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“XI Jornadas Nacionales de Filosofía y Ciencia Política”.

23 al 26 de
noviembre de 2011. Facultad de Derecho. Universidad Nacional de
Mar del Plata.

“La ventanilla para mirarse”: Agustín Álvarez y su visión sobre


los argentinos

Autor: Lic. Rafael Lorenzo Briano

rafabriano@hotmail.com

Proyecto UBACYT (2010-2012): “Civilización y Barbarie: la construcción


de la identidad nacional y la configuración de la otredad en el “pensar
americano”. Financiado por la Secretaría de Ciencia y Técnica de la
Universidad de Buenos Aires. Facultad de Ciencias Sociales. Instituto de
Estudios de América Latina y el Caribe (IEALC).

Facultad de Ciencias Sociales / UBA


“La ventanilla para mirarse”: Agustín Álvarez y su visión sobre los
argentinos
Lic. Rafael Lorenzo Briano 1

Resumen/Abstract: analizaremos la visión de lo “autóctono” y lo “nacional” y el surgimiento de la


“nacionalidad”, desde la perspectiva Agustín Álvarez. Expondremos cómo concebía lo antedicho y la
relación entre política y “barbarie”; además, se presentarán su postura con respecto a la inmigración
europea. Se hará hincapié en lo que definía como aspectos patológicos relacionados con la política. Este
trabajo constituye una contribución en el marco de un proyecto de investigación mayor que se propone
mostrar que la identidad nacional no ha sido el resultado de un proceso único y hegemónico de
homogenización cultural, sino un proceso inacabado de diálogo y tensión permanente entre un abanico de
proyectos de nación que van desde los proyectos europeizantes hasta otros de raíz autóctona.

“Lo más interesante y digno de ser estudiado en este


país, no es el Río de la Plata, ni la pampa, ni las
montañas, ni la flora, ni la fauna, ni el suelo, ni la
constitución del año 13, sino el ciudadano
argentino, el tipo de hombre que han producido en
el suelo argentino los “ideales argentinos”. Cada
uno tiene en los demás una ventanilla para
mirarse”. Agustín Álvarez, “Manual de patología
política” 2

El objetivo del presente trabajo es analizar la visión sobre lo “autóctono”, lo


“nacional” y el surgimiento de la “nacionalidad”, desde la perspectiva de uno de los
representantes más renombrados del “positivismo argentino” de fines del siglo XIX.
Para esto, hemos elegido centrarnos en algunos de los trabajos más conocidos de
Agustín Álvarez. Consideramos que es un autor al cual vale la pena prestar atención
por una serie de motivos. En principio, proviniendo de una familia de varias
generaciones de “criollos”, es interesante analizar su postura en relación al surgimiento
o consolidación de un sentido de “nacionalidad argentina”, en el contexto de un país que
estaba transformándose a pasos agigantados debido al proceso de modernización
(signado por el fin de las guerras civiles, la formación del Estado nacional y la llegada
masiva de inmigrantes europeos). Asimismo, aunque su obra fue inicialmente publicada

1 Politólogo (UBA). Integrante del Proyecto UBACYT (2010-2012): “Civilización y Barbarie: la


construcción de la identidad nacional y la configuración de la otredad en el “pensar americano”.
Financiado por la Secretaría de Ciencia y Técnica de la Universidad de Buenos Aires. Facultad de
Ciencias Sociales. Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IEALC).
2 Todos los fragmentos seleccionados como encabezados pertenecen a obras de Agustín Álvarez.
2
en periódicos, sus escritos, sistematizados y editados como libros, lograron una
considerable difusión. Por último, veremos que, las particularidades de su pensamiento
hacen que, por momentos, se aleje notablemente de algunos de los postulados más
transitados por el positivismo.
Agustín Álvarez nació en Mendoza en 1857 y, debido al terremoto que devastó
la ciudad en 1861, perdió a toda su familia, salvo su hermano gemelo. Siguiendo su
deseo de estudiar pero, careciendo de recursos, decidió inscribirse en el Colegio Militar.
Comenzó a publicar en algunos periódicos, entre ellos, “La Tribuna” y “La Nación”. Ya
como oficial se recibió de abogado en la Universidad de Buenos Aires. Como abogado
y militar tuvo una extensa y destacada carrera en cargos públicos de diversa índole a
nivel provincial y nacional: en Mendoza, juez y profesor en el Colegio Nacional;
diputado nacional entre 1892 y 1896; vocal letrado del Consejo Supremo de Guerra y
Marina (1896-1906); colaborador en la fundación de la Universidad de la Plata, de la
cual fue vicepresidente y miembro de diversas instituciones culturales. Falleció en Mar
del Plata en febrero de 1914.
“La apropiación singular que hace de tesis positivistas tiene que ver con la
forma de escritura que elige para expresarse, que es a través del ensayo, donde no se
trata tanto de fijar una concepción sistemática sino de encontrar respuestas frente a la
realidad cambiante que vive su país”.3 Su reflexión giró en torno al señalamiento de las
causas que obstaculizaban o favorecían el proceso de modernización. Su escritura se
caracterizaba por ser desestructurada, colmada de citas (a un grado tal que, a veces, se
hacía difícil distinguir sus palabras de las del autor citado). Abordó temáticas diversas,
mechadas con referencias sociológicas, filosóficas, religiosas o históricas. Sus
postulados filosóficos se sustentaban en una heteróclita mixtura de anécdotas o
enseñanzas: relatos provistos por su propia experiencia, amigos, sacerdotes, maestros,
hijos, ex funcionarios, compañeros de armas, peones y hasta su peluquero. Para José
Ingenieros, “Álvarez era un criollo a quien le constaba - porque lo había mamado- que
los soldados, las peonadas del interior, los obreros de la ciudad, la gente del común no
penetraban (ni podían penetrar) en las disquisiciones sistematizadas. De ahí su estilo
sencillo, poco académico pero expresivo y migoso. Así, ligaba en jugoso maridaje
graves citas y solemnes máximas de jurisprudencia con metáforas gauchescas y
proverbios rurales”.4 Álvarez sostenía que lo que hacía no era “historia ni filosofía,
sino una simple versión en criollo de las conclusiones de Taine”.5

3 Ramaglia, D., Agustín Álvarez ante la condición humana. [on line].


4 Ingenieros, J., Sociología argentina. Pág. 195.
5 Álvarez, A., South America. Pág. 66.
3
Para cumplir con nuestro cometido, analizaremos sólo los dos primeros libros de
Álvarez: “South America” y “Manual de Patología política”. Estas obras fueron
escritas durante la última década del siglo XIX (una en 1894 y, la otra, en 1899). Ambas
son un muestrario del escenario de ideas y debates generado por la grave crisis
económica, política y social de 1890 y, en buena medida, un primer balance del
progreso logrado por la Argentina de fin de siglo.
Perteneció (tanto por su edad como por su formación), a la “prolongación” de la
generación del 80´ en la que se destacaron, entre tantos, Juan A. García, Joaquín V.
González, José Ingenieros, Alejandro Korn, Ezequiel y José M. Ramos Mejía, Luis M.
Drago, Ernesto Quesada y Eduardo Holmberg, entre otros. “El horizonte intelectual de
la Generación del 80´ se organizó sobre un espacio donde convivían el romanticismo
acriollado de la Generación del 37´ y el liberalismo, junto con concepciones católicas y
con las novedades traídas por el socialismo y el anarquismo”.6 Álvarez retomó algunas
ideas de Alberdi y Sarmiento y las reinterpretó al calor del clima intelectual de su época,
signado por los aportes de Spencer, Emerson, Macaulay, Carlyle, Ruskin, Mann,
Symons, Darwin, y Taine, entre otros.
Como han señalado varios autores en nuestro país el positivismo logró una
verdadera hegemonía en el campo cultural y su influencia tuvo una duración mayor que
otros países latinoamericanos y europeos.7 Esta corriente de pensamiento asumió como
tarea propia dar con las claves o el proyecto, capaces de poner a la república en la vía
del progreso material y la modernización: “se dedicó especialmente a los fundamentales
cambios sociales que su época enfrentó por causa de la inmigración, la transformación
de los modos de convivencia, las nuevas formas de trabajo y la participación política de
las masas. Todos estos interrogantes se abrieron al pasado, a través del juicio crítico
sobre los orígenes, y hacia el futuro, porque la vulnerabilidad de las pautas de
sociabilidad tradicionales, al generar la exigencia de condiciones nuevas de
comprensión y gobernabilidad, requirió un programa”.8
Entre las preocupaciones dominantes en la sociedad y en el estado que llegaron a
ser parte de la reflexión de los intelectuales en el período que se extiende entre 1880 y
1910 es posible encontrar una problemática que agrupa varias cuestiones: social,
nacional, política e inmigratoria. “Social, por los desafíos que planteaba el mundo de
trabajo urbano. Nacional, ante el proceso de construcción de una identidad colectiva.
Política, frente a la pregunta acerca de qué lugar asignarle a las masas en el interior

6 Corvalán, E., El positivismo argentino. [on line].


7 Terán, O. Historia de las ideas en la Argentina, diez lecciones iniciales, 1810- 1980 y Svampa, M. El
Dilema Argentino: Civilización o Barbarie. De Sarmiento al revisionismo peronista.
8 Lavié, C., Diferentes perspectivas de la Naturaleza en el Positivismo Argentino.
4
de la “república posible”, esto es la cuestión de la democracia. E inmigratoria, porque
todos estos problemas se encontraron refractados y crispados en escala ampliada en
torno a la excepcional incorporación de extranjeros en la sociedad argentina”.9
Álvarez, en las obras que analizamos, va a tratar todas estas cuestiones, haciendo
particular hincapié en dos: la política y la social.10
El marco filosófico en el que desarrolla su concepción antropológica
corresponde al naturalismo evolucionista. Sus ideas en torno a la condición humana
estaban estrechamente relacionadas con la ética. Prevalecía en él la noción
individualista, asociada a la versión ofrecida por la ideología liberal y positivista.
Retomaba, en sus líneas fundamentales, algunas de las tesis de Spencer. El ideal en el
que centraba su concepción antropológica y ética estaba resumido en la capacidad de
dirigirse a sí mismo; única vía para garantizar la libertad.
En relación a lo antedicho y como horizonte de nuestra indagación, a partir de su
lectura, podemos tratar de encontrar respuestas a los siguientes interrogantes: ¿cómo
pensaba el “nosotros”?, ¿cuáles eran los rasgos distintivos de los “argentinos”?, ¿qué
creía que podían aportar los inmigrantes europeos?, ¿cuál era su opinión acerca del
patriotismo? Asimismo, es válido pensar si, para él, ya era posible hablar de una
“nacionalidad argentina” plenamente constituida o, por el contrario, ésta se encontraba
todavía en etapa de conformación.

El profeta de la regeneración moral

“¿Cuestión de razas? No, por cierto. Cuestión de


ideales y de tiempo, pero no de ideales altos o bajos,
sublimes o abyectos, sino de ideales cuerdos o
insensatos”.

A diferencia de otros pensadores positivistas, para este autor, las disparidades


existentes en el desarrollo humano tenían una explicación de raíz social, no biologicista.
De esta manera, en cierto modo, subordinaba el componente racial al de los ideales
morales. Su postura se contraponía a las visiones negativas sobre la concreción del
proceso civilizatorio en América Latina. Frente a las visiones deterministas que se

9 Terán, O., Historia de las ideas en la Argentina, diez lecciones iniciales, 1810-1980. Pág. 111.
10 Como otros tantos positivistas, apelaba a términos médicos o de la recientemente aparecida psicología
social. En consecuencia, hablaba de “psicopatologías” para referirse a algunos de los obstáculos para
el progreso en América Latina. Siguiendo esta línea de argumentación, para el caso que nos compete,
primero era necesario hacer un “diagnóstico” de la realidad argentina (y lo que esta todavía tenía de
latinoamericana) para luego, pasar a la etapa terapéutica que haría desaparecer los “síntomas” y,
sobre todo, terminar con la “enfermedad”.
5
apoyaban en consideraciones sobre la influencia del medio físico y la regeneración
racial, su argumentación remarcaba la posibilidad de modificación mediante la
renovación mental. Consideraba que era factible la realización de un cambio de
mentalidad y costumbres en nuestros pueblos. Sostenía que el curso histórico no estaba
prefijado por los caracteres heredados o el ambiente natural, sino que el medio estaba
compuesto principalmente por los ideales y hábitos de quienes pertenecían a una
comunidad. En la formación del individuo incidía el “orden moral” de la sociedad.
Representaba una excepción, especialmente frente a otros escritores argentinos y
latinoamericanos que dando muestra de racismo, convertían sus prejuicios de un modo
tal que sirvieran como explicación del retraso de estas tierras. “Para Álvarez el término
“raza” es sinónimo de nacionalidad, representando las costumbres, ideas,
sentimientos, leyes e ideales que corresponden a un pueblo. Esta concepción aclara que
remite a la raza “artificial” de la que habla Le Bon, pero si en las tesis de este escritor
francés que se difundieron profusamente juega un papel condicionante el pasado, en
cambio en el primero se acentúa la posibilidad de modificación del presente”.11 Esto se
debe a que sostenía que la conformación racial estaba condicionada sobre todo por
factores culturales (el “ambiente moral”) que, están condicionados históricamente, pero
pueden ser modificados.
En consonancia con otros positivistas, consideraba que era posible diferenciar
distintos tipos de razón. Por un lado, la razón natural, aquella clase de razón que
poseen todos los hombres, orientada al beneficio propio y a la cual puede atribuírsele
los impulsos. Es decir, la razón que, de no existir ningún tipo de alteración, comparten
los “niños civilizados” y los “salvajes adultos”. Por otro lado, llamaba razón científica
o experimental a la razón “a posteriori”, perfeccionada por el arte de la educación.
Surge “al lado del impulso directo y sugiere las consecuencias indirectas, mediante la
observación y el estudio que forman su experiencia”.12 Por último, existía la razón
pura que, “al encarar las cuestiones en su fórmula más simple con exclusión de
antecedentes y relaciones de todos grados, llegaba naturalmente a un juicio inmediato,
neto, concluyente y absoluto”.13 Este último tipo de razón es fundamental para nuestro
análisis porque, en su opinión, en los países sudamericanos, “la independencia había
destruido la tradición sobre la cual descansaba el régimen colonial y el nuevo régimen
de los pueblos libres sólo podía fundarse sobre la razón pura”.14 De esta forma, la
convulsionada historia argentina estaba marcada por el predominio de esta razón

11 Ramaglia, D., Op. Cit.


12 Álvarez, A., South America. Pág. 28.
13 Ibídem. Pág. 39.
14 Ibídem. Pág. 231.
6
instintiva sobre la razón educada, es decir, de la razón natural sobre la razón
experimental. En consonancia, sostenía que en la Argentina se vivía “conspirando con
la fantasía contra la naturaleza de las cosas para enmendarle la plana a la naturaleza y
perfeccionarla, obligándola a acomodarse a nuestra razón”.15 En lugar de un “furor
patriótico orientado a querer perfeccionar todo”, estaba más de acuerdo con una
transformación progresiva o, mejor dicho, una continuidad con el pasado que, con una
ruptura radical. Como ejemplo a seguir, citaba al modelo inglés donde los políticos
estaban acostumbrados a ganar experiencia a través del acceso a diferentes cargos, en
oposición a los “barquinazos” o estrenos una vez llegados al poder que se veían en
estas latitudes.

El medio que condiciona a los sujetos

“El ambiente es el alfarero de las acciones


humanas pues, como ser vivo, el individuo es
un producto de la naturaleza y el medio
social”.

Como quedó dicho, el hombre está condicionado por la naturaleza y el medio


social, ambos dan como resultado el “ambiente” donde el individuo se desenvuelve. El
medio tiene una influencia directa sobre el carácter, éste gobierna la conducta y de ella
dependen la felicidad y la desgracia. La naturaleza incide de diversas maneras, por
ejemplo, en los países de clima tropical, es muy raro que pueda darse el caso que aquel
funcionario “que ha pasado la noche pegado a las sábanas por el sudor, y revolcándose
en el lecho como asado al asador, sitiado en el mosquitero por la ordinaria legión de
bichos que zumban sus amenazas al oído inquieto, amanezca apto para gobernarse y
con libertad de espíritu bastante para obrar con moderación y prudencia”.16 Estas
menudencias tienen mucha trascendencia.
Asimismo, el medio social puede tender a fomentar o coartar el desarrollo
individual y, por ende, el progreso. Es así como ciertos hábitos, costumbres o
tradiciones se vuelven deleznables:“si no hay más diversiones ambientes que el naipe y
la bebida en el campo, y eso mismo y el abrir la boca en las ciudades, matará el tiempo
jugando, bebiendo y abriendo la boca. Pero si el ideal nacional ha aclimatado el gusto

15 Ibídem. Pág. 45. Como otros positivistas, consideraba que la vida y la historia siempre conservaban
una relación directa con la naturaleza.
16 Álvarez, A., Manual de patología política. Pág. 148.
7
por el trabajo, sobrará poco tiempo para aplanar calles y fomentar billares, y si está
aclimatado también el gusto por los juegos atléticos”.17
Refiriéndose también al medio social, la religión católica y su incidencia
omnipresente en la sociedad colonial eran responsables del atraso, la barbarie y el
escaso impulso al desarrollo de la ciencia y la libertad.
En relación al andamiaje constitucional sostenía que de nada servían
“instituciones adelantadísimas” cuando se obraba “de modo sudamericano” y, por lo
tanto, se recurría frecuentemente a “brutales salvajismos”. Consiguientemente, daba
cuenta de un desacople estructural entre las leyes y las costumbres y, si se deseaba
actuar progresivamente en la realidad política argentina, habría que tener en cuenta este
dato y tratar de adecuar estos dos elementos. En su opinión, las costumbres eran
determinantes porque representaban modos automáticos de actuar y, en nuestro país
(como en casi todo el continente), las leyes y las instituciones no debían casi nada a la
experiencia, eran “hijas directas de la razón”. Las provincias argentinas, “en el papel,
disfrutan de las constituciones más adelantadas de la tierra y las archiperfeccionan de
continuo, y todavía no logran que sus vecinos vivan en paz cristiana; que sus elecciones
no sean sanbartolomés; que sus caudillos oficiales y caudillos populares no sean
calamidades en ejercicio y calamidades a plazo”.18 La Argentina representaba, la
“justicia de forma”, la “mera ilustración”, en otras palabras: la “civilización
semiplena”, donde “las leyes eran perfectas y las costumbres pésimas”.19
“Los altos ideales y toda esa jerga de pura fantasía política nos servirá si
acaso, para los trances extraordinarios, que son los menos, pero, para los sucesos
menudos, que son casi el todo, la gruesa artillería constitucional es contraproducente.
Pertrechados con los grandes ideales para la vida ordinaria del país, estamos como
aquel que se fue al Chaco llevando un rifle de repetición para los tigres, y que, sin
haber visto uno solo, se volvió corrido por los mosquitos, los tábanos y la dispepsia”.20
La barbarie política la atribuía a la intolerancia y el ánimo regeneracionista que
buscaba siempre erradicar de cuajo a todos aquellos que eran definidos como “enemigos
de la patria”, “salvajes”, “inmundos”, “forajidos” y otra serie de epítetos tendientes a
negarles su condición humana y, de esta manera, facilitar el camino hacia su
eliminación por vía del degüello, sablazos, fusilamientos, etc. Por consiguiente, el
caudillismo era definido como un reflejo de la persistencia del salvajismo y unas
costumbres que debían desaparecer. Un defecto que caracterizaba a los

17 Ibídem. Pág. 381.


18 Álvarez, A., South America. Pág. 116.
19 Álvarez, A., Manual de patología política. Pág. 95.
20 Ibídem. Pág. 128.
8
latinoamericanos era ser “alborotados en política, sobre todo en las regiones donde
hacía calor”.21 Consideraba que en la Argentina se había producido avances que la
habían colocado dentro de las condiciones esenciales del progreso, “la instrucción
pública ha hecho la higiene del espíritu extirpando los errores, basuras y excrementos
del alma con el libro y el periódico, a punto que la barbarie política está casi
aminorada, como la barbarie del desierto y la barbarie de la distancia”.22 En
consecuencia, era innegable que la civilización había “separado a muchos patriotas del
servicio activo para consagrarlos exclusivamente a las industrias y al comercio” y, los
que echaban de menos la “energía patriótica de nuestros abuelos, y su inquebrantable
tenacidad en las teorías, los sistemas y las doctrinas políticas, podían consolarse con
sólo largarse al Brasil, al Perú, al Ecuador, a Venezuela, Honduras, Nicaragua,
Salvador, Costa Rica, Santo Domingo, Haití, Guatemala, Méjico, y demás repúblicas
de South America, donde podrían disfrutar de presente las épocas argentinas que los
seducen en la lontananza histórica”.23 Cabe destacar que, a pesar que resaltaba los
innegables avances hacia el progreso, consideraba que este proceso había sido
demasiado vertiginoso. Sostenía que todos los presidentes constitucionales se habían
dedicado con particular tesón a fomentar la instrucción cívica, la inmigración y el
desarrollo de las vías de comunicación, incluso sacrificando los demás intereses del
país. Paradójicamente, esto lo llevaba a sostener que el mal que aquejaba a la Argentina,
no era ya la extensión (como había diagnosticado Sarmiento), sino el “progreso
galopante”. Se preguntaba si no habían ido “demasiado lejos por esos rumbos, ahora
que hemos poblado con tanta demasía y apresuramiento que centenares de miles de
inmigrantes han regresado a su país por estar de sobra en el nuestro, ahora que por
haber suprimido las distancias más de lo necesario, más de lo conveniente, más de lo
racional, estamos pagando en pura pérdida gruesas garantías a ferrocarriles que nada
tienen que hacer por el momento, y que remotamente se sabe siquiera si algún día
tendrán en qué ocuparse”.24 Estos cambios apresurados hacían también que ya no fuera
posible hablar de precedentes en un país nuevo, que recién estaba saliendo de la
barbarie y cambiaba cada cinco años.25

21 Álvarez, A., South America. Pág. 26.


22 Ibídem. Pág. 142.
23 Ibídem. Pág. 139.
24 Ibídem. Pág. 142.
25 Esto podría considerarse un poco contradictorio porque, cuando interpretaba la historia “natural”
reciente y las costumbres enlazadas a esta, ¿no podría afirmarse que estaba haciendo referencia a algo
bastante similar a precedentes?
9
Para sostener sus tesis apelaba a una suerte de tipos puros ideales de estilo
weberiano26, contraponiendo el “ciudadano argentino” (a veces, transmutado en
“sudamericano” o, peor aún, “south americano”), al “anglosajón” (concepto que le
servirá para hablar tanto de los ingleses como de los estadounidenses). Desde esta
lógica, se proponía enumerar características distintivas, vicios y virtudes de ambos
polos, aunque, claramente, su valoración de lo “anglosajón” se beneficiaba en esta
comparación, de manera tal que, lo perteneciente a este último eje, adquiría un carácter
prescriptivo.

Pasando revista de las “psicopatologías” de estas tierras

“Así somos los criollos: mejor es andar


extraviados motu propio que acertar por
mano de otro. El culto nacional del coraje
nos hace encarar la vida como una corrida
de toros: el que pide ayuda que no sea de
dinero o influencia, está deshonrado. En
política, especialmente, seguir la opinión del
más competente es una bajeza”.

En ambas obras hace una amena descripción de cómo concebía al “ciudadano


argentino” de su tiempo. Así pasa a enumerar las características negativas de sus
compatriotas, entre ellas: cobardía moral; espíritu de figuración;27 mal hablados, de
estilo ordinario y acostumbrados a hacerse entender a los gritos; signados por la
crueldad e irritabilidad; de mal humor, en gran medida, debido a comer demás y, con
talento suficiente para conocer cuánto vale la justicia y bastante debilidad de carácter
para ponerla en práctica. Todo esto daba como resultado una “sociedad orientada por la
viveza”, donde el ideal era ser “como el potro, desbocarse y atropellar a los otros”; en
la que, para complicar aún más el panorama, el revólver y puñal eran endémicos. En
resumen, un pueblo pusilánime, acostumbrado a ser gobernado mediante el terror y que,
lejos de reconocer sus defectos, “se acuerda a sí mismo con clemencia material el
perdón de sus faltas”, donde existe una opinión pública perezosa y débil, marcada por

26 En el pensamiento de Max Weber, el “tipo puro ideal” es una construcción teórica formada por la
exageración o acentuación de uno o más rasgos o aspectos observables en la realidad. El tipo así
construido puede llamarse ideal porque existen como una idea. Se trata de una construcción
puramente conceptual que no puede ser encontrada empíricamente en la realidad.
27 “Todos somos brasileños en South América (mucha figuración y pocas nueces)”. Álvarez, A., Manual
de patología política. Pág. 100.
10
la vagancia y pereza. Estos dos últimos defectos son particularmente dañinos porque el
trabajo es la fuente de la libertad individual y, en consecuencia, la riqueza.28
El ideal de este pueblo era simplemente adquirir importancia. Los argentinos
estaban carcomidos por el espíritu de rivalidad, en lugar del instinto del deber o el deseo
de superarse a sí mismos. Las dos “virtudes nacionales” eran la insolencia y la
declamación. El favoritismo y el espíritu de corrupción, daban como resultado una
suerte de “socialismo de los acomodados”. El culto nacional por el coraje traía
aparejado que no se respetara a la autoridad, siendo de este modo el crimen
particularmente tolerado. El público tiene ojos para ver y afición para admirar el valor,
pero no tiene sentido moral para sentir el crimen, ni energía para reprimirlo. Además,
como ocurre en España o Sicilia, existe una complicidad activa o pasiva de los
habitantes con los bandidos y cuatreros.
La justicia y las instituciones tampoco quedaban a salvo de su descarnado
análisis. Al rememorar sus años como juez o jefe de policía, muestra lo extendida que
estaba la corrupción judicial y administrativa (por ejemplo, menciona el increíble
porcentaje de quiebras fraudulentas). Para él esto era atribuible a que “cambiamos de
reglamento como los malos inquilinos cambian de casa” y, las garantías
constitucionales tienen entre nosotros un significado real muy variable. Aquí lo que
debiera ser criterio de los jueces es criterio de los políticos y viceversa (exactamente el
polo opuesto de la Inglaterra). “En los tribunales ingleses la ley es como una muralla
de granito. En los tribunales argentinos, la ley argentina es como un alambrado: unos
las pasan por debajo y otros por encima”.29
“South America” es una denominación que tomó prestada de “los prácticos y
positivistas ingleses”, y que tenía más que ver con una definición en términos políticos
o, mejor dicho, sociológicos, que geográficos. Así, curiosamente, América central se
podía denominar como “South America”, mientras que algunos países que
geográficamente pertenecían a Sud América, no podrían definirse de esa forma:
“América Central, todavía se está liberando, salvando y regenerando furiosamente. En
todas partes domina, por arriba, en los gobernantes, una tendencia bárbara a hacerse
protectores, grandes, ilustres, sabios, patriotas, progresistas, etc., todo lo cual nunca
tarda en provocar, por abajo, generaciones espontáneas de caudillos populares, de

28 “Time is Money, y el perezoso es saco roto en que la pasta de hacer la prosperidad del país se pierde
por horas, por días, por meses, por años”. Álvarez, A., Manual de patología política. Pág. 80.
29 Ibídem. Pág. 68.
11
salvadores, de libertadores, etc”.30 Así, el pertenecer o no a esa categoría analítica
estaba relacionado con prácticas o costumbres discordantes.

Inglaterra o, la suma de todas las virtudes

“La Inglaterra representa el sentido moral, la


justicia de fondo: la civilización plena. La Argentina
representa la justicia de forma, la mera ilustración:
la civilización semiplena”.

Como mencionamos, el ejemplo opuesto al anterior está representado por


Inglaterra (“primera nación del mundo”)31 y, en general, lo que él define como
costumbres propias de los “anglosajones”.32 Su admiración es tal que sólo destaca
aspectos positivos y, cuando se ve obligado a reconocer algunos defectos, por ejemplo,
el alcoholismo, no se duda en afirmar que no es importante el hecho que los ingleses
sean grandes bebedores porque “los mahometanos son abstemios pero viven en la
miseria”. También es posible decir que sólo ve lo que quiere ver, así, al tratar la
religiosidad en América latina y el pesado “lastre” representado por la influencia del
catolicismo, lo contrapone al puritanismo pero, desdeña hacer mención de muchos de
los elementos conservadores propios a esta concepción.
El pueblo inglés es enérgico, de trabajo, “el más robusto de la tierra” y sus
ciudadanos siguen la máxima que retroalimenta este estado: “make money honestly if
you can, but make Money”. El ideal en Inglaterra es adquirir valer, es decir
reconocimiento social, pero a través del esfuerzo individual, el autogobierno (su
admirado “self help”), una voluntad poderosa y un “instinto de engrandecimiento por
comparación consigo mismo”. Los anglosajones exageran sus defectos para corregirlos,
a diferencia de los sudamericanos que estarían acostumbrados a ocultarlos muy bien
para ser bien conceptuados.
En los países anglosajones la justicia es un ideal posible, el sistema judicial es
incorruptible y los magistrados tienen devoción por el respeto a la ley. Cuando el
sistema no puede con los delincuentes, el mismo pueblo se encarga de hacer justicia,

30 Álvarez, A., South America. Pág. 22.


31 Es válido pensar si, tanta fascinación con Inglaterra, producto de la lectura de relatos de viajeros o
autores británicos, podría trastocarse drásticamente al conocer con sus propios ojos esas tierras. En
cierto modo, esto le ocurrió a Sarmiento al recorrer la campiña francesa y quedar horrorizado por el
atavismo y barbarie de los campesinos.
32 De esta manera puede referirse a aquellas cosas a imitar que tienen países tan diferentes como
Inglaterra y EEUU.
12
dado que allí “los bandidos y Moreiras no pueden acogerse al prestigio de la poesía
porque a ello se opone la muy prosapia ley de Lynch”.33
Para los anglosajones la casa, es una especie de templo pagano, (“home”) donde
el individuo es sagrado, a lo sumo, la sociabilidad queda circunscripta al “sport”.
Las “virtudes latinas” tampoco salen indemnes al ser contrastadas con el mundo
anglosajón, desde su óptica son responsables también del atraso: “cuatro millones de
argentinos que si como tienen virtudes latinas tuviesen las costumbres anglosajonas,
serían ya diez veces más de lo que son”.34 Despotrica también contra la sociabilidad
latina que genera el deseo de estar fuera de casa, “haraganeando en bares, billares,
fondas y tertulias”, en lugar disfrutar de los placeres de la vida privada y el aislamiento.
Tal vez defendiéndose de aquellos que podrían achacarle cierta ingenuidad al
sostener estos conceptos, reconoce que “perezosos, vividores, jugadores, dandis (sic) y
atolondrados hay también entre los ingleses; laboriosos, honestos y self made man hay
también entre nosotros. La diferencia está en la proporción; lo que allá es regla aquí es
excepción, y viceversa”.35
Es por todo esto que, para mejorar, es necesario imitar leyes y hábitos ingleses
pero, al, mismo tiempo, reconoce que “un pueblo no puede adoptar así, directamente,
las costumbres de otro pueblo, porque ellas no son más que el vehículo de un ideal y no
basta adoptar la constitución del bienestar general para disfrutarlo”.36 Sólo si se
adopta el ideal que produce el bienestar es posible lograr el bienestar.

Sobre la necesidad de “cambiar la “partitura” y breves reflexiones finales

“Si no hemos de contentarnos con ser un poco o


mucho más que Centro América; si aspiramos a
llenar nuestro deber en el mundo, lo esencial es
cambiar la partitura, hacer la educación de la
libertad individual”.

Como para varios de sus contemporáneos, la educación era el medio que


privilegiaba para generar cambios profundos en las naciones hispanoamericanas. En el
caso argentino, criticaba la instrucción sarmientina porque consideraba que había sido
pensada desde un sentido político, “un instrumento de progreso contra el artiguismo y
el facundismo”. Asimismo, la calificaba de ineficaz porque producía un “exceso de

33 Álvarez, A., Manual de patología política. Pág. 23.


34 Ibídem. Pág. Pág. 101.
35 Ibídem. Pág. Pág. 395.
36 Ibídem. Pág. 402.
13
ilustración” y fomentaba el hábito de “vivir de arriba”. El resultado de este tipo de
enseñanza había sido el siguiente: “la familia, la sociedad y la escuela que debieron
producir colonos para el país semibaldío y pobre, pero fértil, han producido de
concierto, sabios de menor cuantía ociosos, enciclopédicos y gritones, y empleómanos
de levita, enflaqueciendo la escasa energía nativa al transformarla en ilustración de
adorno”.37 Era necesario que la educación favoreciera la autonomía moral del
individuo, es decir, el cimiento firme para formar la ciudadanía y la nacionalidad. Más
que la mera instrucción era necesario desenvolver la conciencia moral, que desde lo
individual se reflejaría a nivel colectivo. La educación también debía ser una
herramienta imprescindible para la incorporación de millones de inmigrantes: “en este
crisol en que se están fundiendo tantas razas diferentes y parecidas, hay mucha escoria,
es prudente espumarla con tiempo mediante a una educación sensata para que no
quede incorporada al metal y le rebaje su ley”.38 Para hacer realidad esta
“regeneración moral” era necesario prestar mayor atención a la moral que a la mera
instrucción.
Consideraba que la Argentina se había visto inmersa en un vertiginoso y
profundo proceso de cambios y transformaciones que la habían llevado a
diferenciarse drásticamente de la que habían conocido durante su infancia. En su
opinión, el país había progresado y abandonado la barbarie gracias a sesenta años de
“liberalismo tibio” y otra hubiera sido su historia si se hubiera optado por un
liberalismo más extremo, al estilo inglés.
A contramano del incipiente criollismo de algunos de sus contemporáneos, como
Cané o Ramos Mejía, criticaba severamente el teatro criollo39 e, incluso, la
indumentaria del gaucho. Su ferviente antihispanismo también lo diferenciaba de otros
de sus contemporáneos que, debido al impacto producido por la derrota de España en la
guerra contra EEUU, comenzaron a rescatar algunas de las tradiciones ibéricas.
Su crítica a las costumbres era, en buena medida, continuadora de la tradición
liberal y antihispánica de la generación romántica de 1837. Lo que aporta son las
referencias a las deficiencias que conforman el ambiente moral predominante en la
sociedad, que se revelan con mayor gravedad en el ejercicio de las funciones públicas.
La solución a los males determinados por las carencias ambientales pasaba por hacer
depender el bienestar de un pueblo, el orden, el progreso, el buen gobierno y la dicha
individual, no de los altos ideales sino del trabajo, del aseo, del confort y de que los

37 Ibídem. Pág. 219.


38 Ibídem. Pág. 241.
39 Por ejemplo, sobre los “poetas criollos”, sostenía que no se sabía si eran más perjudiciales en casa
propia o ajena.
14
habitantes aprendan a conducirse. “Hay un medio de librarse de los vicios y de las
enfermedades y de aumentar la salud, pero tampoco se llama libertad sino trabajo. Hay
un medio de librarse de que lo gobiernen mal y consiste también en anticiparse uno
mismo a gobernarse bien, en esto consiste precisamente la libertad real, la libertad de
hecho, el self help, mil veces mejor que la libertad constitucional en papel”.40 El “self
help” es definido como el “descubrimiento más grandioso de la ciencia política”, al
hacer posible quebrar la vieja ley de la grandeza y decadencia natural de los pueblos e
introducir la ley nueva del crecimiento indefinido. Siguiendo esta máxima un pueblo
puede prosperar a pesar de estar bajo un gobierno incapaz, ser rico, fuerte y feliz a
perpetuidad. La superioridad general de los anglosajones y de los “self made man”
nativos se debe a que saben dominarse y triunfar en sí mismos. En resumen: “saber
conducirse individualmente, esa es la cuestión”. La conclusión que, en estos confines,
los pueblos todavía no eran capaces de conducirse lo llevaba a sostener el voto
restringido: “si no hay libertad en los individuos, no puede haber libertad en la suma de
los individuos. De ahí que la opinión pública en el sentido y en la eficacia anglosajona,
no puede existir todavía entre nosotros. Nuestras masas no pueden actuar sobre el
gobierno y pensar en la dirección ordinaria del país a la manera inglesa, porque el que
no sabe dirigirse a sí mismo, no puede dirigir a los otros ni impedir que lo dirijan”.41
Si bien contenía una observación crítica de las prácticas vigentes en la sociedad
de su época, no llegaba a poner en cuestión el régimen político en el que se reproducían
esos comportamientos, ni tampoco prestaba atención a las situaciones de dependencia a
nivel internacional. Si en él se reflejan expresiones ideológicas que serían
representativas de los grupos consolidados en el poder desde 1880, no se trataba sólo de
ofrecer una legitimación al régimen oligárquico, sino que su misma evolución
intelectual respondía a convicciones que alentarían una efectiva democratización de la
vida nacional en un momento en que se ponía a prueba esta posibilidad.42
Ante la solución que se había buscado en el país mediante el transplante de
inmigración europea, sostenía que las razas no se mejoraban por su “transformación
étnica”, sino por su “transformación mental”. El “ambiente” sudamericano era el
responsable que muchos de los inmigrantes no pudieran desarrollar todo su potencial.
A partir de su exposición es posible esbozar una escala valorativa determinada
por el grado de desarrollo económico y libertad individual alcanzada. De esta manera,
se ubican en orden decreciente los siguientes conceptos: “Inglaterra”; “América” (sólo

40 Ibídem. Pág. 353.


41 Ibídem. Pág. 348.
42 Ramaglia, D., Op. Cit.
15
para referirse a EEUU); bastante más atrás, “América Latina”; seguido de cerca por
“América del Sur” y, por último, y utilizado para referirse a todo aquello que debía ser
modificado, “South America”.
En relación al sentimiento de pertenencia al suelo argentino, sostenía que éste no
debería derivar en un “patrioterismo necio” mediante al cual “todo lamentable imbécil
que no tiene nada en el mundo sobre qué enorgullecerse, se arroja sobre este último
recurso: estar orgulloso de la nación a que pertenece por casualidad y pronto a
defender a puñetazos y patadas todos los defectos y todas las necedades propias de esa
Nación”.43
Con cierta ingenuidad (aunque en su defensa puede sostenerse que no era una
mera opinión aislada), creía que, en el siglo que se avizoraba, a diferencia del anterior,
las conversaciones se saldaban a “fuerza de ideas” y no de “sablazos”. Por desgracia
ese fue un vaticinio equivocado ya que, pocos meses después de su muerte, la crueldad
y “barbarie planificada” se desataron en Europa en el fatídico año 14´. En esa orgía de
sangre, la razón pura se dio la mano con la razón experimental y el costo en vidas
humanas fue descomunal.

43 Álvarez, A., Manual de patología política. Pág. 123.


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Bibliografía

Álvarez, A.,

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