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Capítulo i.

H istoria y dilem as de los m ovim ientos


an tisistém icos 27

El n a cim ie n to de lo s m o vim ien to s


a n tisistém ico s y su s d eb ates estratégico s
en lo s añ os de 1789 a 1945

Desde sus primeros años, la econom ía-m undo capitalista, que 11111
ciona desde por lo m enos hace cinco siglos, ha provocado siempre fuer! 1■ .
resistencias por parte de los trabajadores, y ello bajo form as diversas: n
vueltas campesinas, m otines de hambre, movimientos mesiánicos, e ¡11
cluso diversas form as del bandidism o social. Pero es hacia el siglo XIX
que, por prim era vez, se han constituido m ovim ientos antisistémicos, |><>
líricos, organizados y durables, lo que ha sido una notable creación social,
a la cual no obstante y durante m ucho tiempo, se le ha dado m uy poca
atención, adem ás de no haberla analizado tam poco suficientemente.
E sta creación de un instrum ento del cam bio social, si bien se lia
revelado com o algo m uy eficaz, ha conocido al m ism o tiem po ciertos
lím ites. Y es esta realidad contradictoria, doble, la que puede explicar
el curioso fenóm eno que se desarrolló después de 1945. En efecto, niien
tras que durante este periodo de la segunda posguerra estos m ovim ic 11
tos parecían estar m ás fuertes que nunca, es en esta m ism a época cuan
do se han m anifestado las dudas m ás grandes respecto de su capacidad
para alcanzar sus propios objetivos, paradoja aparente que resultaba
de las presiones contradictorias nacidas tanto de la estructura coin<><le
las estrategias de estos m ovim ientos.
E ntonces, no se puede com prender lo que ha sucedido después
de 1945 m ás que desde el contexto de la historia propia de esos moví
m ientos, y esa historia debe necesariam ente partir de la época de la

27 Este texto fue publicado originalmente en inglés como capítulo del libro colectivo tilulmln
Transforming the Revolution, que incluía también ensayos de Giovanni Arrighi. Samir Amíu v
André Gunder Frank. La presente traducción al español está hecha, en cambio, de la versión di­
ese libro en francés, titulada Le granel tumulte? Les mouvements socictux dans!'économic-monih1
Ed. La Découverte, Paris, 1991, pp. 10 - 55. La traducción del francés al español es obra di
Carlos Antonio Aguirre Rojas.
u» 11isloriji y dilrm.r. <l<* los movimientos antisistémicos

Revolución Francesa. Y no porque esta R evolución, ni tam poco el p e­


riodo napoleónico, hayan sentado las bases de la ^organización de esos
m ovim ientos, aún cuando en esos tiem p os nosotros podem os ya d es­
cubrir los em briones de estos últim os. M ás bien, el punto princip al es
que la Revolución Francesa, de un lado ha puesto a la ideología del
Antiguo Régim en en una postura defensiva, y lo ha hecho definitiva­
mente en la escala de todo el sistem a m undial, y de otra parte, ella ha
sentado sólidam ente las bases de los tem as ideológicos del m undo m o­
derno, de las consignas y las razones de ser de todos los m ovim ientos
que le han sucedido. En resum en, todo lo que puede condensarse en la
célebre fórm ula: “Libertad, Igualdad, F ratern id ad ”.
Pues en un prim er sentido, estas consignas h an inspirado lo que
podríam os llam ar de m anera m uy am plia el m ovim iento social, es de­
cir, la lucha de las clases oprim idas, y especialm ente de las clases óbre­
l as en la conquista por la libertad (derechos políticos en tod a la exten­
sión de este térm ino, acceso a una cierta seguridad económ ica que hace
posible optar por diversas alternativas políticas y sociales, control so ­
cial sobre el lugar del trabajo y sobre el espacio en el que uno vive), la
igualdad (es decir la elim inación de los criterios políticos, económ icos
y sociales de todo tipo de diferenciación), y la fratern id ad (la ayuda
m utua y la solidaridad de las clases obreras, concebida com o la condi­
ción necesaria de la fratern idad de tod a la hu m an id ad entera).
Es claro que estos ideales del m ovim iento social no nacieron sú­
bitam ente en la época de la R evolución Francesa: tenían ya una larga
historia detrás de ellos; incluso, habían sido algunas veces planteados
I)or m ovim ientos de protesta religiosa. Pero la R evolución F rancesa los
Iransform ó com pletam ente, en prim er lugar porque les confirió una
form a laica e independiente de toda religión. En segundo lugar, porque
les dio tam bién una legitim id ad social tal que incluso los pensadores
conscientem ente conservadores, del tipo de Joseph de M aistre, se com ­
prom etieron por vez prim era en un com bate sistem ático en contra de
ellos, reconociendo de esta m anera su creciente fuerza y presencia so ­
cial. Finalm ente, la R evolución Francesa los expandió en el m undo en­
tero, convirtiéndolos en ideales generales que no estaban asociados con
ningún lugar, con ningún grupo hum ano, o con ningún pueblo o nación
en particular.
La tercera dim ensión novedosa es que esas consignas han inspi­
rado tam bién lo que pod ríam os llam ar, de m anera m uy am plia, el m o­
ví m iento nacional, es decir la lu ch a de los pueblos oprim idos en la con-
quista de la libertad (su autonom ía política, económ ica y cultural, en
i auto que colectividad), la igualdad (encarnada esencialm ente en el con­
Im m an u el W allerstein

cepto de soberanía nacional), y la fraternidad (la solidaridad del con


jun to de un pueblo en tanto que pueblo, por encim a de toda diferencia
ción interna, y tam bién la solidaridad de ese pueblo en tanto que pnc
blo con otros pueblos oprim idos sim ilares a él). La analogía entre los
objetivos es tal, que algunos han pensado pod er aplicar el térm ino ele
m ovim iento social tam bién a estos m ovim ientos nacionales. Pero la larga
historia de los debates políticos entre estos dos tipos de m ovim ientos,
nos obliga a m antener para ellos dos denom inaciones distintas.
A q u í tam bién los objetivos, considerados en sí m ism os, no eran
nuevos. Pero la R evolución F rancesa ha im puesto a todo el sistem a
m undial dos conceptos que hasta ese m om ento no habían sido recono
cidos u n iversalm en te. P rim ero, el concep to de soberanía, concepto
crucial para tod a la superestructura política de la econom ía-m undo ca
pitalista, con su sistem a interestatal: aquella cualidad que hasta ese
m om ento se atribuía a la figura de un individuo, el “soberano”, la Reve>
lución lo ha convertido'en un concepto que se atribuía a la figura coto
pleta d el pueblo, convertido ahora en pueblo “soberano” . El segundo
concepto es el de la nacionalidad, que hasta ese m om ento no se aplica
ba m ás que a un pequeño núm ero de Estados, y que a partir de en ton
ces se h a convertido en un patrim onio com ún de todos los pueblos, in
cluso de aquellos cuya existen cia no ha sido hasta h o y reconocida.
El cam ino que h a tom ad o esta expansión de la idea nacional es,
por otro lado, paradójico, porque no es la de la difusión de los ideales
revolucionarios, sino m ás bien la del im perialism o revolucionario bajo
la form a de la conquista napoleónica, la que en su m om ento provocó
un nacionalism o antifrancés. Este doble aspecto de su origen es ev¡
dente aún dentro del nacionalism o m oderno, que puede ser, al m ism o
tiem po, revolucionario frente a fuerzas de opresión m ás poderosas, per< >
tam bién im perialista frente a otras fuerzas m ás débiles, provocando v
legitim ando en cada m om ento otras luchas distintas.
Sin duda, como lo sabem os bien, la Revolución Francesa fue segui< la
del periodo de la Restauración, de una época durante la cual se pensaba
haber elim inado al movim iento social a través del restablecimiento do la
Monarquía. Y esto, sobre todo en Francia, en donde movim iento social y
movim iento nacional eran considerados, simultáneamente, como un fi a
caso, por parte del ‘Concierto europeo’ que había organizado Metternicli
Pero m uy pronto se vio que no era tan fácil tratar de lim itar y encasillar al
nuevo espíritu dentro de los viejos moldes. Las ideas inspiradoras coi 11 i
nuaron expandiéndose bajo form as diversas.
Así, desde la primera m itad del siglo XIX, los protom ovim ientos (li­
la clase obrera desarrollaron en su seno todos los elem entos que estaban
11 ¡alona y dilem as de los m ovim ientos antisistém icos

i i Mmi I*». ,i mantenerse tam bién como características de su época más


...... . su capacidad de organización (como el caso de las Sociedades
...... -la i ii Inglaterra, que estaban forzadas a ser secretas en virtud de la
I * , mi contra de las Coaliciones), los diversos intentos de construir uto­
pia colectivas (defendidos por los partidarios d e O w e n , por los Saint-
111 ion ia i ios, por los fourieristas), la violencia (bajo la form a del luddismoy
•li l Manquismo, pero tam bién de la Revolución H aitiana con la insurrec-
■ Ion d<- los esclavos), la reivindicación de reform as legislativas llevadas a
cal to por parte del Estado (la Campaña por el establecim iento de la ley de
la.-; diez lloras y en contra del trabajo de los niños y de las mujeres, en
Inglaterra, el Movimiento Carlista en general, pero tam bién la Cam paña
IK >i la (-mancipación de los católicos, en Irlanda y en Gran Bretaña).
En este m ism o periodo, las m anifestaciones de la corriente de los
..... vi n lientos nacionalistas han puesto en evidencia todas las am bigüe­
d a d e s que habrían de continuar tam bién durante las etapas posterio­
res Es claro que varios nuevos Estados se fo rm aron sobre la base de las
antiguas fronteras “colon iales”, com o fue el caso en A m érica Latina,
pero tam bién en Bélgica en 1830, casos que fueron dirigidos por gru­
pos cpic han podido encontrar apoyo en el desconten to social interno,
II i n 1cntado, por lo dem ás, por la influencia ideológica de la R evolución
tú ancesa. Y esos m ovim ientos se beneficiaron adem ás de una coyuntu-
11 internacional favorable, teniendo el apoyo de una o de varias gran ­
de s potencias de la época. Pero tam bién es claro que esos m ovim ientos,
no necesariam ente m ovilizaron en su apoyo a las grandes m asas de las
capas sociales m ás desfavorecidas de sus respectivos países.
Después, la econom ía-m undo capitalista se ha ido incorporando
nuevas zonas y nuevos territorios; de ello ha resultado su reestructura­
ción política y la creación de nuevos Estados. En la línea de esta crea­
c ió n, se pueden distinguir tres variantes, que se pusieron en práctica en
el caso del Im perio O tom ano. La prim era, es la que podríam os llam ar
la del nacionalism o en sí m ism o, com o fue el caso de la R evolución Grie­
ga de 1820-1830, que fue abiertam ente apoyada p o r la G ran Bretaña y
que estaba representada, en esta situación, p o r dos figuras típicas y
opuestas: de un lado por ese rom ántico liberal, tercerm und ista antes
de que este térm ino fuese inventado, que era Lord Byron, y de otra par-
l e, por el im perialista cultural en todo su esplendor que fue Lord Elgin.
Una segunda varian te es la de la reconstrucción llevada a cabo
desde el interior, y es este el caso de la ruptura que llevó a cabo Egipto
con el Im perio O tom ano, ruptura construida por parte del prim ero de
los “ m odernizadores”, que eraM éh ém et-A lí. G ran B retaña y Francia lo
apoyaron en la m edida en que su proyecto debilitaba al dom inio im pe-
Im m anuel W allerstein

i'ial otom ano, y sobre todo, cuando este últim o se oponía a sus intere
ses. I’ero al m ism o tiem po, esas dos potencias se opusieron a los planes
de; este proyecto, cuando intentó crear un Estado egipcio efectivam ente
fuerte y autónom o. Finalm ente, una tercera posibilidad fue la recons­
trucción desde afuera, y es el caso de la conquista de A rgelia por parte
de Francia y de su colonización a partir del año de 1830. En este caso,
observam os inm ediatam ente u n a fuerte reacción, en la cual es posible
encontrar los orígenes del nacionalism o argelino m oderno, el Estado
de A bd E l-kader y su resistencia a la conquista.
Estos intentos de m ovim ientos organizados eran todavía m uy con­
fusos, como era de esperarse en un periodo en el que se intentaba lo que
podía intentarse, sin demasiados análisis o debates estratégicos. Porque
estos últim os han surgido verdaderam ente, sólo a partir del ambiente re­
volucionario de 1848 y de las derrotas políticas que lo han acompañado.
En 1848, por vez primera en Francia, un grupo político cuya base era
proletaria ha intentado seriam ente conquistar el poder del Estado en be­
neficio de la clase obrera, junto a la legalización de los sindicatos y el con­
trol obrero sobre los lugares de trabajo. El intento fracasó, la guerra civil
irrumpió en el mes de junio, siendo una guerra civil corta pero de una
violencia extrema, y después el orden fue restablecido por medio de una
dictadura m ilitar con rasgos populistas, bajo la égida de Napoleón III. Esl <>
com probaba que la victoria del movimiento social no llegaría fácilmente'.
Sabemos bien que uno de los análisis políticos m ás conocidos de Carlos
M arx se refiere a estos acontecimientos y a su prolongación, en la obra Id
dieciocho brumario de Luis Napoleón Bonaparte, y esto no es una casua
lidad. Com o no lo es tam poco el hecho de que el texto estratégico funda­
m ental del movim iento social moderno, el que ha ejercido la más grande
influencia sobre ese movimiento es el del Manifiesto del Partido Comu­
nista, que fue publicado precisam ente a comienzos de 1848, es decir antes
de la insurrección de junio, la que precisam ente ha provocado que un pan­
fleto, que en otras condiciones quizá habría estado destinado a perderse
en la oscuridad, haya en cambio podido dar nacim iento a un movimiento
de am plitud mundial.
Pero 1848 no ha sido solamente una enseñanza fundamental para el
movimiento social, tam bién ha sido la época de la “primavera de las nació
nes”, seguram ente m uy breve, pero que ha establecido también ciertas lec­
ciones im portantes para el futuro. Porque es claro que ha sido la coyuntu
ra internacional desfavorable la que provocó la derrota de los distintos
intentos por crear nuevos estados soberanos, sobre la base de reivindica­
ciones que eran a la vez constitucionales y nacionales (en Alemania, en
Italia y en Hungría). De esta experiencia, era necesario concluir que los
in I listoria y dilemas di* los movimientos antisisLéniicos

...... 111111 ■111uní iac i(males no podrían triunfar sin estar acom pañados de una
i i >\ niiliu .i internacional favorable, que les perm itiese encontrar aliados
' 1111 r I,i:, i',i;111<les potencias. En resumen, la revolución nacionalista no era
un proceso más fácil que el de la revolución social, y ellas debían, ambas y
i lula una por su lado, contar sobre todo con sus propias fuerzas, y esas
lo* i a era necesario construirlas y organizarías.
Entonces, la gran lección de 1848, es que todos esos m ovim ientos
1 ni ni necesidad de una organización política estable, capaz de llevar a
• nimias» liversas luchas durante largos años; ésta era un arma indispensa-
l i' 1>¡ira la victoria, y este axiom a ha sido la base de la estrategia de todos
I ■ movimientos de cierta im portancia a partir de esta, fecha. Algunos di-
1nn, incluso, que esta lección fue dem asiado bien comprendida.
Naturalm ente este principio no fue adm itido de entrada sin dis-
eusión. Muy por el contrario, entre 1848 y la insurrección obrera si-
•uirnle, la de la Com una de París en 1871, la discusión fue inten sa y se
l n 'I. o izó, de un lado, en el debate entre los m arxistas y los anarquistas
en el seno de la Prim era Internacional, fu n d ad a en 1864, y de otra p ar­
le. entre los m arxistas y los proudhonianos.
I’ara los proudhonianos, la salida consistía en salirse y ubicarse fue-
ra del circulo de las relaciones de la producción capitalista, y para los
¡1narquistas el objetivo era la destrucción del Estado, en tanto que base de
I*>tl<>el sistema; tales eran los verdaderos m edios de realizar, según ellos,
los objetivos de la clase obrera. Por su lado, los m arxistas juzgaban que
dicho retiro sería una estrategia destinada al fracaso, y de ninguna manera
.ilgo progresista; y en cuanto a la destrucción del Estado, ella no sería tan
lácil de cumplir como lo creíanlos anarquistas. En lugar de estas dos vías,
lo que los marxistas proponían era más bien una em presa m etódica de
conquista del poder del Estado, apoyándose en el potencial revolucionario
t le aquellos que “no tienen nada que perder, m ás que sus cadenas”, es de­
cir la clase del proletariado industrial. Poniendo el acento sobre la organi­
zación colectiva, despreciaban todo aquello que parecía derivar del indivi­
dualismo, no obstante, sin rechazar la m oral del trabajo; aunque conci-
Itiendo que esta últim a debería de ser aplicada, específicamente, sólo por
aquellos que estaban dispuestos a em plearla al servicio del bien común.
I -as estrategias proudhonianas y anarquistas eran consideradas no sola­
mente com o ineficaces, sino tam bién com o posiciones que fácilm ente se
prestaban a derivar en una vida de bohem io, a degenerar en com porta­
mientos similares o próximos a los del lum penproletariado, o dicho de
»>t ra manera, a com portam ientos irresponsables y políticam ente dudosos.
Por el contrario, para los marxistas, el cam bio social debería ser el resulta­
do final de esfuerzos rigurosos y conscientes.
linmanuel Wallerstein 4

Tam bién es necesario considerar que la Com una de París fue desd
muchos puntos de vista un acontecimiento sorprendente, porque ella n
nació de una empresa m etódica y consciente, sino más bien de una situ;:
ción política particular: la de la derrota de Francia en la guerra de 1870, e
contra de Alemania. Es claro que la Com una sería destruida y m asacrad
por una fuerza armada, derivada de una alianza de las clases dominante
francesa y alemana. Pero no es menos cierto que esa Com una nos habí
dado la prueba de la capacidad de las clases obreras para organizarse rápi
da y adecuadamente en el contexto de una situación revolucionaria, moví
lizando en torno de ella un amplio apoyo de las masas, y m ostrándos
como particularm ente apta para la creación y la inventividad social.
Y súbitamente, ella ha dado también un sentido concreto al concep
to de “dictadura del proletariado” (un sentido pasajero, evidentemente
concepto destinado, a partir de ese momento, a tener una m uy larga vid?
Y es así que en 1872, los marxistas vencerán definitivamente en el seno d
la Internacional sobre los anarquistas bakuninistas, aunque la Internado
nal misma, que ha reunido en su seno a un conjunto de movimientos m á
bien débiles, se apagará cuatro años después, al igual que varios de eso
m ovim ientos débiles. Entonces, en el periodo siguiente, y en sustituciói
de esta Primera Internacional, en la m ayor parte de los países de Europ;
Occidental se organizarán partidos obreros sólidos y metódicos, lo mis un
que poderosos sindicatos. Y ambos, estos partidos y estos sindicatos, se
rán los que constituyan la base de la Segunda Internacional.
De este m odo, entre 1870 y 1914, y com o el debate sobre la orga
nización política había sido ya resuelto, las discusiones se centraroi
sobre tres tipos de problem as nuevos.

1. En la m ayor parte de los Estados europeos, hubo desde ese mo


m entó no uno sino dos tipos de organización de la clase obrera, de ui
lado sindicatos, y del otro partidos socialistas; am bos reclutaban su;
adherentes en los m ism os sectores, su personal dirigente se sobrepon!;
a veces, pero eso no im pedía que se m antuvieran com o organizacione:
d istin tas y dentro de cam p o s de acción d iferen tes. Los sindicato:
actuaban en el seno de los lugares de trabajo, y sobre todo dentro de
cam po de la “econom ía”, luchando por arrancar a los patrones capita
listas lo que los obreros consideraban com o sus propios derechos. Su:
m edios de acción eran, de un lado la huelga, la presión sobre los patro
nes por m edio de la interrupción de la producción, y del otro las negó
ciaciones, directas o por la interm ediación de las autoridades políticas
Por su lado, los partidos socialistas actuaban en el cuadro de la es
tructura estatal y del dominio “político”, luchando por arrancar aquello ;
. I• I I ímI oi In v <111«* 111 n •. «Ir lu:. m o ví ni I i ' i i I on .m i Isl.sl n i i l n >s

I" 'l'" I" olm m:; tenían derecho, no de las manos;de los patrones, sino
"i i l'H'ii dr I.i•• manos del Estado. Sus m edios de acción eran análogos a
I" d. los sindicatos: el empleo de una cierta form a de violencia en contra
di l Estado, y lamí>ién las negociaciones con él. Se puede entonces pensar,
i I- i i lu d i r í a s similitudes, que los esfuerzos de sindicatos y de partidos
sr liahi i.m podido fácilm ente sincronizar y armonizar. Pero en aquellos
lu mpo:; surgió fatalmente el problem a de las prioridades y de las jerar-
11uta:; cn t re los dos tipos de organización, y esto se com plicó rápidam ente,
I'<a la emergencia de dos tendencias -llam ad as por algunos “desviacio-
i ir . , y que se repartían de manera desigual en el seno de esas organiza­
ciones.
l ,a prim era tendencia fue el resultado de la aparición de esa capa
*Iiii■, de una m anera peyorativa, fue nom brada “aristocracia o brera”, o
II icl 10 de otro m odo, de una capa de obreros altam ente calificados, me-
|or pagados, y que eran frecu entem ente conservadores en m ateria de
reivindicaciones políticas - e s to , en razón de su “posición de clase”, en
la m edida mism a en que ellos ya tenían algo m ás que perd er que sola­
m e n t e sus cadenas— . A h ora bien, es im portante subrayar que fue pre-
i e ;a 111e n te en el seno de esta capa obrera que los sindicatos h abían echa-
do inicia luiente raíces. V isto desde la lejanía, nos parece ahora in evita­
ble que hayan sido esos obreros los que tuvieron un lugar tan despro­
porcionado en el seno de esas direcciones sindicales. Lo que entonces
derivó, rápidam ente, en el hecho de que las reivindicaciones sindicales
■ o concentraron, fundam entalm ente, en torno de la lu ch a p o r las nece­
d a d e s m ateriales m ás inm ediatas.
I ,a otra tendencia había nacido de la evolución de los partidos so­
lía listas, los que tend ían hacia la construcción de una suerte de alianza
de clases, en la m edida en que atraían h acia ellos, cada vez m ás, a cier-
tos intelectuales de origen burgués. V arios de estos últim os, gozaban
de buenas situaciones profesionales en el seno de las clases m edias, e
incluso de las clases altas. Pero sobre todo a partir de su form ación,
estaban bien entrenados en el ám bito de las tareas de la organ ización
que eran indispensables para un partido político. M ucho m ás que los
obreros calificados, estos intelectuales se m ostraron com o capaces de
ocupar los puestos de responsabilidad, cada vez m ás num erosos, den­
tro de los aparatos de dirección de esos partidos. Y entonces, em peza-
ron a ver el rol del partido com o el de una vanguardia, encargad a de
m antener en el cam ino correcto a un sindicalism o que estaba d o m in a ­
do por la aristocracia obrera.
a. Los gérm enes de estas contradicciones estaban entonces ya sem ­
brados desde este periodo, aún cuando en aquellos tiem pos no tom aran
Iimiumiicl W iiIIcmnIcíii i i

todavía la form a de un conflicto interno abiertamente declarado, sino so­


lamente la de una tensión respecto de la prioridad jerárquica de uno o de
otro tipo de organización; y vale la pena señalar que en esa época, esta
contradicción no fue de hecho solucionada nunca verdaderam ente. M uy
al contrario, ella se integró aunque sin confundirse, dentro de la segunda
gran divergencia interna del movimiento socialista, la que se refería al punto
de la táctica de la conquista del poder del Estado, y que puede resumirse
sum ariam ente en la oposición entre la vía parlam entaria o gradual, y la vía
de la insurrección revolucionaria. Al principio, la discusión fue llevada to­
talm ente de buena fe entre los defensores de un m ism o ideal: el ideal de la
sociedad socialista, puesto que esa discusión le había sido impuesta al m o­
vimiento, a partir de una situación nueva e independiente de su voluntad.
Esa situación era la de la extensión continua del derecho de voto, esencial­
mente dentro de los países centrales de la economía-mundo.
Sin duda, esta era una antigua reivindicación de todo el m ovim iento
dem ocrático, pero fue sólo hacia m ediados del siglo X IX que las fuerzas
conservadoras se dieron cuenta de que podían obtener, con la conce­
sión de esta dem anda, ciertas ventajas para la cooptación de estos m o­
vim ientos. De hecho, en Inglaterra por ejem plo, fue el to ry Disraeli y no
el liberal G ladstone, quien propuso la más am plia extensión de este de­
recho al voto, lo que es un signo evidente de este cam bio. Y se podría
agregar que incluso en A lem an ia, fue el ultraconservad or B ism arck
quien de hecho inventó lo que m ás tarde se llam ará el E stado-Provi­
dencia.
Entonces se planteaba la pregunta a los socialistas, de decidir si
ellos debían o no participar en las elecciones, si debían o no participar
dentro de la vida parlam entaria, y finalm ente, a partir del fin del siglo
XIX, incluso si debían o no participar en el gobierno. Sobre este proble­
m a, hubo entonces aquellos que no veían ninguna razón para no llevar
a cabo esta participación, pues consideraban que su electorado poten ­
cial constituía claram ente la inm ensa m ayoría de la población, y esto
por definición. En consecuencia, los partidos socialistas tenían todas
las oportunidades de ser los grandes beneficiarios de esta extensión del
derecho de voto, con lo cual podrían hacer que el Estado evolucionara
en la dirección que los b en eficiaba a ellos. Por otra parte, los escépticos
frente a esta participación, retom aban nuevam ente los argum entos de
los m arxistas en contra de los proudhonianos y los balcuninistas, pues
pensaban que las cosas no serían tan fáciles. La burguesía, afirm aban,
no se dejaría expulsar del poder por m edio de los sim ples resultados
electorales, o m ás exactam ente, ella no perm itiría una supresión del
capitalism o por la sim ple vía electoral. En consecuencia, el proletaria-
l i H istoria y dilem as de los m ovim ientos antisistém icos

i li i i Ifhía prepararse para una áspera lucha, es decir, d ebía prepararse


puro la revolución. i
No obstante, en E uropa O ccidental y en E stados U nidos, la doctri-
n.i llam ada "revisionista”, es decir, la de una evolución gradu al h acia el
<nía Ir ano, era atractiva porque parecía correspond er a los resultados
lili malí a tos y concretos, y aparecía com o m enos u tópica que la táctica
11 vi ilucii maria o de la lucha arm ada. Y a que a m edida que los partidos
■ ir.sa n en núm ero y se transform aban en partidos de m asa, e sta p e rs-
pi’rl iva se reforzaba, tanto entre los m ilitan tes com o entre los dirigen-
trs Nulamente en Rusia, donde no había ni elecciones ni parlam ento, y
en donde el proletariado industrial era poco num eroso, no h ab ía un
lis n no favorable para este “revision ism o”, y su éxito parecía entonces
poro creíble. T am bién, en 1902, los antirevisionistas h ab ían adquirido
el control del partido, en un Congreso en el que tuvo lugar u n a ruptura
interna del Partido O brero Socialdem ócrata Ruso. Los bolcheviques,
dirigidos por Lenin, sostenían que solam ente un partido clandestino
de cuadros —en oposición a u n partido de m asas que actuaba legalm en-
le , estaba en capacidad de conquistar el pod er en Rusia, lo que en el
11ni texto del poder zarista, parecía en efecto plausible, de suerte que la
¡11 gu m entación de L enin era perfectam ente pragm ática, en el sentido
de estar en clara conform idad con las situaciones de hecho.
Pero en el trasfo n d o de to d a esta p o lém ica, se reen cu en tra n dos
am bigüedades ubicad as en el corazón m ism o del a n á lisis m arxista.
I .a prim era, es la que se refiere a la ten sió n entre d eterm in ism o y v o ­
luntarism o, viejo p ro b lem a m etafísico del p en sam ien to o ccid en tal, en
relación al cual, M arx ha in ten tad o segu ir u n a vía in term ed ia, so ste­
niendo al vo lu n tarism o en contra d el lib eralism o , y al d eterm in ism o
en contra de los otros pen sad o res socialistas. N o o b stan te, la to n a li­
dad d o m in a n te d e n tro d e su s a n á lis is h a sid o m á s b ie n la d el
d eterm inism o, de su erte que los revisio n istas han p o d id o tratar de
apoyarse sobre esta idea, u tilizá n d o la para d efen d er el carácter “in ­
e vitab le” de la evo lu ció n social h a cia el so cialism o , y ju stific a n d o en ­
tonces una p o lítica grad u alista. M ien tras que L enin, p o r el contrario,
se ubicaba d elib erad am en te del la d o del vo lu n tarism o , p o n ien d o el
acento sobre la im p o rta n cia d ecisiva de u n a acción organ izad a, y lle ­
vada a cabo por u n a m in o ría d evo ta y bien form ad a.
La segunda am bigüedad del análisis m arxista se refiere al rol de la
conciencia hum an a - l a que para M arx era una sup erestructura que re­
flejaba el estado de la base económ ica, aunque no se tratab a de una
correspondencia autom ática, porque podía existir, com o él lo planteó,
tam bién una “falsa co n cien cia”— . Pero entonces, ¿cóm o d eterm inar el
Im m anuel W allerstein 4‘

grado de verd ad de una cierta conciencia determ inada? U na solu ciór


consistía en dejar que la h istoria fuera la que decidiese y resolviese este
punto, es decir, adm itir que después de un cierto tiem po el nivel de
conciencia hum ana se adaptaría de m anera espontánea para convertir­
se en una traducción exacta de la realidad m aterial. La otra solución
era la de la anticipación y la aceleración de la historia, o dicho en otros
térm inos, aquellos que tenían la más grande claridad política debían de
guiar a los otros, en función de su nivel de conciencia más elevado.
E videntem ente, la prim era solución se adaptaba m ucho m ás a 1;
tendencia llam ada revisionista, m ientras que la segunda se acompasa!);
m ucho m ejor en la línea de razonam iento de los bolcheviques. Y de uní-
m anera no m enos clara, esta polém ica está estrecham ente ligada a la
que nosotros evocam os antes, sobre el rol respectivo de la aristocracia
obrera y de los intelectuales revolucionarios. Los revisionistas, de un
lado, sentían la necesidad de defender que su conciencia era la traduc­
ción ju sta y en el largo plazo de su propia base m aterial, m ientras que
en cam bio, los intelectuales revolucionarios, sentían la necesidad de
defender que su conciencia era una traducción ju sta de la base m ateria í
de la clase obrera, en oposición a la traducción sindicalista, juzgando
que esta últim a no reflejaba m ás que las preocupaciones inm ediatas.
3. El tercer problem a se refiere a las relaciones de los socialistas
con el nacionalism o, de un lado, y con las reivindicaciones cam pesinas
del otro. V em os habitualm ente estos dos problem as com o algo distin
to, y de hecho dieron lugar a debates diferentes en su propia época.
Pero en el fondo se trata de un m ism o debate, que se refiere al rol que
ju egan todos aquellos que no son parte del proletariado industrial en la
lucha por el socialism o, e incluso al rol de estos m ism os proletarios de
las fábricas que no pertenecen al grupo étnico m ayoritario o dom inante
dentro del Estado. Porque esos “o tros” pueden ser, en un prim er caso
un grupo m inoritario étnico, o incluso una “nación”, que reclam a sus
derechos a la existencia nacional —o por lo m enos el derecho a la expre­
sión de su cultura, y en otro caso, sus derechos políticos, y en am bos, la
igualdad económ ica— , y en un segundo caso una población de trabaja­
dores rurales, que reivindican su ju sta parte dentro de los frutos de su
trabajo, exigiendo frecu entem ente la posesión de la tierra que ellos
m ism os trabajan.
U na vez m ás, la respuesta del m ovim iento socialista a estas reivin
dicaciones tom ó dos direcciones diferentes. Hubo una tendencia que
las rechazaba en bloque, y las calificaba de ilegitim as, porque según
ella el proceso de desarrollo del capitalism o iba poco a poco a hom oge
neizar el m undo entero, y por ende a elim inar tanto a las “naciones"
. 40 111 si oí ia v d i l e m a s d e los m< >v mi ion Ion ;i i i I ínínI cí ni c os

com o a los “cam pesinos” en tanto que categorías distintas. Según este
razonam iento, era entonces vano y peligroso querer hacer m ás lento
este proceso, asum iendo la defensa de esas otras reivindicaciones, que
eran distintas a las del propio proletariado industrial. Con esto, no se
habría hecho otra cosa m ás que dividir a la clase obrera. U n punto de
vista que, por lo dem ás, estaba en plen o acu erd o con la ten d en cia
gradualista entre los socialistas.
La posición opuesta, en esta época, no consistía en un apoyo total
ni a las reivindicaciones nacionales ni a las de los cam pesinos, porque
eso se habría visto com o una traición al com prom iso in tem acio n alista
y obrero de la ideología m arxista. M ás bien, la segunda tend en cia ha
afirm ado la legitim id ad de una alianza provisional entre la clase obrera
y esos “o tros”, en virtud del argum ento de que esos “otros” eran opri­
m idos por la m ism a clase dom inante, y que esta alian za era una cues­
tión táctica, que debía hacerse bajo la h egem on ía “de la clase o brera”.
Por lo dem ás, dicha alianza no podía realizarse m ás que si existía un
partido de cuadros y de vanguardia para ejercer dicha hegem onía. E n­
tonces, esta concepción se adaptaba perfectam ente con la perspectiva
de los leninistas, los que la han adoptado efectivam ente com o su propia
concepción.
Paradójicam ente, podem os señalar que durante la P rim era G ue­
rra M un dial los “revision istas”, que se h abían opuesto violentam en te al
nacionalism o, han sido los defensores de la sagrada unión nacional den­
tro de sus propios países, m ientras que por el contrario los leninistas,
partidarios de las alianzas tácticas con lo s nacionalistas, h an rech aza­
do, en tanto que fieles in tem acion alistas, el otorgarle legitim id ad algu ­
na a esa guerra nacional burguesa.
E sta expansión de los m ovim ientos obreros organizados en E uro­
pa, entre 1870 y 1914, coincidió con la últim a gran expansión territorial
de E uropa dentro de la historia m oderna, inscribiénd ose entonces d en ­
tro de ese contexto de la conquista colonial. Consecuentem ente, m ien­
tras que los m ovim ien tos socialistas buscaban su cam ino en tanto que
m ovim ientos antisistém icos, poniendo el acento en las luchas anticapi­
talistas, los m ovim ien tos nacionales en la periferia trataban de encon­
trar su cam ino poniendo el acento en las luchas antiim perialistas. En
este m arco, estos m ovim ien tos nacionalistas reprodu jeron en sus p ro ­
pios debates acerca del rol central de la organ ización política dentro de
sus estrategias, el m ism o tipo de debates que h ab ía conocido antes el
m ovim iento socialista europeo.
Lo que podem os llam ar el nacionalism o cultural, es aquí el equi­
valente de las tenden cias proudhonianas o anarquistas, es decir, la idea
Im m anuel W allerstein

de un retiro fuera del cam po de la sociedad dom inante, que debía e iiv
tuarse m ediante el renacim iento cultural y la afirm ación de su propia
identidad lingüística, artística y de sus diversos m odos de vida. En cam
bio, los nacionalistas políticos respondían un poco a la m anera de los
m arxistas, afirm ando que en el m ejor de los casos el nacionalism o cul
tural no podría alcanzar sus objetivos, e incluso peor, que él era enga
ñoso y erróneo, porque esta autonom ía cultural que no tendría el con
trol del E stado, no dispondría de la base m aterial necesaria para so b re­
vivir. En resum en, tam bién aquí la conquista del poder del Estado - e n
este caso, m ediante la secesión y/o la creación de una nueva entidad
estatal— , se convertía en el objetivo estratégico prioritario, el que para
ser logrado, requería tam bién aquí de la existen cia de un partido.
El debate entre revisionistas y leninistas encuentra su paralelo, en
este caso, en el debate sobre el m étodo de cóm o realizar los objetivos
nacionalistas, habiendo de una parte aquellos que estaban por una vía
“constitucional”, es decir, de negociaciones con las autoridades exis­
tentes, en vista de una transferencia gradual del poder al grupo n acio­
nal im plicado, y de la otra parte aquellos que defendían m ás bien una
acción m ilitante m ucho m ás activa, con m ovilizaciones de m asa y con
confrontaciones abiertas, dentro de una lucha prolongada que en caso
de ser necesario, podría ser incluso una lucha violenta. Es interesante
subrayar, no obstante, que si en sus principios el m arxism o ha sido un
m o vim ien to c o m p ro m e tid o en u n a lu ch a re vo lu cio n a ria , y que el
revisionism o con su vía parlam entaria no se desarrolló y se fortaleció
sino m ás tarde, en cam bio y por el contrario, el m ovim iento nacionalis­
ta arrancó m ás bien con el predom inio de la táctica de la vía constitu­
cional en num erosos países, tales com o la India, China, el m undo ára­
be, M éxico o Á frica del Sur, afirm ando su com ponente revolucionario
tan sólo en un m om ento ulterior, en el cual este com ponente radical se
consolidó.
Estas trayectorias diferentes son el resultado de los diversos terre ­
nos de acción geográficos, y al m ism o tiem po, de las estructuras de cla­
ses diferentes en esa época. En efecto, los m ovim ientos socialistas n a ­
cieron en los países del centro de la econom ía-m undo, m ientras que los
m ovim ientos nacionalistas lo hicieron en la periferia. Los prim eros te ­
nían su base política en el proletariado industrial, antes de am pliarse
para abarcar el apoyo de los sentim ien tos anticapitalistas de vastas
m asas de la población, m ientras que la base social de los m ovim ientos
nacionalistas estaba constituida por las burguesías periféricas y por la
intelligentsia, antes de am pliarse para obtener el apoyo de los sen ti­
m ientos antiim perialistas de tam bién vastas m asas o vastos grupos de
48 H istoria y dilem as d e los m ovim ientos antisistém icos

la población. Pero en las dos situaciones, y a partir de la am pliación de


esas alianzas de clases, derivada de la vo lu n tad estratégica de con qu is­
tar el poder del E stado, las tácticas de los dos tipos de m ovim iento co ­
m enzaron poco a poco a aproxim arse.
Por lo que corresponde a los nacionalistas, su oposición al n acio­
nalism o cultural fue perdiendo poco a poco su im portancia. Pues m ien ­
tras ellos no eran m ás que pequeños grupos de burgueses y de in telec­
tuales, en la búsqueda de una vía constitucional, podían fácilm en te de­
fender tal o cual variedad de integración cultural o de “occidentaliza-
ció n ”, sea bajo la form a de la adopción de ciertos elem entos fu n d am en ­
tales de las culturas occidentales —com o la lengua, la religión, el tipo de
v e stim e n ta , e tc .— , sea b a jo u n a fo rm a e d u lc o ra d a d el tip o de la
reinterpretación del Islam , o del hinduism o, o del confucianism o, para
tratar de defender la idea de que ciertos valores “m o d ern os” no eran
exclusivam ente “o ccid en tales” o “cristian o s”, sino que estaban ya pre­
sentes en las literaturas o en las religiones antiguas de estos m ism os
pueblos. Pero cuando esos m ovim ien tos han com enzado a buscar un
verdadero apoyo de parte de las grandes m asas, no han pod ido ya de­
fender esta asim ilación, dado que para la gran m ayoría de la población
el antiim perialism o significaba la preservación y la reafirm ación de sus
propios valores y bienes, en contra de aquellos que habían aportado los
conquistadores. Y de una m anera sem ejante sucedió con la am pliación
de los m ovim ientos revolucionarios socialistas, los que al crecer han
tenido cada vez m ás que referirse al “p u eb lo ” en su conjunto, m ucho
m ás que solam ente a la clase obrera, lo que los ha inm erso en u n a evo­
lución que, fatalm ente, les ha ido dando una apariencia cada vez m ás
“nacion alista”.
De este modo los nacionalistas, al convertirse en cada vez más m ili­
tantes, se acercaron tam bién cada vez m ás al nacionalism o cultural, aun­
que sólo hasta cierto punto, porque en tanto que m ovim iento político, ellos
tenían que actuar, en cierta medida, dentro del contexto de las restriccio­
nes im puestas por el sistem a político global de todos los Estados restantes.
Y en este punto, hubo igualm ente una convergencia con los marxistas, en
virtud de que el ala leninista del m arxism o evolucionó tam bién hacia un
reconocim iento limitado de la legitim idad de los objetivos nacionalistas -
es decir, desde su propia mirada, culturales— , al m ism o tiem po en que los
m ovim ientos nacionalistas, de su lado, han tratado de seguir una vía inter­
media que com binaba objetivos políticos, objetivos de clase y objetivos
culturales. De esta manera se sentaron las bases de un nuevo análisis polí­
tico, y de nuevos desarrollos, de los cuales la revolución de octubre de 1917
sería el principal catalizador.
Im m anuel W allerstein 4 ‘)

H oy no es m enos sorprendente que com o lo fue en su propia épo­


ca, el hecho de que haya sido en Rusia y no en A lem ania, o en Inglate­
rra, en donde tuvieron lugar los “diez días que conm ocionaron al m un­
do”, para retom ar el título del fam oso libro de John Reed. Y si esta re­
volución rusa ha conm ocionado al m undo, eso fue m enos porque era la
prim era revolución que triunfaba bajo la ban d era del m arxism o, que
por el hecho de que tuvo lugar precisam ente en Rusia y no en A lem a ­
nia, en donde los socialistas del m undo entero la esperaban - d a d o que
el más fuerte m ovim iento socialista, hablando política e intelectualm en­
te, era precisam en te el de A lem an ia— , Lo que em pujaba a la gente a
considerar a esa revolución rusa com o una suerte de “accid ente”, espe­
rando que la revolución que acontecería en A lem ania, vendría en algu­
na m edida a rectificar el curso de la historia.
Pero en A lem ania la revolución sufrió poco después una derrota
fatal, que al cabo de un poco de tiem po, todo el m undo se vio obligado
a asum ir. Lenin obtuvo inm ediatam ente las consecuencias tácticas de
esta derrota: dado que ya no sería posible hacer la revolución con A le ­
m ania, habría que hacerla entonces con el O riente, al cual, en el C on­
greso de B akú de 1921, Lenin le propuso la alianza cabal y com pleta
entre los m ovim ien tos anticapitalistas del centro y los m ovim ientos
nacionalistas antiim perialistas de la periferia. N o obstante, esta alian­
za estaba cargada de todo un conjunto de extraordinarias am bigüeda­
des, cuyas consecuencias sufrim os nosotros todavía hoy.
Porque lo que la revolución de octubre había “probado” al m undo
entero, es que una revolución podía triunfar, y m ás adelante, que com o
fruto de esa revolución triunfante, un Estado revolucionario era capaz
de industrializar a su país, para convertirlo en una gran potencia p o líti­
ca y m ilitar. Pero, en definitiva, ¿qué era lo que esto probaba? ¿O en
qué era diferente esta ‘prueba' - s i es que acaso lo era— , de la ‘pru eb a’
ya dada en 1905, de que un Estado no europeo, en este caso Japón,
podía triu n far m ilitarm ente sobre un Estado europeo, en este caso la
propia R usia? Ciertam ente estas dos “pru ebas” han servido para tran s­
fo rm a r la p s ic o lo g ía s o c ia l de lo s m o v im ie n to s re v o lu c io n a rio s,
insuflando en ellos un optim ism o fundam ental de la voluntad, que d es­
de ese m om ento ha estado en la fuente m ism a de su creciente fuerza
política. Pero al m ism o tiem po estas “pru ebas”, nos vuelven a p la n te ó ­
la cuestión de saber en que consiste, m ás precisam ente, el verdadero
carácter revolucionario de una revolución.
H oy sabem os que la contraofensiva de las fuerzas dom inantes del
m undo capitalista en contra de la U nión Soviética, ha provocado que
finalm ente ella no giró ni hacia A lem ania ni tam poco hacia el O riente,
H istoria y dilem as de los m ovim ientos antisistém icos

sino m ás bien que se replegó sobre ella m ism a, h acia lo que se llam ó el
“socialism o en un solo país”, y hacia stt prop ia autodefensa com o E sta­
do asediado. El control del poder del Estado no fue entonces suficiente
para transform ar a la U nión Soviética, aunque sí lo fue para tran sfor­
m ar a la Tercera Internacional, de ser un conjunto de m ovim ien tos p a­
ralelos, a ser una estructura jerárqu ica que se adaptó a las exigencias de
un Estado en particular, en este caso, el Estado ruso. De aquí, nace la
pregunta de saber en qué m edida esa III Internacional y la U nión So­
viética, ju garo n un papel de fuerzas realm en te antisistém icas al in te­
rior del sistem a m undial, pregunta que quedó en suspenso desde 1920
y hasta la Segunda G uerra M undial.
D urante este periodo, las rivalidades y las m aniobras de las gran­
des potencias dirigentes del m undo capitalista, que h abían y a provoca­
do la Prim era G uerra M undial, han continuado causando estragos, y
preparándose para llevar a cabo la Segunda G uerra M undial. M ás ade­
lante, com o sabem os, la división entre los dos bloques m ilitares de los
países capitalistas se revistió bajo la form a de una fuerte oposición ideo­
lógica, tom ando la figu ra de una confrontación entre u n a coalición “li­
b e ra l” y otra coalición “fa scista”. La pregunta fue entonces ¿debíam os
ver en esta confrontación, com o lo hizo Lenin durante la guerra de 1914,
una sim ple confrontación entre dos grupos de ladrones, o debíam os
m ás bien elegir entre dos cosas m alas, un a de las cuales era quizá m e­
nos grave que la otra?
Las decisiones frente a esta pregunta fueron tom adas por la Tercera
Internacional, para el centro y para la periferia, de un m odo paralelo. Para
los dos sectores, los casos que sirvieron de m odelo fueron el caso de A le­
mania, para los países del centro, y de China para los países de la periferia.
En Alem ania, se trataba de saber si el partido com unista debía o no parti­
cipar en el “frente popular” -c o m o se les llam aría a estos frentes más tar­
de— , al lado de los socialdemócratas y en contra de la derecha, y más espe­
cialm ente de los nazis, o si por el contrario, debía ubicar a esos socialde­
mócratas bajo la etiqueta de “socialfascistas”. En China, se trataba de sa­
b er si el partido com unista debía m antener su alianza táctica con el
Kuomintag, en contra de las fuerzas im perialistas m undiales, y más espe­
cialm ente en contra del Japón, o si por el contrario, debía dar m ás bien
prioridad a la guerra civil. En los dos casos no hubo nunca una respuesta
clara y neta, porque la Internacional cam bió m uchas veces de postura, y
con ella, los partidos com unistas involucrados, aún cuando el partido chi­
no fue m ucho m enos dócil que el partido alemán. El m ism o tipo de proble­
mas habrían de replantearse un poco en todas partes m ás adelante, en
España igual que en la India, por ejemplo.
Im m an u el W allerstein .*>i

D etrás de estas incertid um bres y oscilaciones de la T ercera Inter


nacional, durante el periodo entre las dos guerras m undiales, se perñ
laba un problem a m ás profundo, que se refería al tipo de alianzas que
habían sido planteadas por el Congreso de Bakú. Pues la alianza políti
ca e n tr e lo s p a r tid o s s o c ia lis ta s d e l c e n tro y lo s m o v im ie n to s
antiim perialistas de la p eriferia podía revestir dos significaciones pro
fundam ente diferentes, que sólo se harían evidentes después de 1945.
La disyun tiva era que, de un lado, este podía term in ar siendo sólo un
cam ino m ediante el cual ciertos sectores interm edios de esos dos seg ­
m entos del sistem a m undial, el centro y la periferia, lograrían incorp o­
rarse a dicho sistem a, para beneficiarse un poco del botín y de las m iga­
jas del m ism o, bajo la falsa cobertura ideológica de un supuesto nuevo
orden de cosas.
O en el otro caso, había tam bién la posibilidad de que esta fuese la vía
real para la verdadera reunión de dos familias de m ovimientos antisisté-
micos, los que al unirse form arían un sólo movim iento, infinitamente más
poderoso, y que entonces si tendría el peso necesario para transformar
totalm ente el sistema m undial capitalista. Aquí, una vez más, no hubo una
respuesta sim ple y clara, ni en esa época ni después, y ello porque ciertas
tendencias contradictorias de la econom ía-m undo capitalista misma ha­
cían que tal respuesta fuese m uy difícil de alcanzar.
Porque el m ism o proceso de extensión y de profundización del sis­
tem a en el m undo entero, que había engendrado una polarización de
clases en escala m undial, y reforzado con ello la base social de estos
m ovim ientos, este m ism o proceso había, al m ism o tiem po, reforzado
su diferenciación geográfica, espacializando p o r así decirlo esa polari­
zación de clases, y reduciendo entonces el desarrollo paralelo de los
procesos políticos de sus diferentes Estados com ponentes. Así, las alian­
zas intern acionales de m ovim ientos de tipo diferente se volvían m enos
sencillas, m ucho m enos creíbles, lo que por el contrario, hizo que la
burguesía m undial encon trara en esta situación un m ecanism o p recio­
so tanto de control com o de cooptación.
Además, esa extensión mundial del sistema, ampliaba también el papel
de los Estados y del sistem a interestatal, en tanto que instituciones clave
de toda la econom ía-m undo, dándole sim ultáneam ente una importancia
decisiva al tem a del control del poder del Estado, aunque esta importancia
se presentaba como m ucho m enos eficaz para el caso de los Estados más
débiles. En consecuencia, la conquista del poder del Estado en tanto que
arma de los m ovim ientos antisistémicos, se convertía a partir de ese m o­
mento en algo particularm ente ambiguo: esta conquista podía servir para
sabotear el sistema, pero al m ism o tiem po transform aba a esos m ovim ien­
52 H istoria y dilem as de los m ovim ientos antisistém icos

tos antisistémicos en participantes y en sostenes del conjunto global del


sistem a interestatal existente. Y es este dilema, el que ha com enzado a
jugar un papel central en todo el periodo posterior a la Segunda Guerra
Mundial, después de 1945.

E l éxito de los m o vim ie n to s en la p o sg u e rra :


triu n fo s y a m b ig ü e d a d es
En cualquier época los hom bres han resistido a la explotación,
activam ente cuando han podido, y de m anera pasiva cuando no han
tenido otra alternativa posible. D esde 1789 hasta 1945, se desarrolló
una larga odisea de un trabajo de organ ización en condicion es m u y di­
fíciles, en el curso de una ardua lucha, durante la cual la m ayoría de la
población del globo ha sufrido duram ente la opresión. D entro de esta
aventura, 1945 m arca, psicológicam ente hablando, un verd adero v ira ­
je, porque por vez prim era los m ovim ien tos antisistém icos pensaron
que el éxito estaba a la vu elta de la esquina, y que la estrategia que
h abían adoptado en el siglo X IX, estaba a punto de prod ucir sus prim e­
ros frutos. Recordem os que esta estrategia se apoyaba sobre u n a clara
secuencia: prim ero, la m ovilización para alcanzar la conquista del p o ­
der del Estado, y después, utilizar este p od er para tran sform ar la socie­
dad, con m iras a desarrollar de m anera efectiva una socied ad en la que
dom inara la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Ya que desde 1945 comenzamos a hablar habitualmente de tres “m un­
dos”: primero el m undo occidental industrializado, es decir Europa Occi­
dental, Estados Unidos y Canadá, Australia, y después de 1970, aproxim a­
damente, tam bién Japón. Un segundo grupo era el de los países socialis­
tas, que abarcaban a la Unión Soviética, a los países de Europa del Este, a
China, a Corea del Norte, a los tres Estados de Indochina y a Cuba. Y final­
mente, en tercer lugar, lo que se convino en llam ar el tercer mundo, es
decir Asia menos China y Japón, África y Am érica Latina.
Sin duda, las líneas divisorias entre estos tres “m undos” no eran siem ­
pre dem asiado claras, pero sobre todo si se trataba de analizar el funciona­
m iento de la econom ía-m undo y del sistem a interestatal, esta división
tripartita introdujo m ás confusión que verdadera claridad. No obstante, al
mirarla m ás de cerca, parece que es útil si de lo que se trata en cambio es
de analizar los m ovim ientos antisistémicos. El m undo llam ado occidental
aparece com o aquél en el que el heredero directo de los m ovim ientos del
siglo XIX es un partido “socialdem ócrata”, ligado a la Segunda Internacio­
nal, o algún otro tipo de partido que juega m ás o m enos este m ism o papel.
El m undo de los países socialistas es aquél en el que un partido de la Terce­
Im m anuel W allerstein 53

ra Internacional se encuentra ahora en el poder. Y en lo que se refiere al


tercer m undo, es aquél en el que el representante masivo de las tradiciones
antisistémicas es un m ovim iento nacionalista o de liberación nacional.
Y no es esta una sim ple diferencia en cuanto a las etiquetas id eo­
lógicas, sino una respuesta a la pregunta de saber qué tipo de m ovi­
m iento ha sido capaz de asegurar la m ovilización política de las m asas
populares, en su com bate en contra de los privilegios de todo tipo, y
cuál m ovim iento ha encontrado suficiente eco a sus pretensiones de
representar verdaderam ente los intereses del pueblo entero. Adem ás,
estos tres tipos de m ovim ien tos no solam ente lograron esta m oviliza­
ción de m asas, cada uno dentro de su propia zona, sino que tam bién
han sido capaces, en el periodo posterior a 1945, de alcanzar cada uno
su objetivo político interm edio, es decir, de lograr la conquista del po->
der del E stado en la m ayor parte de los Estados de su zona correspon­
diente. A sí que podem os d ecir que esos m ovim ientos triunfaron. Sólo’
que, para cada uno de estos tipos de m ovim ientos, ha sido la significa­
ción m ism a de ese éxito político la que después se ha revelado com o
algo am biguo, y vale la pena analizar tanto esos éxitos com o sus am bi­
güedades, en cada una de estas tres zonas.
Por lo que corresponde a los países del centro, en el m undo lla­
m ado occidental, la estructura social cam bió considerablem ente. Pues
la enorm e concentración del capital m undial en esta zona, ha hecho
que el nivel de vida haya crecido enorm em ente, no sólo para las profe­
siones liberales y para los cuadros de las clases superiores, sino ta m ­
bién para los obreros calificados y sem icalificados. De esta suerte, si
bien se h a m antenido una capa m uy pobre dentro de la población, ella
constituye ahora un pequeño porcentaje del total. A dem ás, estos secto­
res m uy pobres tienden frecuentem ente a confundirse con un grupo
étnico, distinto del de los respectivos países y en m uchos casos privado
incluso de los derechos de ciudadanía, porque se trata de lo que se ha
llam ado trabajadores m igrantes, es decir de extranjeros. Así, m ientras
que alrededor de 1850 las capas sociales m iserables representaban al­
rededor de un 80 ó 90% del total, alrededor de 1950 ellas no represen
tan m ás que, cuando m ucho, un tercio del total. De otra parte, la inten
sa globalización ha reducido a la población rural, que era m ayoritaria
hacia 1850, a ser un m uy débil porcentaje, hasta el punto de que los
cam pesinos “trad icion ales” han desaparecido prácticam ente, o bien, se
han reducido rápidam ente a ser un grupo num érico poco relevante.
En este periodo p osterior a 1945, a la inm ensa riqueza de los paí
ses del centro correspondía un sistem a político relativam ente liberal,
que reposaba sobre el sufragio universal - p e r o con la exclusión de los
vi H istoria y dilem as de la m ovim ientos antisistém icos

"m igrantes”— , y sobre el m ultipartidism o, e que ten d ía a convertirse


en un sistem a de dos partidos dom inantes, tno m ás o m enos “conser­
vad or”, y el otro m ás o m enos “sociald em ó cu ta”j y en donde ni uno ni
otro se apoyaban exclusivam ente sobre tal o oral clase, aunque, no obs­
tante, el partido socialdem ócrata contaba geieralm ente con una fuerte
base obrera.
En 1945, no obstante, las clases obrera;y sus m ovim ien tos ju zg a ­
ron que esta estructura social, que se h a coivertido para nosotros en
algo fam iliar, se apoyaba sobre bases frágiles en la m ed id a en que esta­
b a presente el recuerdo de la crisis m undial le 1929. Ni el aum ento del
nivel de vida ni el sistem a político liberal pancían suficientem ente bien
asentados, y m ás todavía, esas clases trabajaloras ten ían el sen tim ien ­
to de que había sido necesario luch ar m u y duram ente por cada con­
quista social o política (derecho de voto, a ceso a la escuela, reducción
de la jo rn ad a de trabajo, seguridad social, etétera), y que esas conquis­
tas estaban m uy lejos de estar sufícientem eite consolidadas.
En resumen, las clases obreras tenían el entim iento de que habien­
do llevado a cabo una difícil lucha, sufrían tod.vía no sólo al ver negados
sus derechos económicos, sino al padecer tamlién una clara exclusión so­
cial y al sentir que todo pasaba como si ellos o tuviesen aún derecho de
ciudadanía completa dentro de las estructuro políticas del Estado. Así
que todavía en 1945, el combate decisivo, seguí esas clases trabajadoras,
era un combate aún por realizar y por ganar, yss precisam ente eso lo que
hicieron durante el periodo posterior a 1945. E s éxito se dio m uchas veces
bajo la form a de una gran victoria electoral, cono la del Partido Laborista
en Inglaterra en 1945, o la del Partido Socialdenócrata Alem án en los años
setenta, o la elección de Frsngois M itterrand, «1 Francia en 1981.
Y a en los años cuarenta, los trabajadoES am ericanos habían de­
m ostrado que eran capaces de im ponerse deitro del Partido D em ócra­
ta, en tanto que elem ento central e institucional de este partido, y este
hecho era com o un equivalente social y psicológico de los acon tecim ien­
tos que recién m encionam os, lo m ism o que h es el papel que el Partido
Socialista Belga tuvo en la abdicación del Rjy Leopoldo. En cuanto a
los países escandinavos, y a H olanda, lo s p a tid o s socialistas han esta­
do en el gobierno durante largos periodos. El los años ochenta, Grecia,
Portugal y E spaña, se han unido al grupo le países en los cuales se
ejerce esta gran influencia de los so ciald em cratas.
Y es solam ente en Italia, que se m antieie h o y una situación dife­
rente y atípica, porque aquí el m ovim iento obrero está representado
por un partido com unista. N o obstante, el compromiso histórico pare­
ce desarrollarse en el sentido de in cluir a Itilia dentro de esta m ism a
Im m anuel W allerstein

regla general, y hasta se pod ría sostener que el control actual de mu


chos gobiernos regionales por parte de este partido com unista, se ins
cribe tam bién en esta m ism a perspectiva. O tra excepción está repre
sentada p o r el caso de Japón. Pero finalm ente, y vistas las cosas eu el
conjunto del m undo occidental, durante los años ochenta, la llegada al
poder de m ovim ientos de la clase obrera por la vía electoral no era ya
m ás un objetivo a alcanzar, com o si lo fue en 1945, sino que era ya un
objetivo alcanzado.
En el caso del “m u n d o ” de los países llam ados socialistas, que se
extiende desde el Elba hasta el Asia O riental, tuvo lugar un desarrollo
que desde distintos puntos de vista puede considerarse tam bién com o
paralelo, durante este m ism o periodo. Y a hem os recordado que la re
volución de octubre de 1917, conquistó el poder por la fuerza, siguien d i»
un m odelo que m ás tarde sería calificado com o el m odelo m arxista
leninista, y que significaba la tom a del poder a partir de la dirección de
un partido de vanguardia, un partido de cuadros, que luego ejercía ese
poder bajo la form a de la “dictadura del p roletariad o”, en la cual el po
der real perm anecía en las m anos de ese m ism o partido.
En 1917, no obstante, los bolcheviques, sorprendidos por su pro
pió éxito, no creían poder perm anecer en el poder si no tenía lugar muy
pronto, tam bién, una revolución alem ana victoriosa. Pero cuando les
fue necesario relegar esta esperanza al nivel de las sim ples quim eras, el
aislam iento de su país por parte de las fuerzas de los Estados hostiles,
les provocó un sentim iento constante de inseguridad, que culm inó con
la invasión de la A lem an ia nazi en 1941, y con la atroz guerra que le
sucedió. Pero en 1945, la U nión Soviética h abía finalm ente triunfado
sobre los invasores, y entonces el partido com unista soviético se sentía
ahora seguro, juzgand o su propio poder com o algo bien consolidado.
En el período posterior a 1945, los com unistas tom aron el poder
en ocho países de E uropa O riental, en China, y en la m itad norte de
Corea. En tres de esos países, China, Y ugoslavia y A lbania, la tom a del
poder fue el resultado de una situación de hecho: en el curso de la Se­
gunda G uerra M undial, los partidos com unistas de esos países se afir
m arón en tanto que fuerza dirigente, m ilitar o políticam ente, de la re­
sistencia arm ada a los invasores nazis o japon eses. Súbitam ente, lleg a ­
ban así al poder partidos m arxistas leninistas, que habían logrado en­
carnar ellos m ism os a la corriente nacionalista, y habían logrado obte­
ner la victo ria en ese com bate.
Fue distinto el caso de los otros siete países m encionados, en los
cuales, sin la presencia de las tropas soviéticas, no h ay duda alguna de
que los com unistas no habrían sido capaces de tom ar el poder, o de

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