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(Primera parte)
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hacer fortuna; o irse al campo a vivir la vida primitiva y difícil con iguales anhelos y
propósitos y sacrificando a ellos los mejores tiempos. El cerebro como dormido…”.
Según Encina, Talca vino a llenar el vacío cultural que había dejado
Concepción a raíz de las continuas catástrofes que la asolaron. En esta ciudad se
produjo un foco de irradiación y de influencia poco comunes. ¿Dónde están las
causas que logren explicar este proceso? Una de ellas se debe a la influencia
decisiva que tuvieron algunas familias avecindadas en Talca y que generaron
adelantos en el campo del comercio, del progreso urbano y también en el
desarrollo intelectual. La familia De la Cruz y Bahamonde, fundada por el genovés
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Juan Della Croce Bernardoti, realizó un aporte decisivo en el engrandecimiento y
desarrollo de la región del Maule. Don Juan Della Croce se estableció en Talca a
instancias de don Ambrosio 0’Higgins, su amigo. Recién llegado castellanizó su
apellido convirtiéndolo a De la Cruz y formó familia casándose con doña Silveria
Bahamonde y Herrera con quien tuvo nada menos que quince hijos. Entre estos
hijos nos ocuparemos, en primer lugar, de Nicolás de la Cruz y Bahamonde y
revisaremos atentamente el “epistolario” que cubre parte de su estadía en Cádiz y
otras partes de Europa, entre los años de 1794 y 1798.
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olvidaron los agravios; y ni el frío sentíamos”. Llegado a Buenos Aires, don
Nicolás hizo una estadía de tres meses mientras se habilitaba el cupo en la
fragata “Bárbara”. En esta ciudad, el futuro Conde de Maule, es hospedado por la
familia de don Manuel Basabilbaso, próspero comerciante, administrador de
correos y amigo entrañable de Ambrosio 0’Higgins y de otro comerciante
avecindado en Talca, don Juan Albano Pereira. A pesar del corto tiempo que
estuvo don Nicolás de la Cruz en Buenos Aires no dejó de vincularse muy
estrechamente con la familia de Basabilbaso, pues en una carta dirigida a doña
Justa Basabilbaso, hija de don Manuel y a raíz de la muerte de su padre, escribe:
“No quisiera renovar memorias fúnebres que acibarasen el corazón de vuestra
merced recordando la separación de su amado Señor Padre (que en paz
descanse), pero la fina voluntad que siempre le tuve y la que profeso a toda su
casa, no me deja arbitrio para eximirme de manifestar a vuestra merced la
amargura con que he recibido tan funesta noticia, acompañando a vuestra merced
en su justo sentimiento” (Epistolario, Carta, Noviembre 21 de 1794). Buenos Aires
se le presenta a don Nicolás de la Cruz como una ciudad poco atractiva, con
calles que “parecían lodazales” donde “no había teatro” y en cuyas tertulias
“dominaba la pasión por el juego”.
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pudieron venderse, arruinaron de rebote al comercio español y muy
especialmente al de Cádiz, que no volvió a reponerse”. Los efectos de esta crisis
de 1788 en Chile son desastrosos, pues lleva a la quiebra a más de sesenta
mercaderes. Pese a esto, don Nicolás es capaz de sortear con éxito los avatares
del momento económico y, progresivamente, su capital se va acrecentando a la
par que con su hermano Juan Manuel van haciendo lucrativos negocios. El mismo
Conde de Maule cuenta que la suma de su peculio personal ascendía, hacia el
año de 1795, contando sus bienes raíces, a más de un millón de pesos, es decir,
don Nicolás era un mercader con gran fortuna, máxime todavía si aquí en Chile,
en esa época, las mayores fortunas, por lo menos en Santiago, fluctuaban entre
los $ 50.000 a $ 60.000 pesos. Existían sí, casos excepcionales de mercaderes
poderosos para su época. Un vecino acaudalado de Curicó, dueño de la hacienda
de Teno o Comalle, don Celedonio Villota, tenía una fortuna calculada en $
460,807 pesos. Dicha hacienda le había costado, hacia 1790, la cantidad de $
15.948 pesos y cinco reales. Otro gran mercader de Santiago es don Juan Antonio
Fresno, cuyo patrimonio, hacia 1790, ascendía a $ 100.000 pesos. Estos ejemplos
que hemos dado, nos hacen concluir que, el Conde de Maule, pese a no ser un
mercader asentado en Chile, siendo chileno, se había labrado una inmensa
fortuna y disponía de un capital y un patrimonio que lo hacían un hombre muy
poderoso en Cádiz. Don Nicolás de la Cruz y Bahamonde se había convertido en
un “magnate”.
(Continuará).
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Los “De la Cruz y Bahamonde”
Gabriel Guarda, en su obra “La ciudad chilena del siglo XVIII”, afirma que
fueron tres las causas principales que hicieron posible el fenómeno de la
urbanización en el Chile del siglo XVIII: política gubernativa, trabajo misional de la
Iglesia y desarrollo orgánico del reino. En el caso de Talca, definitivamente, pesó
más la causa religiosa, pues, la presencia de la Órden de San Agustín en Talca,
posibilitó la fundación de la Villa. En efecto, doña Isabel de Mendoza y Valdivia,
esposa del capitán don Gil de Vilches y Aragón fue la heredera universal de sus
bienes, y, posteriormente, como monja novicia en el convento de las Agustinas en
Santiago, mandó fundar un convento en sus tierras de Talca, como última
voluntad. Las tierras que recibió doña Isabel de Mendoza abarcaban más de mil
cuadras de extensión y comprendían el sitio o estancia llamada Talcamo o Talca.
Sobre estas mismas tierras se fundó la ciudad de Talca, habida cuenta de la
voluntad del capitán Gil de Vilches que había hecho donación de ellas a los
Agustinos con la condición “de que dieran los terrenos necesarios para cuando
S.M. deseara fundar una ciudad, villa o lugar”.
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fundación donde está situada el que hallí tienen…” (Archivo Gay, Fondo Histórico
y Bibliográfico Claudio Gay, Tomo 57, p. 128.).
En cuanto al adelanto material del pueblo, podríamos decir que este fue
lento. Las casas tenían techos de paja y sólo hacia 1760 se podían contar algunas
casas construidas con techos de teja; los conventos que existían en Talca en esa
época eran los de los agustinos, dominicos, franciscanos, los jesuitas que estaban
recién llegados y, finalmente, la capilla parroquial que construía el párroco don
Antonio de Molina y Cabellos. Debido a que los funcionarios de la Corona
deseaban fomentar estos primeros centros poblados para que pudieran
convertirse en ciudades pujantes, las autoridades de la época, impulsaron toda
una política de poblamiento que se expresa en un verdadero “plan de
fundaciones” con el cual quería implicarse, sobre todo, a los grandes hacendados.
Santiago Lorenzo Schiaffino nos cuenta: “Simultáneamente, el Gobernador da a
conocer su plan de fundaciones a los hacendados, presentándolo como muy
ventajoso a sus intereses, porque, en teoría, la presencia de villas implica tanto la
valorización de las tierras colindantes a ellas, como la concentración de la mano
de obra, amén de un incipiente mercado para los productos de las haciendas.
Verdaderos o falsos, estos argumentos son utilizados por Manso para obtener de
los grandes terratenientes la donación de algunos terrenos. Los hacendados con
relativa generosidad contribuirán a las nuevas poblaciones” (véase “Orígenes de
las ciudades chilenas. Las fundaciones del siglo XVIII”, ed. Andrés Bello, Santiago,
1983, p. 37). Manso de Velasco, en su afán de concentrar en un núcleo urbano
todos los poderes tanto civiles, como militares y espirituales, ordena que los
corregidores, curas y escribanos vivan en sus respectivas villas. Sin embargo, a
pesar de estas normativas que tratan, en lo posible, de fomentar el progreso de las
villas, hay reticencias que provienen, sobre todo, de la población rural, la que
finalmente, termina avecindándose por temor o a ser desterrado del Reino o a
pagar alguna multa.
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9.- Las diligencias de don Nicolás de la Cruz en Madrid.
En otra carta, fechada en ese mismo día, pero dirigida esta vez al Teniente
General Ambrosio O’Higgins expresa su agradecimiento por el informe enviado y
le manifiesta que una copia de ese informe se la hará llegar a su amigo, el Abate
Molina en Bolonia. Es tal el entusiasmo que tiene el Conde de Maule al ver que los
trámites en Madrid prosperan, que ya va adelantando las acciones que pudieran
realizarse en la Villa de Talca: “Acabo de recibir carta del amigo Núñez, encargado
del asunto de la nueva ciudad sobre cuyo punto me dá buenas esperanzas, que
talvéz sea despachado en el próximo correo marítimo, lo que se hará poniendo el
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título en vitela con su escudo y cuanto ornato fuere necesario para que se archive
en el Libro de Cabildo de Talca. Del escudo haré sacar aquí una copia en mármol
y se lo enviaré a la nueva ciudad de regalo, para que lo pongan en las casas
Capitulares”. (Carta a Juan Manuel de la Cruz, Marzo 31 de 1795). Y en otra carta,
fechada el mismo día pero a su hermano Vicente, le sugiere que en la Villa de
Talca podrían “celebrar el honor de la patria con tres días de juegos de chueca,
otros tres de carreras de caballo, y otros tres de corridas de toros, haciendo el
primer día juegos artificiales, y tres noches de luminarias”. Llamar a todas las
gentes de la Provincia y proporcionar si se puede en aquel primer día, el paseo
del Estandarte Real, de buena gana iría a ver esos nueve días de diversiones,
distribuidos así; al Abate Molina le he escrito que gustaría de que nos hallasemos
juntos, sí se consigue la gracia de ciudad, en las funciones que prevendrá la
Patria”.
Como puede verse en este texto, don Nicolás de la Cruz siente tanta euforia
al ver la consecución del tan preciado título de “ciudad” para su “Patria” de Talca,
que no duda en enviarle una carta a su amigo de Bolonia, -el Abate Juan Ignacio
Molina,- para que ambos puedan viajar a Chile y presenciar los festejos.
Revisando el “epistolario” del Abate Molina, no hemos encontrado ninguna carta,
al menos en esa fecha (1795) en donde el Conde de Maule lo invite a Talca. Es
más, las cartas que se conservan de don Nicolás de la Cruz al Abate Molina son
tan sólo seis y están fechadas entre 1814 a 1818, y en algunas de ellas, se habla
del “regreso” de Molina a Chile (véase “Epistolario de Juan Ignacio Molina S.J. Ed.
Universitaria, Santiago, 1979, edición a cargo de Charles E. Ronan S.J. y Walter
Hanisch S.J.), viaje, por lo demás, que nunca logró realizar, ya que murió en Italia
pidiendo, en su febril agonía, beber agua de las cordilleras chilenas.
A pesar de todas las esperanzas puestas por don Nicolás en que el trámite
para convertir a Talca en “ciudad” sería rápido, poco a poco, comienza a presentir
que dicho título será motivo para imponer una contribución. Imagina el Conde de
Maule, que tal vez, exijan “alguna media anata o un pequeño donativo”, pues
según él, sin una “contribución perpetua, gravámenes, etc., no se admitiría el tal
título ni gracia de ciudad” (Carta, 1 Agosto 1795). Como haya sido, el Consejo de
la Corona decidió por fin entregarle el ansiado título de “ciudad” a Talca. Con
algunos retrasos, tan sólo en Junio de 1796 se despachó el título de “ciudad”, no
sin pagar la cantidad de $ 527 reales, además del gravamiento de 100 pesos por
una vez y su media anata que son 50 reales que él entregará “al instante que S.M.
lo apruebe”. Pero don Nicolás de la Cruz no se conforma con subir de categoría a
la Villa de Talca, sino que decide seguir financiando otros títulos; para ello, decide
ofrecer un donativo de 500 ducados para conseguir la distinción de “muy noble y
muy leal”, excediendo en lo de “muy leal” a Chile y a Cádiz. En carta dirigida a la
ciudad de Talca, fechada en Enero 19 de 1797 don Nicolás escribe: “En medio de
mis cuidados y atenciones particulares siempre he tenido sobre mi corazón los
adelantamientos de la patria. Este amor natural me hizo pensar en representar
sus servicios a Su Majestad para impetrar la merced de Muy Noble y Muy Leal
para vuestra señoría, la que he conseguido de la real munificencia, cuya cédula
acompaño. Así quedarán grabadas indeleblemente en esa ciudad la nobleza y
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fidelidad de sus moradores. También mi ánimo recibe aquel gozo que inspira a un
buen hijo, el contento de haber sido útil a su amada madre”.
(Continuará).
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Los “De la Cruz y Bahamonde”
Sea como haya sido, don Nicolás, para su época, recibió una esmerada
educación y estaba convencido de que sólo a través de ella el hombre podía ser
feliz, es decir, aspirar y concretar el sueño de una vida más plena. De aquí viene,
entonces, su preocupación por dotar a Talca de un colegio en donde se puedan
educar los jóvenes. La primera carta de su “Epistolario” en donde hace referencia
a la creación de un colegio para Talca, data del 3 de Mayo de 1796 y dice en
parte: “Ahora es menester pensar en el establecimiento del colegio en la nueva
ciudad. Este pensamiento es superior a todos, pués es tan interesante a la
educación de sus hijos, de lo cual pende la felicidad de los hombres, porque
estando ilustrado con buenos principios los jóvenes están aptos para cualquiera
carrera, ya sea política, militar, eclesiástica o comerciante”. Para la creación de
este colegio en Talca, don Nicolás piensa en un fondo de 20.000 pesos con el cual
se pueda financiar la plaza de Rector, dos lectores, un maestro de gramática latina
y otro de escribir y contar. Además, piensa que la colaboración de los vecinos
puede ser útil y necesaria a la hora de reunir dicho capital. Incluso él mismo está
dispuesto a donar dos mil pesos y los libros básicos que se necesiten. Don
Nicolás, tal vez llevado por ese carácter recio y su proclividad a mandar y dirigir,
imagina que, una vez reunido dicho capital, se debe juntar el Cabildo y hacer la
propuesta al Jefe de esta institución, para luego informar al Rey, no sin antes él,
don Nicolás, promover y solicitar privilegios ante la Corte.
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En la misma carta, don Nicolás afirma que, en cuanto al establecimiento,
se cuenta para ello con la casa del Portugués Morales que, aunque pueda ser
reducida al principio, es susceptible de ir ampliándose en la medida en que
aumente el número de alumnos. Un detalle interesante de esta misiva es aquella
línea en donde don Nicolás afirma que “he dicho a don Juan Ignacio Molina que
me envíe las constituciones, si acaso lo verifica se las dirigiré a V.M. para que se
haga uso de ellas”.
La última frase que acabamos de transcribir, que es parte de una carta del
Conde de Maule, hace una referencia muy interesante sobre el Abate Molina, pues
el Conde habla de “constituciones”, pudiendo hacer referencia, tal vez, a que él
encargó al Abate Molina la redacción de éstas para el futuro colegio de Talca. Sea
como sea, a partir de la documentación existente actualmente sólo es posible
verificar que el Conde de Maule pidió al Abate Molina que colaborara con él en el
establecimiento de una biblioteca y no precisamente en la fundación del colegio.
En efecto, las únicas cartas dirigidas al Abate Molina por parte del Conde de
Maule son seis y están fechadas entre los años de 1814 a 1818, fechas bastante
posteriores a la data del proyecto de don Nicolás de la Cruz para su colegio o liceo
de Talca. Pero no dejan de ser interesantes. En una de ellas, fechada el 23 de
Enero de 1816, el Conde de Maule se expresa en estos términos: “Querido
paisano y amigo: La que Ud. Me ha escrito, incluyendo otra para don Ignacio de
Opazo, ha llegado a tiempo para que camine en la fragata resolución, que saldrá
un día de estos para Valparaíso. Ud. Va a dejar un nombre de patriotismo en los
cimientos de la ilustración que promueve en Talca con aplicar la herencia a la
fundación de una biblioteca pública de libros de física moderna, de historia natural,
de matemáticas, de arquitectura y demás artes útiles. Yo ayudaré a tan bello
pensamiento con cuanto pueda y esté de mi parte” (Véase “Epistolario de Juan
Ignacio Molina. S.J., por Charles Ronan S.J., y Walter Hanisch S.J., Editorial
Universitaria, Santiago de chile, 1979, p. 202 ss.).
La idea que tiene don Nicolás del Colegio que desea para Talca va
evolucionando desde una concepción de educación basada en las asignaturas
clásicas de la época, impartidas normalmente por las congregaciones y órdenes
religiosas que tenían a su cargo una escuela. En efecto, estas escuelas sólo
enseñaban las primeras letras y quienes acudían a ellas era, por lo general, hijos
de familias más o menos acomodadas. Barros Arana, en su Historia General de
Chile, aunque sabemos de su anticlericalismo, nos entrega una descripción de
cómo, según él, se impartía la educación en el siglo XVIII. Nos dice: “Aquellas
escuelas eran regentadas ordinariamente por un religioso lego de alguno de los
conventos. El sistema seguido por el maestro estaba fundado en una severidad
inexorable, sostenida con castigos duros y muchas veces crueles. El maestro
enseñaba a recitar en voz alta las oraciones y el catecismo elemental de la
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doctrina cristiana, a leer por el método del deletreo, esto es, repitiendo una a una
cada letra y juntándolas enseguida en grupos de sílabas, y a escribir con letra
española. Los silabarios que se usaban eran generalmente anticuados, impresos
en un papel sucio y ordinario y con una mala tinta, y en todo caso muy inferiores
por su forma y por su fondo a los que comenzaban a usarse en la misma España,
pero que era muy difícil procurarse en Chile.. En esas escuelas no reinaba
uniformidad en los libros de lectura que se usaban, desde que cada niño tenía el
que había recibido en su casa; pero todos ellos eran tratados ascéticos de la más
chocante exageración, sembrados de cuentos extravagantes, llamados
ordinariamente casos, y de milagros no menos absurdos con que se pretendía
inspirar a los niños el terror por todo lo que era impugnado en nombre de la
religión. La instrucción científica que se daba en esas escuelas, cuando se daba
alguna, no pasaba más allá de las primeras operaciones de la aritmética y de la
tabla de multiplicación. Las pruebas de competencia, se rendían allí por medio de
certámenes llamados sabatinas (porque se verificaban los sábados) en que dos
alumnos contendientes se dirigían uno al otro preguntas acerca de lo que habían
estudiado, con facultad de castigar a su adversario por cada contestación mal
dada (Tomo VII, p. 346 ss. Ed. Universitaria, Centro Investigaciones Diego Barros
Arana, DIBAM, Santiago, 2001).
A fines del siglo XVIII en Chile, gran parte de los estudios que se impartían,
especialmente en la Universidad de San Felipe, incluían la filosofía, la teología, los
cánones y la jurisprudencia. Eran muy escasas las carreras como medicina que
pudiesen seguir los jóvenes ya que, según Barros Arana, o eran carreras poco
lucrativas o más bien indignas de gente noble. Don Manuel de Salas, gran
filántropo y educador, trató de introducir cursos y estudios de carácter más
prácticos, que sirvieran para fomentar la minería, el comercio, la industria.
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abundan esas montañas, las cuales se puede decir que están casi vírgenes
particularmente en piedras preciosas, cristalizaciones y demás minerales, a
excepción del oro, la plata y el cobre; cuyos metales aprenderían a extraerlos con
más provecho”.
Ya hemos afirmado que don Nicolás pensaba que la erección del Colegio
podía hacerse con un fondo de 20.000 a 30.000 pesos. Sin embargo, en este
sueño del Colegio, el Conde de Maule jamás explicitó cómo sería el financiamiento
del edificio. Es cierto que él contaba con la casa del portugués Morales y que ésta
podía ampliarse en la medida en que aumentaran los alumnos, pero,
definitivamente, en sus cartas, no deja claro desde dónde sacar el dinero para la
construcción del local en donde funcionará el Colegio. En una carta dirigida a su
hermano Juan Manuel (Enero 20 de 1797), el Conde de Maule deja entrever que
éste le había propuesto que, entre los vecinos y el aporte de ellos dos, se pudiera
“costear el edificio material”, y que los pagos de los profesores y maestros saliera
de las temporalidades de los jesuitas administradas ahora por la Corona. Desde
luego, sabemos que los jesuitas fueron expulsados en 1767 y que, en nuestra
Región del Maule, dejaron algunas temporalidades, como las haciendas Longaví,
Guenón, Santa María del Fuerte, ubicadas en Talca y Quivolgo, en Maule. Sin
embargo, en ninguna carta de su Epistolario aparece el aprovechamiento de este
patrimonio agrícola. Sin embargo, el sueño del Conde de Maule, aunque persiste
en su mente, se ve difícilmente hacerlo realidad, máxime si los obstáculos son de
carácter financiero. En carta a su hermano Juan Manuel de la Cruz (Enero 31 de
1797) deja entrever su fantasía: “En cuanto al colegio, veremos lo que se junta por
allá y luego trataremos de formalizar su fundación. Me gustaría que se enseñaran
en él las ciencias útiles y por tanto el establecimiento debería ser distinto del de
esos colegios. Esto es, que se enseñarán la física, las matemáticas, la
astronomía, la botánica, la mineralógica y, si posible fuese, la medicina. Todo
consiste en su establecimiento y, por tanto, para lograr buenos profesores que
irían de Europa, será necesario buenos salarios”.
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