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El cuento está concebido según la estructura «en abismo», es decir, con distintos niveles narrativos
(un relato dentro de otro). Tres niveles lo componen:
Marco:
En el primer nivel aparecen dos personajes: el anticuario Joseph Cartaphilus y la princesa de Lucinge, el
primero ofrece los seis volúmenes en cuarto menor de la Ilíada de Pope a la princesa. Esta historia es relatada
por un narrador omnisciente. A su vez, en este nivel hay precisiones respecto del tiempo y lugar en que
suceden los hechos: “En Londres, a principios del mes de junio de 1929…”
En el segundo nivel, que corresponde a la transcripción del manuscrito, los personajes principales son:
Marco Flaminio Rufo (un tribuno militar romano que, fascinado por la historia que un jinete desconocido le
revela antes de morir, sale en busca de un río que da la inmortalidad a quien bebe de él), los doscientos
soldados y mercenarios que lo acompañan (que luego se pierden en el desierto) y los trogloditas (los
inmortales). En cuanto al lugar y tiempo en que transcurren los hechos narrados se encuentran varias
alusiones que permiten inferir que la historia comienza en Tebas, luego emergen a la Ciudad de los Inmortales
y finalmente llegan al mar de la mortalidad que se halla ubicado al norte de África: “…mis trabajos
empezaron en un jardín de Tebas Hekatómpylos, cuando Diocleciano era emperador… “(siglo III después de
Cristo), “Al despertarme por fin de esa pesadilla, me vi tirado y maniatado en un oblongo nicho de piedra (…)
superficialmente excavado en el agrio declive de una montaña (…). Al pie de la montaña se dilataba sin
rumor un arroyo impuro (…) la evidente Ciudad de los Inmortales”; “El cuatro de octubre de 1921, el Patna,
que me conducía a Bombay, tuvo que fondear en un puerto de la costa eritrea. Bajé; recordé otras montañas
muy antiguas, también frente al Mar Rojo…”.
Argumento
El primer narrador da cuenta del hallazgo de un manuscrito dentro de un ejemplar de la versión de Alexander
Pope de la Ilíada de Homero. Los seis volúmenes de la obra habían sido adquiridos por una aristócrata
francesa, la princesa de Lucinge, a un anticuario turco, Joseph Cartaphilus, en 1929. La transcripción del
manuscrito, escrito en primera persona, ocupa la segunda y principal parte del cuento.
Marco Flaminio Rufo es un tribuno militar romano que, fascinado por la historia que un jinete desconocido le
revela antes de morir, sale en busca de un río que da la inmortalidad a quien bebe de él. Lo acompañan
doscientos soldados cedidos por el procónsul de Getulia junto con algunos mercenarios reclutados por él
mismo. Tras perder a sus hombres en el desierto, encuentra un río de agua arenosa del que bebe sin saber que
aquel era el río que buscaba, y que los trogloditas que vivían cerca de él eran los inmortales.
Después de atravesar un laberinto subterráneo casi interminable, emerge a la Ciudad de los Inmortales. A
diferencia de aquel, cuya arquitectura respetaba las simetrías, la ciudad era una serie caótica de construcciones
carentes de sentido. Cuando consigue salir, descubre que afuera lo espera uno de los trogloditas, al que decide
llamar Argos, como el perro de Ulises en la Odisea. Más adelante, el troglodita le confiesa que él,
Argos, es Homero.
Marco Flaminio descubre que la inmortalidad es una especie de condena. La muerte da sentido a cada acto
ante la posibilidad de ser el último; la inmortalidad se lo arrebata.
Sabía [la república de hombres inmortales] que en un plazo infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas.
[…] Encarados así, todos nuestros actos son justos, pero también son indiferentes. No hay méritos morales o
intelectuales. Homero compuso la Odisea; postulado un plazo infinito, con infinitas circunstancias y cambios,
lo imposible es no componer, siquiera una vez, la Odisea.
Resueltos a salir de esa situación, hacia el siglo X él y los demás inmortales se dispersan por la faz de la tierra
para encontrar ese otro río (que por fuerza debe de existir en alguna parte) que «borraría» la inmortalidad. En
1921, viajando por el norte de África, al fin lo encuentra y descubre con júbilo que vuelve a ser mortal.
La tercera y última parte es una breve «posdata» a modo de epílogo, de estilo típicamente borgiano, que
combina alusiones literarias verosímiles con referencias ficticias.
En el cuento “El inmortal” de Jorge Luis Borges, convergen, además de una historia épica fascinante sobre un
viaje en busca de la inmortalidad y posteriormente uno para cancelar la misma, un postulado filosófico, que
oculto en la estructura de Abismo en la que está narrada la historia, insinúa el panteísmo y redefine el concepto
de eternidad. El cuento comienza con un narrador implícito, que bien podría ser el mismo Borges, o tal vez el
anticuario, Joseph Carthapilus. Este hace entrega de seis volúmenes en cuarto menor (1715- 1720), de la Ilíada
de Pope, a la princesa Lucigne. En el último de los volúmenes entregados por Carthapilus, cuenta el narrador,
se encontraba un manuscrito, donde se desarrolla la parte principal del cuento, la historia de un tribuno militar
al que un jinete en vísperas de su muerte le confiesa la existencia de un rio secreto, Este convierte a cualquier
hombre que lo beba en inmortal. A lo largo de la próxima explicación trataremos de exponer aquellas
insinuaciones a las que refiero y denotar el carácter fantástico de la historia, los recursos y matices con las que
el autor genera una constante atmosfera de confusión temporal.
El relato comienza, como ya he mencionado, con la entrega de seis volúmenes de la Ilíada de Pope a la
princesa Lucigne. El dueño de tales volúmenes es Joseph Carthapilus, oriundo de Esmirna, de donde proviene
también Homero, Autor de la Ilíada (posteriormente traducida por el poeta británico Pope). Joseph, nace en
Esmirna y muere en el mar tratando de volver allí, lo que parece ser un indicio de lo que posteriormente el
relato vuelve a sugerir una y otra vez, dado que en la estructura filosófica del cuento, la originalidad, la autoría
son meras construcciones simbólicas de los mortales. Como expone el texto, toda novedad no es más que un
recuerdo.
En el principio del relato donde nos cuentan sobre el anticuario también se mencionan otras características
particulares, como su apariencia: “un hombre consumido y terroso, de ojos grises y barba gris, de rasgos
singularmente vagos”. Y también su forma de hablar: “Se manejaba con fluidez e ignorancia en diversas
lenguas; en muy pocos minutos pasó del francés al inglés y del inglés a una conjunción enigmática del español
de Salónica y de portugués de Macao”.
La atmosfera confusa con respecto al tiempo, los hechos y los nombres comienza desde la primera frase del
manuscrito, que según el narrador del primer párrafo está redactado en ingles y abunda en latinismos, dando
conciencia otra vez de lo difuso de su origen o de la naturaleza de su autor.
Dijo Borges alguna vez que su padre le descubrió el poder de la poesía, de las palabras, no
solo como forma cotidiana de comunicación, sino como llaves que iluminan el misterio, como
símbolos de lo eterno, como signos musicales cargados de secretos.
“La lluvia” es un poema que Borge dedica a su padre, como es evidente tras la lectura de su
último verso. Es una pieza íntima, frágil que funciona como una larga introducción para ese
cierre final en el que se ilumina la emoción del poeta al escribir estos versos.
El escritor argentino utiliza la lluvia como elemento que nos transporta al pasado. La lluvia
despierta emociones melancólicas, recuerdos tras la ventana empapada. Pero también el
agua es un símbolo de lo infinito del eterno devenir, del tiempo circular.
Borges dijo también en su día que uno de los mejores recuerdos de su infancia era la
biblioteca de su padre, de la que no recordaba haber salido. Jorge Guillermo Borges fue
durante muchos años una figura en segundo plano, oculta por la poderosa personalidad de la
madre del escritor. Pero ya en el otoño de su vida, Borges se reencuentra con él en este
poema de El hacedor (1960). Le oye en la lluvia, en el patio. Su voz nunca se fue.