrá la
Patria”.

Como puede verse en este texto, don Nicolás de la Cruz siente tanta euforia
al ver la consecución del tan preciado título de “ciudad” para su “Patria” de Talca,
que no duda en enviarle una carta a su amigo de Bolonia, -el Abate Juan Ignacio
Molina,- para que ambos puedan viajar a Chile y presenciar los festejos.
Revisando el “epistolario” del Abate Molina, no hemos encontrado ninguna carta,
al menos en esa fecha (1795) en donde el Conde de Maule lo invite a Talca. Es
más, las cartas que se conservan de don Nicolás de la Cruz al Abate Molina son
tan sólo seis y están fechadas entre 1814 a 1818, y en algunas de ellas, se habla
del “regreso” de Molina a Chile (véase “Epistolario de Juan Ignacio Molina S.J. Ed.
Universitaria, Santiago, 1979, edición a cargo de Charles E. Ronan S.J. y Walter
Hanisch S.J.), viaje, por lo demás, que nunca logró realizar, ya que murió en Italia
pidiendo, en su febril agonía, beber agua de las cordilleras chilenas.

A pesar de todas las esperanzas puestas por don Nicolás en que el trámite
para convertir a Talca en “ciudad” sería rápido, poco a poco, comienza a presentir
que dicho título será motivo para imponer una contribución. Imagina el Conde de
Maule, que tal vez, exijan “alguna media anata o un pequeño donativo”, pues
según él, sin una “contribución perpetua, gravámenes, etc., no se admitiría el tal
título ni gracia de ciudad” (Carta, 1 Agosto 1795). Como haya sido, el Consejo de
la Corona decidió por fin entregarle el ansiado título de “ciudad” a Talca. Con
algunos retrasos, tan sólo en Junio de 1796 se despachó el título de “ciudad”, no
sin pagar la cantidad de $ 527 reales, además del gravamiento de 100 pesos por
una vez y su media anata que son 50 reales que él entregará “al instante que S.M.
lo apruebe”. Pero don Nicolás de la Cruz no se conforma con subir de categoría a
la Villa de Talca, sino que decide seguir financiando otros títulos; para ello, decide
ofrecer un donativo de 500 ducados para conseguir la distinción de “muy noble y
muy leal”, excediendo en lo de “muy leal” a Chile y a Cádiz. En carta dirigida a la
ciudad de Talca, fechada en Enero 19 de 1797 don Nicolás escribe: “En medio de
mis cuidados y atenciones particulares siempre he tenido sobre mi corazón los
adelantamientos de la patria. Este amor natural me hizo pensar en representar
sus servicios a Su Majestad para impetrar la merced de Muy Noble y Muy Leal
para vuestra señoría, la que he conseguido de la real munificencia, cuya cédula
acompaño. Así quedarán grabadas indeleblemente en esa ciudad la nobleza y

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fidelidad de sus moradores. También mi ánimo recibe aquel gozo que inspira a un
buen hijo, el contento de haber sido útil a su amada madre”.

Con todo lo que hemos expuesto, de la figura de don Vicente de la Cruz,


queda la impresión de un hombre que está más preocupado de conseguir títulos,
de reunir antecedentes nobiliarios y así poder ir escalando en posición y prestigio
social. De ello no cabe ninguna duda, pues la época reclama un alto sentido del
honor personal y familiar y del parentesco y la cuna noble y patricia. Encina, con
sus ya “peregrinos” comentarios de psicología social, se referirá, en este sentido,
al llamado “espíritu aristocrático”, que, en su decir, durante el siglo XVI,
permanecerá adormecido, pero que comenzará a emerger fuertemente sólo a
finales del siglo XVII (véase, “Historia de Chile”, T. V, p. 439, ed. Nascimento,
Santiago de Chile, 1952). En todo caso, hasta lo que llevamos dicho, don Nicolás
no es más que un fiel representante de la clase patricia, muy dada, por lo demás,
a autoexaltarse, a jugar “el juego de los apellidos”. Es que el sentimiento
aristocrático es muy ancestral y, en el caso del Conde de Maule, no se esconde
sino que se devela grosero en su hidalguía y severo y enérgico en su afán de
tutelar el bien de su Patria, la muy noble y muy leal, Talca. Pero sobre este punto,
volveremos más adelante.

(Continuará).

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Los “De la Cruz y Bahamonde”

La fantasía de un Colegio para Talca

1.- Sus estudios en Talca y en Santiago.

Don Nicolás de la Cruz y Bahamonde fue educado en el Real Convictorio


Carolino de Santiago, al igual que sus hermanos Juan Manuel y Anselmo (véase,
Lira Montt, “Colegiales del Corregimiento del Maule en la Real Universidad de San
Felipe”, en “Homenaje a Guillermo Feliz Cruz”, Biblioteca del Congreso Nacional,
Ed. Andrés Bello, Santiago, 1973, p. 633 ss.). Según Opazo Maturana, en su
“Historia de Talca”, don Nicolás, junto al futuro Abate Molina, don Juan Ignacio
Molina, estudió en el llamado “Colegio de Nobles”, que fue el primer colegio
levantado por los jesuitas en Talca, y allí fue condiscípulo del Abate y luego su
profesor. Aunque según Jorge Ibáñez Vergara (“El Conde de Maule”, Don Nicolás
de la Cruz y Bahamonde, Ed. Universidad de Talca, Talca, 1997, p. 85), es
improbable que Juan Ignacio Molina haya sido maestro de los hermanos De la
Cruz, la opinión de otros estudiosos como Arturo Fontecilla y Walter Hanisch
rebate esta tesis.

2.- El proyecto del Colegio para Talca.

Sea como haya sido, don Nicolás, para su época, recibió una esmerada
educación y estaba convencido de que sólo a través de ella el hombre podía ser
feliz, es decir, aspirar y concretar el sueño de una vida más plena. De aquí viene,
entonces, su preocupación por dotar a Talca de un colegio en donde se puedan
educar los jóvenes. La primera carta de su “Epistolario” en donde hace referencia
a la creación de un colegio para Talca, data del 3 de Mayo de 1796 y dice en
parte: “Ahora es menester pensar en el establecimiento del colegio en la nueva
ciudad. Este pensamiento es superior a todos, pués es tan interesante a la
educación de sus hijos, de lo cual pende la felicidad de los hombres, porque
estando ilustrado con buenos principios los jóvenes están aptos para cualquiera
carrera, ya sea política, militar, eclesiástica o comerciante”. Para la creación de
este colegio en Talca, don Nicolás piensa en un fondo de 20.000 pesos con el cual
se pueda financiar la plaza de Rector, dos lectores, un maestro de gramática latina
y otro de escribir y contar. Además, piensa que la colaboración de los vecinos
puede ser útil y necesaria a la hora de reunir dicho capital. Incluso él mismo está
dispuesto a donar dos mil pesos y los libros básicos que se necesiten. Don
Nicolás, tal vez llevado por ese carácter recio y su proclividad a mandar y dirigir,
imagina que, una vez reunido dicho capital, se debe juntar el Cabildo y hacer la
propuesta al Jefe de esta institución, para luego informar al Rey, no sin antes él,
don Nicolás, promover y solicitar privilegios ante la Corte.

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En la misma carta, don Nicolás afirma que, en cuanto al establecimiento,
se cuenta para ello con la casa del Portugués Morales que, aunque pueda ser
reducida al principio, es susceptible de ir ampliándose en la medida en que
aumente el número de alumnos. Un detalle interesante de esta misiva es aquella
línea en donde don Nicolás afirma que “he dicho a don Juan Ignacio Molina que
me envíe las constituciones, si acaso lo verifica se las dirigiré a V.M. para que se
haga uso de ellas”.

3.- Los vínculos del Conde de Maule y el Abate Molina.

La última frase que acabamos de transcribir, que es parte de una carta del
Conde de Maule, hace una referencia muy interesante sobre el Abate Molina, pues
el Conde habla de “constituciones”, pudiendo hacer referencia, tal vez, a que él
encargó al Abate Molina la redacción de éstas para el futuro colegio de Talca. Sea
como sea, a partir de la documentación existente actualmente sólo es posible
verificar que el Conde de Maule pidió al Abate Molina que colaborara con él en el
establecimiento de una biblioteca y no precisamente en la fundación del colegio.
En efecto, las únicas cartas dirigidas al Abate Molina por parte del Conde de
Maule son seis y están fechadas entre los años de 1814 a 1818, fechas bastante
posteriores a la data del proyecto de don Nicolás de la Cruz para su colegio o liceo
de Talca. Pero no dejan de ser interesantes. En una de ellas, fechada el 23 de
Enero de 1816, el Conde de Maule se expresa en estos términos: “Querido
paisano y amigo: La que Ud. Me ha escrito, incluyendo otra para don Ignacio de
Opazo, ha llegado a tiempo para que camine en la fragata resolución, que saldrá
un día de estos para Valparaíso. Ud. Va a dejar un nombre de patriotismo en los
cimientos de la ilustración que promueve en Talca con aplicar la herencia a la
fundación de una biblioteca pública de libros de física moderna, de historia natural,
de matemáticas, de arquitectura y demás artes útiles. Yo ayudaré a tan bello
pensamiento con cuanto pueda y esté de mi parte” (Véase “Epistolario de Juan
Ignacio Molina. S.J., por Charles Ronan S.J., y Walter Hanisch S.J., Editorial
Universitaria, Santiago de chile, 1979, p. 202 ss.).

3.- Un Colegio con impronta ilustrada y técnica.

La idea que tiene don Nicolás del Colegio que desea para Talca va
evolucionando desde una concepción de educación basada en las asignaturas
clásicas de la época, impartidas normalmente por las congregaciones y órdenes
religiosas que tenían a su cargo una escuela. En efecto, estas escuelas sólo
enseñaban las primeras letras y quienes acudían a ellas era, por lo general, hijos
de familias más o menos acomodadas. Barros Arana, en su Historia General de
Chile, aunque sabemos de su anticlericalismo, nos entrega una descripción de
cómo, según él, se impartía la educación en el siglo XVIII. Nos dice: “Aquellas
escuelas eran regentadas ordinariamente por un religioso lego de alguno de los
conventos. El sistema seguido por el maestro estaba fundado en una severidad
inexorable, sostenida con castigos duros y muchas veces crueles. El maestro
enseñaba a recitar en voz alta las oraciones y el catecismo elemental de la

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doctrina cristiana, a leer por el método del deletreo, esto es, repitiendo una a una
cada letra y juntándolas enseguida en grupos de sílabas, y a escribir con letra
española. Los silabarios que se usaban eran generalmente anticuados, impresos
en un papel sucio y ordinario y con una mala tinta, y en todo caso muy inferiores
por su forma y por su fondo a los que comenzaban a usarse en la misma España,
pero que era muy difícil procurarse en Chile.. En esas escuelas no reinaba
uniformidad en los libros de lectura que se usaban, desde que cada niño tenía el
que había recibido en su casa; pero todos ellos eran tratados ascéticos de la más
chocante exageración, sembrados de cuentos extravagantes, llamados
ordinariamente casos, y de milagros no menos absurdos con que se pretendía
inspirar a los niños el terror por todo lo que era impugnado en nombre de la
religión. La instrucción científica que se daba en esas escuelas, cuando se daba
alguna, no pasaba más allá de las primeras operaciones de la aritmética y de la
tabla de multiplicación. Las pruebas de competencia, se rendían allí por medio de
certámenes llamados sabatinas (porque se verificaban los sábados) en que dos
alumnos contendientes se dirigían uno al otro preguntas acerca de lo que habían
estudiado, con facultad de castigar a su adversario por cada contestación mal
dada (Tomo VII, p. 346 ss. Ed. Universitaria, Centro Investigaciones Diego Barros
Arana, DIBAM, Santiago, 2001).

A fines del siglo XVIII en Chile, gran parte de los estudios que se impartían,
especialmente en la Universidad de San Felipe, incluían la filosofía, la teología, los
cánones y la jurisprudencia. Eran muy escasas las carreras como medicina que
pudiesen seguir los jóvenes ya que, según Barros Arana, o eran carreras poco
lucrativas o más bien indignas de gente noble. Don Manuel de Salas, gran
filántropo y educador, trató de introducir cursos y estudios de carácter más
prácticos, que sirvieran para fomentar la minería, el comercio, la industria.

4.- La propuesta de don Nicolás.

El Conde de Maule, en carta dirigida a su hermano Juan Manuel de la Cruz


(Mayo 31 de 1796), se explaya acerca del “bellísimo pensamiento del
establecimiento de un Colegio en Talca” y entrega no sólo los objetivos que se
tiene que alcanzar sino también el carácter práctico que deben tener los estudios
impartidos. En efecto, afirma don Nicolás: “Este proyecto es superior a todos,
pues es a favor de la instrucción e ilustración de sus habitantes, que es el modo
de hacerlos felices, pues dandoles principios, se les da aptitud para hacer carrera,
y para ser útiles a su patria; muchísimo podría extenderme en este punto, pero
son tan claros los beneficios que pueden resultar a todo el reino de tan útil
erección, que no hay para qué explicarlos: de la Ilustración resulta el conocimiento
de las ventajas de la agricultura para saber conocer los terrenos y aplicarlos;
resulta la consecuencia del adelantamiento de las manufacturas, telares, etc.;
resulta la combinación de la salida que se les puede dar a las producciones del
reino, con las que este necesita, aumentando su comercio; y por último de la
ilustración resultan los conocimientos para la labor de las minas, de que tanto

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abundan esas montañas, las cuales se puede decir que están casi vírgenes
particularmente en piedras preciosas, cristalizaciones y demás minerales, a
excepción del oro, la plata y el cobre; cuyos metales aprenderían a extraerlos con
más provecho”.

En esta misma carta, don Nicolás reitera su donativo de 2.000 pesos y el


regalo de los “libros clásicos” . En efecto, en carta dirigida a su amigo el Marqués
de Osorno (Mayo 31 de 1796), don Nicolás explica qué obras componen esa
colección que él desea donar al nuevo Colegio: “Hace días me he propuesto
formar una colección de todas las obras que han escrito nuestros jesuitas
españoles y americanos, y efectivamente tengo ya en casa dos cajones, y otra
porción en camino, de manera que lograré el pensamiento, todas ellas serán
doscientas obras. Algunas manuscritas e inéditas estoy haciendo copiar en Roma.
Talvez después de mis días todas estas obras irán a parar al Colegio de Talca, si
se verifica”.

5.- Los avatares del Colegio de Talca.

Ya hemos afirmado que don Nicolás pensaba que la erección del Colegio
podía hacerse con un fondo de 20.000 a 30.000 pesos. Sin embargo, en este
sueño del Colegio, el Conde de Maule jamás explicitó cómo sería el financiamiento
del edificio. Es cierto que él contaba con la casa del portugués Morales y que ésta
podía ampliarse en la medida en que aumentaran los alumnos, pero,
definitivamente, en sus cartas, no deja claro desde dónde sacar el dinero para la
construcción del local en donde funcionará el Colegio. En una carta dirigida a su
hermano Juan Manuel (Enero 20 de 1797), el Conde de Maule deja entrever que
éste le había propuesto que, entre los vecinos y el aporte de ellos dos, se pudiera
“costear el edificio material”, y que los pagos de los profesores y maestros saliera
de las temporalidades de los jesuitas administradas ahora por la Corona. Desde
luego, sabemos que los jesuitas fueron expulsados en 1767 y que, en nuestra
Región del Maule, dejaron algunas temporalidades, como las haciendas Longaví,
Guenón, Santa María del Fuerte, ubicadas en Talca y Quivolgo, en Maule. Sin
embargo, en ninguna carta de su Epistolario aparece el aprovechamiento de este
patrimonio agrícola. Sin embargo, el sueño del Conde de Maule, aunque persiste
en su mente, se ve difícilmente hacerlo realidad, máxime si los obstáculos son de
carácter financiero. En carta a su hermano Juan Manuel de la Cruz (Enero 31 de
1797) deja entrever su fantasía: “En cuanto al colegio, veremos lo que se junta por
allá y luego trataremos de formalizar su fundación. Me gustaría que se enseñaran
en él las ciencias útiles y por tanto el establecimiento debería ser distinto del de
esos colegios. Esto es, que se enseñarán la física, las matemáticas, la
astronomía, la botánica, la mineralógica y, si posible fuese, la medicina. Todo
consiste en su establecimiento y, por tanto, para lograr buenos profesores que
irían de Europa, será necesario buenos salarios”.

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