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¿Hasta qué punto puede aprenderse la verdad? Es la pregunta que el autor, Johannes Climacus, el
seudónimo en turno, nos plantea de entrada, como punto de partida para el posterior desarrollo;
primeramente, Johannes Climacus, nos indicará que dicha pregunta puede plantearse en el
terreno socrático, donde toma gran relevancia si consideramos la noción griega-clásica de verdad,
la cual se relación con los conceptos de belleza, lo bueno (virtud) y lo justo, dando un especial
énfasis al papel que juega el conocimiento en tanto el sabio es, cabalmente, el quien puede
descubrir la relación contenida en la verdad, por lo tanto, se sigue que la verdad como tal se
puede aprender, y regresando a la figura socrática, Johannes Climacus, apunta que la solución que
nos da desde esta perspectiva se encuentra en la reminiscencia, es decir, la verdad para Sócrates
está dada en nosotros mismo y solamente cabría dar un viraje retrospectivo para alcanzarla,
refiriéndome desde luego a la sentencia délfica de “conócete a sí mismo”, sentencia que Sócrates
llevaba siempre consigo y emulando el oficio de su madre, se contentaba con ser para los demás
una comadrona, ayudando al alumbramiento de la verdad que cada uno posee, pero siempre
guardado distancia para no quitarle méritos a quien debe tenerlos, esta era la tarea que Sócrates
había emprendido, una tarea que en la intimidad del conocimiento de sí proporcionaba la
posibilidad del contacto con la divinidad, sin embargo aunque se haya impuesto Sócrates esta
labor, no significa que es él, solamente él, quien otorgué dicho conocimiento, sino, se entiende
que nadie ajeno así mismo podría descubrir algo que solamente está dado en él, siendo por tanto
el papel que juega Sócrates, un papel donde resulta irrelevante la persona que ocupe el lugar,
porque lo externo a sí mismo es sólo una ocasión, Sócrates entiende muy bien este punto, tan es
así que su tarea de tábano la emprende con la intención de irse perdiendo en el anonimato, sabe
muy bien que aunque fue a él a quien el oráculo de Delfos le revelo “la verdad”, ello no significa
algo sustancial en sentido estricto, “conocerse así mismo” es una determinación individual.1
1
Véase Søren Kierkegaard, Migajas filosóficas o un poco de filosofía, Trotta, Madrid, Pág. 29
2
Véase Migajas filosóficas o un poco de filosofía, pág. 31
qué sirve o cuál es el significado de acentuar esta singular posición? ¿Cómo en la no-verdad nos es
posible entrar en relación con la verdad? ¿No es acaso una contradicción que a través de una
posición que precisamente, nos conduce a la conciencia de un estar diametralmente distantes de
la verdad, nos sea posible entrar en contacto con aquella verdad ajena? Sin embargo estas dudas
fácilmente se disipan, sí consideramos la posición de no-verdad, como postura de voluntad, es
decir, la no-verdad es una condición que define nuestra posición con la verdad, pero al mismo
tiempo, se entra en conciencia que la distancia ha sido puesta por uno mismo: “La no-verdad no
es soló estar fuera de la verdad, sino estar en polémica con la verdad, lo que se expresa afirmando
que él mismo ha perdido y pierde la ocasión3” a partir de esta conciencia de nuestra propia
culpabilidad, surge una nueva determinación que nos re-significa en la relación con la verdad, es
decir, estando en la no-verdad y tomando conciencia de ese estado: “…se operó en él un cambio
como del no-ser al ser4”, cambio denominado por Johannes Climacus como renacimiento, en el
sentido de re-direccionar nuestra voluntad fuera de la “polémica con la verdad”, o dicho de otra
forma, emerge dentro de nosotros este renacimiento, si se arrepiente de su estado anterior, en
esa medida se es un hombre nuevo porque se pone la condición para una nueva relación con el
maestro, que ante todo ha sido él quien le acerco la verdad al discípulo
Regresando una vez más a esta relación maestro-discípulo, y a partir del movimiento
anteriormente indicado, la analogía en este sentido toma mayor sentido y Johannes Climacus pasa
ahora a tomar la figura de Dios como la del maestro que establece una relación íntima con el
discípulo, lo que nos permite tener mayor noción de lo particular que esta relación, es decir, si
socráticamente hablando –como se ha indicado- el maestro no tiene una importancia al ser una
mera ocasión para la verdad; en contraparte, Dios nos muestra una peculiar forma de acércanos
la verdad, él nos la hace visible a través de su amor, es decir, el hecho de considerar la relación con
Dios una relación decisiva, tiene como principio el papel que Él mismo juega en la posibilidad de la
relación: “Entre hombre y hombre ser ayudador es lo supremo, pero engendrar está reservado a
Dios, cuyo amor es engendrador[…]5” Este engendrar por amor de Dios es el renacimiento en
sentido estricto, la consciencia de la no-verdad junto al arrepentimiento, ahí se establece la
relación con plena igualdad porque es Dios quien nos da la posibilidad, siendo Él mismo quien
establece la igualdad a través de la figura del siervo, de un servidor, qué otra expresión más
grande de amor puro podría haber, siendo Él mismo el que es, nos acercara la verdad tanto que
para poder entenderla, tendría Él que humillarse al hacerse nuestro igual: “[…]Dios quiere
mostrarse en la figura de servidor […] Esta forma de siervo es su verdadera figura. Eso es lo
insondable del amor: desear ser igual al amado no por juego, sino enserio y en verdad.6” Sin
embargo, aunque Dios por su amor se ha trasformado en un siervo, surge en medio de esta figura,
una enorme dificultad, al manifestarse la duda de si realmente es Dios quien se ha rebajado a tan
singular figura, evidentemente, la duda lleva dentro de sí una concepción común o pagana de Dios
–por así decirlo-, y en este sentido, se produce un choque constante entre ambas concepciones,
3
Ibídem, Pág. 32
4
Ibídem, Pág. 34
5
Ibídem, Pág. 45
6
Ibídem, Pág. 46
un choque que se da en la razón a manera de aguijón , lo punza constantemente, así, vemos que
existe una línea dibujándose paulatinamente con la intención de depurar un límite implícito en la
relación con Dios y dicho límite se refiere a la paradoja.
Lo primero que cabría precisar con mayor claridad, para entrar en materia, sería el sentido
de la diferencia, lo cual no supone una distancia infinita(aunque en cierta forma si existe dicha
distancia, en tanto, Dios la condición lo cual es un abismo respecto de la no verdad), no intento
forzar una contradicción, obstinándome en negar lo propio del concepto, porque, lógicamente
hablando, la diferencia por definición es lo no-otro que una cosa es en relación a una segunda
cosa, en este sentido se habla de una distancia en virtud de lo que una cosa es y de lo que no
puede ser, al afirmar Johannes Climacus acerca de la no-verdad como “la diferencia absoluta” se
remarca la posición desde la cual nos encontramos en relación a la verdad. Ahora bien, lo difícil de
entender, lo violento para el pensamiento, sería que, precisamente, la diferencia absoluta, la
distancia recalcada, queda anulada por Dios mismo, quien ha acortado la distancia, haciéndose
igual al hombre, por tanto, lo que permite eliminar la diferencia es cabalmente la consciencia de
la diferencia, es decir, en la conciencia de la no-verdad la culpa se hace patente en la voluntad, o
dicho de otra forma, Dios no ha sido quien ha puesto la diferencia, sino uno mismo, por esta
razón, es licito decir que Dios- maestro tome una determinación sustancial en correspondencia a
su papel en la relación, pero, es esta doble significación (lo absolutamente diferente en
convergencia con la igualdad) donde emerge la paradoja y se alimenta:
La figura del siervo como igualdad frente a la diferencia representa un punto de máxima
aflicción para la razón en está no cabe ningún tipo de conciliación de dos extremos tan opuestos,
refiriéndome a la conciliación en cuanto Dios toma la forma del hombre, pero no la de aquel que
posee en su haber un sinfín de tierras o incontables riquezas, incluso, Él no era alguien privilegiado
o contará con amistades, con influencias de las cuales valerse para salir de su precaria situación; se
hizo hombre y al hacerlo se hizo el más pobre de todos, con la sola intención de dejar a un lado
cualquier determinación externa que pudiera parecer concluyente y con ello suponer alguna
diferencia excluyente, su doctrina es para todos y ËL estaba dispuesto a dar el énfasis necesario
para que su intensidad fuera escuchada; aun siendo el más pobre de todos entregó lo único que
poseía, su vida, preocupándose únicamente de su doctrina.8 Ese es el valor de Dios al hacer
hombre, a manera de maestro se acerca a cada uno por igual, con el más desinteresado amor, ÉL
nos otorga la condición y con ello la salvación que trasciende incluso lo histórico, en virtud de la
igualdad absoluta, es decir, la igualdad aludida también se refiere a las generaciones posteriores
del momento histórico en el que se estableció la igualdad, denominado por Johannes Climacus,
discípulos de segunda mano. Evidentemente podría marcarse una diferencia notable entre un
contemporáneo y un así llamado discípulo de segunda mano, algo perfectamente lógico pero no
por ello fundamental, de lo contrario la misma noción de igualdad planteada hasta ahora
resultaría contradictorio. Obviamente quienes hayan sido contemporáneos de ese momento
histórico, hayan estado frente la figura de Dios como hombre, la oportunidad de” primera mano“
para obtener detalles de las diversas situaciones en las que se vio envuelto, en tanto sujeto
histórico, pero no deja de ser simples detalles sin mayor peso específico relevante:
7
Migajas filosóficas, Pág. 59
8
Ibídem, Pág. 68-69
circunstancia, no convierte en absoluto al testigo en discípulo, lo que
puede notarse bien en el hecho de que ese saber no tiene para él más
significado que el histórico. Se percibe de inmediato que lo histórico en
sentido concreto es indiferente.9
9
Migajas Filosóficas, Pág. 70-71
10
Véase Ibídem, Pág. 61
11
Véase Ibídem, Pág. 75
12
Ibídem, Pág. 78
verdad, a partir de aquí, la pregunta por la verdad podría plantearse nuevamente en función al
viraje de comprensión y razón implícitos en la noción griega de verdad. Por tanto, es licito decir
que el propósito de Johannes Climacus sería, más allá de dar una respuesta a la pregunta con la
cual inicial sus reflexiones -aunque si da una respuesta al desarrollar la concepción Socrática de la
verdad- propiciar un cambio en la manera de plantear la relación con la verdad, cambiar el terreno
estéril de lo racional, teórico y discursivo, por el suelo fecundo de la voluntad donde la relación
florece al calor de la paradoja y se recoge el dulce fruto de la fe.
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