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COMPENDIO ^* ^

DE

LA HISTORIA GENERAL DE LA IGLESIA

TRADUCIDO

Y AUMENTADO EN LO RELATIVO A LA HISTORIA DE ESPAÑA Y EN LA GENERAL

HASTA EL rRESENTE ANO

por W. II. Amado, Dominico, y Catedrático que fue


de Teología en Santo Tomás de esta Corte,

&. €. 3.

CON LAS UCENClAS ECLESlASTlCAS NECESARlAS.

MADRID: IMPRENTA, FUNDICION í LIBRERIA DE D. EUSEBIO AGUADO.


Es propiedad del Editor, y se perseguirá ante la ley al
que la reimprima.
Cuando me decidí á imprimir la Historia compen
diada de la Iglesia, escrita por el Ábate Lhomond,
traducida á nuestro idioma , no tuve eleccion sobre
á quién debia dedicarla, pues su contenido y el ser
tan interesante su lectura á todos los fieles, y con es
pecialidad á losjóvenes que aspiren al Sacerdocio, no
me dejaban libertad para hacerlo á ningún otro si
no á los que son nuestros Padres en la fe y nues
tros Maestros en la doctrina.
Dedicándola, pues, á VV. EE. II., creo que
cumplo con un deber que como á fiel hijo de la Igle
sia me incumbe ; y confio que lejos de desecharla
VV. EE. II. acogerán benignamente esta pequeña
ofrenda que les consagro , y que protegida con su
sagrado manto correrá libremente por las manos
de los fieles con notable aprovechamiento de los
mismos, que es lo que deseo.

EXCMOS. É ILMOS. SEÑORES:

B. á VV. EE. II. el Anillo,


PRÓLOGO.

Un Prelado español , distinguido por su celo religioso, ha


hecho traducir á nuestro idioma la Historia abreviada de la
Iglesia, escrita por el Abate Lhomond, y añadida por otros
eclesiásticos.
El fin que se ha propuesto ha sido generalizar su cono
cimiento : deseo justísimo , pues no deja de ser bochornoso
el descuido que generalmente se padece en no estudiarse
aquella , cuando tan interesados somos en todo lo que á la
Iglesia interesa. Hijos suyos por una especial gracia del Se
ñor, ¿podrán sernos indiferentes sus triunfos y sus perse
cuciones? ¿Podrá dejar de interesarnos el saber cómo fué
fundada , cómo creció y se ha generalizado ? Todo pues lo
que á esto concierne, y mas esencial de saberse, se contiene
en este reducido volumen ; y con su facil lectura podrá cual
quiera adquirir conocimientos que á otros han costado un
penoso y prolongado estudio, para el que además han tenido
que hacer no pequeños dispendios por haberse visto preci
sados á proporcionarse obras voluminosas.
Con poco trabajo, pues, y menos gasto (circunstancia
bien atendible en unos tiempos en que tan notorio es el es
tado de penuria en que especialmente el Clero se encuentra,
y á quien principalmente se dedica) los que la adquieran
sabrán la multitud de prodigios que en sí envuelve la fun
dacion de esta Iglesia; lo que por sí solo debe bastar para
convencer al mas incrédulo que es obra de todo un Dios,
porque solo Dios ha podido hacer que la Iglesia se fundara
y generalizara por el ministerio de doce hombres, los me
nos proporcionados, á juicio de los que humanamente pien
san, para tamaña empresa;. y mas cuando la doctrina que
enseñaban , lejos de ser á propósito para arrastrar en pos
de sí á los que los escuchaban , solo debia servir para ale
jarlos mas , puesto que tan contraria era á las inclinaciones
de una naturaleza viciada, y á los malos hábitos y costum
bres que en aquellos tiempos reinaban.
Pero si la historia de la fundacion de la Iglesia no bas
tase por sí sola para convencer á alguno de la divinidad de
esta obra, la de su conservacion durante diez y ocho siglos
arroja tanta luz , que parece imposible haya quien pueda
obstinarse en negarla. Porque ¿cómo es posible que no
hubiese perecido á los esfuerzos que durante trescientos
años hicieron sus perseguidores para ahogarla en la cuna,
á no ser sostenida por la diestra del Todopoderoso? ¿Quién
sino él pudo hacer que las persecuciones, lejos de destruir
la solo sirvieran para afianzarla y multiplicarla? ¿A quién
sino á él se debe el valor y paciencia con que tantos héroes,
cuantos fueron los que sellaron con su sangre la doctrina
que profesaban, triunfasen de la persecucion? ¿Ni cómo pu
diera subsistir de otro modo cuando sus dogmas eran tan
tenazmente combatidos por hijos desnaturalizados, que apo
vados por los Emperadores y Reyes la hicieron la mas cru
da guerra con sus errores? ¿Cómo en fin en medio de la
relajacion general de costumbres que en épocas llegó á en
tronizarse hasta en el santuario?
Mil veces sin duda debió perecer, siendo por tantos ca
minos y tantas veces contrariada; pero á pesar de todo sub
siste, y subsistirá hasta el fin de los siglos, porque no es
obra de los hombres sino de Dios , que tiene empeñada su
palabra de sostenerla y conservarla.
Esta conviccion, que proporciona el estudio de la His
toria de la Iglesia, servirá al paso que nos ilustre para ha
cernos apreciar el inestimable don de ser hijos suyos, y su
justa apreciacion nos deberá fortificar en los sentimientos
de una completa sumision, en que debemos vivir para creer
y practicar lo que la misma nos enseña y manda.
HISTORIA ECLESIASTICA.

Predicacion de los Apóstoles.

valuando Jesucristo hubo subido al cielo, los Apóstoles se


volvieron á Jerusalén; y segun la orden que habian recibi
do, se encerraron en el Cenáculo, para por medio del retiro
y de la oracion disponerse á recibir el Espíritu Santo que
el Salvador les babia prometido. El dia diez , que era el de
la fiesta de Pentecostés (1) , bajó visiblemente el Espíritu
Santo sobre ellos, y los convirtió en unos hombres entera
mente nuevos. Revestidos desde aquel instante de una fuer
za celestial, y abrasados en un fuego divino, los Apóstoles se
pusieron á hablar diversas lenguas y á publicar las maravi
llas de Dios. El pueblo ó los judíos, que habian concurrido
en gran número á Jerusalén para celebrar la fiesta, se agol
paron de un modo estraordinariamente numeroso al rede-

([) Pentecostés. Los judíos celebraban esta Pascua á los cincuenta dias de la
del Cordero, lo mismo que nosotros, en memoria de haber recibido Moisés en el Si-
naí la ley de mano de Dios. A ella eoncurrian los israelitas y prosélitos lo mismo que
á la otra ; y en esta pudieron ver la promulgacion de la misma ley llevada á su per
feccion por Jesucristo.
PARTE I. 1
1
dor de ellos. Habian concurrido en aquel año á la metró
poli de la Judea israelitas de todas las partes del mundo y
en mayor número que nunca, porque en todo el Oriente
reinaba la persuasion de que el Mesías iba á aparecer. Este
pueblo pues , mezclado de tantas naciones , se sorprendió
hasta el estremo al oir á los Apóstoles hablar las lenguas de
diferentes naciones y paises. De aquí tomó ocasion S. Pedro
para decirles: "La maravilla que os asombra, hermanos
mios, es el cumplimiento sensible de la profecía de Joel,
por quien dijo Dios : Vendrá un tiempo en que derramaré yo
mi espíritu sobre toda carne; haré entonces que se obren pro
digios en el cielo y en la tierra, y vuestros hijos profetiza
rán." En seguida les anunció la divinidad de Jesucristo, á
quien ellos habian crucificado, declarándoles que él era el
Mesías verdadero esperado por sus padres desde el princi
pio del mundo; exhortólos despues á que se bautizasen en
su nombre para recibir el perdon de sus pecados y el don
del Espíritu divino, y con efecto se convirtieron tres mil,
que desde luego se pusieron en el número de los discípulos,
y que perseveraron en la doctrina de los Apóstoles asistien
do sin falta á escuchar constantes sus instrucciones.
Dios confirmaba esta doctrina con una multitud de pro
digios que tenian á todo el pueblo en un santo temor. Ha
biendo subido S. Pedro y S. Juan al templo á la hora de
Nona, hallaron á la puerta á un hombre como de cuarenta
años que estaba cojo desde el vientre de su madre. Pedia
en aquel sitio limosna á los que entraban, y al llegar los dos
Apóstoles les pidió, como acostumbraba hacerlo á los de
más. San Pedro se paró y le dijo: "No poseo ni oro ni plata,
pero te doy lo que tengo : en el nombre de Jesucristo le
vántate y echa á andar." El cojo quedó curado en aquel
instante, y para mayor demostracion del prodigio comenzó
á andar y entró en el templo, alabando á Dios enagenado de
gozo. La gente al ruido de esta maravilla se agolpó como
era natural al templo, y S. Pedro hizo un segundo discur
so en el que convirtió cinco mil personas. Los sacerdotes y
el superior de ellos por entonces, irritados con el efecto ad
mirable que producia la predicacion de los Apóstoles , los
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detuvieron y los pusieron en prision. Por la mañana el
Sanhedrin , que era el supremo Consejo de los judíos , se
reunió, y habiendo hecho traer á los Apóstoles les pregun
taron que con qué autoridad obraban. Entonces S. Pedro
lleno del Espíritu Santo respondió con una santa firmeza:
" Obramos en nombre de Jesucristo, á quien vosotros habeis
crucificado. " Todos los que componian el Consejo estaban
penetrados de asombro al ver el caracter impávido de los
Apóstoles, á quienes conocian por hombres de la ínfima ple
be. Se contentaron pues con prohibirles que predicasen y
enseñasen en el nombre de Jesus. Los Apóstoles, con una
intrepidez que no podia ser suya, respondieron á esta pro
hibicion diciendo: "Juzgad vosotros mismos si es mas justo
'-obedeceros antes que obedecer á Dios: nosotros no pode-
«mos callar lo que habemos visto y oido cuando nos manda
«Dios que lo publiquemos." Con todo se les dejó ir eu li
bertad. En seguida vinieron á unirse con los fieles y á con
tarles lo que les habia sucedido, por lo cual dieron todos
gracias á Dios, pidiéndole la fuerza necesaria para anun
ciar su palabra sin temer la prohibicion ni las amenazas de
los hombres, que deben tenerse en nada cuando se trata de
cumplir con la ley del Señor. Por entonces los Geles seguian
reuniéndose en el templo para orar en la galería ó pórtico
de Salomon. Los demás del pueblo no se atrevian á juntar
se con ellos por temor de que los inquietase la autoridad
pública, mas no podian dejar de alabarlos y de honrarlos
á la vista de los prodigios que se obraban todos los dias.
Se colocaba á los enfermos sobre sus camas en medio de las
calles para que al pasar S. Pedro los tocase siquiera la som
bra de su cuerpo; algunos venian de las poblaciones veci
nas con el mismo fin; y todos volvian curados. El príncipe
de los sacerdotes rabioso y despechado hizo poner ' segunda
vez en prision á los Apóstoles; pero un angel les dió liber
tad, y les mandó fuesen sin temor al templo á predicar la
divina palabra. El Consejo envió á la prision la orden de
que los trajesen á su presencia; pero aunque la carcel es
tuviese bien cerrada, á nadie encontraron dentro. Empero
no faltó quien vino al mismo tiempo á avisar que los pri
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sioneros se hallaban enseñando á la plebe en el templo. En
tonces el capitan de los guardias de éste fue á donde esta
ban , y los condujo al Consejo sin hacerles violencia alguna
porque temia que la gente lo llevase á mal. Cuando estu
vieron delante del Consejo les preguntó el presidente: "¿No
«os prohibimos espresamente que predicáseis en el nombre
«de Jesus? ¿Por qué, pues, habeis llenado á Jerusalén de
«vuestra doctrina, y quereis cargar sobre nosotros la sangre
«de este hombre?" Pedro (1) y los Apóstoles respondieron:
"Es necesario obedecer á Dios antes que á los hombres."
Cuando la ley humana se halla en oposicion con la divina,
no hay que balancear sobre la eleccion : es necesario que
sea la divina á quien se dé la preferencia. Respuesta gene
rosa, que todos los mártires, á imitacion de los Apóstoles,
han repetido delante de los tiranos cuando éstos, ó les pro
hibian hacer lo que Dios manda , ó les mandaban lo que
Dios prohibe. Los individuos del Consejo soberano tras
portados de furor pensaban hacer morir á los Apóstoles;
mas uno de ellos llamado Gamaliel dió un parecer mas mo
derado. "Si esta empresa es de hombres, dijo, ella se disi-
«pará por sí misma; pero si viene de Dios, nunca podreis
«impedir el que progrese." Este consejo fue adoptado. Con
todo, se hizo azotar á los Apóstoles con varas antes de sol
tarlos, y se les renovó la prohibicion de hablar en nombre
de Jesus. Los Apóstoles se retiraron llenos de gozo porque
se les habia tenido por dignos de sufrir esta afrenta por el
nombre de su Maestro; continuaron predicando á Jesucristo
en el templo, y enseñando todos los dias á los fieles en lo
interior de sus casas.

(i) Conviene anotar aquí la claridad con que en este primer ciordio de la Igle
sia se ve el dogma sublime de la primacia de S. Pedro, y sn lugartcnencia de Jesucristo
en la tierra. Pedro es el primero que habla ó predica la palabra de salud ; Pedro es
el primero que obra milagros; Pedro es el primer preso por amor de su Maestro,
y Pedro en lin es quien lleva la voz por todos cuando hay que responder al Con
sejo. ¡Oh! Pedro es el pastor de los pastores, y esa es la causa de todo.
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Maravillosos progresos del Evangelio.

El número de los discípulos del Salvador se aumentaba


de dia en dia. La Iglesia de Jerusalén era ya considerable
cuando san Lucas escribió los Hechos de los Apóstoles. En
ellos vemos que se componia aquella santa Iglesia de per
sonas de todo sexo, de toda edad y de toda condicion. Y
no era solo en Jerusalén donde la fe hacia conquistas ; los
Apóstoles, obligados á dispersarse á causa de la persecucion
que se suscitó en esta ciudad , esparcieron por todas partes
la semilla de la divina palabra, y formaron en los sitios en
que se refugiaron otras Iglesias nuevas compuestas de ju
díos y de gentiles. San Pedro recorrió varias provincias y
fundó Iglesias en ellas: primero colocó su silla en Antioquía,
y despues se pasó á Roma. Era Roma entonces el centro de
la idolatría, y al príncipe de los Apóstoles le correspondia
por su primado el combatir y destruir á este monstruo en
los sitios en que dominaba con mayor imperio. Antes habia
predicado tambien á los judíos dispersos en el Ponto, en la
Galacia, en la Capadocia, el Asia y la Bitinia, á los cuales
dirigió su primera carta. Además envió algunos de sus dis
cípulos á fundar otras Iglesias en el Occidente. San Pablo
por otra parte anunciaba á Jesucristo á los gentiles con el
mismo buen efecto. Desde luego se dirigió á Seleucia, á
Salamina y á Pafos, y convirtió al proconsul Sergio Pau
lo, que era el gobernador; y la mayor parte de la isla re
cibió el Evangelio. En seguida atravesó la Pisidia, la Pan-
filia, la Licaonia, la Frigia, la Galacia, la Misia y la Ma-
cedonia. Su predicacion era seguida siempre de la conver
sion de los pueblos, y en Filipos estableció una Iglesia que
permaneció adherida inviolablemente á la doctrina y á la
persona del santo Apostol. Despues de haber recogido una
mies abundantísima en sus peregrinaciones, se detuvo en
Tesalónica, capital de la Macedonia, y fundó otra Iglesia
cuyo fervor sirvió de modelo á todas las demás. De allí pasó
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á Acaya y predicó en Atenas, donde en medio del Areópa-
go hizo el célebre discurso á que se siguió la conversion de
S. Dionisio y de otros muchos. Por último y despues de
otros muchos viajes vino á Roma , donde permaneció dos
años enteros anunciando el reino de Dios hasta en el pala
cio mismo del emperador Neron, de cuya familia convirtió
á muchas personas. Los otros Apóstoles se dispersaron del
mismo modo en las otras provincias del imperio romano,
y algunos en otros reinos bárbaros, para llevar como lleva
ron á todas partes la buena y admirable noticia de la sal
vacion por Jesucristo. Las conversiones fueron tantas en
estos principios de la Iglesia, y la luz del Evangelio se di
fundió en tantas partes , que ya á fines de este siglo habia
cristianos y no pocos en la mayor parte del imperio roma
no, y en naciones que los romanos no habian podido con
quistar. Asi fue como los Apóstoles dieron á presencia de
todas las naciones, de los judíos y de los gentiles, de los
griegos y de los bárbaros, de los sábios y de los ignorantes,
de los pueblos y de los príncipes , un testimonio fiel á los
prodigios y maravillas del Hijo de Dios, especialmente á su
resurreccion: maravillas y prodigios que ellos habian visto
con sus ojos, escuchado con sus oidos, y palpado con sus
manos. Ellos sostuvieron este testimonio sin interés alguno
y contra todas las razones de la prudencia humana hasta el
último suspiro: y por último tuvieron todos la gloria de se
llarlo con su sangre.
La prontitud inaudita cou que la Religion cristiana se
estableció por todas partes, prueba manifiestamente que es
divina (1), y lo que es mas, que es obra de Dios. Su esta
blecimiento, al que debian oponerse y se opusieron las lu
ces, las pasiones y los intereses de los hombres, de las so-

(t) He aquí el raciocinio que hacia S. Agustin á lus incrédulos de su tiempo,


y al que nada hay que responder. « La religion cristiana no pudo propagarse co
mido se propagó sino por un milagro : luego ó crees eu ella como demostrada
«por este milagro, ó eres tú mismo un milagro de locura, porque te opones so
ido á lo que todo el mundo ha creído y cree. » Ciertamente, siendo milagrosa es
ta propagacion, no hay otra salida sino decir que Dios haya hecho prodigios en
favor de la mentira ; pero á este csceso de locura no es facil que llegue nadie.
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ciedades y de los errores dominantes, es un prodigio sensi
ble contra el que la incredulidad jamás podrá sostenerse
si no cierra los ojos á la luz de la evidencia. Jesucristo ha
bia anunciado que sería predicado su Evangelio por toda la
tierra , y esta maravilla debia verificarse incontinenti des
pues de su muerte, pues habia dicho que cuando fuese le
vantado en alto, esto es, puesto en la cruz, traería á sí to
das las cosas. Los Apóstoles no habian acabado todavía su
carrera, y ya San Pablo decia á los romanos que la fe se
anunciaba en todo el universo; á los colosenses les asegu
raba que el Evangelio era escuchado de todas las criaturas,
que era predicado, que fructificaba, y que crecia por todo el
globo. En efecto, una tradicion constante nos asegura que
Santo Tomás lo planteó en las Indias, S. Juan en el Asia
menor, S. Andrés en los Escitas, S. Felipe en el alta Asia,
S. Bartolomé en la grande Armenia, S. Mateo en la Per-
sia, S. Simon en la Mesopotamia, S. Judas en la Arabia
y S. Matías en la Etiopia. Pero no hay necesidad alguna de
acumular ni referir historias para confirmar esta verdad;
los efectos hablan por sí mismos: tantas y tantas Iglesias
como vemos al fin del primer siglo no se habian formado
por sí mismas; y existiendo como existian, demuestran la
mucha razon con que S. Pablo aplicó á los Apóstoles este
pasage del Salmista. "Su voz se ha hecho oir en toda la tier-
«ra, y su palabra ha sido llevada hasta las estremidades del
« mundo. "

Predicacion del Evangelio en España.

Al paso que los demás Apóstoles diseminaban la semilla


del Evangelio por las demás partes del globo , Santiago el
mayor, ó el hijo del Zebedeo, daba á conocer á Jesucristo á
los diversos pueblos de la Península española. Los altos des
tinos de esta nacion generosa, que hasta entonces habia dis
putado su libertad con las armas en la mano contra todo
el poder del imperio romano , pedian al parecer un Apostol
H
que fuese su padre en Jesucristo. El Señor se lo concedió
en el Hijo del Trueno , que si no fue el primero de entre los
discípulos del Salvador, fue uno de los mas queridos. Sabi
das son las distinciones con que manifestó el Señor esta
predileccion. Uno de los primeros llamados, uno de los tes
tigos de su gloria en el Tabor, fue tambien uno de los po
cos que merecieron tener un nombre impuesto por la boca
del mismo Salvador del mundo. Apenas aportó á España
demostró que no llevaba en vano el nombre de Hijo del
Trueno, pues se portó con los españoles como tal en la ra
pidez con que recorrió la Península , y en la claridad con
que iluminó á los habitantes de ella. La fe predicada por
un tal enviado de Dios no podia menos de hacer progresos
en los españoles , y asi es que apenas les predicó el Santo á
Jesucristo, cuando se vió rodeado de una multitud de dis
cípulos que con la firmeza de su fe, con la santidad de sus
costumbres, y con el desprecio que mostraban por todo lo
que no fuese el cielo, prepararon el camino para la total
conversion de la nacion entera. Asi es que no bien algunos
de entre los primeros discípulos del santo Apostol volvieron
á fomentar la mies que él habia dejado sembrada , cuando
se vió crecer ésta y multiplicarse de un modo el mas
admirable. Fuese que á Santiago le llamasen á Jerusalén
asuntos de la Iglesia universal , ó fuese mandato espe
cial de Dios, el becho'es que el Santo apareció entre los
españoles como un relámpago; con la ligereza de éste re
corrió la España, pero se llevó consigo discípulos españoles
escogidos, que criados como vulgarmente se dice á sus pe
chos, volviesen, como efectivamente volvieron, á completar
la obra que su Santo maestro habia dejado comenzada. San
Pedro, á quien probablemente los presentó Santiago, les con
firió las órdenes y la mision que necesitaban para venir co
mo Obispos; y recibidas éstas entraron en su patria, la que
desde entonces se hizo una provincia de la Iglesia católica,
un rebaño de Jesucristo, un plantel de Santos y una nacion
enteramente fiel. Además de los enviados por S. Pedro, que
fueron siete, Santiago se quedó en Jerusalén con algunos
otros discípulos españoles, que iria enviando como operarios
9
de refuerzo para adelantar los bellos efectos que desde lue
go prometia esta mision ; y los establecidos de antes como
los nuevamente venidos enviaron diputados á su santo Apos
tol para consultarle en sus dudas, noticiarle sus progresos
y pedirle sus luces. Esto se evidencia por lo que sabemos
de su muerte. Cuando el Santo fue decapitado por Herodes,
que con esta muerte quiso adular á los judíos enemigos del
cristianismo, los discípulos españoles que con él estaban en
Jerusalén, no solo se aprovecharon de los ejemplos de ca
ridad y de heroica fortaleza que su santo Apostol les dió,
sino que se apoderaron de sus sagrados restos , y cargados
con este tesoro aportaron á su patria, á la que enriquecieron
con él. Aún existen entre los españoles estas preciosas re
liquias, que por muchos siglos fueron el objeto de la vene
racion de toda la Europa, y atrajeron á Santiago de Galicia,
en donde descansan, millares de millares de peregrinos, asi
nacionales como estrangeros. Estos venian atraidos por la
fama de los milagros, pero á aquellos los arrastraba la gra
titud piadosa de lo que debian á su Apostol. El conocimien
to de Jesucristo cuyos primeros rudimentos les comunicó
cuando vivo, lo estendió y lo consolidó con su intercesion
despues de su muerte; y si un tiempo la Península fue re
gada con sus sudores pasageramente , los opimos frutos de
piedad y de religion que despues dió los debe en su mayor
parte á la presencia de las cenizas de Santiago muerto. Pe
ro estos y otros favores de que le es deudora la España no
son ni aun para indicados en un compendio: tantos y tan
grandes son.
Lo que no es para callado, pues sin duda contribuyó mas
que nada á los progresos del catolicismo entre los españo
les, es la venida de la misma Madre del Salvador á Zara
goza cuando Santiago predicaba el Evangelio en aquella ciu
dad y sus inmediaciones. Oraba el Santo con sus discípulos
una noche á las orillas del Ebro, cuando de repente que
daron sus sentidos santamente enagenados con lo que afec
tó sus oidos y alegró inefablemente sus ojos. María conduci
da por los ángeles se les dejó ver en la misma carne mortal
en que Santiago la habia conocido en la Judea, aunque aho
10
ra no puede dudarse que viniese revestida de algunos acci
dentes de magestad y de gloria. Venia á tomar posesion de
la nacion española, que Dios la habia concedido en dote ó
heredad particular; y aunque pudo hacerlo desde el cielo ó
por tercera persona, quiso venir cuando aún vivia y ella
por sí misma á ejecutarlo. Los ángeles la acompañaron co
mo á su Reina á este solemne acto, y Santiago y sus espa
ñoles discípulos la vieron rodeada de ellos, y la aclamaron
Madre, y la invocaron protectora. La Señora entonces, to
mando de mano de los espíritus celestiales una imagen suya
tallada divinamente en piedra y colocada sobre una colum
na, la entregó á Santiago mandándole fabricase allí mismo
una iglesia en la que se la empezase á venerar , y á la que
deberían mirar los españoles como al templo de todas sus
esperanzas. "A la pequeña casa que ahora me edifiques, le
«añadió la Señora, se sustituirá un dia un grande templo,
«y mientras exista éste, y mientras dure en él el culto que
«los españoles deben darme , la suerte de España correrá
«de mi cuenta siempre." Dijo, y desapareció. La pequeña
tropa de fervorosos cristianos se dedicó con efecto al ins
tante á edificar una pequeña ermita, al rededor de la cual
no tardaron en concurrir corazones llenos de piedad , cada
uno de los cuales se ofrecia á la Señora como templo vivo
que ella podia hacer digno de Dios por Jesucristo su Hijo.
Esta piedad debió ser contagiosa , pues desde entonces la
Religion cristiana fue estendiéndose, afirmándose y siendo
practicada , y con ella fue tambien en aumento siempre la
ternura y la devocion de los peninsulares á María. El Apos
tol y los apostólicos varones que le acompañaban se llena
ron de un nuevo fervor con este beneficio tan singular, y
agradecidos á él correspondieron inspirando á cuantos con
vertian una devocion y una confianza sin límites en la in
tercesion y en los méritos de la Madre siempre Virgen y
Reina del cielo y la tierra, María Señora nuestra, que siem
pre bendita sea. Amen. La tradicion de los españoles habla
de otras imágenes traidas de orden de la Señora por San
tiago á diversos puntos de España , pero ninguna tan justa
mente célebre como la del Pilar de Zaragoza, ni ninguna
11
que tanto exaltase la devocion y el celo del Apostol de la
Iberia como ella, porque en ella veia sin duda el Santo ase
gurado para siempre el buen éxito de sus trabajos apostó
licos.

Virtudes de los primeros cristianos.

Nada hay tan hermoso ni tan encantador como el cua


dro que ofrece la Iglesia católica en su infancia. San Lucas
« le trazó asi en las Actas de los Apóstoles: "Toda la multi-
«Uid de los fieles, ó todos los que creian, no tenian sino un
«corazon y una alma; ninguno se apropiaba cosa alguna de
«lo que poseia, sino que todos depositaban sus bienes para
«que fuesen comunes á todos. No habia entre ellos ni un
«solo pobre, porque los que tenian tierras ó casas las ven-
«dian, y trayendo el precio lo ponian á los pies de los Após-
«toles, y de ello se distribuia á todos, dando á cada unose-
«gun su necesidad. Los fieles perseveraban en la doctrina
«del Salvador, en la oracion y en la fraccion del pan, que
«es decir, en la participacion de la divina Eucaristía." Y
en otro lugar: "Estaban los fieles íntimamente unidos por
«la caridad, y todo cuanto tenian les era comun; vendian
«sus posesiones y bienes, y los distribuian segun la necesi-
«dad de cada uno; continuaban yendo unidos en espíritu
«todos los dias al templo, y dividiendo el pan por las casas;
«tomaban su alimento con alegría y simplicidad de corazon,
«alabando á Dios, y siendo apreciados de todo el pueblo;
«se hacian muchos milagros por mano de los Apóstoles, y
«estaban animados todos de un mismo espíritu; ninguno de
«los otros se atrevia á juntarse á ellos en el templo, mas el
«pueblo les alababa sobremanera, y el número de los que
«creian en el Salvador se aumentaba de cada dia mas: la
«Iglesia se establecia asi marchando en el temor del Señor,
«y se veia llena de la consolacion del Espíritu divino." El
historiador sagrado habla de la Iglesia de Jerusalén. Aun
que las otras Iglesias, compuestas en su mayor parte de gen
n
tiles, no llegasen á lo sumo He esta soberana perfeccion, no
dejaban con todo de ser unos prodigios de virtud y de san
tidad, máxime si se considera el estado en que se hallaban
los gentiles antes de su conversion. Una vez que habian re
cibido el bautismo, no se descubria ya en ellos nada de lo
que antes habian sido, sino que por el contrario empezaban
á tener una vida enteramente nueva, toda interior, toda
espiritual, en la que hallaban facil y practicable lo que an
tes les habia parecido imposible (1). Los que hasta allí ha
bian sido esclavos de la voluptuosidad y de los placeres, se
hacian desde aquel momento temperantes y castos; los am
biciosos nada veian ya de verdaderamente grande sino en
la cruz ; todas las pasiones se veian vencidas, todas las vir
tudes practicadas; renunciaban con placer á las dulzuras y
comodidades de la vida; y el trabajo, y el retiro, y el ayu
no, y el silencio eran las ocupaciones que tenian mas atrac
tivos para ellos. La primera y principal de sus ocupaciones
era la oracion, que tambien es la que S. Pablo recomienda
en primer lugar; y como este Maestro sublime exhorta á
que se ore sin cesar segun el precepto del Maestro de todos
Jesucristo, de ahí el que aquellos primeros fieles empleasen
toda suerte de medios para no interrumpir sino lo menos
que podian la aplicacion de su espíritu á Dios y á las cosas
celestiales. Lo mas que podian oraban en comun, persuadi
dos á que cuanto son mas las personas que se unen para pe
dir á Dios una gracia, tanto mayor eficacia tienen para ob
tenerla, segun esta palabra del Salvador: "Si dos ó tres per-
«sonas se juntasen sobre la tierra para orar, todo lo que
«pidieren les será concedido por mi Padre, que está en los
«cielos, porque en donde se hallan dos ó tres personas uni-

(i) Esta es la obra de la gracia, que alumbrando el entendimiento mueve á la


voluntad, y la hace amar lo que aborrecia y aborrecer lo que amaba. Pero su mo
cion empieza por el entendimiento, y asi es que no destruye ésta á la libertad, sino
que antes bien la corrobora y perfecciona, desengaña al hombre sobre los objetos
que amaba , y su voluntad no impedida elige lo que conoce como verdadero bien,
aunque pudicndo no elegirlo. Esio es sencillo, aunque no lo han querido conocer los
enemigos de la verdad , que bajo pretesto de reformar las costumbres han querido
precipitar á tos hombres en lu inmoralidad y la desesperacion.
13
«das en mi nombre ahí estoy en medio de ellos." Para re
novar con mas frecuencia su atencion á Dios hacían oracio
nes particulares antes y despues de cada accion que em
prendian', ellos estudiaban la ley del Señor, repasando en sus
casas lo que habian oido decir en el sitio en que todos se
reunian , ó en lo que les servia de Iglesia , y procuraban
imprimir en su memoria las esplicaciones de su pastor y
padre espiritual, hablando de ello unos con otros. Los pa
dres con especialidad tenian sumo cuidado de hacer estas
repeticiones ó repasos en el seno de sus familias con los in
dividuos que las componian. Asi la vida cristiana era una
continua cadena de oraciones, de lectura y de trabajos, que
se sucedian segun las horas , sin otra interrupcion que las
que exigen las necesidades de la vida. ¿Y quién no admi
rará esta conducta en unos hombres que hasta entonces ha
bian vivido entregados á todos los desórdenes de la idola
tría? ¿De dónde, por quién habia venido un cambio tan re
pentino, tan maravilloso? Era necesario que hubiesen que
dado bien conmovidos de los milagros y de las virtudes de
los que anunciaban esta nueva religion ; era también nece
sario que el Espíritu de Dios hubiese obrado con mucho vi
gor sobre sus almas para formar de ellos hombres nuevos
hombres castos y mortificados , hombres despreciadores de
las riquezas y honores, hombres en fin tales como estos, que
no deseaban otros bienes que los invisibles y eternos. Un
cambio como el que se observó en las costumbres de los
hombres es por consiguiente la demostracion mas palpable
de ser quien lo hizo aquel mismo que sacó al mundo de la
nada , y que muestra su poder de un modo mas admirable
cuando triunfa de los corazones sin dañar á la libertad.
Cuando criaba los seres obraba como dueño, sin encontrar
en parte alguna cosa que le resistiese; cuando muda los co
razones Dios, que quiere de parte del hombre una obedien
cia libre, le deja el poder ó la facultad de resistir.
Concilio de Jerusalén.

Algunos de los judíos convertidos nuevamente al cris


tianismo se hallaban demasiado aficionados todavía á la ley
de Moisés, y querian sujetar á ella á los gentiles que se ha
cian cristianos. En Antioquía especialmente, donde se halla
ban por entonces S. Pablo y S. Bernabé, escitaron una gran
turbacion diciendo que los gentiles que se convertian á la
fe no podian salvarse si no se circuncidaban y practicaban
las ceremonias que Moisés habia ordenado. San Pablo y San
Bernabé se oponian á esto, sosteniendo que Jesucristo habia
venido á libertar á los hombres de esta esclavitud, y que
su gracia de nada serviria á los que mirasen la circuncision
como necesaria. Se resolvió por tanto que los dos fuesen á
Jerusalén á consultar sobre esta cuestion á los Apóstoles.
A su llegada fueron recibidos por toda la Iglesia. San Pablo
habia emprendido este viaje movido por una revelacion del
cielo. Al momento empezó á conferenciar con los Apóstoles
que estaban en Jerusalén, esto es, con S. Pedro, Santiago
y S. Juan, que eran mirados como las columnas de la Igle
sia; comparó con la doctrina de estos la doctrina que él
predicaba á los gentiles, y que no habia aprendido de ningun
hombre , sino solo por revelacion de Jesucristo , y todo se
encontró conforme y en regla asi de una parte como de otra.
Los cinco Apóstoles y los presbíteros se reunieron en se
guida para examinar y resolver la cuestion que se habia es
citado, y despues de una madura y dilatada discusion San
Pedro se levantó y dijo: "Bien sabeis, hermanos mios, que
«desde muy antiguo me eligió Dios para hacer oir á las
«gentes su Evangelio de mi boca, y que estas debian
«creer (1) ; el que conoce los corazones ha dado testimonio

(i) Credere. Me eligió Dios para que me crean tos que oigan de mi boca la
voz del Evangelio, dijo S. Pedro en este concilio, y ninguno de los Apóstoles recia
15
«á «u fe dándoles el Espíritu Santo como á nosotros; y
«¿por qué pues vosotros tentareis á Dios, imponiendo á los
«discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros he-
«mos podido llevar? Nosotros esperamos salvarnos por la
«gracia de Jesucristo nuestro Señor del mismo modo que
«ellos." Habiendo hablado S. Pedro de este modo toda la
asamblea se calló, y los que en ella estaban oian las mara
villas que contaban S. Pablo y S. Bernabé haber hecho Dios
por su ministerio entre los gentiles. Santiago tomó en se
guida la palabra, y confirmó lo que habia dicho S. Pedro
con los testimonios de los Profetas tocante á la vocacion de
los gentiles. "Por eso, añadió concluyendo, juzgo yo que
«no se debe inquietar á los gentiles que se convierten á
«Dios, sino escribirles solamente que se abstengan de las
«inmundicias de los ídolos, de la fornicacion, de comer
«carne de animales sufocados y sangre." Los Apóstoles ad
vierten á los gentiles que se abstengan de la fornicacion,
porque no era conocida en el paganismo la gravedad de es
te crimen. En cuanto á la prohibicion de comer carnes so
focadas y sangre, no era sino una condescendencia de los
Apóstoles, que quisieron conservar por algun tiempo esta
observancia legal, á fin de reunir mas facilmente á los gen
tiles con los judíos.
Decidida la cuestion , los Apóstoles , los Presbíteros y
toda la Iglesia resolvieron enviar á algunos de entre ellos
á Antioquía con Pablo y Bernabé, y les entregaron una
carta que contenia la decision del Concilio , la cual estaba
concebida en estos términos: "Ha parecido bien al Espíri-
«tu Santo y á nosotros el no imponeros otras cargas que
«el que os abstengais de comidas sacrificadas á los ídolos,
«de animales ahogados á fuerza, de sangre, y de la fornica-
«cion." Los Apóstoles en este primer concilio dieron el

mó contra este privilegio, que todos conocian como lo asegura el mismo S. Pedro,
vos scitis, y que ninguno de ellos se apropió jamás ni podia apropiárselo, pues co
mo afirma en este mismo lugar el principe de los Apóstoles era privativo suyo:
elegit me: dice me, á mí , no á vosotros. ¿Se quiere una prueha mas clara de su in
falibilidad y de su autoridad suprema en definir? ZSo hay medio, ó borrar este testo,
ú oir á Pedro y creer. Este es el dogma.
16
ejemplo que la Iglesia ha seguido despues en ios Concilios
generales que ha celebrado. Como ellos, asi ésta ha decidi
do con una autoridad soberana , y sin dependencia alguna
de la potestad secular, no solo las cuestiones de fe, sino
tambien las de disciplina y demás puntos que tienen rela
cion directa con la salvacion de las almas. Se suscitó una
cuestion considerable entre los fieles; se envia á consultar
á la Iglesia de Jerusalén, donde entonces se hallaba S. Pe
dro, y donde habia comenzado la predicacion del Evangelio.
Los Apóstoles se reunen , se delibera con madurez , cada
uno dice su modo de pensar, y por último se da una deci
sion. San Pedro preside la asamblea, él hace la apertura,
propone la cuestion, da el primero su parecer, y aunque
pudiera decidir por sí solo no lo hace, porque aunque él es
el juez supremo, sus hermanos los otros Apóstoles son tam
bien jueces. Santiago juzga tambien, segun lo dice espresa-
mente; la decision está fundada en las santas Escrituras; y
formada por el comun consentimiento de los pastores, que
confirma el pastor de todos ellos S. Pedro, se pone por es
crito, no como un juicio humano sino como un oráculo del
Espíritu Santo, y se dice con confianza: ha parecido bien al
Espíritu Santo y á nosotros; se envia despues esta decision
á las Iglesias particulares, no para que sea examinada, sino
para ser recibida y ejecutada con una entera sumision : se
esplica pues el Espíritu Santo por la voz de la santa Iglesia.
Asi es, que S. Pablo y Silas, que llevaron á los fieles este
primer juicio de los Apóstoles, lejos de permitirles una nue
va discusion de lo que se habia decidido, iban por las ciu
dades enseñando á todos á observar las ordenanzas de los
Apóstoles. Y de este modo es como los hijos de Dios obede
cen al juicio de la Iglesia, persuadidos de que oyen por su bo
ca la voz del Espíritu Santo. Por eso en el Símbolo, despues
de haber dicho creo en el Espíritu Santo, añadimos al ins
tante y á la santa Iglesia católica; palabras por las que ma
nifestamos la obligacion que tenemos de reconocer una ver
dad infalible y perpetua en la Iglesia universal nuestra ma
dre, pues que esta Iglesia á quien creemos de todos los
tiempos, dejaria de ser Iglesia si cesase de enseñar la ver-
17
dad revelada por Dios. Esta creencia está fundada en las
promesas solemnes que Jesucristo hizo á los principales
miembros de esta Iglesia, que son los Apóstoles, y sus suce
sores los Obispos, y con mas particularidad á la cabeza y
pastor de todos ellos S. Pedro, y los que le sucederán en el
pontificado hasta el fin de todos los siglos. A aquellos dijo:
"Todo poder se me ha dado en el cielo y en la tierra; an
udad pues, enseñad á todas las naciones, instruyéndolas en
«la práctica de cuanto yo os he mandado, y ved aquí que
«yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos ó de los
«siglos." Esto es muy formal y muy sencillo, pero aún es
mas si cabe lo que se dice á Pedro, fundamento de la fe y
de la Iglesia: "Sobre ti, ó Pedro, edificaré yo la Iglesia mia,
«y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. " Y
en otro lugar: "Yo he pedido por ti, ó Pedro, para que ja-
«más desfallezca ó falte tu fe; la de tus hermanos puede
«faltar, la tuya no, y por eso si aquellos faltan, tu encargo
«y tu cuidado será el confirmarlos. " Con estas promesas, de
que la omnipotencia de Jesucristo sale garante , con este
socorro todopoderoso, los Apóstoles van; unidos á su cabe
za enseñan todas las verdades y nunca engañan ; fundados
sobre la piedra, Pedro, combaten todos los errores, y de to
dos triunfan siempre: nada los abate, porque el cimiento
es sólido; Jesucristo lo apoya, y mientras estén fundados
sobre él el socorro divino no les faltará ; todos los dias es
tará el Salvador con ellos, y con ellos estará hasta el fin del
mundo si ellos no se separan de su centro , que es todo su
apoyo.

Muerte de Santiago el Menor (año de C. 6§).

Santiago, llamado el Menor para distinguirlo del otro


Santiago hermano de san Juan é hijo del Zebedeo, habia
sido establecido Obispo de Jerusalén, y fué el que en el pri
mer Concilio habló despues del Príncipe de los Apóstoles.
Todos los fieles lo amaban, y aun lo respetaban los mismos
PARTE i. 2
18
judíos por su eminente santidad. Su vida era austera; ni
se cortaba los cabellos, ni bebia vino ó licor de cualquier
clase que pudiese embriagar. Se dice que andaba siempre
enteramente descalzo, y que no tenia mas que un simple
manto de una tela grosera y una sola túnica. Tenia costum
bre de subir al templo á las horas en que nadie concurria,
y allí, postrado en la presencia de Dios, oraba y gemia por
los pecados del pueblo. Era tanto el tiempo que permane
cia en esta postura , que sus rodillas estaban tan endureci
das como la piel de un camello. Esta perseverancia en la
oracion y su ardiente caridad le merecieron el sobrenom
bre de Justo. Despues que murió Festo , gobernador de la
Judea, y antes que llegase su sucesor, el gran sacerdote ó
pontífice de la sinagoga, Anano, quiso aprovecharse de este
intervalo para detener los progresos del Evangelio: reunió
un gran consejo , al que Santiago fue citado. Al principio
afectó consultarle sobre Jesucristo. "El pueblo, le dijo, to-
«ma á Jesucristo por el verdadero Mesías , y este es un
«error de que os pertenece el sacarlo , pues parece que todo
«el mundo está dispuesto á creer lo que le dijereis." En
seguida le hizo subir sobre el terrado del templo, á fin de
que pudiese ser oido de toda la multitud. Cuando se dejó
ver en este sitio , los escribas y los fariseos le gritaron di
ciendo: "¡ó hombre justo á quien debemos todos creer, pues
«que el pueblo se estravía siguiendo á Jesus crucificado, dí
«nos qué es lo que debemos pensar sobre esto." Entonces
Santiago respondió en alta voz: "Jesus el Hijo del hombre,
«de quien hablais, se halla al presente sentado á la diestra
«de la Magestad soberana como Hijo de Dios que es, y debe
« venir un dia sobre las nubes del cielo á juzgar á todo el
«universo." Un testimonio tan formal á la divinidad de Je
sucristo, y dado en aquellas circunstancias, sirvió mucho á
confirmar á los nuevos cristianos en la fe que acababan de
abrazar; asi es que clamaron todos á una voz : " ¡ Gloria al
«Hijo de David! ¡Honor y gloria á Jesus!" Pero por otro
lado los fariseos, viéndose engañados en su esperanza, se de
cian unos á otros:" ¿Qué es lo que hemos hecho? ¿Por qué
habemos procurado este nuevo testimonio á Jesus? Es ne
19
cesario precipitar á ese hombre. "Otros decian: ¡Qué! ¿Tam
bien ese justo está en el error. Y en seguida animados de
un ciego furor subieron á lo alto del templo y precipitaron
de allí al santo Apostol. Este, no habiendo muerto del golpe,
tuvo fuerza suficiente para ponerse de rodillas, y dirigir á
Dios esta oracion : "Señor, perdónalos, que no saben lo que
hacen." Estas palabras, que hubieran debido conmoverlos,
no produjeron en aquellos hombres crueles otro efecto que
el de incitarlos á gritar: "Es menester apedrearlo." Uno
solo de entre ellos tocado de algun sentimiento de huma
nidad, dijo á los otros: "¿Qué haceis? El justo ora en favor
vuestro; ¿y vosotros le haceis morir?" Mas ni esta dura
reprension de su bárbara ingratitud pudo contener su fu
ror: un lavandero que se hallaba alli cerca, estimulado por
su furor y el ageno, tomó su pala y descargó un gran gol
pe sobre la cabeza del Santo, con el que terminó su marti
rio. Era tan grande la reputacion de santidad que este san
to Apostol tenia entre el pueblo, que se atribuyó á su in
justa muerte la ruina de Jerusalén , verificada poco des
pues. Se le enterró al lado del templo, en el mismo sitio en
que padeció el martirio, y se puso sobre su sepulcro una
columna. Santiago escribió una epístola ó carta que se ha
lla en el nuevo Testamento, y es una de las siete que lla
mamos católicas, ó dirigidas á toda la universal Iglesia. En
ella prueba el Santo la necesidad de las buenas obras para
salvarse, contra los que ya desde el principio de la Iglesia
pretendian que la fe sola sin las obras buenas bastase para
la salvacion. Contra estos pues enseña que la justicia, cuan
do es verdadera, encierra esencialmente la voluntad ó el
deseo libre de cumplir los mandamientos de Dios; y que
los siervos de este Señor son siempre fecundos en obras
buenas, como lo demuestra con el ejemplo de todos los san
tos que se han distinguido siempre por sus acciones vir
tuosas.
Primera persecucion bajo el reinado de Neron
(año 54).

Mucho habia sufrido la Iglesia desde sus primeros años


de parte de los judíos y de ios gentiles, pero estas perse
cuciones no habian sido generales. El emperador Neron
fue el primero que empleó el poder soberano contra los dis
cípulos de Jesucristo. Este príncipe cruel , irritado de que
muchas personas , algunas hasta de su mismo palacio, aban
donaban el culto de los ídolos, publicó un edicto para pro
hibir que se abrazase la religion cristiana. Esto fue con
motivo del incendio que consumió á casi toda la ciudad de
Roma. Se creyó que el mismo Neron habia hecho prenderla
fuego para reedificarla despues con mayor magnificencia;
y con el objeto de apaciguar estos rumores, y de dar un ob
jeto al ódio público, imputó este crimen á los cristianos,
y empezó á perseguirlos de la manera mas bárbara. Se
prendió un gran número de ellos y se les hizo morir, dicen
los mismos autores paganos, como á convencidos, no del
crimen de incendio sino de ser odiosos á todo el género hu
mano á causa de la nueva religion que profesaban. Neron
con respecto á ellos no se contentó con los suplicios ordi
narios. Algunos, cubiertos con pieles de fieras salvajes, fue
ron espuestos á las fieras para que los devorasen; otros, re
vestidos de túnicas embreadas, fueron atados á postes de
madera é incendiados, para que ardiendo vivos poco á poco
sirviesen de faroles por las noches. El emperador dió un
espectáculo en sus jardines, en los que sirviendo él mismo
de cochero condujo sus carros á la luz de estos horribles fa
roles. El pueblo romano, aunque por su inmoralidad abor
recia á los cristianos, se compadecia en esta ocasion de ellos,
y veia con dolor el que fuesen inmolados á la crueldad de
el mas feroz de los tiranos. Durante esta persecucion fué
cuando S. Pedro y S. Pablo terminaron su vida con un glo
rioso martirio. Se dice que estos santos Apóstoles estuvie-
21
ron encerrados por el espacio de nueve meses en una pri
sion al pie del Capitolio ; que dos de sus guardas admirados
de los milagros que les veian hacer, se convirtieron ; y oue
S. Pedro los bautizó con otras cuarenta y siete personas que
se hallaban entonces en la misma prision. Los fieles de Ro
ma proporcionaron á S. Pedro el medio de evadirse, y le
conjuraron que se aprovechase de esta coyuntura para con
servar á la Iglesia una vida tan preciosa como la suya. El
santo Apostol cedió en fin á sus instancias; mas cuando se
acercaba á la puerta de la ciudad vió á Jesucristo que le
dijo iba á Roma á ser otra vez crucificado. San Pedro pe
netró el sentido de estas palabras, y comprendió que era
en la persona de su vicario en la que Jesucristo debia ser
crucificado segunda vez. Volvió pues inmediatamente á la
prision, y en efecto fue condenado al suplicio de cruz , mas
pidió que le clavasen cabeza abajo, porque se creia indigno
de morir de la misma manera que su divino Maestro. A
S. Pablo por ser ciudadano romano se le cortó la cabeza.
Se refiere que yendo al lugar del suplicio convirtió á tres
soldados, que padecieron tambien el martirio poco despues.
Tal fué el origen de la primera persecucion que la Iglesia
sufrió de los emperadores romanos, siendo para ella muy
glorioso el haber tenido por enemigo á un hombre que lo
era de toda virtud. El mas perverso de los hombres era
muy digno de ser el primero de los perseguidores.

Profecía terrible contra Jerusalén.

Se acercaba el tiempo en que debia cumplirse la predic


cion de Jesucristo contra la ciudad y templo de Jerusalén.
La generacion no debia pasar sin que se verificasen las des
gracias profetizadas. Es una tradicion constante, atestiguada
por el Talmud de los judíos y confirmada por todos los ra
binos, que cuarenta años antes de la ruina de Jerusalén,
que es como si dijésemos desde que murió Jesucristo, no
11
cesaban de verse en el templo cosas estrañas : todos los dias
se advertian nuevos prodigios, de tal modo que un famoso
rabino esclamó en cierta ocasion diciendo: "¡Templo! ¡O
«templo! ¿Qué es lo que te agita y asusta? ¿Por qué te
«causas temor á ti mismo?" Entre estos prodigios ninguno
mas espantoso que el horroroso ruido que se oyó en el san
tuario el dia de Pentecostés , y la voz clara que resonó en
el fondo de aquel lugar sagrado haciendo oir distintamente
á todos estas palabras : ¡Salgamos de aqui! ¡Salgamos de aquí!
Los santos ángeles protectores del templo declararon en
alta voz que lo abandonaban, porque Dios, quehabia esta
blecido su morada en él por el espacio de tantos siglos, lo
habia reprobado ya. En fin, cuatro años antes de la guerra
en que Jerusalén fue destruida , los judíos tuvieron un pre
sagio ó anuncio terrible que se manifestó á los ojos de todo
el pueblo. Josefo , historiador judío, es quien nos da noti
cia de él de la manera siguiente: Un hombre llamado Jesus,
hijo de Anano, habiendo venido del campo á la fiesta de los
tabernáculos cuando la ciudad se hallaba todavía en una
profunda paz, empezó de golpe á gritar: "¡Ay de la ciudad!
¡Ay del templo! Voz del Oriente, voz del Occidente, voz
de los cuatro vientos. ¡ Ay del templo! ¡Ay de Jerusalén!"
Desde el instante que empezó no cesaba de dia ni de noche
de recorrer las calles de la ciudad repitiendo continuamen
te la misma lamentacion. Los magistrados para hacerle ca
llar le castigaron rigorosamente , empero él no dijo una
palabra ni para justificarse ni para quejarse, sino que con
tinuó gritando como antes: ¡Ay del templo! ¡Ay de Jeru
salén! Entonces le condujeron al gobernador romano, que
le hizo despedazar á azotes; pero ni el dolor le movió á pe
dir perdon , ni aun le hizo derramar una sola lágrima. A
cada golpe que le descargaban repetia con una voz cada
vez mas lamentable: / Ay, ay de Jerusalén. ! Los dias de fies
ta redoblaba sus gritos, y cuando se le preguntaba quién
era , de dónde venia , y qué era lo que pretendia con sus
gritos, nada respondia absolutamente, sino que continuaba
del mismo modo y con la misma fuerza gritando ¡Ay, ay
de Jerusalén! En fin, se le hizo salir de la ciudad como un
23
insensato, sin que jamás mudase de lenguage. Se observó
que su toz, tan continua y violentamente escitada, no se de
bilitó jamás. Cuando el último sitio de Jerusalén se encerró
en la ciudad, y dando infatigablemente vueltas al rededor
de las murallas gritaba con todas sus fuerzas. "¡ Ay del tem
plo! i Ay de Jerusalén! ¡ Ay del templo!« Por último aña
dió: "¡Ay tambien de mí mismo!" y al instante fué muerto
r un golpe de piedra arrojada de una máquina romana,
no se dirá al oir esto, ó al leerlo, que la venganza divina
se habia hecho visible en este hombre, que no existia sino
para pronunciar sus decretos, que ella le habia llenado de
su fuerza á fin de que pudiese igualar las infelicidades de
Jerusalén con sus gritos, y que ella le habia hecho, no solo
el profeta y el testigo sino tambien la víctima con su muer
te, á fin de hacer mas sensibles y manifiestas las venganzas
del Señor. Pues adviértase que este profeta se llamaba Je
sus: parecia que el nombre de Jesus, nombre de salud y de
paz , debia convertirse en nombre de mal agüero para los
judíos que lo menospreciaron en la persona de nuestro ado
rable Salvador, y asi en efecto sucedió. Estos ingratos des
preciaron á un Jesus que les anunciaba y les traia la gra
cia, la misericordia y la vida; y Dios les envió otro Jesus
que no tenia ya que anunciarles otra cosa que males sin
remedio, y el inevitable decreto de su próxima ruina.

Ruina de Jerusalén (año 70).

Los judíos, que habian llevado siempre con trabajo el


yugo de los romanos, se rebelaron contra ellos, y esta revo
lucion fue la causa de su pérdida total. Los mas sábios de
la nacion se salieron de Jerusalén previendo las desgracias
que iban á caer sobre ella. Los cristianos con especialidad
se retiraron todos á la pequeña villa de Pella, situada en
medio de las montañas de la Siria, siguiendo el aviso que
nuestro Salvador habia dado á sus discípulos cuando les
24
predijo la ruina del templo. El ejército romano sufrió al
principio un ligero descalabro, que llenó de" orgullo á los re
beldes; pero habiéndose conferido el mando en gefe á Ves-
pasiano , este general adquirió bien pronto ventajas muy
considerables sobre los judíos. La division se introdujo des
de entonces entre los hebreos, y en la misma ciudad de Je-
rusalén se formaron diferentes partidos que cometieron los
escesos mas enormes. Así es que la desgraciada Jerusalén
se veia acometida de dos enemigos terribles : dentro la des
pedazaban facciones crueles, v fuera la amenazaban los ro
manos. Vespasiano, sabedor de lo que pasaba en el inte
rior de Jerusalén , dejaba que los habitantes se destruyesen
á sí mismos, para conquistarlos despues con mayor facilidad.
Habiendo sido elevado entonces al imperio, encargó á Tito
su hijo que continuase el sitio. Este joven príncipe acampó
á una legua de Jerusalén y cerró todas las salidas. Esto su
cedia cuando la festividad de la Pascua estaba próxima, y así
fué que una multitud inmensa que habia concurrido á cele
brarla se quedó encerrada dentro, y consumió en muy bre
ve tiempo cuanto comestible habia en la ciudad : el hambre
pues se esperimentó muy luego. Los facciosos se arrojaban
á las casas para buscar y saquear los víveres, maltrataban
sin piedad á los que habian ocultado algun alimento, y los
obligaban á descubrirlo á fuerza de horribles tormentos.
La mayor parte de los ciudadanos estaban reducidos á de
vorar lo que encontraban , y esto era arrancándoselo unos
á otros: se arrebataba á los niños el pan que tenian, y aun
se les estrellaba contra el suelo por hacérselo soltar. En
tretanto los sediciosos, lejos de conmoverse á la vista de
tantos males , estaban cada vez mas animados de furor y
mas obstinados en llevar adelante la guerra. Tito, habiendo
tomado la torre llamada Antonia, avanzó sus trabajos, lle
gó hasta el templo, y se hizo dueño de las galerías esterio-
res. Entonces fue cuando el hambre llegó á un horroroso
estremo; se buscaba que comer hasta en las cloacas y se
comian las inmundicias mas asquerosas. Una muger apura
da del hambre y reducida á la desesperacion, tomó su hijo
que aún mamaba , y mirándole con ojos estraviados de su
25
regular direccion, "infeliz, le dijo, ¿y para qué te conser
varia yo la vida? O morirás de hambre, ó serás esclavo de
«los romanos." Dijo, y degollándolo lo asó, comió la mitad,
y guardó el resto. Los facciosos, atraidos como buitres por
el olor de la carne entraron en la casa, y amenazaron á la
mujer con la muerte si no les mostraba lo que habia ocul
tado. Entonces les presentó lo que la quedaba de su hijo, y
viéndolos penetrados de horror é inmóviles, "bien podeis
«comer, les dijo, como he comido yo: mi hijo es , yo le he
« muerto, y vosotros no sois ni mas delicados que una mu-
«ger ni mas sensibles que una madre." A estas voces se sa
lieron de la casa horrorizados. Tito, por último, hizo ata
car la segunda muralla del templo y poner fuego á las puer
tas, mandando no obstante que se conservase el cuerpo del
edificio. Pero un soldado romano, guiado, dice Josefo, por
un instinto divino, tomó un tizon, y haciéndose levantar en
alto por sus compañeros le arrojó en una de las habitacio
nes que tocaban al templo : el fuego prendió en éste al mo
mento, penetró en lo interior de él y lo consumió entera
mente, á pesar de los esfuerzos que hizo Tito para atajar el
incendio. Los romanos pasaron despues á cuchillo cuanto
se encontró en la ciudad , pues todo lo llevaron á fuego y
sangre. Así se cumplió la profecía de Jesucristo. El mismo
Tito declaró que él no habia hecho aquellos estragos, y que
solo habia sido el instrumento de la venganza divina. En
este sitio murieron un millon y cien mil judíos , los restos
de esta nacion desgraciada fueron dispersos en toda la es-
tension del imperio. Desastre horrible en el que se ve con
la mayor claridad el justo castigo del impío furor que los
judíos habian ejercitado contra el Mesías. Otras ciudades
han sufrido los horrores de un sitio y las penurias del ham
bre; pero jamás se ha visto que los habitantes de una ciu
dad sitiada se hayan hecho la guerra tan encarnizadamen
te , ni que hayan practicado los unos contra los otros una
crueldad mas atroz que la que esperimentaban de parte de
los mismos enemigos. Este ejemplo es único y lo será siem
pre ; pero este ejemplo único era necesario para verificar
la prediccion de Jesucristo , y para proporcionar el castigo
26
de Jerusalén (1) con el crimen que habia cometido crucifi
cando á su Dios: crimen igualmente único, que no puede
repetirse en el porvenir, ni habia tenido ejemplo en lo
pasado.

Segunda persecucion por Domiciano (año 93).

Las guerras que se hicieron los emperadores que sucedie


ron á Neron, y el caracter pacífico de Vespasiano y de Tito,
dieron algun descanso á los cristianos , hasta que su sucesor
Domiciano empezó la segunda persecucion general. Este em
perador, que tenia todos los vicios de Neron, le imitó tam
bien en su ódio contra los discípulos del Salvador : por esta
causa publicó un edicto para destruir, si hubiese sido posi
ble, toda la Iglesia de Dios, sólidamente establecida ya en
una multitud de lugares. Dios habia advertido de antema
no á sus siervos de esta tribulacion, y éstos antes que lle
gase se habian preparado á recibirla con una renovacion
de fervor y el aumento de sus virtudes. Llegó pues la per
secucion , y puede juzgarse cuánta sería su violencia por el
modo con que el emperador trató á las personas mas dis
tinguidas, y hasta á sus parientes mas cercanos. Hizo mo
rir al consul Flavio Clemente, su primo hermano, y des
terró á Domitila su muger, porque se habian hecho cristia-

(l) Proporcionar el castigo. No era posible que fuese proporcionado c\ cas


tigo de la muerte de uu pueblo con la muerte dada por este pueblo al Hijo de
Dios, pero era el mayor que podia dársele, y por eso el deicida pueblo de Jeru
salén murió becho verdugo de sí mismo , que es la mas grande de las penas que se
pueden aplicará un criminal. Los judíos particulares que mancharon su alma ó sus
manos con la sangre del Hombre-Dios .sufririan ó sufrirán su castigo aparte , por
que una cosa son los individuos y otra el pueblo que ellos componen. Kl individuo
existe en la eternidad; el pueblo ó nacion solo existe en el tiempo, y por eso cuan
do los pecados de las naciones llegan á su colmo cae sobre ellas el último suplicio
que las pertenece, que es ó la esclavitud ó la inexistencia, si es que son dos cosas
diferentes. Y aquí está la causa de la ruina de los imperios : todos han perecido ó
perecen por mas ó menos deicidas. Si se conjuran contra la religion del Hombre-
Dios, la sangre de éste cae sobre ellos, y no hay fuerza, do hay política que pueda
impedir su ruina.
27
nos. Dos de sus esclavos, Nereo y Aquileo, que tambien se
habían convertido á la fe , sufrieron diversos tormentos , y
por último fueron decapitados. Hubo además muchos otros
á quienes ó se les quitó la vida, ó se les despojó de sus bie
nes; pero lo que mas célebre hizo á esta persecucion de
Diocleciano fué el martirio de san Juan Evangelista. Jesu
cristo, que le habia favorecido particularmente entre los
Apóstoles, le prometió como á los otros la gloria del mar
tirio , pero no quiso que tuviesen los hombres el poder de
abreviar una vida tan preciosa : así fué como se cumplió lo
que nuestro Señor habia predicho que beberia tambien san
Juan el cáliz de su pasion. Este milagro se verificó cerca
de la puerta Latina, segun la tradicion que se ha conservado
en Roma, la que se ve corroborada por un monumento
ilustre y antiquísimo; este es una iglesia que persevera hoy
en dia, y que los cristianos edificaron en aquel sitio con el
nombre del Apóstol para perpetuar la memoria de este
acontecimiento. Despues de haber san Juan escapado de la
muerte por un milagro evidente , fué confinado por Domi-
ciano á la isla de Patmos , que es una de las del mar Egeo.
En este destierro escribió su Apocalipsis. Lejos del comer
cio de los hombres tuvo en su soledad revelaciones pro-
féticas que dirigió á las siete principales Iglesias de Asia,
mas particularmente confiadas á su cuidado. En este libro
divino, despues de haber dado á estas Iglesias los documen
tos que cada una de ellas necesitaba , predijo, ilustrado por
el Espíritu de Dios y bajo el velo de imágenes sublimes,
la ruina de la idolatría y el triunfo de la Iglesia. Cuando
despues de muerto el tirano anuló el Senado todo lo que
habia hecho , san Juan volvió á Efeso y pasó en esta ciudad
todo el resto de su vida , gobernando desde allí todas las
Iglesias del Asia. Era ya de noventa años, y una provecta
vejez no le impedia marchar á las provincias vecinas^ unas
veces para ordenar Obispos , otras para formar y establecer
en ellas nuevas Iglesias. Allí escribió su Evangelio solici
tado por los Obispos de Asia, que le rogaron diese por es
crito un testimonio auténtico á la divinidad de Jesucristo,
que algunos herejes atacaban , preparándose para escribirlo
28
con el ayuno y oraciones públicas. Sus cartas son poco mas
ó menos de esta fecha; todas ellas respiran la caridad mas
tierna; se ve en todas que su corazon estaba abrasado de
aquel fuego divino que habia respirado en el seno del Sal
vador, sobre el que reposó en la última cena. La primera
está dirigida á los Partos, las otras dos á personas particu
lares: en ellas no toma el título de Apostol, sino el de an
ciano ó viejo, que le daban comunmente.

Ultimas acciones de S. Juan.

Se cuenta de S. Juan un rasgo interesante, y que pinta


por sí solo el ardor de su caridad. En uno de sus viajes,
despues de haber predicado á los fieles de una ciudad de
Asia, descubrió en la asamblea á un joven bien formado
y que daba señas de talento. El Santo le tomó afecto, y di
rigiéndose al Obispo le dijo delante de todo el pueblo: "To-
«mad á vuestro cargo este mozo; yo os le recomiendo en
«nombre de Jesucristo y de su Iglesia." Despues marchó
á Efeso. El Obispo instruyó al joven, y le dispuso á que re
cibiese el santo Bautismo. Pero despues de haberlo bauti
zado, y dádole la Confirmacion y la Eucaristía, el Obispo,
creyendo poder ya dejarlo abandonado á sí mismo, cesó de
velar sobre él y le dió mas libertad. El joven abusó de esta
y se unió en amistad con otros jóvenes libertinos, que le
engancharon á que cometiese con ellos todo género de crí
menes. El joven recibió con facilidad estas funestas impre
siones, y por el mal uso que hizo de su talento se adelantó
á sus compañeros en el desorden, y vino á parar en capitan
de bandoleros. Algunos años despues volvió S. Juan á la
misma ciudad, y pidió cuenta al Obispo del depósito que le
habia confiado. El Obispo se sorprendió por el pronto, cre
yendo que se le hablaba de un depósito de dinero. Es el
mozo que os confié, dijo S. Juan; es el alma de vuestro
hermano. Está muerto, respondió el Obispo bajando los
ojos. ¿Cómo? preguntó S. Juan. ¿Pe qué ha muerto? Está
29
muerto á Dios, respondió el Obispo, se ha hecho un mal
vado, un ladron : se ha apoderado de una montaña, en don
de vive con otros bandoleros como él. A esta noticia el san
to Apostol arrojó un gran grito y esclamó: "¡Que me den
un caballo y un guia!" Dijo, y habiéndole dado lo que pe
dia sale de la iglesia , y marchó sin detenerse al lugar que
ocupaban los bandidos. Los centinelas le detuvieron y le
condujeron á su capitan, que le recibió armado; pero ha
biendo éste conocido á S. Juan se sobrecojió de vergüenza
y echó á huir. Entonces el santo Apostol, olvidando su de
bilidad y sus años corrió en pos de él y le gritó : "¡Hijo
«mio! ¿Por qué huyes de mí? ¿Por qué huyes de tu padre,
«de un pobre anciano indefenso? ¡Hijo mio! ten piedad de
«mi: no temas cosa alguna, aún hay esperanza de salvacion •
«para ti; yo responderé por ti á Jesucristo; yo daré de
«buena gana mi vida por ti, como Jesucristo ha dado la
«suya por todos: detente, créeme; el mismo Jesucristo es
«quien me ha enviado á buscarte/' A estas palabras el la
dron se detuvo, dejó caer sus armas, y empezó á llorar á
torrentes. El Santo viejo lo abrazó con ternura, lo consoló
prometiéndole obtener su perdon del Salvador, lo condujo
á la iglesia , oró por él , ayunó con él , lo entretuvo con
discursos edificantes, y no lo abandonó hasta haberlo res
tablecido en la participacion de los Sacramentos. San Juan
vivió hasta la edad de cien años. Su vejez no era triste ni
enojosa ; él queria qu<í se tomasen diversiones inocentes, y
daba él mismo el ejemplo. Un dia que se entretenia en aca
riciar una perdiz domesticada , le encontró un cazador, que
se admiró de ver á un hombre tan grande divertido en esta
puerilidad. ¿Qué teneis en la mano, le preguntó S. Juan?
Un arco, dijo el cazador. ¿Y por qué no le teneis siempre
tendido? añadió el Santo. Porque ó se romperia ó perderia
su fuerza, contestó el otro. Pues bien, repuso el santo Apos
to!, por esa misma razon doy yo este recreo á mi espíritu.
30

Division de la Iglesia de Corinto.

Muerto S. Pedro sucedió en el gobierno de la Iglesia


de Roma S. Lino, á éste S. Cleto, y á éste aquel S. Cle
mente de quien se hace mencion en la carta á los Filipen-
ses. En tiempo de este santo Pontífice sucedió una gran tur
bacion en la Iglesia de Corinto. Unos cuantos legos anima
dos de un espíritu de intriga se levantaron contra los pres
bíteros é hicieron deponer injustamente á algunos. El Papa
san Clemente les escribió con este motivo una carta igual
mente instructiva que tierna. Despues de la Escritura Sa
grada es uno de los monumentos mas bellos de la antigüe
dad eclesiástica. La carta empieza asi: "La Iglesia de Dios
«que está en Roma, á la Iglesia de Corinto, y en ella á los
«que son llamados y santificados por la voluntad de Dios
«en nuestro Señor Jesucristo-, que la gracia y la paz de
«Dios Todopoderoso se acreciente por Jesucristo en cada
«uno de vosotros/' Despues de haberles inspirado un santo
horror á la division que turbaba entonces aquella Iglesia,
forma un escelente cuadro de la vida cristiana, prosiguien
do en estos términos: "¿Quién no estimaba vuestra virtud
«y la firmeza de vuestra fe? ¿Quién no admiraba el fer-
«vor de vuestra piedad? Caminábais segun la ley de Dios;
«érais sumisos á vuestros pastores y honrábais á vuestros
«ancianos; vosotros dábais á vuestros jóvenes ejemplos de
«honestidad y de modestia; advertíais á las mugeres que
«obrasen en todo con una conciencia pura y casta, aman
«do á sus maridos como deben hacerlo , permaneciendo
«en la regla de la sumision, y aplicándose á conducir su
«casa y familia con una santa modestia. Todos os hallábais
«dominados de los sentimientos de una humildad sincera,
«mas inclinados á obedecer que á mandar, y mas dispues
tos á dar que á recibir. Contentos con lo que Dios os ha
«dado á cada uno para el viaje de esta vida, os aplicábais
«con cuidado á escuchar su santa palabra, y la guardábais
«como un tesoro en vuestro corazon. Vosotros teníais su
31
«ley siempre delante de vuestros ojos, y por eso gozábais
«de una paz profunda é inalterable; teníais un insaciable
«deseo de obrar el bien; y llenos de buena voluntad, de
«celo y de una santa confianza, estendíais las manos hácia
«el Todopoderoso suplicándole os perdonase los pecados
«de vuestra fragilidad. Le dirigíais dia y noche vuestras
«plegarias por todos los hermanos, á fin que el número de
«los escogidos de Dios fuese salvo por su misericordia y
«por la pureza de su conciencia. Erais sinceros é inocentes
«sin malignidad ni resentimiento. Toda sedicion, toda di-
« vision os causaba horror. Llorábais las faltas del prójimo
«como si fuesen vuestras, hacíais toda clase de bien, y es-
«tábais prontos á toda buena obra. Una conducta virtuosa y
«digna de todo respeto era vuestro mayor y mejor orna-
« mento." A este cuadro encantador opone en seguida el san
to Pontífice la pintura de los males que la discordia ha cau
sado entre ellos. "La envidia, dice, las disputas y el desor-
«den reinan al presente entre vosotros." Refiere luego mu
chos ejemplos del antiguo Testamento para mostrar los ma
los efectos de la envidia, y exhorta á los corintios á la
penitencia, á la humildad y á la caridad por el ejemplo de
los Santos , por la consideracion de los beneficios de Dios,
y en fin, por los lazos sagrados que unen á los cristianos.
"¿Por qué hay, les pregunta , entre vosotros querellas y di-
« visiones? ¿No tenemos todos un mismo Dios, un mismo
«Cristo, un mismo espíritu de gracia derramado sobre nos-
«otros, una misma vocacion en el Salvador? ¿Por qué pues
«despedazamos nuestros miembros? ¿Por qué hacemos la
«guerra á nuestro propio cuerpo? ¿Somos tan insensatos
«que olvidemos el que los unos somos miembros de los otros?
«Vuestra division ha pervertido á muchas personas, ha en
«tibiado á otras, y á todas nos ha llenado de afliccion. Qui
ntemos pronto este escándalo, arrojémonos á los pies del
«Salvador, supliquémosle con lágrimas que nos perdone y
«que nos restablezca en la caridad fraternal." Esta carta
produjo el efecto que el santo Pontífice deseaba , y tuvo de
consiguiente el consuelo de terminar el cisma que despe
dazaba á esta Iglesia.
Tercera persecucion por Trajano (año 106).

La tercera persecucion comenzó en tiempo de S. Eva


risto, que habia sucedido á S. Clemente en el pontificado.
Fué , es verdad , menos violenta que las dos primeras, pero
duró mas tiempo é hizo un muy gran número de mártires.
El emperador Trajano, de quien bajo otros aspectos alaba
con razon la historia la sabiduría y la clemencia , contri
buyó á las crueldades que se practicaron entonces contra
los cristianos. Aunque él no hubiese dado nuevos edictos
contra ellos, quiso no obstante que las leyes sanguinarias
dictadas por sus antecesores fuesen ejecutadas en las dife
rentes provincias del imperio. Nos queda un documento
muy notable en la respuesta de este príncipe á Plinio el
joven, gobernador entonces de la Bitinia. Este escribió
á Trajano consultándole sobre la conducta que debia ob
servar con respecto á los cristianos, que él confiesa no ha
llar culpables de ningun crimen. "Todo su error, dice, con-
«siste en que un dia señalado (el domingo) se reunen antes
«de salir el sol, y cantan á dos coros himnos en honor de
«Cristo, á quien miran como á' su Dios. Por lo demás, ellos
«se obligan con juramento , no á cometer crimen alguno,
«sino al contrario, á no hacer robo ni adulterio, á no fal-
«tar á su promesa , á no negar el depósito que se les haya
«encomendado. Yo no he descubierto en su culto otra cosa
«que una supersticion mala (1) llevada hasta el esceso, y
«por esta razon todos los procedimientos los he querido

(i) ¿Se creeria por ventura que en el siglo llamado de las luces habia de
haber hombres preciados de talento y de saber, que del testo de esta carta for
masen argumentos contra la divinidad del Evaugelio? Pues los ha habido, y quizá
no arriesgaremos cosa en afiadir que los hay. Negaron en un tiempo la milagrosa
propagacion del cristianismo ; y los defensores del culto santo les dieron con esta
carta en los ojos, á la que en esta parte nada tuvieron que responder. Alambicaron
no obstante sus espresiones, pesaron todas sus cláusulas, y con aire de triunfo es-
33
«suspender hasta haber recibido vuestras órdenes. El asun-
«to me ha parecido digno de vuestras reflexiones por la
«multitud de los que se hallan implicados en esta acusacion,
«porque los hay en gran número de toda edad, sexo y es
«tado. Este mal contagioso no solo ha infestado las ciuda-
«des, sino que se ha apoderado tambien de los lugares y
«de los campos. A mi llegada á Bitinia, los templos de
«nuestros dioses estaban abandonados, interrumpidas las
«fiestas, y apenas se hallaba uno que quisiese comprar las
«víctimas.« Por esta carta, de un gobernador pagano, se
ven los muchos progresos que ya la religion cristiana ha
bia hecho á fines del primer siglo , y cuál era la pureza de
costumbres de que los cristianos hacian profesion. Este tes
timonio, dado por un perseguidor á su inocencia , es muy
glorioso á la religion. Trajano le respondió que convenia
no hacer pesquisas de los cristianos, pero que si eran de
nunciados, y confesaban, y se declaraban por cristianos á
sí mismos , se les debia condenar á morir. Respuesta absur
da , y que causa admiracion en la boca de un príncipe por
otra parte tan estimable. Si los cristianos por serlo eran
culpables, ¿por qué prohibir las pesquisas para encontrarlos?
Y si no lo eran , sino que al contrario eran inocentes, ¿por
qué castigarlos con solo ser denunciados? ¡Cuán limitadas
son las luces de los hombres, cuando no están ilustradas por
la fe! ¡Qué imperfecta y defectuosa es en ellos la misma jus-

clamaron . «¡Oh. do es estrafio que se propagase como un contagio, pues era una
supersticion mala J Que esto lo dijese Plioio y con él todos los paganos nada tie
ne de estraño : el orgullo de su ignorancia les cegaha para que nada viese sti en
tendimiento sion los absurdos de su monstruosa teogonia, única cosa que en orden á
Religion habían aprendido; pero que esto lo repitan hombres del siglo XVIII y XIX,
cuando la verdad ha triunfado ya de todos los errores humanos y ha disuelto en
polvo todos los sistemas del orgullo y del desvario es inconcebible, al menos el
que lo bagan de buena fe. Los testimonios de Dios (la religion cristiano-católica)
siempre creibles, son demasiado creibles en el dia de hoy, en que todo ha contribui
do á demostrar hasta la evidencia su armonía, su belleza, su verdad, su necesidad,
su origen divino, y su fin santo de perfeecionar al hombre y de hacerle eternamente
feliz. ¿Y á esto se llama supersticion mala? Llámenselo muy enhorabuena; mas nun
ca lo será sino para los cerebros destornillados, que embrutecidos por su orgullo ó
por su enagenamientn en los placeres no saben elevar sus pensamientos sobre el
fango en que se revuelcan.
PARTE I. 3
34
ticia! Este príncipe hizo en efecto morir á muchos cristia
nos. Uno de los primeros que sufrieron entonces el mar
tirio fue S. Simeon, Obispo de Jerusalén y pariente de
nuestro Señor. Era de edad de ciento y veinte años cuando
fué acusado como cristiano y como descendiente de David.
Por este doble título le hicieron sufrir diversos tormentos,
que toleró con una constancia y una firmeza admirable.
Todos los espectadores estaban sorprendidos de ver tanta
fuerza y tanto valor en una vejez tan avanzada. En fin , se
le condenó á ser crucificado, y al dar su vida por Jesu
cristo tuvo la gloria de morir en el mismo género de supli
cio en que su Maestro divino habia muerto.

Trajano cuestiona y condena á muerte á


San Ignacio.

El emperador Trajano , no solamente dejó obrar á los


magistrados contra los cristianos, sino que tambien fue él
mismo su perseguidor. Pasando por Antioquía para ir á
combatir á los Persas hizo que le presentasen á S. Igna
cio , apellidado el Teóforo, Obispo de dicha ciudad , y diri
giéndole la palabra: "¿Eres tú, le dijo, quien como un mal
«demonio te atreves á violar mis órdenes , y persuades á
.i otros que se pierdan?" Ignacio respondió: "Príncipe, na-
« die sino vos ha llamado á Teóforo (nombre griego que sig
nifica el que lleva á Dios consigo) un mal demonio. Bien
«lejos de ser génios malos los servidores del Altísimo, sa-
«bed que los demonios tiemblan delante de ellos, y toman
»la huida al oir su voz. —¿Y quién es ese Teóforo, dijo el
«emperador?—Soy yo, replicó Ignacio, y todo el que como
«yo lleva en su corazon á Jesucristo. —¿Pues crees tú, aña-
«dió Trajano, que nosotros no tengamos en nuestro corazon
«á los dioses que combaten en favor nuestro?—¿Dioses? res-
«pondió Ignacio. Ah, vos os engañais; no son sino demo-
«nios. No hay mas que un Dios, que hizo el cielo y la tier-
«ra, ni hay mas que un Jesucristo, el Hijo único de Dios
«á cuyo reino aspiro con todo mi corazon.—¿Hablas , dijo
«Trajano, de ese Jesús que Pilatoshizo crucificar?—Decid
«mejor, contestó el santo Obispo, que Jesus clavó en esa
«cruz que indicas al pecado y á su autor, y que él dió desde
«entonces á los que le llevan en su pecho el poder de echar
«por tierra al infierno y á toda su fuerza. —¿Con que se-
«gun eso tú llevas dentro de ti á Jesucristo?—Si, sin duda
«alguna, respondió S. Ignacio, porque escrito está: Yo ha-
«bitaré en ellos, y yo les acompañaré en todos sus pasos."
Fatigado Trajano por las respuestas vivas y fuertes de San
Ignacio, pronunció contra él esta sentencia: "Ordenamos
«que Ignacio, que se gloría de llevar en sí al Crucificado,
«sea condenado y conducido con una buena escolta á Roma,
«para que allí sea espuesto á las fieras y sirva de espec
«táculo al pueblo." El Santo oyendo este decreto gritó en
un trasporte de alegría : "Yo os doy gracias, Señor, porque
«me habeis dado un perfecto amor vuestro, y porque me
«honrais con las mismas cadenas con que quisisteis honrar
«en otro tiempo al gran Pablo vuestro Apostol." Diciendo
esto se puso él mismo los hierros , oró por la Iglesia , y la
recomendó á Dios llorando. Despues se entregó á toda la
crueldad de una tropa de soldados inhumanos, que debiau
conducirle á Roma para que sirviese de pasto á los leones
y de diversion al pueblo. Con la impaciencia ó deseo que
tenia de derramar su sangre por Jesucristo , salió precipi
tadamente de Antioquía para ir á Seleucia, donde se debia
embarcar. Pasada una larga y peligrosa navegacion aportó á
Esmirna, y no bien hubo desembarcado marchó á ver á san
Policarpo, que era Obispo de esta ciudad, y habia sido
como él discípulo de S. Juan. Su entrevista fue toda espi
ritual y santa. San Ignacio testificó en ella la alegría que
le causaba el verse encadenado por Jesucristo. En Esmirna
le hallaron los diputados de todas las Iglesias vecinas que
venian á saludarle, y que se apresuraban á participar al
guna cosa de la gracia espiritual de que estaba lleno. El
santo Obispo pidió á todos, y particularmente á S. Poli-
carpo , juntasen á las suyas sus oraciones para alcanzar del
Señor la gracia de morir por Jesucristo. Desde allí escribió
36
á las Iglesias de Asia cartas llenas de un espirita apostó
lico. Dirigiéndose luego á los diputados que habian venido
á visitarle al paso les rogó no le detuviesen en su camino,
sino que le dejasen ir pronto á Jesucristo, pasando por los
dientes de las fieras que le esperaban para devorarle. Y
como temia que los cristianos de Roma pusiesen algun obs
táculo al ardiente deseo que le devoraba de morir por Dios,
á fin de apartarlos de este proyecto si lo habian concebi
do, le envió una carta admirable por mano de unos Efesi-
nos que debian llegar algun tiempo antes que él.

Carta de S. Ignacio a los fieles de Roma.

En la carta que S. Ignacio escribió á los romanos em


pieza significándoles la alegría que le causaba la esperanza
de verlos pronto, y en seguida los ruega con ios términos
mas vivos y capaces de moverlos que no le priven del efec
to de sus deseos, estorbando con su valimiento el que fuese
inmolado á Jesucristo por el martirio. "Temo, les dice en
«ella, á vuestra caridad, y sentiria el que me tuviéseis una
«aficion ó afecto demasiado humano: puede ser que os sea
«facil el estorbar mi muerte , pero oponiéndoos á ella os
«opondríais á mi felicidad. Si teneis pues, hácia mí una
«caridad sincera , me dejareis ir á gozar de la vista de mi
«Dios. Yo no volveré á encontrar jamás una ocasion mas fa-
«vorable para reunirme á él, ni vosotros podreis hallar otra
«tan bella como esta para ejercer una buena obra. Os basta
«para practicarla estaros quietos. Si no me arrancais de las
«manos de los verdugos iré á juntarme con Dios; empero
«si dais oidos á una compasion funesta me volveis á enviar
«al trabajo, y me haceis entrar de nuevo en la carrera.
«Permitid, pues, yo os lo ruego, que sea inmolado ahora
«que está el altar dispuesto. Obtenedme, si algo quereis
«hacer por mí, por vuestras oraciones el valor que me es
«necesario para resistir á los ataques de mi interior, y para
«descansar de los combates de mis enemigos esteriores. Es
37
«muy poca cosa el parecer cristiano si el hombre no lo es
«en realidad. Lo que constituye al cristiano no son las bue-
«nas palabras ni las apariencias brillantes; es sí la gran-
«deza de alma y la solidez de la virtud. Escribo á las Igle-
«sias que voy á morir con alegria, con tal que vosotros no
«os opongais. Os ruego por tanto, aún otra vez, que no me
«tengais un afecto que enteramente me sería poco venta
joso. Dejadme servir de pasto á los leones y á los osos.
«Este es un camino muy corto para llegar al cielo. Soy un
«grano destinado para Dios. Seré pues molido por los dien-
«tes de la fieras para poder llegar á ser un pan digno de
«Jesucristo. Al llegar á Roma espero que hallaré las fieras
«preparadas á devorarme. ¡Ojalá no me hagan ellas espe-
«rar sus furores! Yo las acariciaré para que me despeda
cen ; y si este medio no basta, las irritaré á fin de que me
«quiten la vida. Perdonadme este modo de hablar; yo sé lo
«que me conviene , y ahora empiezo á ser un verdadero
«discípulo de Jesucristo Nada apetezco; todo me es indi-
«ferente á escepcion de la esperanza de poseer á mi Dios.
«Que el fuego me vuelva ceniza; que una cruz me haga
«morir lentamente; que desencadenen sobre mí tigres fu-
«riosos y leones hambrientos; que quebranten mis huesos;
«que mis nervios sean despedazados; que todo mi cuerpo
«sea molido; que todos los demonios del infierno ejerzan
«su rabia contra mí, todo lo sufriré con alegría con tal
«de gozar de Jesucristo. La posesion de todos los reinos no
«podria hacerme feliz; me es infinitamente mas glorioso el
«morir por Jesucristo que el poseer toda la tierra. Mi cora-
«zon suspira por el que ha muerto por mi causa; suspira
«mi corazon por el que resucitó por mí. ¡Ah, ved lo que
«espero recibir en cambio de mi pobre vida! Dejadme imi-
«tar los sufrimientos de mi Dios; no me estorbeis el vivir
«queriendo impedirme que muera. Si alguno de vosotros
«lleva á Dios en su corazon, él comprenderá facilmente lo
«que digo; él será sensible á mi pena si se abrasa en el
«mismo fuego que me consume. El deseo ardiente que de
«morir tengo, es el que me ha movido á escribiros; porque
«el objeto único de mi amor ha sido crucificado, y el amor
38
«que le tengo me hace estar crucificada tambien. El fuego
«que me anima y me estimula no puede sufrir mezcla al
«guna; el que vive y habla en mí me dice continuamente
«en el fondo de mis entrañas: Date prisa á venir con mi Po
ndré. Asi es que ya ningun gusto ó placer hallo en todo lo
«que los hombres buscan con ánsia: el pan que deseo es la
«carne adorable de mi Salvador, el vino de que tengo sed es
«su sangre preciosa Todos y mis únicos deseos son este .
«vino precioso y celestial que inflama en el corazon el fue-
«go vivo é inmortal de una caridad incorruptible. En nada
«pertenezco ya á la tierra, ni me considero como vivo en-
«tre los hombres. Acordaos en vuestras oraciones de la Igle
sia de Antioquía, que desprovista de pastor funda toda su
«esperanza en aquel que es el soberano Pastor de todas las
«Iglesias: pedid vosotros que Jesucristo se digne tomar el
«cargo^de conducirla en mi ausencia, yo la confio á su pro-
«videncia y á vuestra caridad." No tenemos que decir, ni
es necesario hacer notar , que el espíritu de Dios era quien
formaba las cláusulas que anteceden ; se siente, y como que
palpa la conciencia que no puede ser del hombre esta ma
nera de hablar.

Martirio de San Ignacio.

Despues de alguna detencion en Esmirna, S. Ignacio


marchó de esta ciudad para continuar su viaje. Se apresu
raban los que le conducian á llegar á Roma, porque el tiem
po destinado á los espectáculos se acercaba. Se levó pues
el áncora de Troade, atravesaron toda la Macedonia, y ha
biendo hallado sobre las costas del Epiro un navio que iba
á hacerse á la vela , se embarcaron en el mar Adriático y
entraron en el mar de Toscana. El viento favorecia los de
seos del Santo martir, y el navio fue conducido á la embo
cadura del Tiber. Al rumor de su llegada, los fieles de Ro
ma salieron á recibirle. Todos tuvieron un indecible gozo
en verle y en hablar con él; pero esta alegría se aguaba con
39
la tristeza que les causaba la idea de que le conducian á
morir. Algunos propusieron que se ganase al pueblo, como
se habia logrado algunas veces , á fin de que conservase la
vida á este anciano venerable: mas el santo Obispo les ha-
bló con tanta fuerza, y les pidió con tantas instancias que
no le arrebatasen la dicha de ir con prontitud á Dios, que
se rindieron á sus súplicas. Entonces se pusieron todos de
rodillas, y el Santo anciano levantando la voz en medio de
ellos pidió á Jesucristo que hiciese cesar la persecucion,
que diese la paz á su Iglesia , y que mantuviese en el cora
zon de todos los fieles una caridad tierna y mutua. Acaba
da la oracion fue conducido por los soldados al, anfiteatro.
Era aquel uno de los dias que la supersticion pagana habia
consagrado con el nombre de fiestas sigilarías. Toda la ciu
dad estaba presente: el Santo martir al entrar oyó los bra
midos de los leones, pero la vista de su suplicio nada le
quitó de su firmeza ni de su ardor; su rostro y el porte de
su cuerpo anunciaban al contrario el contento y la alegría,
aunque una alegría modesta y pacífica. No tuvo que esperar
por mucho tiempo la muerte; en un momento le devoraron
dos leones, no dejando de su cuerpo mas que los huesos
mas duros, que fueron recogidos con respeto por los fieles,
y conducidos á Antioquía como un tesoro inestimable. Los
cristianos de todos los lugares por donde pasaron estas san
tas reliquias recibieron un gran consuelo, y sobre todo sus
discípulos de Antioquía conocieron bien que tenian en su
Santo pastor un poderoso abogado cerca de Jesucristo. Ha
biéndolas por último recibido éstos como una herencia que
les pertenecia, las pusieron en una caja y las depositaron
en un cementerio cercano á la puerta de la ciudad. Los que
escribieron la historia de este martirio la concluyen asi:
"Nosotros mismos fuimos testigos de esta muerte gloriosa
que nos hizo derramar un torrente de lágrimas, y afligidos
pasamos toda la noche velando y en oracion , suplicando á
nuestro Señor que sostuviese nuestra debilidad. El Santo
martir se nos apareció como un atleta que sale de un com
bate glorioso y dificil: estaba inclinado en la presencia del
Señor, y rodeado de una gloria inefable. Llenos de alegría
40
con esta vision dimos gracias al autor de todos los bienes,
y le bendigiinos por la felicidad de que habia colmado á su
siervo. Os notamos el dia de su muerte, á fin de que poda
mos juntarnos todos los años á honrar su martirio en el dia
en que le sufrió, con la esperanza de participar de la vic
toria de este generoso atleta de Jesucristo, que ha puesto al
demonio bajo de sus pies por el socorro de nuestro Señor
Jesucristo, por el cual y con el cual sean dados el honor y
el poder al Padre con el Espíritu Santo por los siglos de
los siglos. Amen."

Apología de S. Justino (año 150).

Mientras que los Santos mártires daban con el sacrificio


de su vida un testimonio brillante á la divinidad de la reli
gion cristiana, los Santos doctores la defendian con sábias
y luminosas apologías. La primera de las que han llegado
hasta nosotros es la de S. Justino, quien tuvo el valor de
firmarla con su nombre , y de dirigirla al emperador Anto-
nino y á sus dos hijos Marco Aurelio y Cómmodo. San Jus
tino habia nacido en el paganismo , y no habia abrazado la
Religion hasta la edad de treinta años, despues de un exa
men serio y por un juicio reflexionado fundado en las mas
sólidas razones. El estudio que en seguida hizo de las divi
nas Escrituras , y sobre todo de los Profetas , le convenció
de la verdad de la Religion cristiana. En su apología supli
ca desde luego al emperador que juzgue de las acciones y
no del nombre de los cristianos, que examine á éstos por lo
que hacen, y no quiera condenarlos por solo el nombre que
llevan. "Os suplicamos, le dice, que no deis oidos á la pa-
«sion ni á los falsos rumores para pronunciar un juicio que
«os dañaria á vos mismo, pues por lo que á nosotros toca
«nadie podria dañarnos ni aun cuando nos llegase á privar
«de la libertad y de la vida. Que se haga pues una pesquisa
« exacta de los crímenes que se nos imputan: si estos se
«prueban , que se nos castigue enhorabuena ; pero si no se
41
«nos encuentra culpables de delito alguno, déjesenos vivir
«en paz, pues la recta razón prohibe que se maltrate á los
«inocentes. Pues ahora, ¿con qué verdad se nos trata de
«impíos á nosotros, que adoramos al verdadero Dios, al Pa-
«dre eterno autor de todas las cosas, á su Hijo Jesucristo
«que ha sido crucificado bajo el poder de Poncio Pilalo, y
«al Espíritu Santo que ha hablado por los Profetas?" Para
mostrar que este Jesus crucificado es verdaderamente Dios,
dice "que Jesucristo es la soberana razon, que cambia ó
«muda enteramente á los que se adhieren á su doctrina.
«Nosotros éramos antes esclavos de los placeres, y al pre
nsente vivimos de un modo muy casto y puro; antes está-
« hamos apasionados por las riquezas, y ahora ponemos en
«comun nuestros bienes, para que los otros que son pobres
«participen de ellos cual nosotros; aborrecíamos á nuestros
«enemigos, y hechos que somos cristianos los amamos, y
«pedimos á Dios por ellos." En seguida refiere algunos pre
ceptos de la moral cristiana, y dice: "Si os dignais exa-
«minar nuestros principios y nuestra conducta, os conven-
«cereis de que no hay en todo el imperio súbditos mas su-
«misos á vuestra autoridad que nosotros, ni mas dispuestos
«á conservar la paz y la tranquilidad pública. Ni vuestras
«leyes, ni vuestros suplicios contienen en su deber á los
«malvados; saben ellos muy bien que pueden escaparse mu-
«chos crímenes á vuestro conocimiento; pero nosotros es-
«tamos persuadidos de que nada se oculta á los ojos de
«nuestro Dios, y á que habiéndonos de juzgar él un dia,
«nos castigará ó nos recompensará segun nuestras obras.
«Nosotros no adoramos mas que á Dios, es verdad, pero os
«obedecemos en todo lo demás con alegría y con puntuali-
«dad; os reconocemos por nuestro emperador y por dueño
«del mundo; y no cesamos de pedir á Dios que os conceda,
«además de la potestad soberana que ejerceis, un espíritu
«recto y una conducta llena de sabiduría/' Prueba despues
el Santo doctor la verdad de la religion por las profecías
que han sido recogidas y conservadas, segun el orden de los
tiempos en que han sido escritas. Insiste sobre todo en las
que miran á la ruina de Jerusalén, la dispersion de los ju-
42
dios y la vocacion de los gentiles; y despues de haber mos
trado cuán decisivo es en favor de la Religion cristiana su
cumplimiento, tan reciente entonces y tan notable, conclu
ye que las otras profecías, y en particular las que miran á
ía segunda venida de Jesucristo, á la Resurreccion y al jui
cio final, tendrán tambien su cumplimiento. En fin, para
responder á las calumnias que se publicaban sobre las asam
bleas cristianas, espone en detall todo lo que en ellas se ha
cia: y nosotros vemos hoy con un consuelo indecible la per
fecta conformidad (1) que existe entre lo que S. Justino re
fiere y lo que entre nosotros se practica. Por último, con
cluye con estas palabras: "Si esta doctrina os parece razo-
«nable, haced de ella el caso y tenedla el aprecio que se
'>merece: si por el contrario no os agrada, no la abraceis,
«mas no condeneis porque la profesan, y sin otro motivo, á
«muerte, á gentes que no han hecho ningun mal." S. Jus
tino tuvo poco despues la dicha de sellar con su sangre el
público testimonio que habia dado á la Religion de Jesu
cristo.

Cuarta persecucion por Marco Aurelio


(año 1 66).

Aún naciente la Iglesia estaba ya difundida por toda


la tierra; no solo llenaba ya el Oriente, esto es, la Pales
tina, la Siria, el Egipto, el Asia Menor y la Grecia, sino
que ocupaba en el Occidente además de la Italia las di
versas naciones de los Gaulas , todas las provincias de Es-

(i) Ciertamente experimenta un gran consuelo toda alma fiel al considerar y


saber de fijo que piensa y obra en materia de Religion como pensaron y obraron los
grandes hombres que pudieron aprender lo que hacian de los Apóstoles ó de los
que inmediatamente les sucedieron. De este consuelo carecen todos los novadores y
facedores de reformas, á los cuales no enseña Jesucristo por sus Apóstoles, sino
un espíritu orgulloso á quien siempre van asociados la mentira y el error. Este consue
lo se hace todavía mas sensible advirtiendo las ligeras mutaciones que se advicr
paña , el Africa , la Germania y la Gran Bretaña ; se es-
tendia además á sitios impenetrables á las armas de los ro
manos, y á otros muy alejados de los confines del imperio,
tales como la Armenia , la Persia y las Indias ; y hasta los
pueblos mas bárbaros y salvajes, como los sármatas, los da-
cios , los escitas , los moros , los gétulos y los habitantes de
muchas islas desconocidas, todo estaba ya lleno de cristia
nos. La sangre de los mártires hacia fecunda á esta divina
Religion. El emperador Marco Aurelio, desgraciadamente
preocupado contra ella por las calumnias con que la deni
graban , se mostró cruel con los que la profesaban. Parece
que la persecucion fue muy violenta , como se deja sospe
char por el gran número de los que entonces padecieron el
martirio. Comenzó á ejercer su furor en Asia, y en Esmir-
na fue donde cometió las primeras violencias. De las inme
diaciones fueron llevados muchos cristianos para ser ator
mentados, y al efecto se les condujo al tribunal del gober
nador de Asia, que residia en esta ciudad. Despues que to
dos ellos hubieron confesado generosamente á Jesucristo,
se les hizo sufrir todo género de tormentos y de torturas
horribles, cuyo detalle tenemos en la hermosa carta Encí
clica que con este motivo dirigieron los fieles de Esmirna á
todas las demás Iglesias. "Estos Santos mártires, se dice
«en la citada carta, han sido de tal modo despedazados á
«fuerza de azotes, que se les descubrian las venas, las ar-
«terias y aun las entrañas. En medio de este cruel tormen-
«to permanecian firmes é inalterables; y mientras que los
«circunstantes estaban enternecidos hasta derramar lágri-

ten catre la disciplina de la Iglesia primitiva y la de la uiisma Iglesia en nuestros dias.


¡ Oh ! ¡Ha variado en accidentes ó esterioridades insignificantes ! Señal de que
vive y goza salud robusta. Todo lo que se halla co este caso se muda en el eslerior
sin dejar de ser lo mismo en lo interior. De otro modo moriria, porque la inmutabili
dad es la señal mas fija de la muerte. Esto es óbvio, y por lo mismo no puede menos
de causar lástima la insensatez de los hereges de nuestros dias, quienes á todo trance
quisieran que la Iglesia, ó volviese á las prácticas de la antigüedad, ó no hubiese sali
do de ella. ¡Necios ! Quieren sin duda asesinarla, ó les enoja el que haya vivido. ¡Vol
ver á la antigüedad ! Lo inismu valdria querer alimentar con papilla á uu hombre pro
vecto y fuerte.
44
«mas, estos generosos soldados de Jesucristo no daban nin-
«gnn gemido, ni siquiera suspiraban. Sin alterarse lo mas
«mínimo veian correr su sangre por mil heridas, miraban
«con ojo tranquilo sus entrañas palpitantes, se presentaban
«al suplicio con un aire jovial y alegre, sufrian en silencio,
«y sus bocas, cerradas á la queja, no se abrian mas que pa-
«ra bendecir al Señor. Consistia esto en que no estaban en-
«tonces ellos en sus cuerpos, ó mas bien en que, atentos á
«la voz de Jesucristo que moraba en. ellos y hablaba á sus
«corazones, la alegría de su presencia les hacia menospre-
«ciar los tormentos, pues miraban como una felicidad el
«evitar los suplicios eternos por medio de un dolor momen-
«táneo; y el fuego que entonces sufrian les parecia á esta
«luz como un refresco en comparacion de los fuegos del
«infierno que no se acaban jamás. Con los ojos del corazon
«fijos tambien en el cielo, tenian por nada los males que
«sufrian comparándolos con los bienes inefables que reser-
«va Dios á los que le perseveran fieles; bienes cuales el ojo
«no vió, ni el oido oyó, ni el corazon humano pudo eom-
» prender jamás; pero bienes al mismo tiempo que Dios les
«descubria, porque ellos eran ya mas bien ángeles que hom-
«bres. Los que habian sido condenados á las bestias han
«sufrido una muy larga prision esperando el dia destinado
«á su triunfo y á su corona. Los estendian desnudos y san-
«grientos sobre tejas y piedras puntiagudas: se esforzaban
«sus verdugos por otros mil medios, todos horrorosamente
«crueles, á debilitar su valor y á hacerlos renunciar á Je-
«sucristo, porque nada hay que el infierno no haya inven
tado contra ellos; mas por la gracia de Dios á ninguno ha
« podido vencer. Un joven llamado Germánico fortificaba á
«los otros con su ejemplo. Antes de que lo espusiesen á las
«bestias, el proconsul por un movimiento de compasion le
«exhortaba á que tuviese piedad de sí mismo; pero el San-
« to martir le respondió con firmeza , que queria morir mil
«veces primero que conservar su vida á costa de su ino
cencia. Avanzando despues con un noble valor hacia un
«leon que se dirigia sobre 6l, y buscando la muerte entre
«las garras y los dientes de este animal, se apresuró á de
45
«jar en la arena el despojo sangriento de su cuerpo, y á sa-
« lír de un mundo en que no se respiraba mas que impie-
«dad, atrocidad y crímenes. Esta accion heróica picó al fe-
«roz populacho, que conmovido empezó á gritar de todos
«lados, y á hacer sonar confusamente en el anfiteatro estas
«voces: / Que se castigue á los impios! ¡Que se traiga al
«Obispo Policarpo!"

San Policarpo, Obispo de Esmirna, preso y


conducido al proconsul.

Se buscaba por todas partes á Policarpo, y las pesquisas


se hicieron mas rigorosas desde que el pueblo, irritado con
la firmeza de los Santos mártires, habia pedido á grandes
voces que fuese entregado á su furor. El santo Obispo no se
turbó por eso: él queria permanecer en la ciudad, pero ce
dió á las instancias de los fieles , y se retiró á una casa que
no estaba muy distante. Algunos dias despues, como se con
tinuasen las pesquisas pasó á otra casa en el campo. Aca
baba de salir de la primera cuando entraron en ella los
que le buscaban. No habiéndole encontrado prendieron á
dos muchachos, uno de los cuales cediendo á los tormen
tos descubrió el último asilo del santo Obispo. Los minis
tros ó alguaciles, que iban armados cual si fuesen á prender
á un ladron , llegaron á él un viernes al principio de la
noche. San Policarpo estaba á la sazon recogido en una pie
za de las altas de la casa. Pudo muy bien salvarse con la
fuga, pero no quiso absolutamente hacerlo, y se contentó
con decir: Que se cumpla la voluntad de Dios. Bajó pues y
vino á hablar á los archeros ó ministros, que viendo su an
cianidad y firmeza no pudieron menos de esclamar: ¿ Y era
necesario tanto ruido para prender á este buen anciano? Es
taban abochornados al verse encargados de una comision tan
odiosa, pero se habrian abochornado sin duda mucho mas
de perder la ocasion de una fortuna que esta clase de espe
46
diciones aseguraba ordinariamente. San Policarpo les hizo
dar bien de cenar , y habiendo obtenido algun tiempo para
hacer sus oraciones, estuvo cerca de dos horas postrado de
rodillas pidiendo por la Iglesia con las manos levantadas
al cielo: é hizo esto con tanto fervor, que todos los asisten
tes, aun sus mismos enemigos, estaban llenos de admiracion.
Cuando fue hora de marchar le pusieron sobre un asno pa
ra llevarle á la ciudad. Apenas llegó cuando se le condujo
al anfiteatro, donde el pueblo estaba reunido. Se presentó al
proconsul, que le exhortó á obedecer las órdenes del empe
rador para que pudiese salvar su vida. "Ten compasion de
«tu ancianidad, le dijo este magistrado. ¿Crees por ventu-
«ra que podrás sufrir unos tormentos cuya vista sola ha-
«ce temblar á la juventud mas atrevida?" Pero el santo
Obispo se mostraba tan poco sensible á sus amenazas como
á su falsa piedad , y asi el proconsul apretándole le dijo:
Maldice á Cristo y te dejaré ir libre. A lo que el Santo con
testó: "Hace ochenta y seis años que le sirvo, y nunca me
«ha hecho mal alguno. ¿Cómo pues, podré maldecir á mi
«rey, que me ha salvado? —Jura, si no, añadió el proconsul,
«por la fortuna de los Césares —Os tomais, respondió
«el santo Obispo, un trabajo inutil, como si ignoráseis lo
«que yo soy: para evitároslo de una vez os declaro en alta
«voz que soy cristiano. Ahora, si quereis saber cuál es la
«doctrina de los cristianos, yo os la enseñaré con mucho
«gusto." El proconsul entonces le amenazó con que lo es-
pondria á las bestias feroces; mas el Santo le dijo: "Me es
«muy ventajoso el llegar por medio de los sufrimientos á la
«perfeccion de la justicia. — Pues si no temeis á las bestias
«os haré quemar vivo. — ¡Oh! Me amenazais vos con un
«fuego que se apaga en un momento, porque no conoceis
«el fuego eterno que está reservado á los impíos. ¿Pero,
«por qué os deteneis? Haced lo que gustáreis de mí." Cuan
do hablaba de este modo estaba lleno de una confianza y
alegría que se manifestaban en su rostro: la gracia de que
su cara estaba llena causaba al proconsul admiracion. El
pueblo feroz, que asistia á este juicio para paladearse de an
temano con la sangre del inocente que veria luego correr
4?
con gusto, gritó al oir estas últimas palabras: "¡A. las fie
rras! ¡Qué se le arroje á las fieras! ¡Ese es el padre de los
«cristianos! ¡Es el enemigo de nuestros dioses! ¡A las fie-
«ras!" Pero el tiempo de los juegos públicos habia pasado,
y de consiguiente el proconsul condenó al santo Obispo á
que fuese quemado vivo.

Martirio de San Policarpo (año 1 66).

Luego que se pronunció la sentencia, todo el pueblo


corrió en tropel in buscar leña para construir la hoguera.
Encendida ésta el Santo martir se quitó su ceñidor, se des
pojó de sus hábitos esteriores, y semejante á una víctima
que se escoge de entre todo el rebaño, subió sobre la ho
guera como si fuese á un altar para ser allí inmolado. Los
verdugos se disponian á atarlo con cadenas de hierro segun
era costumbre, mas el Santo se lo estorbó diciendo: "De
badme asi; el que me da la fuerza y el valor que tengo pa-
«ra sufrir el fuego, me hará permanecer firme en la hogue-
«ra sin que sean vuestras cadenas necesarias." Se conten
taron pues con atarle las manos á la espalda. Levantando
entonces el Santo martir los ojos al cielo, hizo la siguiente
oracion: "Dios Todopoderoso, Padre de Jesucristo vuestro
«Hijo muy querido, por quien habemos recibido la gracia
«de conoceros; yo os bendigo agradecido porque me habeis
«hecho llegar á este dia feliz, en el que voy á entrar en la
«santa sociedad de vuestros mártires y á participar del ca-
«liz de vuestro Hijo para resucitar á la vida eterna. ¡Que
«sea yo, ó Dios mio, admitido hoy á vuestra presencia
«como una víctima agradable! Yo os alabo, yo os bendigo,
«yo os glorifico por el Pontífice eterno Jesucristo vuestro
«Hijo, con quien os sea dada la gloria á vos y á vuestro
«Santo Espíritu ahora y en todos los siglos. Amen." Aca
bado que hubo esta oracion se encendió la hoguera , y se
levantó con la mayor rapidez una horrible llama , que por
un milagro palpable se formó en una especie de bóveda sin
tocar en nada el santo cuerpo del martir. Estaba en medio
de la pira como el oro en el crisol, y exhalaba un olor mas
agradable que el de los mas esquisitos perfumes. Los paga
nos viendo que el cuerpo no se consumia le hicieron atra
vesar de una estocada, de la que corrió la sangre con tanto
ímpetu y abundancia, que apagó del todo el fuego. Esta his
toria del martirio de S. Policarpo fue escrita por testigos
de vista , los que añaden que los paganos no permitieron
que fuese recogido el cuerpo sino que lo hicieron cenizas,
por miedo, decian, de que los cristianos no dejasen de ado
rar á Cristo por adorar á Policarpo. Necio temor á que los
escritores de estas Actas responden diciendo: "¿No saben
«ellos que nosotros jamás podemos abandonar á Jesucristo,
«que ha padecido por la salvacion de todos (1), y que no
«nos es posible honrar como á él á ningun otro? Nosotros
«adoramos á este Señor porque es Hijo Unigénito de Dios,
«y no miramos á los mártires mas que como discípulos é
«imitadores suyos: bajo este punto de vista los reverencia -
«mos con justicia á causa de la fidelidad que ellos han guar-
«dado á su rey y á su maestro.'' Por último, terminan asi
su relacion: "Nosotros retiramos del fuego sus huesos, mas
« preciosos que si fuesen ricas joyas, y los colocamos en un
«sitio conveniente, en el que esperamos reunimos todos los
«años para celebrar con alegría la fiesta del Santo martir,
«á fin de que los que nos sucedan puedan ser escitados á
«prepararse al combate." Por estas últimas palabras se ve
que la Iglesia católica desde los primeros siglos ha honra
do á los Santos como á amigos y siervos de Dios , y que eu

(i) De todos. Dogma consolador, que bacieodonos ver á Jesucristo muerto por
la salud de todos, fomenta en nuestros cnrazunes una dulcísima esperanza, al paso
que es el sostén de las costumbres y aun de todo el orden social. Mientras el hombre
cree que Jesucristo ha muerto por él como por los demás , nunca se abandona del todo
como se abandonaria si se persuadiese á que no habia salvacion para él. Esto está en
nuestra sangre, y asi no se concibe cómo hay hombres tan enemigos del género huma
no que por su autoridad propia, ó mas bien por un delirio frenético, han querido
restringir los efectos de la pasion del Salvador , enseñando que no ha muerto mas
que por los escogidos. ¡Inhumanos! ¿Quién les ha autorizado á ellos para fijar límites
á una misericordia infinita ? ¿Quién les ha dado facultad para restringir los efectos de
una redencion inmensa?
49
todos Jos tiempos ha mirado con una veneracion religiosa
sus reliquias ó los restos de sus cuerpos, que fueron las víc
timas de Dios ó por el martirio ó por una penitente cari
dad, los miembros vivos de Jesucristo, y los templos del
Espíritu Santo. Esta práctica se halla autorizada de consi
guiente por la tradicion de todos los siglos, y apoyada so
bre los mismos fundamentos de la religion.

La Legion Fulminante (año 1 7 4).

El emperador Marco Aurelio hizo cesar esta persecu


cion con motivo de un favor señaladísimo que recibió del
cielo por medio de las oraciones de los cristianos que ser
vian en su ejército, pues los campamentos lo mismo que las
ciudades y los pueblos estaban llenos de discípulos de Jesu
cristo. Dios se servia de algunos soldados romanos como de
misioneros para llevar la religion á los mas lejanos paises,
á donde iban por servir al Estado, y no pocas veces quiso
hacer milagros en favor de su fe. El que concedió á los rue
gos de la Legion Fulminante fue de una importancia suma,
y tuvo toda la brillantez que era de presumir y de esperar.
El emperador hacia la guerra á los sármatas y á otros pue
blos de la Germania : el ejército se llegó á encontrar empe
ñado en las montañas áridas de la Bohemia, y rodeado por
los pueblos bárbaros, que eran muy superiores en número.
Era en medio del verano, hacia un calor escesivo, y para
aumento de trabajos nO se hallaba una gota de agua. El ejér
cito romano iba á perecer todo de sed. En apuro tan terri
ble los cristianos se pusieron de rodillas, y dirigieron á
Dios fervorosas súplicas á vista del enemigo que se mofaba
de ellos; pero de repente se cubrió el cielo de nubes, y una
abundante lluvia cayó sobre el campo que. los romanos ocu
paban. Estos por el pronto levantaban la cabeza y recibian
en la boca las gotas que caian (tanta era su sed); en segui
da llenaron los cascos, y bebieron en abundancia ellos y sus
caballos y acémilas. Los bárbaros tuvieron este momento
PARTE I. 4
Sí»
favorable para el ataque, y mientras que veian á los roma
nos ocupados en satisfacer su ardorosa sed , se preparaban
á caer con la velocidad del rayo sobre ellos. Pero el cielo
armándose en favor de los romanos hizo caer sobre los
enemigos de éstos un granizo horroroso acompañado de re
lámpagos y rayos que hacia polvo sus batallones, mientras
que las tropas de Marco Aurelio se veian rociadas de una
lluvia dulce y bienhechora. Este prodigio hizo á los roma
nos vencedores. Los bárbaros arrojaron las armas, y vinie
ron á buscar en medio de sus enemigos un asilo que los pu
siese á cubierto de los rayos que abrasaban su campamen
to. Todo el mundo miró este acontecimiento como un mi
lagro. Las tropas cristianas que habian obtenido este favor
del cielo (segun algunos á instancias del emperador, que
viéndose apurado pidió á los cristianos que rogasen á Cris
to los amparase en aquel trance) se llamaron desde enton
ces la Legion Fulminante, ó fueron agregadas á la que antes
se llamaba asi. El emperador escribió por sí mismo al se
nado este suceso. El historiador Eusebio refiere que Marco
Aurelio decia en esta carta , que su ejército, próximo á pe
recer, se habia salvado por las oraciones de los cristianos.
Tomando en seguida disposiciones mas favorables con res
pecto á ellos, el emperador mandaba que se les tratase con
menos rigor, y prohibió que se les inquietase por el moti
vo de su religion. Para perpetuar la memoria de este pro
digio se elevó en Roma un monumento durable, en el que
aún hoy dia se ve la representacion de este acontecimiento
en los bajo-relieves de la columna Antoniana, erigida por
el tiempo en que sucedió este prodigio. Los romanos se des
cubren en ella con las armas en la mano contra los bárba
ros, á quienes se ve tendidos con sus caballos por tierra, al
tiempo que cae sobre ellos una lluvia mezclada de relám
pagos y rayos que parecen reducirlos á polvo. Con, ocasion
de esta victoria el ejército dió á Marco Aurelio el título de
emperador por la séptima vez. Aunque la costumbre era no
aceptar este título antes que lo decretase el senado, él lo
aceptó de sus tropas en aquella ocasion como una cosa que
venia del cielo.
51

Persecucion en las Galios (año 17 7).

Tres años despues del milagro de la Legion Fulminante


volvió á encenderse la persecucion con el nombre y bajo
la autoridad de Marco Aurelio. La causa de esto pudo ser,
ó que los sofistas aduladores le persuadieron que no era
deudor de aquel prodigio mas que á sus dioses , ó que el
furor ciego de los pueblos la promovió sin su consentimien
to, ó en fin que la suscitó el ódio de los magistrados, quie
nes hacian revivir cuando les acomodaba los antiguos edic
tos contra los cristianos. El hecho es que esta nueva tem
pestad estalló desde luego en Lyon de Francia con mayor
furor que en parte alguna. Se cree que la fe habia sido lle
vada á esta ciudad por los discípulos de los Apóstoles, y
que S. Trofimo, primer Obispo de Arles, habia sido envia
do allí por S. Pedro. Desde esta ciudad se estendió la ver
dadera religion á las provincias vecinas. Los progresos rá
pidos que hacia en toda esta comarca escitaron la rabia de
los idólatras, que empezaron á hacer odiosos á los cristia
nos imputándoles los mas horribles crímenes, y les pro
hibieron la entrada en los mercados y en los edificios pú -
blicos. Estas vejaciones iban acompañadas de toda clase de
ultrajes: se les insultaba en donde quiera que se les veia,
se les heria á palos y á pedradas, y por último, cualquiera
se tomaba la libertad de llevarlos ante los tribunales. El
detall de esta persecucion se encuentra en una carta inte
resante que los fieles de Lyon escribieron á los de Asia.
«Los que de eqtre los nuestros, dicen en ella, fueron pre-
«guntados acerca de la religion la confesaron con valor, y
"fueron estrechamente encerrados hasta la llegada del pre-
« sidente, á quien se esperaba. Habiendo llegado éste algu-
« nos dias despues los hizo conducir á su tribunal , y este
«juez, preocupado y apasionado contra ellos, los trató con
«tanta dureza que un joven de entre los espectadores I1a-
«mado Epagato no pudo menos de manifestar la indig
52
• nacion que le causaba aquella conducta. Era cristiano y
« se abrasaba en un fervoroso amor de Dios y en una cari-
« dad sincera hacia sus prójimos. Sus costumbres eran pu-
«ras y su vida muy austera, aunque se hallaba todavía en
« la edad de las pasiones. Marchaba por el camino de la vir-
« tud y cumplia con los deberes que esta impone, siempre
«dispuesto á servir á Dios, al prójimo y á la Iglesia, siem
bre animado del celo de la gloria de Jesucristo, siempre
• lleno de fervor por la salvacion de sus hermanos. Él pidió
• pues que se le permitiese decir una palabra en defensa
« de la inocencia de los cristianos , ofreciendo demostrar que
« las acusaciones de impiedad y de irreligion que pesaban so-
« bre ellos era una pura calumnia ; pero al oirle hablar así
« se levantaron contra él mil voces del mismo tribunal y de
«todo el alrededor. El juez por su parte, picado de la de-
« manda que acababa de hacerle, le preguntó si era cristia-
« no como aquellos á quienes quería defender. Epagato cou-
• fesó en alta voz que lo era, y en el momento se le colocó
• entre los otros mártires. El juez, burlándose, le dió el nom-
«bre glorioso de abogado de los cristianos, haciendo sin que-
• rer su elogio en una sola palabra. Su ejemplo animó á los
«demás cristianos, que en alta voz se declararon y delata -
• ron por tales, é hicieron la pública confesion de los már-
« tires con una alegría indecible pintada sobre sus rostros,
• y que se manifestaba hasta en el sonido de la voz. Entre*
• tanto se habia dado orden de arrestar al bienaventurado
« Potino, Obispo de Lyon , que en un cuerpo estropeado por
• la vejez manifestaba los sentimientos de un alma joven
• y vigorosa. Una manga de soldados que le condujo lo pre-
« sentó muy luego á los pies del tribunal. El pueblo le se-
«guia en tumulto cargándole de oprobios y de insultos. El
• Santo anciano dió entonces un brillante testimonio á la
«divinidad de su maestro, porque habiéndole preguntado
«el presidente cuál era el Dios de los cristianos respon-
« dió : Vos le conoceríais si fuéseis digno. Al momento
• le arrancaron de allí arrastrándole con violencia y car-
• gándole de golpes: los que estaban cerca del Santo ancia-
« no le golpeaban con sus pies y manos , y los que se ha
53
«liaban mas lejos le tiraban cuanto encontraban sin nin-
« gun respeto á su avanzada edad. Hubieran creido todos
•>cometer una grande impiedad si hubiesen dejado de in-
«sultar al enemigo de sus dioses. Por fin le arrancaron me-
• dio muerto de las manos de estos furiosos, y le encerra
ron en una prision, donde espiró dos dias despues.«

Tormentos que hicieron sufrir á los Santos


mártires.

El furor del magistrado y del pueblo se encarnizó en


seguida en la persona de Santo, diácono de la Iglesia de
Lyon ; de Maturo , que no era mas qué catecúmeno recien
bautizado ó neófito , y de una joven esclava llamada Blandi
ría. La estrema delicadeza de Blandina hacia temer que care
ciese de valor para confesar á Jesucristo; pero esta joven
generosa admiró á todos los circunstantes y cansó á todos
los verdugos, que unos despues de otros la atormentaron
desde por la mañana hasta la noche. Despues de haber ago
tado en su cuerpo todo lo mas esquisito que en materia de
tormentos puede inventar la crueldad, se vieron obligados
á ceder y á confesarse vencidos por una joven delicada. No
podian concebir cómo respiraba todavía; uno solo de los
tormentos que habia sufrido era mas que suficiente á ha
cerla morir ; pero la admirable doncella tomaba fuerzas
siempre nuevas con cada tormento que en su cuerpo reno
vaban. El testimonio que daba á Jesucristo parecia qiA la
renovaba toda entera; su refrigerio y su descanso era de
cir: «¡Soy cristiana! ¡Ninguna cosa mala se hace entre nos
otros!« Él diácono Santo sufrió tambien tormentos increi
bles. Los paganos esperaban hacerle decir alguna palabra
indigna de él, pero tuvo bastante constancia para no decir
ni su nombre, ni su patria, ni su condicion. A todas las pre
guntas que le hicieron no respondió mas que estas pala
bras: «¿Yo? Soy cristiano.« Su firmeza irrito al presidente
y á los ejecutores de su impía justicia. Despues de los tor
H
meritos ordinarios hicieron fuego unas grandes planchas de
cobre , que aplicaron con ia mayor fiereza á los sitios mas
delicados y mas sensibles de su cuerpo. El Santo martir
vio quemar sus carnes sin hacer el menor movimiento, y
sin dejar escapar la mas pequeña señal de dolor. Los ver
dugos le dejaron cuando todo su cuerpo era una sola heri
da ; apenas se reconocian en él algunos rasgos de forma hu
mana ; todos los miembros estaban dislocados ó mutilados,
ó hechos muchos pedazos; empero este mismo cuerpo todo
desfigurado como estaba , era un objeto de admiracion. Es
taba animado por Jesucristo, que obraba en él maravillas
dignas de su omnipotencia , y que hacia servir aquellos res
tos informes á confundir al tirano, á vencer el demonio
y á destruir su poder. Se veia en él palpablemente que el
amor de Dios, cuando es vivo y perfecto, escluye todo temor
y quita todo sentimiento de dolor. Los verdugos embriaga
dos de sangre, habiéndose vuelto á apoderar del Santo mar
tir para atormentarlo de nuevo , se lisonjearon de que aba
tirian su firmeza volviendo á abrir sus llagas entumecidas
é inflamadas. Al intento volvieron á introducir el hierro y
el fuego en ellas cuando estaban en un estado en que ha
bria de estremecerle el que las tocase la mano mas ligera y
suave, pero con todo se engañaron en su esperanza. Las
nuevas crueldades sirvieron de remedio á las anteriores:
por un efecto del poder divino las llagas últimas cicatri
zaron á las primeras , y el cuerpo del Santo mártir se halló
en un instante del todo sano. Los paganos que vieron inu
tilizados con este portento sus esfuerzos crueles, arrastra
ron á los mártires á un calabozo horroroso , en el que pu
sieron sus pies en un cepo ó en una máquina de madera
que tenia las piernas de los santos separadas con un violen
tísimo esfuerzo. En este estado, el mas horrible que se
puede imaginar, los verdugos, furiosos de haber sido venci
dos tantas veces por unos hombres medio muertos, reunie
ron contra ellos todo cuanto de mas ingenioso y cruel les
habia enseñado el arte de atormentar á los hombres. Este
último tormento fué tan terrible que hizo con su violencia
morir á muchos. Dios lo permitió así para su gloria, mas
55
él conservó á los demás ; y por un duplicado prodijio dió
entera salud á sus cuerpos, y aumentó el vigor de sus al
mas para que sufriesen nuevos combates. Aunque estuvie
sen privados de todo socorro humano, de tal modo reco
braron todo su vigor que consolaron y dieron fuerza y
ánimo á todos los que estaban presentes.

Humildad de los Santos mártires.

Pero lo que hacia á estos Santos mártires mas admira


bles aún era la profunda humildad que manifestaban en
medio de las heróicas virtudes que brillaban en ellos. Aun
que hubiesen confesado muchas veces á Jesucristo , aunque
hubiesen superado con constancia tormentos horribles,
y llevasen sobre sus cuerpos las gloriosas marcas de sus
triunfos, todavía creian no merecer el nombre de mártires,
y les causaba mucha pena el que les diesen este título.
Cuando al conversar con ellos, dicen los autores de la re
lacion de su martirio, se nos escapaba el darles este nom
bre glorioso, ó cuando recibian cartas con esta inscripcion,
se les veia sinceramente aflijidos , y no podian menos de
hacernos dulces aunque muy vivas reprimendas. Este tí
tulo de gloria, decian, no conviene sino á los que han aca
bado ya su carrera , ó á los que Jesucristo ha tomado para
sí en los momentos despues de su confesion , no á viles cria
turas como nosotros somos. Despues, apretándonos las ma
nos y regándolas con sus lágrimas, nos suplicaban que les
alcanzásemos con nuestras oraciones la gracia de terminar
felizmente sus trabajos. Ellos no obstante poseian ya todas
las virtudes de los mártires. Su dulzura, su paciencia, y
sobre todo el generoso valor que los hacia superar todos
los temores , los hacian dignos de este nombre que rehusa
ban. La caridad no reinaba en su corazon menos que la hu
mildad en su espíritu. Todo su estudio y toda su aplica
cion la ponian en imitar la caridad del Salvador, que amó
á los hombres hasta morir por ellos, como él perdonaba á
56
sus enemigos, y dirigian á Dios súplicas fervorosas en fa
vor de los que los perseguian y atormentaban. A nadie con
denaban , antes al contrario se les vió llenos de indulgen
cia por todo el mundo, y con especialidad respecto á los
pecadores que recurrian á la penitencia. Algunos por temor
de los tormentos habian sucumbido en el primer interro
gatorio , y con todo se les habia puesto en la misma prision
en que estaban los Santos mártires. Se vió pues á estos que
en igual de tratarlos con un celo amargo ó con dureza, les
dieron por el contrario la mano para levantarlos , y les ma
nifestaron los sentimientos de una madre compasiva y tier
na. Con torrentes de lágrimas que derramaron por ellos
ante Dios les obtuvieron al fin de su misericordia infinita
una reconciliacion dichosa. En efecto, los que habian caido
reconocieron su falta , y la repararon muy pronto por una
generosa confesion. Su vuelta no fué menos gloriosa á Je
sucristo que sensible á los paganos. En el interrogatorio
que segunda vez sufrieron, aunque aparte y solo en las
formas ó por cumplir, porque se pensaba enviarlos al ins
tante libres , quedó el juez sorprendido al oirles confesar
con entereza á Jesucristo ; exhortólos en este lance á que
así lo hiciesen, y sostuvo la resolucion que de hacerlo ha
bian concebi8o, un cristiano fervoroso llamado Alejandro,
médico de profesion , que habiéndose acercado al tribunal
les persuadia con señas repetidas á que perseverasen firmes
en la fe. El pueblo lo percibió, y furioso de ver que los que
ya habian renunciado volvian á confesarla atrevidamente
volvió su rabia contra Alejandro y lo denunció al presiden
te. Este magistrado le preguntó su profesion, y Alejandro
respondió que era cristiano. Por esta respuesta fué coloca
do entre los mártires , y habiendo sido condenado á las bes
tias recibió la misma corona que ellos.
57

Ultimos combates de los mártires.

Despues de haber dejado á los Santos mártires algunos


dias en la prision, se les hizo al fin salir para ejecutar la
sentencia que los condenaba á diversos géneros de muerte.
Maturo, Santo, Blandina y Atalo fueron destinados al anfi
teatro , y se escogió para que muriesen un dia en que se
daba espectáculo al pueblo. Habiendo pasado de nuevo por
la tortura que servia de preludio al suplicio, se les espuso
á las bestias, que no parecieron ser bastante feroces. Enton
ces el populacho pidió que se hiciese sentar á Maturo y á
Santo en una silla de hierro echa fuego. Como se vió que
despues de este y otros suplicios respiraban todavía se vie
ron por último obligados á dar fin á sus sufrimientos con
una estocada aplicada á manteniente en la garganta. Blan
dina habia sido atada á un poste con los brazos estendidos,
y la vista de la Santa , que representaba al Salvador en la
cruz, habia sostenido el valor de los otros mártires. Como
las bestias no se habian atrevido á tocarla la reservaron
para otro dia, pero el pueblo irritado pidió se espusiese á
Atalo, que era demasiado conocido. Se le hizo, pues, dar la
vuelta al rededor del anfiteatro, llevando en el pecho un
escrito colgado que decia: Atalo, cristiano. Los paganos bra
maban contra él y no cesaban de pedir su muerte; pero el
presidente, habiendo sabido que era ciudadano romano, le
volvió á enviar á la prision con los otros mártires hasta
que viniese la respuesta del emperador, á quien escribió
con este motivo. El emperador contestó que era necesario
hacer morir á los que persistiesen en confesar á Jesucristo,
y que pusiese en libertad á los que renegasen. Recibida esta
respuesta, el presidente, sentado en su tribunal, se hizo pre
sentar los presos y les hizo un nuevo interrogatorio. To
dos perseveraron en su confesion, y de consiguiente se pro
nunció contra ellos la sentencia. Al dia siguiente el médico
Alejandro fué conducido al anfiteatro con Atalo, á quien
58
el juez por complacer al pueblo habia condenado á la mis
ma sentencia á pesar de su cualidad de ciudadano romano.
Uno y otro , despues de haber sufrido la tortura y demás
crueldades de costumbre, fueron degollados. En 6n, el úl
timo dia de los espectáculos fué conducida Blandina con un
joven cristiano de quince años, llamado Pontico. Se les
aplicaron sucesivamente todos los tormentos, sin ninguna
compasion ni respeto al sexo de aquella ó á la tierna edad
de este. Ambos perseveraron constantes, y marcharon á
morir con mucha mas alegría que la que acostumbran lle
var los convidados á un festin, El joven acabó el primero
su sacrificio, y Blandina quedó sola en la arena. La encer
raron en una red y la espusieron á un toro furioso, que la
estuvo acorneando largo tiempo; pero la esperanza de la
vida eterna y su amor á Dios la hacian insensible. En fin,
cual una víctima pura y obediente tendió su cuello al cu
chillo, y se inmoló al Dios á quien adoraba. Por confesion
de los mismos paganos, bien acostumbrados á estas escenas
de carnicería y de sangre , jamás muger alguna habia sufri
do tantos ni tan crueles tormentos. Pero como si aún no
hubiesen bastado, la furia de estos canibales se cebó toda
vía en los cadáveres. Abandonando todo sentimiento de
humanidad, aquellos hombres feroces echaron á los perros
los mutilados cuerpos de los mártires, y reuniendo despues
los restos los quemaron, y arrojaron las cenizas al Kódano.
Todas estas precauciones fueron inútiles contra el poder del
Señor. Se supo luego por revelacion el sitio en que sus ce
nizas estaban reunidas; fueron recojidas con respeto y co
locadas bajo el altar de la iglesia que se edificó en honor
de los Santos Apóstoles, y que existe aún hoy dia aunque
con otro nombre (de Saint Nizier). Estos Santos mártires
eran entre todos cuarenta y ocho, y todos sus nombres han
sido conservados.
59

Martirio de S. Epipodio y S. Alejandro.

La sangre de tantos mártires no bastó á apagar el fuego


de la persecucion. Un gran número de adoradores de Jesu
cristo sufrió los tormentos y el martirio en varios reinos
y provincias por no faltar á su fe. La ciudad de Lyon tuvo
la gloria de añadir á las víctimas de que acabamos de ha
blar otros dos héroes con que enriqueció á la Iglesia. Estos
fueron dos jóvenes llamados Epipodio y Alejandro, ambos
de ilustre nacimiento. Una tierna amistad los habia unido;
la piedad habia estrechado los lazos de esta union. Habien
do sido denunciados al presidente salieron de la ciudad y
se refugiaron en la cabana de una pobre viuda, en la que
estuvieron algun tiempo en seguridad; pero como las pes
quisas que contra ellos se hacian fuesen muchas y muy exac
tas se les descubrió al fin, y fueron encarcelados. Tres dias
despues se les hizo comparecer con las manos atadas á la
espalda ante el tribunal del presidente. Este juez les pre
guntó cómo se llamaban y á qué religion pertenecian. Di
jeron sus nombres, y declararon en alta voz que eran cris
tianos. Al momento se levantó un feroz clamor contra
ellos, y el juez furioso gritó: "¡Qué! ¿Aún hay quien se
atreva á violar los edictos de nuestros príncipes? ¿De qué,
pues, han servido los tormentos que hemos hecho sufrir á
los otros 1" Dicho esto mandó que separasen á Epipodio de
Alejandro, para que no pudiesen animarse mutuamente.
Alejandro, que tenia mas edad, fué vuelto á la prision, y se
aplicó á la tortura á Epipodio que parecia mas debil ; mas
antes de atormentarle, el juez, que esperaba ganarle con
discursos seductores, le dijo: "Es menester no obstinarse
«en perecer; nosotros adoramos á los dioses inmortales que
«todos los pueblos de la tierra y los emperadores adoran
«con nosotros; á estos dioses los honramos con regocijos,
«con festines y con juegos. Vosotros
«crucificado, á quien no se puede agradar sino dando ente-
60
«ramente de mano á estos placeres. Abandona, pues, esa
«austeridad para gozar de los placeres de la vida, que tan
«propios son de tu edad." Epipodio respondió: "Tu cruel
«compasion no me seduce en ningun modo: vosotros no
«sabeis que Jesucristo, despues de haber sido crucificado, ha
«resucitado glorioso, y que siendo por un misterio inefa-
«ble Dios y hombre á un mismo tiempo, franquea á los que
«le sirven la entrada en el reino de los cielos. Mas para ha-
«blaros algo que comprendais mejor, ¿ignorais por ventura
«que el hombre es un compuesto de dos sustancias, á saber,
«el alma y el cuerpo? Entre nosotros el alma manda y el
«cuerpo obedece. Los placeres voluptuosos á que vosotros
«os entregais en honor de vuestros dioses halagan es ver-
«dad los sentidos, pero dan tambien la muerte á las almas.
«Nosotros hacemos la guerra al cuerpo, mas es para que
«el alma viva y conserve como debe su imperio. Por lo
"que hace á vosotros , despues que os habeis desentra -
«ñado por satisfacer á la carne como los brutos, nada en-
«contrais sino una triste muerte; en igual de que cuando
«nos haceis morir hallamos nosotros una vida eterna." El
juez irritado con esta respuesta mandó que le hiriesen á
puñadas la boca , despues le hizo estender en el ecúleo ó
caballete, y dos verdugos armados con uñas de hierro em
pezaron á despedazar sus dos costados, surcándolos en va
rias direcciones: mas la crueldad del juez parecia dema
siado lenta á la ferocidad del desenfrenado populacho, quien
pedia á grandes y descompasados gritos que se le abando
nase al Santo mártir para hacerlo pedazos con sus manos.
Mas temeroso el presidente de que se perdiese algo del
respeto debido á su dignidad , dió orden de que se cortase
la cabeza al esforzado joven , y asi consumó en breve su
sacrificio. Pasado un dia, dicho presidente, que queria satis
facer su rabia y la del pueblo con los suplicios que reser
vaba á Alejandro, lo hizo parecer ante su tribunal y le dijo:
"Aún podeis aprovecharos del ejemplo de los otros: nos-
« otros hemos hecho la guerra á los cristianos con tan buen
«acierto que yo pienso que ninguno queda mas que vos."
Alejandro respondió: "Doy gracias á Dios porque, recor
61
«dándome los triunfos de los mártires, me habeis animado
«con su ejemplo : por lo demás os equivocais completamen-
«te , el nombre cristiano no puede perecer. Yo soy cristia-
«no, y lo seré siempre." El presidente lo hizo estender so
bre el ecúleo con las piernas muy separadas, y golpeadas
simultáneamente por tres verdugos que se relevaban de
tiempo en tiempo. Entre tanto el Santo martir invocaba el
socorro del cielo con fervor, y recibió efectivamente tantas
fuerzas que primero se cansaron todos los verdugos de gol
pearle que él se cansó de sufrir. En fin el juez, viendo
que no podia hacer mella alguna en su espíritu , le conde
nó á morir en una cruz.

Martirio de San Sinforiano.

En esta misma persecucion ofreció la ciudad de Autun


un espectáculo tan edificante como estos en la persona de san
Sinforiano, joven de una familia distinguida. Un dia que se
celebraba con pompa la fiesta de Cibeles, diosa del paganis
mo, manifestó Sinforiano el horror que le causaba este cul
to impío. Se le arrestó por ello y fue conducido al gober
nador, que estaba entonces en Autun haciendo pesquisas de
los' cristianos para ejercer contra ellos los rigores de la per
secucion. Este colocado en su tribunal le dijo: "¿Pues y
«cómo habeis podido eludir mis investigaciones? Yo creia
« haber limpiado ya á esta ciudad de los que llaman cris-
«tianos. Decidme, ¿por qué os habeis rehusado á adorar á
«la gran Cibeles?" Sinforiano respondió: "Yo soy cristia
no, y no adoro mas que á solo Dios que reina en el cielo.
«Por lo que hace á esa imagen del demonio á quien Ila-
«mais diosa, no solo no la adoro, sino que si me lo permitís
«la haré en un momento polvo. —Probablemente es vuestro
«nacimiento, dijo el juez, quien os inspira esa arrogante im-
« piedad; pero ¿ignorais por ventura las órdenes del empe-
«rador? " En seguida le hizo leer el edicto que condenaba
á muerte á todo el que se negase á sacrificar á los dioses.
02
"¿Qué teneis que responder, añadió el juez? ¿Podemos ir
«por acaso contra los decretos del príncipe?—Ese ídolo, res-
«pondió Sinforiano, es una invencion de que se sirve el
«demonio para perder á los hombres. Un cristiano que se
«abandona al crimen caerá en el abismo. Nuestro Dios tie-
«ne castigos para el pecado así como tiene recompensas
«para la virtud. Yo no arribaré al puerto de la bienaven-
«turanza eterna sino perseverando en la confesion de su
«santo nombre." A esta respuesta el juez le hizo azotar con
varas, y le envió á la prision: algunos dias despues le hizo
sacar y le ofreció una gratificacion tomada del tesoro pú
blico, con un empleo en la milicia, si queria adorar el ídolo.
"Un juez, dijo á esta propuesta Sinforiano, no debe per-
«der el tiempo en discursos inútiles, ni tampoco tender la-
«zos á la inocencia. Yo no temo la muerte: nosotros de-
«bemos nuestra vida al autor de ella: ¿por qué pues no ofre-
«ceremos á Jesucristo como un don lo que dentro de poco
«tendremos que pagarle como una deuda? Vuestros favo-
«res no son mas que un veneno escondido bajo de un pér-
«fido cebo: el tiempo arrebata cual un torrente rápido vues-
«tros bienes; no hay quien pueda darnos una felicidad cons
«tante é inalterable mas que nuestro Dios. La mas remota
«antigüedad no ha podido ver el principio de su gloria, ni
«la sucesion de los siglos venideros podrá tampoco ver su
«fin. —Cansais mi paciencia, repuso el juez: si no sacrificais
«á Cibeles hoy mismo os condenaré á muerte despues de
«haberos hecho sufrir horribles tormentos." Sinforiano
dijo. "Yo no temo sino al Dios todopoderoso que me ha
«criado, ni sirvo á otro que á él; mi cuerpo está en poder
»vuestro, mi alma ni está ni puede estar en vuestras ma-
«nos." Entonces el juez enfurecido pronunció la sentencia
en estos términos : Que el sacrilego Sinforiano muera de
gollado para vengar á los dioses y á las leyes. Cuando le
conducian al suplicio corrió á su encuentro su madre, Too
para enternecerlo con sus lágrimas, sino para animarlo y
confirmarlo con sus exhortaciones. De lo alto de las mura
llas le gritaba : "¡Hijo mió Sinforiano! querido hijo mio,
«acuérdate de Dios vivo: muestra tu valor, hijo mio, pues
B3
«no se debe temer una muerte que conduce seguramente
«á la vida. Para que no te cause pena el dejar la tierra,
«levanta los ojos al cielo y menosprecia los tormentos que
«no han de durar mas que unos instantes. Si tienes un po
seo de constancia van a ser cambiados por una felicidad
« eterna. " La fe que hizo triunfar á esta generosa madre
de la ternura que inspira la naturaleza, no es menos admi
rable que la que hizo triunfar al hijo de los horrores de la
muerte.

Apologético de Tertuliano.

Las luces y el saber concurrian con los sufrimientos al


triunfo del cristianismo, y la Iglesia se veia no menos ven
gada por los escritos sólidos de sus defensores que honrada
con el valor invencible de sus mártires. Tertuliano, sacer
dote de Gartago, publicó por entonces en favor de la reli
gion católica un libro que intituló Apologético, y que dió
un golpe mortal al paganismo. Desde luego se queja en él
de que se condene á los cristianos sin oirlos: "Los cristia-
«nos, dice, son los únicos á quienes se quita la libertad de
«defenderse ante sus jueces, y de informarlos de lo que de-
«ben saber para pronunciar con justicia." Hace ver en se
guida que son manifiestamente injustas las leyes que con
denan á la religion cristiana , ya en sí mismas y ya porque
fueron dadas por príncipes perversos, cuya memoria y ac
ciones detestaban los mismos paganos. Responde despues á
la acusacion que se hacia á los cristianos de no adorar los
dioses del imperio. Y despues de haber espuesto el origen
de las divinidades paganas , concluye, por lo absurdo de su
culto y por lo indecente de sus ceremonias, que tales dioses
son indignos de que se les tribute adoracion, y que no son
sino demonios que engañan y seducen á los hombres. "Que
«se traiga, dice, á la Iglesia á alguno de aquellos que se
«creen agitados de alguna divinidad y que dan los orácu-
«los; el primero de los cristianos que llegue y le mande ha
64
« blar le obligará á confesar que es verdaderamente un de-
«monio, que en otras partes se hace adorar como un Dios.
«Si asi no lo confiesa imposibilitado de mentir ó de enga-
«ñar á un cristiano, yo consiento en que este cristiano sea
«condenado á muerte/' Era necesario que el don de lanzar
los demonios fuese todavía muy comun en la Iglesia para
que Tertuliano se atreviese á hacer públicamente un desa
fío de esta clase. Justifica en seguida á los cristianos de la
acusacion de impiedad, asignando el verdadero objeto de su
culto, y mostrando ser este el que deben adorar todas las
criaturas. "El Dios de los cristianos, dice, es el que ha sa
ncado al mundo de la nada con su poder, el que lo ha or-
«denado todo con su sabiduría, y el que todo lo rige con
«su providencia. Este Ser Supremo es á quien da el testi-
«monio mas brillante el magnífico espectáculo de la natu
raleza. Los paganos mismos, por ciegos que los tengan las
«preocupaciones de la educacion y las pasiones, le dan tam-
«bien naturalmente testimonio cuando en medio de los pe-
«ligros esclaman: ¡Gran Dios! ¡Buen Dios! lo cual es el
r testimonio de un alma naturalmente cristiana. Este mis-
«mo Dios es quien en todos los tiempos se ha dado testimo-
«nio á sí mismo, de viva voz y por los escritos de los Pro-
«fetas á quienes ha llenado de su espíritu. Estos escritos no
«pueden ser sospechosos; están en manos de nuestros ene-
«migos los judíos, que los leen públicamente en sus sinago-
«gas; la antigüedad de estos documentos no puede ponerse
«en duda. Es cierto que Moisés, el primero de estos autores,
«ha vivido mucho tiempo antes que hubiese en el mundo
«memoria de griegos ni romanos; los que aparecen últimos
«entre los Profetas no son menos antiguos que vuestros
«primeros legisladores é historiadores. El cumplimiento de
«estas profecías prueba hasta la evidencia que son divinas,
«y nos garantiza la verdad de las que deben en lo sucesivo
«cumplirse. Las Escrituras han anunciado las desgracias de
«los judíos, que vemos hoy verificadas literalmente. Dios los
«habia colmado de beneficios á causa de la piedad de sus
«padres, y les continuó su proteccion hasta que merecieron
«que les abandonase. No puede desconocerse la mano ven
B5
«gadora del Señor viendo el estado infeliz á que se ven aho-
«ra reducidos, desterrados de su propio pais, errantes por
«todo el universo, sin leyes, sin magistrados, sin patria.
«Los mismos oráculos que les habian predicho estas cala-
«midades, les señalaban tambien al tiempo mismo que Dios
«se escogeria de todas las naciones y de todos los lugares
«adoradores mas fieles, á los que comunicaría su gracia por
«los méritos de aquel que debia ser su cabeza y su maes-
«Iro." Tertuliano habla en seguida del misterio de la En
carnacion y de Jesucristo; establece la divinidad de este
Redentor y la demuestra por las profecías, por sus mila
gros, por su resurreccion; dice que las circunstancias de su
muerte parecieron tan admirables á los mismos paganos,
que Pilatos avisó de ellas al emperador Tiberio; que la re
lacion de aquel presidente fue depositada en los archivos de
Roma; y que Tiberio habria creido en Jesucristo si hubiese
podido ser César y cristiano á un mismo tiempo.

Continuacion del Apologético.

Establecida la verdad del cristianismo, Tertuliano re


chaza con vigor las calumnias con que eran infamados los
cristianos. "Se nos acusa, dice, que no honramos á los em-
«peradores con sacrificios; es verdad no les ofrecemos víc-
« timas, pero pedimos por su salud al solo verdadero Dios
«eterno; nosotros los respetamos, pero no los llamamos dio-
«ses porque no sabemos mentir. Por lo demás nuestra fide
«lidad no puede ser sospechosa; teneis una prueba convin
cente en la paciencia con que sufrimos la persecucion; con
«mucha frecuencia nos arroja el populacho piedras y que-
«ma nuestras casas; en el furor de los bacanales ni aun á
«los muertos se perdona, pues los sacan de sus sepulcros y
«los reducen á polvo. ¿Y qué habemos hecho nosotros para
«vengar todas estas injusticias? Si quisiésemos haceros abier-
«tamente la guerra, ¿nos faltarian fuerzas y tropas? De
«ayer somos y todo lo llenamos ya; vuestras ciudades, vues-
PARTB i. 5
66
«tros castillos, vuestros pueblos y aldeas, vuestros campos,
«el palacio, el senado, el foro, lleno está todo de cristianos;
«únicamente os dejamos vuestros templos. ¿No seriamos
«por ventura buenos para la guerra nosotros que no teme-
«mos la muerte, si no fuese una de nuestras máximas el
«sufrirla mas bien que darla? Nos bastaria para vengarnos
«el abandonaros y retirarnos fuera del imperio: os espan-
«taríais al veros de repente en una vasta soledad." Para
mostrar que las asambleas ó reuniones de los cristianos na
da tenian de sediciosas, describe ó refiere Tertuliano todo
cuanto en ellas pasaba. "Nosotros, dice, formamos un solo
«cuerpo porque tenemos la misma Religion, la misma mo-
«ral, las mismas esperanzas; nos reunimos para en comun
«hacer oracion á Dios, como si quisiésemos forzarle á que
«nos conceda nuestras súplicas: esta violencia santa le agra
nda mucho. Los que presiden en nuestras asambleas son
«ancianos de una virtud esperimentada, los cuales han lle-
«gado á este honor no por dinero sino por el testimonio de
«su vida, porque en la Iglesia de Dios nada se hace por di-
«nero. Si entre nosotros hay una especie de tesoro, ningu-
«na vergüenza puede él acarrear á la Religion; cada uno
«para formarle contribuye con lo que quiere; nadie está
«obligado á dar; lo que se reune es además un depósito sa-
« grado; nosotros no lo gastamos en banquetes inútiles, sino
«que lo empleamos en alimentar á los huérfanos, en alivio
«de los pobres y en consuelo de los infelices. Es bien estra-
«ño que esta caridad sea para algunos un motivo de perse-
«guirnos. Ved, dicen, cómo se aman; mirad cómo están
«prontos á morir los unos por los otros. ¡Ah! Esta union
«los admira sin duda porque ellos se aborrecen mutuamen-
«te. -Como nosotros no tenemos mas que un alma y un es-
«piritu, no tenemos dificultad en comunicar ó en hacer co-
« munes nuestros bienes; no debe pues causar estrañeza el
«que tan íntima amistad produzca comidas en comun. Estas
«comidas se llaman Agapes, que quiere decir caridad. Los
«pobres son admitidos á ellas del mismo modo que los ri
ñeos; cuanto allí pasa y se ejecuta está lleno de modestia y
«de honestidad. Antes de sentarse á la mesa se hace ora-
67
«cion; en la mesa se habla, pero con el temor de quien sa-
«be que tiene presente á Dios. La comida acaba como em-
«pezó, esto es, por la oracion. " Tales eran las asambleas
de los cristianos tan amargamente censuradas por los infie
les. "¿Cómo pueden decir, añade en seguida á esto Tertu
liano, que nosotros somos inútiles al comercio de la vida?
«Vivimos con vosotros, usamos del mismo alimento, de los
«mismos vestidos y de los mismos muebles que vosotros;
«usamos sin despreciar nada de cuanto Dios ha criado, sin
«otra diferencia que usar de ello con moderacion, dando
«gracias al Autor de todo: navegamos con vosotros, culti-
« vamos la tierra, militamos y traficamos con vosotros. ¿Có-
«mo pues y en qué merecemos nosotros los cristianos la
«muerte? Vosotros los que juzgais los criminales, hablad:
«¿hay entre ellos siquiera un solo cristiano? Yo apelo á
«vuestros registros; entre los malhechores que todos los
«dias son condenados por sus crímenes, no hay ningun cris-
«tiano; si lo hay es solo porque es cristiano; y si está por
«cualquiera otra causa, con solo haberla cometido ha deja
ndo de ser cristiano. La inocencia es para nosotros una ne-
«cesidad; la conocemos perfectamente habiéndola aprendi-
«do de Dios, que es un maestro perfectísimo, y la conserva-
«mos con fidelidad como mandada por este juez, á quien na-
«die puede engañar." Tal era de santa, como de aquí pue
de colegirse, la vida de los cristianos aun en el tercer siglo
de la Iglesia.

Quinta persecucion por el emperador Severo


(año §02).

Muerto Marco Aurelio gozó la Iglesia de alguna tran


quilidad; el emperador Severo mostró á los principios al
guna humanidad para con los cristianos , y aun se llegó á
creer que les era favorable ; pero se vió en seguida que no
habia dejado aumentar el número de ellos sino para tener
mas víctimas que inmolar á su furor. El año 10 de su rei
68
nado publicó contra ellos edictos sangrientos, los cuales fue
ron ejecutados con tal rigor, que los Beles se persuadieron
de que habia llegado el tiempo del Antecristo. La persecu
cion empezó en Egipto, en donde fue muy violenta. Entre
los mártires que allí derramaron su sangre por la fe se dis
tinguió una joven esclava llamada Potamia ó Potamiena. El
dueño á quien pertenecia habia tratado varias veces de pro
fanar su pureza, valiéndose para ello de la seduccion y de
cuanto estaba á su alcance, mas la santa joven resistió cons
tante á solicitaciones, ruegos y amenazas. Viéndose recha
zado entró en furor y trató de perder á la Santa doncella;
denuncióla como cristiana al juez de Alejandría , pero ai
mismo tiempo trató con el juez , prometiéndole una gruesa
suma, que favoreciese su pasion, y que no la condenase al
último suplicio sino en el caso de que siguiese negándose
obstinada á satisfacer sus impuros deseos. Fue pues la San
ta conducida ante el tribunal del gobernador, quien empleó
cuantos medios pudo imaginar para seducirla ; pero la va
lerosa joven permaneció firme, despreciando con intrepidez
heróica las caricias engañosas del juez impío y los suplicios
terribles con que la amenazaba. Tanto valor, firmeza tanta ir
ritó al gobernador en igual de admirarle, y en su furor man
dó que fuese arrojada en una tina de pez ardiendo. Al dispo
nerse á desnudarla suplicó á los verdugos que no la desnuda
sen, y que en cambio de esta gracia que el pudor pedia por
ella, podian bajarla á la tina con la lentitud que quisiesen,
para que la dilatacion de sus tormentos y dolores fuese una
nueva demostracion del poder de Jesucristo, y de la fidelidad
que su amante corazon queria guardarle. Los verdugos la
concedieron lo que deseaba, y afectaron tal lentitud efecti
vamente, que hicieron durar su terrible suplicio el espacio
de tres horas; convenciéndose con este ejemplo de que la
gracia del Salvador eleva á sus fieles siervos sobre cuanto
hay de mas largo y mas horroroso en materia de penalida
des. Uno de los guardias que asistian á la ejecucion, llama
do Basílides, trataba á la Santa con decencia y con honesti
dad decorosa, al paso que impedia al populacho que la in
sultase. La amante esposa del Salvador le manifestó su gra
69
titud, y le prometió que se interesaria por él en la presencia
del Altísimo. La oferta que aquellos labios virginales hicie
ron hubo de cumplirse sin duda. Dios no deja sin premio
lo que por sus siervos se hace; ni deja de atender á las ora
ciones de un corazon virginal , tan puro y tan abrasado en
su amor como el de Potamia. Algunos dias despues Basí li
des, ilustrado por una luz interior, se declaró cristiano. Por
el pronto todo el mundo creyó que se burlaba, mas cuando
rieron que persistia en su confesion le condujeron al juez,
quien le mandó encarcelar. Los fieles vinieron á visitarle á
la prision y le dieron el bautismo. Al dia siguiente sin mas
intervalo fue degollado, despues de haber confesado glorio
samente á Jesucristo. ¿Puede llamarse divina otra Religion
que la que persuade de este modo á los hombres en medio
de los mas crueles suplicios? ¡O catolicismo, tú solo haces
estos milagros! ¡Tú has formado solo tambien las admira
bles virginales flores que como Potamia han producido se
mejantes frutos!

Martirio de San Iréneo, Obispo de Lyon%

La persecucion se estendió hasta las Galias, y no se pue


de dudar de que ella fue quien coronó á S. Ireneo, Obispo
de Lyon de Francia. Habia sido este hombre admirable dis
cípulo de S. Policarpo, y en su escuela habia bebido la cien
cia profunda de la Religion, que le hizo una de las lumbre
ras de la Iglesia. San Policarpo formó á la vez su corazon
y su espíritu con sus lecciones y sus ejemplos. Por su par
te el discípulo, penetrado de veneracion por las eminentes
virtudes de su maestro , observaba todas sus acciones á fin
de llenar hasta con lo que veia su espíritu. "Yo escuchaba,
«dice el mismo S. Ireneo, sus instrucciones con la mayor
«atencion , y las grababa no sobre tabletas (tablillas untadas
«de cera en que por entonces se escribia), sino en el fondo
«de mi corazon. Aún está presente á mi memoria la gra
vedad de sus pasos, la magestad de su rostro, la pureza de
70
«su vida; aún me acuerdo de las santas exhortaciones con
«que instruia á su pueblo; y aún me parece que le oigo re-
«ferir el modo con que babia conversado y vivido familiar-
«mente con S. Juan y con muchos otros que habian cono-
«cido á Jesucristo, las palabras que habia oido de su boca,
«todas las particularidades que ellos le habian enseñado
«acerca de los milagros y doctrina del Salvador; y todo
«cuanto decia estaba en conformidad con las santas Escri
«turas." San Ireneo fue escogido para suceder á S. Potino
en la silla episcopal de Lyon; el Santo tenia todas las cua
lidades necesarias para sostener y consolar esta Iglesia en
tiempos tan difíciles como los que corrian; un celo ardien
te, una profunda erudicion y una santidad probada y espe-
rimentada eran lo que mas falta hacia entonces, y S. Ireneo
lo reunia todo en alto grado. La Iglesia de Lyon habia su
frido pérdidas que era necesario reparar; la esperaban to
davía nuevos triunfos, y era indispensable formar el nuevo
pueblo de mártires que los habia de conseguir. Se asegura
que el emperador Severo, viendo que se multiplicaba el nú
mero de los fieles en Lyon por los cuidados de su Santo
pastor, mandó cercar la ciudad, y con una ferocidad digna
de su cruel corazon mandó á sus soldados que degollasen
sin distincion á todos los que se declarasen cristianos. La
matanza fue casi general: S. Ireneo fue conducido ante el
tirano, que le hizo morir, aplaudiéndose de haber extermi
nado al pastor y á su rebaño. Esto es lo que nos refieren
las Actas de S. Ireneo, que se hallan confirmadas por mu
chos otros monumentos. San Adon en su crónica dice que
S. Ireneo sufrió el martirio con una multitud innumerable
de cristianos; y una antigua inscripcion que aún se conser
va, nota que sin contar las mugeres y los niños subió el nú
mero de mártires á diez y nueve mil. Puede creerse muy
bien este número si se consideran la crueldad del empera
dor y la constancia de los fieles. Por eso dijo S. Euquerio
que Lyon tenia un pueblo entero de mártires; y S. Grego
rio Turonense, que fue tanta la multitud de cristianos de
gollados por la fe, que su sangre corria á raudales en las pla
zas públicas. Los Santos Padres han hecho magníficos elo
71
gios de S. Ireneo. Un santo sacerdote llamado Zacarías, que
escapó de la matanza, tuvo cuidado de su sepultura, y fue
segun se cree su sucesor, habiéndole Dios conservado como
una chispa para que volviese á encender en esta Iglesia atri
bulada y gloriosa el sagrado fuego que habia antes purifica
do á tantas otras víctimas.

Martirio de Santa Perpetua y de Santa


Felicitas (año 205).

No era menos violento en Cartago que en otras partes


el fuego de la persecucion: fueron arrestados en esta ciudad
cuatro jóvenes llamados Saturnino, Revocato, Secúndulo y
Saturio, y con ellos dos mugeres tambien jóvenes llamadas
Perpetua y Felicitas. La primera, que era noble y hermana
de Saturio, tenia un niño de pecho , y la segunda estaba en
cinta. La historia del combate de estos Santos escrita por la
misma Santa Perpélua nos parece uno de los monumentos
mas interesantes, por su estilo encantador y dulzura, de toda
la historia eclesiástica. Para que el lector pueda formarse
una idea dejaremos decir á la bendita Santa, que se esplica
en los términos siguientes: "Despues que nos arrestaron
«nos tuvieron guardados algun tiempo antes de llevarnos á
«la prision. Mi padre, que era el único de mi familia que
«no fuese cristiano, corrió al momento adonde estábamos,
«y se esforzó cuanto pudo para hacerme cambiar de propó-
«sito. Como me apuraba mucho para que no me confesase
«cristiana, le enseñé un vaso que por casualidad habia allí.
«¡Padre mio! le pregunté yo á mi vez, ¿se puede dar á es-
«te vaso otro nombre que el que le conviene? — No, res-
«pondió. —Pues bien, yo no puedo tampoco darme otro
«nombre distinto del de cristiana, que me pertenece. A es-
«tas palabras se arrojó sobre mí como para arrancarme los
«ojos, mas despues se retiró confuso de su arrebato: yo no
«le volví á ver hasta pasados unos dias, y gusté un poco de
«reposo. En este intervalo fuimos bautizados, y el Espíritu
72
«Santo me inspiró entonces no pedir otra cosa que la cons
«tancia en los tormentos. Pocos dias despues se nos condu
jo á la prision. Yo me desvanecí al entrar, porque jamás
«habia yo visto esta especie de sitios. ¡Jesus qué día tan pe-
«noso! ¡Qué calor! Nos ahogábamos segun estábamos de
«oprimidos. Añadid á esto la brutalidad de los soldados que
«nos guardaban. Pero lo que mas me inquietaba era el que
«no tenia yo allí á mi niño. En fin, me lo trajeron, y dos
«diáconos, Festino y Pomponio, lograron á fuerza de dinero
«que se nos pusiese por algunas horas en un sitio menos in-
«cómodo. Cada uno cuidaba mientras tanto de lo que mas
«le interesaba; por lo que á mí tocaba yo no tenia cosa mas
«urgente que el dar de mamar á mi hijo, que se moria de
«hambre. Yo lo encomendé con las mayores instancias á mi
«madre, que habia venido á verme. Estaba yo sensiblemen
«te aflijida al ver á mi familia llena de dolor por causa mia:
«esta pena me duró muchos dias, pero se disipó en seguida,
«y aun la carcel se me convirtió en una mansion agradable.
«Ün dia me dijo mi hermano: tú tienes bastante crédito
«con Dios, pídele te dé á conocer si sufrirás la muerte ó si
«serás puesta en libertad. Como yo habia ya esperimentado
«la bondad de mi Dios, prometí á mi hermano que le ins-
«truiria de mi suerte á otro dia por la mañana. En efecto,
«despues de mi oracion ví una escala de oro que se elevaba
«hasta el cielo, pero tan estrecha que no podia subir mas
«que una persona de frente. De los dos lados estaba sem-
«brada de puñales, de espadas y de lanzas, de tal modo que
«sin una grande atencion y sin mirar á lo alto no podia me-
«nos el que subiese de recibir mil heridas en todo su cuer-
«po. Abajo de la escala estaba un dragon terrible dispuesto
«á lanzarse sobre el que subiese por ella. Mi hermano Sa-
«turio habia subido, y de lo alto de la escala me decia: Per-
«pétua, yo te aguardo; pero mira, ten cuidado con eldra-
«gon. Yo le respondí: no tengas cuidado, hermano mio;
«yo espero en nuestro omnipotente Señor que no me hará
«mal. Me acerqué en efecto, y el dragon entonces volvió
«dulcemente la cabeza como si me hubiese tenido miedo:
«yo puse entonces mi pie sobre su cabeza misma, que me
73
«sirvió de primer escalon. Llegada á lo alto de la escala
«descubrí un jardin inmenso, y en medio un anciano vene
rable bajo la forma de pastor, rodeado de una multitud de
«personas vestidas de blanco. Al descubrirme me dijo: seais
«bien venida, hija mia; y en seguida me puso en la boca un
«delicioso alimento que recibí yo juntando las manos. Toda
«la tropa respondió Amen, lo cual me despertó, y yo perci-
«bí que mascaba aún cierta cosa de una maravillosa dulzu-
«ra. Al dia siguiente conté este sueño á mi hermano, y con-
«cluimos que debíamos ambos sufrir pronto el martirio.
«Empezamos por consiguiente á desprendernos enteramen-
«te de todas las cosas de la tierra, y á fijar todos nuestros
«pensamientos é ideas en la eternidad. "

Interrogatorio y sentencia de los Santos


Mártires.

Santa Perpétua continúa asi la historia de su marti


rio. "Pocos dias despues corrió la voz de que íbamos á ser
«interrogados. Mi padre vino á la carcel, y oprimido de
«tristeza me dijo: hija mia, ten piedad de mis cabellos en-
«canecidos; ten piedad y compasion de tu anciano padre.
«Si yo te he educado con tanto esmero, si te he querido
«con mayor ternura que á todos los otros hijos que he te-
«nido, no cubras de oprobio mi vejez. Mira á tu madre
«tambien; acuérdate de tu hijo que no puede vivir sin ti,
«y abandona esa obstinacion que va á perdernos á todos.
«Cuando hablaba asi me tomaba las manos, me las besaba,
«y las regaba con sus lágrimas. Sus instancias me atravesa-
«ban el corazon, y yo le compadecia porque solo él de en-
«tre todos los mios se afligía de mi martirio. Con todo, sin
«dejarme vencer le dije: sucederá en el interrogatorio, pa-
«dre mio, todo lo que Dios dispusiere, porque nosotros no
«estamos en nuestro poder, sino en el suyo; y con esto se
«retiró. Al dia siguiente cuando comíamos vinieron de
«repente á prendernos para llevarnos al juez; toda la ciu
'4
«dad lo supo, y hallamos ia plaza cubierta de un gentío in
numerable. Se nos hizo subir al tablado, y primero pre-
«guntaron á mis compañeros" los que confesaron con valor
«é intrepidez modesta á Jesucristo. Me tocó por último mi
«vez, y al instante apareció mi padre con mi niño en bra-
«zos, quien me arrancó de mi puesto y me solicitó á que
«negase con mas viveza que nunca; el juez se unió á él y
«me dijo: Ahorrad á vuestro padre la pena que le causais,
«y tomad en consideracion la infancia de vuestro hijo; sa-
«crificad por la salud de los emperadores.—Yo no sacrifico,
«le respondí. — ¿Luego vos sois cristiana? —Sí, le dije, lo
«soy. —Como mi padre se esforzaba á sacarme del tablado
«mandó el juez que le quitasen de allí, y los soldados para
«hacerle obedecer llegaron hasta darle un golpe. Yo sentí
«este golpe como si le hubiese recibido yo misma, y mi co-
«razon se despedazó al ver á mi padre maltratado en su
«vejez. Entonces el juez pronunció nuestra sentencia, y nos
«condenó á todos á ser espuestos á las fieras. Nos volvimos
«llenos de alegría á la prision, aunque esta alegría la mi-
«noraba el estado de Felicitas, que hallándose en el octa-
«vo mes de su preñado temia estremadamente que se di-
«firiese su martirio. Por eso nos pusimos todos á pedir con
«fervor para obtener de Dios que mi amada compañera
«Felicitas saliese de su apuro antes del dia de nuestro com-
«bate. Apenas habian acabado los demás presos por Cristo
«su oracion , cuando Felicitas sintió los dolores del parto,
«y como este era prematuro porque el embarazo no habia
«llegado á su término, los dolores eran demasiado vivos;
«sufría mucho, y la violencia del mal la obligaba á que de
«cuando en cuando se le escapasen algunos gritos. Uno de
«sus guardias tomó de aqui ocasion para decirla: Pues si
«os quejais al presente, ¿ qué será cuando os veais despe-
«dazar por las fieras? A lo que esta joven generosa respon-
«dió: Ahora me quejo porque soy yo quien sufro, enton-
«ces habrá otro en mí que sufrirá por mí, porque sufriré
«yo por él. Al cabo dió á luz una niña, que una muger
«cristiana vino á recojer, y que se hizo cargo de ella como
«s¡ fuese su propia hija. Entretanto el carcelero ó conserje
75
«de la prision, llamado Pudente (ó el Vergonzoso), habien-
«do observado que Dios nos hacia muchos favores tenia
«mucha consideracion con nosotros, y permitia que entra
ben libremente todos los que nos venian á ver. Pocos dias
«antes de los espectáculos ví yo entrar á mi padre, que ve-
«nia á darme el último asalto. Estaba en un estado de de
caimiento que no es posible espresarlo; se arrancaba la
«barba, se revolcaba por el suelo, y permanecia en él con
«el rostro en el polvo, dando gritos y maldiciendo su ve-
«jez. Yo moria de dolor al mirarle en este estado, pero
«Dios me sostuvo todavía contra la violencia de este ata-
«que." Aqui termina la relacion de esta tan Santa como
amabilísima escritora. ¡Qué uncion, qué ternura, qué can
dor y qué modestia para ocultar los inmensos favores con que
Dios la hacia ver su voluntad, y la esforzaba para que triun
fase de cuanto hay mas fuerte en la tierra, á saber, el amor
de madre y la ternura de hija. ¡Cuántos martirios tuvo que
sufrir en uno! Pero el amor de Dios, superior á todo, la re
vistió de sus alas y no paró hasta elevarla al cielo. Lo que
resta de este combate sagrado fue añadido por un testigo
de vista.

Suplicio de los Mártires.

Cuando llegó el dia de los espectáculos sacaron á los


Santos mártires de la carcel y los condujeron al anfiteatro.
La alegría estaba pintada sobre su rostro: en sus ojos, sus
gestos y sus palabras se echaba de ver el profundo gozo que
inundaba su corazon. Perpétua, la gloriosa Perpétua iba
la primera. La tranquilidad de su alma se hacia notar en
su aire y continente modesto; iba con los ojos bajos para
ocultar su vivacidad á los espectadores. Felicitas iba des
pues mostrando igual contento por hallarse restablecida lo
que bastaba para morir con los otros. Saturnino y Saturio
amenazaban con la cólera divina al pueblo idólatra, y cuan
do estuvieron cerca del juez que los habia condenado le di
76
jeron con autoridad: "Vos nos condenais hoy, pero den -
«tro de poco sereis juzgado vos mismo por Dios." El pue
blo irritado de estas reprensiones pidió que fuesen abofe
teados. Enagenados de placer por adquirir este nuevo ras
go de semejanza con el Salvador, hicieron ver mas clara
mente los Santos mártires su alegría. Dios les concedió
despues el género de muerte que cada uno habia deseado,
y esto contribuyó á aumentar su gozo. Mientras que en la
carcel se entretenian unos con otros hablando de los diver
sos suplicios que hacian sufrir á los cristianos, Saturnino
manifestó el deseo que tenia de combatir contra todas las
bestias del anfiteatro; y en efecto, despues de haber sido
atacado lo mismo que Revocato por un leopardo furioso,
uno y otro fueron arrastrados por un oso. Saturio al con
trario, no temiendo nada tanto como al oso, deseaba que
un leopardo le quitase la vida del primer golpe de sus dien
tes. No obstante fue un jabalí lo primero que lanzaron con
tra él ; pero el animal se volvió contra el picador que le
conducia, y lo hirió de muerte. En seguida lo espusieron á
un oso, que no quiso salir de su jaula; y asi Saturio no re
cibió por entonces herida alguna. Las dos Santas Perpétua
y Felicitas fueron espuestas á una vaca furiosa metidas en
una red. El animal dió primero con Perpétua, la arrojó
con violencia al aire y la dejó caer de espaldas. La Santa
se levantó, y su único cuidado fue componer su ropa para
evitar las miradas que podian dirijirla opuestas al pudor;
anudando en seguida sus cabellos , percibió á Felicitas que
tambien habia sido atacada, y que estaba tendida sobre la
arena toda llena de heridas, y alargándola con ternura la
mano la ayudó á que se levantase. Hasta entonces nada
habia Perpétua advertido de lo que habia con ella pasado,
y asi es que preguntó con un candor admirable y una an
gélica modestia: "¿Cuándo acabarán de echarnos á esa va
nca V Para persuadirla á que habia ya sufrido fue nece
sario enseñarle las roturas de su vestido y los cardenales
de los golpes que habia llevado. Entonces habiendo reco
nocido á un catecúmeno llamado Rústico, le suplicó que
llamase á su hermano Saturio , y cuando éste se acercó le
'71
exhortó la Santa á que permaneciese constante en la fe. Sa-
turio se retiró luego á uno de los pórticos del anfiteatro
donde encontró al carcelero Pudente, que se habia conver
tido, y le dijo: "¿No os anunciaba yo que las primeras bes-
«tias no me harían mal, y que serian los dientes de un leo-
« pardo los que me darían la muerte?" Pasado un momento
fue espuesto por la tercera vez, y arrojándose un leopardo
sobre él, le dió una tan terrible dentellada que quedó cubier
to todo de sangre. El pueblo con algazara gritó: "vedle
«ahí segunda vez bautizado." Entonces Saturio encarán
dose cdn Pudente: "A Dios, mi querido amigo, le dijo,
«acordaos de mi fe é imitadla; que no os turbe mi muerte,
«sino que al contrario os dé fuerza para sufrir." Pidien
do despues al mismo el anillo que llevaba en el dedo, y
habiéndolo mojado en su sangre, se lo volvió como una
prenda de su fe y de su amistad, y cayó muerto. Asi Satu
rio murió el primero segun la vision de Perpétua. Al fin
de los espectáculos el pueblo pidió que los otros mártires
fuesen llevados al medio del anfiteatro para que recibiesen
allí el golpe de muerte: ellos vinieron por sí mismos, y se
dejaron degollar sin hacer el menor movimiento. Perpétua,
la amable Perpétua cayó en manos de un gladiador muy
torpe que la hizo sufrir mucho tiempo, y por último se vió
reducida á conducir ella misma la espada á su garganta, y
á señalar de este modo el sitio en que la debia herir: el
último golpe abrió una ancha herida por donde salió su
pura sangre, y con ella su alma, mas pura y hermosa toda
vía. Asi murió esta heroina, dejando ver hasta en su último
instante una grandeza de alma que no pudiendo venir de
la naturaleza en una muger rica, joven, delicada y madre,
demuestra hasta la evidencia que solo viene de Dios, y
que de consiguiente es divina la Religion que tales testigos
tiene en su abono.
Bellas cualidades de Orígenes.

Por este mismo tiempo se hacia célebre Orígenes en toda


la Iglesia desde su primeros años. Era hijo de san Leonidas,
que padeció martirio por la fe en la persecucion de Alejan-
dríaen tiempo del emperador Severo. El Santo martir le ha
bia educado con el mayor esmero: no contento de ejercitarlo
en las artes liberales y bellas letras, le habia instruido en
las santas Escrituras, de cuyas sentencias le hacia tomar al
gunas cada dia de memoria. El joven Orígenes se aplicaba
á este estudio con un ardor increible , y su padre admira
ba aun mas en él las bendiciones con que la gracia le pre
venia que sus talentos naturales. Se acercaba con frecuen
cia á la cama de su hijo cuando dormia, y descubriéndole
el pecho se lo besaba con respeto, porque lo consideraba
como. un templo en que el Espíritu Santo habitaba. Duran
te la persecucion, Orígenes concibió un deseo tan vehemen
te de sufrir el martirio, que se habria presentado espontá
neamente á los tiranos si su madre no se lo hubiera im
pedido con sus súplicas y ruegos. Cuando su padre fue pre
so por la fe sus ansias de padecer se redoblaron, y se vie
ron precisados los de su familia á esconderle los vestidos
para impedirle que fuese á juntarse con él en la carcel.
No pudiendo hacer otra cosa le escribió una carta pene
trante en que le exhortaba al martirio. " No os dé cuida-
«do, le decia, por vuestros hijos, Dios no nos abandona
rá." Leonidas fue degollado. Habiendo sido confiscados
sus bienes, se vió su familia reducida á la indigencia. Orí
genes halló un asilo en casa de una señora muy rica. Muy
poco despues abrió una escuela de gramática á fin de sub
sistir sin dependencia de nadie, y en fin fue establecido
gefe de la escuela de Alejandría, que era muy célebre y me
recia serlo. Vendió entonces todos sus libros profanos para
aplicaese únicamente á las santas Escrituras, y para al mis
mo tieénpo tener con que subsistir, porque sus lecciones eran
gratuitas: de este fondo no sacaba mas que diez ó doce cuar
tos por dia, y con esto vivia tan penitente y austeramen
te como se deja conocer. A pesar de esta austeridad, la dul
zura de su trato enamoraba á todo el mundo ; la amenidad
de su caracter, igualmente que la brillantez de sus talen
tos, atraia á su escuela una multitud prodigiosa de alumnos,
no solo de entre la juventud sino tambien de entre los
sabios y los filósofos, asi cristianos como gentiles. Por su
medio obró Dios una multitud de conversiones, y muchos
de sus discípulos llegaron á ser ilustres santos; algunos lle
garon hasta obtener la corona del martirio. Con los que es
taban presos por la fe era sobre todo con quienes ejercia
las funciones de un maestro cristiano; los visitaba en las
cárceles, les acompañaba á los tribunales y muchas veces
al suplicio, y los enfervorizaba unas veces con señales,
otras con animados discursos. Muchas veces espuso su vi
da en este ejercicio de caridad; con frecuencia estuvo es
puesto á ser apedreado ó muerto á palos. Al fin se vió pre
so, cargado de cadenas, y encerrado en un hediondo cala
bozo. Si no le quitaron la vida fue por la esperanza que
sus perseguidores tenian de cansar su paciencia, y de arras
trar á la abnegacion de Jesucristo á una multitud de cris
tianos con el ejemplo de un hombre tan grande. Se le hizo
esperimentar los rigores del hambre, la sed y la desnudez
ó privacion de todo; pero ni la crueldad, ni la duracion
de sus sufrimientos pudo debilitar su valor. La costumbre
de una vida austera le habia endurecido á todas las penali
dades, y le hizo superior á todas estas pruebas. El ayunaba
casi siempre, pasaba la mayor parte de la noche en ora
cion y en meditar las santas Escrituras, y durante el poco
tiempo que se veia obligado á conceder á la naturaleza al
gun descanso, no tenia ni usaba otra cama que la tierra en
teramente desnuda. Todos admiraban la vasta estension de
su talento; no habia clase alguna de ciencia que no pose
yese, siendo lo mas admirable que la multitud de los co
nocimientos en él no dañaba á la claridad: su espresion
era tan exacta, que hacia comprender con facilidad las co
sas mas oscuras y difíciles; y tan amable al mismo tiem
se
po, que inspiraba el amor mas profundo hácia las verdades
que enseñaba.

Obras de Orígenes.

La obra mas célebre de Orígenes fue la que publicó con


tra Celso para refutar las calumnias que este filósofo paga
no habia publicado contra los cristianos. Es mirada esta obra
como la apología mas completa de la Religion católica que
tenemos de la antigüedad. He aqui la sustancia de este
escrito. " Sería quizá mas á propósito, dice Orígenes, el
«imitar á Jesucristo, que guardó un profundo silencio en
«presencia de sus jueces, y no respondió á las calumnias
«de sus acusadores mas que con la santidad de su vida y
«con el esplendor de sus milagros ; del mismo modo po
ndría mirarse como inutil el refutar las calumnias que la
«malicia de los hombres no cesa de difundir contra él,
«puesto que se defiende lo bastante con la sólida virtud de
«sus verdaderos discípulos, virtud cuya brillantez disipa
«todas las mentiras. Yo no escribo de consiguiente para los
«verdaderos fieles ; una apología es supérflua para ellos:
«escribo para los infieles, a quienes puede ser util una ins-
« traccion." Despues de haber refutado las objeciones par
ticulares de Celso, establece victoriosamente la verdad de
la Religion cristiana por hechos que no pueden ponerse en
duda, por las profecías que han anunciado á Jesucristo, por
los milagros de este Señor y por las costumbres de sus dis
cípulos . " En cuanto á las profecías, es muy justo, dice,
«dar crédito á los libros de los judíos, siquiera el que se
«concede á los libros de otras naciones; no puede dudarse
«de su antigüedad si se consideran las pruebas que dan
«Josefo y Taciano, cuya autoridad es de gran peso." Oríge
nes cita en seguida las profecías que hananunciado clara
mente el nacimiento, la pasion, la muirte y todas las cir
cunstancias de la venida de Jesucristo. Observa que despues
de la venida de este Señor, los judíos no tienen ya ni pro
81
fecías, ni milagros, ni ninguna otra señal de la proteccion
divina, que solo se ven entre los cristianos. Cou respecto
á los milagros, Celso no negaba que los hubiese hecho el
Salvador, mas los atribuía á la magia. Orígenes responde
que hay medios seguros para discernir los prestigios del de
monio y no confundirlos con los milagros verdaderos que
tienen á Dios por autor. Estos medios consisten en exami
nar las costumbres de los que obran las cosas prodigiosas,
su doctrina, y los efectos que los prodigios causan. M Moi-
«sés y los profetas, Jesucristo y sus discípulos nada han en
señado que no sea muy digno de Dios, muy conforme á
«la razon, y muy util á las buenas costumbres y á la socie-
«dad civil: ellos han practicado los primeros la doctri-
«na que enseñaban, y el efecto ha sido grande y durable.
«Moisés ha formado una nacion entera gobernada por le-
«yes santas. Jesucristo ha reunido todas las naciones en el
"conocimiento del verdadero Dios y en la práctica de to
ndas las virtudes. Los malvados, los impostores no tra-
«tan de corregir á los impostores, y sus prestigios han sido
«siempre de muy poca consecuencia. La resurreccion de
«Jesucristo, que es el gran milagro y el fundamento de
«la Religion, no puede tener contra sí la sospecha de ar
tificio ó de imaginacion alguna. El Señor murió en públi-
«co sobre una cruz, á presencia de todo el pueblo judío.
«Despues de haber sido sepultado y de haber permanecido
«tres dias en un sepulcro sellado, y guardado por solda-
«dos, ha aparecido por el espacio de cuarenta dias, prime-
«ro á Pedro , luego á los doce Apóstoles, y por último á qui
nientos discípulos unidos. Si no le hubiesen visto resuci-
«tar, si no hubiesen estado convencidos de su divinidad,
njamás se habrian espuesto á los tormentos y á la muerte
«por anunciar de orden suya en todas partes la doctrina
«que habian recibido de él. Su muerte vergonzosa habria
«deshecho la opinion que de él habian concebido, se ha-
«brian considerado como engañados, y hubieran sido los
«primeros á condenarle. Era pues necesario que hubiesen
« visto algo muy estraordinario para abrazar sus máximas y
«hacerlas abrazar á otros á espensas de su reposo, de su
PAaTE I. fi
82
«libertad y de su vida. ¿Cómo hombres ignorantes y grose
ros, si no se hubiesen hallado sostenidos por una virtud
«divina, habrían podido emprender la conversion del uni
verso ? Y los pueblos al oirles ¿habrían dejado sus anti-
«guas costumbres por seguir una doctrina contraria, si no
«hubiesen sido mudados por un poder estraordinario y por
«hechos maravillosos?"

Continua la apología de Orígenes.

En seguida prueba Orígenes la divinidad de la Religion


católica por el cambio maravilloso que producia en los que
la abrazaban. "El gran efecto, dice, de la predicacion del
«Evangelio es la reforma de costumbres. Parecería impo-
«sible el que sin algun auxilio sobrenatural pudiese curar
«ninguno del vicio de la impureza á un número considera
ble de personas: y en este caso, ¿qué deberemos pensar
«de la Religion cristiana, que ha convertido en otros hom-
«bres á todos los que la han abrazado, y á infinito número
«de los cuales ha movido á abrazar la continencia perfecta
«en todas las provincias del imperio? Las máximas de los
•cristianos hacen á los fieles muy superiores en todo á los
«que no profesan su doctrina. Un cristiano doma y enfrena
«sus mas violentas pasiones con el objeto de agradar á Dios,
«en lugar de que los paganos se encenagan sin avergonzar-
«se en las mas vergonzosas voluptuosidades, siendo lo peor
«de todo que en medio de sus desarreglos pretenden con-
« servar éstos el caracter de hombres de bien. El cristia
no menos instruido está infinitamente mas instruido sobre
«la escelencia y la estension de la caridad que los filósofos,
«las vestales y los pontífices mas arreglados entre los paga-
«nos. Ninguno de entre nosotros se halla manchado con esos
«desórdenes que tan comunes son en ellos, ó si por desgracia
«alguno se deja profanar con ellos , al momento se le esclu-
«ye del número de los que asisten á nuestras asambleas, y
«deja de ser cristiano." En efecto, se arrojaba de Ja Iglesia
83
á los que caian en cualquier pecado , sobre todo de impure
za, y se les lloraba como muertos á Dios; cuando volvian á
la penitenciase les sometia á pruebas mas largas que las que
se tenian para el bautismo, y en adelante no les era per
mitido ejercer ningun ministerio público en la Iglesia. "La
«fidelidad de los cristianos á su soberano es á toda prueba:
«están tan lejos de escitar la mas pequeña sedicion, que
« segun el orden que han recibido de su Legislador divino,
«jamás emplean contra sus enemigos otras armas que las
«de la paciencia. Jesucristo ha querido que se dejasen de-
«gollar como corderos antes que permitirse la menor vio
lencia. Dios se encarga de sus intereses y de su defensa,
«y ellos ganan con esta dulzura mucho mas de lo que ga-
nnarian resistiendo. Lejos de haberlos podido exterminar,
«la muerte de los mártires ha hecho crecer el número de
«los fieles." El rigor con que trataban á los cristianos no
podia entibiar su celo por la conversion de los infieles: ha
bía algunos que se ocupaban enteramente en recorrer los
pueblos y las aldeas anunciando á sus habitantes el Evan
gelio ; y porque no se sospechase que lo hacian por interés
se abstenian de recibir hasta la subsistencia , ó si la nece
sidad los obligaba se contentaban con lo absolutamente ne
cesario aunque se les quisiese dar mas. "Al presente , dice
«Orígenes, que entre la multitud de los que se convierten
«hay ricos, personas constituidas en dignidad y señoras
«nobles, se dirá quizá que hay alguna gloria en anunciar
«nuestra doctrina; mas al principio no cabia semejante sos-
« pecha: aun ahora mismo el honor que podemos recibir
«de algunos de los nuestros no equivale al desprecio y á
«los ultrajes que sufrimos de parte de los paganos." Orí
genes observa que los cristianos, á pesar del celo ardiente
de que estaban armados para atraer á los infieles á la fe,
no dejaban de probar en cuanto era posible á los que que
rian abrazarla; en particular los preparaban con exhorta
ciones antes de recibirlos en la Iglesia , y cuando les veian
en la sincera resolucion de vivir arregladamente les hacian
entrar en ella, distinguiéndolos todavía en dos órdenes, el
uno de los principiantes y el otro de los mas provectos.
84
Habia personas encargadas de velar sobre su conducta, para
alejar á los qne no vivian de una manera conforme á la
santidad del cristianismo, y para guiar á los otros en la
práctica de la piedad. Y era tal la virtud de los cristianos
aun mucho tiempo despues del siglo de los Apóstoles , que
nuestros antiguos apologistas, testigos de los hechos, la ci
taban en prueba de la divinidad de la Religion, al mismo
tiempo que tomaban ocasion de los desórdenes de los paga
nos para echárselos en cara, y para convencer de injustos
á los perseguidores de los discípulos de Jesucristo.

Sexta persecucion del emperador Maximino


(año 235.)

Por el espacio de 24 años se habia dejado á los cristianos


en paz. Los emperadores que sucedieron á Severo no los mo
vieron persecucion alguna; Alejandro antes bien les habia
sido favorable. Honraba este emperador á Jesucristo como
á uno de sus dioses, babia colocado su eGgie en una especie
de capilla doméstica, y habia concebido el designio de adop
tarlo solemnemente en el número de los dioses del Senado
Romano. Acomodaba muchísimo á este príncipe aquella má
xima que habia oido á los cristianos, de "no quieras para
otro lo que no quieras para ti;" y en prueba de su asenti
miento á este principio de la moral cristiana, la habia he
cho grabar en su palacio, y cuando habia condenado al úl
timo suplicio á algun malhechor hacia que un pregonero
fuese proclamándola á gritos por la calles. Esta disposicion
favorable de Alejandro hacia los cristianos fué para su su
cesor Maximino un motivo de perseguirlos. Este príncipe,
que era por sí mismo de un natural feroz, hizo publicar con
tra ellos nuevos y crueles edictos. Se cree que un soldado
cristiano dió ocasion á ello con motivo de una accion que
hizo bastante ruido. Cuando fué proclamado Maximino em
perador, hizo éste segun se acostumbraba donativos libe
rales á las tropas. Cada soldado debía presentarse al nuevo
85
emperador con una corona de laurel en la cabeza; todos lo
hicieron así , pero llegó uno que tenia la cabeza desnuda y
que llevaba su corona en la mano. Habia ya pasado sin que
el tribuno lo advirtiese, cuando los murmullos de sus ca
ntaradas le llamaron la atencion. Este oficial preguntó al
soldado la causa de no llevar como los otros su corona en
la cabeza. "Es, respondió el soldado, porque soy cristiano,
«y mi religion no me permite el llevar vuestras coronas."
(A lo que aparece era esto una señal de idolatría.) Al mo
mento fué este intrépido guerrero despojado de su vestido
militar y puesto en estrecha prision. Este asunto dió moti
vo á una persecucion general ; mas con todo, el Emperador
no decretó la pena de muerte mas que contra los que ense
ñaban á los otros y gobernaban las Iglesias, persuadido de
que los pueblos privados de sus pastores serían vencidos
con facilidad. Por otra parte temia despoblar el imperio
estendiendo la persecucion á la multitud de los fieles, por
que las ciudades y los campos, los ejércitos y el foror todo
estaba lleno de ellos. Lo fuerte de la persecucion cayó pues
sobre los Obispos y los sacerdotes, y se condenó al último
suplicio á todos los que se pudo haber á las manos. El Papa
san Ponciano fué uno de los primeros que sufrieron enton
ces por la fe. San Antero, que le sucedió, no ocupó la silla
de S. Pedro mas que el espacio de seis semanas, al cabo de
las cuales recibió segun se cree la corona del martirio. El
reinado de Maximino no fué mas que un tejido de cruel
dades, el detall de todas las cuales no ha llegado hasta nos
otros. Se sabe solamente que hubo iglesias quemadas no
pocas, lo cual muestra que ya entonces tenian los cristia
nos sitios públicos en que celebraban sus santas asambleas.
Esta persecucion no duró mas que tres años, porque Ma
ximino se hizo odioso á todos, y fué muerto por sus solda
dos despues de un reinado muy corto.
86

Séptima persecucion en el imperio de Dedo


(año 249.)

El emperador Decio fué el autor de la séptima perse


cucion. Desde el principio de su reinado públicó contra los
cristianos un edicto sangriento que envió á los gobernado
res de todas las provincias. La ejecucion se efectuó con un
rigor estremado, no ocupándose los magistrados en otra cosa
que en buscar á los cristianos , y en reunir para atormen
tarlos todo género de suplicios. Las prisiones, los azotes,
el fuego, las bestias feroces, la pez ardiendo, la cera der
retida , las ruedas con puntas aguzadas y las tenazas hechas
ascua fueron puestas en uso; pero la Iglesia tuvo el con
suelo de ver á una multitud innumerable de sus hijos per
manecer fieles en medio de los tormentos mas largos y crue
les, sufridos todos con admirable constancia. El Papa san
Fabian fué el primero que dió el ejemplo, siendo una de las
primicias de las víctimas inmoladas en esta persecucion.
San Alejandro Obispo de Jerusalén , anciano venerable, fué
presentado al tribunal del gobernador de Palestina , y con
fesó generosamente por la segunda vez el nombre de Jesu
cristo: ya cuarenta años antes habia dado al mismo nombre
un glorioso testimonio en el imperio de Severo: ahora fué en
pago de su generoso valor puesto en una prision, en la que
murió rodeado de cadenas. San Babil, Obispo de Antio-
quía , recibió tambien la corona del martirio en compañía
de tres niños á quienes educaba. El número de los demás
que sufrieron entonces por la fe fué tan grande, que segun
dice el historiador Nicéforo sería imposible contarlos. Des
pues de haber empleado inutilmente los suplicios mas vio
lentos , los perseguidores echaron mano de torturas lentas
con el fin de cansar la paciencia de los mártires, y aun al
guna vez usaron de todos los atractivos de la voluptuosidad
para corromperlos. He aquí dos ejemplos de este refina
miento de crueldad á que entonces recurrieron. Un cris
tiano habia ya sufrido el terrible tormento de las uñas de
87
hierro y de las planchas de metal encendidas ; todo su
cuerpo era una sola llaga , y en esta situacion lo untaron
de miel , y despues de haberle atado las manos atrás lo es
pusieron echado al revés á un sol ardiente para que sufrie
se las insoportables picaduras de las moscas y otros insec
tos. Otro, todavía muy joven, fué llevado por orden del
juez á un jardin encantado , que tal lo parecia , entre los
lirios y las rosas, cerca de un arroyo que serpenteaba for
mando, un dulce murmullo á la sombra de copudos árboles,
cuyas hojas agitaba ligeramente una embalsamada brisa. Allí
se le estendió sobre una cama de plumas y le dejaron en
teramente solo, despues de haberle sujetado con ligaduras
de seda : en seguida le enviaron una joven y hermosa cor
tesana que habian escojido entre muchas como la mas pro
pia para seducir y enternecer el corazon del joven mártir.
Era necesario un esfuerzo muy violento para resistir á una
tentacion tan furiosa. El Santo joven lo hizo. Espuesto á
tan peligroso ataque, y careciendo de otros medios de re
sistir, se cortó con sus propios dientes la lengua y la escu
pió á la cara de la infeliz y malhadada seductora, que se re
tiró muda de espanto. Bastantes cristianos para sustraerse
á esta persecucion, en la que se empleaba unas veces la vio
lencia y otras la seduccion, huyeron á los desiertos. De el
número de éstos fué S. Pablo, nacido en la Tebaida, pro
vincia del Egipto: se retiró muy joven á la soledad, y vivió
en ella una vida de angel en una entera y total separacion
de los hombres, y en una continua comunicacion con Dios.

Martirio de San Pionio.

Entre los generosos atletas que sufrieron en la perse


cucion del emperador Décio la muerte por Jesucristo, nin
guno aparece mas ilustre que S. Pionio, sacerdote de la ciu
dad de Esmirna. Un dia que estaba orando en su iglesia
conoció por revelacion divina que sería preso al siguiente
por la mañana. Al momento puso sobre su cuello una ca-
88 V
dona, para mostrar á los perseguidores que estaba dispuesto
á sufrir, y en caso que le llevasen al templo de los falsos
dioses, para que viesen los circunstantes que era por vio
lencia y á pesar suyo. Vinieron efectivamente al dia siguien
te á prenderlo, y el oficial que le arrestaba le preguntó si
sabia las órdenes del Emperador. Nosotros no ignoramos,
dijo el Santo presbítero, que hay un mandamiento, y es el
que nos obliga á adorar á un solo Dios. Venid á la plaza,
dijo el oficial, y vereis el edicto del Emperador que manda
sacrificar á los dioses. Cuando marchaban hácia ella les se
guia una grande multitud de paganos y de judíos. El Santo
hizo un largo discurso á aquella, la cual toda le escuchó
con atencion. Cuando al fin de este discurso declaró el ben
dito Martir que no adoraba sus dioses ni sus ídolos, em
pezaron á tantear el persuadirle que mudase de resolucion.
"Dejaos persuadir, le decian; un hombre de vuestro mé-
«rito debe vivir; creednos, es muy bueno el gozar de la
«luz. —Sin duda, les repuso el Martir, la vida es un bien,
«y un cristiano no la desprecia ni la aborrece, pero nos-
«otros deseamos otra vida que es muy preferible á esta. Yo
«os agradezco el afecto que me manifestais, pero temo que
«haya en él alguna emboscada. El ódio declarado es menos
«nocivo que las caricias engañosas." Volviéndose despues
al juez : "Si vuestra comision, le dijo, es de castigarme ó
«de persuadirme, podeis tratar dé castigarme luego, porque
«el persuadirme no lo lograreis." Despues de muchas cues
tiones , á las que el Santo respondió con firmeza , el juez
empezó á formar el proceso y á hacer el interrogatorio ju
rídicamente, a fin de que estuviese todo dispuesto cuando
llegase el proconsul, á quien esperaban dentro de muy po
cos dias. Habiendo por último llegado este magistrado á
Esmirna hizo que le presentasen al Santo, á quien desde su
tribunal dijo: "Y bien, ¿persistís en vuestra resolucion?
«¿No quereis arrepentiros?" El Santo martir respondió que
ni habia cambiado ni cambiaria de idea jamás. Entonces el
proconsul mandó que le diesen tormento, y acabado éste le
dijo: "Os dejo ahora un poco de tiempo para que consul
«teis con vos mismo. —La dilacion es inutil, respondió el
89
«Santo, yo no puedo mndar." Entonces el juez pronunció
la sentencia , que segun costumbre estaba escrita en una
tableta en estos términos: "Mandamos que Pionio, sacri
«lego, que se ba confesado cristiano, sea quemado vivo
«para desagraviar á los dioses é inspirar temor á los hom-
«bres." El Martir se dirigió alegre y con paso firme al lu
gar de la ejecucion : llegado que fué se desnudó á sí mis
mo, se estendió sobre el poste, y se dejó clavar sin abrir la
boca. Cuando ya estuvo clavado le dijo el ejecutor. "De-
aponed vuestro error, pues aún es tiempo; prometed que
«hareis lo que se os pide, y al instante os quitaré los cía-
ovos. —No, respondió el Santo martir, yo me doy prisa á
«morir para luego resucitar." Oido esto lo levantaron con
el poste á que estaba clavado y le volvieron cara al Orien
te ; despues colocaron á su alrededor una gran cantidad de
leña y la pusieron fuego. Como el Santo cerrase los ojos, el
pueblo creyó que estaba muerto, pero él hacia oracion en
silencio. Acabada ésta, abrió los ojos cuando empezaba la
llama á levantarse, y mirando al fuego con un semblante
alegre dijo: "Amen. Señor, recibid mi alma." Y al momen
to espiró dando un lijero suspiro. Extinguido el fuego, los
fieles que estaban presentes hallaron su cuerpo entero y
como cuando estaba en perfecta salud; sus cabellos se ha
llaron intactos, su barba hermosa , y su rostro resplande
ciente. Con este prodigio los cristianos se coufirmaron en
la fe, y los infieles se retiraron espantados, y agitados de
los remordimientos de sus conciencias.

Octava persecucion por el emperador Valeriano


(año 257).

La persecucion, que se habia entibiado un poco, empezó


con nueva violencia cuando Valeriano subió al trono del
imperio. Este príncipe se irritó contra los cristianos por las
sugestiones de uno de sus ministros que los aborrecía, y que
le persuadió que para salir bien en la guerra que tenia que
90
sostener debia abolir enteramente el cristianismo. Con es
te objeto publicó algunos edictos, que procuraron la gloria
del martirio á un gran número de cristianos. El mas ilustre
entre todos fue S. Lorenzo , primero entre los diáconos de
la Iglesia de Roma. Los autores españoles hacen español á
este Santo arcediano ; y aunque los escritores italianos han
querido vindicárselo á Roma, es lo mas probable que nació
en España, y no hay fundamento sólido alguno para con
vencer lo contrario. El Papa S. Sixto elevó al arcedianato
de la primera Iglesia del mundo á este generoso joven, que
lleno de un santo deseo de padecer por Jesucristo, siguió á
este Santo Pontífice cuando le llevaban al suplicio, dicién-
dole: "¿Dónde vais ó Padre, que no llevais con vos á vues
tro hijo? Pontífice santo, ¿á dónde caminais sin vuestro
«ministro?" San Sixto le respondió: "No te dejo yo ni te
«abandono, hijo mio; te espera un combate mayor que el
«mio: tú me seguirás de aquí á tres dias." El Santo diáco
no, consolado por estas palabras, se preparó al martirio, y
se apresuró á distribuir entre los pobres todo cuanto dine
ro se hallaba en su. poder, porque entonces eran los diáco
nos los que tenian la administracion de los bienes de la Igle
sia. El prefecto de Roma, instruido de que la Iglesia tenia
bastantes riquezas, quiso apoderarse de ellas: al efecto en
vió á llamar al Santo diácono, que era el depositario, y le
dijo: "Vosotros los cristianos os quejais de que se os trata
«con mucho rigor, pero ahora y aquí entre nosotros no se
«trata de tormentos. Os voy á pedir con dulzura lo que
«podeis darme muy bien. Yo sé que teneis vasos de oro y
«de plata para vuestros sacrificios: entregadme estos teso-
uros, pues tiene el Emperador necesidad de ellos para man-
«tener las tropas. " San Lorenzo le respondió: "Os confie-
«so que es muy rica nuestra Iglesia, y que el Emperador no
«tiene tesoros iguales á los que ella posee. Yo os enseñaré
«una buena porcion de ellos, si me concedeis no mas que
«tres dias de término para arreglarlos y ponerlos en or-
«den." El prefecto no entendió las riquezas de que habla
ba el Santo, y le concedió gustoso el término que le pedia.
En este intérvalo el Santo diácono recorrió toda la ciudad
91
para reunir á todos los pobres que alimentaba la Iglesia, y
luego que estuvieron juntos marchó á decir al prefecto que
todo estaba ya en orden. Este le siguió, y viendo en lugar
de vasos preciosos aquella multitud de ciegos, de cojos y
de estropeados, echó sobre el Santo diácono una mirada
amenazadora. "¿De qué os incomodais, le dijo entonces
«San Lorenzo? El oro no es mas que un vil metal , y que se
«convierte con frecuencia en causa de muchos males; el oro
•verdadero es la luz divina , que ilustra y alumbra á estos
«infelices: la Iglesia los mira como á sus mas preciosos te-
«soros; y tales son las riquezas que yo te habia prometi-
«do.—¿Así te burlas de mí, le dijo entonces el prefecto
«lleno de furor? Yo sé bien que los cristianos os preciais de
«menospreciar la muerte: bien, no esperes morir con pron
«titud, yo haré que se prolonguen en ti los tormentos; tú
«no morirás sino por grados." En efecto, se empezó el
martirio destrozando á azotes al Santo, despues se preparó
una esparrilla sobre carbones encendidos, y se colocó al San
to sobre ella, pero de modo que el fuego no penetrase su
carne sino con mucha lentitud y despacio. Empero el fue
go de la caridad que abrasaba su corazon era mucho mas
activo que el que quemaba su cuerpo, y le hacia de consi
guiente como insensible á este tormento : en medio de la
noguera no se ocupaba mas que de la ley de Dios, y su su
plicio era para él un verdadero refrigerio. Despues de ha
ber sufrido por largo tiempo esta tortura horrible, se vol
vió con tranquilidad al juez, y le dijo sonriéndose: "De es-
ate lado ya está mi carne bien asada, haced que me vuel-
»van del otro; y algunos momentos despues añadió: aho-
«ra ya está en sazon, podeis comer de mi carne." Levan
tando en seguida los ojos al cielo pidió á Dios por la con
servacion de Roma, y su espíritu se fué al cielo. ¡Qué valor!
¡Qué tranquilidad en medio de unos dolores que solo me
ditados estremecen! En vano se buscará el principio de es
ta fortaleza en otra parte que en la omnipotente fuerza
del auxilio divino.
92

San Cipriano preso y desterrado.

En esta misma persecucion sufrió un glorioso martirio


S. Cipriano, Obispo de Cartago. Habia nacido en Africa de
una familia distinguida. Antes de convertirse enseñó la re
tórica en Cartago con mucha y bien merecida reputacion.
No abrazó el cristianismo sino en una edad madura; y des
pues de haberlo reflexionado mucho, dudó largo tiempo si
se determinaria ó no á abandonar la religion pagana en
que habia nacido. Le parecia muy dificil el renovarse y ob
servar una vida enteramente nueva, y el llegar á ser otro
hombre conservando el mismo cuerpo. "¿Cómo es posible,
«decia, destruir costumbres y hábitos inveterados, que
«han llegado á hacerse con el tiempo una segunda natura
«leza? ¿Cómo aprender á ser frugal el que está ya acostum
brado á una mesa abundante y delicada?" Esto es lo que
él mismo escribia á uno de sus amigos. "Pero una vez, le
«añade, que el agua de la regeneracion hubo lavado las
«manchas de mi pasada vida, y que mi corazon purificado
«recibió la luz celestial, todas mis dificultades se desvane-
«cieron, y yo hallé que era muy facil lo que antes me pare-
«cia imposible." En poco tiempo hizo tan grandes progre
sos en la virtud, que se creyó debia ser elevado al sacerdo
cio muy luego de su bautismo. Habiendo muerto en segui
da el Obispo de Cartago, los fieles de esta ciudad le pidie
ron con instancia para prelado suyo. A esta noticia el San
to presbítero se fugó, cediendo á los mas antiguos un honor
de que se creia indigno; pero descubierto el sitio en que se
habia escondido se vió obligado á someterse. Sus virtudes
brillaron con un nuevo resplandor en la dignidad episco
pal; su caridad con los pobres no tenia límites; un celo in
fatigable le distinguia en orden á consolidar la disciplina
santa y á instruir á su rebaño. Escapó de la persecucion de
Decio retirándose por algun tiempo, á causa de que él era
á quien principalmente los paganos deseaban hacer morir:
93
el anfiteatro habia resonado muchas veces con las voces de
¡Cipriano á los leones! ¡Cipriano á los leones/ Su retirada
no fue ni ociosa ni inutil; en ella trabajó sin descanso pa
ra el bien de su pueblo, á quien dirigia ya con sus cartas,
ya por el ministerio de aquellos á quienes le babia encargado
en su ausencia. De vuelta á su Iglesia estendió sus cuida
dos á toda el Africa: nada se escapaba á su vigilancia. En
Roma por entonces se babia formado un cisma , á causa de
que Novaciano se habia hecho consagrar pontífice cuando
aún vivia S. Cornelio, que lo era legitimo. Cuando S. Ci
priano lo supo se inflamó su celo, y escribió contra el in
truso. Dice: "que provienen los cismas de que algunos por
«una temeridad impía desprecian al Obispo, que no puede
«ser mas que uno en su Iglesia, y se enagenan del que Dios
«les ha dado. No hay mas que un Dios y un mediador; no
«debe haber en cada Iglesia mas que una cátedra episcopal,
«que originariamente fue fundada sobre S. Pedro por la
«autoridad de Jesucristo: no se puede por consiguiente
«erigir otro altar ni establecer otro sacerdocio; y es eri-
«gir otro altar el sustituir un nuevo Obispo al que la Igle-
«sia ha colocado. Todo cuanto los hombres, sean ellos los
«que quieran, emprenden contrario á la institucion divina,
«es falso, es profano, es sacrilego. La Iglesia de Jesucristo
«es esencialmente una; ella no puede ser dividida. Jesu-
«cristo nos dice que no hay mas que un redil. Para hacer
«mas sensible esta unidad ha fundado el Señor su Iglesia
«sobre uno solo, que es S. Pedro, á quien confió el poder y
«la autoridad de las llaves. Cornelio pues ha sido institui-
«do segun los santos cánones sobre la cátedra pontifical.
«Luego el que quiere hacerse pasar por Obispo de Roma
«rompe la unidad; su ordenacion no puede ser legítima.
«Como no puede haber dos Obispos en una misma silla, el
«que se ordena despues del primero no es segundo, es na-
«da ; no tiene la autoridad ni el rango de Obispo. A nadie
«ha sucedido; empieza por sí mismo; trabaja por establecer
«una nueva iglesia, una iglesia puramente humana en lu-
«gar de la Iglesia de Dios. No es pues un pastor, sino que
«es un profano, un estrangero, un apóstata. Y tal es No
94
«vaciano, puesto que ha hecho lo primero. Ha sido elegido
«contra todas las leyes de la disciplina , y por desertores
«que han abandonado á su pastor verdadero. Cuando un
«Obispo ha sido establecido, no hay medio de establecer
«otro: es un enorme crimen el pensar en elegir otro; es
«un crimen tan grande, que ni el martirio puede espiarlo,
«porque no hay martirio verdadero fuera de la Iglesia. Los
«cismáticos podrán morir á manos del verdugo, mas no
«pueden ser coronados. Cualquiera que divide el rebaño del
«Señor se hace impuro, estrangero, enemigo. No se puede
«tener á Dios por Padre cuando no se tiene á la Iglesia
«por Madre."

Martirio de San Cipriano.

San Cipriano estaba ocupado en los trabajos que le dic


taba su celo cuando la persecucion de Valeriano empezó á
enfurecerse contra los fieles. Paterno, proconsul de Africa,
le hizo venir á su tribunal. " El emperador me manda, le
«dijo, que haga á todos sus súbditos profesar la misma re
ligion que él profesa. ¿Quién y qué sois?" El santo Obis
po le respondió. " Yo soy cristiano, y Obispo. Yo no co-
«nozco mas que á un solo verdadero Dios, que ha hecho el
«cielo y la tierra. A este Dios sirvo, y le pido en particular
«por la prosperidad de los emperadores. — Quiero saber,
«añadió el proconsul, quiénes son los presbiteros que sir-
«ven á vuestra Iglesia.?—Yo no puedo descubrirlos, contes-
«tó el Santo; vuestras mismas leyes condenan á los dela-
«tores." Despues de algunas otras preguntas, y de respues
tas tan firmes como estas, el Proconsul envió al Santo des
terrado á Curuba, ciudad pequeña sobre la costa de Afri
ca que no dista mucho de Cartago. Muchos otros Obispos
africanos y un gran número de presbíteros fueron dester
rados al mismo tiempo, y dispersados en sitios salvajes en
los que tuvieron mucho que sufrir. San Cipriano los con
soló con una carta, que no puede leerse sin experimen
95
tar alguna chispa del fuego divino en que estaba su^cora
zon abrasado, y que le hacia poner toda su dicha en pade
cer por Jesucristo. Un año permaneció en el lugar de -su
destierro , concluido el cual fue reconducido á Cartago para
ser juzgado por el proconsul que habia sucedido á Pater
no. La persecucion se habia encendido con mayor violen
cia, y el edicto del emperador Valerio decia que los Obis
pos, los presbíteros y los diáconos fuesen condenados á
muerte sin demora. San Cipriano fue confiado á un capi
tan de guardias que estaba alojado en un arrabal de Car
tago. Sus amigos tuvieron facultad para verle, y todo el
pueblo corrió á verle tambien. Los cristianos temian que
le hiciesen morir de noche , y la pasaron toda entera á la
puerta de la casa en que se hallaba detenido. El proconsul
estaba entonces en una casa de campo, y el santo Obispo
fue conducido á ella con un tiempo muy caluroso. Un sol
dado al verle empapado en sudor le aconsejaba que se mu
dase de vestido. "¿Y á qué trataré yo ahora, dijo el Santo,
«de minorar unos males que se van á acabar pronto V
Luego que el proconsul lo avistó le preguntó si era él á
quien llamaban Cipriano. "El mismo, respondió el santo
«Obispo. —Pues el Emperador os manda que sacrifiqueis
«á los dioses.—Yo no haré cosa alguna en orden á eso.—
«Pensad en vos, añadió el juez. —En un negocio tan justo
«no hay porqué detenerse á deliberar, le contestó el ge-
«neroso martir." En fin, el proconsul, habiendo tomado el
parecer de su consejo, habló asi al santo Obispo. M Hace
«ya mucho tiempo que haceis profesion de impiedad, sin
«que nuestros emperadores hayan podido atraeros á mejo-
«res sentimientos. Por ser pues como sois la cabeza de la
«secta perniciosa de los cristianos, servireis de escarmien-
«to á los que habeis arrastrado á la desobediencia: la dis-
«ciplina de las leyes será sancionada con vuestra sangre."
Tomando entonces la tableta en que estaba la sentencia es
crita, la leyó en alta voz. Estaba concebida en estos tér
minos: "Se manda que Cipriano sea degollado." El santo
Obispo respondió: "j Gracias á Dios! " Los fieles que esta
ban en gran número presentes gritaron : "Que se nos corte
96
« tambien á nosotros la cabeza." Se habia escogido para la
ejecucion una plaza rodeada de grandes árboles á alguna
distancia de la ciudad. Aunque este sitio fuese muy espa
cioso, se halló que era pequeño y no cogia la multitud
que concurrió. El Santo dió hasta el fin pruebas de la so
licitud pastoral que le animaba hacia su rebaño. Habiendo
sabido que entre la multitud habia algunas jóvenes vírge
nes, ordenó que se tomasen medidas para ponerlas á cu
bierto de todo peligro. Llegado al sitio del suplicio se pos
tró, el rostro contra el suelo, y dirigió á Dios una fervorosa
súplica. Acabada esta se quitó sus vestidos, que dió á sus
diáconos, y tomó en seguida la banda con que se debia cu
brir los ojos; mas como no pudiese atarla por detrás , un
presbítero y un diácono le prestaron este último servicio.
Entonces se presentó el ejecutor, y el Santo martir le hizo
dar veinte y cinco escudos de oro; despues se puso de ro
dillas, y teniendo las manos cruzadas sobre el pecho espe
ró el golpe que debia hacerle pasar de esta vida á la in
mortalidad gloriosa. Los fieles recogieron su sangre en lien
zos que habian estendido al rededor de él antes que se le
cortase la cabeza, y conservaron esta preciosa reliquia con
un respeto religioso.

Continuacion de la persecucion en Africa.

La sangre de san Cipriano no bastó para apagar el in


cendio de la persecucion : algunos meses despues hubo to
davía en Africa un gran número de mártires. Los mas ilus
tres eran san Montano y hasta ocho compañeros suyos. Aún
tenemos las actas de su martirio, empezadas por ellos en
la carcel y acabadas por un testigo de vista. He aqui cómo
en ellas se espresan. " Cuando se nos arrestó supimos que
«el gobernador debia condenarnos á ser quemados vivos, y
«que la ejecucion debia verificarse al dia siguiente; pero
«Dios, que tiene en sus manos el corazon de los jueces, no
« permitió que se nos hiciese sufrir este género de suplicio.
97
»E1 gobernador mudó de resolucion, y se nos hizo ir á la
«carcel. Este sitio nada tuvo para nosotros de horrible; su
« oscuridad fue disipada por una luz toda celestial: un ra-
«yo del Espíritu divino ilustró á esta negra mansion, é hi-
»zo nacer la luz en las tinieblas. Al dia siguiente por la
« tarde fuimos repentinamente asaltados por los soldados, que
«nos condujeron al palacio para ser allí interrogados. ¡O
«dia feliz! ¡Cuán ligeras nos parecieron las cadenas de que
«allí nos cargaron! El gobernador nos hizo muchas pre-
oguntas, á las cuales mezcló amenazas y promesas. Nues
«tras respuestas fueron modestas, pero firmes, generosas
i) y cristianas; en fin, salimos del interrogatorio vencedo-
«res del demonio. Se nos volvió á la prision, y en ella nos
«preparamos á un nuevo combate. El mas grande que tu-
« vimos que tolerar fue el del hambre y la sed, porque des-
«pues de habernos hecho trabajar el dia entero se nos re-
«husaba todo, hasta un poco de agua. Dios nos consoló
«por sí mismo, haciéndonos conocer en una vision que eran
«pocos los dias que teníamos que sufrir, y que él no nos
« abandonaría: tambien nos procuró algunos refrescos por
«el ministerio de dos cristianos que se dieron maña de ha-
«cerlos llegar hasta nosotros. Este socorro nos refrigeró un
«poco; nuestros enfermos se restablecieron ; nosotros olvi-
« damos muy pronto nuestras fatigas, y nos pusimos á ben-
« decir la misericordia divina, que se habia dignado dulcifi-
«ear nuestras penas. Lo que contribuye mucho á sostener-
«nos y consolarnos es la union íntima que hay entre nos-
«otros; todos tenemos un mismo espíritu, que nos une en la
«oracion y en nuestros mutuos coloquios. Bien lo sabeis:
«nada es mas dulce que esta caridad fraternal , que tan agra-
«dable es á Dios, y con la cual se obtiene de él todo lo que
«se le pide segun esta palabra consoladora de Jesucristo,
«que dijo: si dos personas se uniesen en la tierra para pe-
«dir alguna cosa á mi Padre en mi nombre, la obtendrán
«infaliblemente. " En fin, el gobernador los hizo citar de
nuevo á su tribunal : todos declararon en alta voz que per
manecian en su primera confesion. Entonces dió una sen
tencia por la que los condenaba á ser degollados, y se les
PARTE I. 7
98
condujo inmediatamente al sitio en que habian de ser inmo
lados. Reunióse al instante allí una multitud de pueblo en
la que los fieles estaban confundidos con los paganos, pues
todos concurrian con igual ansia. Los Santos mártires, con
la alegría pintada en sus rostros porque se veian próximos
á llegar á la eterna felicidad, exhortaban con vigor á to
dos los que los rodeaban, á los fieles á que permaneciesen
firmes en la fe y conservasen con cuidado este precioso te
soro, y á los idólatras á que reconociesen y adorasen al ver
dadero Dios. "Todo hombre, les decian, que sacrifica á las
«falsas divinidades será esterminado, pues es una impie-
«dad horrible el abandonar al verdadero Dios para adorar
«á los demonios." Por fin se les cortó la cabeza.

Admirable constancia de un niño.

El Señor, que sabe hacer cuando le agrada elocuente á


la misma infancia para gloria de su poder, quiso que tam
bien los niños sirviesen en esta persecucion al triunfo de
la fe confesándola generosamente. En Cesarea de Capado-
cia, un niño llamado Cirilo mostró un valor estraordinario
que llenó á todos los fieles de alegría y de admiracion. Es
te Santo niño tenia siempre en sus labios el sagrado nom
bre de Jesucristo, y esperimentaba al pronunciarle una
fuerza estraordinaria que le hacia insensible á las amena
zas y á las promesas que le hacian. Tenia un padre idóla
tra, que no pudiendo obligarle á invocar los falsos dioses,
lo arrojó inhumano de su casa despues de haberle maltra
tado. El juez de Cesarea informado de este hecho envió
sus soldados á prender al joven Cirilo, y le hizo venir á su
presencia. " Hijo mío , le dijo luego que lo tuvo delante,
«yo quiero perdonarte las faltas que has hecho en conside
racion á tu edad: no pende mas que en ti el que vuelvas
«á gozar del cariño de tu padre y de sus bienes: vamos,
«sé prudente y renuncia á esa supersticion en que has es-
otado. —¿ Cuánto me alegro, respondió el Santo niño que
99
«me riñan y abandonen por lo que hago ! Dios me recibi-
«rá, y con él estaré mejor que con mi padre: me regocijo
«yo mucho de haber sido arrojado de la casa paterna; yo
«habitaré por eso en otra mucho mas grande y mas hermo-
«sa: renuncio voluntariamente á los bienes temporales pa-
«ra ser rico en el cielo, y no tengo miedo á la muerte, por-
«que á ella se sigue una vida mucho mejor que esta."
Pronunció estas palabras con una energía y un valor que
el mas incrédulo debió convencerse de que era Dios quien
hablaba por su boca. Pero el juez, abismado en su incredu
lidad, tomando entonces un tono propio á intimidarle, le
amenazó con la muerte ; le hizo atar como si le fueran á
llevar al suplicio, y mandó que se preparase una hoguera
y se la pegase fuego; pero este admirable niño, lejos de in
timidarse se mostró mas firme y mas seguro; se dejó con
ducir sin verter una sola lágrima; se le acercó al fuego y
se le amenazó con echarle á él, pero ni un ápice perdió de
su constancia. El juez habia dado orden en secreto que se
contentasen los satélites con ponerle miedo, y cuando se
vió que la vista del suplicio ninguna impresion babia he
cho en él , se lo volvieron á conducir para que determina
se. "Y bien, le dijo cuando volvió á verle , ya habeis vis-
«to el fuego y habrás visto tambien la cuchilla; ¿ serás aho-
«ra mas prudente? ¿Merecerás por tu sumision á mi vo
luntad y á la de tu padre el que este te vuelva su cariño y
«te reciba en su casa?— ¡Ay señor! contestó el joven Ci-
«rilo, vos me habeis hecho daño volviéndome á traer aqui;
«yo no temo ni el fuego ni la espada ; por una ú otra de
« estas cosas me apresuro á ir á una casa mucho mas ape
«tecible que todas las de acá abajo ; yo suspiro por la po-
usesion de unas riquezas mucho mas sólidas que las de mi
«padre. Mi Dios me debe recibir y recompensar; apresu
raos pues á hacerme morir á fin de que yo vaya mucho mas
«pronto á sus brazos." Los circunstantes lloraban oyéndo
le hablar asi, y el prodigioso martir volviéndose á ellos les
dijo. "Debiérais regocijaros mas bien que llorar; en lugar
«de enternecerme con vuestras lágrimas, deberíais animar-
« me y esforzarme á sufrir cuando hay que sufrir. Vosotros
100
«no sabeis cuánta es la gloria que me espera, ni cuán gran-
«de es la esperanza mia; dejadme, pues, que acabe pron-
«to esta vida mia temporal." Con estos sentimientos fue al
suplicio, como lo dicen las actas de su martirio, aunque no
nos refieren qué género de muerte sufrió. Pero de todos
modos , por este medio era como la fuerza del auxilio di
vino, cuyas pruebas sensibles hemos visto ya en un sexo
fragil y delicado, se manifestaba tambien en una edad en
que son tan naturales la inconstancia y la timidez.

Castigo de los perseguidores. — Caridad de los


cristianos.

La venganza divina cayó en fin sobre Valeriano, uno


de los mas crueles perseguidores del cristianismo. Este prín
cipe despues de haber perdido una batalla se confió im
prudente á Sapor, rey de Persia , con el objeto de confe
renciar con él; pero el bárbaro se apoderó de su persona,
le retuvo prisionero y le trató con la mayor indignidad.
Cuando Sapor quería montar á caballo hacia que se doble
gase el emperador en su presencia, y poniéndole en el cue-
lle un pie se servia de él como de un estribo: en fin le hi
zo desollar vivo, y su piel teñida de encarnado fue colga
da en un templo de la Persia como un monumento de
oprobio para los romanos. Los paganos se admiraban de la
suerte desgraciada de Valeriano, pero los cristianos reco
nocian la mano de Dios, que gravitaba justamente sobre la
cabeza de un príncipe que tan injusta como cruelmente los
habia perseguido. El imperio además se vió por entonces
atribulado con las mayores calamidades; los pueblos bárba
ros se derramaron como un torrente desolador por todas
las provincias ; los godos recorrieron la Tracia y la Mace-
donia, dejando en toda la Grecia terribles demostraciones
de su furor: los germanos pasaron los Alpes y avanzaron
por la Italia hasta Ravena ; otros invadieron las Galias y
pasaron á España; los sármatas devastaron la Pannonia, y
101
los partos penetraron hasta la Siria; hubo guerras civiles
en todo el imperio, y se contaron hasta treinta tiranos que
todos se llamaban entonces emperadores romanos. Muchos
temblores de tierra vinieron tambien á aumentar las des
gracias públicas; y la mar saliendo de sus límites inundó
muchas ciudades. La peste sucedió á todos estos males: en
Roma llegó á ser tan violenta, que repetidas veces arreba
tó en un solo dia á muchos miles de hombres. En Alejan
dría hizo no menores estragos. "Esto era, dice san Dio-
«nisio, Obispo de esta grande y célebre ciudad, un duelo
«universal; no babia casa que no llorase algun muerto; la
«ciudad toda resonaba en todos sus ángulos con los llantos
y los gemidos de sus habitantes." El Santo Obispo añade,
que esta enfermedad era para los paganos la mas terrible
de las calamidades, y para los cristianos una ocasion de
ejercitar la caridad mas heróica; nadie babia sino ellos que
tuviese valor para socorrer á los apestados. "La mayor par-
«te, dice, de nuestros hermanos no se han perdonado á sí
«mismos; ellos han visitado á los enfermos, los han conso
lado, los han asistido generosamente; no les detenia el pe
«ligro de contraer ellos mismos la enfermedad; y asi ha su-
' cedido que muchos han muerto curando á otros. Muchos
«sacerdotes, diáconos! y legos virtuosos han sacrificado de
«este modo su vida; pero los que quedan vuelan á ocupar
«su lugar, y continuan prestando á los enfermos los mis
amos servicios. Los paganos al contrario huyen ; se les ve
«abandonar á las personas que mas aman, las arrojan á la
«calle aun antes de morir, y dejan sus cuerpos sin sepul
tura cual si fuesen estiercol. ¡Tanto temen contraer la en-
«fermedad, que con todo no siempre evitan! " Esta dife
rencia en la conducta de los unos y de los otros estaba á
la vista de todo el mundo, que admirado confesaba en alta
voz que solos los cristianos conocian y practicaban la pie
dad verdadera. La Iglesia honra todavía como mártires á
los que con motivo de la peste fueron víctimas de la ca
ridad.
102

Nona persecucion por el emperador Aureliano


{año 274).

El emperador Aureliano, que en los primeros años de


su reinado no se babia manifestado contrario á los cristia
nos, cambió repentinamente de conducta con respecto á
ellos. Creyó sin duda ganarse el afecto del senado y del
pueblo persiguiendo á los enemigos de sus dioses. Estaba
ya para firmar un edicto terrible contra ellos, cuando fue
detenido por un rayo que cayó junto á sus pies. El terror
que se apoderó de él por el instante le hizo abandonar en
tonces este proyecto; pero su voluntad no. cambió , y asi
no hizo mas que diferir la persecucion. "Algun tiempo des-
»pues, habiéndose entregado á la corrupcion de su corazon,
«dice Lactancio autor casi contemporáneo, Aureliano pu-
«blicó contra nosotros edictos de sangre y de carnicería;
«pero esto fue felizmente tan al fin de su corto reinado,
«que todavía no habian llegado los edictos á las provincias
«lejanas cuando él murió. Asi hizo ver el Señor que no deja
«á las potestades del siglo la libertad de perseguir á sus sier-
«vos mas que en proporcion á los designios ó de sumiseri-
«cordia ó de su justicia para con ellos: no obstante, como
«Ias inclinaciones conocidas de los soberanos no son menos
«eficaces que sus decretos, el odio al nombre cristiano que
«este emperador habia manifestado antes de su muerte no
«dejó de hacer bastantes mártires. " Uno de los mas ilus
tres fue san Comon, que sufrió en Licaonia. El magistrado
que le juzgaba se burlaba de su vida austera y penitente,
á lo que el Santo martir contestó con la firmeza de un hé
roe: " Sabed que la cruz hace todas mis delicias; no creais
«intimidarme con el aparato de los tormentos; yo conozco
«Io que estos valen, y sé cuánto contribuyen á la verdadera
«felicidad: los mas rudos y los mas largos son el objeto de
«mis deseos." El juez por enternecerlo le preguntó^si te
nia hijos. "Uno tengo, respondió, y quisiera que partici
103
«pase de mi felicidad." El juez le mandó buscar al instan
te, y ambos fueron condenados á un mismo suplicio. Se les
cortaron las manos con una sierra de madera ; se les pu
so tendidos sobre un lecho de fuego ; y por último se les
hizo entrar en una caldera de aceite hirviendo, en la cual
dieron su espíritu al Señor. Se refiere tambien á esta per
secucion el martirio de san Dionisio, primer Obispo de Pa
rís. Despues de haber formado este Santo Obispo en la capi
tal una iglesia floreciente, trabajaba por el ministerio de sus
discípulos en estender la fe en las provincias vecinas con
un celo que le ha merecido el título de apostol de las Ga-
lias. No sabemos bien el detall de la vida de estos hom
bres apostólicos, pero ellos cultivaron con fruto esta parte
del campo del Señor, y para hacerla mas fertil era necesa
rio que además de con sus sudores la regasen tambien con
su sangre. Dios coronó los trabajos de su generoso gefe con
un glorioso martirio de cuyas actas carecemos; todo lo
que se sabe es , que en una persecucion suscitada de re
pente fue preso con el presbítero Rústico y el diácono Eleu-
terio por orden del presidente Fescennino, y que despues
de haber confesado generosamente la fe sufrieron azotes y
otros suplicios, hasta que por último se les cortó la cabeza.
Una tradicion constante apoyada por monumentos antiguos
nos asegura que sufrieron el martirio en un monte cerca
no á París, llamado despues por esta causa el monte de
los Mártires, y hoy por corrupcion Montmartre. Se enseña
en París el sitio en que san Dionisio fue preso y el en
que fue atormentado : dos iglesias se han edificado en am
bos en honor del Santo. El presidente habia mandado ar
rojar al Sena los cuerpos de los mártires, pero una señora
pagana que estaba dispuesta á abrazar la fe supo ganar á
los que estaban encargados de la ejecucion de esta orden,
y habiendo impedido su efecto hizo enterrar secretamente
104

Décima y última persecucion por Diocleciano


(año 303).

El imperio romano, que por el espacio de tres siglos es


tuvo dando inutilmente al cristianismo ataques casi conti
nuos, hizo en los principios del cuarto el último esfuerzo
para destruirlo, y en igual de trastornarlo acabó por esta
blecerle con la mayor solidez. Diocleciano reinaba entonces
en Oriente y Maximiano en el Occidente. El primero pu
blicó el año 303 , estando en Nicomedia , un edicto por el
que mandaba destruir las iglesias y quemar las santas Es
crituras; pero este no fué mas que el preludio de los edic
tos crueles que se siguieron, é hicieron derramar rios de
sangre en todas las provincias del imperio, porque Maxi
miano su colega imitó si no escedió un ejemplo tan confor
me á su feroz inclinacion. En esta persecucion se ejercie
ron contra los cristianos crueldades nunca antes oidas, y
se emplearon tormentos que habian sido desconocidos has
ta entonces. En Mesopotamia fueron algunos colgados ca
beza abajo y ahogados con humo y fuego lento. En Siria
los asaban en parrillas. En la provincia del Ponto les en
cajaban cañas aguzadas por bajo de las uñas , y despues se
echaba sobre ellos plomo derretido. En Egipto, despues de
atenaceados se les despedazaba el cuerpo con pedazos de
platos y otros cacharros quebrados. En la Frigia, los solda
dos tuvieron orden de incendiar y hacer que se abrasase
una ciudad toda entera con sus habitantes , que todos eran
cristianos ; los hombres , las mugeres y los niños perecieron
por consiguiente todos en las llamas invocando el nombre
de Jesucristo. El historiador Eusebio, que habia sido testigo
ocular de algunas de estas bárbaras escenas, dice que las
crueldades practicadas contra los cristianos en esta horri
ble persecucion sobrepujan á todo cuanto se puede decir.
Toda la tierra , dice Lactancio, fué inundada de sangre des
de el Oriente hasta el Occidente. Dios, que jamás falta á
105
su Iglesia, la sostuvo visiblemente en esta prueba terrible,
y proporcionó sus socorros á la violencia del ataque. La
persecucion dió principio por el mismo palacio del empe
rador. Muchos de sus principales oficiales eran cristianos;
se les quiso obligar á adorar los ídolos, pero ellos quisie
ron mejor perder el favor del príncipe, ser despojados de
sus dignidades y sufrir los tormentos mas crueles que de
jar de ser fieles á Dios. Uno de ellos, llamado Pedro, tole
ró con una constancia invencible tormentos cuya sola re
lacion horroriza. Despues de haberle desnudado le ataron
á una máquina que levantándole muy en alto le dejó des
pues caer á plomo sobre las piedras. Aunque su cuerpo que
dó todo descoyuntado con esta caida, le aporrearon por
largo tiempo con duros y fuertes palos que le magullaron
todos los miembros: las llagas eran tan profundas que se
veian los huesos al descubierto, y en estas derramaron des
pues sal y vinagre en abundancia. Los dolores horribles
que debia sentir en nada alteraron su constancia y su va
lor. En seguida le pusieron sobre el fuego en unas parrillas,
y fueron asando todas las partes de su cuerpo unas tras
otras. Para prolongar este suplicio horroroso le retiraban
algunos ratos del fuego, le dejaban enfriar, y volvian de
nuevo á ponerle sobre él. Todo este bárbaro refinamiento
de crueldad fué no obstante del todo inútil. El martir, ven
cedor de los dolores y del tirano, espiró sobre este horri
ble lecho sin haber dejado escapar la mas pequeña demos
tracion de flaqueza. ¡Qué fuerza! ¡Qué constancia! No, el
hombre por sí mismo no puede nunca llegar aquí; es ne
cesario que una virtud algo mas que humana lo eleve so
bre su naturaleza para que pueda permanecer insensible
en medio de un brasero ardiendo.

Martirio de San Quintín.

Maximiano hizo prefecto suyo en las Galias á lliccio


Varo; y este magistrado, tan cruel como su dueño, corria
de ciudad en ciudad llevando á todas consigo el espanto
106
y el horror, inundando de sangre de cristianos todos los si
tios por donde pasaba. En una de sus espediciones vino á
Amiens, en donde S. Quintin, hijo de un senador romano,
anunciaba con celo y con buen efecto la doctrina del Evan
gelio. El prefecto hizo arrestar al Santo apostol , y habién
dolo citado á su tribunal le preguntó su nombre. "Yo soy
«cristiano, respondió Quintin, cristiano; este es mi nom-
«bre: si quereis mas, sabed que mis padres me han llama
selo Quintin.—¿Y quiénes son vuestros padres?—Yo soy
«ciudadano romano, é hijo del senador Zenon.—¿Y cómo,
«añadió el prefecto admirado , siendo de una familia tan
«noble os habeis dejado engañar de estas locas supersticio
nes?—A lo que el Santo contestó diciendo: La mas esce-
« lente nobleza es conocer á Dios y obedecer fielmente á
«sus preceptos. Por lo que hace al apodo ó titulo de su-
«persticion que dais á la Religion cristiana, sabed que no
«Ie puede convenir, porque ella nos conduce á la felicidad
«suprema , y nos hace conocer al verdadero Dios y á su hijo
«Jesucristo, por quien todas las cosas han sido hechas, y
»el que en todo es igual á su Eterno Padre. —Si no sacrifi-
«cas á los dioses en este instante, repuso el prefecto, te juro
«por nuestros dioses y diosas que te haré morir en los mas
«crueles tormentos.—Pues yo te prometo, dijo Quintin, por
«el señor mi Dios que no haré lo que deseas, porque lo mis-
Mino temo á tus amenazas que á tus dioses." El tirano co
menzó entonces por hacerle azotar cruelmente, y despues
mandó fuese encarcelado en una estrecha prision. Un angel
le visitó en ella y le mandó que fuese á instruir al pueblo.
Salió pues sin obstáculo del calabozo, y corrió á predicar
en la plaza pública. Lo brillante de este milagro y los su
frimientos del Santo por amor de Jesucristo dieron tanta
fuerza á sus palabras, que convirtió cerca de seiscientas
personas. Sus mismos guardias, habiéndose convencido de
su milagrosa libertad creyeron en Jesucristo. San Quintin
compareció segunda vez ante el prefecto, que trató de ga
narle con promesas lisonjeras. Mas siendo estas tan inútiles
como las amenazas, este tirano recurrió á tormentos nue
vos para vencer la constancia del Mártir. Por medio de po-
107
leas ó garruchas le hizo estender de una manera tan vio
lenta que todos sus miembros se dislocaron; en seguida
fueron despedazadas sus carnes, golpeándolas fuertemente
con cadenas de hierro; despues echaron en las llagas acei
te hirviendo , pez y grasa derretidas; y por último le apli
caron hachas encendidas en todas partes. Nunca se ha mos
trado la crueldad de los hombres tan ingeniosa como cuan
do se trató de atormentar á los cristianos! Varo, furioso
de ver que á pesar de estos tormentos Quintin no cesaba
de alabar á Dios, le hizo llenar la boca de cal y de vina
gre, y despues mandó que cargado de cadenas fuese con
ducido á la capital del Vermandés, adonde él tenia que ir.
La Providencia habia destinado al Santo para patron de
esta ciudad, á la que ha dado su nombre. Varo llegó á ella
é hizo el último esfuerzo para ganarle; mas fué inutilmen
te y sin fruto. Viendo que el Santo sacaba nuevas fuerzas
de los tormentos que le hacia sufrir, se dejó llevar de toda
su furia. Por su orden se atravesó al Santo con dos per
chas de hierro desde el cuello hasta las piernas. Luego se
le introdujeron largos clavos entre las uñas y la carne de
los dedos. Empero como viviese el Santo aun despues de
este suplicio, el juez cansado y vencido le condenó al fin á
que le cortasen la cabeza. Conducido al sitio en que esto
habia de verificarse, obtuvo de los verdugos un poco de
tiempo para hacer oracion. Acabada ésta se volvió á ellos
y les dijo: "estoy pronto; haced lo que se os ha manda
do." En el momento le cortaron la cabeza y la arrojaron
con el cuerpo en el rio Somma; mas Dios no permitió que
las reliquias de tan ilustre Martir quedasen sin el honor de
la sepultura. Una señora cristiana llamada Eusebia halló
el sagrado cuerpo, y le enterró en un collado vecino. La
relacion de este martirio fué escrita por un autor que fué
testigo de vista de todo él.
IOS

La Legion Tebea.

El emperador Maximiano pasó á las Galias á reprimir


una faccion que allí se habia formado , y creyó necesario
reforzar su ejército. A este fin hizo venir del Oriente á la
Legion Tebea, que toda entera se componia de cristianos:
la fe inspiraba un heróico valor á estos guerreros genero
sos. Mandaba toda la legion Mauricio, y despues de él
eran los primeros oficiales Exuperio y Cándido. Antes de
pasar los Alpes se reunieron al ejército, y con él hicieron
algun descanso en Octodura, llamado hoy Martigniv en el
Valais. Maximiano, que tenia mayor empeño en estermi
nar á los cristianos que á los enemigos del estado, dió or
den á la Legion Tebea de que fuese á perseguir los fieles,
. ó como otros dicen, quiso obligarla á tomar parte en los
sacrificios solemnes que hacia á sus dioses al entrar en las
Galias. Estos valientes respondieron que ellos habian ve
nido á combatir con los enemigos del estado, y no á man
char sus manos con la sangre de sus hermanos ui á profa
narlas con un culto impío. Maximiano se irritó tanto con
esta respuesta que en el instante hizo diezmar la legion.
Los comprendidos en la suerte se dejaron degollar como
corderos sin hacer la mas ligera resistencia. Pero esta car
nicería nada desanimó á sus camaradas; al contrario, esci
tó en ellos un ardoroso deseo del martirio, y á una voz es
clamaron todos que detestaban el culto de los ídolos. Cuan
do se notificó esta resolucion á Maximiano mandó este
príncipe que la legion fuese segunda vez diezmada, lo cual
se ejecutó tambien al instante y sin oposicion de los cris
tianos guerreros. Se apuraba á los que quedaban de la le
gion con vida para que obedeciesen al tirano, y entonces
ellos le hicieron la siguiente representacion. "Señor, somos
«vuestros soldados, pero tambien somos siervos de Dios.
«Os debemos el servicio de la guerra, pero debemos á Dios
«la inocencia de nuestras costumbres. Si vos nos dais la
109
«paga, Dios nos ha dado y nos conserva la yida ; y asi
«no podemos obedeceros si es que para hacerlo debemos
«renunciar á Dios, nuestro Criador y el vuestro, nuestro
«Señor y de todos. Por lo demás estamos dispuestos á eje-
«cutar vuestras órdenes en todo lo que no ofenda al Ser
«supremo. ¿Pero es necesario escojer entre obedecer á los
«hombres ó á Dios? Nosotros preferimos á todo el obede-
«cer á Dios. Conducidnos al enemigo; nuestras manos están
«prontas á combatir á los rebeldes y á los impíos: ¿pero
«derramar la sangre de nuestros conciudadanos inocentes?
« eso no sabrian hacerlo. Antes de habérosla jurado á vos,
«juramos fidelidad á nuestro Dios; ¿pues cómo podríais con-
«tar con la fidelidad nuestra si faltásemos á la que al Señor
«debemos? Si buscais cristianos á quienes hacer morir,
«aquí estamos nosotros. Confesamos todos á una voz que cree-
amos en un solo Dios Criador de todas las cosas, y en Je-
«sucristo su Hijo: por esta fe estamos dispuestos á dejarnos
«degollar como nuestros compañeros de armas, cuya suerte
«nos causa una santa envidia. No temais la rebelion: los
«cristianos saben morir, mas no revolucionarse. ¿Tenemos
«armas? Aseguraos de que no nos serviremos de ellas; que
demos mucho mas morir inocentes que vivir culpables."
Esta representacion, modelo de firmeza y de elocuencia mi
litar, tan generosa y tan comedida, no produjo otro efecto
que inflamar con mayor vehemencia el furor del tirano.
Desesperando de vencer su constancia heróica, lomó la re
solucion de asesinar á la legion entera. Al efecto la hizo
cercar por todo el ejército, y dió orden de que todos los
que la componian fuesen sin reserva pasados á cuchillo.
Estos esforzados guerreros rendian espontáneamente las ar
mas, se despojaban con un placer indecible de sus corazas,
y presentaban por sí mismos sus cuellos á los que se acer
caban para degollarlos. No se oyó una queja ni un gemi
do; no hablaban sino para animarse unos á otros á padecer
por Jesucristo. La tierra se vió en un momento sembrada
de sus cadáveres y teñida de su sangre. Segun se cree, y con
bastante fundamento, eran mas de seis mil hombres. ¡Qué
espectáculo el ver á una legion entera de soldados arma
110
dos y valientes con unas disposiciones tan santas y tan su
blimes! Una Religion capaz de formar hombres tan perfec
tos, ¿puede no ser divina? ¡Oh! Medítese cuanto se quie
ra. Solo el espíritu de Dios puede inspirar un heroismo de
esta clase, una sabiduría que sepa conciliar de este modo
todos los deberes. ¡Ser fiel á Dios y no resistir á la auto
ridad , aun cuando esta es injusta y cruel, y cuando hay
medios de resistirla con éxito al menos probable!

Martirio de San Víctor de Marsella.

Poco tiempo despues del martirio de la Legion Tebea


dió tambien S. Victor de Marsella á Jesucristo un testimo
nio bien glorioso. Era Victor un veterano distinguido por
su nobleza , por su valor, y aún mas que todo por la firme
za de su fe. El emperador Maximiano se habia encamina
do á Marsella, y la persecucion se habia redoblado á la no
ticia de su llegada. Victor se aplicaba á animar y á esfor
zar á los fieles; visitaba con especialidad á los guerreros
como él, á quienes exhortaba á que se mostrasen en esta
ocasion verdaderos soldados de Jesucristo, despreciando
una vida pasajera por la esperanza de otra vida que jamás
se acaba. En estos ejercicios de su celo le sorprendieron, y
fue conducido al tribunal de los prefectos. Como se trataba
de un hombre de cualidad, los jueces creyeron que debian
remitir al emperador el conocimiento de esta causa. Entre
tanto Maximiano llegó, é hizo comparecer á Victor ante su
propio tribunal : empleó las promesas y las amenazas para
obligarle á sacrificar á los dioses, pero el Santo martir con
fundió al tirano y á sus oficiales, demostrando la vanidad
de los ídolos y la divinidad de Jesucristo. Entonces Maxi
miano, juzgando que un guerrero sería mas sensible á la
ignominia que al dolor, le condenó á ser arrastrado por las
calles con las manos y pies atados. Despues de este primer
tormento, el Santo martir todo ensangrentado fue conduci
111
do segunda vez al tribunal de los prefectos. Estos, cre
yéndole abatido por lo que habia padecido ya , le instaron
que sacrificase á los dioses del imperio; mas él les respon
dió con firmeza que nada habia hecho jamás contra el em
perador ni contra el estado, y que tampoco podia adorar
los dioses del paganismo, cuyas infamias relató al mismo
tiempo. Entonces se le hizo subir sobre el ecúleo, en el cual
fue cruelmente y por largo tiempo atormentado. El Santo
mientras duraba este suplicio tenia fijos los ojos en el cie
lo, pidiendo á Dios le diese la paciencia que necesitaba.
Mientras asi oraba se le apareció el Salvador cargado con
la cruz y le dijo: "La paz sea contigo; yo soy Jesus, que
«padezco en mis Santos: anímate y cobra esfuerzo; yo te
«sostengo en este combate, y yo te coronaré despues de la
«victoria. " Estas consoladoras palabras fortificaron á Víc
tor y le quitaron el sentimiento del dolor; y en este esta
do, como nada adelantaban los perseguidores atormentán
dole se le volvió á conducir á la carcel. Dios le visitó en
ella, y en medio de las tinieblas de la noche se vió su cala
bozo iluminado por una brillante y celestial luz. Tres sol
dados que guardaban al Santo , viendo tamaño prodigio se
arrojaron á sus pies y le pidieron el bautismo. Maximiano,
habiendo sido informado de esta conversion, mandó que se
hiciese morir á los soldados si no abjuraban la fe. Todos
tres la confesaron con valor, y recibieron un pronto marti
rio siendo degollados. El emperador hizo en seguida que le
trajesen á Víctor: despues de haberle atormentado de nue
vo á su presencia hizo que se erigiese un ara , y le exhor
tó á que ofreciese incienso, prometiéndole su favor si obe
decia. Víctor se acercó como para sacrificar, y cuando es
tuvo á distancia proporcionada derribó el ara de un punta-
pie. El tirano furioso le hizo cortar el pie en el acto, y
mandó que el Santo fuese destrozado bajo la piedra de un
molino. Se ejecutó esta sentencia cruel , pero el martir es
taba aún vivo cuando la máquina se hizo pedazos. Para re
matarle se le cortó la cabeza, y entonces oyeron todos una
voz del cielo que decia: Venciste, Víctor, venciste. Mai
no hizo arrojar al mar los cuerpos de los Santos, njj$i
5
112
biendo vuelto á la orilla los sepultaron los cristianos en
una gruta, en la que por su mediacion ha obrado Dios mu
chos milagros.

Martirio de S. Vicente de Zaragoza (año 304).

La España en esta persecucion dió tambien brillantes


testimonios de su fe, y envió al cielo una copiosa multitud
de mártires. El mas ilustre fue S. Vicente, diácono de Za
ragoza. Daciano, que era entonces gobernador de la Tarra
conense y uno de los mas crueles enemigos del cristianis
mo, lo hizo arrestar y lo encerró en una oscura prision.
Allí lo tuvo algun tiempo casi sin alimento con el designio
de enervar su valor, debilitando su cuerpo con el hambre;
despues, habiéndoselo hecho presentar, le hizo las mas ha
lagüeñas promesas, y le amenazó con los mas grandes supli
cios para moverle á adorar los idolos; pero el héroe diá
cono no titubeó , declaró con firmeza que era cristiano , y
que estaba dispuesto á sufrirlo todo por el verdadero Dios,
Entonces hizo Daciano que le aplicasen ála tortura. Le ata
ron por consiguiente al ecúleo y le estiraron con tanta vio
lencia que se dislocaron sus huesos , y sus miembros casi
se arrancaron unos de otros. En este estado le despedaza
ron sus carnes con las uñas de hierro en términos de vér
sele las entrañas. En medio de tanta crueldad el Santo
martir estaba lleno de alegría; su paciencia inalterable y
la serenidad de su rostro escitaron el furor del juez , que
tomándola con los verdugos los hizo castigar con fiereza pa
ra que aumentasen su violencia con el martir. Se empezó
pues de nuevo el martirio con mayores esfuerzos que an
tes. Los verdugos estaban ya sin aliento, los brazos se les
caian de cansancio y laxitud; el juez mismo, viendo correr
la sangre de todas partes y el descoyuntamiento y destrozo
general del Santo sin que en el rostro de éste se notase al
teracion alguna , no podia ocultar su sorpresa y empezaba
á confesarse vencido. De repente hizo cesar los tormentos
113
para probar tos medios suaves. "Tened piedad de vos mis
mito, decia al Santo diácono, sacrificad á los dioses, ó á lo
«menos entregadme las Escrituras de los cristianos." La
respuesta de Vicente fue que temia menos á las torturas
que á una falsa compasion. Daciano mas furioso que nunca
hizo estender al Santo en una cama de hierro cuyas barras
estaban armadas de agudas puntas, y bajo la cual se habia
encendido una grande hoguera; al mismo tiempo se apli
caban láminas de hierro hechas ascua á las partes del cuer
po que no tocaban á este lecho de dolor, se echaba sal en
sus llagas, y las puntas agudas de la cama ayudadas por la
actividad del fuego se introducian cuan largas eran en la
carne. Mientras se efectuaba este horrible suplicio, los ojos
de Vicente, que perseveraba inmovil cual si estuviese sobre
un lecho de flores, estaban clavados en el cielo. Daciano
desconcertado no sabia qué partido tomar: volvió pues al
Santo á la prision con orden de acostarle sobre pedazos de
platos y tejas puntiagudos, y de ponerle en el cepo los pies
de modo que las piernas estuviesen separadas con mucha
violencia. Pero Dios no abandonó aquí á su siervo: ángeles
bajados del cielo le vinieron á consolar, y el Santo martir
cantaba en su compañía las alabanzas de Dios. El carcelero
oyó estos cánticos, y se convirtió al instante: Daciano al sa
berlo lloró de rabia. Para quitar al Santo martir la gloria
de morir en los tormentos ordenó que se le pusiese en una
blanda cama, donde estuviese voluptuosamente recostado.
Entonces este generoso atleta, á quien no habían cansado
las uñas de hierro ni los braseros encendidos , llevando pe
nosamente un regalo que retardaba su suprema felicidad,
pidió al Señor la corona que le habia prometido, y espiró
con la mayor dulzura. Jamás se vió de un modo mas claro
el triunfo de Jesucristo sobre el demonio. Cuanto pudo in
ventar de mas terrible en toda clase de suplicios la cruel
dad y la rabia humana, todo se empleó, todo se agotó en
este glorioso martir; pero Dios inspiró á su siervo un valor
superior á los tormentos, y obligó á su enemigo á que se
confesase vencido. No hay pues sabiduría, no bay pruden
cia , no hay fuerza contra el Señor.
PARTE I. 8
114

Martirio de las dos Eulalias.

La reflexion con que termina el párrafo anterior se


hace todavía mas palpable con el prodigio de valor y de
constancia que ofrecieron en esta persecucion al mundo
dos vírgenes españolas. Aunque el nombre idéntico, y las
circunstancias del martirio iguales casi en ambas hayan dado
motivo á algunos para creer que fué una sola, está fuera
de toda duda que son dos personas diversas, en las que bri
lla una misma virtud divina para honor y edificacion de la
Península. Mérida, patria de la una, ha mirado siempre
á esta como su mayor ornamento; y ciertamente que no se
equivoca, pues el haber sido patria de esta heroina y tes
tigo de su martirio glorioso, como nos lo asegura Pruden
cio y todos los monumentos de la antigüedad , es mucho
mayor grandeza que el haber sido por mucho tiempo me
trópoli de la Lusitania. Este esplendor pasó y ya no existe;
el que Eulalia la comunica será eterno. Doce años contaba
esta ilustre virgen cuando fué llamada á dar testimonio á
Jesucristo con su sangre. Su padre, temeroso de la perse
cucion, la habia sacado de Mérida y la habia llevado á una
casa de campo algo distante, donde con otros cristianos se
ejercitaba su espíritu fervoroso en las virtudes propias de
un angel. Pero ¿qué pueden contra las disposiciones del
Altísimo las precauciones de la prudencia humana? Dacia-
no por este tiempo, habiendo puesto su sanguinario tribu
nal en Mérida, saciaba su furor en los inocentes cristianos:
el rumor de las crueldades que ejercia llegó hasta el soli
tario retiro de Eulalia, y su generoso pecho no pudo con
tener el deseo que concibió de padecer por Jesucristo.
Abrasada en santo celo sale de su retiro por la noche en
compañía de otra virgen llamada Julia, y sola y á pie por
senderos desconocidos camina á Mérida , a donde llegó por
la mañana conducida ó guiada por un angel, como Pruden
cio asegura. Daciano estaba en su tribunal cuando la vir
115
gen delicada, penetrando por entre su guardia, se presentó
ante él y le dijo: "¿Qué furor te anima, ó juez, para hacer
«que las almas de los infelices mortales se pierdan obligán-
«dolas á negar al único verdadero Dios? ¿Buscas á los cris-
«tianos? Pues heme aqui: yo lo soy. Yo, yo, una muger,
«me glorío de pisar vuestros simulacros, y confieso en alta
«voz que no hay mas que un solo Dios, á quien tú y tus
«emperadores debeis dar culto como yo porque sois hechu-
«ras de sus manos. Pero adorais la nada, y quereis tribu-
otarla el culto de la muerte, que es el solo digno de ella,
«derramando la sangre inocente y cebando vuestra cruel-
«dad en las entrañas piadosas que despedazais Puesbien,
«aquí estoy para que incites á tus verdugos contra mí.
«Que corten , que sajen , que abrasen éstos mi cuerpo:
«muy facil les será el disolver los miembros de éste como
«formados de barro, pero sábete que los dolores no pene-
«trarán en mi ánimo, y que por muchos que aquellos sean
«no vacilará jamás este." Apenas el pretor al oir esto pudo
contener el furor que le animaba , viendo á una joven her
mosa y delicada, que aparecida como una vision se atrevia
á hablarle con tanta libertad. El primer movimiento fué
mandar á los verdugos que arrebatándola la cubriesen de
tormentos , pero los encantos del rostro y de toda la per
sona de Eulalia conmovieron un poco su ánimo, y le hi
cieron tentar el camino de la dulzura y las promesas. Le
representó pues la nobleza de su casa, las lágrimas de su
desolada familia, las esperanzas de un feliz himeneo, y cuan
to era mas capaz de conmover un pecho virginal y tierno.
Por si esto no bastaba añadió la enumeracion de las penas
que la aguardaban, de los tormentos que en su ánimo la
disponia ; y creyendo haber logrado su efecto concluyó por
invitarla á que ofreciese siquiera un poco de incienso en el
ara y ante los ídolos que tenia para el intento próximos
á su tribunal. Pero la virgen, que habia escuchado en si
lencio sus amenazas y promesas , al oir esta invitacion se
enardeció, y echando por tierra los simulacros puso bajo
de sus pies estas ineptas divinidades, y el incienso y demás
instrumentos con que manifestaban adorarlos sus devotos.
116
mas ineptos todavía que ellos. Dos verdugos vigorosos se
apoderaroiwentonces de la delicada virgen , y estendiéndola
sobre el potro del tormento empezaron á surcar con unos
agudos garfios de hierro sus pechos y sus costados. Los
huesos se le descubrian ya por todas partes , y Eulalia no
daba todavía la menor seña de dolor; los verdugos cansar
dos se detuvieron para tomar aliento , y la Santa niña se
puso entonces á contar sus llagas, y mirando al cielo escla-
«mó: "Estás escrito en mi cuerpo, ¡ó Dios mio! ¡Cuánto pla-
«cer causa á mi espíritu el leer estos caracteres que tan cla
ramente espresan, ó mi Jesus, los triunfos tuyos! Tu nom-
«bre sagrado resuena con la mayor energía en cada una de
«las gotas de tu sangre en que estoy bañada." El furor ra
bioso de Daciano se exasperó al oir este heroico y sublime
apostrofe. Los verdugos por su orden empezaron á aplicar
al cuerpo de la Santa hachas encendidas, cuya llama apli
cada con especialidad á las heridas debia producir destrozos
horrorosos. Pero era tan ineficaz el fuego como lo habia
sido el hierro hasta allí. El espíritu de Eulalia, siempre fir
me en el amor de Jesucristo , no sintió otro efecto que el
de verse libre de los lazos que lo retenian en la carne; y á
un esfuerzo que la Santa hizo para tragar la llama que la
atormentaba en lo esterior, salió por su hermosa boca en
figura de una blanca paloma para dirigirse al cielo, con ad
miracion hasta de sus mismos verdugos. Así terminó su
combate esta heroina, cuyo valor, intrepidez y constancia
forman en su edad, en su sexo, en su delicadeza, una de
mostracion invencible en favor de la divinidad de la Reli
gion por que padecia. ¿Pudo sin el auxilio de Dios hacer lo
que hizo ni padecer lo que padeció? Y Dios ¿prepararia
sus auxilios en favor de un culto que no fuese verdadero y
suyo? De la Eulalia de Barcelona nada diremos, porque su
martirio fue casi igual al que habemos bosquejado. Solo
tuvo de diverso el que fué mas prolongado, y que en aten
cion á su mayor edad quizá permitió Dios que á semejanza
de su Hijo, fuese puesta en una cruz para que allí le diese
tambien testimonio la delicadeza del sexo. Por lo demás
un mismo milagro confirmó despues de muertas ambas lo
117
agradable que habia sido al Altísimo el sacrificio que le ha
bian hecho de sus vidas. Creyeron los gentiles deshonrar
sus sagrados cuerpos dejándolos espuestos, desnudos á las
miradas de los profanos ; mas una copiosa nieve cayó sobre
ellos, de modo que sirviéndoles de vestido, les evitaba la
profanacion de las miradas, y demostraba el candor de la
inocencia que las habia hecho tan amables á los ángeles y
á los hombres.

Martirio de San Justo y Pastor.

Para que nada tuviese nuestra España que envidiar á


ninguna otra nacion católica , quiso Dios que hasta la in
fancia diese en ella un ilustre testimonio á Jesucristo. Se
guia Daciano, segun las órdenes que de Maximiano tenia,
esterminando á los cristianos en todas las ciudades de su
gobierno ; y habiendo llegado á Alcalá empezó á repetir
en ella las escenas de sangre con que dejaba santificadas
las poblaciones de la Lusitania. Los cristianos empezaron
á ser buscados por todas partes; los sanguinarios edictos se
leian para aterrar; y se proponia á los fieles todos la terri
ble alternativa, ó de renunciar á Jesucristo ó de perder la
vida en los tormentos. En este conflicto en que tan nece
sarios eran ejemplos de valor que reanimasen á los cristia
nos , suscitó Dios á dos criaturas que, confundiendo al in
fierno con su constancia , diesen como dieron efectivamen
te dias de gloria á la Iglesia consternada. Justo y Pastor
eran dos hermanos niños , que entrambos aprendian las pri
meras letras en la escuela, el uno de siete y el otro de nue
ve años. Apenas supieron éstos que Daciano habia llegado,
sin que nadie los buscase ni se les diese cita alguna arro
jaron las cartillas, y presentándose á su tribunal, "somos
«cristianos, dijeron, y venimos á padecer y á morir por Je-
• sucristo y por su Religion santa." Daciano, aunque acos
tumbrado ya á ver milagros de esta clase, creyó en su ce
guedad que un fervor juvenil é insensato era quien le con
118
ducia aquellas inocentes víctimas. Trató, pues, de ame
drentarlos con palabras y con amenazas; pero viendo que
cuanto mayores eran los tormentos que les ponia á la
vista tanto mas alegría mostraban en sus rostros, y tanto
mas vivo era el deseo que tenian de sufrirlos por el Se
ñor, de las amenazas pasó á los bechos , y ordenó que
á fuerza de azotes los separasen de su propósito. No es
casearon los verdugos este tormento , que sin duda debió
ser rudo y prolongado por la serenidad y constancia con
que era recibido , y por las mutuas exhortaciones que uno
á otro hermano se dirijian para llevarlo con paciencia. Aun
que su tierna edad escitase la compasion , su porte y pala
bras de ancianos irritarian la cólera, y ésta viéndose bur
lada redoblaria por tema los azotes. Mas se vió que eran
insuperables: los azotes no los mellaron, y Daciano, viendo
que el asunto era mas serio de lo que al principio habia
creido, trató de ensayar otros suplicios por si con ellos con
seguia triunfar de la constancia de los Santos niños. En el
entretanto los dos hermanos seguian preparándose á cuan
to pudiese venir con reflexiones que en su edad serían in
creíbles si no supiésemos que era el Espíritu de Dios quien
hablaba por su boca. "Oyes, Pastor hermano mio, decia
«el mas pequeño, Justo, al otro; cuidado que tengas miedo
«de la muerte del cuerpo que nos amenaza, ni de los tor-
«mentos que quizá querrán que suframos antes: estos es
« verdad que superarán lo mismo que la muerte á nues
tros tiernos cuerpecillos ; pero mira, deja venir con valor
»el alfange cuando se dirija á tu cuello, y verás cómo el
«Señor que se ha dignado llamarnos á la gracia incompa-
«rable del martirio , nos da tambien fuerzas y valor igua-
«les ó superiores á los tormentos. — Muy bien, herma-
uno Justo, le respondió el mayor, me alegro oirte ha-
« blar asi, pues veo que te conviene de hecho la justicia que
«te da nombre, y me alegraré todavía mas de que junta-
uniente conmigo percibas los preciosos frutos de esta mis-
-mas justicia. No tengas cuidado, hermano mio, yo seré
«compañero tuyo en el martirio, y contigo percibiré tam-
«bien la gloria de este combate.'' Así hablaban estos hé-
119
roes. Sus verdugos, admirados al oirlos, refirieron esta con
versacion á Daciano , quien temiendo verse vencido por dos
niños de este temple si ante su tribunal público los man
dase atormentar, ordenó que los Santos niños fuesen saca
dos lejos de la poblacion y degollados clandestinamente.
Queria él quitar de la vista de los demás cristianos este
modelo de firmeza que podian seguir los mas valientes;
pero los designios de Dios se lograron á pesar de las arte
rías del infierno , y la voz de la sangre de estos niños es tan
clara que aun boy hace resonar en nuestros oidos el triun
fo glorioso de Jesucristo contra el infierno.

Reflexiones sobre las persecuciones.

Dios , para hacer ver que la Iglesia es obra suya, quiso


que se estableciese y consolidase á pesar de la oposicion de
los hombres, y que fuese fundada por lo mismo que debia
haberla aniquilado; esto es, por el martirio. Por eso per
mitió que sufriese este estado violento por el espacio de
tres siglos, sin que en ellos tuviese un momento siquiera
de reposo. Habia predicho el Salvador á sus discípulos que
serian perseguidos , arrastrados con violencia ante los jue
ces y reyes , maltratados y muertos en fin á causa de su
nombre ; pero tambien les habia prometido que inutiliza
rian todos los esfuerzos de sus enemigos. "No temais, les
«decia, á aquellos cuyo poder no se estiende a mas que á
«quitar la vida del cuerpo; ni un cabello de vuestra cabe-
«za puede caer sin que vuestro Padre celestial lo permita.
«Por medio de la paciencia poseereis vuestra alma en paz; yo
«mismo seré quien os sostenga; yo os daré el valor y la
«fuerza que necesitais para vencer á vuestros enemigos: yo
«vencí el mundo, y os haré triunfar tambien á vosotros de
«él." En efecto, desde que el cristianismo apareció sobre
la tierra, todas las potestades del mundo se levantaron con
tra él; los sentidos, las pasiones, los intereses se pusieron
del lado de la idolatría : esta supersticion impura habia si-
120
do forjada para el placer; los juegos , los espectáculos, el
libertinaje hacian en ella una parte de lo que se llamaba
culto; las fiestas del paganismo eran unas diversiones so
lemnes, y no habia circunstancia alguna en la vida de los
hombres en que el pudor fuese menos respetado que en
sus ceremonias y nefandos misterios. La Religion cristiana,
casta, severa, enemiga de los sentidos, y únicamente adic
ta á los bienes invisibles, no podia agradar humanamen
te á tan corrompidos corazones. Los cristianos por consi
guiente, que ninguna parte tomaban en las fiestas paga
nas, debian ser aborrecidos, detestados. A estos motivos vi
no tambien á unirse el interés del estado ; la política ro
mana se creia atacada en su base cuando eran menospre
ciados sus falsos dioses. Roma se envanecia de ser una ciu
dad santa por su fundacion , consagrada desde su origen
por los auspicios de las divinidades, y dedicada por su fun
dador á Marte, dios de la guerra; elia se creia deudora de
sus victorias á su religion, y se imaginaba que su piedad
con los dioses era la causa de que hubiese domado á los de
más pueblos. Por tanto, el no reconocer á sus dioses era lo
mismo que trastornar los fundamentos del imperio; era
aborrecer las victorias y el poder del pueblo romano: y asi
los cristianos, enemigos de las falsas divinidades, eran mi
rados al mismo tiempo como enemigos de la república. Por
esta razon los emperadores tenian mayor empeño en ester
minarlos que en batir y vencer á los partos, los sármatas
y los dacios ; y este es el motivo de que fuesen los cristia
nos perseguidos siempre desde el imperio de Neron, tanto
por los buenos emperadores como por los perversos que
deshonraron la humanidad en el trono. El origen de estas
persecuciones era unas veces un edicto del emperador, otras
el odio particular de los magistrados, ya era un decreto del
senado que adulaba al gefe del imperio, ó ya la subleva
cion de los pueblos á quienes se animaba contra los cristia
nos á fuerza de calumnias. Algunas causas particulares dul
cificaban tal cual vez la persecucion por un poco de tiem
po; pero el odio público prevalecia muy luego, el furor de
los paganos volvia á encenderse con mas furor, y en todo
121
'el imperio corrian arroyos de sangre cristiana. Sobre todo,
cuando la persecucion estaba autorizada por la autoridad,
se hacia mas general y mas violenta; y como fueron diez
las veces que la potestad suprema renovó con sus- edictos
esta violencia, por eso los historiadores eclesiásticos cuen
tan diez persecuciones bajo diez emperadores diferentes,
aunque en rigor solo fue una que duró tres siglos. El nú
mero de mártires que hubo en este tiempo fue tan consi
derable que sube á muchos millones. Los emperadores idó
latras se prometieron acabar por medio de estas carnice
rías con una religion que detestaban; pero esta religion
crecia visiblemente en el fuego y entre los destrozos que la
causaba el acero. En vano se emplearon contra ella todos
los mas horribles suplicios; uñas de hierro, ruedas arma
das de afiladas hoces, parrillas encendidas, braseros enor
mes, dientes de bestias feroces: todos los tormentos imagi
nables fueron puestos en uso, y no sirvieron mas que para
multiplicar á los mismos que querian destruir. Cuanto mas
violenta era la persecucion, tanto mas se aumentaba el nú
mero de los cristianos; la sangre de los mártires era una
semilla fecunda que producia ciento por uno. Nada opo
nian mas que la paciencia al furor de los tiranos; pero se
gun la promesa de su maestro, esta paciencia los hacia
triunfar de toda la rabia de sus perseguidores. Jamás hu
bo por parte de ellos la mas pequeña rebelion: en el espa
cio de tantos siglos de una tan cruel persecucion, la Igle
sia no se olvidó de sí misma ni por un solo instante, ni si
quiera en un solo hombre; tan sumisa estuvo en tiempo
de Diocleciano cuando llenaba toda la tierra, como en
tiempo de Neron cuando acababa de nacer: sufrirlo todo
por la verdad, tal era el ejercicio ordinario entre los cris
tianos, los cuales corrian á los suplicios con tanto ardor
como los paganos á sus fiestas licenciosas. Los enfermos, an
cianos y las delicadas vírgenes desafiaban los tormentos, su
bian con gozo á los cadalsos y á las hogueras: se vieron ni
ños balbucientes confesando á Jesucristo con intrepidez y
sufriendo sin quejarse torturas crueles; el hierro al ver es
tos milagros de fortaleza se caia de las manos de los ver-
\11
dugos , que convertidos íuuchas veces repentinamente pre
sentaban su cabeza á otros verdugos y paraban en ser már
tires ellos mismos. Los tiranos vencidos se veian en la pre
cision ele mitigar la persecucion para no despoblar el im
perio. Y aqui es donde por necesidad se ve evidentemente
la mano y poder de Dios: los paganos mismos, admirados
de la constancia y de los milagros de los mártires, recono
cian en ellos una fuerza divina; muchas veces se oyó en
medio del teatro esclamar á la multitud que le llenaba:
; Grande es el Dios de los cristianos ! ¡ Qué grande es el Dios
de los cristianos ! Ciertamente no puede considerarse la du
racion y la crueldad de la matanza que segaba á la Iglesia
naciente sin reconocer en la firmeza de sus héroes un va
lor sobrenatural, una fuerza infundida por Dios, tan in
vencible como él mismo. Si ha habido algunos hombres que
han sacrificado su vida por el error, han sido en número
muy pequeño, y estos pocos llevaban en sus caras impreso
el carácter del fanatismo que ocupaba sus almas, y dejaba
ver sus furores en las obras ó en las palabras. Por otra par
te morian por opiniones sobre las cuales se puede el hom
bre engañar, lo cual todo ¿ qué cabida tiene en los atletas
del Evangelio ? La humildad, la modestia mas dulce y tran
quila briíló siempre en sus semblantes; nada se percibia en
sus obras y palabras que no fuese virtuoso y santo. Ade
más, los primeros que dieron su vida por Jesucristo morian,
no por opiniones ni sistemas sino por atestiguar hechos
que habian ellos visto, que habian palpado, y de cuya cer
teza los aseguraba el testimonio constante de todos sus sen
tidos. Se puede el hombre apasionar por una opinion, pe
ro no por hechos dudosos ó falsos; nadie se deja degollar
por asegurar tenazmente que ha visto lo que nunca vió.
Los mártires de los siglos siguientes han dado igualmente
testimonio á la verdad de una Religion que veian estable
cida sobre estos hechos indudables. Concluyamos : tantos
esfuerzos inútiles de todo el poder romano conjurado pa
ra esterminar á los cristianos, esto es, á unos hombres que
no sabian otra cosa que sufrir y morir por su Religion , de
muestran que esta Religion era obra de Dios, y que los hom
123
bres no habian de ningun modo establecido lo que los hom
bres no podian destruir. La Iglesia católica subsiste pues, no
solo sin el apoyo sino tambien contra la voluntad opuesta de
las potestades de la tierra. Ella subsiste tal cual ha sido es
tablecida, con toda su gerarquía, con sus derechos y sus po
deres espirituales; esto es, con la constitucion ó forma que
la dio Jesucristo. Y una forma de gobierno que se ha man
tenido por su sola fuerza tanto tiempo en medio de ataques
violentos y multiplicados, ¿puede venir de otra parte que
de Dios? ¡ Ah ! desengáñense los hombres : no está en su
mano el trastornarla ni el cambiarla tampoco.

Constancio Cíiloro favorece á los cristianos


(año 305).

Cuando estaba en su mayor auge la persecucion mas


violenta y mas general que habia sufrido la Iglesia, Dios,
que prescribe límites á las enfurecidas ondas de la mar, pu
so tambien un término al poder de los dos tiranos. Diocle-
ciano y Maximiano se vieron obligados á deponer Ja púr
pura, y ceder el imperio á Constancio Chloro y á Galerio,
que ocupaban tiempo habia el segundo rango con el título
de Césares. El último, bárbaro de nacion y de estraccion
muy baja, tenia inclinaciones mas bajas todavía que su na
cimiento: la persecucion fue continuada por él en el Orien
te. Constancio Chloro por el contrario mereció elogios de
los cristianos igualmente que de los gentiles: lleno de bon
dad y de clemencia puso toda su gloria en hacer felices á
sus súbditos y en hacerse amar de ellos: estimaba mucho
el cristianismo porque apreciaba la virtud. Se refiere de él
un suceso notable igualmente honroso á su persona que á
la Religion de Jesucristo. No siendo mas que César cuan
do se publicó el edicto de Diocleciano contra los cristianos,
reunió á los que tenia en su palacio, y entre los oficiales
destinados al servicio de su persona, que eran muchos , les
leyó las órdenes del emperador, y les notificó que era ue
IH
cesario sacrificar á los ídolos ó renunciar á los empleos
que poseian. Esta proposicion hecha por un príncipe que
hasta entonces habia sido favorable á la Religion, fue como
un golpe de rayo para los fieles. Se consternaron todos al
oiría, mas no todos se abatieron ; la mayor parte protestó
que primero perderian sus bienes y sacrificarian su vida que
hacer traicion á su fe. Algunos mas débiles, siguiendo el
genio de los cortesanos, que por lo comun no tienen mas
Dios que su fortuna ni otra Religion que la del príncipe,
consintieron en ofrecer incienso á los ídolos por conservar
su favor y los puestos con que los habia honrado. Enton
ces Constancio declaró sus verdaderos sentimientos , colmó
de elogios la generosa firmeza de los primeros, y repren
dió con viveza la cobarde y criminal complacencia de los
otros. "¿Cómo guardareis, les dijo, una fidelidad inviola
ble al emperador, vosotros que os mostrais traidores y
«pérfidos con respecto á Dios? En seguida los echó de su
palacio como á indignos de seguir en su servicio. Por lo que
toca á los que consintieron en renunciar á todo antes que
á su fe, los miró como á sus mas fieles servidores, les con
servó sus cargos , y los honró y distinguió siempre con su
afecto y con su confianza. Decia que un príncipe debia pre
ferir siempre los criados de esta clase á todos los tesoros de
su imperio. De aqui se puede inferir que un César como
este estaria muy lejos de derramar la sangre inocente de
los cristianos; y asi es que apenas llegó á ser emperador
no cesó jamás de favorecerlos. La Iglesia católica en las
Galias, que estaban bajo su dominacion, reparó por eso bien
pronto todas las quiebras ó pérdidas que habia hecho en el
reinado del cruel Maximiano. Desde que la tempestad cal
mó, los obreros evangélicos se esparramaron con un nuevo
ardor en todas las provincias, é hicieron una abundante co
secha en estas tierras regadas y fertilizadas con la sangre
que aún humeaba de tantos mártires. Las iglesias se mul
tiplicaron por todas partes, y se proveyeron las sillas cuyos
pastores habia enviado al sepulcro el hierro de la persecu
cion. Empero todo esto no era mas que la aurora de la paz
que Dios iba á dar á su Iglesia. Estaba reservado, no á
125
Constancio Chloro sino á su hijo el hacerse discípulo de
esta Religion que tantos emperadores habian perseguido, y
que á su vez debia tambien triunfar del orgullo de los Cé
sares. Constancio, aunque favorable al cristianismo, no tu
vo valor para abrazarle; pero Dios, estableciendo el impe
rio en su familia, dió en este mundo el premio á sus vir
tudes morales, las cuales aunque muy buenas son sin em
bargo estériles para el cielo sin la fe.

Conversion de Constantino (año 312).

Luego que Dios hubo manifestado visiblemente el mi


lagro de su proteccion en el establecimiento de la Iglesia,
y cuando hubo demostrado suficientemente que todas las
potestades de la tierra no la podian trastornar, llamó en
fin á su profesion á los emperadores, é hizo del gran Cons
tantino el protector declarado del cristianismo. Este prín
cipe era hijo de Constancio Chloro, y reunia en su perso
na las cualidades mas eminentes: un genio vivo, aunque
templado por una rara sabiduría, se hallaba realzado en él
por una talla ó estatura ventajosa y Una noble fisonomía.
El emperador Galerio, que le aborrecia, le puso muchas ve
ces diversos lazos para hacerle perecer; pero Dios le liber
tó con mucha felicidad de todos, porque tenia sobre él gran
des designios. Despues de la muerte de su padre fue pro
clamado emperador á la edad de 31 años. Esta dignidad
se la disputó Maxencio, hijo del emperador Maximiano,
con quien tuvo algunos ligeros combates en los que Maxen
cio tuvo desde luego la ventaja; pero finalmente Constan
tino formó la resolucion de terminar la disputa por una
batalla decisiva. Con esta idea condujo su ejército á Italia,
y se acercó cuanto pudo á Roma. Como no obstante su va
lor el ejército de Maxencio era superior al suyo, compren
dió que tenia necesidad de un socorro estraordinario, y tra
tó de empeñar en su favor al Dios de los cristianos. A es
te fin le suplicó con los mas ardientes y fervorosos ruegos
126
que se le diese á conocer: Constantino tenia el corazon
recto; la súplica, aunque inspirada por la necesidad, era
hecha con un fin bueno, y mereció ser oida. Hácia la hora
del mediodía, cuando marchaba á la cabeza de sus legiones
con un tiempo en calma y muy sereno, descubrió en el cie
lo una grande y brillante cruz, en medio de la cual esta
ban trazadas con caracteres de luz estas palabras: In hoc
signo vinces, que quiere decir: con esta señal, ó en vir
tud de esta señal vencerás. Todo el ejército vió este pro
digio, pero nadie quedó tan admirado de él como el prín
cipe ; el resto del (lia se ocupó en descubrir lo que signi
ficaba aquella maravilla. La noche siguiente mientras dor
mia se le apareció Jesucristo con la misma señal, y le man
dó que hiciese por el modelo que le enseñaba un estan
darte, que deberia llevar en los combates como una salva
guardia contra sus enemigos. A. la mañana llamó operarios
el emperador, y les trazó el diseño del estandarte. Era una
especie de pica cubierta de láminas de oro, con un trave-
saño en forma de cruz, del que pendia una tela de tisú de
oro; en lo alto de la cruz estaba una corona esmaltada de
pedrería; en medio de la corona se veian las dos primeras
letras del nombre Cristo enlazadas; y por cima del velo se
descubrian las imágenes del emperador y de sus hijos. A
este estandarte se dió el nombre de Labarum ó Lábaro.
Constantino escogió cincuenta hombres de los mas bravos
y piadosos de sus guardias para que le llevasen uno des
pues de otro. Enarnecido con la vision celestial y asegura
do con su Lábaro, no dudó en presentar la batalla á su
enemigo. En efecto, Maxencio fue vencido, huyó, y en su
huida cayó y se anegó en el Tiber. Roma abrió al momen
to sus puertas á Constantino, que entró en ella triunfando.
Entonces llamó cerca de sí algunos Obispos para instruir
se en las verdades de la Religion cristiana , de la que hizo
pública profesion. Nada es mas cierto en la historia que
esta vision milagrosa que refiere Eusebio de Cesarea , y
confirman una multitud de escritores, y los monumentos
de toda clase y especie. " Si otro cualquiera me lo hubie-
«se contado, dice el historiador citado, hubiera tenido tra-
127
«bajo en persuadírmelo; pero habiendo hecho la relacion
«del prodigio el mismo Emperador, quien la aseguró con
«juramento á mí que escribo esta historia, ¿me sería posi-
«ble dudar de él, máxime cuando el efecto ha justificado la
«promesa ? " Asi hablaba Eusebio en tiempo que una mul
titud de personas que cita como testigos de vista del mi
lagro vivian, y podian desmentirle.

Triunfo de la Religion cristiana.

Constantino, despues de haber derrotado á su enemigo


rindió homenaje por su victoria á Jesucristo, y se aplicó á
hacerle reinar en toda la estension de su imperio. Como
conocia bien el caracter del catolicismo, cuyas armas para
conquistar discípulos no son otras que la instruccion y la
persuasion, se guardó bien de agriar los espíritus con edic
tos rigorosos en contra de sus enemigos. Aunque miraba
con horror la idolatría, dejó no obstante á sus súbditos una
entera libertad con respecto á la Religion: imponer silen
cio al paganismo reverenciado despues de tantos siglos hu
biera sido querer sublevar todo el imperio; él conoció que
para aniquilarlo bastaba protejer la Religion verdadera , y
ponerla en estado de que los hombres pudiesen comparar
por sí mismos los dogmas monstruosos y la licenciosa mo
ral del politeismo con los dogmas sábios y la pura moral
del Evangelio: asi que para ganar á los idólatras no usó
mas que de medios dulces y moderados, los cuales bastaron
para empezar á convertir á muchos, y para acabar convir
tiéndolos á todos. El principio que adoptó fue remediar
los males que habian causado los emperadores que le ha
bian precedido: llamó á los desterrados; hizo volver á los
cristianos todas las iglesias ó casas de reunion de que se les
habia despojado; lleno de celo por el culto divino realzó
su esplendor, dispensando una parte de sus tesoros á las
iglesias, y enriqueciéndolas con vasos preciosos y con mag
níficos ornamentos; trató con toda clase de honor á los mi
128
nistros sagrados, y les concedió muchos privilegios. Los su
mos pontífices, Obispos de Roma, perseguidos hasta enton
ces de un modo particular, llamaron la principal atencion
de este religioso príncipe; él les dió el palacio de Letrán,
y de otro palacio vecino hizo una basílica que se llamó
Constantiniana , y hoy S. Juan de Letrán: este fue el pri
mer patrimonio de los Papas. Los cristianos se hallaban en
una situacion bien diferente de la en que habian estado por
el espacio de tres siglos; consideraban con admiracion y
con una profunda gratitud las maravillas del poder divino,
la Religion cristiana sobre el trono, el culto del verdadero
Dios honrado, vueltos á la patria los que el destierro te
nia lejos de ella, y las iglesias reedificadas y adornadas con
magnificencia. Un cambio tan poco esperado les inspiraba
de presente una alegría indefinible, y para lo venidero las
mas dulces esperanzas. La Religion cristiana parecia vene
rable á los mismos paganos cuando veian al emperador
practicar públicamente todos los deberes que ella impone.
Este príncipe tenia en su palacio un oratorio, al que iba
todos los dias á leer los libros santos, y á hacer metódica
mente sus oraciones á ciertas horas. Su ejemplo atraia al
cristianismo muchos idólatras. Este culto divino penetró
hasta en el senado, que era el baluarte mas fuerte del poli
teismo. Anicio, senador ilustre, fue el primero que se con
virtió; y en muy poco tiempo se vió que ponia su cuello
bajo el yugo del Evangelio cuanto habia en Roma de mas
distinguido. Constantino esperimentó con estas conversio
nes el mas vivo y mas puro placer; quedaba mas contento
con la conversion de un solo hombre que lo habria estado
con la conquista de una provincia. Su celo se estendió mas
allá de los límites del imperio: envió predicadores á los
pueblos bárbaros que no le estaban sometidos, para exhor
tarlos á que adorasen al verdadero Dios y á su Hijo Jesu
cristo. A su entrada en Roma quiso que la cruz que habia
sido la prenda de su victoria fuese tambien el ornamento
mas distinguido de su triunfo-, la estátua que le erigieron
le representaba teniendo en vez de lanza este instrumento
de nuestra redencion. Asi es que la cruz, objeto hasta en-
129
tonces de ignominia y el suplicio de los esclavos, empezó á
ser un símbolo de salvacion y de gloria para los mismos
Césares, que adornaron con ella su corona, y que la enar-
bolaron hasta sobre el Capitolio, como para anunciar al
universo el triunfo que un Dios crucificado conseguia sobre
los demonios que habian allí reinado, y sobre las pasiones
con que los hombres les habian allí dado un culto digno de
ellos.

Invencion de la verdadera Cruz.

De todas las pruebas que dió Constantino de respeto 4


la Religion cristiana , la mas brillante fue el trabajo que
emprendió para honrar los lugares consagrados con la pre
sencia visible de Jesucristo. Su primer cuidado fue el edi
ficar un templo magnífico en Jerusalén. Santa Elena, madre
de este príncipe, tenia como él una devocion grande á los
lugares santos: llevada de ella fué á la Palestina, aunque
ya tenia cerca de ochenta años de edad. A su llegada á Je
rusalén se sintió animada de un ardiente deseo de encon
trar la cruz sobre que habia espirado el Salvador. No era
facil el buscarla, y el hallarla lo era mucho menos: los pa
ganos, por borrar totalmente la memoria de la Resurreccion
de Cristo, habian reunido tierra hasta formar una montaña
en el sitio del sepulcro, y despues de haber construido una
plataforma habian edificado un templo á Venus, para alejar
á los cristianos é impedirles que visitasen aquel lugar san
tificado; pero nada pudo detener á la piadosa princesa; con
sultó sobre su piadoso deseo á los ancianos de Jerusalén , y
éstos la respondieron que si podia encontrar el sepulcro,
no la sería dificil luego el hallar los instrumentos del su
plicio del Salvador. En efecto , habia sido costumbre de los
judíos enterrar cerca del cuerpo todo cuando habia servi
do á la ejecucion de una persona condenada á muerte. La
Emperatriz hizo al momento demoler el templo profano, se
limpió la plaza y se empezó la escavacion. En fin, se halló
PARTE I. 9
130
la gruta del santo sepulcro : cerca de la tumba ó sepultura
propiamente dicha se hallaron tres cruces, y separados de
ellas los clavos que habian atravesado el cuerpo del Salva
dor, y el título que puso Pilatos sobre la en que muriera el
Señor. Ya no se trataba sino de distinguir á ésta de las
otras dos. ¿Pero qué hay que no pueda lograr una fe viva?
Santa Elena, por cousejo de S. Macario, Obispo de Jerusa-
lén, hizo llevar las tres cruces cerca de una enferma afligi
da mucho tiempo habia de una enfermedad incurable, á la
que aplicaron sucesivamente las tres cruces. La Emperatriz
estaba presente y toda la ciudad esperando á ver lo que su-
cedia , al mismo tiempo que se suplicaba al Señor hiciese
conocer cuál era el madero que habia regado con su san
gre. Las dos primeras cruces nada hicieron, mas desde que
se acercó la tercera, la enferma se halló completamente sa
na y se levantó al instante. El historiador Sozómeno asegu
ra que se aplicó tambien la santa cruz al cadaver de un
hombre muerto, y que este hombre resucitó. San Paulino
refiere lo mismo. La piadosa princesa se bailó enagenada
de gozo cuando se vió en posesion de un tesoro que prefe
ria gustosa á todas las riquezas del imperio. Tomó una par
te de la verdadera cruz para llevarla á su hijo, y habiendo
encerrado el resto en una caja de plata, la puso en manos
del Obispo de Jerusalén para que fuese depositada en la
Iglesia que Constantino habia mandado edificar sobre el
santo Sepulcro. Este edificio fue construido con una mag
nificencia digna de la santidad de aquel sitio. Su recinto
abrazaba el sepulcro y se estendia hasta el monte Calvario.
Santa Elena hizo construir otras dos iglesias, una en Belen
donde nació el Salvador, y la otra en el monte desde don
de se subió al cielo. Ni se limitaba su piedad á la pompa
de los edificios; los lugares por donde pasaba quedaban lle
nos de su cristiana beneficencia; sus abundantes limosnas
consolaban á los pobres, á las viudas y á los huérfanos; su
afecto distinguia particularmente á las vírgenes consagradas
al Señor. Un dia reunió á todas las de Jerusalén, y las dió
una comida en la que quiso servirlas con sus propias ma
nos. Con estas y otras obras de piedad se dispuso para la
131
muerte, que la sobrecogió á poco tiempo despues de su via
je á Jerusalén. Dios se habia servido de la conversion [de
su hijo para atraerla al cristianismo, que la santa Empera
triz abrazó con un corazon sincero y un espíritu ilustrado.
En fin, llena de méritos ante Dios y para con los hombres
murió de edad de ochenta años en los brazos de Constan
tino, que se mostró en estos últimos momentos fiel á los
deberes de la piedad filial, con la que siempre habia exac
tamente cumplido.

Institucion de los solitarios San Antonio


(año 306).

Cuando las persecuciones cesaron, dió la Iglesia al mun


do un nuevo espectáculo tan edificante y admirable como lo
habia sido el de los mártires. Se vieron entonces los desier
tos poblados de solitarios, cuya vida se asemejaba á la de
los angeles. Ya antes habian existido algunos cristianos con
el nombre de Ascetas, los cuales renunciando á los nego
cios del mundo se aplicaban á los ejercicios de la oracion
y de la mortificacion; pero vivian solos, bastante cerca de
las ciudades y de los pueblos , en lugar de que ahora se re
tiraban á los desiertos mas separados y solitarios y forma
ban comunidades. San Antonio, que fue el autor de esta
nueva institucion, habia nacido en Egipto de padres nobles,
ricos y virtuosos, que le educaron cristianamente y le pre
servaron de los peligros de la juventud; pero los perdió
muy temprano. Habiendo oido leer un dia en la iglesia es
tas palabras del Evangelio : "Si quieres ser perfecto, ve,
«vende todo lo que tienes, dalo á los pobres, y tendrás un
«tesoro en el cielo," se aplicó el consejo á sí mismo, vol
vió á su casa , vendió y distribuyó á los necesitados su legí
tima , y habiéndose retirado en seguida á una soledad se
ocupó únicamente del negocio de su salvacion. Allí se ejer
citaba en obras de mortificacion para domar su carne, y en
el trabajo de manos con el que se procuraba el alimento y
132
los medios de socorrer á los necesitados. Animado de una
emulacion piadosa y santa, apenas oia hablar de algun vir
tuoso siervo de Dios iba al momento á su lado, para reci
bir de él alguna leccion ó algun ejemplo que pudiese prac
ticándolo imitar. De este modo se hizo muy pronto un mo
delo acabado de todas las virtudes. El enemigo de la salva
cion no pudo ver sin enojo lo que presagiaban tan felices
principios, y recurrió para impedir que progresasen á ten
taciones de todo género para hacer sucumbir al hijo de la
soledad. Pero el joven anacoreta triunfó de todas ellas por
medio de la oracion y de las mortificaciones ; su cama era
una delgada y dura estera algunas veces, pues las mas dor
mía en el duro suelo; su comida, una vez al dia despues de
puesto el sol, era un poco de pan condimentado con algu
nos granos de sal; su bebida un poco de agua; y su vestido
consistia en un cilicio , un manto de pieles de carnero y un
capucho. Como el espíritu de Dios le destinaba á poblar los
desiertos, le movió á retirarse á los sitios mas solos y mas
apartados de las habitaciones humanas. Antonio pasó el Ni-
lo y se introdujo en la Tebáida. Despues de haber vivido
en ella mucho tiempo separado de todo trato humano, Dios,
que quería darle á conocer al mundo, le honró con el don
de los milagros. Las curaciones milagrosas que obró traje
ron bien pronto á su lado una gran multitud de discípulos
que quisieron vivir bajo su conducta: fue necesario edifi
car un gran número de monasterios para recibirlos. Anto
nio instruia á sus discípulos, ya en particular y ya en co
mun, y les prescribia las reglas santas que debian observar.
"Que la memoria de la eternidad no se aparte jamás de
«vuestro espíritu, les decia; pensad todas las mañanas que
«quizá no llegareis á la tarde, y pensad todas las tardes que
«acaso no llegareis al dia siguiente; haced todas vuestras
«acciones como si cada una de ellas fuese la última de
«vuestra vida; velad continuamente contra las tentaciones
«del demonio, y resistid con valor á los esfuerzos de este
«enemigo: él es muy debil cuando se le sabe combatir, pues
«teme como al infierno al ayuno, á la oracion, á la humil-
«dad y á las buenas obras. 1.a cruz es siempre suficiente
133
«para disipar sus prestigios y sus ilusiones, pues habiendo
«sido ella el instrumento con que el Salvador le despojó de
«su poder, la sola señal de esta cruz victoriosa basta para
«hacerlo temblar." Formados por estas lecciones los discí
pulos de Antonio, fueron un objeto de admiracion hasta pa
ra el mismo S. Atanasio. "Sus monasterios, dice este Santo
«Doctor, son como otros tantos templos en los que se pasa
«la vida cantando salmos, leyendo, orando, ayunando y ve-
«lando; en ellos toda la esperanza está colocada en los bie-
«nes eternos; la union de sus individuos la forma una ca-
«ridad admirable; y el trabajo que se hace es mas para ali-
« mentar á los pobres que para evitar la ociosidad: ellos son
«como una vasta region enteramente separada del mundo,
«cuyos dichosos habitantes no tienen otro cuidado que el
«de ejercitarse en la justicia y en la piedad."

San Hilarion funda monasterios en Palestina


(año 329).

Lo que hizo S. Antonio en el Egipto lo imitó S. Hila


rion, su discípulo, en la Palestina y en la Siria. El fue el
primero que estableció monasterios y formó solitarios en
estas dos provincias. Los padres de Hilarion eran paganos;
pero prevenido él por el Señor desde la infancia con ben
diciones de gracia abrazó la Religion cristiana á los doce
años de su edad. De el lugar de Tabate, pueblo de su naci
miento, habia ido á estudiar á Alejandría. Además de las
ciencias humanas habia aprendido en aquella escuela céle
bre la inestimable ciencia de la salvacion. A fin de perfec
cionarse mas y mas en esta marchó al encuentro de san
Antonio, con quien vivió familiarmente algun tiempo, for
mándose á su modo de vivir, á la oracion continua, á la
humildad, á la perseverancia en el trabajo y á las demás
austeridades. Salido de esta escelente escuela volvió á su
patria con algunos monjes para practicar allí en la soledad
el mismo género de vida. Su padre y madre habian ya muer
134
to, con que distribuyendo todo su patrimonio á los pobres
se retiró con sus compañeros al desierto que empezando
en las murallas de Gaza se estiende muy dilatado basta la
orilla del mar. Este desierto se hallaba, como hoy, lleno de
árabes vagabundos que recorrían toda su estension sorpren
diendo á los viajeros para robarlos, ó despojando á los náu
fragos que se habian escapado de la tempestad. No habia
mucho tiempo que Hilarion habitaba esta temible soledad,
cuando estos ladrones de oficio se presentaron en su celdi
lla. "¿No nos tienes miedo, le dijo uno de ellos? — ¿Y por
«qué os temería, que nada poseo de que me podais despo
jar? respondió Hilarion. — Podemos quitarte la vida. —
«¿La vida? ¿Y qué importa que se quite la vida, respondió
«el jóven solitario, á un hombre que nada tiene en este
«mundo, y que ha colocado todas sus afecciones en el otro?
«El morir es su mayor bien." En efecto, Hilarion no po
seia mas que un saco y una túnica de pieles que para ves
tido le habia dado S. Antonio. Una simple estera de juncos
era su cama, y su celdilla, casi mas pequeña que su cuer
po, parecia mas bien un sepulcro que una habitacion. Seis
onzas de pan de cebada y unas hierbas cocidas en pequeña
cantidad eran su alimento diario; pero una vida tan aus
tera no le impidió llegar á la edad de ochenta años. Su ocu
pacion era labrar la tierra y tejer cestillas de junco. Mien
tras trabajaba meditaba el sentido de las santas Escrituras,
que sabia de memoria. Dios, para manifestar la santidad de
su siervo , le concedió el don de hacer milagros , y los que
obró en beneficio de los enfermos le atrajeron una gran
multitud de discipulos. Bien pronto la Palestina se vió lle
na de monasterios. Cuando hacia la visita de los solitarios,
que le tenian por padre , se reunian á su lado hasta tres
mil. El sacó de las tinieblas de la idolatría á muchos pue
blos , que quedaron convertidos á la vista de los prodigios
que obraba ; pero como turbasen su soledad y aflijiesen su
modestia con las señales de respeto que tributaban á su vir
tud , se quejaba amargamente de ello y decia algunas veces
llorando: "¡Ayde mí! ¡Me vuelvo á hallar en el mundo
«que abandone, y recibo la recompensa de lo poco que he
135
«hecho en esta vida!" En consecuencia quiso marchar á
otro sitio donde pudiese vivir desconocido , y ia Palestina
toda , apenas se esparció por ella el rumor de su ausencia,
se consternó como si fuese una calamidad pública. A cual
quier sitio que fuese le seguian con todo por todas partes
como á un nombre de Dios que tenia el poder de curar los
enfermos, de lanzar los demonios, y de obtener con sus ora
ciones la conversion de las almas. Cuando pedia á Dios la
salud para alguno, anadia al beneficio de obtenérsela algu
nas instrucciones , y procuraba hacer comprender que las
enfermedades del alma son mucho mas temibles que las del
cuerpo, y que debe ponerse mayor esmero en librarse de
aquellas que de éstas. Aunque su vida hubiese sido tan pe
nitente y tan llena de buenas obras, el temor de los juicios
de Dios se apoderó de él en sus últimos instantes, en los
cuales se escitaba á la confianza con estas palabras: "Sal,
«alma mia, sal al fin de la carcel del cuerpo. ¿Por qué te-
»mes? Has tenido la dicha de servir á Dios por el espacio
«de setenta años; ¿y ahora temes?"

Vida de los solitarios.

La vida de los solitarios tenia por objeto el elevarse á


la perfeccion cristiana mediante la práctica de los conse
jos evangélicos, ó de la continencia perfecta y de la pobre
za. Para llegar á ella empleaban cuatro medios principales,
á los que se puede reducir toda la disciplina ascética ; esto
es, la soledad, el trabajo de manos, la oracion y el ayune.
Ellos se alejaban de toda habitacion, y se perdian en los
desiertos, y en soledades á las que no se podia llegar sino
despues de muchos dias de camino. Estas soledades no eran
bosques espesos , ni tierras abandonadas que se hubiera
podido desmontar y sujetar á cultivo; eran sitios inhabita
dos por inhabitables, áridas llanuras, montañas estériles,
escarpadas y horribles rocas. Los solitarios se detenian don
de hallaban agua, y allí edificaban pobres celdillas de ma
136
dera ó de cañas, que entrelazaban con espinas. Alejados allí
de todos los objetos de las pasiones, se esforzaban en adqui
rir aquella pureza de corazon cuya recompensa será el ver
á Dios; se ejercitaban en destruir en sí mismos todos los
vicios , y en practicar todas las virtudes con mas libertad
y mas seguridad; y combatian especialmente el orgullo y
la avaricia con la pobreza , y con su fidelidad en no poseer
cosa alguna como propia. La pereza la domaban con el con
tinuo trabajo. Este trabajo no producia disipacion alguna
ni turbaba su continua union con Dios; consistia en hacer
esteras ó en tejer cestas de juncos. En esta ocupacion ha
llaban la doble ventaja de evitar la ociosidad y de procu
rarse con que vivir sin ser gravosos á nadie. Como gasta
ban poquísimo estaban en estado de hacer limosnas abun
dantes , y jamás dejaban de distribuir á los pobres lo que
les sobraba cada dia del precio de sus trabajos. Ayunaban
todo el año , escepto los domingos y el tiempo pascual.
Todo su alimento se reducia á pan y agua; la cantidad del
pan estaba regulada en una libra romana ó en doce onzas
por dia, que se distribuian en dos pequeñas refacciones ó
comidas , una á la hora de nona y otra al anochecer. Se ha
bian limitado á esta medida despues de sabias reflexiones
y guiados por la esperiencia, pues bastaba para sostener
sus fuerzas , y para hacerlos capaces de trabajar mucho y
de dormir poco. Este régimen austero prolongaba efectiva
mente sus vidas y fortificaba su salud: ordinariamente lle
gaban á una estrema vejez sin esperimentar enfermedad al
guna. San Antonio, su fundador, vivió mas de cien años. La
oracion estaba arreglada con la misma sabiduría: no se
reunian para orar en comun sino dos veces cada veinte y
cuatro horas. A cada vez rezaban doce salmos entremez
clados con oraciones, y al fin dos lecciones de la sagrada Es
critura. Los hermanos cantaban alternativamente cada uno
un salmo estando postrados en medio de la asamblea; to
dos los otros escuchaban sentados y guardando un profun
do silencio, sin fatigarse el pecho ni el resto del cuerpo, por
que no se lo permitia su ayuno y su continuo trabajo. Lo
demás del dia oraban trabajando encerrados en sus celdi
137
Has: habian reconocido que nada aprovecha tanto para fi
jar los pensamientos y evitar las distracciones como el estar
siempre ocupado. La obediencia era el remedio que opo
nian á la soberbia , que tan natural es al hombre y que tan
poco le conviene. Estaban sometidos como niños á sus su
periores, aunque hubiese, como efectivamente hubo, comu
nidades muy numerosas bajo la conducta de un mismo abad
ó padre, porque en muy poco tiempo se multiplicaron es-
cesivamente, y habiéndose hecho muy comun entre los fie
les su vida mortificada, se poblaron los desiertos de santos
penitentes que ejercian sobre sí mismos una justicia mas
severa que la de los jueces contra los criminales: se vió á
muchos inocentes que castigaban en sí mismos con un ri
gor increible la desgraciada inclinacion al pecado con que
nacemos. En fin, llegó á haber tantos solitarios, que los
mas perfectos se vieron obligados á buscar soledades mas
profundas. ¡ Tanto llegó á fastidiar el mundo y á ser apre
ciada la vida contemplativa! ¡Tales han sido los frutos de
virtud que ha producido el Evangelio! La Iglesia no ha si
do menos fecunda y rica en ejemplos que en preceptos, y
su doctrina se ha demostrado santa por la multitud de san
tos que ha formado.

Concilio de Eliberri (año 305).

La España , que á ninguna otra nacion ha cedido la de


lantera en nada de cuanto mas aman los hombres, tiene
tambien algunas prerogativas que la singularizan y distin
guen en aquello que agrada mas á Dios. Hablo de sus glo
rias religiosas, de qu/ efectivamente se ha gloriado como
ha debido gloriarse , porque Dios la ha enriquecido con al
gunas que denotan una predileccion de parte del Altísimo.
Prescindiendo de otras muchas nos ceñiremos aquí al con
cilio de Eliberri ó lllíberi, que por haber sido el primero
que se celebró en el mundo católico despues del de los Após
toles en Jerusalén, llama y con bastante fundamento la
138
atencion de los sábios observadores de la Providencia y de
sus caminos en orden á la salvacion de las naciones. Aún.
duraba el furor de las persecuciones cuando se reunió este
Concilio, y muchos de los que asistieron á él tuvieron des
pues la gloria de confesar la fe en medio de los tormentos.
Entre otros son célebres con justicia aquel- Valerio, Obispo
de Zaragoza , que con la magestad de un senador llenó de
confusion al perseguidor Daciano, ante cuyo tribunal estu
vo para ser juzgado. Tambien se cree con fundamento es
taria en él aquel Vicente diácono, cuyo valor asombró al
mundo, y de cuyo heróico martirio se da alguna noticia en
esta historia; y tambien firmó sus actas el grande Osio, que
en esta primera reunion de santos prelados se ensayó para
la representacion que despues tuvo en otras asambleas
mas numerosas , y que no bien quizá se separó de esta san
ta asamblea, cuando tuvo que combatir con Daciano y el
infierno. Otros muchos que asistieron serán acaso ante
Dios tan gloriosos como estos, pero la historia no nos ha con
servado la memoria ni de sus combates ni de sus triunfos.
Atletas generosos, todos se reunieron en Illíberi para de
mostrar al mundo que los prelados de España, segun el ca
racter que distingue á los hijos de este noble suelo, no se
contentaban con veucer al enemigo que venia á buscarlos,
sino que sabian tomar la ofensiva é ir á arrojarle de sus
mismos atrincheramientos. Los cánones preciosos que pro
dujo su reunion son la mejor prueba de esto. La inmora
lidad y la idolatría, medios de que se valia entonces el de
monio para perder á los hombres y hacer la guerra á la Re
ligion , tienen en estas tan sábias como enérgicas disposi
ciones un enemigo insuperable, que debia batirlas en bre
cha y hacerlas desaparecer del suelo feliz de la España. Las
penitencias terribles que allí se imponen al adulterio, al
abandono de los deberes religiosos y á otros crímenes de
trascendencia, al paso que demuestran la santidad de la
Iglesia de España en aquel siglo, nos hacen tambien admi
rar el celo con que los Santos pastores procuraban que esta
santidad se conservase en toda su pureza. Los otros cánones
en que se precauciona el decoro debido á las cosas santas,
139
no prueban menos el esmero que ponian en salvar de insul
tos á la religion , que el espíritu profético con que quizá
veian venir la tormenta con que Maximiano amenazaba al
rebaño de Jesucristo. De todos modos ellos salieron al en
cuentro á la impiedad, y santificando con sus disposiciones
á los españoles, los prepararon para los innumerables lau
reles que por su medio cogió nuestra santa Iglesia. Algunos,
que no han sabido tomar en consideracion las circunstan
cias de los tiempos antiguos, y muchos otros que han que
rido, abusando de lo que en la antigüedad se hizo, trastor
nar la Religion y dar por tierra con la Iglesia, han ha
blado mal de los cánones del concilio Illiberitano, ó han
dado motivo á que se les mire como sospechosos; pero es
muy facil responder á los primeros que consideren el tiem
po en que se hicieron y formarán juicio mas recto , y á los
segundos que lo que era conveniente entonces sería muy
nocivo ahora. El niño se nutre y crece con la papilla y la
leche, y no por eso son estas cosas alimentos conducentes
á la edad viril. Estos celotipas hipocritones hablan mucho
de antigüedad y de cánones penitenciales; pero ¿saben bien
lo que se dicen? Es de suponer que no; á no ser que quie
ran traernos con la antigua disciplina á los antiguos tiranos
que persiguieron á la Iglesia. Por lo demás, es necesario
que adviertan ser necesario mudarse en lo esterior todo lo
que tiene vida; y como la Iglesia vive, la es indispensa
ble el dejar dormir á los cánones de Illíberi aunque sean,
como lo son , muy santos.

Herejía de Arrio (año 319).

El infierno, dice S. Cipriano , viendo los ídolos por


tierra inventó un nuevo medio de turbar la Iglesia por el
cisma y la heregía. Trató de alterar en ella la fe y de rom
per su unidad; empero dándola nuevos combates la sumi
nistró materia de nuevos triunfos. Ya habian pasado algu
nas herejías , pero ninguna había tenido tanto séquito ni
no
consecuencias tan funestas como las que tuvo el arrianis-
mo. Arrio, sacerdote de la Iglesia de Alejandría, hombre
turbulento y ambicioso, aspiraba á ser Obispo de aquella
gran ciudad; mas habiendo sido frustradas sus esperanzas
por la eleccion de S. Alejandro, y no escuchando mas que
á su envidia y á sus resentimientos, se dedico á impugnar
la doctrina de su Santo prelado, y á oponerle una doctrina
nueva. Siempre ha sido el orgullo el que ha producido las
herejías, pero siempre ha tenido buen cuidado de disfra
zarse. Una modestia afectada, un esterior mortificado uni
do á una edad algo avanzada, dieron crédito á este nova
dor y contribuyeron á ganarle algunos prosélitos. Se atre
vió á atacar la divinidad de Jesucristo, y á sostener que el
Hijo de Dios no es igual á su Eterno Padre en todas las co
sas. Esta doctrina, desconocida hasta entonces y contraria
á lo que siempre se habia creido, causó un gran escándalo.
Se la tuvo horror, y se la proclamó impía y blasfema. Este
era el grito de la fe, que se horrorizaba de la novedad. San
Alejandro trató por el pronto de llamar á Arrio á su deber
por medio de advertencias caritativas, y usó con él de una
paciencia estremada ; pero viendo que su dulzura y sus ex
hortaciones paternales eran inútiles, y que la impiedad em
pezaba á estenderse , levantó la voz con fuerza , y escomul
gó al heresiarca en un sínodo compuesto de todos sus su
fragáneos. Escribió al Papa y á todos los Obispos del mun
do lo que habia pasado para advertirles del peligro que
amenazaba, y para dar mayor peso á su juicio. Este golpe
aterró al hereje mas no le aniquiló ; se retiró á Palestina,
en donde se adquirió algunos partidarios; de allí pasó á
Nicomedia , residencia ordinaria del Emperador , y tuvo
la destreza de ganar á su partido al obispo Eusebio, que
llegó á ser su principal apoyo. Viéndose sostenido se esfor
zó en difundir su dogma impío en el bajo pueblo : para esto
compuso cancioues, en las que vertió con profusion el ve
neno de sus errores. Por este medio facil las gentes incau
tas tragaban la ponzoña casi sin percibirla. El Emperador
oyó con pena esta funesta division ; habló de ello á Eusebio,
quien le hizo creer que el mal no provenia sino de la aver
sion del Obispo Alejandro al sacerdote Arrio , y que per
tenecia á su piedad detener los progresos, imponiendo si
lencio á todos. Constantino, engañado de este modo, creyó
que bastaba escribir á Alejandro y á Arrio para exhortar
los á que se uniesen en unos mismos sentimientos. Con este
objeto envió á Alejandría á Osio , Obispo de Córdoba , en
quien tenia una particular confianza. Era éste un anciano
venerable que llevaba mas de treinta años de Obispo, que
habia confesado la fe en la persecucion de Maximiano, y
cuya fama era muy grande en toda la Iglesia. Llegado Osio
á Alejandría con la carta del Emperador reunió un sínodo
numeroso, y no omitió cosa alguna para reconciliar los es
píritus; pero encontró tanta fermentacion, que se vió obli
gado á volver á Nicomedia sin haber logrado cosa alguna.
Arrio y sus partidarios, por una obstinacion comun á todos
los herejes, rehusaron someterse al silencio que el Empe
rador les imponia. Por otra parte Alejandro y su clero, bien
seguros de estar en posesion de la verdad, cuyo depósito
debian conservar y trasmitir ileso, no podian consentir en
retenerla cautiva. Mas con todo, Osio logró con este viaje
la ocasion de hacer conocer al Emperador la verdad en to
da su estension, é imponerle en la gravedad del mal que
afligía á la Iglesia.

Concilio de Nicea (año 325).

El emperador Constantino, oyendo el poco efecto que su


carta habia producido , resolvió con consejo de los Obispos
reunir un concilio Ecuménico, estoes, universal, para dar
en tierra con el error y reprimir á sus partidarios. Bajo el
gobierno de los emperadores no habia sido posible reunir
estas sagradas asambleas ; pero siendo Constantino dueño
del mundo podia ejecutar muy bien este designio tan dig
no de su piedad , sin que sea posible dejar de admirar la
Providencia que hacia entonces la ejecucion tan facil, reu
niendo bajo el cetro de un solo hombre tantos y tan apar-
i
142
tados paises. La ciudad de Nicea fué escojida para la cele
bracion del concilio por estar cerca de Nicomedia, residen
cia de! Emperador. Constantino, pues, de acuerdo con San
Silvestre, estonces sumo Pontífice, envió cartas de invitacion
á todos los Obispos para que fuesen al sitio designado, y al
mismo tiempo dio orden á las provincias para que del te
soro imperial se les suministrasen carruajes y todas las de
más cosas que necesitasen para el viaje. El negocio era de
demasiada importancia para que los Obispos no respondie
sen á la convocacion con la mayor premura; asi es que en
poco tiempo y de todas las provincias del imperio se reu
nieron en Nicea trescientos diez y ocho Obispos, y además
un gran número de presbíteros y diáconos. Osio, el Obispo
de Córdoba, presidió el Concilio en nombre y representa
cion de S. Silvestre, que además habia enviado dos presbí
teros para legados suyos en el Concilio. San Alejandro, Obis
po de Antioquía, llevó consigo al diácono Atanasio, joven
todavía, pero á quien estimaba mucho por su virtud y su
ciencia, y el que le sirvió de mucho auxilio. Jamás ha habi
do asamblea tan venerable. Muchos de los Obispos que la
componian eran de una eminente santidad ; muchos lleva
ban todavía con gloria las cicatrices de las llagas que habian
recibido por Jesucristo en la última persecucion. Tal entre
otros se distinguia S. Pafnucio, Obispo de la Alta Tebaida,
á quien habian arrancado el ojo derecho. El Emperador le
hacia venir con frecuencia á su palacio, se entretenia ha
blando con él , y por una especie de devocion le besaba la
llaga que aún llevaba en el rostro. Llegado el dia de la se
sion pública , todos los que debian asistir se reunieron en
un gran salon , al que despues de todos los Padres concur
rió el Emperador en persona, dando las mayores muestras
de respeto á aquella augusta asamblea. Quiso ante todo que
los Obispos tratasen con entera libertad las cuestiones de la
fe. Se empezó, pues, examinando la doctrina de Arrio, á
quien se citó y oyó. Este tuvo la temeraria osadía de con
fesar y de sostener sus blasfemias en presencia del Concilio.
Todos los Padres se tapaban los oidos y dejaban ver la mas
viva indignacion. Se refutaron con vigor las novedades im
143
pías; se opuso á ellas la autoridad de los libros Santos y de
los escritos de los primeros Padres. El Concilio declaró pues
que Jesucristo es verdadero Dios, hijo de Dios, igual en
todo á su Padre, su virtud, su imagen siempre subsistente
en él; en fin, Dios verdadero. Como los arrianos, fecundos
en sutilezas y evasivas, tenian el arte de eludir la fuerza de
estas espresiones y de admitirlas sin renunciar á su error,
el Concilio no halló término mas propio para espresar la
unidad indivisible de naturaleza en las dos personas divi
nas que la palabra consubstancial. Esta palabra, que nin
gun subterfugio dejaba á la herejía , y que fué despues el
terror de los arrianos, espresaba claramente que el Hijo es
en. todo igual al Padre, y que es un mismo Dios con él. Los
arrianos se retiraron, mas los Padres del Concilio se afir
maron en conservar esta voz, que en seguida fue el caracter
distintivo de los católicos. Se redactó despues la profesion
solemne de la fe, que tan conocida es de todos con el nom
bre de Símbolo de Nicea. Todos los Obispos, á escepcion de
un pequeño número de arrianos, suscribieron este Símbolo
y pronunciaron el anatema contra Arrio y sus secuaces. En
virtud de este juicio, que la autoridad secular apoyó, pero
no previno, el Emperador condenó á Arrio á un destierro.
Tal fué la conclusion de esta célebre asamblea, cuya memo
ria ha sido siempre venerada en la Iglesia.

El Emperador se deja sorprender y destierra


a san Atanasio.

El espíritu de la herejía, siempre inquieto y turbulen


to, no pudo ser reprimido por los decretos y autoridad del
santo Concilio de Nicea. Los arrianos, aunque confundidos,
se dedicaron á suscitar nuevas turbulencias. Escribieron al
Emperador, y fingiendo que admitian la fe Nicena obtuvie
ron que se les alzase el destierro. En seguida trabajaron en
preocupar al Emperador con diversos artificios contra los
Obispos católicos, en especial contra S. Atanasio, que habia
144
sucedido á Alejandro en la silla de Antioquía, y á quien ellos
miraban como á su mas temible enemigo. Emprendieron
disculpar á Arrio en el ánimo del Emperador, haciéndole
creer que habia sido condenado solo porque se habia espli-
cado mal ; le representaron, que hallándose como se ha
llaba Arrio lleno de buenos sentimientos , sería una cosa
agradable á Dios el que mandase á Atanasio que lo reci
biese en su Iglesia. Este era un lazo que tendian al santo
Obispo ; ellos sabian muy bien que Atanasio se negaria
constantemente á admitirle, y por esta negativa le indis
pondrian con el Emperador. El doloso consejo fue adopta
do. Atanasio tuvo orden de recibir á Arrio bajo la pena
de ser depuesto de su silla. Los arrianos no se contentaron
con esto: publicaron además diversas calumnias contra el
santo, é hicieron tanto ruido que el Emperador creyó que
al menos era necesario examinar si unas acusaciones tan
graves tenian algun fundamento. Señaló pues una junta de
Obispos en la ciudad de Tiro para examinar la conducta de
Atanasio, y ordenó á éste que se presentase á ella. Los arria-
nos cuidaron de que los Obispos nombrados jueces fuesen
de su partido, y estos trataron al Santo de la manera mas
indigna. En primer lugar no le permitieron tomar asiento
en la asamblea, y despues le obligaron á que estuviese de
pie como un criminal que espera á que se pronuncie su
sentencia. El Santo prelado escuchó tranquilo las acusacio
nes que contra él hacian, y las refutó de modo que queda
ron cubiertos de ignominia sus acusadores. No pudiendo
oponer los arrianos cosa alguna á la evidencia de sus res
puestas se enfurecieron contra su persona, y le habrian sin
duda hecho pedazos si el comisario del Emperador no lo
hubiera arrancado de sus manos. Viendo san Atanasio que
su vida no estaba segura, lomó el partido de ir á Constan-
tinopla para justificarse ante el mismo Emperador. Míen-
tras su ausencia, los arrianos pronunciaron contra él la sen
tencia de deposicion, y no se avergonzaron de insertar en
la sentencia las mismas calumnias que tan vigorosamente
habian sido refutadas. Habiéndole seguido despues á Cons-
tantinopla añadieron contra él una nueva calumnia, muy
145
propia á hacer una grande impresion en el ánimo del Em
perador. Dijeron que Atanasio habia amenazado estorbar
que se trasportase á Constantinopla el grano que todos los
años se enviaba de Alejandría. El santo Obispo protestó
contra la impostura de semejante acusacion, pero Constan
tino preocupado le juzgó culpable y le desterró á Tréveris,
ciudad considerable de la Galia Bélgica, distante ochocientas
leguas de Alejandría. Atanasio partió al momento al lugar
de su destierro, y llegó á él al principio del año 336. Tal
es el triste destino de los príncipes: con las mejores inten
ciones cometen algunas veces las mayores injusticias, por
que están espuestos á ser engañados por los perversos, y á
entregar su confianza á hipócritas que toman las esterio-
ridades de la virtud para perseguir á la virtud misma.

Desgraciada muerte de Arrio ( año 336 ).

Los arrianos, orgullosos con el buen resultado de su in


triga contra san Atanasio, emprendieron restablecerá Arrio
en Alejandría. Este heresiarca, aprovechándose de la ausen
cia de san Atanasio entró en dicha ciudad, y fue á presen
tarse á la Iglesia ; mas el pueblo católico no lo pudo sufrir
y hubo con este motivo grandes desórdenes, que obligaron
al Emperador á mandarle que saliese y se presentase en
Constantinopla. Para indemnizarle de no haber sido reci
bido en la Iglesia de Antioquía, los arrianos resolvieron
hacer que fuese recibido con pompa y solemnidad en la de
Constantinopla. El Obispo de esta ciudad imperial era un
anciano venerable, y muy santamente adicto á la sagrada fe
de Nicea. Los arrianos trabajaron inutilmente con él para
persuadirle que -•admitiese á Arrio á su comunion. Viendo
que nada lograban se enfurecieron contra él, y le amena
zaron con que le depondrian ó que lograrian una orden del
Emperador para que le recibiese por fuerza. Esta ordi n ba
jó con efecto, y se habia escogido un domingo para el res
tablecimiento de este impío, á fin de darle mas publicidad.
PARTE I. 10
146
El Santo anciano entonces recurrió al cielo : se retiró á su
iglesia , y allí solo al pie del altar, con el rostro contra el
snelo y los ojos bañados en lágrimas, dirigió á Dios esta
humilde y fervorosa oracion: "Señor, si Arrio debe ser re
cibido en la Iglesia, os suplico me saqueis antes de este
"mundo; pero si teneis compasion de esta Iglesia vuestra,
«como no dudo, no permitais que sea profanada y hecha
«un lugar de escarnio." Al otro dia por la mañana se reu
nieron los partidarios de Arrio, y se dispusieron á condu
cirle á la iglesia á pesar del Obispo. Le acompañaban por
las calles como en triunfo, y se permitian discursos insultan
tes contra el Santo prelado. Cuando se acercaban á la pla
za desde donde se descubría ya la iglesia , Arrio se inmu
tó á la vista de todo el mundo , y habiéndosele movido el
vientre se vió obligado á abandonar su comitiva, y á en
trar en un lugar secreto que habia en la inmediacion. Co
mo le esperasen y viesen que tardaba mucho , entraron y
le hallaron muerto tendido en el suelo, nadando en su san
gre y con las entrañas fuera de su cuerpo. El horror de
este espectáculo hizo temblar á sus mismos partidarios.
Aquel sitio dejó de ser frecuentado; nadie se atrevia á acer
carse á él; y se le señalaba con el dedo como un monumen
to de la venganza divina. La noticia de este suceso se es
parció bien pronto por la ciudad, y á la mañana siguiente
el Santo Obispo al frente de su rebaño dió gracias á Dios,
no de que hubiese hecho perecer á Arrio, cuya infausta suer
te lloraba, sino porque se habia dignado repeler la herejía,
que marchaba con audacia á forzar la entrada del santuario.
El Emperador hizo profundas reflexiones sobre este aconte
cimiento , reconoció en él la mano de Dios , y concibió mas
aversion que nunca contra aquella secta impía. Conoció
tambien la falta que habia cometido desterrando á san Ata-
nasio, y se disponia á llamarle cuando la muerte vino á es
torbar su resolucion ; pero en fin dió la orden para que vi
niese antes de espirar.
147

San Atanasio vuelto de su destierro y justifi


cado ( año 337 ).

El emperador Constantino babia dejado tres hijos, lla


mados Constantino, Constancio y Constante, los cuales di
vidieron el imperio entre sí. El primero, bajo cuya domi
nacion se hallaban las Galias , restableció á san Atanasio
en su obispado ; le envió á Alejandría con una carta en la
que hacia grandes elogios de su virtud, y dejaba ver no
poca indignacion contra los enemigos del Santo. Dice en
ella, que al remitir al Santo prelado á su rebaño no hace
mas que poner en ejecucion el piadoso designio de su pa
dre, que le habría restituido por sí mismo si no le hubiese
prevenido la muerte. "Cuando haya llegado, añade el Em-
«perador á los antioquenos, conocereis todo el honor que
«hemos dispensado á Atanasio, lo cual no os debe sorpren-
uder, porque nos ha movido á ello la afliccion en que es-
«tábais por su ausencia, y el profundo respeto que nos ha
«inspirado su mucha virtud. " El Santo patriarca atravesó
la Siria, y llegó por fin á Alejandría. Fue recibido en es
ta ciudad con indecibles demostraciones de alegría. El cle
ro y los fieles corrian en tropel á verle: todas las iglesias
resonaban con cánticos de acciones de gracias. Los ene
migos del Santo se picaron y ofendieron de esto; empeza
ron á quejarse de su vuelta como de un atentado contra los
cánones, diciendo que no podia ser restablecido en su Igle
sia mas que por la autoridad de un Concilio. Inventaron
contra él nuevas calumnias, y pusieron en juego todos los
resortes de la intriga para perderle. Lograron atraer á sus
intereses al emperador Constancio, á quien habia caido en
suerte el imperio de Oriente. Representaron á Atanasio á
los ojos de este imbecil Emperador como un espíritu in
quieto y turbulento, que despues de su vuelta habia escita
do sediciones; le acusaron falsamente y sin ninguna prue
ba de haber retenido el grano destinado al alimento de las
148
viudas y eclesiásticos que habitaban los países en que no
se cogia trigo. No fue dificil al Santo prelado el demostrar
la falsedad de estas acusaciones; pero la calumnia aunque
descubierta dejó funestas preocupaciones en el ánimo de
Constancio. Este desgraciado príncipe se habia entregado
á los arrianos: nada escuchaba sino lo que le decian contra
Atanasio, y cerraba los oidos á todo lo que podia servir á
su justificacion. Los enemigos del Santo Obispo obtuvieron
del Emperador el permiso de elegir un nuevo patriarca de
Alejandría en lugar de Atanasio; este era todo su objeto,
y asi no perdieron tiempo en llenarle. Obtenida la licen
cia se reunieron al momento, depusieron á Atanasio, y
ordenaron para que le sucediese á un presbítero llamado
Pisto. Este mal sacerdote, igualmente que el Obispo que le
consagró, habian sido escomulgados en el Concilio de Ni-
cea. El Papa, instruido de esta ordenacion cismática, negó
su comunion al intruso, y todas las iglesias católicas lo es
comulgaron. Asi es que Pisto no pudo tomar nunca pose
sion de la dignidad que queria usurpar. La Iglesia católica
ha detestado siempre el cisma; siempre ha alejado de sí
con horror á los que se han apoderado de una silla cuyo
legítimo pastor vive y es reconocido por ella; en todos
tiempos ha declarado que un usurpador de esta clase ca
rece de poder y de toda jurisdiccion ; que no es un Obispo
sino un adúltero; no un Pastor, sino un ladron; un lobo
que se ha introducido furtivamente en el redil para disipar
y degollar el rebaño. San Atanasio, oprimido por los ene
migos de la Religion, que eran los suyos , escribió al Papa
para pedirle justicia de este atentado. En seguida se per
sonó él mismo en Roma para poner al Sumo Pontífice al
corriente de todo lo acaecido. La Silla apostólica se halla
ba entonces ocupada por san Julio, quien acojió con la ma
yor bondad al Santo prelado, y reunió un Concilio para juz
gar este negocio. San Atanasio fue justificado en este res
petable tribunal, y confirmado por él en la posesion de su
silla. Aún se conserva la carta que el Santo Pontífice escri
bió con este motivo; en ella defiende la verdad con un vi
gor digno del gefe y cabeza de los Obispos. Se ve por ella,
149
y por todo este ruidoso negocio, que desde el principio de
la Iglesia se recurria al Papa, sucesor de san Pedro, á quien
el mismo Jesucristo habia encargado todo su rebaño, en
todas tas causas de alguna gravedad que interesaban la fe
ó la disciplina. Los mas grandes Obispos de toda la anti
güedad se han dirigido siempre al Sumo Pontífice para que
se reformasen los juicios injustos que se habian pronuncia
do contra ellos. Se ha reconocido pues siempre en el Pa
pa, no solamente una primacía de honor, sino un primado
de jurisdiccion y de autoridad que se estendia á toda la
Iglesia. Esta primacía se ha mirado siempre, y se mira hoy
por todos los que no son novadores y lobos vestidos de piel
de oveja para destrozar el rebaño de Jesucristo, como un
artículo de fe.

Desórdenes y violencias cometidas por los.


cismáticos.

El poco efecto que habia tenido la temeraria empre


sa del primer usurpador no desconcertó á los enemigos de
san Atanasio. Tomaron por segunda vez mejor sus medidas
para establecerá otro Obispo de Alejandría, y para hacer
le recibir en esta Iglesia. Eligieron á un capadocio llama
do Gregorio, y con la autoridad del Emperador le pusie
ron á mano armada en posesion de la silla de san Atana
sio, que se vió obligado á huir. Con este motivo come
tieron impiedades y escesos horribles. Se vió entonces, lo
mismo que se ha visto hartas veces despues, la horrorosa
intolerancia de los herejes , y los furores á que los condu
ce el espíritu del error que los anima cuando se hallan sos
tenidos por la autoridad suprema. La intrusion violenta de
Gregorio habia alarmado á los alejandrinos. El pueblo ca
tólico frecuentaba las iglesias que estaban todavía abiertas.
El oficial comisionado por el Emperador ganó al populacho,
á los judíos y á las gentes desarregladas, reunió los pillos
y la juventud mas insolente de las plazas públidas, los aren
150
gó, y los envió divididos en tropas contra los católicos que
estaban en las iglesias. Estos pacíficos y virtuosos ciudada
nos faeron los unos pisoteados, los otros muertos á palos, ó
pasados al filo de las espadas. Los sacerdotes eran lleva
dos arrastrando al tribunal del gobernador, y golpeados á
presencia del intruso Gregorio cuando rehusaban comuni
car con los impíos. Las vírgenes consagradas á Dios fue
ron despojadas de sus vestidos y azotadas con manojos de
varas. Se quitaba el pan á los ministros del templo para
hacerlos morir de hambre; y lo que hace aún mas horroro
sa la atrocidad de esta conducta , es que se verificaba todo
esto en los santos dias que preceden á la Pascua, ó en la
Semana Santa. El mismo dia del Viernes Santo entró Gre
gorio con una escolta de soldados idólatras en una iglesia
de que se queria apoderar, é hizo azotar públicamente
y aprisionar treinta y cuatro personas vírgenes y matro
nas decentes las mas de ellas. Asi se apoderó de todas las
iglesias , de suerte que el clero y el pueblo católico se vie
ron reducidos á desterrarse del lugar santo ó á comunicar
con el impío intruso. El Papa tomó la defensa de san Ata-
nasio, y en un Concilio de ciento setenta Obispos declaró
nula la ordenacion del intruso; mas esto no impidió el que
muerto Gregorio no le nombrasen un sucesor los enemigos
de la fe, renovando todas las bárbaras escenas de la prime
ra usurpacion. Los cismáticos alborotaron al pueblo, que se
habia reunido á hacer oracion. Ellos arrebataron de sus
casas á muchas vírgenes sagradas é insultaron á otras en
la calles, especialmente por medio de sus mugeres, que pa
seándose con insolencia por las calles como bacantes bus
caban la ocasion de ultrajar á las señoras católicas. Esta
persecucion no ejerció sus furores en Alejandria solo, sino
que se estendió á todo el Egipto. El Emperador dió una
orden para que fuesen arrojados de sus sillas todos los Obis
pos católicos. En su lugar eran colocados jóvenes liberti
nos , que trataban los negocios de la Iglesia como objetos
de una política toda mundana. Estos falsos pastores empe
zaron á corromper la fe en el Egipto, en donde la doctrina
católica habia sido predicada hasta entonces con una ente
151
ra libertad ; y como los verdaderos fieles se alejaban de
ellos, fue esto un nuevo motivo de ultrajarlos, de encerrar
los en prisiones y de confiscar sus bienes. El cisma ha apa
recido despues muchas veces en la Iglesia, pero siempre con
estos mismos caracteres ; sus rasgos delineantes son tan pa
recidos que es imposible equivocarse. Las mismas escenas,
las mismas indecencias, las mismas violencias han seguido
siempre sus inmundos pasos. Es necesario pues que el con
junto de todas estas cosas forme, si se puede hablar asi,
su fisonomía natural. Asi es que no puede ni debe ponerse
en disputa de qué lado esté nunca el cisma, porque la cosa
no es dudosa. En todos los tiempos han sido los persegui
dores los cismáticos, y los perseguidos han sido siempre los
católicos.

El emperador Constancio llena de turbaciones


á toda la Iglesia (año 355).

Habiendo quedado Constancio dueño único del imperio


por la muerte de sus dos hermanos, publicó un edicto pa
ra obligar á todos los Obispos á que suscribiesen á la con
denacion de san Atanasio bajo la pena de destierro. Creia
este fanático protector de la heregía que para destruir la
fe de Nicea era necesario antes perder á su mas celoso de
fensor. Para verificar este objeto hizo reunir á los Obispos
en Arlés y despues en Milán, adonde se presentó él mis
mo como acusador. Los Obispos le representaron que no
podian condenar á Atanasio sin infringir los santos cáno
nes. "Pues bien, les respondió, mi voluntad debe serviros
«de cánones; de consiguiente obedeced, ó si no marchad
«al destierro." Le respondieron con la debida modestia
que el imperio no era suyo, sino de Dios que se lo habia
confiado, y que debia por temor de sus juicios no confun
dir el gobierno de la Iglesia con el del Estado. Esta res
puesta, tan digna de la firmeza episcopal, puso á Constan
cio furioso, pues tiró de la espada y dió orden de que fue
152
sen llevados algunos Obispos al suplicio ; pero mudando
luego de parecer se contentó con desterrarlos. Los que re
husaron pues suscribir fueron espelidos de sus sillas, y fue
ron puestos en su lugar Obispos de la faccion arriana. El
Papa Liberio, que mostró en un principio mucha firmeza,
fue desterrado á Berea en la Tracia ; pero sucumbiendo po
co despues á los tormentos y á las incomodidades del des
tierro tuvo la debilidad de firmar la condenacion de san
Atanasio: no obstante se levantó con mucha prontitud de
esta caida, y reparó noblemente el escándalo que habia da
do (1). Poco tiempo despues el Emperador, mas ocupado en
turbar la Iglesia que en gobernar el imperio, hizo juntar
un concilio en Rímini, en Italia, al mismo tiempo que se ce
lebraba otro en Seleucia, en el Oriente. Este último, mucho
menos concurrido, no tuvo efecto alguno, y se separó sin
concluir nada. El concilio de Rímini mientras tanto que
gozó de libertad sostuvo la verdad católica, rehusó admi
tir una nueva profesion de fe, v declaró que era indispen
sable atenerse al símbolo de Nicea, en el que nada habia
que quitar, y al que nada habia que añadir; por último
anatematizó a Arrio y á sus secuaces. Los Obispos en nú
mero de trescientos veinte suscribieron este decreto , y los
arrianos que se negaron á hacerlo fueron condenados y de
puestos. Mas el Emperador avisado por los arrianos envió

(i) Esta es la caida con que tauto ruido meten los enemigos del catolicismo
para impugnar la infalibilidad del Sumo Pontífice. Pero suponiendo que ella sea
cierta, lo cual es muy dudoso , porque sabemos que los arrianos no se detentan
en forjar firmas y documentos falsos para seducir á los pueblos con nombres ilus
tres arrastrados á su partido, con todo nada conduje. ¿í Papa no es infalible si
no en casos que concieroen á la fe y á las costumbres ; y esto cuando decide de
ellos con entera libertad y segun, las fórmulas prescritas por los cánones, ó como
dicen los teólogos ex cathedra. Pues ahora, ¿qué tiene que ver la condenacion de
un Obispo con las costumbres ni con el dogma? Ni aunque tuviese, ¿ dónde tenia
Liberio la libertad necesaria para consultar, para decidir como Pontífice? Se le
arrancó la suscricion á fuerza de tormentos, á los que no era estraño sucumbiese
un anciano respetable y delicado. Y la violencia ¿que prueba? La voluntad del que
la ejerce, y la falta de Hbertad en quien la sufre. Luego Liberio, si es verdad que
firmó, y si en firmar hubo error, lo que no se probará nunca, no cayó como Pontífi
ce sino como hombre , y ningun católico ha negado que el hombre-Papa pueda
errar.
153
orden al prefecto Taurus ó Tauro, de que no permitiese
á nadie separarse del Concilio hasta tanto que los Obispos
hubiesen firmado una fórmula nueva muy capciosa , en la
que no se hallaba la palabra consubstancial; y al mismo
tiempo le autorizaba para que enviase al destierro á los
quemas se distinguiesen en no admitirla. La fórmula se
presentó, y los Padres, fastidiados de hallarse tanto tiempo
fuera de sus iglesias é intimidados por las amenazas de
Taurus, se dejaron engañar de los arrianos, y creyendo qué
el sentido de la palabra consubstancial se hallaba espresado
por otros términos , suscribieron una fórmula cuyo veneno
no descubrieron. Los arrianos no tardaron en cantar el
triunfo. Luego que los Padres de Rímini conocieron el frau
de manifestaron su indignacion y su pesar: todos conde
naron altamente el mal sentido que daban los arrianos á la
fórmula suscrita , y declararon su adhesion á la fe de Ni-
cea : y esto es lo que dió lugar ó motivo al dicho de san
Gerónimo, que el mundo se asombró al verse arriano; lo
que pueba que no lo era , pues nadie se asombra de verse
tal como es. Todo el defecto por consiguiente de los Padres
de Rímini fue el haber dado lugar, por sorpresa y sin pen
sar en ello, al triunfo de los arrianos. Por otro lado, el
mayor número de Obispos esparcidos por toda la Iglesia
ninguna parte tuvo en la seduccion; al contrario, todos ellos,
con el Papa Liberio á su cabeza, declamaron contra este es
cándalo y desaprobaron las actas del Concilio de Rímini.
Tan cierto es que la enseñanza pública de la fe no varió
ni faltó entonces en la Iglesia, que san Atanasio decia dos
años despues de este Concilio en su carta al emperador Jo
viano. "La fe de Nicea que confesamos ha sido la fe de
«todos los tiempos; todas las Iglesias la siguen; las de Es-
«paña, Inglaterra, las Galias, la Italia, la Dalmacia, la
ffDacia, la Misia, la Macedonia, las de toda la Grecia, de
«toda el Africa, las de las islas de Cerdeña, de Creta, de
«Chipre, de la Panfilia, de la Licia, de la Isauria, del
«Egipto, de la Libia, del Ponto, de Capadocia, todas tie-
«nen la misma fe, lo mismo que todas las del Oriente, á
«escepcion de un muy pequeño número." Asi es que no
154
solo el imperio romano todo, sino todo el universo hasta
los pueblos mas bárbaros pensaban de una misma manera;
y jamás hubo mas que un número muy pequeño adicto al
error comparándole con el de los que le abominaban. Ni
el Concilio de Rímini , ni las largas y crueles persecucio
nes de Constancio, ni el favor que este príncipe concedió
á los arrianos, nada, nada pudo alterar la fe de la Iglesia
católica.

Apología de Osio.

Poco despues del Concilio de Rímini hubo de morir


el célebre español Osio , Obispo de Córdoba , cuyo saber
y cuyas virtudes le dieron una grande autoridad en la
Iglesia y en el Estado. Apenas ha habido otro hombre de
tan universal reputacion en todo el mundo; y lo mas glo
rioso para él es que esta reputacion era justamente mere
cida. Los Emperadores y los Papas confiaban igualmente
en él, y jamás desmereció la confianza de los unos ni de los
otros. Jamás usó de la autoridad que las supremas potes
tades le conferian mas que para obrar el bien, y asi logró
lo que dificilmente se habia visto en el mundo: un supremo
valimiento sin émulos ni enemigos. Al fin los enemigos de
la justicia y de la verdad le persiguieron y calumniaron;
pero esto le era indispensable para que su gloria fuese com
pleta, porque ningun hombre grande ha habido á cuya ele
vacion no haya contribuido mucho la escuela práctica de
la adversidad. No sabemos á punto fijo el año de su naci
miento, pero suponemos que fue Córdoba su patria: en ella
desplegó tan desde luego sus talentos y sus virtudes, que
habiéndose visto privada de Pastor aquella Iglesia le eli
gió para su prelado, en un tiempo en que ni las letras ni
la santidad bastaban separadas para llenar esta dignidad,
sino que era necesario el que se hallasen reunidas en un
mismo sugeto. Las persecuciones humeaban todavía , y sus
restos presagiaban una nueva, que aunque debia ser la úl
155
tima debia esceder á todas las que la habian precedido. Era
pues necesario al frente de las iglesias hombres capaces de
persuadir el desprecio de todo, basta de la vida, por amor
de Jesucristo, y tan santos que se hallasen en disposicion
de dar los primeros el ejemplo de este desprecio. Asi es
que cuando Daciano, revestido de todo el carácter feroz de
Maximiano su amo, visitó la Bética para destruir en ella
hasta la memoria del cristianismo, encontró en Osio una
roca contra la que se estrellaron sus furores. Le atormen
tó, y aun quiso afrentarle señalando con un hierro encen
dido su cara ; pero lo que adelantó fue ennoblecerle mas,
pues sin duda esto fue lo que movió á Constantino conver
tido á llamarle á su lado; asi como los talentos que descu
brió en él, su prudencia, su carácter y demás prendas fue
ron las que le movieron luego á depositar en él su confian
za : y desde entonces nada hubo grande en que Osio no
interviniese, con tal tino que los griegos, tan avaros como
eran de elogios, le llamaban el milagro del mundo, y el ver
dadero Osio, que significa en su lengua sanio. Que no es-
cedian en estas alabanzas lo comprueban el Concilio de
Alejandría, que reunió para juzgar de la fe de Arrio; el de
Nicea, cuyo símbolo compuso segun dicen; el de Sárdica,
donde presidió; y además lo demostraron los mismos arria-
nos, que á voz en grito decían no estaban contentos ni satis
fechos mientras el grande Osio existiese, y existiese contra
ellos. De ahí es que no dejaron piedra por mover para
atraerle á su partido , ó cuando menos para hacer creer al
mundo que el grande hombre pensaba como ellos. Mas to
do fue inutil ; Osio perseveró siempre firme en la fe Nice-
na, y esto le proporcionó el ser desterrado , perseguido y
maltratado de los hereges, en términos de causarle gra
vísimos males en su muy avanzada edad: pero asi se acri
soló mas y mas su virtud. Los padecimientos no le hicie
ron vacilar, y habiendo llevado su fe íntegra al sepulcro,
coronó con la muerte de un martir una vida consagrada
toda al servicio de la Iglesia de Jesucristo. Su memoria ha
padecido algunas sospechas, porque no faltaron herejes que
quisieron afirmar habia Osio sucumbido al formulario de
156
Rímini, al modo sobre poco mas ó menos que sucumbió el
Papa Liberio; pero esto es evidentemente falso. San Ata-
nasio, que habló de la debilidad de Liberio, hubiera habla
do de la de Osio, y no era regular que hubiese escrito de
él como escribió, esto es, dándole las mas sinceras alaban
zas. Para disculparle bastaba que hubiera indicado sus años.
Pero no trató de disculpas porque no eran necesarias, y
le tributó elogios, porque hasta el fin no dejó Osio de
merecerlos. Añádase que lo único que se halla escrito so
bre la caida del ilustre Obispo de Córdoba se escribió mu
chos años despues de su muerte por unos fanáticos herejes
que todo lo veian al través del prisma de su error. Es mas
que probable que forjaron de intento calumnias con que de
nigrar los nombres mas ilustres, y las distribuyeron á su
antojo para apoyarse á sí mismos engañando á la posteri
dad. Si la que colgaron á Osio no tiene este fundamento,
diremos que los arrianos, ya que en vida nopudieron atraer
le á su partido, quisieron autorizarse con su nombre luego
que murió; y como ya él no podia desmentirles lo escribie
ron asi, y de esto tomaron los otros ocasion para inquietar
las cenizas del ilustre defensor de la consubstancialiáad del
Verbo. Pero sea lo que quiera nunca pasará de una infun
dada calumnia, contra la cual estará siempre el testimonio
de san Atanasio.

Celo de San Hilario de Poitiers por la fe de


Nicea (año 353.)

Dios suscitó en las Galias un ilustre defensor de la con


substancialidad de su Hijo en la persona de S. Hilario, Obis
po de Poitiers. Este Santo prelado hizo en el Occidente lo
que S. Atanasio hacia en el Oriente: se opuso con un valor
inalterable á la impiedad de los arrianos, logrando la dicha
de preservar á su patria del contagio, manteniendo en ella
la fe ortodoxa. Como el emperador Constancio trabajaba ya
hacia años en diseminar el arrianismo , presentó el Santo á
157
este príncipe una representacion , en la cual le suplicaba
hiciese cesar las injustas persecuciones que sufrian la ma
yor parte de las Iglesias, privadas de sus pastores y entre
gadas á falsos Obispos que se apoderaban á mano armada
de ellas. La libertad generosa con que hablaba al Empera
dor se habia hecho necesaria. El además se opuso «on vigor
á las intrigas de Saturnino, Obispo de Arlés, tan criminal
por sus vicios como por sus relaciones con los arrianos, los
cuales le protegian poderosamente. Constancio, informado
por Saturnino del celo de S. Hilario, desterró al Santo pre
lado á la Frigia. Este destierro fue un golpe de la divina
Providencia, que hace servir á la ejecucion de sus designios
la mala voluntad de los hombres. El Emperador convocó
poco despues un Concilio en Seleucia con el objeto de anu
lar los cánones de Nicea. Como los herejes estaban dividi
dos entre sí y formaban dos partidos opuestos, S. Hilario
fue llamado á este Concilio por uno de los partidos que es
peraba ganarle , y con su auxilio superar y confundir al
partido contrario. El Santo prelado marchó á Seleucia , y
defendió allí la fe de Nicea con una firmeza que impuso á
los enemigos de la verdad. En seguida marcho á Constan -
tinopla, pidió al Emperador una conferencia pública para
combatir en ella y á presencia suya á los herejes, y demos
trarles la falsedad de su doctrina por las continuas varia
ciones que en ella hacian. "Desde el santo Concilio de Ni-
«cea, dice, hasta hoy no han hecho mas que componer sím-
« bolos y formularios esos á quien concedeis vuestra con-
« fianza; su fe no es la fe del Evangelio, sino la de las con
jeturas; en solo el año pasado han mudado cuatro veces
«su símbolo; entre ellos la fe varia como las voluntades, y
«la doctrina sigue los pasos de sus costumbres. Todos los
«años y aun todos los meses producen símbolos nuevos,
«destruyen hoy lo que ayer hicieron, y anatematizan ahora
«lo que antes habian sostenido. Ellos no hablan mas que de
«Escritura santa y de fe apostólica , pero esto es solo para
«seducir á los incautos, y para atentar con mas seguridad
«contra la doctrina de la Iglesia. " Estas reflexiones habrá
mucho lugar de aplicarlas á las diversas herejías que ha
158
abortado el infierno despues del siglo de S. Hilario. Los
arrianos, que temian el celo ardoroso de este Santo y la
fuerza de sus razones, evitaron la conferencia que pedia, y
para libertarse de un hombre tan temible para ellos per
suadieron al Emperador que le enviase á su Iglesia. El san
to Obispo al volver á su diócesis atravesó la Iliria y la
Italia. Por todas partes animaba á los cristianos débiles que
vacilaban en la fe. A su llegada á las Galias, su primer cui
dado fue remediar los males de la Iglesia. Saturnino fue
escomulgado y depuesto como reo de herejía y de muchos
otros crímenes. La vuelta del Santo prelado produjo los mas
felices" efectos; la fe se restableció en toda su pureza, la dis
ciplina de la Iglesia recobró su antiguo vigor, los escánda
los cesaron, y la paz sucedió á las turbulencias. La muerte
del emperador Constancio, que se verificó en el año 361,
acabó de asegurarla , quitando por ahora á los arrianos su
principal apoyo.

San Martin Turonense, Obispo (año 360).

El mas ilustre de los discípulos de S. Hilario fue san


Martin, quien se adhirió particularísimamente á este gran
de Obispo, cuyas virtudes admiraba y en cuyos combates
por la fe tuvo siempre alguna parte. Martin habia nacido
en Sabaria, ciudad de la Pannonia, de padres idólatras.
Dios le previno desde niño con bendiciones tan singulares,
que á los diez años se fue por sí mismo á la iglesia de los
católicos y pidió que se le pusiese en el número de los ca
tecúmenos. Como su padre era tribuno se vió obligado á
seguir el partido de las armas; mas esta profesion, que pa
ra tantos otros es una escuela de libertinage y de desórde
nes, fue para él el aprendizage de las virtudes mas herói-
cas. Se distinguia sobre todo por un muy tierno amor á los
pobres; nada podia negarles; y distribuia en socorrerlos to
do lo que le sobraba y podia ahorrar del sueldo de un sol
dado. Un dia de invierno rigoroso halló á la puerta de
159
Amiens un pobre que mendigaba, todo aterido por el esce-
sivo frio. Este espectáculo escitó la caridad del Santo sol
dado de á caballo, pero nada le quedaba por entonces mas
que sus armas y su uniforme. Con todo, sin detenerse ni
titubear tira del sable, corta la mitad de su clámide ó
manto, y lo da al pobre para que se abrigase. Una accion
tan hermosa no quedó sin recompensa. A la siguiente no
che vió Martin en sueños á Jesucristo vestido con aquel
pedazo de manto, y le oyó que decia á los ángeles que le
acompañaban: "El catecúmeno Martin cubrió mi desnudez
«con este manto." Esta consoladora vision le determinó á
pedir el bautismo, y desde que lo recibió no pensó mas que
en dejar el servicio. Atraido al lado de S. Hilario por la
gran reputacion de este santo Obispo, edificó á dos leguas
de Poitiers un monasterio, al que se retiró con algunos dis
cípulos. Salia de vez en cuando de su retiro para ir á pre
dicar la fe á los idólatras, que aún existian en gran núme
ro en las aldeas de los contornos, y Dios autorizó el celo de
su siervo con muchos y brillantes milagros. No tardó en
ser conocido su nombre en todas las Galias, y en todas par
tes se le juzgó por muy digno del obispado. El pueblo de
Tours le pidió por su pastor, mas fue necesario valerse de
ardides y aun de violencia para arrancarle de su soledad.
En la silla de Tours fue Martin el mismo que habia sido en
su monasterio ; nada cambió ni en sus hábitos ni en su me
sa; no quiso honrar su dignidad mas que con sus virtudes.
La destruccion de la idolatría fue el objeto mas ordinario
de sus trabajos: recorrió muchas veces la Turena con un ce
lo infatigable, y sus discursos y los milagros que los acom
pañaban convertian en todas partes á los infieles. Estando
un dia en un lugar lleno de paganos, despues de haberlos
exhortado á abandonar sus envejecidas supersticiones em
prendió moverlos á que echasen por tierra un arbol grueso
y antiguo que era un objeto de idolatría. Los paganos no
quisieron consentir en ello sino con la condicion de que el
Santo se pondria al pie del arbol y del lado por donde de
bia caer. Martin lleno de fe aceptó la condicion. Se cortó
de consiguiente el arbol; pero en el momento de su caida,
160
y cuando ya inclinado parecia inevitable el que le aplastase,
hizo el Santo Obispo la señal de la cruz, con lo cual el ar
bol se enderezó de nuevo y fue á caer del otro lado con
grande asombro de los idólatras, que pidieron todos el bau
tismo. El Santo Obispo no interrumpia sus misiones sino
por otras obras de caridad; algunas veces iba al lado de los
príncipes á interceder por los desgraciados , como fué dos
veces a Tréveris, donde estaba el emperador Máximo; pero
el Santo pedia siempre como Obispo con un tono de digni
dad que imponia al mismo príncipe. Máximo con todo
concibió una profunda estimacion del Santo prelado, y le
convidó muchas veces á comer á su mesa. San Martin re
sistió por el pronto, pero despues juzgó que debia prestar
se á la invitacion. El Emperador se alegró tanto de ello,
que llamó á los mas distinguidos de su corte como si fuese
una fiesta solemne. El Santo Obispo estaba á la mesa con
un sacerdote de la iglesia de Tours de quien iba siempre
acompañado. Cuando se sirvió de beber, el Emperador hi
zo seña al oficial que diese la copa á S. Martin, creyendo
que éste se la alargaria despues á él, y asi tendria la dicha
de recibirla de su mano; pero el Santo Obispo la presentó
al sacerdote su compañero como á la persona mas respe
table de la compañía. Esta accion no desagradó al príncipe,
quien antes bien alabó al Santo por haber preferido á la po
testad imperial el honor del sacerdocio de Jesucristo. Tan
tas virtudes pues, á quien esmaltaban innumerables mila
gros, hicieron á S. Martin muy célebre en toda la Iglesia.

El emperador Juliano trata de restablecer el


paganismo (año 363).

Juliano, que sucedió al emperador Constancio, abando


nó el cristianismo, y eso fue lo que le mereció el sobre
nombre de Apóstala. Subido sobre el trono empezó su rei
nado concediendo á cada uno el libre ejercicio de la Reli
gion que hubiese adoptado, y alzando el destierro á los que
i6I
lo sufrian por esta causa. Obraba asi, no tanto por gran-
gearse el amor de los pueblos, cuanto por hacer odioso el
gobierno de Constancio. San Atanasio se aprovechó de esta
libertad y volvió á Alejandría. Su entrada en esta ciudad
fue un verdadero triunfo; el pueblo salió á recibirle á una
jornada de camino, y en tanto número que parecia haber
se reunido todo el Egipto; los techos de las casas y los ár
boles del camino estaban ocupados por la gente que se
agolpaba para tener la dicha de verle; se miraba como una
bendicion el recibir la sombra de su cuerpo Pero la ale
gria que causó esta vuelta del Santo prelado no fue de lar
ga duracion. El Emperador, que á algunas buenas cualida
des juntaba un espíritu falso y estravagante, habia conce
bido el insensato proyecto de destruir el cristianismo, y de
restablecer el culto de los ídolos. Para verificarlo espulsó
de nuevo á S. Atanasio de Alejandría, y este grande hom
bre se vió obligado á ocultarse para evitar los malos trata
mientos que le amenazaban. Entretanto Juliano no empleó
la violencia sino la seduccion; fomentó las divisiones entre
los católicos y los herejes para debilitar á aquellos por me
dio de éstos, y despues dar á todos un golpe que acabase
por destruirlos. La libertad de religion que dejaba en apa
riencia á los cristianos, en el fondo era una esclavitud hor
rorosa: no los condenaba á muerte por un edicto general,
pero tomaba por todas partes las medidas mas seguras para
aniquilarlos. Todos los favores se prodigaban á los idóla
tras: los cristianos no recibian del Emperador otra cosa
que desprecios, que vejaciones, que desgracias. Sobretodo
se aplicó este príncipe á envilecer al clero, y todo cuanto
podia pertenecer de cerca á la Religion que aborrecia. Con
estas miras quitó á los eclesiásticos sus privilegios, y su
primió las pensiones destinadas á la subsistencia de los clé
rigos y de las vírgenes consagradas á Dios. Al mismo tiem
po decia burlándose que hacia esto para conducirlos á la
perfeccion de su estado, obligándoles á practicar la pobre
za evangélica. Con este motivo los eclesiásticos tuvieron
mucho que sufrir: se les aprisionaba, se les daba tormento
para obligarlos á descubrir y entregar los vasos y ornamen-
PAR.TE 11
162
tos sagrados, y se les insultaba públicamente sin que nadie
tomase su defensa. Las iglesias eran saqueadas, profanadas
ó demolidas; los sepulcros de los Santos se vieron trastor
nados del todo, y sus huesos y cenizas dispersados. Juliano
procuraba al mismo tiempo ganar con halagos y promesas
á los cristianos débiles en la fe. La firmeza de los que se
resistian á sus pérfidas sujestiones era mirada como un cri
men de estado. Al contrario, á los que se dejaban vencer y
sacrificaban su conciencia á la fortuna, se les llenaba de ho
nor y de favores. La apostasía conducia á todos los em
pleos; los talentos y el mérito quedaban postergados á su
vista; ella borraba todos los crímenes cometidos antes, y
daba derecho para cometer impunemente otros nuevos. Ju
liano hizo una ley para escluir á los cristianos de toda cla
se de magistratura, so color de que por el Evangelio les es
taba prohibido el uso de la espada. Si se les disputaba algun
derecho, los despojaba al momento de él, y ni aun les per
mitia el que se defendiesen en los tribunales. "Vuestra
«Religion, les decia, os prohibe los pleitos y las querellas."
Las ciudades que se señalaban protegiendo la idolatría es
taban seguras de benevolencia; y por el contrario, las po
blaciones cristianas solo injusticias recibian de él. Rehusaba
oir á los diputados que las ciudades cristianas le enviaban,
despreciaba sus representaciones , y por último, prohibió á
los cristianos enseñar y aprender las letras humanas, por
que sabia muy bien que son útiles para confundir el error
y defender la verdad ; pero daba por motivo que los cris
tianos debian permanecer en la ignorancia, y creer sin ra
ciocinar. Este género de persecucion acaso habria sido mas
funesto á la Iglesia que la crueldad de los Nerones y los
Dioclecianos, si Dios, que la proteje, no hubiese acortado
los dias de este Emperador, y no hubiese trastornado de es
te modo un proyecto tan infernal, destruyendo á su malva
do autor con un soplo de su boca.
163

Juliano emprende reedificar el templo de Jeru


salén. — Su muerte (año 363).

Esforzándose Juliano á destruir la Religion cristiana,


suministró al mundo una nueva demostracion de la divini
dad de su autor y de la verdad de sus oráculos. Conocia el
apóstata las profecías que anuncian como irreparable la
ruina del templo de Jerusalén, y sabia que habia dicho Je
sucristo no quedaria de él piedra sobre piedra. Para des
mentir pues á las Escrituras emprendió ta reedificacion del
templo, y aun cuando no amaba á los judíos, los invitó el
mismo á cooperar á su empresa. Al mismo tiempo suminis
tró las sumas necesarias, y envió á Jerusalén para activar
del modo mas enérgico la ejecucion de sus órdenes á un
oficial de su mayor confianza, llamado Alipio. Bien pronto
los judíos concurrieron de todas partes en tropas á la ciu
dad santa , y una multitud innumerable de trabajadores se
reunió sobre el terreno que ocupó el antiguo templo. Se
limpió el sitio, se cavó en derredor toda la tierra, y se tra
bajó con ardor en arrancar los antiguos cimientos. Los an
cianos, los niños y aun las mugeres tomaban con el mayor
placer todos una parte activa en los mas rudos trabajos:
en las faldas de sus vestidos recibian y sacaban éstas las
piedras y la tierra de los escombros. Entretanto Cirilo,
Obispo de Jerusalén, se reia de sus esfuerzos; decia públi
camente que habia llegado el tiempo de que se cumpliese
á la letra el oráculo del Salvador, que habia dicho no que
daria piedra sobre piedra de aquel vasto edificio. En efec
to, cuando los cimientos primitivos del antiguo templo es
tuvieron demolidos, sobrevino un horrible temblor de tier
ra que rellenó las zanjas, dispersó los materiales que se ha
bian reunido, trastornó las casas y edificios de las cercanías,
y mató ó hirió á los trabajadores. Los trabajos hechos que
daron de consiguiente arruinados y perdidos, pero la obs
tinacion de los judíos no se dió con todo por vencida : un
164
poco repuestos del temor volvieron á poner manos á la
obra. Entonces salieron del seno de la tierra globos terri
bles de fuego, que lanzaron sobre los trabajadores las pie
dras que querian colocar en los cimientos y consumieron
todas las herramientas. Este terrible fenómeno se repitió
muchas veces; y lo que mostraba evidentemente en él la ac
cion del inefable poder que juega con la naturaleza , es que
el fuego aparecia tantas veces cuantas se principiaba el tra
bajo, y no cesaba jamás sino cuando le abandonaban del to
do. Un prodigio tan constante y tan fuera de toda sospecha
llenó de admiracion á todos cuantos le vieron. Bastantes
judíos, y todavía muchos mas idolatras, pidieron el bautis
mo. El Emperador, ciego en medio de la mas brillante luz,
quedó desconcertado , mas no se ilustró por eso para pres
tarse al desengaño. No sabemos con qué sofismas se tran
quilizaria acerca de este prodigio, pero él es un hecho in
contestable Unánimemente lo han atestiguado, no solo los
autores eclesiásticos contemporáneos, sino tambien los mis
mos paganos, y entre ellos Ainmiano Marcelino. San Grego
rio de Nacianzo y S. Juan Crisóstomo lo han referido pú
blicamente en presencia de una multitud grande de oyen
tes, de los que muchos habian sido testigos oculares, sin
haber sido desmentidos ni contradichos. Un rabino famoso
que escribió en el siglo siguiente, aunque interesado en
ocultar este suceso prodigioso, lo refiere no obstante, y lo
refiere citando los anales de su nacion. El mismo Juliano
confiesa que habia hecho la tentativa de restablecer el tem
plo de Jcrusalén, y su silencio acerca de los obstáculos que
le obligaron á renunciar su empresa es una confesión tá
cita de lo que nos cuentan los historiadores de su tiempo.
Este príncipe emprendió por entonces una guerra contra
los persas, en la que pereció miserablemente: su muerte
fue mirada como el efecto de la venganza divina sobre su
apostasía, y como una providencia particular hácia la Igle->
sia, que perseguia tan fraudulenta como encarnizadamente.
El mismo hubo de reconocerlo asi, aunque no de manera
que pudiese aprovecharle. Se cuenta que herido por la sae
ta que le dirigió la mano invisible de un parto (otros dicen
165
que de un angel) cogió un puñado de su sangre y la arrojó
con furia hácia el cielo, esclamando al mismo tiempo: ¡Ven
ciste, Galileo, venciste! y así espiró.

Joviano proteje la fe católica (año 363).

Al momento que murió Juliano, los principales oficia


les del ejército se reunieron en consejo, y todos á una voz
proclamaron por emperador á Joviano. Era este señor co
mandante de la guardia imperial, y sus cualidades perso
nales le habian merecido la mas alta consideracion. Además
de un valor reconocido tenia la habilidad de proporcionar
recursos en las circunstancias mas críticas. Como el ejér
cito romano se hallaba entonces en medio de la Persia, te
nia necesidad de un gefe de este carácter; pero lo que era
mas interesante para la Iglesia es que su fe era pura, y
que en el reinado anterior habia dado pruebas bien claras
de su adhesion á la Religion cristiana. Cuando el empera
dor Juliano se disponia a combatir á los persas lo hizo ve
nir á su presencia, y con rostro y tono llenos de severidad,
"sacrifica á los dioses, le dijo, ó entrégame tu espada," y
Joviano se la entregó sin titubear. No obstante el Empera
dor se la hizo volver dentro de muy poco tiempo, porque
no queria privarse de los servicios de un hombre tan dis
tinguido en la milicia en una circunstancia en que le eran
necesarios. Antes de recibir las insignias de la dignidad
imperial Joviano reunió el ejército , y declaró á presencia
de las legiones, que siendo cristiano no queria mandar á
soldados idólatras, á quienes Dios no protejeria. Los solda
dos entonces gritaron todos á una voz. "Nada temais, Se-
«ñor, mandais á cristianos : los mas viejos de entre nosotros
«fueron instruidos por el gran Constantino, y los restantes
«por sus hijos. Juliano ha reinado muy poco tiempo para
«faaber podido afirmar en la impiedad á los mismos que ha-
«bia podido seducir." Esta respuesta agradó mucho á Jo
viano, que al instante se puso á su cabeza, y con las sábias
166
medidas que adoptó condujo en pocos dias los restos del
ejército sobre el territorio del imperio ; entonces este pia
doso Emperador se aplicó á curar las llagas que Juliano ha
bia hecho á la Iglesia. Uno de sus primeros cuidados fué
volver á llamar á S. Atanasio y restablecerlo en su silla.
La carta que escribió al Santo Obispo espresa la profunda
veneracion con que le miraba. Atanasio volvió á salir otra
vez desus desiertos, y apareció en Alejandría. Las desgra
cias de este Santo prelado eran las desgracias de la Iglesia,
y sus triunfos eran tambien iguales. Los arrianos con todo
trataron de prevenir á Joviano contra el Santo, mas no pu
dieron lograrlo. El Emperador concibió mayor estimación
hácia su persona, y le honró siempre con una confianza
particular. Para afirmarse en la fe y no separarse ni una
línea del punto fijo de la creencia de la Iglesia, pidió á San
Atanasio le enviase una esposicion neta y precisa de la doc
trina católica. El Santo prelado satisfizo al deseo del Em
perador. Le esplicó la fe de Nicea , y le hizo ver que no
habia otro medio de dar la paz á la Iglesia , y de hacer ce
sar todos sus males, que procurar la sumision de todos á los
decretos del Concilio. La Iglesia empezaba á respirar des
pues de tantos tormentos, y esperimentaba de parte de Jo
viano un favor de que no habia gozado despues de Cons
tantino. El piadoso Emperador habia vuelto á los clérigos,
á las vírgenes y á las viudas sus inmunidades. Habia man
dado á los gobernadores de las provincias que favoreciesen
á las asambleas de los fieles , y que velasen en procurar el
honor del culto divino y en la instruccion de los pueblos.
Se esperaba disfrutar mucho tiempo de estas ventajas, cuan
do Joviano; que solo tenia treinta y dos años de edad , fué
hallado muerto en su cama. Se cree murió ahogado por el
vapor del carbon que habian encendido en su habitacion
para enjugarla. Esta muerte prematura volvió á sepultar á
la Iglesia de Jesucristo en la turbacion y en nuevas alarmas.
167

Valente renueva las turbaciones del arrianismo


(año 367).

Valen tiniano, que fué colocado en el trono imperial des


pues del piadoso Joviano, dividió con su hermano Valente el
imperio. El primero estaba sinceramente adicto á la fe or
todoxa, y asi la Iglesia gozó de una profunda paz en toda
la estension de pais á que alcanzaba su gobierno; pero Va-,
lente, que mandaba en Oriente, ejerció en todo él una per
secucion violenta contra los católicos, y renovó todas las
desgracias del reinado de Constancio. Empezó por desterrar
á S. Atanasio, que era siempre el principal objeto del ódio
de los arrianos y la primera víctima de sus furores. Este gol
pe dado al Santo Obispo fué la señal de una persecucion ge
neral. Desde aquel momento los católicos tuvieron que su
frir toda clase de malos tratamientos; los ultrajes, la con
fiscacion de sus bienes, las cadenas, los suplicios, todo se
empleó contra ellos: lo peor de lodo era, que ni aun se
permitia el quejarse; el sentir los males que agobiaban á
los fieles era mirado como un crimen, como entre otros lo
comprueba el hecho siguiente. Los católicos de Constanti-
nopla , no pudiendo persuadirse de que autorizase el Empe
rador las vejaciones que sufrian , le diputaron ochenta ecle
siásticos virtuosos para quejarse de estos escesos. Valente
oyó sus quejas disimulando cuanto pudo su cólera. Apenas
salieron de su presencia mandó á Modesto , prefecto del
pretorio, que les quitase la vida. El prefecto, temiendo que
se conmoviese la ciudad si los ma nduba matar públicamen
te, pronunció contra ellos una sentencia de destierro, á la
cual se sometieron todos con placer. Se les hizo pues em
barcar juntos en un navío, y los marineros de la tripula
cion tuvieron orden de pegar fuego al buque luego que hu
biesen perdido de vista la ribera. De los ochenta sacerdotes
ni uno solo quedó con vida ; todos perecieron , ó abrasados
en las llamas ó anegados en las ondas. Los solitarios, ha-
168
hiendo sabido el peligro en que se hallaba la Iglesia de
Oriente, creyeron que debian auxiliarla en el modo que
pudiesen, y abandonaron sus desiertos para venir á forta
lecer á sus hermanos. Uno de entre ellos, venerable por su
edad y por la santidad de su larga vida, fue descubierto por
el Emperador, quien le dijo: "¿Dónde vas tú? ¿Por. qué
«no te estas en tu celdilla, mejor que andar asi corriendo
«por las ciudades y escitando los pueblos á la revolucion?"
El Santo viejo le respondió con la firmeza que es el efecto
regular de un celo santo y ardiente: "Príncipe, yo he es
otado tranquilo en mi soledad todo el tiempo que las ove-
«jas del pastor celestial han estado en paz; mas al presente,
«que las veo turbadas y cerca de ser devoradas, ¿me con-
«vendria por ventura permanecer tranquilo en mi retiro?
«Si yo fuese una joven doncella retirada en la casa de mi pa-
«dre, y viese que un estraño se acercaba á ponerla fuego,
«¿deberia yo seguir recojida y silenciosa, y dejarme abra-
«sar con la casa? ¿No me sería indispensable salir á buscar
«socorro, á echar agua, y á hacer todos los esfuerzos que
«me fuesen posibles para estinguir el incendio? Pues esto
«es lo que yo hago ahora: vos habeis pegado fuego á la casa
«del Señor; desde mi celdilla he percibido el incendio, y
«procuro con todas mis fuerzas apagarle." El Emperador
nada replicó á una respuesta tan sensata y tan generosa;
aun pareció que se habia dulcificado con respecto á S. Ata-
nasio, á quien permitió volver á su Iglesia, no porque él
hubiese cambiado de disposicion y de ideas, sino por te
mor de su hermano Valentiniano, que respetaba mucho al
Santo Obispo. San Atanasio por consiguiente volvió á Ale
jandría, y despues de haberse distinguido en tantos comba
tes y coronado con tantos trofeos, cinco veces desterrado
y cinco veces repuesto en su silla , la ocupó por último en
paz y seguidamente los últimos seis años de su santa vida.
169

Intrepidez de San Basilio, Obispo de Cesárea


(año 370).

Valente, ocupado sin cesar del cuidado de establecer el


arrianismo en toda la jurisdiccion de su imperio , recorrió
en persona muchas provincias para arrojar á los prelados
católicos ; pero encontró en todas partos muchos y muy ge
nerosos defensores de la verdad. San Basilio, Obispo de Ce
sarea en Capadocia, se distinguió entre todos por su firme-
za y su intrépido valor. Fué este gran Prelado una mura
lla invencible, contra la cual vinieron á estrellarse lodos
los esfuerzos de la herejía. El Emperador, antes de ir á Ce
sarea envió á Modesto, prefecto del Pretorio, para ganar
le y atraerle á su partido, ó cuando menos para intimidar
le y obligarle á recibir á los arrianos en su comunion. El
prefecto hizo venir al Santo Obispo á su presencia, tomó
el imponente aparato de su dignidad, que era la mas gran
de del imperio, y se dejó ver sentado sobre su tribunal
y rodeado de sus lictores, armados de sus fasces ó manojos
de varas, con el hacha en cada uno de ellas. El prefecto re
cibió al Santo por de pronto con cierta afabilidad, asi co
mo el Santo se habia presentado á él con un aire sereno y
tranquilo. Tomando el juez la palabra trató del modo mas
insinuante de obligarle á que se rindiese á los deseos del
Emperador y comunicase con los herejes. Mas viendo que
nada adelantaba con estos medios de blandura finjida tomó
un tono amenazador, y le dijo aparentando cólera: U¿Y
«pensais oponeros á un emperador tan poderoso, cuya vo
luntad obedece todo el mundo? ¿No temeis esperimentar
«los efectos de su indignacion? ¿No sabeis que es muy due-
«ño de privaros de vuestros bienes, de desterraros, y aun
«de quitaros la vida?—Todas esas amenazas tienen muy
«poco que ver conmigo, respondió Basilio; el que nada tie-
«ne nada puede perder; asi que de nada podeis privarme
«á no ser que tienten vuestra codicia estos vestidos mise
170
«rabies que me cubren, y unos cuantos libros que hacen toda
«mi riqueza. Por lo que hace al destierro no sé lo que eso
« puede ser, no teniendo lugar ni patria fija alguna. Toda
«la tierra es de Dios; cualquier punto de ella será por con-
«siguiente mi patria, ó mas bien el sitio de mi peregrina-
«cion. Con respecto á la muerte Ah, yo no la temo;
«al contrario, si me haceis morir me hareis un gran favor,
«pues que me hareis ir mas pronto á la verdadera vida.
«Hace ya mucho tiempo que he muerto ó renunciado á esta
«vida transitoria. Los tormentos no son capaces de ate-
«morizarme; mi cuerpo está en un estado tal de flaqueza y
«de debilidad que no podrá sufrirlos por largo tiempo; el
«primer golpe acabará quizá mi vida y mis penas." Este dis
curso, enteramente nuevo para los oidos de un hombre de
corte, admiró al prefecto. "Jamás, dijo éste asombrado, ja-
«más me ha hablado nadie de un modo tan atrevido. — Eso
«será, contestó el Santo, porque probablemente no habreis
«discutido asuntos de esta clase con ningun Obispo." Mo
desto no pudo desnudarse del sentimiento de admiracion que
le causaba la firmeza de aquella alma tan superior á las
amenazas como á las promesas. Marchó pues á dar cuen
ta al Emperador del mal resultado de su comision. "Y,
«Príncipe, le dijo, somos vencidos por un solo hombre; no
«espereis asustar á Basilio con amenazas ni ganarlo con ca-
«ricias: no os queda otro partido que el de ensayar la vio-
«lencia." El Emperador no tuvo por conveniente recurrir á
este estremo, temió al pueblo de Cesarea, y concibió á pe
sar suyo un gran respeto hácia el Santo Prelado.

Admirable valor de una muger católica.

No fueron solos los Obispos y los sacerdotes los que se


ñalaron su fe y su valor en esta persecucion del emperador
Valente; los simples fieles y aun las mismas mugeres par
ticiparon tambien de esta gloria : he aquí un ejemplo muy
notable de ello. Valente habia desterrado al Obispo de Ede
171
sa, ciudad de la Mesopotámia , á causa de su catolicismo,
y habia hecho poner en su lugar un Obispo hereje. Habia
encargado al prefecto Modesto obligase á los presbíteros y
diáconos á que comunicasen con el nuevo Obispo, y de no
que los desterrase á las últimas estremidades del imperio.
Modesto los reunió y trató de persuadirlos , mas nada pudo
lograr. Uno de ellos respondió generosamente en nombre
de todos , que 11 no tenian mas que un Pastor legítimo , y
«que ni podian ni querian reconocer otro alguno;" de con
siguiente fueron enviados al destierro. El pueblo, animado
con su ejemplo, se negó á comunicar con el intruso. Todo
él salia de la ciudad á la hora del Oficio divino, y se reu
nia para hacer oracion en el campo. El Emperador habién
dolo sabido se irritó contra el prefecto, y le dió fuertes
reprensiones porque no habia tenido cuidado de impedir
estas reuniones ó asambleas. En seguida le mandó reunir
cuantos soldados pudiese para que con ellos disipase aque
lla multitud. Modesto, aunque enemigo de los católicos,
no gustaba con todo del rigor, y asi hizo avisar secreta
mente á ios fieles para que no se reuniesen al dia siguiente
en el sitio donde acostumbraban orar juntos , pues que el
Emperador le habia mandado castigar á los que encontrase
allí. Esperaba él con esta amenaza impedir que se juntase
la asamblea, y por este medio amansar al Emperador; pero
los católicos se dieron por lo mismo mayor prisa á juntar
se en el sitio de la oracion , donde efectivamente se halla
ron unidos en mayor número y muy de mañana. El pre
fecto, informado de ello, estaba indeciso y sin saber qué
partido tomar: no obstante, se puso en marcha hácia el si
tio de la reunion , pero haciendo con su tropa un ruido es-
traordinario para intimidar al pueblo y moverle á que se
retirase. Cuando marchaba de -este modo y al paso por una
calle de la ciudad, descubrió á una pobre muger que salia
bruscamente sin pensar casi en cerrar la puerta de su casa.
Llevaba un niño de la mano, y dejaba que arrastrase con
la mayor negligencia el manto que debia levantar para cu
brirse al estilo del pais; tanta era su prisa. Con paso ace
lerado atravesó por entre las filas de los soldados que mar
172
chaban delante del prefecto, y siguió con la misma pre
mura sin dar indicios del mas leve temor. Modesto la hizo
detener y la preguntó dónde iba con tanta prisa. "Corro,
odijo ella, al campo, donde están reunidos los fieles. —¿Lue
ngo tú no sabes, añadió Modesto, que hay orden de dego
«llar á todos los que están allí?—Sí, yo lo sé, respondió la
«heroina, y por eso mismo me apresuraba á llegar allá, te-
«merosa de perder esta buena ocasion de sufrir el marti-
«rio.—Pero entonces, ¿á qué llevas contigo á ese niño?—
«¿A que? á que participe conmigo de la misma gloria."
Modesto, admirado del valor de esta muger, dió la vuelta
hácia el palacio, contó al Emperador lo que acababa de su-
cederle, y le persuadió que abandonase una empresa que no
podia llevar á cabo, y que no le daria honor aunque llega
se á salir con ella. Este solo rasgo basta para demostrar
cuáles eran los sentimientos de los primeros fieles con res
pecto al cisma. Atentos á practicar esta palabra de Jesu
cristo: "Las ovejas siguen al verdadero Pastor: ellas escu
chan su voz con docilidad, y huyen del estraño;" estaban
siempre inviolablemente unidos al Obispo que la Iglesia
había enviado , y se mostraban dispuestos á sacrificar cuan
to tenian de mas precioso, y aun á perder la vida, antes que
comunicar con un intruso.

Violente tiembla delante de San Basilio.

Hallándose el Emperador en Cesarea el dia de la Epi


fanía ó de los Reyes, se presentó en la catedral para
asistir al Oficio divino; entró en el templo acompañado de
todas sus guardias, como queriendo imponer con este apa
rato ostentoso al santo Obispo Basilio: pero cuando obser
vó el bello orden y la modestia de un pueblo innumerable;
cuando vió el profundo recojimiento del Santo Pontífice que
estaba de rodillas delante del santuario con el cuerpo in
movil, los ojos fijos y el espíritu unido á Dios; cuando ad
virtió la piedad de los ministros sagrados que le rodeaban,
173
los cuales mas parecian ángeles que hombres ; cuando hu
bo notado todo esto el príncipe quedó asombrado de este
espectáculo religioso, y permaneció como enagenado y yer
to de un santo temor. No obstante, habiéndose repuesto un
poco quiso presentar su ofrenda; mas como ninguno de los
ministros se adelantase segun costumbre á recibirla, por
que no se sabia si san Basilio la queria aceptar, el Empe
rador se vió sobrecojido de un temblor repentino , sus ro
dillas titubeaban no pudiendo sostener su cuerpo, y se vió
en la precision de apoyarse en un sacerdote que habiendo
advertido su debilidad le ofreció su brazo. El Santo Prela
do creyó que en esta ocasion podia mitigar algo el rigor de
la disciplina eclesiástica, y usó de condescendencia aceptan
do la ofrenda del Emperador. Este príncipe se suavizó tam
bien, y trató con mayor esmero de ganar á san Basilio en-
viándole magistrados, oficiales de su ejército y otras perso
nas de las mas calificadas; en fin, él mismo quiso tener una
conferencia con el Santo, quien sin pasar los límites del res
peto le habló con una libertad apostólica, é impuso silen
cio á un cortesano que se atrevió á amenazarle en la pre
sencia del príncipe. Esta conferencia no indispuso á Valen
te, ella cedió por el contrario en ventaja del Santo Prela
do, á quien el príncipe llegó á conceder tierras para fundar
un hospital en Cesarea; pero los arrianos, que le tenian si
tiado, le hicieron variar muy luego de disposicion. Por las
sugestiones de éstos Valente se determino á desterrar al
Santo, cuando su hijo cayó malo de una fiebre violenta, á la
que ningun alivio podian .proporcionar los recursos de los
médicos ni de la medicina. El Emperador, persuadido de
que esta enfermedad era un justo castigo de lo que habia
resuelto contra san Basilio, envió á buscar al Santo. Ape
nas el Santo Obispo puso los pies en palacio se halló muy
mejorado el joven príncipe, á cuyo padre aseguró el Santo
no moriria el niño si prometia hacer que fuese educado
en los principios de la doctrina católica. Aceptada la con
dicion se puso el Santo de rodillas, hizo oracion á Dios, y
el niño se halló enteramente sano: mas el Emperador no
cumplió su promesa ; él hizo que un Obispo arriano bau-
tizase á su hijo, el que volvió á caer malo de peligro y mu
rió inmediatamente. Este golpe no convirtió á Valente; se
gunda vez determinó desterrar á san Basilio: pero cuan
do quiso firmar la orden la pluma se rompió por tres veces
en su mano, y por último se puso á temblar en términos
de no poder formar una sola letra. En fin, Dios manifestó
su cólera sobre este príncipe impenitente, que pereció en
una batalla, donde desapareció, sin que pudiese encontrar
se su cadaver. Se creyó que habiendo sido herido de una
saeta se retirase á una cabana , á la que pegaron fuego los
enemigos en el calor del combate, y que pereció allí abra
sado sin auxilio de ninguna clase.
«
Virtud de San Gregorio de Nacianzo.

Una amistad muy estrecha unia á san Basilio con san


Gregorio de Nacianzo, quien no era menos celoso por la
pureza de la fe que el santo Obispo de Cesarea. Esta union,
formada desde que estudiaron juntos en Atenas, se conso
lidó cada vez mas y duró toda la vida. "Entrambos tenía-
«mos un mismo objeto, dice san Gregorio en la admira
ble relacion que hace él mismo de lo que habia motivado
«esta santa amistad; entrambos buscábamos un mismo te
soro que era la virtud; nosotros tratábamos de hacer nues-
»tra union eterna, preparándonos á la inmortalidad bien-
«aventurada; uno á otro nos servíamos de maestro y de ayo,
«exhortándonos mutuamente á la piedad; ningun comer-
«cio teníamos con aquellos compañeros nuestros cuyas cos
«tumbres eran desarregladas, y no frecuentábamos sino la
«sociedad de aquellos que por su modestia, su circunspec
«cion y su sabiduría nos podian sostener á nosotros en la
«práctica del bien, sabiendo que los malos ejemplos son co-
«mo las enfermedades contagiosas,, que se comunican con la
«mayor facilidad. No conocíamos en Atenas mas que dos
«caminos, el de la iglesia y el de las escuelas; y por loque
«hace á los que conducian á las fiestas mundanas, á los
175
"espectáculos , á las reuniones profanas, los ignorábamos
«absolutamente." ¿Qué modelo mas bello se puede pre
sentar á los jóvenes que el de estos dos santos muchachos?
¡ Felices los que en una edad todavía tierna no forman amis
tades sino para escitarse á la virtud, y que conocen en la
primavera de la vida la vanidad de los placeres y de las
diversiones que el mundo engañador les presenta! San Gre
gorio de Nacianzo pasó la mayor parte de su vida en la so
ledad, por la que tenia una vocacion muy viva y un gusto
que nada podia disminuir. Sacado de ella por las instancias
de su ilustre amigo, y elevado contra su voluntad al epis
copado , fue enviado por los años 379 á Constantinopla á
gobernar esta Iglesia , y á combatir al arrianismo que do
minaba en esta gran ciudad, atajando sus progresos. Su vir
tud, su ciencia, su elocuencia maravillosa, todo parecia pro
meterle un resultado feliz. El se atrevió á atacar de frente
á la herejía en el mismo lugar en que ella alzaba orgullosa
su frente por el favor que los emperadores la dispensaban.
Hechó el blanco de toda clase de malos tratamientos, nada
oponia á ellos mas que la paciencia. Mostraba una encen
didísima caridad á toda clase de personas, y al mismo tiem
po vivia del modo mas duro y austero, gimiendo delante
de Dios en el secreto de su habitacion, y preparándose al
ejercicio del ministerio santo por la oracion y por la medi
tacion de las Escrituras santas. Esta conducta verdadera
mente episcopal le ganó en muy poco tiempo el afecto de
los habitantes de Constantinopla, y de estos primeros movi
mientos de benevolencia pasaron muy luego á concebir el
respeto y la veneracion mas profunda hácia un hombre tan
santo y tan sabio. El conocimiento superior que tenia de
las sagradas Escrituras, su raciocinio siempre fuerte y siem
pre justo, su imaginacion tan fecunda como brillante, so
increible facilidad en producirse, unido todo esto á la pu
reza y precision de su estilo encantador, le atrajo por ulti
mo la admiracion de toda la ciudad imperial. Defendia de
un modo victorioso la verdad al mismo tiempo que edifi
caba con el ejemplo de sus virtudes; mas por otro lado la
ninguna complacencia que tenia con los grandes, y la envi
176
dia que suscitaron sus talentos, le movieron disturbios y le
causaron desazones que le hicieron tomar el partido de re
tirarse de nuevo á su amada soledad. Se apresuró pues á
volver á ella, y gustó entonces mas que nunca de sus dul
zuras, como él mismo lo escribia á uno de sus amigos. "No
«puedo, ledecia, estimar suficientemente la felicidad que
«mis enemigos me han procurado con sus celos envidiosos;
«ellos me han separado del medio de un incendio que me
«abrasaba, libertándome de los peligros del episcopado."
Los discursos de este Santo doctor forman la mayor parte
de los escritos que tenemos suyos. Nada hay mas sublime,
mas magestuoso, mas digno de la grandeza de nuestros
misterios que estos discursos, que han merecido á san Gre
gorio el sobrenombre de Teólogo por escelencia.

Herejía de los Macedoni-os.

La muerte del emperador Valente puso fin á los des


trozos que el arrianismo, apoyado en la autoridad suprema,
hacia en el Oriente; pero del seno impuro de esta herejía
salió otra no menos contraria que ella ai dogma augusto de
la Trinidad, pues atacaba la divinidad del Espíritu Santo.
El autor de este nuevo escándalo era Mucedonio, semiarria-
no que habia usurpado el obispado de Constantinopla. Du
rante muchos años se habia ocultado bajo la capa del arria
nismo, y no habia hecho mucho ruido este error en medio
de las grandes turbulencias que los arrianos causaban; no
obstante, desde el principio del reinado de Valente, san
Atanasio, á quien nada se escapaba de lo que interesaba á
la fe, habia sido advertido de él y habia compuesto espre-
samente un tratado para combatirle. El Santo Doctor prue
ba en esta obra que la iglesia ha creido y enseñado siem
pre que hay en Dios una Trinidad, y que esta Trinidad San
tísima no tiene mas que una sola é indivisa naturaleza; que
ella no es mas que un solo y el mismo Dios. Muestra ade
más por las santas Escrituras que el Espíritu Santo es Dios,
177
y que lo que se le atribuye, á saber, el santificar, el ser
vivificante, inmutable é inmenso no puede convenir sino á
Dios. Al fin del tratado protesta que todo cuanto ha dicho
lo ha aprendido como doctrina que ha venido de los mis
mos Apóstoles hasta él por la tradicion no interrumpida de
la Iglesia. Cuando los arrianos empezaron á desacreditarse,
los macedonios entraron en favor y jugaron su farsa á la
vez. Sus costumbres en la apariencia eran muy arregladas;
su esterior muy grave y su vida austera. Como el pueblo se
deja facilmente sorprender por esta piedad aparente, los ma
cedonios formaron una secta, y su partido adquirió alguna
consideracion en la ciudad de Constantinopla. La nueva
herejía se estendió muy luego «n la Tracia, la Bitinia y
él Hclesponto. El emperador Teodosio, que habia sucedido
á Valente, consagró las primicias de su gobierno por su
celo en atajar los progresos del error. Este príncipe, á quien
sus bellas acciones^ y aun mas su alta piedad y su amor á
la Iglesia, han merecido el nombre de Grande, publicó poco
después de su bautismo una ley célebre, en la cual designa
la comunion con la Iglesia romana como una señal ó no-
• ta segura de catolicismo. "Queremos, dice en ella, que
« todos nuestros súbditos sigan la religion que el príncipe
«de los Apóstoles ha enseñado á los romanos, y que Dosotros
«vemos seguir en el dia al Pontífice Dámaso, su sucesor;
«de modo que, segun la doctrina del Evangelio y la ense
ñanza apostólica, nosotros creemos una sola divinidad del
«Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, con una igual mages-
otad y en una adorable Trinidad. Ordenamos que los que
«profesan esta doctrina pura lleven el nombre de católicos,
« y que los otros, cuya impiedad temeraria é insensata rc-
« probamos, sean denominados con la ignominia que mere-
«cen herejes, y que sus asambleas no sean honradas con el
«título de iglesias, mientras llega el tiempo de que esperi-
«menten los efectos de la venganza divina." De hecho la
fe católica ó universal es aquella sola que ha enseñado Je
sucristo, que los Apóstoles publicaron, y que han conser
vado los Padres. La Iglesia está fundada sobre esta fe : to
do aquel de consiguiente que se aparta de ella deja de ser
PARTE I. 12
178
católico. Hay una seguridad de confundir á todos los here
jes haciéndoles ver que su doctrina no viene de la fuente,
porque es nueva. La doctrina verdadera es mas antigua
que todas las herejías; los Apóstoles han existido antes que
los autores de las sectas; la verdad ha precedido al error-,
en una palabra, la doctrina verdaderamente divina es la
que fue recibida primero; la que ha venido despues es por
necesidad falsa y estraña.

Concilio de Constantinopla, Concilio ecuménico


(año 381).

Teodosio sabia muy bien que una constitucion imperial


no era suficiente cosa para efectuar la reunion de todos
los espíritus en una misma fe. Desde su advenimiento al
trono habia formado el designio de reunir un Concilio de
los Obispos de su dominación á ejemplo de Constantino el
Grande; empero aguardó á que el imperio estuviese en paz
para verificar la ejecucion de su proyecto. Luego pues que
se halló tranquilo escribió á todos los Obispos del Oriente
invitándoles viniesen á Constantinopla, ciudad que habia
escojido para la celebracion del Concilio porque queria asis
tir a él. Al mismo tiempo se dieron las órdenes necesarias
para la subsistencia y alojamiento de los Obispos; y Teo
dosio en esta parte no fue menos magnífico que lo habia
sido Constantino para con los Padres de Nicea. Los Obis
pos pues se reunieron de todas las partes del Oriente en
número de ciento y cincuenta. Melecio, Obispo de Antio-
quía, debia presidir esta augusta asamblea. El Emperador
deseaba mucho conocerle, tanto á causa de la fama de san
tidad que este Prelado se habia adquirido, cuanto á causa
de un sueño en que este príncipe le habia visto presentán
dole la púrpura en una mano y la corona en la otra. Teodo
sio desde entonces le habia honrado siempre con mucha
particularidad, aunque jamás lo hubiese visto de otro modo
Í79
que en el siieño. Luego que los Obispos llegaron marcha
ron todos unidos á saludar al Emperador, quien deseando
probar si conoceria á Melecio entre los otros, prohibió le
dijesen quién era. Como las facciones del anciano que se le
habia aparecido hubiesen quedado profundamente graba
das en su espíritu al golpe le distinguió entre la multitud;
al momento corrió á él, le abrazó con una emocion en que
se confundia el respeto con la ternura, y besó la mano que
le habia coronado en sueños é inaugurado para el imperio
antes de que hubiese ni aun sospecha de que sería Empe
rador. Pidió en seguida á todos los Obispos que buscasen
los mejores medios de dar la paz á la Iglesia, y les prome
tió apoyarlos con toda su autoridad. La apertura del Con
cilio se hizo luego con la mayor solemnidad. Se trató des
pues de atraer por medio de la persuasion y de la dulzura
á los macedonios , y el mismo Teodosio los exhortó á que
entrasen en la fe y comunion de la Iglesia; pero lo rehu
saron obstinadamente y se retiraron del Concilio, que los
declaró entonces y los trató como herejes. Se renovaron
en seguida los decretos del Concilio de Nicea, y al confir
mar su símbolo se añadieron algunas palabras, pero sola
mente esplicatorias de lo que ya contenia relativo á la En
carnacion del Hijo de Dios y á la divinidad del Espíritu
Santo. El símbolo antiguo al hablar de la Encarnacion de
cia solamente: "Bajó de los cielos, encarnó, se hizo hom-
«bre, padeció, resucitó al tercero dia, subió á los cielos, y
«vendrá á juzgar vivos y muertos/' El símbolo de Cons-
tantinopla dice: "Que bajó de los cielos y encarnó por
«obra del Espíritu Santo en las entrañas de María Virgen,
«y se hizo hombre ; que padeció, fue sepultado y resucitó
«al tercero dia segun las santas Escrituras, subió á los cie-
)>los y está sentado á la diestra del Padre, y que vendrá de
«nuevo con magestad á juzgar á los vivos y á los muertos,
«y que su reino no tendrá fin." Por lo que hace á la ter
cera persona de la Santísima Trinidad, el símbolo de Nicea
no espresaba la fe sino con estas palabras : Creemos en el
Espíritu Sanio. El de Constantinopla añadió, á causa de
los macedonios: "Creemos en el Espíritu Santo, Señor y
180
«Vivificador, que procede del Padre, que con el Padre y el
«Hijo recibe las mismas adoraciones y una misma gloria,
«que es el que ha hablado por los profetas." El empera
dor Teodosio recibió esta decision como si saliese de la bo
ca del mismo Dios, é hizo una ley ordenando la ejecucion
de cuanto se habia arreglado y prescrito en el Concilio.
Aunque en esta asamblea no se hallasen mas que Obispos
del Oriente, con todo, la aprobacion que el Sumo Pontífice
y los Obispos del Occidente la dieron, en seguida hizo re
conocer á este Concilio por Ecuménico ó universal.

Clemencia de Teodosio.

Teodosio era naturalmente vivo, y su cólera estaba siem


pre pronta á inflamarse, pero se dejaba persuadir, y la pie
dad que le animaba ponia un freno á su irritabilidad. Hu
bo por los años de 382 una gran sedicion en la ciudad de
Antioquía con motivo de una contribucion ó impuesto que
se acababa de establecer. El pueblo en el arrebato de su
furor echó por tierra y arrastró por las calles las estátuas
del Emperador y de la Emperatriz. Teodosio informado de
este atentado prorumpió en una violenta cólera; en el
primer movimiento queria destruir la ciudad y sepultar en
sus ruinas á los habitantes. Vuelto muy luego á sentimien
tos mas moderados nombró dos comisionados para formar
causa á los culpables, con poder de vida y de muerte sobre
ellos. El pueblo de Antioquía mientras tanto vuelto á en
trar en sí mismo, sintió toda la gravedad de su crimen y
temblaba esperando el castigo. Los habitantes de aquella
gran ciudad, consternados, no se atrevian á salir de sus ca
sas, y esperaban en medio de continuas alarmas la muerte
á cada momento. Flaviano, Obispo de Antioquía, se hallaba
penetrado del mas amargo dolor ; sus entrañas estaban des
pedazadas; los dias y las noches pasaba en oracion derra
mando lágrimas, y pidiendo á Dios se dignase ablandar el
corazon del Príncipe. En fin este anciano , mas venerable
f 81
por su santidad que por sus muchos años, se fue á presen
tar al Emperador para pedirle perdonase á su pueblo. Cuan
do llegó donde Teodosio estaba se quedó por el pronto pa
rado á una gran distancia, con los ojos clavados en el sue
lo como si solo él estuviese cargado con el crimen de todos
sus hijos. El Emperador viéndole confuso y callado se acer
có por sí mismo, y recordando todos los beneficios que ha
bia hecho á la ciudad de Antioquía, á cada uno de ellos
añadia: "¿Y es asi como yo he merecido tantos ultrajes?"
Flaviano, penetrado de la justicia de estas reconvenciones
y arrancando un profundo suspiro, "Príncipe, le dijo, nos-
«otros merecemos todos los suplicios, destruid á Antioquía
«hasta los cimientos, reducidla á cenizas si quereis; ni
«aun asi seremos castigados cual merecemos. Con todo, aún
«resta un remedio que aplicar á nuestros males; vos podeis
«imitar la bondad de Dios: ultrajado por sus criaturas, él
«las ha concedido el perdon; él las ha abierto los cielos. Si
«vos nos perdonais, nosotros os deberemos nuestra vida, es
«verdad, pero tambien vuestra clemencia añadirá nueva
«brillantez á vuestra gloria. Los infieles esclamarán: ¡Cuán
«grande es Dios de los cristianos! El eleva á los hom-
«bres sobre su naturaleza, él sabe hacer ángeles de ellos.
«Y no temais que la impunidad corrompa ó pervierta á
«otras ciudades. ¡Ay de mí! Nuestra suerte actual basta
«para escarmentarlas; la consternacion en que nos hallamos
«abismados es el mas cruel de todos los suplicios. No os
«avergonceis, señor, de ceder á las súplicas de un pobre vie-
»jo; Dios mismo será á quien cedereis; él es quien me en-
«via á presentaros el Evangelio y á deciros de su parte: si
«no perdonais las ofensas hechas contra vos, vuestro Padre
«celestial no os perdonará las vuestras. Representaos aquel
«dia terrible en que los príncipes y los vasallos comparece-
«rán ante el tribunal de la justicia divina, y haced reflexion
«de que todas vuestras faltas serán deshechas por el perdon
«que habreis otorgado.'1' Teodosio con esta arenga se enter
neció, derramó lágrimas, y respondió: "¿Podría yo rehusar
«el perdon á hombres semejantes á mí, cuando el inefable
«dueño del mundo, habiéndose reducido por amor nuestro
182
«á la condicion de esclavo, quiso pedir á su Eterno Padre
/•perdon para los autores de su suplicio, á quienes habia lle-
«nado de beneficios?" En seguida enviando al Santo Obispo
á su rebaño, "id, padre mio, le dijo, id, daos prisa á presen
«taros á vuestras ovejas; volved la calma á la ciudad de An-
«tioquía; ella no se asegurará completamente de mi per-
«don, ni estará del todo tranquila despues de la violenta
«tempestad que la ha amenazado, sino cuando vea otra vez
«á su piloto.

Caida y penitencia de Teodosio (año 389).

Teodosio olvidó algun tiempo despues la moderacion y


la indulgencia que habia mostrado en el negocio de Antio-
quía, y se dejó llevar de los primeros movimientos de su
irritable cólera. La ciudad de Tesalónioa, capital de la Iliria,
se habia revolucionado contra su gobernador, á quien quita
ron en la sedicion la vida. La noticia de este tumulto escitó
la indignacion del Emperador, que al momento mandó pasar
á cuchillo á los habitantes de aquella ciudad sin distincion
de inocentes ni de culpables. Siete mil personas perecieron
en esta ejecucion terrible. Teodosio se hallaba entonces en
Milán. San Ambrosio, Obispo de esta ciudad, escribió al Em
perador para hacerle entrar en sí mismo, y que reconocie
se lo enorme de su falta, que el Santo le representaba. Con
cluia advirtiéndole que hasta haberla espiado por medio de
la penitencia no podia asistir á los santos misterios. Teo
dosio no dejó por eso de encaminarse á la iglesia, pero el
Santo Obispo le salió al encuentro, y "deteneos, príncipe,
«le dijo, vos no conoceis aún la enormidad de vuestro pe
scado; reflexionad bien sobre ello. ¿Con qué ojos vereis el
«santo templo? ¿Cómo entraríais en el santuario de este
«lugar terrible? Vuestras manos humean todavía con la
«sangre inocente. ¿Os atreveríais á recibir en ellas el sa
ngrado cuerpo del Señor? Retiraos pues, ó Emperador, y
«no querais añadir el sacrilegio á tantos homicidios como
183
«gravitan ya sobre vuestra conciencia " Como el Em
perador quisiese escusar su falta con el ejemplo de David,
que se hizo culpable de adulterio y de homicidio "pues
«le imitasteis en el crimen, repuso el Santo, imitadle pe-
«nitente." Teodosio recibió esta sentencia cual si saliese
de la boca del mismo Dios. Se volvió á su palacio suspiran
do, y permaneció encerrado en él por espacio de ocho me
ses. Al acabarse estos se acercaban las fiestas de Navidad:
Teodosio sentia que redoblaba su dolor, y esclamaba del fon
do de su alma: "j Ay de mí, el templo del Señor está
«abierto para el último de mis súbditos, y á mí me está
«prohibida su entrada!" Deseando pues que se le franquea
se marchó, no á la iglesia sino á una sala vecina, en la que
rogó al santo Obispo le absolviese. Ambrosio le represen
tó que no podia asistir á los divinos misterios si no se su
jetaba antes á la penitencia pública. Teodosio aceptó la
condicion. Además le exijió el Santo una ley, en la que
mandase se suspendiese por el espacio de treinta dias la
ejecucion de las sentencias de muerte. Teodosio hizo escri
bir en el instante la ley, la firmó, y prometió observarla.
Entonces san Ambrosio, conmovido por su docilidad y por
la viveza de su fe, levantó la escomunion y le permitió en
trar en la iglesia. Teodosio postrado, bañandola tierra con
sus lágrimas y golpeándose el pecho, pronunció en alta voz
estas palabras do David; " Mi alma, Señor, ha permanecido
«postrada contra la tierra; dame la vida, Dios mio, segun la
«promesa tuya." Todo el pueblo conmovido á la vista de
este sublime espectáculo acompañaba á Teodosio con sus
oraciones y sus lágrimas : aquella magestad soberana cuya
cólera impetuosa Labia hecho temblar á todo el imperio, no
inspiraba entonces mas que sentimientos de compasion y
de dolor. San Ambrosio se enterneció mas que nadie; asi
que le pareció que podia en aquella coyuntura dispensar
la severidad de las leyes de la disciplina, que por el crimen
de homicidio, solo á la hora de la muerte concedian el be
neficio de la reconciliacion completa. El ilustre penitente
no amortiguó por eso su dolor ; él le conservó cada vez mas
vivo por todo el resto de su vida , que duró todavía ocho
años despues de e^te suceso admirable. La memoria de este
gran príncipe ha estado siempre en veneracion en la Igle
sia: los autores eclesiásticos y aun los mismos Concilios le
han propuesto como modelo de todos los príncipes cristia
nos.

Cisma de los donatistas.

El cisma de los donatistas, que desoló la Iglesia de Afri


ca por espacio de doscientos años, habia tenido su princi
pio en el reinado de Constantino; pero en su origen solo
fue ligera chispa, aunque despues se convirtió en un hor
roroso incendio. Por de pronto no se trató mas que de sa
ber si Ceciliano, Obispo de Cartago, habia sido legítima
mente ordenado ó no. Algunos Obispos, teniendo á su ca
beza á un tal Donato, pretendieron que la ordenacion de
Ceciliano no habia sido legítima, y se separaron de su co
munion. La cuestion füe elevada al sumo Pontífice, quien
decidió en favor de Ceciliano, cuya inocencia fue reconoci
da. Este juicio fue apoyado por un decreto del emperador
Constantino; pero Donato y sus secuaces rehusaron obsti
nadamente someterse á él, y en seguida cometieron el aten
tado sacrilego de levantar altar contra altar, estableciendo
otro Obispo en Cartago. Hecho esto escribieron á todas
las iglesias del Africa para separar á los fieles de la comu
nion de Ceciliano, ó mas bien para envolverlos en mil ca
lamidades, pues efectivamente no son imaginables los in
finitos males que causó al Africa toda este desgraciado
rompimiento. La escomunion que la Iglesia fulmina contra
sus hijos rebeldes no asustaba á los donatistas, los cuales
solo deseaban separarse y formar sociedad aparte. ¿Y qué
fuerza podria tener la escomunion contra unas gentes cuyo
crimen consistia en romper la unidad de la Iglesia? Su par
tido se aumentó considerablemente, porque el orgullo y el
secreto placer de resistir á la autoridad legítima tendrán
siempre de su parte al corrompido corazon humano. Cuan
do se vieron bastante fuertes se abandonaron á violencias
185
tan horribles, que costaría mucho trabajo creerlas si la es-
periencia no nos hubiese enseñado que el espíritu de cisman,
lo mismo que el de la heregía, es capaz de los mas atroces
escesos. En efecto, la obstinacion de los donatistas degene
ró muy luego en furor; se apoderaron de las iglesias á ma
no armada, arrojaron de sus sillas á los Obispos, é hicieron
pedazos y profanaron los altares y los vasos sagrados. Su
impiedad llegó al estremo de hacer rebautizar por fuerza á
los que habian sido bautizados fuera de su sacrilega secta,
como si la Iglesia hubiese perecido en lo demás del mundo,
ó no subsistiese mas que en el pequeño rincon de Africa
que ocupaba este partido sedicioso. El que no quería reci
bir de sus manos un segundo bautismo, esperimentaba los
malos tratamientos mas inhumanos. No contentos con lle
nar de heridas y golpes á los que se les resistian, estos
mónstruos llevaban su barbarie hasta llenarles los ojos de
cal amasada con vinagre. Se refiere que en una sola ocasion
habian rebautizado á cuarenta y ocho personas que no ha
bian podido resistir a tan crueles tormentos. Los Obispos
católicos por el pronto no opusieron á la crueldad feroz de
los cismáticos otras armas que la dulzura y la paciencia:
esperaban sin duda atraerlos por este medio. San Agustin,
Obispo de Hipona, que tan célebre se hizo despues, em
prendió los mayores trabajos para reducirlos á mejores sen
timientos y reunirlos á la Iglesia madre. Dios favoreció su
empresa, y logró convertir á un gran número de ellos; pero
los restantes, mas furiosos que hasta entonces, cometieron
las mas inconcebibles tropelías. Al mismo Santo le pusieron
emboscadas para asesinarle cuando iba á visitar las parro
quias de su diócesis. Un dia faltó muy poco para caer en
sus manos, é infaliblemente habria perecido sin la equivo
cacion del conductor, que por inadvertencia se separó del
camino real en donde los cismáticos asesinos le esperaban.
Por último, creciendo la audacia de estos malvados cada
dia mas, los Obispos católicos creyeron que debian implo
rar la proteccion del Emperador, quien publicó contra ellos
una ley severa, en la que les prohibia so pena de muerte el
que tuviesen asambleas ó reuniones públicas.
186

Célebre conferencia de Cartago Fin del cisma


( año 411).

Los Obispos católicos, que pensaban mas en convertir


que en castigará los donatistas, suplicaron al Emperador
que emplease medios mas suaves para volverlos al seno de
la Iglesia. Entre otros le propusieron el que fuesen citados
á conferencias públicas en que se discutiesen los motivos
de su separacion, y el Emperador aprobó este proyecto. To
dos los Obispos de Africa, asi católicos como donatistas, tu
vieron por consiguiente orden de reunirse en Cartago, á fin
de que prelados escogidos de una y otra parte pudiesen
conferenciar entre sí. El tribuno Marcelino fue encargado
por el Emperador de conservar el orden y la tranquilidad.
El dia 16 de mayo del año 411 fue el escogido para esta
célebre conferencia, y efectivamente en él se celebró. Se
escogieron de cada parte siete Obispos para la discusion, y
cuatro notarios eclesiásticos para la redaccion de las actas;
y para mayor seguridad, se destinaron cuatro Obispos que
vigilasen sobre los notarios. Cuando todo estuvo dispuesto,
los prelados católicos dieron un admirable ejemplo de mo
deracion y de generosidad haciendo de viva voz y por es
crito la protesta de que si los contrarios obtenian la victo
ria en la conferencia , consentian gustosos en cederles sus
sillas y ponerse bajo su direccion; pero que si al contrario
eran los católicos los vencedores, dividirian con ellos el ho
nor del episcopado. "Y si los fieles, añadieron, llevan á
mal el ver á dos Obispos en una misma Iglesia contra el
uso ordinario, nos retiraremos, y les abandonaremos del to
do la silla episcopal. Para salvarnos nos basta el ser cris
tianos; si somos Obispos es para el pueblo y por su bien:
por consiguiente, si es util á los fieles que renunciemos
nuestra dignidad, consentimos en ello con todo nuestro co
razon." Se notó con admiracion el que de cerca de tres
cientos prelados católicos que estaban presentes á esta con
187
ferencia no hubiese sino dos á quien esta magnánima reso
lucion desagradase al principio, y aún mas el que estos
adoptasen muy luego el sentimiento general. San Agustin,
que habia inspirado esta declaracion, no solo fue uno de los
siete escogidos por los católicos para sostener la causa de la
Iglesia, sino tambien el elegido por sus seis compañeros pa
ra responder á los sofismas de los donatistas. Todo pasó con
mucho orden en los tres dias que esta conferencia duró. El
Santo Obispo de Hipona probó hasta la evidencia que nun
ca hay ni puede haber causa legítima para separarse de la
Iglesia católica , y que es un crimen gravísimo el destruir
su unidad; que es necesario estar en el seno de la Iglesia
para salvarse, y que fuera de esta Iglesia única no hay sal
vacion que esperar, porque fuera de su centro no hay ni
puede haber verdadera santidad ni verdadera justicia; que
la verdadera Iglesia, que es la sola esposa de Jesucristo, es
tá segun las promesas esparcida por toda la tierra, y no en
cerrada en un pequeño rincon del Africa ; que acá abajo se
hallan mezclados en ella los buenos y los malos; y que aun
cuando sea cierto que no se debe comunicar con los malos
en su iniquidad, tambien lo es el que nadie debe separarse
de ellos esteriormente. Dios bendijo el celo del Santo doc
tor: los cismáticos que conservaban algun amor á la ver
dad , y los pueblos que fueron informados de lo que habia
pasado en esta célebre conferencia, vinieron desde entonces
en tropel á reunirse á la Iglesia madre.

Herejía de los pelagianos ( año í 1 2 ).

El cisma de los donatistas se estinguió insensiblemente


cuando la Iglesia se vió atacada por otros nuevos enemigos
que la dieron largos y peligrosos combates. Pelagio, natu
ral de la Gran Bretaña, fue el gefe de estos nuevos gigan
tes que pretendieron escalar el cielo de la verdad en la Igle
sia, para arrojarla de su solio y entronizar en él el error.
Dotado de un espíritu sutil, artificioso, hipócrita, sabia
188
cambiar de lenguage en las ocasiones sin variar jamás sus
ideas ni sentimientos. Vino á Roma, y allí empezó á propa
gar á la sordina una doctrina nueva, que teniendo su origen
en el orgullo humano lo halagaba estraordinariamente. Ne
gaba el pecado original y la necesidad de la gracia de Jesu
cristo. Al principio no se atrevió á esplicarsc abiertamente
por no agriar los ánimos combatiendo la creencia antigua
y universal, pero envolvia diestramente sus errores con pa
labras artificiosas, para disponer poco á poco los hombres á
recibirlos. Un íntimo confidente y discípulo suyo, llamado
Celestio, contribuyó mucho á los progresos de esta secta im
pía. Mas atrevido y emprendedor que su maestro, pasó al
Africa y enseñó sin rodeos, contra la doctrina de san Pa
blo, que el pecado del primer hombre no se comunicó á sus
descendientes, y que el hombre sin gracia interior alguna
puede, con solas sus fuerzas naturales, cumplir todos los
mandamientos divinos. Esta novedad profana escitó desde
luego turbaciones. San Agustin la refutó con vigor en sus
sábios escritos: con las palabras espresas de la Escritura
santa y por el bautismo que se confiere á los niños , probó
que nacemos culpables del pecado de nuestro primer padre.
Por la oracion del Padre nuestro, que nos enseñó el mismo
Jesucristo, demostró la necesidad que tenemos de una gra
cia que prevenga y ayude nuestra voluntad en todas las ac
ciones útiles á nuestra salvacion. Celestio pues fue conde
nado en Cartago, y privado de la comunion eclesiástica. En
tretanto Pelagio, que habia pasado á la Palestina, habia lo
grado engañar á los Obispos de este pais con su disimulo y
sus mentiras. Con este apoyo se hizo del valiente y envió á
S. Agustin su apología, en la que hacia valer en su favor el
juicio honroso que habian hecho de su persona en el Orien
te. Este escándalo escitó el celo de los Obispos de Africa,
en donde se celebraron dos concilios, uno en Cartago y otro
en Milevi , los que definieron conforme á la fe católica
que el pecado de Adan se difundió á todos sus hijos, y que
sin una gracia interior que nos inspire la buena voluntad
no puede hacerse bien alguno sobrenatural ó util á la sal
vacion eterna. Los Padres de estos concilios escribieron
189
al sumo Pontífice S. Inocencio suplicándole confirmase ó
sancionase esta decision. El soberano Pontífice respondió á
las carias sinodales de los Obispos de Africa ; alabó su celo
en mantener la pureza de su fe; estableció sólidamente la
doctrina antigua del pecado original y la necesidad de la
gracia para todos los actos de la piedad cristiana ; condenó
solemnemente á Pelagio, Celestio y sus secuaces, y los de
claró separados de la comunion de la Iglesia , á menos de
que renunciasen á sus errores. Despues de este decreto del
Papa, S. Agustin miraba esta causa como terminada y con
cluida. "Roma ha hablado, dice este Santo doctor, el juicio
«de los Obispos de Africa ha sido elevado á la Silla apostó
lica; las cartas del Papa que lo confirman han llegado; se
«acabó y terminó esta causa. ¡Quiera Dios que el error se
«acabe y termine tambien!"

Intriga y obstinacion de los pelagianos.

El deseo de S. Agustin no se cumplió: el error conti


nuó dando guerra, á pesar de su condenacion y del ódio
tambien con que era comunmente mirado. Pelagio y sus
sectarios trataron, no de someterse al juicio que se habia
pronunciado contra ellos, sino de deshacer á los ojos de los
hombres la mancha que este juicio les imponia. El papa Ino
cencio, que los habia condenado, habia ya muerto. Pelagio
escribió de un modo el mas respetuoso á su sucesor Zósimo
á fin de justificarse. Celestio su compañero fué á Roma en
persona, y presentó al Pontífice una profesion de fe capcio
sísima, en la que prometia condenar todo cuanto condena
se la santa Sede. El nuevo Papa se contentó con proponerle
algunas cuestiones , á las cuales Celestio respondió con la
apariencia de simplicidad y de rectitud que tan bien saben
finjir todos los picaros cuando les conviene. No llevando
mas adelante las precauciones, el Santo Padre le juzgó ino
cente , no porque aprobase los errores del impostor, sino
porque éste se sometia de antemano y sin restriccion al jui
190
cio de la Silla Apostólica. El resultado inmediato de esta
hipocresía fué que Zósimo escribió á los Obispos de Africa
una carta en la que, mostrándose convencido de la sinceri
dad de Pelagio, los reprende por sus procedimientos en or
den á este novador, pero sin decir una palabra con todo
que pudiese favorecer su mala doctrina. Cuando se recibió
en Africa esta carta se reconoció al momento que el Papa
habia sido engañado por estos hábiles impostores, y los Pa
dres trataron incontinenti de reunir un Concilio el mas nu-1
meroso que fuese posible. Acudieron á él doscientos cator
ce Obispos, se redactaron instrucciones mas extensas sobre
el asunto, se esplicó en ellas todo cuanto en Africa habia
pasado, se manifestó el veneno oculto en las profesiones de
fe y en los demás agiotajes de estos herejes, se hicieron
cánones dogmáticos, y todo se remitió á Roma con una car
ta concebida en estos términos. "Hemos decretado que la
«sentencia dada por Inocencio contra Pelagio y Celestio
«tenga su cumplido efecto mientras que no confiesen cla-
«ra y netamente que la gracia de Jesucristo debe ayudar
onos, no solo para conocer sino tambien para seguir las re-
«glas de justicia en cada una de nuestras acciones, de ma-
«nera que sin este socorro nada podemos tener, pensar,
«decir ó hacer perteneciente á la piedad. No basta que Ce-
destio se haya sometido vagamente al decreto de la Santa
«Sede; para quitar enteramente el escándalo es necesario
«que anatematice sin equivocacion y sin ambigüedad cuan-
«to hay de sospechoso en su escrito; de otro modo podrían
«algunos pensar, no que el sectario ha abandonado sus er-=
«rores, sino que la Silla Apostólica los ha aprobado." Esta
representacion tuvo su cumplido efecto. El Papa Zósimo
examinó el negocio con atencion , y habiéndose convencido
de la mala fe de Celestio dió una sentencia que confirmaba
las decisiones de los Obispos de Africa , y qüe condenaba á
Pelagio y á Celestio con todos sus sectarios. Esta sentencia
fué recibida con respeto por todo el mundo católico; y se
vió entonces lo que una esperiencia constante ha demostra
do, que ninguna sineeridad tienen las protestas que los he
rejes hacen antes de su condenacion. Los pelagianos apela
191
ron de este decreto al Concilio general , pero S. Agustin de
mostró que esta apelacion era ilusoria, y que la Iglesia reu
nida no baria mas que confirmar lo que habian decidido los
Obispos de Africa unidos al Papa su cabeza ; que la here--
jía estaba suficientemente condenada, y que en consecuen
cia no se trataba ya de examinarla sino de reprimirla. Así
fué que el emperador Honorio apoyó este juicio, y decre
tó pena de destierro contra los que se obstinasen en soste
ner los errores condenados.

Errores ele los semi-pelagianos.

La herejía pelagiana, proscrita del modo que queda di


cho, cayó y se estinguió poco á poco; mas salió de sus ce
nizas otra secta que, dulcificando lo que la primera tenia
de mas escandaloso, tomó un medio entre la doctrina pela
giana y la ortodoxa. Unos cuantos presbíteros de Marsella
fueron los que dieron curso á este pelagianismo mitigado,
por cuya causa se les dió el nombre de semi-pelagianos. Atri
buian éstos al libre alvedrío el principio de la fe, y los pri
meros movimientos de la voluntad humana hácia la prác
tica del bien. Segun ellos Dios, en consecuencia de estos
últimos esfuerzos, da el acrecentamiento de la fe y la gracia
de obrar el bien. Así los semi-pelagianos admitian como
los católicos el pecado original y la necesidad de la gracia
interior para obrar el bien, pero decian que el hombre pue
de merecer esta gracia por un principio de fe , y por un
primer movimiento de virtud de que no es Dios el autor.
San Agustin levantó la voz vigorosamente contra este per
nicioso error, y persiguió al pelagianismo en este su último
atrincheramiento. Dos obras compuso con este objeto, y en
ambas muestra que no solo el aumento sino tambien el
principio de la fe viene de Dios , y es una dádiva gratuita
suya lo mismo que la primera gracia, la cual ni puede es
tar fundada sobre nuestros méritos, ni nacer de nosotros en
modo alguno. Para prueba alega muchos pasajes de las san-
192
tas Escrituras, las cuales enseñan claramente ser Dios quien
prepara las voluntades, y quien las muda y encamina hácia
el bien; é insiste sobre estas palabras del Apostol : "¿Qué
«tienes que no hayas recibido?" Las cuales hacen ver que
el hombre tiene necesidad de la gracia de Dios para empe
zar y obrar el bien de un modo útil á la salvacion , y que
Dios no llama á los hombres porque son fieles, sino para
que lo sean. Hace observar tambien que la Iglesia ha de
mostrado siempre por sus oraciones que lo espera todo de
la misericordia divina, y no en consecuencia de nuestros
méritos; y que la gracia dejaria de serlo si no fuese entera
y totalmente gratuita. En fin, demuestra la misma verdad
por el bautismo de los párvulos, que son llamados á esta
gracia sin que de su parte, haya habido nada que haya po
dido merecerla; porque, pregunta el Santo: ¿"En dónde
«está la fe, en dónde las buenas obras que hayan precedi -
«do la vocacion de un niño al bautismo?" El Pontífice San
Celestino, informado que los sacerdotes de Marsella tenian
sentimientos contrarios á esta doctrina de S. Agustin, los
condenó y definió contra ellos que Dios obra de tal modo
en el corazon de los hombres , que los santos pensamientos,
los designios piadosos, y en fin, todo movimiento de la bue
na voluntad en orden á la salvacion viene de Dios; y que
si algun bien podemos es por Dios, sin quien todo nos es
imposible. Todas estas disputas fueron finalmente termina
das por el célebre canon del segundo Concilio de Orange*
presidido por S. Cesáreo de Arles; estos son 1os términos
en que dicho Canon se espresa: "Si alguno dijere que ó el
aumento ó el mismo principio de la fe, y el primer movi
miento del corazon , por el cual creemos en el que justifica
al pecador, no es -el efecto de la gracia sino que esta dis
posicion se forma en nosotros, contradice á los dogmas apos
tólicos, pues que dice S. Pablo: "Confiamos en que quien
ha dado principio en vosotros á la buena obra la perfeccio
nará hasta el dia de nuestro Señor." Y en otra parte: "Se
«os ha dado el creer en Jesucristo la gracia os ha sal-
«vado por medio de la fe, y esto no viene de vosotros, sino
«que es un don de Dios.
193

San Gerónimo.

San Gerónimo, uno de los mas ilustres defensores de la


Religion y de los primeros doctores de la Iglesia , se unió
á S. Agustin para combatir la herejía de Pelagio. Nacido
en la Dalmacia de padres cristianos y ricos, manifestó des
de luego tan felices disposiciones para las ciencias , que su
padre creyó debia cultivar en él este precioso germen por
cuantos medios estuviesen á su alcance. Con este fin envió
á Roma á Gerónimo, quien hizo muy grandes progresos en
poco tiempo en las letras humanas y en la elocuencia; pero
como la estimacion de los hombres mas bien que el deseo
de aprovechar en la ciencia de la salvacion era el objeto
de sus estudios, permitió Dios que la vanagloria le preci
pitase en el desorden de las costumbres. Sus estravíos con
todo no duraron mucho tiempo, pues ya por los años de
374 se retiró al desierto de Calcides en la Siria. Era esta
una vasta soledad abrasada por los rayos de un sol ardien
te, y habitada solo de algunos solitarios á los que el amor
de la penitencia habia conducido á tan espantoso lugar.
Oprimido de los temores que le inspiraban los juicios de
Dios , Gerónimo no pensaba en su retiro mas que en evitar
sus rigores, cuando Pelagio pasó á Palestina y se esforzó á
diseminar en toda ella sus errores. El piadoso solitario,
alarmado del peligro en que veia la fe, levantó su voz vigo
rosamente contra la nueva doctrina. Pelagio se enfureció,
y no solo escribió defendiendo sus errores, sino que animó
á sus discípulos contra S. Gerónimo, los que llegaron al
cstremo de cometer horribles violencias. Unidos en tropa
como bandidos atacaron al monasterio en que vivia el Santo
y le pusieron fuego, para desfogar de este modo su furor ya
que no pudieron desfogarlo contra su persona. Pasado este
peligro hizo S. Gerónimo un viaje á Antioquia , en donde
Paulino, que era Obispo , le ordenó de sacerdote , pero no
quiso perseverar en aquella ciudad ni asignarse á iglesia al
guna porque su designio era continuar viviendo en la sole-
PARTE I. 13
194
dad. Habiendo ido despues á Constantinopla permaneció en
ella algun tiempo con S. Gregorio de Nacianzo, y se aplicó
bajo la direccion de este hábil maestro al estudio de la Es
critura santa, que sola hacia todas sus castas delicias. De
allí fué á Roma, y el Papa S. Dámaso lo retuvo cerca de su
persona para responder á los que le consultaban sobre la
Escritura ó sobre cualquiera punto de moral. Muerto el
Papa Dámaso volvió á Palestina, y fijó su morada en Be
lén. Entonces fué cuando en el reposo del retiro, que tan
to habia deseado, se aplicó este Santo doctor á trabajar sus
grandes obras sobre la Escritura, con las que hizo tan im
portantes servicios á la Iglesia. Emprendió la traduccion al
latin del testo de los libros Santos; con este objeto hizo un
estudio laborioso y reflexionado de la lengua hebrea , y para
conocerla á fondo tomó lecciones de un judío muy habil,
cuyo discípulo se hizo. En seguida trabajó infatigable en
ilustrar y aclarar las dificultades que necesariamente debe
tener un libro inspirado por Dios, y escrito en lenguas cuyo
genio es tan distinto de todas las modernas. Asi es que no
solo enriqueció la Iglesia con una version nueva y la mas
exacta de todas, sino que además compuso muchos trata
dos para la inteligencia de los Sagrados libros. Aún nos
quedan muchos de estos comentarios de S. Gerónimo. En
el prefacio que hizo sobre el profeta Isaías , que vivió sete
cientos años antes de Jesucristo, dice que le mira no solo
como á un profeta , sino mas bien como á un Evangelista
y un Aposto! , porque encierra en sus profecías todos los
misterios del Salvador, su nacimiento de una virgen, las
maravillas de su vida, la ignominia de su muerte, la gloria
de su resurreccion, y la difusion y establecimiento de su Igle
sia por todo el mundo. "Isaías, dice este sábio intérprete,
>• habla con tanta claridad de todas estas cosas, que su libro,
«mas bien que anuncios de cosas venideras, parece conte-
«ner la historia de sucesos que hubiesen pasado antes."
195

San Agustín.

Lo que se ha dicho en varios capítulos acerca de las here


jías de su tiempo puede ya dar una idea aunque muy lige
ra del espíritu de S. Agustin y de sus trabajos en favor de
la Religion. No habiendo habido error alguno hasta su muer
te al que no combatiese y del que no triunfase de la ma
nera mas brillante, se conoce que fué el hombre que la Pro
videncia dispuso para que fuese el antemural de la verdad,
el defensor de la fe, y un fanal hermoso que aterrando cotí
su resplandor á los impíos, dirijiese á los amantes de la ver
dad á los puertos de la salvacion. Su conversion maravillo
sa fué dispuesta por el cielo á este fin, y el modo con que
él respondió á las gracias del Altísimo le llenaron completa
mente. Hijo de padre infiel y de madre católica debió ha
ber sido bautizado en sus primeros años ; pero habiendo
permitido Dios que se difiriese su bautismo cayó en la he
rejía de los maniqueos, y se envolvió en mil disipaciones
y vicios que cada vez le arrastraban mas lejos de la verdad.
Pero la amaba, y la buscaba con ardor y de buena fe, sien
do quizá esta la causa de que á los treinta y tres años de
su vida la encontrase en el catolicismo. San Ambrosio, Ar
zobispo de Milán , fué el instrumento de que Dios se valió
para ilustrar su entendimiento, y quien le bautizó despues
que él hubo sostenido una terrible lucha en su corazon con
los vicios á que iba á dar de mano para siempre, y despues
tambien de haberse preparado por medio del retiro y de la
meditacion de las verdades santas á recibir la ablucion di
vina. Es indecible el fervor con que aun antes de ser bau
tizado se dedicó á perfeccionar su alma con la práctica y
adquisicion de todas las virtudes: sobre todo admirará siem
pre la viveza del amor divino que abrasó su sensible cora
zon. Puede decirse que este fuego celestial consumió todas
sus afecciones terrenas , y le hizo vivir en la tierra despues
de su conversion como un hombre cuya existencia toda se
hallaba en el cielo. De ahí nacian aquellas enérjicas escla-
maciones que hacia á Dios cuando le decia: "Hermosura
196
«siempre antigua y siempre nueva ¡cuán tarde te amé!" Y
de ahí tambien aquellos coloquios todos fuego, que con el
nombre de meditaciones y soliloquios han sido y serán la
lectura mas preciosa para los fieles que desean la suma fe
licidad. A poco de bautizado volvió al Africa , y deseando
que solo Dios poseyese su corazon buscó la soledad como
el sitio mas á propósito para lograr este deseo; y en ella
hubiera vivido si no hubiera Dios dispuesto que 1a lám
para de su entendimiento se colocase sobre el candelero.
Pero la Iglesia necesitaba de sus luces, y habiendo sido or
denado de presbítero y poco despues consagrado Obispo,
tuvo que dejar su amado retiro para emplearse en el bien
de sus hermanos, sin olvidar por eso su propia santificacion.
Siempre empleado en el cumplimiento de los deberes á que
estos ministerios le sujetaban , nos admiraria la multitud de
escritos que compuso, y la infinidad de otros quehaceres en
que se empleó con feliz éxito, si no supiésemos por otro lado
que á los que aman á Dios todo se les compone bien. Dispu
tas, disertaciones contínuas, refutaciones de los libros heré
ticos, respuestas á las consultas y encargos que de todas
partes le hacian, viajes, asistencia á muchos concilios, todo
esto debia ocupar su vida sin dejarle lugar para otra cosa;
mas Agustin hallaba tiempo todavía para dar el pasto espi
ritual á sus diocesanos, para visitar sus parroquias conti
nuamente, para consolar á los afligidos , y para llenar en
una palabra los oficios de un verdadero pastor de la manera
mas completa. Los hombres y los tiempos le pusieron no
pocas veces obstáculos terribles que á otro hubieran arre
drado; pero Agustin verificó en sí lo que el apostol S. Pa
blo habia ya dicho: "Todo lo puedo en aquel que me con
forta." Efectivamente, Dios vivia en él porque él vivia para
Dios; y así, perfeccionándose cada vez mas en la santidad,
se preparó para en el término de su vida percibir el fruto
de ella. Entornes fué cuando, desprendiéndose su hermoso
espíritu de los lazos del cuerpo, voló al seno de Dios con
ducido en alas de la caridad, verificando así completamente
aquel célebre dicho del Santo: "El amor mio es el peso que
«me arrastra; él me lleva á donde quiera que voy."
197

Virtudes y sufrimientos de S. Juan Crisóstorno.

Por el mismo tiempo san Crisóstomo, Arzobispo de Cons-


tantinopla, honraba su religion con su celo apostólico y con
la reforma que hizo en el clero y pueblo de aquella gran
ciudad. Lleno de un santo deseo de salvar á todos, repren
dia con una libertad generosa la avaricia de los ricos , el
lujo de las mujeres y el orgullo de los grandes. La corte
misma esperimentó su celo tan santo como prudente. Mu
chas veces habló al Emperador y á Eudoxia su esposa de
las obligaciones que el cetro les imponia, sin que su digni
dad le impusiese ni le hiciese titubear. Este vigor episco
pal le suscitó poderosos enemigos: la Emperatriz sobre to
do se declaró contra él por causa de un sermon , que los
mal intencionados interpretaron á su antojo y aplicaron á
esta princesa. Ella buscó medios de vengarse, y halló en
Teófilo, Obispo de Alejandría, un ministro que se prestaba
á su odio y á sus violencias. San Crisóstorno fue depuesto
y desterrado; pero al dia siguiente hubo en Constantinopla
un temblor de tierra que fue mirado como un efecto de la
cólera del cielo. La misma Eudoxia recibió tal susto que
suplicó al Emperador volviese á llamar al Santo, que efec
tivamente volvió á la ciudad en triunfo. Bien pronto no
obstante esto se levantó una nueva tempestad : en una pla
za cerca de la iglesia principal de Constantinopla se habia
levantado á la Emperatriz una estátua de plata, delante de
la cual se celebraban juegos públicos mezclados de mil su
persticiones. El Santo Obispo predicó contra este abuso', y
Eudoxia, á quien los cortesanos informaron luego del hecho,
creyéndose personalmente ofendida juró la pérdida del san
to Prelado. Le depusieron de consiguiente segunda vez , y
fue desterrado á Cucusa ó Cucusio, pequeña ciudad de la
Armenia, pais esteril y pobre, que la Emperatriz habia es-
cojido para hacer sentir al Santo Obispo todo el peso de su
venganza. Setenta dias gastó el Santo en llegar, venciendo
198
con su paciencia en tan dilatado viaje mil incomodidades
que le causaba la dureza de los soldados que le custodia
ban. Restablecida que fue su salud se dedicó á trabajar en
su destierro por el bien de la Iglesia , instruyendo á los pue
blos del pais, asistiendo á los pobres y rescatando á los cau
tivos. Sus enemigos aunque triunfantes concibieron todavía
celos de sus virtuosos trabajos y de las alabanzas que por
ellos merecia, y le desterraron de nuevo á Pitiontes, ciu
dad desierta y la última del imperio en la orilla oriental
del Ponto Euxino. Se le hizo conducir á este nuevo sitio
de destierro por dos guardias sin piedad, que se esforzaban
en acrecentar con sus malos tratamientos las fatigas de un
camino largo y penoso. Se habia prometido á estos bandi
dos un premio si hacian morir al Santo en el camino, y
efectivamente lo merecieron por su barbarie. El Santo Obis
po, débil y agotado de fuerzas, sucumbió en fin á tantos
males. Despues de haber marchado tres meses, y habiendo
llegado á Comanes en el Ponto, fue atacado de una violenta
calentura que le obligó á detenerse. La noche siguiente ha
llándose en el presbiterio de san Basilisco, Obispo de Co
manes y martir, se le apareció este Santo y le dijo: "Ani-
«mo, hermano mio, el dia de mañana nos reunirá á en
«trambos en un sitio." Su muerte se verificó con efecto al
dia siguiente. La Iglesia perdió uno de sus mas santos Obis
pos y de sus mas ilustres doctores: su elocuencia, que al
menos es igual á la de los mas célebres oradores de la an
tigüedad, le ha hecho dar con sobrada justicia el nombre de
Crisóstomo, que quiere decir boca de oro.

Herejía de Nestorio.

El espíritu del error, despues de haber atacado los mis


terios de la augustísima Trinidad , el del pecado original
y el de la gracia, hizo muchos y terribles esfuerzos por
amortiguar la fe acerca del misterio de la Encarnacion. Se
habia creido siempre que Jesucristo no es otro que el Ver
199
bo divino hecho hombre, y de consiguiente que hay en el
hombre-Dios dos naturalezas y una persona sola. Nestorio,
Obispo de Constantinopla, enseñó por el contrario dos per
sonas en Jesucristo. No atreviéndose á atacar el dogma ca
tólico directamente, lo hizo con rodeos, diciendo que Ma
ría Santísima no debia llamarse Madre de Dios, sino so
lamente Madre de Cristo, distinguiendo asi la persona de
Cristo de la del Verbo ; esta doctrina , nueva, y contraria
á la creencia comun, causó un escándalo gravísimo tanto
en el clero como en el pueblo. La primera vez que se oyó
esta blasfemia en la iglesia de Constantinopla huyeron
los fieles por no comunicar con el impío que la habia pro
nunciado. Este primer grito de la fe es bien digno de no
tarse; jamás deja de oirse en el nacimiento de todas las
herejías; es decir, siempre y cuando que se ataca alguno
de los dogmas que han sido revelados por Dios y creidos
por su Iglesia. Nestorio tenia crédito en la corte, y ningu
na cosa omitió para hacer que el Emperador abrazase sus
intereses, y para difundir por este medio sus errores á to
das partes; pero Dios habia preparado un remedio al mal,
y á la fe combatida un ilustre defensor. San Cirilo, Obispo
de Alejandría, fue el atleta invencible que la Providencia
opuso al heresiarca. Luego que el Santo Obispo tuvo noti
cia de los progresos que hacia la impiedad, publicó un escri
to en el que esponia claramente la verdad del misterio de
la Encarnacion. "Me admiro, decia, de cómo pueden po-
«ner en duda si la Virgen Santísima debe ser llamada Ma-
«dre de Dios; porque si nuestro Señor Jesucristo es Dios,
«la Virgen Santísima su Madre es por fuerza Madre de
«Dios. Esta es la fe que los Apóstoles nos han enseñado,
«esta es la doctrina de nuestros padres, no que la natura
leza del Verbo ó la divinidad haya tenido origen en Ma-
«ría, sino que en el seno purísimo de esta Señora ha sido
«formado y animado de un alma racional el sagrado cuer-
«po á que se ha unido hipostáticamente el Verbo divino,
«lo cual es causa de que se diga que el Verbo ha nacido se-
«gun la carne; de este modo, aunque las madres no tienen
«parte alguna en la creacion del alma, no deja de decirse
200
«que son madres de todo el hombre; y sería un error el
«llamarlas madres de solo el cuerpo." Éste escrito de san
Cirilo se difundió bien pronto por todas las iglesias de!
Oriente, y consoló á los fieles, á quienes el blasfemo error
habia escandalizado. San Cirilo además escribió particular
mente á Nestorio aconsejándole que volviese al buen ca
mino; le exhortaba á que hiciese cesar el escándalo, y que
nombrase claramente Madre de Dios á la Santísima Vir
gen. "Y por último, le anadia, estad persuadido á que es-
«toy pronto á sufrirlo todo, la prision y la muerte, por la
«fe del Salvador." Esta carta no produjo efecto alguno; la
conversion de un heresiarca es una cosa que quizá no se
ha visto aún. Viendo pues el santo Obispo que nada habia
que esperar por este lado, se dirijió al Pontífice san Celes
tino, le dió cuenta de todo lo sucedido, como del estado én
que se hallaba la Iglesia de Constantinopla , y le suplicó
remediase con pronta eficacia aquel tan grave mal. Por su
parte Nestorio habia enviado tambien al Papa sus escritos
firmados de su propio puño. El soberano Pontífice tuvo en
Roma una asamblea de Obispos, en la que fueron examina
dos los escritos de Nestorio. Su doctrina se halló contra
ria á la de los Padres, y fue por consiguiente condenada
unánimemente. Para notificar este juicio, Celestino escribió
á los Obispos de las primeras Sillas del Oriente. En la car
ta que dirijió á san Cirilo, el Papa alabó su celo y su vi
gilancia; le declaró que aprobaba sus sentimientos acerca
de la Encarnacion, y que si Nestorio continuaba comba
tiendo la doctrina católica y no condenaba en un espacio
de tiempo señalado su doctrina impía, sería separado del
cuerpo de la Iglesia católica.

Concilio general de E/eso (año 431).

Nestorio no se sometió al juicio de la Silla apostólica,


sino que á semejanza de todos los demás novadores, su con
201
denacion le sirvió de estímulo para propagar con mas ar
dor sus errores. Aunque tenia protectores en la corte, el
Emperador (Teodosio el joven), que amaba sincera y cor-
dialmente la Religion, abrió los ojos cuando supo el escán
dalo de los fieles de Constantinopla, y se decidió á convo
car (1) un concilio ecuménico en la ciudad de Efeso. La
noticia de esta convocacion llenó de júbilo á todos los fie
les católicos. Los Obispos en consecuencia vinieron á Efe-
so de todas las provincias del mundo católico en número
de doscientos, y san Cirilo los presidió á nombre del Sumo
Pontífice. Nestorio vino tambien á Efeso acompañado del
conde Candidiano, á quien el Emperador habia encargado
que protejiese el Concilio, pero que se aplicó á favorecer
abiertamente el partido del heresiarca. Protejido con esta
sombra Nestorio no quiso presentarse á la asamblea, aun
que los Padres lo llamasen tres veces jurídicamente y le
notificasen segun las formas. Siempre ponia por pretesto
para no ir la ausencia de Juan, Obispo de Antioquía, y de
sus sufragáneos, que aún no habian arribado. Pero co
mo la tardanza de estos Obispos era afectada, y el término
de quince dias que habia marcado el Emperador para la
apertura del Concilio hubiese pasado, se tuvo la primera
sesion. En medio de la iglesia sobre un trono elevado se
colocaron los santos Evangelios para representar la asisten-

(i) Bossuet, Fleuri y otros galicanos han pensado por este y otros rasgos de
la historia que tocaba á los Emperadores convocar los Concilios, y que estos eran
necesarios porque la sentencia definitiva de la Silla apostólica no bastaba. Ambos
son dos errores que los Padres escluyen. La convocacion tocaba y toca al Pontífi
ce, pero la hacían con su anuencia los Emperadores porque eran ellos los dueños
de las postas del imperio y del fisco, que suministraba á los Padres que iban al
Concilio lo que necesitaban para su viaje. Algun otro Emperador los convocó sin
contar con la Silla de Roma, pero estos eran caprichos que la Silla de Roma debia
tolerar y toleraba porque ningun mal habia en ello. Por lo demás, la convocacion
del Concilio era necesaria, no para reformar el juicio de Roma sino para con
temporizar eon los seducidos, á quienes por medio de la celebracion del Concilio
se quitaba toda disculpa. Además era muy conveniente para que llegase mas pron
to á la noticia de los fieles lo que se hubiese definido. De otro modo la Iglesia
nunca tuvo á los Concilios por necesarios. La definicion del sucesor de Pedro bas
taba: mas si despues de esta los Emperadores se obstinaban en reunir Concilio, era
conveniente acceder, y se accedia, por las causas dichas.
202
cia de Jesucristo, que ha prometido hallarse en medio de
los Pastores congregados en su nombre : espectáculo santo
é imponente, de que el Concilio de Efeso dió el modelo á
todos los que se han celebrado despues. Los Obispos esta
ban sentados á los dos lados segun la dignidad de sus Si
llas. Como Nestorio habia rehusado presentarse, fue necesa
rio examinar su doctrina en sus escritos. Mas no bien se
hubieron estos acabado de leer, cuando gritaron unánime
mente los Padres: "¡Anatema á estos errores impíos! ¡Ana
«tema á todo el que profesa esta doctrina! Es contraria á
«las santas Escrituras y á la tradicion de los Padres." Se
leyeron en seguida la carta del Papa Celestino á Nestorio,
y muchos testos de los Padres mas ilustres, san Cipriano,
san Atanasio, san Ambrosio, san Basilio, á los que se puso
en contraste con las proposiciones del heresiarca; despues
cada Obispo testiBcó la fe de su iglesia peculiar; y por úl
timo, se declaró solemnemente á la Virgen María Madre
de Dios, y se pronunció la sentencia de deposicion contra
el novador que qneria privar á la Señora de este título.
Cuando el pueblo de Efeso supo esta decision prorumpió
en escesivos gritos de alegría, y colmó de bendiciones á los
Padres del Concilio: toda la ciudad resonó por mucho tiem
po con el nombre y las alabanzas de la Santísima Madre de
Dios. Los Prelados escribieron al Emperador para infor
marle de su decision; pero el conde Candidiano interceptó
sus cartas, y de acuerdo con Nestorio preocupó á Teodosio
contra ellos por medio de una falsa relacion. Las cartas y
los diputados del Concilio salian , mas no podian llegar al
Emperador. Se guardaban los caminos, los puertos y aun
los navíos, se les cerraban todas las entradas, y la verdad
habria sucumbido si Dios no la hubiese dado la fuerza de
vencer todos los obstáculos y de superar todas las cábalas
formadas contra ella. Un diputado disfrazado de pordiose
ro condujo la verdadera esposicion y noticia de todo en el
hueco de un baston, y penetró en el palacio. Por su me
dio se instruyó el Emperador de todo lo acaecido en Efeso,
y conñnó á Nestorio en un monasterio de Antioquía ; mas-
como ni allí dejase de predicar sus errores fue desterrado
203
á Tassis en Egipto, en donde algunos años despues murió
miserablemente.

Herejía de Eutiques.

La herejia de Nestorio dió ocasion ó motivo á otra que


la siguió de cerca, y que no era menos contraria que ella
al dogma de la Encarnacion. Eutiques, combatiendo á Nes
torio, se estravió como él aunque en sentido opuesto. En
señó que no habia en Jesucristo despues de su Encarnacion
mas que una sola naturaleza. Asi es como el Espíritu hu
mano no evita un error sino precipitándose en otro; mien
tras que la Iglesia de Dios, conducida por su espíritu, se
identifica con la verdad y condena todos los errores. Nes
torio habia dividido la persona de Jesucristo; Eutiques con
fundió las naturalezas. Era este nuevo heresiarca superior
de un monasterio cerca de Constantinopla, y habia mostra
do mucho celo en sostener la unidad de la persona en Je
sucristo contra Nestorio, pero su oposicion al nestorianis-
mo lo condujo á la herejía opuesta, y su error no causó me
nos disturbios que habia causado el de su antagonista. Por
de pronto Eutiques no se esplicó mas que con algunos ami
gos en sus conversaciones familiares, pero á poco trató de
hacer que abrazasen su error los demás monasterios de Cons
tantinopla. Sus amigos hicieron cuantos esfuerzos pudie
ron para desengañarle y prevenir el escándalo que iba á
ocasionarse, pero todo fue inutil. Eutiques manifestó una
obstinacion indomable, y en vista de ella fue denunciado
á san Flaviano, patriarca entonces de Constantinopla. El
Santo prelado, despues de haber apurado todos los medios
conciliadores de la dulzura evangélica, reunió los Obispos
que se hallaban en la ciudad imperial, y citó á esta asam
blea al novador, que por varias veces y mucho tiempo rehu
só comparecer. Como perseverase, habiéndose presentado,
en sus sentimientos, fue condenada su doctrina , y á él se
le quitó el gobierno de su monasterio. Pero el novador bus
204
cóy encontró en la corte un apoyo contra su prelado. Cri-
safo, uno de ios principales ministros del Emperador, lo sos
tuvo con todo su crédito. Era este un bárbaro cuyo méri
to consistia en el bello estcrior de su persona; avaro, cruel,
impío, en lo interior reunia todos los vicios. Habia logra
do apoderarse de los negocios, y los gobernaba todos él so
lo del mismo modo que el ánimo del Emperador. Alcanzó
pues con facilidad de Teodosio que el asunto de Eutiques
fuese visto de nuevo en otra asamblea de Obispos, para cu
ya presidencia hizo nombrar á Dioscoro, Obispo de Alejan
dría, amigo de Eutiques, y preocupado contra san Flavia-
no. Crisafo se hizo el dueño absoluto de esta asamblea, en
la que lo dirijió todo la violencia, y que por lo tanto fue
un conciliábulo de malhechores mas bien que asamblea de
Obispos. Hubo en ella dos comisarios del Emperador que
entraron con soldados prevenidos de cadenas, amenazando
con ellas y con las violencias mas terribles á los que no sus
cribiesen á los proyectos del favorito del Emperador. En
medio de este tumulto Eutiques fue absuelto y san Flavia-
no condenado. Muchos rehusaban suscribir á este inicuo
juicio, pero se cerraron las puertas y se forzó á los Obis
pos á firmarlo. Los que no cedieron á la violencia fueron
conducidos á un destierro, y entre ellos fue tambiea lleva
do san Flaviano, quien murió pocos dias despues de resul
tas de los golpes con que lo maltrataron. El emperador
Teodosio, que se habia dejado sorprender tan torpemente,
no le sobrevivió mucho tiempo. La ciega confianza que ha
bia hecho de su indigno favorito manchó la gloria de su
reinado, cuyo fin fue tan triste como felices habian sido los
principios. Le sucedió Marciano, príncipe religioso, que
puso todo su conato en mantener la pureza de la fe.

Concilio general de Calcedonia (año 451).

San Leon, que ocupaba por entonces la Silla de san Pe


dro, sintió estraordi nanamente la llaga que se habia abier
205
to á la Iglesia, y se aplicó con todo esmero á cicatrizarla.
El remedio mas eficaz parecia ser entonces un Concilio ecu
ménico. El emperador Marciano, segun el deseo del santo
Pontífice, le convocó en Calcedonia, uno de los arrabales de
Constantinopla, porque quería asistir en persona y sostener
el orden en su seno. Los Obispos se reunieron en núme
ro de trescientos sesenta en la iglesia de santa Eufemia , y
la primera sesion se celebró el dia 8 de octubre del año
451. San Leon, no pudiendo presidir el Concilio por sí mis
mo, envió tres legados que lo hicieron en su nombre. El li
bro de los santos Evangelios estaba como en Efeso sobre
un trono en medio de la asamblea. Se dió principio exa
minando la conducta violenta é injusta deDioscoro con res
pecto á san Flaviano , se le acusó de haber menospreciado
y conculcado todas las reglas, y se pronunció contra él la
sentencia de deposicion. Se leyó en seguida la admirable
carta que san Leon habia escrito á Flaviano desde los prin
cipios de esta herejía, en la que el Santo doctor habia es
puesto con tanta solidez como luces la fe católica sobre el
misterio de la Encarnacion, ó lo que es lo mismo la uni
dad de la persona y la distincion de naturalezas en Jesucris
to. La doctrina contenida en ella era enteramente confor
me al símbolo de Nicea y al de Constantinopla. Los Padres
del Concilio lo entendieron asi unánimemente todos, y mi
raron la carta como una regla infalible de fe. "Todos lo
«creemos asi, esclamaron los Obispos; esta es la fe de los
«Padres. ¡ Esta es la misma fe de los Apóstoles! Pedro ha
«hablado por la bota de Leon Es necesario tener esta
«doctrina por ortodoxa. ¡Anatema á quien no cree del mis-
« mo modo ! " En seguida los Padres redactaron su profe
sion de fe, en la cual, despues de haber referido los símbo
los de Nicea y de Constantinopla, se espresaron en estos tér
minos. "Declaramos que debe confesarse un solo y úni-
«co Jesucristo, que es verdadero Dios y verdadero hombre,
«perfecto en una y otra naturaleza, consubstancial al Padre
«segun la divinidad y á nosotros segun la humanidad ; en-
ngendrado del Padre antes de los siglos segun la divinidad,
«y nacido de la Virgen María en el tiempo segun la huma
206
«nidad; un solo y único Jesucristo nuestro Señor en dos
«naturalezas, sin confusion, sin cambio, sin division , sin
«separacion, y sin que la union destruya ó quite la diferen
cia de las dos naturalezas; por el contrario, la propiedad
«de cada una se conserva y concurre en la misma única per-
«sona, de manera que ella es él solo, y el mismo Hijo úni-
«co del Eterno Padre, Dios como él, su Verbo y nuestro
«Señor Jesucristo." El Emperador asistió personalmente á
la sesion sesta, y declaró que á ejemplo de Constantino ve
nia, no á violentar á los Obispos, sino á apoyar con la auto
ridad imperial las decisiones del Concilio. A esta declara
cion respondieron los Prelados con las aclamaciones de:
"¡Viva el nuevo Constantino! ¡Viva el religiosísimo Em-
«perador y la ortodoxa Emperatriz! ¡Muchos años y un
«feliz reinado á Marciano, amante de Cristo!" El Empera
dor hizo leer la definicion de la fe decretada por el Conci
lio, y cuando se acabó la lectura preguntó si estaban todos
conformes sobre lo que acababan de oir. Todos á voces res
pondieron: "Nosotros no tenemos mas que una fe y una
«doctrina, esa es la fe de los Santos doctores ; esa fue la
«que enseñaron los Apóstoles; esa fe es la que ha salvado
«al universo." Las aclamaciones empezaron de nuevo con
un nuevo fervor: se repitieron los nombres de nuevo Cons
tantino, de nueva Helena, y todos los títulos mas capaces de
espresar el amor y el respeto. El Emperador mandó la eje
cucion de los decretos del Concilio por una ley en donde
dice: que el inquirir ó investigar lo que debe creerse después
de esta decision, es querer encontrarse con la mentira y el
error.

Grandes cualidades del Papa San Leon.

San Leon habia sido suscitado por la Providencia para


combatir la herejía de Eutiques, aunque no fue este el úni
co servicio que á la Iglesia hizo. Este grande hombre sal
vó á su pueblo en dos ocasiones en que se vió espuesto á
207
perecer. Atila, rey ele los hunnos, que se hacia llamar el Azo
te de Dios, avanzaba hacia Roma despues de haber incendia
do y degollado á la Italia para hacer lo mismo con aque
lla ciudad famosa. El Emperador, que no estaba en estado
de defenderla, la abandonó, permitiéndolo asi Dios para
que empezase ya á desarrollarse la soberanía que el gran
sacerdote del catolicismo debia ejercer sobre la ciudad eter
na. San Leon, en virtud de esta permision que acaso él no
conocia, se encargó de la defensa de la capital del mundo,
mas no con las armas y la fuerza, sino con la representa
cion y los ruegos, que es la mejor arma del sacerdocio. De
todos modos el negocio era peligrosísimo, pero el Santo
se encargó de él persuadido de que Dios dispone á su an
tojo de los corazones de los reyes, y lo ejecutó con una
intrepidez que impuso por la primera vez al feroz conquis
tador. Atila carecia de todo lo que constituye la grandeza,
pero en cambio todo cuanto le rodeaba era terrible, y pin
taba con exactitud su ferocidad y barbarie. Era pequeño
de estatura, tenia el pecho ancho, la cabeza deformemen
te gruesa, los ojos brillantes cual si echasen chispas, poco
pelo en la cabeza y en la barba, y ese cano antes de tiem
po por las fatigas de la guerra, muy chato de nariz, su co
lor muy oscuro, y todo esto realzado por su continente fie
ro y amenazador. San Leon, armado de un poder invisible
aunque superior á todas las fuerzas humanas, se presentó
con seguridad delante de este príncipe á quien los reyes
sus vasallos no se acercaban sino temblando, y le habló, con
respeto sí pero con energía, persuadiéndole á que diese la
paz y libertase de males á la Italia. Las palabras del san
to Pontífice y su firmeza admiraron al príncipe feroz, en tér
minos de que volviéndose á los que le rodeaban, "yo no
«sé, les dijo, porqué las palabras de este clérigo me han
«conmovido," y en consecuencia, hecho su ánimo cargo de
la razon, hizo cesar las hostilidades y retiró su ejército de
Italia. Tal es el imperio de la virtud, que sola sabe dulci
ficar los ánimos mas feroces. Cerca de tres años despues hizo
el santo Pontífice una segunda esperiencia. Gensérico, rey
de los vándalos, vino á su vez á saquear la hermosa Italia,
208
y dejó por todas partes terribles señales de su crueldad.
Cuando estaba ya casi en los muros de Roma san Leon se
atrevió á presentarse á él, y á pedirle la vida de los ciuda
danos. Le habló con tanta dignidad y sabiduría, que ablan
dó tambien el pecho de este príncipe sanguinario. Al
canzó que no emplearia el hierro y el fuego, y que se per
donase á los habitantes y los edificios de aquella gran ciu
dad. Asi por segunda vez mereció ser el Señor de Roma;
y si bien el Santo no pensaba en ello , la Providencia con
todo ordenaba los sucesos al gran acontecimiento, y asi fue
que ni san Leon ni sus sucesores pudieron evitar por mas
que lo intentaron la caida del imperio romano en Occiden
te. Nuevos reinados análogos al Evangelio debian ocupar
el lugar del imperio antiguo, y los Papas debian educar y
constituir estos tronos. Para esto era indispensable que ellos
tambien fuesen reyes de hecho; y esa es la razon por que
mandaron en gefe en Roma y la salvaron muchas veces,
porque destinada á ser su patrimonio temporal, recono
cia su dominio sin saberlo y sin pensar en ello. Los bár
baros que se arrojaron sobre las provincias que compo
nian el antiguo imperio dieron la última mano á este gran
decreto de la Providencia, porque el dominio antiguo desa
parecia de Roma, y los grandes conquistadores no se atre
vian á apoderarse de ella. Odoacre, por ejemplo, que dió
el último golpe al imperio de Occidente por la conquista
de Italia, en la que se estableció con sus hérulos el año
de 496, ni quiso establecerse en Roma, silla que habia sido
del imperio, ni parece que conservó sobre esta ciudad de
recho alguno de conquista, como aparece claro por la auto
ridad que siguieron ejerciendo en ella los sucesores de san
Leon. Y con este ejemplo material se confirma la verdad
universal que todos los historiadores han observado, á sa
ber, que los monarcas, los vasallos y las naciones perecen,
y que solo el reino que Jesucristo ha establecido por me
dio de su cruz es el que subsistirá siempre.
209

Conversion de los francos (año 496).

Guando llegó el tiempo de que el imperio romano caye


se en el Occidente para no levantarse jamás, dispuso la Pro
videncia que los fieros hijos del Norte se uniesen con los
habitantes del Mediodía por el triple medio de los matri
monios, las leyes y la religion, y asi amalgamados forma
sen el noble pueblo sobre que habia de ejercer toda su in
fluencia la verdadera civilizacion. Pero no todos los que
del Norte venian tenian las mismas disposiciones para que
ingeridos en la planta meridional fuesen desde luego fru
tales europeos. Habia entre ellos ciegos idólatras sumidos en
la barbarie mas supersticiosa , y estos ya se ve que estaban
muy remotos del pueblo de Dios. Otros estaban envueltos
en los fangos del arrianismo; y aunque á primera vista pa
recian estar muy distantes, se hallaban con todo mejor dis
puestos. Los medios naturales debian bastar para hacerlos
católicos, mientras que los otros debian humanizarse antes
para hacerse católicos despues. Todos ellos no obstante de
bian venir á parar en este felia término, y el movimiento
hácia él empezó por los francos, pueblo salido de la Ger-
mania y que acababa de posesionarse de las Gálias. El
príncipe que los mandaba era pagano, pero tenia por espo
sa á una princesa católica, muger de mucha piedad. Clotil
de (que este era su nombre) le hablaba con frecuencia de la
Religion cristiana, y le hacia conocer en sus conversaciones
particulares la vanidad de los ídolos, pero al rey le costa
ba mucho trabajo el rendirse; con todo, alcanzó la reina
que el primer hijo que tuvo fuese bautizado. El niño murió
pocos dias despues de su bautismo, y Clodoveo (pues asi se
llamaba el rey) atribuia esta muerte á la cólera de sus falsos
dioses. Mas no se desanimó la princesa ; la fe que reinaba
en su pecho secó muy pronto las lágrimas que la hacia der
ramar la ternura de madre y la sostuvo en su afliccion. Un
segundo hijo que tuvo fué tambien bautizado. El niño cayó
PARTE I. 14
210
tambien enfermo, y el Rey decia que moriria infaliblemen
te como su hermano porque habia sido bautizado como él.
Clotilde recurrió al cielo por medio de la oracion, y Dios,
contento con haber probado su fe , recompensó el mérito
de ella dando entera salud al joven infante. Despues de es
tos sucesos, las bellas cualidades de Clodoveo y las espe
ranzas que se habian concebido de su conversion le ganaron
de tal modo el corazon de sus nuevos subditos, que en todo
el reino se hacian las mas fervorosas rogativas para que Dios
se dignase ilustrarle. Estos votos fueron al fin oidos, y la di
vina Providencia quiso que la conversion de este príncipe,
á la cual debia seguirse la de toda la nacion de los francos,
se lograse por medio de un milagro igual al que en otro
tiempo habia ganado para Jesucristo al grande Constantino.
Una milagrosa victoria fué para entrambos el motivo mas
poderoso para que abrazasen el cristianismo. Los germanos
ó alemanes, pueblo guerrero de la Germánia, á ta que die
ron despues su nombre, habian pasado el Rhin y avanza
ban sobre las Galias para apoderarse de ellas. Clodoveo mar
chó contra ellos, y les dió alcance en los llanos de Tolbiac
en el ducado de Julicrs. Antes de su marcha le habia ase
gurado Clotilde que si queria obtener el triunfo invocase al
Dios de los cristianos. Puestos frente uno de otro los ejér
citos se dió la señal , y no bien se empezó la pelea cuando
empezó á desordenarse y á retroceder el ejército de Clo
doveo. Este primer movimiento desordenado redobló el va
lor de los germanos, que llegaron por un instante á creerse
victoriosos. En tal estremo se acordó Clodoveo de las lec
ciones de Clotilde, y dirijiéndose al Dios de su virtuosa con
sorte, "¡ó Dios de Clotilde, esclamó levantando la voz y las
« manos al cielo, socorredme! |Yo no adoraré sino á vos si
«me concedeis la victoria!" Dios habia marcado en sus desig
nios eternos este instante para darse á conocer á Clodoveo
por sus beneficios. Apenas el príncipe acabó esta corta ora
cion, cuando la victoria se pasó definitivamente al lado de
los francos. Los alemanes echaron á huir, y casi todos los
que escaparon del cuchillo se rindieron á discrecion.
111

Bautismo de Clodoveo.

Nadie dudó de la asistencia divina en la victoria gana


da por Clodoveo, y '» belicosa nacion de los francos cono
ció que el Dios de Clotilde era el verdadero Dios de los ejér
citos. Clodoveo se volvió á las Galias con su ejército, y sus
primeros proyectos fueron cumplir el voto solemne que ha
bía hecho en el campo de batalla. Así es que en nada se
ocupó sino en hacerse instruir en los misterios de nuestra
Religion, y esto con tan santo ahinco que no le servian de
impedimento para aprender el bullicio y las ocupaciones de
la marcha. Para hacer su instruccion mas sólida y mas pron
ta hizo que le acompañase desde Toul un venerable sacer
dote llamado Waso, que se hallaba con grande reputacion
de virtud. Clotilde sintió un estraordinario gozo cuando su
po la victoria de su esposo, y mucho mas cuando no tuvo
ya motivos de dudar sobre la conversion de Clodoveo. Sa
lió á recibirlo hasta Reims, y le felicitó mas por las felices
disposiciones en que le veia que por la prosperidad de sus
armas. San Remigio, Obispo de esta ciudad, á quien Dios
habia dotado de talentos y de virtudes, y colocado sobre
esta gran Silla para que fuese el Apostol de los franceses,
acabó de instruir al rey. Clodoveo no titubeó ya mas sobre
el cambio de Religion que debia hacer. Reunió sus solda
dos , los exhortó á seguir su ejemplo , renunciando antes á
los ídolos para adorar al Dios á quien eran deudores de la
victoria. Cuando empezaba á hacer esta exhortacion se vió
repentinamente interrumpido por las aclamaciones de los
francos ó franceses, sus soldados, que de todas partes grita*
ban: "¡Nosotros renunciamos á los falsos dioses ! ¡Todos es
tamos prontos á adorar al verdadero Dios, al Dios que pre
dica Remigio!" Encantado el Rey de encontrar en su ejér
cito los sentimientos mismos que le animaban á él, quiso
con S. Remigio fijar dia para recibir el bautismo, y se con
vinieron en que sería la vigilia de Natividad. Remigio, que
212
queria desplegar á los ojos de los franceses todo cuanto nues
tra Religion tiene de mas augusto en sus ceremonias, nada
omitió de cuanto podia hacer á ésta mas brillante. Mandó
adornar la Iglesia y el baptisterio con las mas ricas colga
duras, é hizo encender un gran número de hachas, cuya
cera se hallaba mezclada con esquisitos perfumes , de modo
que el santo templo parecia que estaba lleno de un olor ce
lestial. Nada hay tan magnífico como la descripcion que aún
se conserva de la marcha de los nuevos catecúmenos. Las
calles y las plazas estaban entapizadas ; caminaban en pro
cesion, precedidos de los santos Evangelios y de la Cruz, des
de el palacio del Rey hasta la Iglesia cantando himnos y le
tanías. San Remigio llevaba al Rey de la mano, y á ambos
seguia la Reina con las dos princesas hermanas de Clodo-
veo. Mas de tres mil guerreros, la mayor parte oficiales del
ejército del Rey, á quienes el ejemplo de éste habia gana
do á Jesucristo, cerraban la marcha. Cuando el Rey hubo
llegado al baptisterio pidió con toda humildad el bautismo,
y el Santo Obispo le dijo: "¡Príncipe sicambro, [poned
vuestra cabeza y cuello bajo el yugo del Señor; adorad lo
que habeis destruido, y destruid lo que habeis adorado!"
Habiéndole hecho en seguida confesar la fe (1) de la Trini
dad, le bautizó y ungió con el santo crisma. Los tres mil
francos que le acompañaban, sin contar las mugeres y los
niños, fueron bautizados al mismo tiempo por los Obispos
y otros muchos ministros que al efecto habían venido á
Reims. De las dos hermanas de Clodoveo, la una recibió el
bautismo, y la otra, que era cristiana pero que habia teni
do la desgracia de caer en la herejía, fué reconciliada con la
Iglesia por la uncion del santo crisma. La noticia de la con
version de Clodoveo llenó de regocijo á todo el mundo cris
tiano. El Papa Atanasio se alegró tanto mas cuanto que es
peraba hallar en este príncipe un poderoso protector de la

(0 La práctica constante de la Iglesia era que los adultos que habian de ser
bautizados subiesen á un sitio elevado antes de recibir el bautismo, j desde allí
en vos alta dijesen el Credo. Esto es lo que quiere decirse cuando te dice que Clo-
doreo confesó la fe.
213
Iglesia. Era en efecto entonces el único soberano católico, y
se mostró tan constante, que desde que abrazó la fe no dejó
de protejer la religion. Sus sucesores por el espacio de doce
siglos no han dejado de imitarle en esto con un celo que les
ha merecido justamente el título de reyes cristianísimos.

Martirio en España de San Hermenegildo.

La España siempre católica , pero que por la invasión


de los bárbaros habia visto en su seno dominante á la im
pía heregía de Arrio, dió poco despues á la Iglesia univer
sal otro dia de júbilo y de gloria. Los reyes godos prede
cesores de Leovigildo habian protejido á esta secta que ellos
profesaban, y habian perseguido mas ó menos á los adora
dores de la divinidad de Jesucristo y de la consubstanciali-
dad del Verbo, sin que hubiese por eso dejado de verificar
se lo que decia Tertuliano de las primeras persecuciones,
esto es, que la sangre que se derramaba de los verdaderos
cristianos era una semilla fecunda de que nacian otros mu
chos. Empero la obstinacion de la herejía lo habia llenado
todo de confusion. En todas ó en la mayor parte de las si
llas católicas se habian intrusado Obispos herejes , que con
su pestífera doctrina trataban de destruir lo que los Prela
dos católicos edificaban. El mal era tan grande y progresa
ba de tal modo , que á poco hubiera podido parodiarse lo
que S. Gerónimo decia del mundo en general: "Gimió la
«España al verse toda arriana sin sentirlo. " Pero cesó ta
maño infortunio en esta nacion magnánima, que parece des
tinada por la Providencia para que en su suelo terminen
todos los males que aflijen á la Religion , y cesó porque la
sangre de un hijo suyo propició sin duda al cielo cuando
el remedio aparecia mas lejano. Un príncipe real, un hijo
del sosten del arrianismo Leovigildo fué la víctima esco-
jida al efecto. Su padre, gran político sin duda, lo habia co
ronado Rey de Sevilla, bien por establecer su dinastía en el
trono de las Españas, entonces electivo, bien por asegurar
214
se de las Andalucías, que hasta muy poco antes habian per
manecido sujetas á los emperadores de Gonstantinopla. Sos
pechando no obstante que Hermenegildo era católico por la
educacion que habia recibido de S. Leandro, Arzobispo de
Sevilla, su tio, hermano de su madre, le puso una corte ar-
riana, y le intimó sujetase su conciencia á los Obispos arria-
nos, que babia encargado le vijilasen y administrasen los sa
cramentos. El santo Rey obedecia como buen hijo á su pa
dre en todo lo que no era contrario á la ley de Dios , mas
rehusó el hacerlo en cosas de tanta importancia, y en las que
como dijeron los Apóstoles, conviene obedecer á Dios pri
mero que á los hombres. Irritado su padre de esta constan
cia le mandó encerrar en una oscura prision , y habiéndo
lo sujetado á mil privaciones no omitió medio alguno de
los que podian conducir á apartar á Hermenegildo de su
santo propósito. Entretanto llegó la Pascua. El Rey arriano
creyó que debia concluir en ella su obra haciendo apostatar
á su hijo, y al efecto envió á la carcel dos Obispos de su
secta que con sus amonestaciones, y en fin, del modo que
pudiesen, le hiciesen recibir la comunion sacrilega de la he
rejía de sus manos. Fueron con efecto, y habiéndole predi
cado primero le hicieron ver despues lo terrible de los ma
les que sufría, y lo mas terrible aún de los que le amena
zaban si no daba gusto al Rey, poniéndole despues en con
traste para conmoverlo las riquezas, las delicias y el poder
de que se veia privado con la corona por persistir en su
obstinacion, como ellos la llamaban. ¿Pero qué influencia
podia tener la perspectiva de los bienes y de los males ter
renos en un alma que no vivia ya sino para el cielo? Nin
guna, y así es que despreciando todo esto despidió á los
malos Obispos, habiéndoles reprendido antes con dulzura su
apostasía , y écholes ver que en igual de ministros de Dios
para la salvacion de las almas eran ministros y agentes de
Satanás para su eterna perdicion. Enfadados éstos dieron
cuenta al Rey del mal éxito de su mision , y Leovigildo en
tonces, poseido de un furor diabólico, mandó dos verdugos
á la carcel, que hallando al Santo en oracion le asesinaron,
partiéndole á hachazos la cabeza. Así consumó el Santo su
215
martirio, y el cielo, para manifestar su gloria, hizo que por
muchas noches apareciese iluminada sobrenaturalmente la
prision en que muriendo por Cristo habia realmente triun
fado del mundo, del demonio y de la carne.

Abjúrase en España el arrianismo.

Muerto S. Hermenegildo quedó para suceder á su pa


dre en la corona el ínclito Recaredo, cuya educacion en
la Religion única verdadera no descuidaron sus tios San
Leandro y S. Fulgencio, que igualmente que S. Isidoro y
santa Florentina, eran todos hermanos de su madre. El Rey
su padre, bien.fuese por los remordimientos que debia cau
sarle la muerte de su primogénito, ó bien por las dudas que
debieron suscitarle los prodigios obrados en la carcel y se
pulcro del Santo mártir en comprobacion de la verdadera
fe, ó bien fuese por cualquier otra causa , el hecho es que
perdió todo el celo que le animaba en favor de la herejía.
Estando para morir hasta se sintió inclinado al catolicismo,
aunque no tanto cuanto á él le convenia para salvarse. Ha
bia sido un público perseguidor de la Religion católica, y
hasta ahora no sabemos que alguno de cuantos ha habido
haya evitado el perecer desastrosamente. Mas conoció la
verdad, y puso á su hijo y sucesor en el caso de que la abra
zase; y habiendo llamado del destierro á los Obispos cató
licos, suplicó con especialidad á S. Leandro y S. Fulgencio
que hiciesen con Recaredo los mismos oficios que habian
hecho con Hermenegildo. Hiciéronlo con efecto, y no bien
sucedió en el trono á su padre cuando empezó á tomar me
didas para que terminada en España la herejía , fuese la Re
ligion católica la única que se practicase en sus dominios.
Dificil parecia la empresa , y dificil debia en efecto ser á
solas las fuerzas humanas; pero la sangre del régio mártir
obraba en el cielo, y el hecho es que en la tierra se efec
tuó el milagro. El catolicismo del Príncipe conmovió á los
cortesanos, y el fervor, el celo y la virtud de los santoi
216
Obispos católicos ilustró y convirtió á los Geles. Los Obis
pos arrianos, que eran muchos en España, debian ser el ma
yor obstáculo á la obra de la conversion total de la monar
quía, en virtud ya de sus intereses y ya del castigo que
merecian por haber sido maestros del error, pues rara vez
los que llegan á esto dejan de caer en el terrible endureci
miento que anuncia y precede á la impenitencia final. Con
todo , á instancias de S. Leandro y con su consejo se reu
nió el célebre Concilio tercero de Toledo, y en él abjuraron
todos la herejía, anatematizaron el arrianismo y condena
ron el error, dando quizá con esto al mundo el unico ejem
plo de su clase que se haya visto. El piadoso Recaredo no
pudo menos de conmoverse al ver que una sola era ya la fe
de los que obedecian á su cetro; y aún tenemos la hermosa
oracion con que S. Leandro dió gracias á Dios y á los Padres
del Concilio de la conversion de todos los disidentes al seno
de la unidad católica. Allí se decretó que todos los Obispos
perseverasen en sus respectivas sillas ; y con efecto, entonces
se vió tambien lo que no ha vuelto á verse mas, esto es, mu
chas sillas con dos Obispos á un tiempo, el católico y el ar-
riano convertido. Asi se logró evitar en los que de nuevo en
traban en el seno del catolicismo las tentaciones del interés,
y á mas se les ponia al lado un compañero que, cuidando
de sus operaciones, les vijilase el que estas no estuviesen in
ficionadas con la levadura del error. El suceso hizo ver lo
recto de esta medida. Los Obispos arrianos fueron murien
do, y no siendo sucedidos, llegó el caso de que no quedan
do mas que un Obispo católico en cada silla, á pocos años
nadie hablase ni oyese hablar mas en España de arrianos ni
de arrianismo. Este tan brillante suceso llenó de gozo á to
da la Iglesia, cuyo gefe S. Gregorio el Grande, que en
tonces ocupaba la cátedra de S. Pedro, creyó debia congra
tularse por él y congratular como lo hizo al piadoso mo
narca Recaredo.
111

Principios de San Benito (año 480).

Benito , á quien Dios destinaba para ser el padre de la


Tida monástica en el Occidente, ó al menos para que diese
una forma mas perfecta á este estado respetable , nació de
padres nobles en Norsia ó Nursia , en Italia. Desde que se
halló en estado de dedicarse al estudio de las ciencias le
enviaron á Roma, á que en las escuelas públicas de esta ciu
dad las aprendiese. Como su joven corazon no habia sido
infectado todavía con el veneno del vicio, temió Benito por
su inocencia al verse en medio de una multitud de jóvenes
que en aquella ciudad vivian con el mayor desarreglo. Ilus
trado además y fortalecido por el espíritu del Señor, se re
tiró á una caverna muy estrecha á cuarenta millas de Ro
ma, donde vivió tres años ignorado de todo el mundo me
nos de un santo monge llamado Romano, quien le suminis
traba un poco de pan para su alimento. Pasado este tiempo
fué descubierto, y su nombre se hizo célebre en aquellos
contornos. Los religiosos de un monasterio inmediato le so
licitaron entonces para que fuese su prelado, y habiéndose
el Santo negado por mucho tiempo á sus instancias aceptó
al fin , profetizándoles que no se acomodarian con su modo
de vivir. La prediccion se cumplió. No habia pasado mu
cho tiempo cuando aquellos malvados, no pudiendo sufrir la
austera regularidad del Santo , trataron de deshacerse de él
por medio de un veneno que al efecto pusieron en el vaso
en que habia de beber. A la hora de la comida hizo Be
nito segun su costumbre la señal de la cruz sobre el vaso,
y se rompió con estrepitoso ruido. El hombre de Dios
conoció la causa de este fracaso, y viendo el gran peligro
de que acababa de libertarlo la Providencia se levantó de la
mesa, y con un tono el mas tranquilo dijo á los religiosos.
"¿Por qué, hermanos mios, habeis querido tratarme de esta
«manera? ¿No os anuncié yo que no os agradaria vuestra
«eleccion? Buscad pues un superior que os convenga." Sin
218
mas se volvió á su primera soledad. Pero á pesar del esme
ro que puso en ocultarse, el brillo de su santidad le descu
brió, y su desierto se hizo muy pronto un lugar habitado.
Como muchas personas le suplicasen que las dirijiese en el
servicio de Dios se vió obligado á recibir discípulos; y sien
do tantos que no pudiese tenerlos todos á su lado edificó
doce monasterios, y puso en cada uno de ellos doce mon
jes con su superior ó prelado, reteniendo cerca de sí á los
que aún necesitaban , por menos aprovechados , de sus ins
trucciones. Los jóvenes venian en tropas á ponerse bajo la
direccion del Santo, y las familias mas ilustres de Roma le
emviaban sus hijos para que los educase. Se contaban entre
estos Mauro y Plácido, hijos de los primeros senadores, que
aunque muy jóvenes se hicieron dos grandes santos bajo la
direccion de Benito. Un dia yendo el niño Plácido á sacar
agua á un estanque se cayó en él , el Santo abad, que
estaba en el monasterio, conoció por revelacion divina lo
que acababa de suceder, y llamando á Mauro le dijo: "Cor-
«red aprisa, hermano mio, que el niño Plácido se ha caido
«en el estanque." Mauro corrió sin detenerse hasta el sitio
en que Plácido se hallaba arrebatado por el agua, le cojió
de los cabellos, y volvió á salir del agua con la misma pron
titud. Cuando estuvo en la orilla fuera del agua miró hácia
atrás, y viendo que habia caminado sobre el agua, se asom
bró y contó el suceso á S. Benito, que atribuyó el milagro
al mérito de su obediencia, aunque Mauro no dejó de atri
buirlo siempre á las oraciones de su Santo Padre. San Gre
gorio el Grande es quien refiere este prodijio.

La Religion católica en España.

La conversion de los arrianos españoles al catolicismo


fué tan sincera, que despues de abjurado su error á instan
cias y ejemplo de su piadoso monarca Recaredo no volvió
á hablarse en España de semejante herejía. Comunmente
sucede que aunque un pais tenga enerjía suficiente para es
219
peler una mala doctrina , siempre no obstante queda en él el
espíritu que la hizo nacer, y que no deja de manifestarse
mas ó menos en las ocasiones, como sucedió en los últimos
tiempos con el calvinismo en Francia. Pero la Providencia,
que indudablemente ha mirado á los españoles con una pre
dileccion particular, de tal modo hizo que lanzasen estos el
arrianismo que ni rastro quedó por acá de él , pues que en
ningun tiempo volvieron á manifestarse de modo alguno ni
los mas lijeros síntomas de este error pestilencial y blasfe
mo. La sucesion de Pastores santos con que por entonces
quiso enriquecer á nuestra España fué uno de los medios
de que se valió para desarraigarlo enteramente. La esqui-
sita doctrina y las sublimes virtudes de algunos de ellos
les merecieron el alto honor de ser contados en el número
de las mas brillantes antorchas de la Iglesia católica , por
que efectivamente, poderosos en obras y en palabras, tuvie
ron cuanto era necesario para ser llamados sus doctores.
Descuellan en este número los ilustres nombres de los tres
hermanos Leandro, Isidoro y Fulgencio , y los de sus discí
pulos Braulio, Eladio é Ildefonso, que si no con igual cien
cia todos , todos no obstante trabajaron con igual celo en la
estirpacion de las herejías y en la verdadera reforma de las
costumbres. Los dos hermanos Leandro é Isidoro merecen
á todas luces la primacía, ya porque sufrieron con la cons
tancia de los mártires el destierro que por no acceder á las
solicitaciones de Leovigildo su tio les impuso este monar
ca hereje, ya porque á ellos se debió la conversion de Re-
caredo su primo, y por consiguiente la de toda España; y
ya en fin porque en los Concilios de Sevilla su Iglesia, en
que uno despues de otro fueron prelados, y de Toledo, fue
ron el alma de cuanto se hizo en bien del catolicismo, y
porque con sus escritos, los del último especialmente, hi
cieron triunfar la verdad y pusieron en derrota á los erro
res. Fulgencio en Cartagena, Braulio en Sevilla é Ildefonso
en Toledo fueron si se quiere por lo que toca á la ciencia
unas lumbreras de segundo orden ; pero ellos reflejaban el
resplandor de aquellos astros, y trabajando sobre los planes
que ellos habian asentado, establecieron la verdadera fe
220
sobre bases tan firmes que solo los errores del siglo XIX
han podido causar algunas oscilaciones á la obra que Dios
planteó por su medio entre nosotros. Uno de los medios que
ellos pusieron en planta para afianzar con tanta solidez la
religion entre nosotros fué el de fomentar el monaquismo.
Casi todos ellos profesaron la regla de S. Benito; y conven
cidos por esperiencia propia de lo necesaria que es la obser
vancia de los consejos evangélicos en una nacion si se han de
guardar los preceptos, no omitieron diligencia para en to
das partes abrir asilos á que pudiera la inocencia retirarse
á evitar el contagio del mundo, y en que pudieran los pe
cadores entregarse á la penitencia que debia espiar sus pa
sados desórdenes. Predicando , escribiendo , difundiendo
por todas partes el buen olor de su santidad estendieron la
fe, la hicieron amable, la defendieron con la disciplina que
establecieron en toda España, en términos que puede de
cirse que aún viven entre nosotros despues que en sus res
pectivos tiempos se fueron unos tras otros al cielo.

Fundacion del monasterio de Monte Casino.

El principal establecimiento de S. Benito fué el monas


terio de Monte Casino. Estaba situado en el reino de Ná-
poles, y vino á ser como el centro de toda su orden. Cuan
do el Santo Abad vino por la primera vez al sitio en que le
edificó, halló sobre la montaña un templo dedicado á Apo
lo, resto de la antigua supersticion gentílica que los mon
tañeses adoraban todavía. Benito destruyó el ídolo y el ara,
y logró convertir á aquella pobre gente con sus discursos
y con sus milagros. Dios concedió entonces á su siervo el
don de profecía, é hizo pública su santidad por medio de un
gran número de prodigios. Totila, rey de los godos, admi
rado de lo que oia referir del Santo, entró en mucha gana
de verle. Al efecto vino al monte que habitaba el Santo, y
para esperimentar si conocia ó no las cosas ocultas como le
habian asegurado, hizo anunciar al varon de Dios que iba á
221
visitarle, pero envió delante de sí al monasterio á nn ofi
cial suyo á quien mandó poner sus vestiduras reales, é hizo
acompañar de una comitiva brillante y numerosa. Benito,
que jamás habia visto á Totila, no se equivocó por eso; ape
nas descubrió al oficial cuando dirijiéndole la palabra: "De-
«jad, hijo mio, le dijo, el vestido que llevais, porque en nin-
«gun modo os pertenece." Este hombre y todos los que le
acompañaban fueron penetrados de asombro á decir al Rey
lo que habia pasado; y Totila, no dudando entonces de que
habia mucho de Dios en aquel hombre estraordinario , fue
en persona á visitarle. Acercóse con efecto al Sanio lleno
de un respetuoso temor, se postró á sus pies , y permaneció
en esta posicion humilde hasta que el Santo lo levantó de
ellos. San Benito le dió muchos saludables consejos, y le
anunció los principales acontecimientos de su vida. Totila se
encomendó á sus oraciones, y se mostró en seguida mas hu
mano que hasta entonces. Cuando poco despues tomó la ciu
dad de Nápoles por asalto , trató á los prisioneros con una
bondad cual no podia esperarse de un príncipe bárbaro. San
Benito envió despues de esta entrevista á muchos de sus
discípulos á fundar monasterios á Francia y á otras partes
de la cristiandad ; y viendo propagada su orden, y que se
acercaba el término de su peregrinacion en este mundo,
anunció su muerte antes de que le atacase la enfermedad
de que murió , é hizo abrir su sepultura. Muy poco despues
le acometió una calentura violenta, que desde el punto en
que le entró fué continuamente en aumento. Pasados algunos
dias con ella el Santo se hizo llevar á la iglesia, en donde
recibió por viático el augusto y adorable Sacramento de la
Eucaristía , y levantando las manos al cielo despues de este
acto sagrado espiró á los sesenta y tres años de su edad.
San Benito dejó á sus discípulos una regla admirable que ha
merecido los elogios de S. Gregorio el Grande. Se ve en
ella un hombre consumado en la ciencia de la salvacion , y
suscitado por el espíritu de Dios para conducir las almas á
la perfeccion mas sublime. Se ha tenido esta regla por tan
sábia, tan llena de discrecion, que los monjes de Occidente
la han seguido y profesado todos. El célebre Cosme de Mé
222
dicis y muchos otros hábiles legisladores leian con fre
cuencia la regla de S. Benito; la miraban ellos mismos co
mo un fondo rico de máximas propias á formar los hom
bres en el arte dificil de gobernar bien á los otros hombres.
Así es que el piadoso establecimiento de S. Benito se hizo
como una fuente de ventajas preciosas en todo género para
Europa , pues además de los ejemplos de virtud que se
veian brillar en él , sus asilos respetables son los que han
conservado la mayor parte de los hechos históricos aconte
cidos en los siglos anteriores al del restablecimiento de las
ciencias, así como estas y las letras de toda clase deben el
no haber sido aniquiladas por los bárbaros á los monaste
rios é hijos de S. Benito.

Quinto Concilio ecuménico (año 553).

LOS TRES CAPITULOS.

Muerto el emperador Marciano el partido de Eutiques


levantó la cabeza en Egipto, y sus sectarios cometieron en
aquella provincia muchas y horribles violencias. Nadie se
atrevia á opouérseles á causa de su número y del crédito
que allí gozaban. Hicieron los mayores esfuerzos para de
bilitar la autoridad del Concilio de Calcedonia, que los ha-
bia condenado; y he aqui el medio de que se valieron pa
ra lograr su intento. Cuando se agitaba la cuestion de
Nestorio se habían publicado tres obras favorables á este
otro heresiarca, que eran los escritos de Teodoreto, Obis
po de Ciro, contra san Cirilo, la carta de Ibas, Obispo de
Edesa, y los escritos de Teodoro, Obispo de Mopsuestia. Es
tas tres obras, llamadas los tres Capítulos, eran á la verdad
reprensibles, pero sus autores parecia que las habian re
tractado haciendo una profesion de fe ortodoxa en el Con
223
cilio de Calcedonia. Los Padres de este Concilio, que no se
habian reunido para esto, no examinaron los tres artículos,
sino que se contentaron con que sus autores anatematiza
sen á Nestorio. Teodoreto é Ibas lo hicieron , pero Teodo
ro, que habia muerto ya, no pudo hacerlo. Se creyó, pues,
que esta conducta de los dos Obispos bastaba, y en conse
cuencia se tuvieron sus personas por ortodoxas, y nada se
pronunció ni se hizo acerca de su doctrina. Los eutiquia-
nos, que trataban de desacreditar el Concilio de Calcedonia,
quisieron sacar partido contra él de su silencio con res
pecto á los tres artículos, é hicieron entrar al emperador
Justiniano en sus intereses y miras. Procuraron, pues, con
el mayor calor la condenacion de los dichos artículos, no
perdiendo de vista el acriminar al Concilio porque habia
mirado como ortodoxos á sus autores. El Emperador, que
queria estender su autoridad sobre los negocios de la Reli
gion, publicó un edicto en que condenaba los artículos re
feridos. Los católicos, aunque no aprobasen la doctrina de
aquellos escritos, aunque confesasen que era reprensible,
temian con todo que condenándolos se atacase la autoridad
del Concilio ecuménico de Calcedonia, y que esta conde
nacion fuese uu triunfo para los eutiquianos. Este negocio
en consecuencia hizo mucho ruido. El Papa Vigilio refutó
por de pronto el edicto de Justiniano contra los tres capí
tulos, mas con la esperanza de la paz los condenó él mis
mo despues de la añadidura de salva la autoridad del Con
cilio de Calcedonia. En 6n, se convino por todos en la cele
bracion de un nuevo Concilio general en Constantinopla
para terminar todos estos debates. Juntos los Padres se exa
minaron en él los tres escritos que habian escitado todos
los debates, y se les condenó, pero sin tocar en nada al an
terior Concilio de Calcedonia , antes bien los mismos Pa
dres declararon que tenian y profesaban la fe de los cuatro
primeros Concilios, poniendo al de Calcedonia en el mismo
rango que los tres anteriores. Juzgaron que podian ser con
denados los escritos sin condenar la persona de los escri
tores. El Papa Vigilio despues de haber resistido por al
gun tiempo, confirmó al fin esta decision, y todas las
224
iglesias asi de Oriente como de Occidente la recibieron
como era su deber. Asi este Concilio fue mirado como
el quinto ecuménico, y de él se demuestra el poder que
tiene la Iglesia de condenar los escritos, de pronunciar so
bre el sentido de los libros, y de exijir de los fieles el que
se sometan á su juicio. Esta autoridad le es en efecto nece
saria para el sosten y conservacion de la fe, porque uno de
los medios mas propios para conservar el depósito de las
verdades que enseña es el hacer conocer á los fieles las
fuentes puras donde deben instruirse en ellas, y los pozos
ó charcos infestados del veneno del error de que deben apar
tarse. Encargada por su divino Autor de la enseñanza de la
buena doctrina, ha recibido al mismo tiempo el poder de
separar á sus hijos de la que es .mala , y la facultad para
prohibirles la lectura de los libros en que se contiene y que
podrian alterar su creencia.

Conversion de la Inglaterra (año 596).

La Religion católica habia sido predicada y profesada


en Inglaterra desde el siglo II, pero se habia estinguido
despues que los sajones idólatras habian conquistado este
reino y echado de él á sus antiguos habitantes. San Grego
rio el Grande, no siendo mas que diácono, concibió la idea
de restablecer el cristianismo en este pais. Un dia que el
Santo pasaba por la plaza del mercado admiró la talla y
la bella configuracion de algunos esclavos ingleses que allí
se vendinn, preguntó al vendedor si eran cristianos, y ha
biendo oido que no sino idólatras, añadió: "¡Qué lástima
«que una gente tan bien formada esté bajo el yugo tiráni-
«co del demonio! " Desde entonces habria emprendido él
mismo esta mision si no se lo hubiesen estorbado; mas no
la perdió de vista, y cuando subió á la Silla de san Pedro
su primer cuidado fue la ejecucion del proyecto que habia
meditado tanto tiempo antes. Al efecto envió á Inglaterra
cuarenta misioneros, á quienes dió por gefe á Agustin, prior
115
del monasterio de San Andrés. Esta tropa apostólica mar
chó con valor para ir á anunciar á Jesucristo á un pueblo
que no le conocia, y habiéndose embarcado abordó en el pais
ó condado de Kent. El rey, que se llamaba Etelberto, con
cedió á los misioneros una audiencia pública, á la que fue
ron en procesion llevando delante una cruz de plata con la
imagen del Salvador, y pidiendo á Dios la salvacion de los
pueblos por quienes habian venido de tan lejos. El rey los
hko sentar para oirlos á su placer. "Os anunciamos, le di-
«jo Agustín, la noticia mas feliz. Dios, que nos ha enviado,
«os ofrece despues de esta vida un reino infinitamente mas
«glorioso y mas durable que el de Inglaterra. — Ve ahí,
«dijo el rey, unas promesas muy bellas, pero como son
«nuevas no quiero ni puedo yo abandonar lo que tanto tiem-
«po há que observo con toda la nacion inglesa: no obstan
te, no os impediré que inicieis en vuestra religion á to
ados los que pudiéreis persuadir; y como venís de tan le-
»jos para anunciarnos lo que creeis que es lo mejor, yo
«quiero que se os suministre tambien todo lo que necesi-
«teis para vuestra subsistencia." Los Santos misioneros se
dedicaron en consecuencia á predicar el Evangelio. Su con
ducta era una fiel copia de la vida de los Apóstoles. La pu
reza de sus costumbres, su frugalidad, su desinterés, y el
don de los milagros que Dios les concedió, conmovieron á
un gran número de idólatras, que renunciaron á sus supers
ticiones y pidieron el bautismo. El Rey mismo, no pudien-
do resistir al brillo de sus virtudes y de los prodigios que
obraban, se convirtió. Su conversion fue seguida de la de
una multitud innumerable de sus súbditos. Recibido que
hubo el bautismo concibió un celo fervorosísimo por los
adelantos de la Religion católica en sus estados, pero á na
die obligaba á abrazarla: habiendo aprendido de los misio
neros que el servicio de Jesucristo debe ser voluntario, se
contentaba con depositar su confianza y manifestar una be
nevolencia particular á los que como él profesaban la ver
dadera Religion.

PARTE I. 15
226

San Agustín consagrado Arzobispo de Can-


torberi.

Para dar una forma á la naciente Iglesia de Inglaterra


y establecerla de una manera que pudiese subsistir, san
Agustin pasó á Francia y recibió la consagracion episcopal
de manos del Obispo de Arlés, que era vicario del Sumo
Pontífice en las Galias. Volvió en seguida á Inglaterra, en
donde su predicacion produjo los mas copiosos frutos, por
que Dios la apoyaba con multiplicados y brillantes mila
gros: mas de dos mil personas fueron bautizadas en Can-
torberi el dia de Natividad. El ruido de los prodigios que
Dios obraba en Inglaterra por medio de san Agustin lle
gó hasta Roma, y san Gregorio le escribió para darle con
sejos que pudieran serle útiles, y para enseñarle á temblar
en medio de los prodigios que Dios hacia por su ministe
rio. Despues de haberle felicitado por la conversion de los
ingleses le dice: "Esta alegría, mi muy querido hermano,
«debe estar mezclada de temor, porque yo sé que Dios ha
«hecho por vuestro medio muy grandes cosas en medio de
«esa nacion. Acordémonos, pues, que cuando los Aposto-
síes decian con alegría á su divino Maestro: Señor, los mis
emos demonios nos obedecen en vuestro nombre; él les res-
•pondió: No es eso de loque debeis alegraros, sino antes
«bien de que vuestros nombres están escritos en el cielo.
«Mientras, pues, que Dios obra asi por vuestro medio fue-
«ra de vos ó esteriormente, debeis, mi caro hermano, juz-
«garos con mas severidad interiormente, y conocer bien lo
«que sois. Si os acordais de haber ofendido á Dios alguna
«vez con obras ó con palabras, tened siempre presentes es
otas faltas para reprimir la complacencia secreta que
«podria nacer en vuestro corazon; notad, en fin, que es-
ate don de los milagros no se os ha dado por vos, sino por
«aquellos cuya salvacion debeis procurar. Bien sabeis lo
«que dice la Verdad misma en el Evangelio: Vendrán mu
11-
«chos á decirme. ¡Señor, nosotros hemos hecho milagros
«en vuestro nombre! Y yo les declararé que jamás los he
«conocido. " -Nada prueba mejor la verdad de los milagros
de san Agustin que estos avisos tan serios de san Grego
rio. A medida que las conversiones se multiplicaban en In
glaterra, el Papa enviaba á ella nuevos operarios para cul
tivar este campo que la gracia hacia tan fecundo. Hizo traer
á Roma ingleses jóvenes, qüe despues de instruidos en los
monasterios eran enviados á su pais á trabajar en la es-
tension de la Religion cristiana. El celo de este Santo Papa
abrazaba toda la Iglesia, y velaba sobre todas sus necesi
dades. A pesar de su débil complexion no se permitia des
canso alguno en sus funciones apostólicas: corregia los abu
sos y mantenia la pureza de la disciplina ; protegia á los
débiles y socorria á los pobres, á quienes hacia tan grandes
limosnas que algunas veces llegaba á faltarle á él lo nece
sario. Aunque agobiado de negocios jamás se dispensó de
instruir á su pueblo; él lo enseñaba de viva voz y por es
crito. Al efecto compuso un gran número de preciosas
obras, en las que esplica los principios y las máximas de la
moral cristiana de una manera igualmente luminosa que
sólida. Tantos trabajos y una aplicacion tan contínua aca
baron de arruinar su salud, y le condujeron al cabo á la
felicidad eterna, único objeto de sus deseos. San Agustin, su
querido discípulo, no le sobrevivió mas que tres años: al
fin de ellos fue tambien á recibir la recompensa de sus tra
bajos apostólicos á la gloria.

Mahoma se declara profeta (año 612).

La conversion de los pueblos del Norte indemnizaba


á la Iglesia de las pérdidas que iba á hacer en el Oriente.
Tendremos ocasion frecuente de notar esta economía del
saber y de la justicia de Dios, que hace pasar la antorcha de
la fe de un pueblo á otro ; de manera que la Iglesia gana
en un pais lo que pierde en otra parte, permaneciendo síem
228
pre católica (1). Mahoma, que la despojó de las mas bellas
provincias del Oriente, nació en la Meca en la Arabia. Su
padre era pagano y su madre judia. Quedó huérfano de uno
y otra siendo muy niño, y fue educado por un tio, que lo
puso en el comercio. Casó en seguida con la rica viuda de
quien era factor, y cuando llegó á la edad de cuarenta años
se dió á hacer del profeta y á llamarse inspirado de Dios,
sin presentar prueba ninguna de ello, é inventó una reli
gion nueva que era una mezcla de judaismo y de cristia
nismo, á la que añadió algunas creencias que eran par
ticulares á los habitantes de la Arabia. Enseñaba que no hay
mas que un solo Dios, pero sin distincion de personas en
la divinidad. Escluia la Encarnacion del Verbo y los otros
misterios de la Religion cristiana; admitia la circuncision,
y prohibia el uso del vino, de la sangre y de la carne de
cerdo, pero permitia á cada hombre tener todas las muge-
res que quisiese, y dió su ejemplo de esta permision toman
do él mismo hasta diez á un mismo tiempo. Exhortaba al
pueblo á tomar las armas para propagar la religion , pro
metiendo á los que muriesen combatiendo por ella un pa
raiso en que gozarian de todos los placeres de los sentidos.
Cuando se le pedian milagros en prueba de su mision ó de
Ja religion que predicaba, contestaba que no habia sido en
viado á hacer milagros, sino á estender la religion con la
espada. Como no sabia leer ni escribir hizo redactar por
otro sus dogmas impíos, y dió al libro que los contenia el
nombre de Alcorán. Padecia Mahoma ataques de epilepsia
ó accidentes, y tuvo la habilidad de persuadir que eran és-

(l) Hay en esta economía admirable un no menos admirable misterio sobre


el que deben meditar con reflexion los teólogos. Nunea basta ahora se ha conver
tido segunda vez una nacion entera. Los hombres en particular se convierten mu
chas veces; las naciones— solo una vez sabemos que lo hayan hecho. Ellas pier
den la Religion ó la obligan á que se retire de ellas por su culpa, v esta culpa es
casi siempre, ó siempre ha sido hasta aqui, el orgullo del filosofismo ¿ No será qui
zá este orgullo el pecado contra el Espíritu Santo que no se perdooa en este mun
do ni en el otro? No negare ni afirmaré. Quiza me inclino mas á creer que esta
marcha progresiva de la Religion de un pueblo á otro marca la duracion del mun
do, que quizá acabará cuando la Religion haya sido anunciada v se establezca en
el último pueblo que no la haya recibido antes.
229
tasis ó arrobos que le causaban las frecuentes visitas del
arcangel Gabriel, que venia á revelarle aquellos dogmas. El
impostor sedujo una tropa de ladrones y de esclavos fugiti
vos, que escuchándole con ansia se le reunian con tanto
mas empeño, cuanto que les concedia la libertad de satis
facer sin escrúpulo sus apetitos sensuales. Luego que for
mó un pequeño ejército se puso á su cabeza como su gefe
y como legislador. Por de pronto no atacó mas que á las
carabanas que pasaban por la Arabia á causa del comercio,
triunfó de ellas, y con sus despojos, al tiempo que enrique
cia sus sectarios, aumentaba el número de ellos, y pudo
dar mas estension á sus proyectos. Cuando su ejército se
aumentó lo bastante atacó la ciudad de la Meca, la tomó, y
en seguida sometió las tribus todas de los árabes atacándo
las unas despues de otras, y obligando á todas á que se su
jetasen á su dominacion y á que abrazasen la falsa religion
que las predicaba. Sus progresos fueron tan rápidos, que
cuando murió en el año 631 ya se habia hecho dueño de
casi toda la Arabia. Sus sucesores continuaron sus conquis
tas, y formaron en muy corto espacio de tiempo un muy di
latado imperio; pero se ve claramente al primer golpe de
vista, que siendo la violencia y el amor del placer los me
dios por donde esta secta se propagó, fue un milagro que
no la abrazase todo el mundo; asi como lo habia tambien
sido el establecimiento de la Religion cristiana por los
Apóstoles poniendo un freno á las pasiones todas, y espo
niendo á casi todos los que le abrazaban á una muerte ca
si segura. Mahoma estableció la suya por el contrario dan
do larga rienda á las pasiones, y degollando á los que no
abrazaban el islamismo. Nada hay, pues, que no sea na
tural en los progresos del mahometismo, y todo es mani
fiestamente divino en el rápido y universal establecimiento
de la Religion de Cristo.
230

Toma de Jerusalén por Cosroas Rey de Persia


( año 614).

Los persas, guiados por su Rey Cosroas, atacaron con


una violencia terrible el imperio de Oriente para vengar
las pérdidas que de muy antiguo les habian hecho los ro
manos, con quienes casi siempre estuvieron en guerra. Ha
biendo pasado el Eufrates se apoderaron de la ciudad de
Apamea, y pasaron llevando el estrago y la muerte hasta
las puertas de Antioquía. Un ejército romano que les salió
al encuentro fue enteramente derrotado. En seguida pene
traron en la Palestina y pasaron el Jordán. Las riberas de
este rio en toda la estension de su curso quedaron cubier
tas de ruinas. Los habitantes del campo habian tomado la
huida, pero los solitarios de que abundaban los desiertos
no pudieron resolverse á abandonar sus celdillas; de con
siguiente cayeron en manos de los soldados persas, quie
nes primero les hicieron sufrir tormentos horribles, y por
último los asesinaron cruel y bárbaramente. El ejército
marchó en seguida sobre Jerusalén, adonde entró sin ha
llar resistencia alguna. La guarnicion habia abandonado la
ciudad, y un terror general se habia apoderado del cora
zon de todos los ciudadanos. Los persas pusieron fuego á
la ciudad por todas partes; un gran número de sacerdotes,
de monges y de religiosas perecieron alli, porque contra
estos era contra quienes se dirijian los persas, idólatras y
enemigos del cristianismo. El resto de los habitantes, hom
bres, mugeres y niños, fueron cargados de cadenas para ser
conducidos como esclavos mas allá de las orillas del Tigris.
Los judíos fueron los únicos á quienes perdonaron los per
sas á causa de su odio contra los cristianos , odio que se
ñalaron en esta ocasion como en todas las que se han ofre
cido, llevando su furor y su rabia mucho mas allá que adon
de se estendia la de los paganos. Compraron á los persas
cuantos cautivos cristianos pudieron para tener el bárbaro
231
placer de hacerlos morir á su antojo. Hasta ochenta mil
cristianos perecieron á sus manos, víctimas de los marti
rios mas atroces. El Obispo Zacarías fue llevado cautivo.
El santo sepulcro y las demás iglesias de Jerusalén fueron
incendiadas despues de haber sido entregadas al pillaje. Se
llevaron los vasos sagrados, y todas las riquezas que la pie
dad de los fieles habia acumulado en aquellos lugares san
tos; pero la pérdida mas sensible para los cristianos fue
la de la santa cruz, que todos y cada uno hubieran queri
do rescatar á costa de su propia vida. Se salvó, con todo,
la esponja que presentaron al Salvador con la hiel y vina
gre, y la lanza con que fue herido su costado sobre la cruz.
Un oficial del Emperador rescató estas dos santas reliquias
de manos de un soldado por medio de una gran cantidad
de dinero, y las hizo llevar á Constantinopla, en donde es
tuvieron espuestas por espacio de cuatro dias á la venera
cion de los fieles, que las bañaban con sus lágrimas. La sau-
ta cruz fue depositada en Tauris ó Tebriz,en la Armenia.
Se muestran aún en dicha ciudad las ruinas de un castillo
en que se colocó este precioso depósito, que á los ojos de
los persas era de menos valor que los otros despojos de
que iban cargados. Cuando los enemigos se retiraron, los
habitantes de Jerusalén que por la fuga habian podido evi
tar el furor de los persas y la rabia de los judíos volvie
ron á la santa ciudad. El sacerdote Modesto tomó en au
sencia del Obispo Zacarías el gobierno de esta Iglesia deso
lada, y trabajó con el mayor ardor y celo en volver á res
tablecer todos los santos lugares. Juan , conocido por el
nombre de san Juan el Limosnero, Patriarca de Alejandría,
le ayudó con grandes socorros en esta empresa piadosa. A
aquella capital entonces del Egipto era adonde se habian
refugiado en mucho número los prófugos habitantes de la
Palestina. El Santo Prelado los recibió con una ternura pa
ternal, los alojó en los hospitales, á donde iba él mismo á
curar sus llagas, á enjugar sus lágrimas y á distribuirles la
subsistencia. Su inagotable caridad bastaba para todo. El
hizo llevar á Jerusalén plata, grands y vestidos, y dulcificó
en cuanto pudo la suerte de los desgraciados.
111

La santa Cruz es reconquistada y reconducida


á Jerusalén (año 628).

El Emperador Heraclio envió una embajada á Cos-


roas pidiéndole la paz ; mas este príncipe idólatra exigió
por condicion de ella un acto de impiedad, cual era que ab
jurase el cristianismo y adorase el sol, principal divinidad
de los persas. Heraclio se horrorizó al oir semejante pro
puesta, y resuelto á combatir por la Religion y por el im
perio hasta morir ó triunfar, levantó un ejército y marchó
en persona contra el enemigo. Dios vino al socorro de su
pueblo, y con su ayuda desde la primera campaña obtuvo
el Emperador ventajas considerables sobre los persas. Estas
ventajas nada equívocas inflamaron el valor de sus tropas,
que en el espacio de cuatro años que se siguieron no deja
ron de combatir á los enemigos. En fin , Heraclio resolvió
dar una batalla decisiva. Habiendo reunido los soldados
los animó á combatir, esponiéndoles todos los males que
los persas habian hecho al imperio, los campos desolados,
las ciudades saqueadas, los altares profanados, las iglesias
reducidas á escombros. "Ya veis, les dijo, los enemigos
»con quienes vais á pelear. Ellos han declarado la guerra
«al mismo Dios; ellos han entregado á las llamas sus tem-
«plos y sus altares. Dios combatirá por vosotros; armaos
«de confianza: la fe supera todos los peligros; ella triunfa
«de la misma muerte." Estas palabras hicieron una viva
impresion en los corazones de todos; los ojos de los solda
dos chispeaban de coraje, y no bien oyeron la señal del
ataque se arrojaron sobre los persas con un ímpetu terri
ble. El Emperador, para dar ejemplo y satisfacer á su va
lor, se espuso en lo mas fuerte de la pelea. Su caballo fue
herido; él mismo recibió muchos golpes en su armadura,
que solo por su temple á toda prueba le salvó la vida. El
combate duró desde por la mañana hasta la noche. Los per
sas perdieron en él tres oficiales generales y mas de la mi
233
tad de sus tropas. De parte de los romanos se perdieron so
lo cincuenta nombres. Cosroes tomó la fuga, y despues de
andar ocho leguas tuvo que pasar la noche en una choza en
la que no se podia entrar sino á gatas. Reducido á tan mi
serable eslremidad y atacado de una violenta disentería,
designó para que le sucediese en el trono uno de sus hijos
segundos, á quien preferia en su cariño con perjuicio del
primogénito. Este, luego que supo el nombramiento se re
beló contra su padre, lo prendió y lo hizo morir de ham
bre en una prision, apoderándose del trono. Este nuevo
rey de Persia propuso á Heraclio un acomodo, y para me
jor inclinarlo á él le envió todos los cristianos que estaban
cautivos en Persia, y entre otros al Patriarca Zacarías con
la santa cruz que hacia catorce años habia sido trasporta
da. Por todo este tiempo habia ella perseverado metida en
su caja, sin que los persas hubiesen tenido la curiosidad
de romper el sello. Este sello fue reconocido por el Patriar
ca cuando la pusieron en sus manos en el mismo estado en
que habia sido sacada de Jerusalén. Todo el mundo admi
ró la proteccion de Dios sobre esta reliquia preciosa. El
Emperador volvió á Constantinopla con todo el aparato de
triunfo. Montado en un carro á que iban uncidos cuatro
elefantes, hacia llevar delante de sí la santa cruz; efectiva
mente era ella el mas glorioso de sus trofeos. Al princi
pio de la primavera Heraclio marchó á Jerusalén á dar
gracias á Dios por el buen suceso de sus campañas, y á colo
car de nuevo la santa cruz en la iglesia de la Resurreccion.
Para esto último quiso llevarla á pie sobre sus hombros por
el camino que la llevó el misino Salvador hasta la cima del
Calvario. Este acto fue para todos los cristianos una fes
tividad solemne , y la Iglesia celebra aún su memoria el
dia 14 de setiembre con el nombre de triunfo de la Santa
Cruz.
23<

Herejía de los Monotelitas.

La alegría que la Iglesia tenia por haber recobrado la


santa Cruz fue turbada por una violenta tempestad que se
formó en el Oriente. Se vio nacer una nueva herejía, ó mas
bien volvió á nacer la de Eutiques bajo de una nueva for
ma. Partidarios ocultos de este heresiarca enseñaron que
no hay en Jesucristo mas que una sola voluntad y una sola
operacion, y tal es el significado de la palabra griega Mo-
notelismo que se aplicó á esta perniciosa secta. La Iglesia
católica, que reconoce por el contrario dos naturalezas en
Jesucristo, reconoce tambien en él dos voluntades , la vo
luntad divina y la voluntad humana, que no se hallan nun
ca en oposicion, pero que no son por eso menos diversas ó
distintas. El error de los monotelitas fue sostenido con
obstinacion por Sergio, Patriarca de Constantinopla, que na
da omitió de cuanto podia contribuir á acreditarlo. Sobre
todo se dedicó á insinuarlo con destreza en el ánimo del
emperador Heraclio, que lo apoyó con un edicto ó decre
to que publicó con el nombre de Ecthesis ó esposicíon. San
Sofronio, Patriarca de Jerusalén, combatió con celo la na
ciente herejía, y publicó un escrito en el que despues de
haber probado la distincion de las dos naturalezas en Jesu
cristo, espone claramente la doctrina constante de la Igle
sia acerca de las dos voluntades y de las dos operaciones.
Sergio, que temia que alguno previniese al Papa Honorio
contra esta nueva doctrina, trató de escribirle primero pa
ra si podia atraerle á su modo de pensar. Su carta era so
bre aduladora muy insidiosa: decia al Pontífice, que la
cuestion que acababa de suscitarse ponia un obstáculo á la
conversion de los herejes ; y pedia solamente el que no se
hablase de una ni de dos voluntades en Jesucristo , porque
este era el único modo de reunir los espíritus. Aun esto
último lo decia de manera que la palabra voluntad podia
entenderse, no de la potencia con que el alma racional se
235
inclina al bien, sino de la inclinacion que en nosotros es-
perimentamos al mal , y que tenemos que combatir por otra
mas fuerte inclinacion si es que hemos de obrar el bien.
De manera, que segun aparece de la carta de Sergio pa
recia que los monotelitas querian solo escluir de Jesucristo
aquella ley de los miembros que segun san Pablo repugna
en nosotros á la ley del espíritu con que cumplimos la ley
de Dios. Asi es que Honorio dió en el lazo, y contestando
muy católicamente que en Jesucristo no hubo mas que un
querer, una ley, ó lo que es lo mismo que en el Salvador no
hubo repugnancia alguna á hacer en todo la santa volun
tad de su Eterno Padre, consintió en el silencio qué se le
pedia; y aunque fuese muy diverso el motivo ú objeto para
que él lo mandaba de aquel para que se lo habían pedido,
dió motivo á que se sospechase que favorecia el error, aun
que ni lo enseñaba, ni llegó á sospechar que se enseñase.
Los artificios de los herejes fueron al fin descubiertos por
los cuidados de san Sofronio, quien informó al Papa de
los progresos de la nueva secta. Honorio habia muerto, su
sucesor condenó el error, y el edicto del Emperador que
le era favorable. Este juicio fue luego en seguida confir
mado por el Papa san Martin. El celo que este santo Pon
tífice mostró en mantener la pureza de la fe le costó la li
bertad y la vida. El emperador Constante, sucesor de Hera-
clio y sofista coronado como él, habiendo dado otro edicto
en favor de la herejía hizo sacar de Roma al santo Pontí
fice. Se le cargó de cadenas , y en este estado fue condu
cido á Constantinopla, donde sufrió mil indignas vejaciones.
Enviado poco despues á un lejano destierro murió á los
dos años de cautiverio y de sufrimientos, sin haberse que
jado, ni haber faltado en nada á los deberes de su ministe
rio. Un santo Abad de Constantinopla llamado Máximo imi
tó el celo de san Martin, y sufrió la misma persecucion de
parte de los herejes : le azotaron cruelmente con nervios
de buey, le cortaron la lengua por la raiz, y acabó su mar
tirio en un riguroso destierro.
"236

Defensa del Papa Honorio.

Lo que se dice en la leccion anterior del Sumo Pontí


fice Honorio es tan evidente, que el mismo Bossuet en la
defensa de la declaracion del clero galicano, obra en que
de intento buscó los defectos de los Papas para atacar su
infalibilidad, dice terminantemente: "que sus palabras ( las
de Honorio en la carta á Sergio) parecen demasiado or
todoxas. " Lo son en efecto; por el contesto de la misma
echa de ver cualquiera que en ella condenaba el Soberano
Pontífice la blasfema asercion de que en Jesucristo hubie
se una voluntad ó ley de los miembros, como la llama el
apostol san Pablo, que repugnase á la voluntad de Dios ó
á la ley del espíritu, y no otra cosa. Asi lo asegura además
el mismo amanuense de quien el Pontífice se valió para es
cribir la misma carta, que fue el abate Juan Simpon, como
puede verse en la teología del cardenal Sardana , contro
versia 9.a, apéndice de Honorio. Pero ¿y quién puede du
dar de ello viendo que la referida carta no dió á Sergio
ningun motivo para triunfar de los católicos? ¿Cuánta bu
lla no hubiera metido este heresiarca si la sentencia del
Sumo Pontífice hubiera sido favorable á su error? Pero lo
que quita todo género de duda en esta materia es el testi
monio de san Máximo de Constantinopla, quien rebatien
do á los monotelitas dice espresamente. "¿Qué hombre
«piadoso y ortodox.o, qué Obispo, qué Iglesia no ha conju-
orado á los desdichados Sergio y Paulo á que abandonasen la
«heregía? Y sobré todo, ¿cuánto no ha hecho para esto el
«divino Honorio...?" Si pues, como parece innegable de
este testimonio genuino, hizo Honorio cuanto pudo contra la
heregía, claro es que no incurrió en ella, sino que al contra
rio, asi en este como en todos los casos habló Pedro por su
boca como ha hablado por la de todos los Pontífices. ¿Y aún
hay teólogos que se tienen por instruidos, y se atreven á ci
tar á un Pontífice á quien un santo martir llama grande y
237
divino corao á fautor de heregías cuando menos? Dicen que
se apoyan en el VI Concilio general. Pero ¿qué quiere de
cir este Concilio celebrado cuarenta y dos años despues de
la muerte de Honorio, cuando en sus sesiones doce y trece
condena la memoria de un Pontífice muerto en la comu
nion de la Iglesia, sin citarle, sin oir á nadie que hablase
en su favor, y sobre todo sin manifestar el por qué le con
denaba? En mi calidad de simple teólogo ultramontano ó
Papista, podria bastarme el decir que aquel concilio, en
aquellas sesiones desbarró, como el de Constanza desbarró
en otras, y como desbarrarán necesariamente todas las gran
des reuniones no presididas legítimamente por la debida
autoridad; pero como escribo para todos, diré que aque
llas actas fueron falsificadas por los griegos, y que aquellas
sesiones, tales al menos cuales han llegado hasta nosotros,
no están como el concilio las celebró. Las pruebas de esta
falsificacion se hallan en muchos autores respetables que no
me detengo á citar, pues para mí es una demostracion de
su falsedad lo que los Padres ú Obispos de casi todo el
Oriente dijeron en el octavo concilio general celebrado en
Constantinopla. "No es permitido olvidar, aseguran solem
nemente, las promesas hechas á Pedro por el Salvador (de
«que su fe no vacilaria), y cuya verdad está confirmada por
«los hechos y la esperiencia, pues que la fe católica ha sub-
«sistido siempre sin mancha, y la pura doctrina ha sido in
variablemente enseñada por la Silla apostólica." ¿Habria
hablado asi este concilio, de quien nadie duda, si el VI hu
biera dicho en las citadas sesiones lo que quieren hacerle
decir?

Sesto concilio general (año 680).

El emperador Constantino, de sobrenombre Pogonato,


enjugó las lágrimas que á la Iglesia bacian derramar los he
rejes, y reparó los males que la habian causado sus prede
cesores. Este príncipe creyó que en el estado que tenian las
Í38
cosas no podia hacer mejor uso de su autoridad que reu
niendo un Concilio ecuménico ó universal. Al efecto escri
bió al Papa Agaton , quien hizo saber á los Obispos de Oc
cidente las piadosas intenciones del Emperador, y nombró
tres legados para presidir al Concilio en su nombre. El nue
vo error no habia penetrado en el Occidente, y todos los
Obispos sin escepcion convinieron en confesar en Jesucris
to dos voluntades, así como confesaban dos naturalezas. El
Emperador recibió honoríficamente á los Legados de la san
ta Silla, y la apertura del Concilio se hizo en una de las sa
las del palacio. El libro de los Evangelios fué colocado se
gun costumbre en medio de la asamblea. El Emperador asis
tió á ella con trece de los primeros oficiales del imperio.
Los Legados del Papa hablaron los primeros y propusieron
el objeto del Concilio. "Despues de mas de cuarenta años,
«dijeron, Sergio y otros han enseñado que no hay en Jesu
cristo nuestro Señor mas que una sóla voluntad y una sola
«operacion. La Santa Silla desechó con horror este error,
«y los exhortó á que renunciasen á él , pero inútilmente;
«por esta razon pedimos que se consulte la tradicion, y se-
«gun ella que se esplique esta doctrina." Fueron pues exa
minados con atencion cuidadosa los cánones de los anteriores
concilios, y los testos de los Padres que tenian relacion
con el asunto, y se halló que la nueva doctrina era con
traria al Evangelio y á la tradicion. Los monotelitas fue
ron convencidos de falsarios por haber truncado los testos
de los Padres que citaban en prueba de sus errores. Se
examinó tambien la carta de S. Sofronio, quedos habia com
batido, y fué juzgada enteramente conforme á la doctrina
de los Apóstoles y Santos Padres. Despues de este examen
se redactó la confesion ó profesion de fe ; en ella se declara
que los Padres se adhieren á los precedentes concilios, y por
último se pronunció el juicio definitivo en estos términos.
"Nosotros juzgamos que hay en Jesucristo dos voluntades
«y dos operaciones naturales, y prohibimos que se enseñe
«lo contrario. Detestamos y renunciamos los dogmas impíos
«de los herejes, que no admiten en Jesucristo mas que una
«voluntad y una operacion, hallando como hallamos estos
239
«dogmas contrarios á los decretos de los concilios y á los
«sentimientos de los Padres." El santo Concilio anatema
tiza en seguida á los autores de esta impía secta , sin perdo
nar á Honorio (1) que habia condescendido demasiado con
ellos. El Emperador, que estaba presente, recibió los mis
mos honores y bomenages que se habian tributado en otro
tiempo á Constantino, á Teodosio y á Marciano. Las actas
fueron suscritas ó firmadas por los Legados, por todos los
Obispos, que eran ciento sesenta en número, y por el mismo
Emperador, que mandó se cumpliese y ejecutase, apoyán
dolo con toda su autoridad. En efecto , el error cayó y se
olvidó muy pronto, y las turbaciones cesaron.

Conversion de la Alemania (año 923).

La antorcha de la fe, á la manera del sol material, no


abandona jamás un pais sino para ir á alumbrar otro, segun
lo hemos insinuado ya. A medida pues que la luz del Evan
gelio se debilitaba en el Oriente por las conquistas de los
mahometanos, se estendia del lado del Norte por los traba
jos apostólicos de muchos santos misioneros; y el mas cé
lebre de todos era S. Bonifacio, Arzobispo de Mayenza y
Apostol de Alemania. Era inglés de nacion, y desde muy
niño dió pruebas sensibles del alto destino que llenó des
pues completamente. Habiéndose alojado algunos misione
ros en casa de su padre le hablaron de Dios y de las cosas
celestiales, y fué tanto lo que le movieron sus instrucciones
y la conducta edificante que advirtió en ellos , que concibió

(i) Así se lee ahora en las actas de este Concilio, que impresas muchos siglos
despues de él pudieron ser falsificadas con facilidad. Hay con efecto muchos mo
tivos para creer que falsificó las Palimpsestes ó tabletas en que estaban escritas aquel
Focio de odiosa memoria , patriarca de Constantinopla , que lodo lo trastornó por
hacerse Patriarca universal , quitando á Roma esta prerogativa que le. dió Jesucristo.
¿No fingieron los herejes la segunda carta que corre sobre esta materia con el nom
bre de Honorio? Del mismo modo, pues, fingieron esta condenacion, que no exis
tió de hecho.
desde entonces un ardiente deseo de imitarlos y de consa
grarse como ellos al servicio de Dios. Aunque todavía muy
niño, las impresiones de virtud que entonces recibió jamás
se borraron de su espíritu. Cuando se halló en edad entró
en un monasterio , y en él se preparó de buena hora para
las funciones del apostolado. Habiendo sido ordenado de sa
cerdote á la edad de treinta años, conoció que crecia y se
aumentaba su deseo de instruir los pueblos, y de trabajar
en la salvacion de las almas. Gemia y suspiraba noche y día
sobre la desgracia de los que yacian sepultados en las tinie
blas de la idolatría; y penetrado de estos sentimientos fué
á echarse á los pies de Gregorio II, quien despues de exa
minada su vocacion le dió ámplios poderes para anunciar el
Evangelio á los alemanes. El Santo Apostol tuvo harto tra
bajo en hacer nacer en el corazon de estos pueblos, aún bár
baros, los sentimientos de dulzura y.de piedad que prescri
be el Evangelio; pero en fin, los frutos respondieron á sus
trabajos, y la cosecha fué abundante. Los primeros teatros
de su predicacion fueron la Baviera y la Turingia, en don
de bautizó un gran número de infieles. Por todas partes
echó por tierra los templos de los ídolos, y edificó iglesias
al verdadero Dios. El Santo Apostol tuvo no obstante mucho
que sufrir, sobre todo en la Turingia , pais poco antes sa
queado por los sajones, y en donde los pueblos estaban tan
pobres que se vió obligado á procurarse la subsistencia con
el trabajo de sus manos. De esta provincia marchó á la Fri-
sia, en donde por tres años ejerció el apostolado, ganando
una infinidad de almas á Jesucristo. Entonces fue cuando el
Sumo Pontífice, informado de los grandes bienes que hacia,
le mandó que viniese á Roma para que recibiese de su ma
no la consagracion episcopal. De vuelta de este viaje empe
zó S. Bonifacio á predicar la fe en la provincia de Hessé,
donde hizo tambien un fruto muy copioso. En esta provin
cia fundó muchos monasterios é iglesias. Llamado otra vez
á Baviera por el duque de esta provincia, reformó en ella
los abusos que se habian introducido. Halló en ella seduc
tores que engañaban á los pueblos con sus artificios y los es
candalizaban con sus desórdenes. Arrojólos, y corrijió los
241
males que habian hecho. Asi es, que restableció completa
mente la fe y las costumbres en este pais. El Papa le nom
bró legado suyo en Alemania, y le permitió hacer todos los
reglamentos que creyese necesarios para dar una forma es
table á esta naciente Iglesia.

'Martirio de San Bonifacio.

La reputacion de S. Bonifacio resonaba en la mayor par


te de Europa, y en todas partes se hablaba con admiracion
de sus trabajos apostólicos. Un gran número de siervos de
Dios atraidos por el buen olor de sus virtudes se asociaron
á su mision, y dulcificaron sus fatigas tomando parte activa
en ellas. Entonces el Santo Arzobispo, viendo que su edad
avanzaba y que se aumentaban sus enfermedades, trató de
elegirse sucesor. Consagrólo, pues, Arzobispo de Maguncia,
y se descargó sobre él del cuidado de esta Iglesia particu
lar para entregarse con mas libertad á la vocacion que ha-
bia recibido del cielo, dándose todo entero á la conversion
de los infieles. No podia hallar reposo mientras que hubie
se almas que ganar á Jesucristo; y por otra parte ansiaba
derramar sn sangre por la fe que predicaba , al paso que
presentia que su muerte estaba próxima. Habiendo pues
arreglado los negocios de su Iglesia marchó con algunos ce
losos cooperadores á predicar el Evangelio á un pueblo to
davía idólatra , sobre las costas mas apartadas y remotas de
la Frisia. Convirtió allí una gran multitud de paganos y les
administró el bautismo. Señaló despues un dia para admi
nistrarles el sacramento de la Confirmacion, y como no hu
biese sitio en que pudiesen caber por su gran número in
dicó un campo vecino, al que debian concurrir á recibirlo.
El Santo Obispo hizo poner allí unas tiendas de campaña,
y vino al tiempo señalado. Estando allí haciendo oracion y
esperando á los nuevos cristianos, vieron llegar muy de ma
ñana, no á los que se esperaban sino á una turba de paga
nos armados de espadas y de lanzas, que se arrojaron furio-
PARTE I. 16
242
sos á las tiendas del Santo Obispo. Los que acompañaban
al Santo se preparaban conteniendo á los bárbaros á mano
armada, pero habiendo oido S. Bonifacio el ruido llamó á
su clero, y tomando en sus manos las reliquias que llevaba
siempre consigo, salió de su tienda y dijo á sus gentes:
M Cesad, hijos mios, de combatir; la Escritura Santa nos
«prohibe que volvamos mal por mal; el dia que yo espera-
iba tanto tiempo hace llegó ya; esperemos en Dios que sal-
«vará nuestras almas. " Exhortó en seguida á sus compañe
ros á sufrir con valor una muerte pasagera que les abri
ría las puertas del cielo. Su ejemplo los fortificó mejor que
sus exhortaciones. Apenas habia acabado de hablar vió á
los bárbaros que se preparaban á acometerle : los esperó
con firmeza, y aquellos furiosos le asesinaron al instante
con todos los que le acompañaban , en número de cincuen
ta y dos. Así concluyó S. Bonifacio con una muerte glorio
sa una vida que habia sido un martirio continuado, pues
que habia sido un apostolado contínuo. Sus inmensos tra
bajos, y los frutos que la Iglesia recojió de ellos, merecian
una corona tan preciosa como la del martirio. El cuerpo
del Santo martir fué trasportado á la abadía de Tuldes, que
habia él fundado, y Dios glorificó á su servidor con los mi
lagros que se dignó obrar sobre su sepulcro.

Heregia de los iconoclastas 6 quiebra-imágenes


(año 727).

La Iglesia se veia frecuentemente turbada en el Oriente


por las herejías, que se sucedian unas á otras con muy corto
intérvalo de tiempo. La que nació en el siglo VIII fué tan
to mas peligrosa, cuanto que tenia por autor suyo al mismo
príncipe. Ya se habia visto á algunos emperadores protejer
el error, pero entonces se vió á un emperador puesto á la
cabeza de una secta. Leon, el Isaurico, habia subido al tro
no por sus cualidades guerreras. Nacido por decirlo así
y educado en el ejercicio de las armas , era profundamente
243
ignorante, y no obstante tuvo la nécia vanidad de erigirse
en reformador de la Religion. Se habia dejado preocupar
contra el culto de las santas imágenes, que él llamaba ido
latría. Habiendo emprendido el abolirlo publicó un edicto,
por el que mandaba se quitasen de los templos las imágenes
de Jesucristo, de la Virgen y de los Santos. Esta empresa,
contraria á la constante práctica de la Iglesia universal,
chocó con escándalo á todo el mundo. El pueblo de Cons-
tantinopla murmuró altamente. Germano, Patriarca de esta
ciudad, combatió el nuevo error con celo sin temer la có
lera del Emperador. Desde luego trató de desengañar al
Emperador en conversaciones privadas, haciéndole ver que
el culto que se da á las santas imágenes se refiere á los ori
ginales que representan, así como se honra á un soberano
en sus retratos; que este culto relativo se habia dado á las
imágenes de Jesucristo y de su santa Madre desde el tiempo
de los Apóstoles, con tanta continuacion que era una impie
dad temeraria el atacar una tradicion tan antigua y tan bien
sostenida. Pero el Emperador, que ignoraba los elementos
de la doctrina cristiana, siguió no obstante obstinado en su
error. El Patriarca entonces informó a! Papa de lo que pa
saba en Constantinopla. El soberano Pontífice respondió al
Santo Obispo, felicitándole por su valoren combatir la nue
va herejía. Reunió además en Roma una asamblea de Obis
pos en que ésta fué condenada. En seguida escribió al mis
mo Emperador exhortándole á revocar su edicto, y advir
tiéndole que no pertenece á los príncipes establecer cosa
alguna acerca de la fe, ni innovar la disciplina de la Igle
sia. Estas advertencias fueron mal recibidas del Empera
dor, quien enfurecido llevó con mas ardor su decreto á eje
cucion. Hacia quemar las santas imágenes en la plaza pú
blica y blanquear las paredes de las iglesias en que hubiese
algunas pinturas. Mandó que fuese derribado á hachazos un
gran Crucifijo que Constantino despues de su victoria habia
hecho poner sobre la puerta del palacio imperial. Unas mu-
geres que se hallaban presentes trataron con sus ruegos de
impedir la ejecucion de esta impiedad , pero el oficial en
cargado de ella, á quien se dirijian, subió en persona á U
244
eseala y dió tres golpes de hacha al santo Crucifijo: entonces
aquellas mugeres, no escuchando mas que á su indignacion,
tiraron por el pie de la escalera 6 hicieron que diese en
tierra el oficial, quien á poco murió de la carda; Por esto
fueron condenadas al último suplicio con otras diez perso
nas que el Emperador sospechó hubiesen tomado parte en
aquella escena. El patriarca S. German fué espulsado de su
silla , y murió en el destierro á los noventa años de su edad.

Violencias de los iconoclastas.

Constantino, llamado Coprónimo , hijo y sucesor de


Leon, siguió las huellas de su padre y aun le escedió bas
tante. Educado en la impiedad, á la cual su caracter revol
toso y atropellado anadia la audacia y la insolencia, per
siguió con furor á todos los católicos que honraban á las
santas imágenes. Constantinopla mientras duró su reinado
fue un teatro de suplicios: se sacaban los ojos y se corta
ban las narices á los católicos , se les despedazaba á azotes
ó se les arrojaba en el mar. Sobre todo contra quienes se
dirijia en primer lugar y con mayor furor el tirano eran
los monges: no habia ultrajes ni tormentos que no les hi
ciese sufrir; les quemaban la barba despues de habérsela
emplastado con pez, y les rompian en la cabeza las imáge
nes de los santos que hallaban pintadas en madera. Estos
horrores divertían en estremo á Constantino, á quien na
da podian contar mientras comia que mas le divirtiese que
estas escenas de escándalo y de horror. No contento con
las crueldades que hacia ejecutar por medio de sus minis
tros y oficiales, quiso presidir él mismo á la ejecucion, y dar
á sus ojos el placer de ver correr la sangre. Al efecto hi
zo levantar una especie de trono á las puertas de Constan
tinopla; allí, rodeado de verdugos y de todo el aparato im
perial, hacia atormentar á los católicos, y apacentaba sus
ojos en aquel espectáculo, horrible para los que no fuesen
fieras en figura humana como él y sus cortesanos. Cerca de
Nicomedia vivia un santo Abad llamado Esteban , cuya
virtud era reverenciada en todos aquellos contornos. El
Emperador, queriendo atraerlo á su partido, le hizo venir
á Constantinopla, y se encargó de interrogarle él mismo en
la confianza de que lo aturdiria con sus raciocinios , por
que este príncipe se tenia por muy versado en el arte del
sofisma. Entró pues en disputa con el santo Abad, y
" ¡O hombre estúpido! le dijo, ¿ cómo no concibes que se
« puede pisar la imagen de Jesucristo sin ofender al mis-
omo Jesucristo?" Entonces Esteban, acercándose al Empe
rador y enseñándole una moneda con su propio busto, le
dijo: " Yo podré por consiguiente tratar del mismo modo
«esta imagen vuestra sin ofenderos." Y habiendo echado
en el suelo la moneda, la pisó pasando sobre ella. Y como
los cortesanos que estaban presentes se lanzasen sobre él
para matratarle, añadió arrojando un profundo suspiro:
"¿Con que será un crimen digno del último suplicio el
«profanar la imagen del príncipe terreno, y no lo ha de
«ser el arrojar al fuego la imagen del Rey del cielo?" Na
da razonable se le pudo responder, pero con todo se resol
vió su muerte. Le condujeron, pues, de palacio á la pri
sion, y á poco tiempo de la prision al cadalso. Diez y nue
ve oficiales, acusados de haber tenido relaciones con el san
to martir y de haber alabado su constancia en los tormen
tos, fueron tambien atormentados, y á dos de los mas cali
ficados se les cortó la cabeza de orden del Emperador. La
persecucion se estendió á las provincias. Los gobernado
res por hacer la corte al tirano se señalaron en todo el im
perio por su impiedad cruel contra los católicos. Hacian la
guerra, no solo á las imágenes de los santos sino tambien
á sus reliquias, las arrancaban de los santuarios, las arro
jaban en los lodazales y en los rios , y por último las ha
cian quemar con huesos de animales, á fin de que confun
didas las cenizas no se pudiesen conocer.
546

Séptimo Concilio ecuménico, segundo de Nicea,


(año 787).

Muertos los Emperadores Constantino Coprónimo y su


hijo Leon, que le habia sucedido, recayó el cetro del impe
rio en calidad de regenta, en nombre de su hijo aún niño,
en la Emperatriz Irene ; y la Iglesia de Oriente, atormen
tada tantos años habia por la impiedad de los iconoclastas,
empezó entouces á respirar. Esta princesa , que en medio
de una corte impia habia sabido conservar su catolicismo,
se aplicó desde luego á reparar los males que habia causa
do el mal gobierno de los precedentes Emperadores. Por
consejo de Tarasio, Patriarca de Gonstantinopla, escribió al
Papa Adriano para la convocacion de un Concilio general.
El Papa aprobó esta idea y envió dos legados para presidir
el Concilio en su nombre. Se eligió á Constantinopla para la
celebracion del Concilio ; pero como los iconoclastas, cuyo
número era grande en esta ciudad, empezasen á tumultuarse,
se trasladó á Nicea, ciudad ya célebre por el primer Concilio
ecuménico que se habia celebrado en ella. Los Obispos de
todas las provincias del imperio que pudieron ir se reunieron
de consiguiente en Nicea en número de trescientos setenta y
siete. Tambien asistieron dos comisarios del Emperador pa
ra mantener el orden, y para que á los Obispos se les de
jase discutir y decidir con entera libertad. Se tuvieron nue
ve sesiones ; en la primera se leyó la carta del Sumo Pon
tífice, en que justificaba éste la tradicion de la Iglesia so
bre la veneracion de las santas imágenes, y en que espli-
caba la naturaleza de este culto; se leyó tambien la confe
sion de fe de los Patriarcas de Oriente que no podian ve
nir al Concilio por hallarse bajo la dominacion de los ma
hometanos. Su doctrina era conforme á la del Papa. Se pro
dujeron en seguida los testimonios de la Escritura y de
los antiguos Padres. Se refutaron las objeciones de los ico
noclastas, y la herejía fue confundida y reducida al silen
247
cio; asi es que los Padres, despues de haber declarado que
recibian con respeto los Concilios precedentes, pronun
ciaron el juicio definitivo concebido en estos términos. "De
cidimos que las imágenes serán espuestas, no solo en las
«iglesias, sobre los vasos sagrados, sobre los ornamentos,
«en las paredes, sino tambien en las casas, en las calles y
«en los caminos; porque cuanto mas se ven las imágenes
«de Jesucristo, su santa Madre, los Apóstoles y demás san-
«tos, mas inclinacion se adquiere á honrará los originales,
«á pensar en ellos y á imitarlos. Debe darse á estas imáge-
«nes la salutacion y el honor, mas no el culto de latría,
«que no conviene mas que á la divina naturaleza. Se acer
cará á estas imágenes el incienso y la luz, como hay cos-
« lumbre de hacerlo con la cruz, con el Evangelio y con las
«demás cosas sagradas, porque el honor de la imagen se rc-
«fiere al objeto que representa. Tal es la doctrina de la
"Iglesia católica; tal ha sido siempre la doctrina de los Pa-
«dres." Despues se pronunció el anatema contra los icono
clastas. Este decreto fue suscrito por los legados y por to
dos los Obispos. Los Padres vinieron despues á Constanti-
nopla, y allí tuvieron la octava sesion en presencia del Em
perador y de su madre, quienes firmaron tambien las ac
tas y la definicion del Concilio en medio de las aclama
ciones de todos los asistentes. Asi se estinguió por enton
ces esta sanguinaria herejía, que los últimos reformistas,
marchando por las huellas de los antiguos fanáticos, han
renovado en el siglo XVI con los mismos escesos de impie
dad, de crueldad y de furor.

Bellas cualidades y celo de Cario Magno rey-


de Francia (año 7 68).

La piedad deCarlo Magno, rey de Francia, fue un nuevo


motivo de alegría para la Iglesia, á quien este príncipe no
dejó de protejer durante su reinado, que fue largo y glorio
so. Subió al trono siendo aún muy joven, pero no tenia de
248
juventud mas que la edad, la actividad y el valor. La pru
dencia arreglaba todos sus pasos, y él dirigió y empleó to
do su poder en estender el reino de Jesucristo. En los pri
meros años de su reinado publicó, á peticion de los Obispos,
un capitular para el sosten de la disciplina eclesiástica. Pro-
tejió la Silla apostólica contra las usurpaciones de Desi
derio, rey de los lombardos. Hacia ya mucho tiempo que
los sajones estaban habituados á hacer correrías sobre al
gunas provincias sujetas á su dominio ; para reprimirlos
emprendió contra ellos una larga guerra, que terminó por
la conversion de estos pueblos. El fruto mas precioso que
podia el Emperador prometerse de su conquista era este
sin duda alguna, pues deseaba mas ganar aquellos habitan
tes á Jesucristo, que engrandecer su imperio con las tierras
que habitaban. No fue con todo obra de un dia esta con
version. Aquellos pueblos idólatras resistieron largo tiem
po, pero al fin abrazaron la Religion cristiana, y esto bas
tó para que se les perdonasen sus multiplicadas rebeliones.
Mas como Cario Magno desconfiase de su inconstancia por
que muchos de ellos parecia que no habian pedido el bau
tismo mas que por política, les envió celosos misioneros
que los afirmasen en la fe. No obstante Witikind, el mas
acreditado de sus gefes, no se rendia del todo, pues se ha
llaba mas bien irritado que abatido con las derrotas que ha
bía padecido. Cario Magno no desesperó de ganarle por me
dio de negociaciones, y al efecto le propuso una conferen
cia. Witikind vino á Atigni, donde estaba entonces la corte,
y allí la bondad y la magestad de Cario Magno hicieron ó
lograron lo que no habia podido lograr una multitud de
combates: este gefe de los rebeldes quedó enteramente des
armado por aquellas, pues en vista de ellas no pudo menos
de someterse de buena voluntad á un tan gran rey. Aún
hizo mas: mientras estuvo en Francia examinó con cui
dado la Religion, y cuando la hubo conocido la admiró,
y abriendo del lodo los ojos á la gracia que interiormente
le ilustraba, detestó la idolatría y pidió el santo bautismo.
Lo recibió en efecto, y el Emperador quiso ser su padrino.
Witikind, que no tenia menos franqueza que valor, dió bri
249
liantes pruebas de la sinceridad de su conversion , testifi
cando despues y demostrando con las obras tanto celo por
la propagacion de la fe cuanto habia mostrado antes por
impedir sus progresos. Cario Magno referia á Dios la glo
ria de sus buenos sucesos , y de consiguiente hizo que se
diesen al Señor solemnes acciones de gracias por la con
version de los sajones y de su gefe.

Cario Magno renueva los estudios.

Cuando Cario Magno subió al trono se hallaba la Fran


cia dominada por la ignorancia mas completa: hasta el gas
to del estudio se habia perdido en este reino, que carecia
de maestros y de escuelas en que se pudiese aprender. El
Emperador, conociendo que el estudio de las ciencias y de
las artes contribuye no menos al bien de la Religion que á
la gloria del estado, se aplicó á restablecerlas en su reino.
Para salir bien con la empresa era necesario abrir escue
las y escitar la emulacion: además era preciso hallar maes
tros capaces de enseñar, y ninguno habia en toda Francia.
Este príncipe por tanto invitó y trajo á su corte á los hom
bres mas instruidos y á los personajes mas célebres de to
dos los paises estrangeros; con recompensas dignas de un
monarca supo fijarlos en sus estados, pues no creia com
prar demasiado caros á los hombres que por sus talentos
podian honrar á la Religion y á la Francia. El que mas sir
vió á sus designios fue el célebre Alcuino, sabio inglés á
quien colmó de bienes y de honores. Este hombre, que pa
saba por el mas bello espíritu de su tiempo, habia enseña
do en su pais las ciencias sagradas y profanas con bastante
reputacion y buen efecto. Habiendo aceptado la invitacion
de Cario Magno aconsejó á este príncipe que estableciese
escuelas públicas en las principales ciudades y en las gran
des abadías. Cario Magno siguió este consejo , y al efecto
escribió á los Obispos y á los Abades una circular exhor
tándolos á que formasen estos establecimientos, que tan úti-
PARTE I. 17
250
les debian ser. Como las lecciones dadas de viva voz no
bastaban, y fuesen de consiguiente necesarios muchos libros,
pues estos son en cierto modo los guardianes y depositarios
de la ciencia, el Rey tomó precauciones para que esta fuen
te pública de la erudicion no fuese alterada por la negli
gencia de los copiantes, cuyo servicio era necesario antes de
haberse inventado la imprenta ; y mandó por otro capitular
que no se empleasen en sacar copias de libros mas que hom
bres inteligentes y de una cierta edad. El estudio de la re
ligion era el que mas llamaba su atencion , asi que hizo revi
sar y corregir con la mayor exactitud los ejemplares manus
critos del viejo y nuevo Testamento. Aplicó tambien sus cui
dados á las oraciones que hacen parte del Oficio divino, ó
á la Liturgia, á fin de que nada hubiese en ella que no fue
se digno de la magostad de Dios. Hizo venir de Roma can
tores que enseñasen á los franceses el canto romano en to
da su pureza , y mandó á todos los maestros de canto del
reino que trajesen sus antifonarios para corregirlos, y que
aprendiesen de los estranjeros que habian traido el arte de
cantar. Para dar él mismo el ejemplo de la aplicacion al
estudio, y para escitar mas eficazmente la emulacion, for
mó en el interior de su palacio una academia á la que iban
á instruirse los jóvenes príncipes sus hijos y todos los gran
des de la corte. El mismo Monarca bajaba alguna vez de su
trono y se colocaba entre los discípulos de Alcuino. La
Francia sacó de este establecimiento las mayores ventajas:
el deseo de instruirse se hizo general; todo el mundo trató
de adquirir los conocimientos que pudo. En poco tiempo se
reunió una compañía de sabios que entretenian un comer
cio de literatura, y se comunicaban mutuamente sus luces.
Se cree que esta compañía fue la cuna de la universidad de
París, la mas antigua y la mas célebre de toda la Europa.
ctmmit

DE LA

HISTORIA GENEBAI DE li IGIESU.

PARTE 2.»
DE LA

HISTORIA ECLESIASTICA.

PARTE SEGUNDA.
\AAJV\J\l\J\IVV\l\i

Cario Magno es coronado emperador de


Occidente.

Garlo Magno era dueño de casi todas las provincias que


componian ó habian compuesto el imperio de Occidente.
La Germania, las Galias y una gran parte de Italia le obe
decian. Nada le faltaba sino el título de Emperador; ya te
nia el nombre y prerogativas de Patricio romano, que los
romanos le habian concedido; y estos no creyeron poder re
compensar los servicios señalados que habia hecho á la Re
ligion mejor que confiriéndole el título y la corona de Em
perador. En un viaje que este príncipe hizo á Roma, el
Papa Leon III tomó la resolucion de hacerlo proclamar
Emperador de Occidente. Nada se habia dicho á Cario Mag
no sobre tan agigantado designio, á fin de que no se creye
se habia solicitado él esta dignidad , y para que esta pro
mocion fuese mas gloriosa para él. En efecto, habiendo ido
el Rey en la vigilia de Natividad á la Basílica de san Pedro
á oir allí Misa, se quedó sorprendido cuando el Papa le pu
so la corona en la cabeza, y oyó al pueblo que al mismo
tiempo gritaba: "¡Vida y victoria al piadosísimo Carlos
PARTE II. 1
2
«Augusto, coronado por Dios grande y pacífico Empera-
«dor! " El Papa dió al mismo tiempo la uncion santa al
Rey y al príncipe Luis su hijo, y despues fue el primero
á rendir sus homenajes al nuevo Emperador, prosternándo
se públicamente en su presencia. Asi fue como el imperio
de Occidente, que sus antiguos dueños habian abandonado,
pasó á los franceses en la persona de un príncipe capaz por
su valor y por su piedad de sostener todo el peso de la glo
ria de los Constantinos y de los Teodosios. La modestia que
este gran príncipe manifestó en esta ocasion dió un nue
vo brillo k su dignidad , y fue un nuevo título para me
recerla. Eginhardo su secretario asegura que á la vuelta
de la ceremonia protestaba el Emperador, que si hubie
ra podido preveer lo que intentaban los romanos se ha
bría abstenido de ir á la iglesia á pesar de la solemni
dad. De resultas, pues, de su coronacion hizo el Empe
rador magníficos presentes á la Basílica de san Pedro y
á otras iglesias de Roma, y pasada la Pascua se restituyó á
Aix-la-Chapelle. Viéndose en paz con todos sus vecinos
quiso señalar los principios de su imperio redoblando su
celo por el bien de sus pueblos y por la estirpacion de
los vicios: envió comisarios imperiales á todas las pro
vincias de sus estados para que tomasen razon de todas
las malversaciones, y para que hiciesen justicia con exactitud
y rigor á todos los que hubiesen sido agraviados. Por esta
pública accion de equidad se preparó á la muerte. El tiem
po señalado por Dios para premiar sus virtudes llegó, y
este grande hombre cayó en cama postrado de una terri
ble fiebre. Como el peligro crecia se hizo administrar el
santo Viático, que recibió con grandes sentimientos de pie
dad, y á poco dió su alma á Dios en el año sesenta y dos
de su reinado. Tal fue la cristiana muerte de uno de los
mas poderosos reyes de la Europa moderna, de uno de los
mas celosos defensores de la Iglesia, de un príncipe que el
mundo ha puesto en el número de los héroes y la Religion
en el de los santos.
Conversion de los dinamarqueses y suecos
(arlo 8á9).

La conversion de los sajones fue seguida de la de mu


chos otros pueblos en quienes la luz del Evangelio se fue
estendiendo sucesivamente. San Anscario la llevó á Dina
marca y á Suecia. Este santo Apostol habia nacido en Fran
cia, y sido educado en el monasterio de Corbia. Lleno en el
retiro del claustro del espíritu de Dios y formado para el
ministerio apostólico, fue enviado por sus superiores á Di
namarca á ilustrar á sus habitantes, bárbaros aún é idolatras.
Fue y trabajó en aquellos paises con tan buenos resultados,
que el número de los fieles crecia de dia en dia. El medio
mas eficaz que empleó para perpetuar el fruto de su pre
dicacion fue comprar esclavos jóvenes y educarlos en el san
to temor de Dios: de este modo formó una escuela nume
rosa. Mientras que esta mision prosperaba, el Rey de Sue
cia pidió á Luis el Benigno algunos misioneros que anun
ciasen el Evangelio en sus estados. El Emperador tuvo por
oportuno mandar á Suecia á san Anscario, y le asoció á
otro religioso del monasterio de Corbia que se ofreció á
acompañarle en esta nueva mision. Los dos marcharon jun
tos, cargados con los presentes que Luis enviaba al Rey de
Suecia; pero en el camino fueron asaltados por unos pira
tas, quienes les despojaron de los regalos que llevaban pa
ra el Rey. Asi es que llegaron á Suecia sin llevar otra co
sa mas que la nueva de salvacion que iban á anunciar; con
todo eso fueron muy bien recibidos del rey, é hicieron mu
chas conversiones. El gobernador de la capital fue uno de
los primeros á quienes la gracia tocó y convirtió á la fe.
Este señor, que era muy querido del rey, edificó una iglesia,
y perseveró en la fe que habia abrazado dando muestras de
una sincera piedad. Cuando el número de los cristianos se
aumentó en consideracion se estableció en Amburgo una
Silla arzobispal, y san Anscario fue consagrado primer Ar
4
zobispo. El Santo continuó cultivando este campo con un
celo infatigable; y no comiendo mas que pan y agua aun
despues de Arzobispo, continuaba tambien la vida austera
que habia observado cuando simple misionero. De cuando
en cuando se retiraba á un pequeño eremitorio que habia
edificado al intento para descansar en la soledad, y llorar
en libertad á presencia de Dios sus pecados y los de los pue
blos. El Señor le concedió el don de los milagros, y sus
oraciones restituyeron á muchos enfermos la salud; pero
su humildad le impedia el atribuírselas. Hablaban un dia
en su presencia de algunas curas milagrosas que habia he
cho, y el Santo los hizo callar diciendo, que si él tuviese
con Dios el crédito que le suponian no pediría al Señor
mas que un solo milagro, "y este, añadió, sería el que me
«hiciese con su gracia hombre de bien." El Santo prelado
habia tenido siempre la esperanza de que su sangre sería
derramada por la fe que habia predicado. Asi es que cuan
do se vió atacado de la enfermedad de que murió, lloraba
inconsolable por no haber merecido esta dicha. "¡Ay de mí!
«decia, son mis culpas sin duda las que me han privado de
«la corona del martirio." Hallándose cercano á morir reu
nió todas sus fuerzas y se puso á exhortar á sus discípulos,
intimándoles que sirviesen á Dios con fidelidad y que sos
tuviesen su querida mision. Esta Iglesia naciente sufrió des
pues por algun tiempo una terrible tempestad causada por
una irrupcion de bárbaros ; mas la semilla preciosa que el
santo Apostol habia esparcido volvió á reproducirse, y fruc
tificó por los trabajos de sus sucesores.

Conversion de los esclavones y de los rusos


(año 842).

Los esclavones, pueblo bárbaro que ocupaba una parte


del pais que hoy se llama la Polonia, hacian frecuentemen
te correrías por las provincias del imperio de Oriente. Con
este motivo le tuvieron para conocer la Religion cristiana,
5
y concibieron el deseo de abrazarla. Se dirigieron, pues, á
la emperatriz Teodora, que gobernaba el imperio en la me
nor edad de su hijo, y la suplicaron que les enviase un mi
sionero que les instruyese: la prometian en reconocimiento
de este beneficio sujetarse, y permanecer constantemente
fieles al imperio. El elegido para esta mision se llamaba
Constantino. Luego que llegó al pais se aplicó á estudiar
la lengua de los esclavones , tradujo en ella el Evangelio y
otras partes de la sagrada Escritura que creyó mas útiles
para la instruccion de los fieles, y habiendo Dios bendeci
do sus trabajos vió en poco tiempo á toda la nacion cristia
na. La conversion de estos pueblos abria una puerta para
la predicacion del Evangelio entre los rusos sus vecinos, y
la luz de la fe no tardó en penetrar en sus tierras, en que
estos habitaban y habitan. El emperador Basilio se apro
vechó de esta coyuntura para concluir un tratado de paz
con los rusos; y despues de haber dulcificado con regalos su
ferocidad natural, les hizo aceptar un Obispo ordenado por
Ignacio, patriarca de Constantinopla. Un milagro manifies
to y claro que el santo Obispo obró hizo sus instrucciones
fecundas. El príncipe de los rusos habia reunido la nacion
para deliberar si debian abandonar la antigua religion ó no:
se hizo venir á la asamblea tambien al santo Obispo , y se
le preguntó qué era lo que venia á enseñar. El santo Pre
lado mostró ó enseñó el libro de los Evangelios, y refirió
algunos milagros tanto del antiguo como del nuevo Testa
mento. El de los tres mozos en el horno de Babilonia hizo
la mas viva impresion en la asamblea; no bien lo habia
acabado de referir cuando le dijeron: "Eh, pues si tú nos
«haces ver una cosa igual á esa creeremos que nos dices la
«verdad. No se puede tentar á Dios, les respondió el santo
«Obispo, pero no obstante, si estais resueltos á reconocer
«su poder, pedid lo que querais y él os lo manifestará por
«el órgano de su ministro." Los rusos pidieron que el li
bro de los Evangelios que el Santo tenia en sus manos fue
se echado en un fuego que encenderían ellos mismos, y pro
metieron si no se quemaba de hacerse todos cristianos. Le
vantando entonces el Obispo los ojos y las manos al cielo es
6
clamó: "¡Jesus, hijo de Dios vivo, glorificad vuestro santo
«nombre en presencia de este pueblo!" Echóse, pues, el
libro en una grande hoguera, y se le dejó en ella por largo
tiempo. Pasado este se apagó el fuego, y se encontró el li
bro tan entero y sano como estaba cuando se echó en él.
Al instante el pueblo todo pidió el bautismo, y enseñado
antes en la fe lo recibió despues con alegría. Dios ha reno
vado de siglo en siglo, y renueva aún en nuestros dias, los
milagros que han señalado el establecimiento de la Reli
gion cristiana. Su brazo no se ha debilitado; y cuando en
via misioneros á un nuevo pueblo, obra en su favor los
mismos prodigios que acompañaron la predicacion de los
Apóstoles.

Conversion de los búlgaros (año 855).

Los búlgaros en una guerra que tuvieron que sostener


contra Teófilo, emperador de Oriente, habian perdido una
batalla, y entre los cautivos se halló la hermana del rey
vencido. Esta princesa fue llevada á Constantinopla con los
otros prisioneros de guerra , donde estuvo detenida por es
pacio de treinta años. En este largo intervalo se hizo ins
truir en la Religion cristiana y recibió el bautismo. Muer
to el Emperador, Teodora su muger quedó gobernando por
la menor edad de su hijo. Entonces el rey de los búlgaros,
creyendo que era la ocasion favorable para reparar sus pér
didas y derrotas, declaró la guerra á la Emperatriz. Teo
dora le respondió con firmeza, que si pisaba las fronteras
del imperio marcharia contra él, y que esperaba vencerle;
pero que si la victoria se declaraba por él , mirase bien de
cuánta vergüenza se cubriria por no haber sabido combatir
mas que á una muger. EJ rey, admirado de una respuesta
tan fiera, concibió una decidida estimacion por la Empe
ratriz, y la ofreció la paz con ciertas condiciones que fue
ron aceptadas. Una de estas condiciones era la libertad de
la hermana del rey. Vuelta esta al lado de su hermano no
7
cesaba de hablarle de la Religion cristiana, y de exhortarlo
á que la abrazase. Estos discursos hicieron impresion en el
ánimo del rey, y Dios parece que quiso obrar de concierto
con la princesa para acabar de convertirlo. Una enferme
dad contagiosa hizo sentir sus estragos en ia Bulgaria ; y
habiendo el Rey implorado la misericordia divina, el azo
te cesó casi del todo. A la vista de este prodigio el Rey que
dó convencido; pero el temor de que se sublevasen sus va
sallos, demasiado adictos á sus supersticiones, le retenia
aún: era necesario asombrar á este príncipe para hacerle
inclinar el cuello bajo el yugo del Evangelio. La ocasion se
presentó, y la Providencia fue sin duda la que la hizo na
cer casi naturalmente. Hacia el Rey pintar una galería en
su palacio, y como era de carácter duro y feroz, habia re
comendado espresamente al pintor que escojiese un obje
to terrible. El pintor, que era cristiano, representó el juicio
final y los suplicios de los réprobos, con las circunstancias
mas capaces de inspirar terror. La esplicacion de este cua
dro heló de asombro el ánimo del mismo rey, quien hizo
saber á Teodora que solo esperaba un ministro de la Re
ligion para recibir el bautismo. La Emperatriz avisada le
envió un Obispo, que le bautizó de noche y con el mayor
sigilo. Mas á pesar de las precauciones que se tomaron pa
ra tener oculto el negocio, el rumor se esparció bien pron
to. Los búlgaros se revolucionaron y vinieron á atacar el
palacio; pero el Rey, lleno de confianza en el auxilio del
cielo, salió á la cabeza de sus domésticos y disipó los sedi
ciosos. Perdonó en seguida á los rebeldes, que al fin for
maron ideas mas justas de la Religion de su príncipe, y con
cluyeron por abrazarla. Entonces el Rey envió embajado
res al Papa, como á gefe de la Religion y de la Iglesia, pa
ra consultarle sobre muchas cuestiones concernientes á la
fe y á las costumbres. El Papa Nicolás I vio con una ter
nura indecible á estos nuevos cristianos que venian de tan
lejos á recibir las instrucciones de la Santa Sede. Despues
de haberlos acojido con un afecto paternal, respondió á su
consulta y los envió llenos de alegría, acompañados de dos
Obispos recomendables por su sabiduría y por su virtud.
8

Focio usurpa la Silla de Constantinopla


(año 858).

Dios, que consolaba por un lado á su Iglesia con los pro


gresos que el cristianismo hacia en el Norte, permitió que
fuese atlijida por otro lado con la intrusion escandalosa de
Focio en la Silla de Constantinopla. Este hombre, igual
mente distinguido por su nacimiento elevado, por sus cua
lidades y por su saber, habia ejercido muchos cargos hon
rosos y considerables en la corte imperial ; pero manchó
todos sus talentos con su ambicion y sus arterías. Era el fa
vorito del Cesar Bardas, tio del joven emperador Miguel,
y su primer ministro. Bardas, escesivamente desarreglado
en sus costumbres, habiendo sido escomulgado por el Pa
triarca de Constantinopla San Ignacio, resolvió perder á es
te santo Prelado. Tenia este príncipe mucho ascendiente
sobre el espíritu del Emperador su sobrino, y le persuadió
que desterrase al Santo. En seguida empleó toda suerte de
medios para determinar á san Ignacio á que renunciase vo
luntariamente su Silla; pero no habiendo podido lograr su
idea , hizo que Focio , aunque lego , fuese nombrado Pa
triarca contra todas las reglas. Una promocion tan irre
gular desazonó á todo el mundo. Los Obispos sufragáneos
de Constantinopla no quisieron por de pronto reconocer á
Focio por Patriarca, pero se pudo ganar á los unos y se
desterró á los otros. Hubiera sido una gran ventaja para
Focio el tener la aprobacion del Papa Nicolás: él le escri
bió haciéndole saber su elevacion á la Silla Patriarcal, y
lleno de malicia nada omitió para prevenir al soberano Pon
tífice en su favor. Segun su carta habia sido elegido contra
toda su voluntad para llenar- tan eminente puesto: él habia
resistido á la eleccion con todas sus fuerzas, pero se le ha
bia violentado, y solo derramando copiosas lágrimas era
como al fin habia consentido en recibir la imposicion de
9
las manos ó la consagracion. Añadia que Ignacio se habia
voluntariamente retirado á un monasterio para terminar sus
dias en un honroso retiro, y que su vejez y sus enferme
dades le habian determinado á tomar este partido. Esta car
ta iba acompañada de otra del mismo Emperador, que fir
maba todas estas patrañas. En el entretanto san Ignacio
estaba encerrado en una prision hedionda , donde le trata
ban indignamente. Con el designio de hacerle morir le acu
saron de haber conspirado contra el estado, y aunque nin
guna prueba podia darse de esta acusacion, se le cargó no
obstante de cadenas en virtud de ella, y se le envió dester
rado á Mitilena en la isla de Lesbos. El Papa, que ninguna
relación de este negocio habia recibido de parte de Igna
cio, porque sus enemigos no le habian dejado la libertad
de escribir, entró en cuidado y nada quiso decidir sobre la
eleccion de Focio sin que precediese un maduro examen.
Tomó el partido de enviar á Constantinopla dos legados
para que se informasen de los hechos, y para que le diesen
cuenta. Los legados recibieron en el camino regalos del
Emperador y de Focio, quienes trataban de reducirlos de an
temano. Llegados á Constantinopla fueron guardados de vis
ta y separados de toda comunicacion para que no pudiesen
saber las violencias que se habian hecho á san Ignacio. Se
les amenazó con los últimos rigores si no reconocian á Fo
cio por Patriarca. Resistieron á la demanda largo tiempo,
pero al fin cedieron, y vencidos por las solicitaciones, las
promesas y las amenazas, se prestaron á todo lo que el prín
cipe exigia de ellos.

Insignes picardías de Focio.

San Ignacio halló en fin modo de informar al sumo Pon


tífice de todo lo que habia pasado en Constantinopla. El Pa
pa se quejó de la prevaricacion de los legados , condenó to
do lo que se habia hecho, y escribió al Emperador y á Fo
cio cartas en que reconocia á Ignacio por Patriarca legiti
10
mo, y declaraba nulo el nombramiento del impostor. Este,
impertérrito en el fraude y en el crimen, suprimió las car
tas auténticas, y sustituyó á ellas otras de su cuño, en las
que hacia decir al Pontífice que sentia el haberse opues
to á su eleccion, pero que habiendo conocido la verdad le
prometia para lo sucesivo una amistad constante. Esta im
postura no le salió bien ; y entonces el impudente falsario
ensayó otra mentira de que jamás ha habido idea ni ejem
plar. Supuso un Concilio ecuménico celebrado contra el
Papa Nicolás, y dió á esta falsedad todas las apariencias de
verdad á fin de hacerla creer al menos á los estranjeros.
Las actas de este pretendido Concilio fueron redactadas con
tanto cuidado, que eran capaces de imponer á los espíritus
menos atentos. Como estaba perfectamente instruido en to
do lo que pertenecia á la celebracion» de los Concilios, ha
bia dado á su imaginada asamblea una forma la mas re
gular: se veian en ella acusadores que pedian justicia con
tra el Papa, y testigos que afirmaban con juramento los
artículos de la acusacion. Fociohabia tomado para sí el pa
pel de defensor del sumo Pontífice; él no queria que se con
denase al Papa ausente, mas los Padres del pretendido
Concilio no se rendian á las razones que alegaba en su de
fensa, y Focio, cediendo al fin aunque con pena á su auto
ridad, pronunciaba contra Nicolás una sentencia de depo
sicion y de escomunion. El malvado halló algunos Obispos
bastante corrompidos para que firmasen estas actas falsas,
y él añadió de su mano hasta mil firmas. Se veian allí los
nombres de los tres Patriarcas del Oriente y el del Empe
rador. Todas estas firmas eran supuestas, pero Focio tuvo
la avilantez de enviar las actas á Luis el Benigno, rey de
Francia, encargando á este príncipe que arrojase á Nico
lás de su Silla. Dirigió además á todos los Obispos del Orien
te una carta llena de quejas contra la Iglesia latina; en ella
trataba de error la doctrina que nos enseña que el Espí-
tu Santo procede del Padre y del Hijo, aunque este dogma
católico hubiese sido enseñado por los Padres griegos igual
mente que por los latinos, y aprobado por muchos Concilios.
Daba en cara tambien á la Iglesia romana con algunos pun
tos de disciplina que él mismo habia mirado hasta enton
ces como legítimos y santos. Y tal fue la semilla funesta de
escision que oculta germinó por largo tiempo para produ
cir despues el cisma que separó á los griegos de la unidad
católica, y que aún dura y durará lo que Dios quiera.

Reposicion de san Ignacio. —Octavo Concilio ge


neral ( año 869 ).

Focio no halló en el emperador Basilio el favor y apo


yo que habia tenido en su predecesor Miguel. El nuevo Em
perador, lejos de protejer al usurpador de la Silla patriar
cal, reunió en su palacio los Obispos que se hallaban en
Constan ti nopla, y por su consejo echó á Focio del arzobis
pado y le encerró en un monasterio. En esta ocasion fue
cuando le sorprendieron las actas del Concilio fingido, cu
yo romance habia compuesto este hombre perverso. El ejem
plar que se le halló se llevó al Senado, y fue espuesto á los
ojos del pueblo, que se horrorizó de tan estraña impostura.
Al instante despues de su espulsion, Ignacio, Patriarca le
gítimo, volvió á entrar solemnemente en su Iglesia, y pa
ra reparar los escándalos que se habian dado en el reinado
anterior, trató con el Emperador de la reunion de un Con
cilio. El Emperador envió diputados al Papa suplicándole
enviase sus legados: al mismo tiempo escribió á los tres
Patriarcas del Oriente y á todos los Obispos del imperio
invitándolos al Concilio, que efectivamente se reunió en
Constantinopla en el año 869. El Papa Adriano, que habia
sucedido á Nicolás, nombró tres legados, y les dió dos car
tas, una para el Emperador y otra para el Patriarca. Su en
trada en Constantinopla se hizo con la mayor pompa , y
mientras estuvieron en Constantinopla sostuvieron con dig
nidad la primacía de la Santa Sede. Ellos tenian el primer
sitio en el Concilio; despues de ellos seguian san Ignacio
y los diputados de los tres Patriarcas de Oriente. Once de
15 j
ios principales oficiales de la corte asistieron á todas las se
siones para mantener el orden y la libertad^en el Concilio.
Los legados leyeron una fórmula de reunion que fue acepta
da por todo el Concilio. Enella se reconocia el primado de la
Iglesia romana ; se pronunciaba el anatema contra todas las
herejías, y particularmente contra Focio y todos los que per
severasen unidos á su comunion. Se perdonó á los Obispos á
quienes la violencia ó el temor habian hecho caer en el parti
do de Focio, y que pedian humildemente perdon de su debi
lidad. Focio fue citado á comparecer, pero se resistió y fue
preciso traerlo á la fuerza. Este hipócrita afectó todas las es-
terioridades de la inocencia, é hizo el papel del justo opri
mido. A la mayor parte de las preguntas que le hicieron
guardó un silencio profundo, y cuando se vió obligado á
hablar usó en sus respuestas de las mismas palabras que Je
sucristo habia pronunciado delante de los jueces al tiempo
de su pasion. El Concilio le hizo con indignacion retirarse.
La última sesion fue la mas numerosa : asistió el Empera
dor con sus dos hijos; se confirmó en ella todo lo que ha
bian decretado los Pontífices Nicolás y Adriano en favor de
san Ignacio contra Focio. Como este usurpador persevera
ba rebelde, se le anatematizó con todos sus adictos. El Em
perador declaró en seguida, que si alguno tenia que que
jarse de las decisiones del Concilio produjese al instan
te sus quejas ó razones, porque despues de separarse la
asamblea nadie sería dispensado de obedecer, bajo la pena
de incurrir en su indignacion. En fin, el mismo Emperador
escribió en nombre del Concilio dos cartas, una al Papa
Adriano suplicándole confirmase con su autoridad los de
cretos del Concilio y los hiciese recibir en todas las Igle
sias de Occidente, y otra á todos los fieles exhortándoles á
que se sometiesen.
13

Reflexion sobre las herejías.

Las herejías y los cismas son la segunda prueba que


debia pasar la Iglesia de Jesucristo. "Es necesario, dice el
«Apostol, que haya heregías, á fin de descubrir á los que
■ tienen una virtud pura/' La persecucion que nace de los
herejes nunca ha sido mas violenta que cuando cesó la de
los paganos. El infierno hizo los mayores esfuerzos para
destruir por si mismo á esta Iglesia , á quien los ataques de
sus enemigos no habian hecho mas que fortalecer. Apenas
habia empezado á respirar con la paz que la proporcionó
Constantino, cuando escitó Arrio una tempestad mas vio
lenta que todas las que habia esper¡mentado hasta entonces.
Constancio, hijo de Constantino, seducido por los arrianos
atormentó á los católicos con toda clase de tormentos: nue
vo perseguidor de los cristianos, y tanto mas temible cuan
to bajo el nombre de Cristo hacia la guerra á Jesucristo mis
mo. Despues de él vino Valente, tambien fautor de los ar
rianos, pero mas violento aún que Constancio. Otros em
peradores protejieron otras herejías con igual obstinacion.
La Iglesia aprendió por una triste esperiencia que no tenia
que sufrir menos bajo los emperadores cristianos que lo que
habia sufrido bajo los infieles, y que debia derramar su
sangre para defender no solo todo el cuerpo de su doctrina
sino cada artículo en particular. No ha habido uno solo que
no haya sido atacado por malos hijos que han salido de su
seno para despedazarlo. La divinidad de Jesucristo, su en
carnacion, su gracia, sus sacramentos, todos los dogmas en
una palabra han sido el objeto de diferentes errores, y da
do ocasion á funestas divisiones. En esta confusion de sec
tas que se gloriaban de ser cristianas, Dios no ha faltado
jamás á la verdadera Iglesia; Dios la ha hecho tan inven
cible contra las divisiones interiores como lo habia sido
contra las persecuciones y los enemigos esteriores. Cada
dogma ha sido decidido solemnemente por toda la Igle-
H
sia ; es decir, que ella ha confirmado lo que estaba en pose
sion de creer cuando se presentó la heregía , y los que tur
baron esta posesion é introdujeron la novedad fueron arro
jados de su seno. La Iglesia pues, que segun la predicacion
de Jesucristo habia visto nacer las heregías , las ha visto
tambien caer una despues de otra segun sus promesas, aun
que todas ellas se hayan visto sostenidas por los reyes, los
emperadores, los poderosos y los sábios. Constancio y Va-
lente no pudieron para alterar la le de la Iglesia mas de lo
que habian podido Neron y Diocleciano para impedir el
que se estableciese. A fin de probar á los que perseveraban
inviolablemente adictos á la verdad, ha permitido Dios que
varias herejías hayan hecho algunos progresos ; pero el
error jamás ha prevalecido, la enseñanza pública y univer
sal ha estado siempre por la verdad , y la Iglesia ha te
nido siempre un caracter de autoridad que jamás han podi
do tomar las herejías. Jamás ha dejado de ser católica ó
universal, porque se estendia por todas partes; y aunque
lanzaba fuera de sí á algunos de sus miembros corrom
pidos, nada perdia por eso de su universalidad. Si se sigue
con atencion la historia de la Iglesia se verá que siempre
que la herejía la ha disminuido por un lado, ha reparado
ella sus pérdidas haciendo nuevas conquistas por otro. Ha
sido siempre como un grande arbol á quien se cortan al
gunas ramas; su buena sávia no se pierde por eso, y el
corte de la madera supérflua no sirve mas que para hacer
le dar mas y mejores frutos. La Iglesia además ha sido
siempre apostólica, es decir, que por una no interrumpida
sucesion de Pastores sube y ha subido siempre hasta San
Pedro, á quien Jesucristo estableció cabeza de los Apóstoles;
en igual de que cada secta, privada necesariamente de esta
sucesion del ministerio , no podia nunca ir mas allá de su
autor, que habia sido él mismo educado en la Iglesia antes
de formar sociedad aparte. Esta separacion ha sido rui
dosa siempre ; la época ha sido y es conocida ; los mismos
paganos miraban á la Iglesia como á la raiz de donde to
das las otras sociedades se habian separado, como el tron
co siempre vivo, que las ramas cortadas dejaban en su in
15
tegridad ; la llamaban la grande Iglesia, la Iglesia católica:
ni era posible ni lo es darle otro nombre, ni hallarle otro
autor que á Jesucristo. Los herejes al contrario llevan so
bre su frente un caracter de novedad y de rebelion que no
pueden ocultar; jamás han podido deshacerse del nombre
de sus autores: los arríanos, los pelagianos, los nestoria-
nos se ofendian de que se les llamase con estos nombres;
pero ¿qué importaba? El mundo á pesar suyo queria ha
blar naturalmente, y designaba á cada secta por el nombre
de aquel á quien debia su origen. Este hecho visible de su
separacion de la grande Iglesia, la Iglesia antigua, la Igle
sia apostólica, subsistia siempre; esta marca de su nove
dad deponia contra ellos ; y como no podian deshacerla,
muestra á la faz del universo que su secta era obra de los
hombres. Así estas ramas separadas del arbol han carecido
siempre de fecundidad: no podian por consiguiente crecer,
y se desecaban en cualquier oscuro rincon del globo. Las
obras de los hombres han perecido á pesar del infierno que
las sostenia; pero la obra de Dios ha perseverado firme é
inalterable. La Iglesia ha triunfado de las herejías como
habia triunfado del paganismo; su triunfo será igual sobre
todas las que se presenten en el discurso de los siglos ; to
das caerán á sus pies. Sus victorias pasadas son para la
grande Iglesia de Jesucristo un seguro garante de las que
ganará en lo sucesivo, pues las promesas que ha recibido
son eternas, y continuarán cumpliéndose hasta el fin de
los tiempos.

Incursion de los bárbaros. — Escándalos


Siglo X.

En el siglo X tuvo la Iglesia bastante que sufrir de la


ferocidad de los pueblos del Norte, que arrasaron sucesiva
mente todas las provincias del imperio de Occidente. Los
normandos, los húngaros y otros pueblos salvajes recorrie
ron con el hierro y el fuego en la mano la Alemania, la
16
Inglaterra , la Francia , la Italia y la España , y causaron
por todas partes males infinitos. Las ciudades fueron redu
cidas á cenizas, los monasterios saqueados y arruinados,
los estudios abandonados, las ciencias y las artes casi olvi
dadas. La ignorancia produjo la relajacion de la disciplina,
y como una consecuencia la corrupcion de las costumbres.
Los escándalos se multiplicaron ; las mas santas leyes se
violaban públicamente; el mal habia penetrado hasta el co
razon; la misma Roma no estaba exenta de él. La Iglesia
gemia de estos desórdenes, y esta prueba era para ella mil
veces mas dolorosa que las antiguas persecuciones. Estos
escándalos , en igual de debilitar nuestra fe deben al con
trario servir para robustecerla : jamás se ha mostrado mas
sensiblemente la mano de Dios, que milagrosamente sostie
ne á la Iglesia, que entonces. Una cosa humana no hubiera
podido resistir la prueba que tuvo entonces que sufrir la
Religion. Todas las pasiones de la carne rompieron á la vez
los diques; pero en medio de los desórdenes que eran con
siguientes, la fe se mantuvo siempre pura. Dios no permi
tió que se atentase en lo mas mínimo á la enseñanza , ni
á la moral cristiana, ni á la creencia católica. Jamás se ce
só de reclamar contra los vicios y los abusos; se renovaban
en todos los concilios las leyes de disciplina, y se hacian
esfuerzos para restablecer su observancia. La divina Pro
videncia suscitó Santos ilustres que se opusieron siempre
con el mayor celo al torrente de iniquidad que todo lo de
vastaba. En fin, la Iglesia tuvo bastante fuerza para curar
se de las llagas que habia recibido de los bárbaros, y aun
para convertir á estos nuevos perseguidores y someterlos al
yugo del Evangelio. Las naciones feroces que habian tras
tornado el imperio romano, lejos de destruir la Iglesia vi
nieron á ser ellas conquista suya. Es verdad que fue nece
sario tiempo para domar los restos de su primitiva barba
rie , y para disipar la ignorancia que habian traido en po&
de sí; pero Dios ha hecho triunfar á la Iglesia de la igno
rancia y de la barbarie, como habia triunfado ya de las
persecuciones y de las herejías. Las ciencias y las artes ha
llaron un asilo en el clero y en los monasterios. Las casas
17
episcopales yTeligiosas se hicieron escuelas públicas donde
se conservaron el gusto del estudio y el amor á la ciencia.
Mientras que los nobles, entregados enteramente á la pro
fesion de las armas, miraban con desprecio la cultura de
las letras, los monjes se ocupaban en trascribir las obras
antiguas que habian arrebatado de las manos de los bárba
ros. Estos preciosos monumentos hubieran perecido todos
y para siempre, si la Iglesia no hubiese tomado á su cargo
el trasmitirlos á la posteridad. En su seno fue donde vol
vieron á encenderse estas pequeñas centellas del saber, y
donde volvieron á tomar algun brillo. Es pues á la Religion
á quien debemos no solo la tradicion constante y seguida
de las verdades que arreglan nuestra creencia y nuestras
costumbres, sino tambien la restauracion de las letras, y el
retorno de las ciencias y de las bellas artes á la Europa.

Pérdida de España Don Pelayo.

Consecuencias de la relajacion general y de la ignoran


cia que reinaba en Europa fueron los escándalos que en
España causaron los inmorales Witiza y Rodrigo, últimos
reyes godos de esta católica nacion. La disciplina eclesiás
tica sufrió violentos ataques asi del último como del pri
mero; y á no ser por lo arraigada que estaba la piedad en
los españoles se hubiera estinguido el catolicismo. Con todo,
es de suponer que el desarreglo de costumbres se generali
zó lo bastante para que la Providencia permitiese que un
puñado de árabes mandados por el general Tarif pasase el
estrecho, hallase tierra en que descansar en Andalucía, y
por último triunfase casi en un combate solo de esta na
cion, que no habian podido subyugar todas las fuerzas de
Roma sino despues de muchos siglos y de mil combates,
traiciones y perfidias. Muerto ó perdido en aquella accion
el rey Rodrigo, los moros se señorearon de toda España sin
hallar quien en la mayor parte de sus provincias se les opu
siese, á no ser Sevilla, que se honró con una resistencia re-
PARTE II. 2
18
guiar. Todo lo inundaron cual un torrente desbordado; los
templos fueron convertidos en mezquitas; los vasos sagra
dos sufrieron despues de la profanacion el mas horroroso
saqueo; las vírgenes consagradas á Dios fueron ó violadas
ó muertas en los asilos de sus virtudes; sin que encontra
sen piedad los sacerdotes, ni ninguno de los que por una
infame apostasía no se hacian sectarios del Corán. La feroz
y bárbara media luna triunfaba ya en España de la cruz de
Jesucristo, y su triunfo habria quizá sido tan duradero co
mo el que obtuvo en el imperio de Oriente, si un joven
príncipe, que no se habia manchado con las abominaciones
de la corte de D. Rodrigo, no hubiera puesto un dique á la
inundacion de los bárbaros en las montañas de Asturias.
Avivando su fe y escitando la de algunos buenos cristia
nos que huyendo de la morisma se habian refugiado en las
montañas , se presentó cual un Macabeo en defensa de su
patria y de la única Religion verdadera. Reconociendo que
los pecados habian sido la causa de la perdicion de los es
pañoles, como lo dice en su carta á Tarif (que se conserva),
no omitió medio para renovar la piedad; y armando de ella
á los suyos, los enardeció para que no temiesen á sus ene
migos, pues la victoria no siempre la concede Dios al ma
yor número. La Madre y protectora de los españoles no se
olvidó en aquel apuro de las promesas que en Zaragoza les
habia hecho, y á ella fue á quien sin duda recurrió D. Pe-
layo cuando en Covadonga trató de fijar, peleando con los
moros por la primera vez despues de la derrota de D. Ro
drigo, la suerte futura de la España. El santuario venera
ble que allí se edificó prueba bien que á María, su tutelar
y amparo, recurrieron los españoles; y la insigne victoria
que consiguieron demuestra hasta la evidencia que no la
invocaron en vano. Muchas veces quisieron los moros lan
zar á D. Peí ayo de las sierras; pero habiéndolos vencido
siempre, logró hacer florecer la Religion católica en su re
ducido reino, que cada dia se aumentaba con los cristianos
que huian de la esclavitud, y por fin murió dejando empe
zada y bajo los mas brillantes auspicios la recuperacion de
toda España.
19

Restablecimiento de la disciplina en Inglaterra


(año 942).

La Iglesia, á quien el espíritu de Dios nunca abandona,


halló en sí misma en el tiempo de la relajacion un princi
pio de vida que la renovó y la hizo tomar su primer vigor.
San Odon fue colocado por la Providencia sobre la prime
ra silla de Inglaterra para reparar la disciplina en este rei
no. Apenas fue hecho Arzobispo de Cantorberi, publicó los
mas sábios reglamentos para la instruccion del clero, de los
grandes y del pueblo. Se hallaba apoyado por el rey Ed
mundo, quien entrando en las miras del Santo prelado pu
blicó tambien leyes sábias, y muy propias para restablecer
el orden y las buenas costumbres. Un Obispo lleno del celo
de su oficio no puede menos de hacer el bien cuando se
halla auxiliado por un príncipe religioso. Asi es que san
Odon reformó un gran número de abusos, y S. Dunstan su
sucesor acabó la obra que él habia comenzado. Este últi
mo Santo, animado del mismo espíritu que su antecesor,
viéndose obligado por su dignidad á velar sobre todas las
iglesias del reino recorrió las diversas ciudades de Ingla
terra, instruyendo á los fieles en las reglas de la vida cris
tiana, y conduciéndolos á la práctica de todas las virtudes
por exhortaciones vivas y penetrantes. Hablaba con tanta
uncion y tanta fuerza, que parecia que nadie le podia re
sistir. Era infatigable: ocupado sin cesar en cortar de raiz
los escándalos, en terminar los pleitos, y en apaciguar los
odios, no descansaba de sus trabajos casi contínuos sino en
el reposo de la oracion. El objeto principal de su celo era
la reforma del clero: persuadió al Rey que castigase seve
ramente á los que deshonraban este santo estado con su
mala conducta, y logró volverle todo su esplendor de tal
modo, que las mas ilustres casas de Inglaterra tenian á mu
cho honor el ver á sus hijos entrar en este estado. La fir
meza de S. Dunstan igualaba á su actividad. Uno de los mas
2fl
poderosos señores del pais habia casado con una parienta
en grado prohibido por los cánones, y no queria separarse
de ella á pesar de todas las amonestaciones que se le ha
cian. El Santo prelado, en virtud de su obstinacion, le pro
hibió la entrada en la iglesia. Este señor fué á quejarse al
Bey, quien le dio una orden dirigida al Arzobispo para que
levantase la escomunion. San Dunstan, sorprendido de que
un Rey tan piadoso se hubiese dejado engañar de este mo
do, exhortó al Conde á la penitencia, pero viendo que se
irritaba con estas exhortaciones le respondió con firmeza:
"Cuando yo os vea verdaderamente arrepentido, entonces
«obedeceré con gusto á las órdenes del Rey; pero mientras
«persevereis obstinado en vuestra culpa, no querrá Dios
«que ningun hombre me haga violar su santa ley haciendo
«despreciables las censuras de la Iglesia." El vigor del San
to ministro produjo finalmente en el culpable un sincero
arrepentimiento : el Conde se sometió, y no solo renunció
á su ilícita alianza, sino que se presentó en medio de un
concilio nacional que entonces se celebraba , con los pies
descalzos, vestido de ropas groseras, y con un haz de varas
en la mano en señal de sumision. Luego que entró se arro
jó á los pies de su prelado, que mezclando sus lágrimas con
las del penitente le dió la absolucion. El Rey, tan religioso
como era, cayó en un gran crimen poco despues, y dió mo
tivo á que la firmeza apostólica de S. Dunstan se manifes
tase todavía mejor. El Santo Arzobispo luego que recibió la
noticia fué á encontrar al príncipe, y le representó con
fuerza la enormidad de su pecado. El Rey, penetrado de
sus representaciones, le preguntó llorando qué era lo que
debia hacer para alcanzar su perdon, y el Santo Arzobispo
le impuso una penitencia conveniente , que el Rey cumplió
en toda su estension.
ti

Restablecimiento de la disciplina en Alemania


(año 901).

En el mismo tiempo otros ilustres y piadosos Obispos,


secundados poderosamente por el emperador Othon, traba
jaban con el mismo feliz resultado en la reforma de los
abusos en Alemania; pero nadie lo hizo mas eficazmente
que S. Bruno, Arzobispo de Colonia, hermano del Empe
rador. Bruno habia recibido una educacion conforme á su
nacimiento. A la edad de cuatro años fue enviado á Utrech,
donde el Obispo Baudri, sábio de primer orden, habia reu
nido escelentes maestros que enseñasen á la juventud. El
niño Bruno hizo en esta escuela grandes progresos en las
ciencias, pero los hizo mayores en la virtud. Su piedad na
da perdia por su aplicacion al estudio: sin faltar en nada á
éste, asistia constantemente á los oficios divinos todos, y su
recogimiento en el templo edificaba á todos los que le veian.
Las menores irreverencias en el culto de Dios ó en la Igle
sia inflamaban su celo. Un dia que vió al príncipe Enrique,
su hermano, enredando mientras la Misa con Conrado, Du
que de Lorena, amenazó á entrambos con la cólera del cie
lo. Bastaba que cualquiera amase la Religion para alcan
zar de él lo que quisiese : su proteccion apoyaba todas las
empresas que tuviesen por objeto la gloria de Dios. Vuelto
á la corte no halló en ella otra cosa que incitamentos á la
virtud: ella era entonces una escuela de todas las virtudes
reales y cristianas. Santa Matilde, madre del Emperador,
el mismo Emperador y Adelaida su esposa daban con la
regularidad de su conducta lecciones elocuentes de religion
y de piedad á todos los cortesanos que los rodeaban. Asi
es que cuando los escándalos se multiplicaban , Dios dió á
su Iglesia reyes santos que la consolasen en su afliccion.
Bruno se dispuso para el gobierno episcopal por el de al
gunos monasterios en los que se señaló su sabiduría, y en
los que reformó enteramente la disciplina y la observancia.
22
Habiendo sido elevado en seguida á la silla de Colonia dió
nías estension á su celo, y se aplicó á hacer que floreciese
la piedad en toda la Alemania. Su primer cuidado fue el
restablecer en toda su diócesis la paz y la concordia , y el
de hacer celebrar los Oficios divinos con la decencia corres
pondiente. Su hermano el Emperador al marcharse para
Italia, le encargó la administracion del imperio durante su
ausencia. Bruno desempeñó este encargo con fidelidad : él
supo unir los deberes de Obispo á los de príncipe sin faltar
á ninguno de ellos. No se sirvió de su autoridad mas que
para formar establecimientos útiles, para proteger los dé
biles, para intimidar á los malvados, y para animar á los
hombres de bien. Edificó y reparó un gran número de igle
sias y de monasterios, predico la palabra de Dios, y espli-
có las santas Escrituras á su pueblo con frecuencia; pero
su atencion principal fue la de poner Obispos sábios y vir
tuosos en las provincias en que los abusos y la relajacion
se habian introducido, persuadido de que el medio mas po
deroso para corregir los vicios y para traer los pueblos al
cumplimiento de su deber son las instrucciones, y sobre
todo los buenos ejemplos de los pastores.

Restablecimiento de la disciplina monástica en


Francia ( año 910).

Nada contribuyó en Francia al restablecimiento de la


disciplina tanto como la fundacion del célebre monasterio
de Cluni, que fue como un semillero de hombres apostóli
cos. Esta congregacion debe su origen al celo del virtuo
so Bernon, que fue su primer Abad. Nació este santo hom
bre en la Borgoña de una de las mas ilustres familias de
la provincia, y abrazó el estado monástico en el monaste
rio de San Martin de Autun. Algun tiempo despues fue sa
cado de allí para gobernar un monasterio en Borgoña, don
de estableció la mas perfecta observancia. Algunos oficia
les deGuillelmo, duque de Aquitania, pasaron por esta
23
casa edificante, é hicieron á su vuelta un elogio tan grande
de ella, que el Duque concibió el designio de establecer en
sus tierras un monasterio bajo el mismo pie , cuyo gobier
no tuviese el santo Abad Bernon. Invitóle, pues, á que
viniese á encontrarle á Cluni, una de las tierras que per
tenecian al Duque. Bernon vino en efecto con san Hugo,
monge entonces particular de san German de Autun y su
íntimo amigo. El Duque los recibió con bondad, y, habién
doles declarado la resolucion que babia formado de edificar
un monasterio en sus dominios, les dijo que buscasen y se
ñalasen un sitio propio para el nuevo establecimiento. Los
dos santos religiosos, enamorados de la situacion de Cluni
en que se hallaban, respondieron que no podrian hallar
otro mas á propósito que aquel. El Duque por el pronto les
dijo que no debia pensarse en esto, porque allí era donde él
tenia y se cuidaba su jauria para la caza. "Pues bien , se-
«ñor, dijo con agrado Bernon, echad de ahí los perros y
«recibir en su lugar á los monges." El Duque consintió en
ello al cabo de buena voluntad, y deseó que el monaste
rio fuese dedicado á san Pedro y san Pablo. Al instante hi
zo redactar el acta de la fundacion, que se conserva todavía,
en la que espone los motivos que le han inducido á hacer
la. "Queriendo, dice en ella, emplear en un santo uso los
«bienes que Dios me ha dado, he creido deber buscar la
«amistad de los pobres de Jesucristo y hacer esta buena
«obra perpétua, fundando una comodidad. Doy, pues por
«amor de Dios y de Jesucristo nuestro Salvador mi tierra de
«Cluni para edificar en ella, y en honor de san Pedro y
«san Pablo, un monasterio que sea para siempre un refu-
«gio en que hallen en el estado religioso los tesoros de la
«virtud los que saliendo pobres del siglo quieran enrique-
«cerse con ella." La intencion del piadoso fundador se
cumplió; de esta casa fue de donde el espíritu de la voca
cion religiosa se difundió despues por toda la Francia. El
Santo no puso por de pronto mas que doce monges en Clu
ni, mas eran todos de tan virtuoso fervor, que la reputa
cion de su santidad se estendió por todas partes. Muchos
otros monasterios trataron muy luego deponerse bajola
24
direccion del santo Abad, y él gobernó hasta siete á un mis
mo tiempo. La casa de Cluni ha dado grandes Pontífices á
la Iglesia , y ha producido muchos santos Obispos que han
renovado y sostenido el espíritu del cristianismo en mu
chas diócesis de Francia.

Se continua la reforma por los sucesores de


san Bernon.

San Odon, que sucedió al bienaventurado san Bernon,


acabó el establecimiento de la nueva congregacion de Clu
ni, y le dió la última mano. Habia nacido este ilustre San
to en el Maine de una familia noble. Estudió de joven en
París, universidad en que, á pesar de lo desgraciado del
tiempo, se habia perpetuado la sana doctrina por medio de
una sucesion no interrumpida de escelentes maestros. El
deseo de consagrarse á Dios le hizo formar la resolucion
de ir á Roma, con la esperanza de encontrar alguna comu
nidad fervorosa en la que pudiese avanzar en la virtud.
Pasó al efecto por la Borgoña, y habiéndose detenido en
Cluni quedó admirado al ver el fervor santo que reinaba
en aquella casa. Habiendo, pues, hallado allí lo que iba á
buscar á Italia se detuvo en aquel monasterio, y pidió que
se le admitiese en el número de los religiosos. No se tar
dó mucho en descubrir las grandes cualidades del nuevo
profeso; y asi es que los Padres le confiaron muy poco
tiempo despues el cuidado de la juventud que se educaba
en el monasterio. El modo satisfactorio con que desempe
ñó este empleo, los talentos y las virtudes que desplegó en
él, hicieron que los monges deseasen tenerlo por Abad. Odon
resistió á este deseo mucho tiempo, y no se rindió sino
cuando espresamente se lo mandaron los Obispos, quienes
para obligarlo se vieron precisados á amenazarle con la es-
comunion si no vencia su repugnancia. Cedió en fin y re
cibió la bendicion abacial. Bajo su direccion se distinguió
25
el monasterio de Cluni por una exacta observancia de la re
gla, por la emulacion de la virtud que animaba á todos sus
religiosos, por el estudio de la Religion, y por la caridad
que allí se ejercia con los pobres. Esta regularidad edifi
cante atrajo á Cluni un gran número de sugetos distingui
dos por su nacimiento y por su dignidad. No solamente ve
nian á hacer penitencia en Cluni legos de la primera cali
dad, sino que hasta hubo Obispos que dejaron sus Iglesias
para abrazar allí la vida monástica. Los duques y los con
des se apresuraban á someter al de Cluni los monasterios
de su dependencia á fin de que el santo Abad los reforma
se , porque no contento él con tener su comunidad en re
gla, trabajó con un celo infatigable en el restablecimiento
de la disciplina, no solo en toda la Francia sino tambien
en Italia, á donde fue llamado por los sumos Pontífices. Mu
chos trabajos tuvo que sufrir el Santo, pero de todos ellos
le consoló el feliz resultado de sus empresas. Sevió enton
ces lo que el celo de un solo hombre puede hacer cuando
trabaja por la gloria de Dios, cuando le sostiene la santi
dad y es conducido por la prudencia. Los sucesores del
santo Abad heredaron sus virtudes y su celo. Mayolo, Odi-
lon, Pedro, el venerable Hugo, edificaron la Iglesia toda
con sus virtudes y el brillo de su santidad, y pusieron la úl
tima mano á la grande obra de la reforma. Por sus cuida
dos y sus ejemplos se vió renacer el fervor religioso en to
dos los monasterios; el bien que ellos hicieron por sí mis
mo inspiró á otros el deseo de imitarlos; san Gerardo res
tableció la disciplina regular en la Bélgica, y Adalberon,
Obispo de Metz en la Lorena, obtuvo tambien igual re
sultado.

Reforma del clero.

El Papa Leon IX se aplicó con ardor á reparar las bre


chas que se habian hecho á la disciplina eclesiástica. Ata
có sobre todo con mayor esmero dos vicios que parecian ser
16
de mas trascendencia, y que causaban entonces mas aflic
cion ú la Iglesia, la simonía y la incontinencia. Con este
motivo hizo muchos viajes á Francia y á Alemania, sin que
le detuviesen ni los obstáculos ni los peligros. Reunió Con
cilios, é hizo redactar sabios reglamentos para estirpar es
tos dos vicios. Todos los que se hallaron culpables de algu
no de ellos fueron depuestos, y los que no se sometian á
este juicio se fulminaba contra ellos la escomunion. Su ce
lo fue maravillosamente ayudado por un santo personaje
que la Providencia parece haber suscitado en aquellos des
graciados tiempos para que se opusiese á los desórdenes.
San Pedro Damian, que hizo á la Iglesia este servicio im
portante, habia nacido en Italia en la ciudad de Ravena.
Abandonado por sus padres fue recojido y educado por una
caritativa muger, que hizo con él los oficios y veces de ma
dre. Dios, que le destinaba para grandes cosas, le propor
cionó despues medios para que aprendiese. Estudió, pues,
avanzando con paso y rapidez iguales en las virtudes y en
las ciencias; juntaba con el estudio grandes mortificaciones;
ayunaba , oraba y velaba mucho. Al fin renunció entera
mente al mundo, y abrazó la vida religiosa en un monas
terio de la Umbría, en el que los solitarios vivian en celdi
llas separadas como las lauras del Oriente, únicamente ocu
pados en la oracion y en la lectura. Vivian con solo pan y
agua toda la semana, á escepcion del martes y jueves que
comian solo unas pocas legumbres. Pedro fue para todos
los solitarios una regla viva por su fervor en todos los ejer
cicios de penitencia, y un perfecto modelo de todas las vir
tudes. Los sumos Pontífices, viendo la mucha utilidad que
podría sacar la Iglesia de los dones de piedad y de sabidu
ría con que Dios lo habia enriquecido, le elevaron á las
primeras dignidades de la Iglesia, haciéndole Cardenal y
Obispo de Ostia. Dedicóse entonces con un celo infatigable
y con una santa libertad á combatir la relajacion, y á vol
ver á poner en vigor las santas leyes de la Iglesia. Habien
do sido empleado en muchas legaciones, nada olvidó para
reprimir los escándalos, correjir los abusos, y puso en prác
tica cuanto podia contribuir á restablecer en todas partes
17
una exacta disciplina. La reforma de las comunidades ecle
siásticas, que se hizo en un Concilio tenido en Roma por
Alejandro III en el año de 1063, fue uno de los frutos de
su celo. Desde el IV siglo existian comunidades de clérigos
que, no poseyendo cosa alguna en particular, vivian unidos
y en comun bajo la autoridad del Obispo. En medio de las
ciudades practicaban, segun que sus funciones se lo permi
tian, la vida solitaria, el abandono del mundo y las auste
ridades de los solitarios. Esta institucion mereció los elo
gios de san Ambrosio, que habló de ella en estos términos.
"Es esta una milicia toda celestial y angélica, ocupada dia
«y noche en cantar las alabanzas de Dios sin abandonar á
«los pueblos confiados á su cuidado. Tienen siempre ocu-
«pado el espíritu en la lectura y en el trabajo. Nada hay
«tan admirable como esta vida, en que el trabajo y la aus
teridad del ayuno se hallan compensados por la paz del
«alma, sostenidos por el ejemplo, endulzados con la cos
«tumbre, y distraidos por medio de santas ocupaciones. Es
«ta vida, ni se halla turbada por los cuidados temporales,
«ni impedida por las visitas de gentes ociosas, ni distrai-
«da por los embarazos del mundo, ni relajada ni entibia-
«da por el comercio de las gentes del siglo." San Agustin
no hacia menos caso de estas congregaciones , como se ve
por los discursos que compuso sobre la escelencia de la vi
da comun, y que han servido de base á la regla de los canó
nigos. Esta disciplina se fue debilitando poco á poco, yaun
casi se babia aniquilado con la incursion de los bárbaros
que arruinaron las iglesias en el siglo X. San Pedro Da-
miano la hizo volver en su tiempo á su primera perfeccion,
y los que en adelante la siguieron se llamaron canónigos
regulares.

Conversion de los normandos ( año 9 1 §),

Nada hace tanto honor á la Iglesia ni hace tan sensi


ble la omnipotente proteccion que su divino gefe la con
18
cede, como la conversion de los pueblos bárbaros: cualquie
ra se edifica y se confirma en la fe al ver que en un siglo
en que deshonrada por los desórdenes parecia debilitarse,
ha hecho no obstante nuevas conquistas, y ha sometido á su
obediencia á las naciones feroces que la habian desolado.
Los normandos hacia mas de setenta años que asolaban la
Francia, cuando plugo á Dios detener este torrente de ma
les. El tiempo señalado por la Providencia habia llegado,
cuando aún parecia que nada preparaba este grande acon
tecimiento. Rollon, el mas valiente de sus gefes, estaba mas
decidido por la guerra que nunca. El Rey Carlos el Simple
tomó el partido de tratar con él. Ofrecióle la provincia de
Neustria y á una hija suya en matrimonio si queria ha
cerse instruir y recibir el bautismo. La condicion fue acepta
da, y el tratado se concluyó. El Arzobispo de Rohan instru
yó al príncipe en los misterios de la fe, y le bautizó al prin
cipio del año 912. Esta conversion, en que parece haber
tenido la política mucha parte, fue no obstante muy since
ra. La oferta que se hizo á Rollon no fue sino una ocasion
proporcionada por la Providencia para traer á este príncipe
y á su pueblo al seno de la verdadera Religion. El nuevo
Duque al momento despues de su bautismo preguntó al Ar
zobispo cuáles eran las iglesias mas veneradas de su pro
vincia , y habiéndole nombrado las de nuestra Señora de
Rohan, de Rayeux. y de Evreux, las del monte San Miguel,
de San Pedro de Rohan y de Jumiega, "¿y cuál es en nues-
«tra vecindad, repuso el Duque, el Santo mas poderoso cer-
«ca de Dios? — Es san Dionisio, contestó el Arzobispo,
¿Apostol de Francia. —Pues bien, dijo el Duque, antes de
«partir mis tierras entre los señores de mi ejército quiero
«dar una parte á Dios, á la Virgen y á los santos que me ha-
«beis nombrado á fin de merecer su proteccion." En efec
to, en los siete dias siguientes al de su bautismo, y duran
te los que debia llevar el vestido blanco segun la costum
bre, dió una tierra cada dia á alguna de las iglesias que le
habian sido indicadas. En seguida dividió entre sus vasa
llos las tierras de sus ducados. Habia tenido cuidado de que
se instruyesen en la fe sus oficiales y sus súbditos todos, de
29
los cuales recibieron los mas el bautismo. La gracia per
feccionó lo que habia tenido de humano el principio de esta
conversion. Se vió un cambio de costumbres estraordinario
en este pueblo. Sola la gracia y la fe en Jesucristo era la
que podia someter y cultivar una nacion tan feroz y tan be
licosa como eran los normandos. El duque Rollon fue des
pues de su conversion tan amable y tan religioso como an
tes lo habia sido bárbaro y terrible. No se le habia teni
do mas que por un gran capitan hasta entonces , pero él
hizo ver que era un sabio legislador, y que sabia hacerse
obedecer por sus vasallos cuando les prescribia ordenanzas,
como habia sabido hacerse temer de los estraños por sus
armas. Aplicóse con esmero á establecer leyes para arre
glar su nuevo estado; y como los normandos habian hasta
entonces vivido en la habitud del pillaje, publicó las mas
severas contra el robo, y fueron tan exactamente ejecuta
das, que ni aun se atrevia nadie á tocar lo que hallaba en
el camino. He aqui un ejemplo digno de notarse y de ad
mirarse. El Duque habia colgado uno de sus brazaletes de
las ramas de una encina á cuya sombra habia estado des
cansando un dia que fue de caza, y al marcharse le habia
dejado olvidado. Éste brazalete estuvo allí tres años sin que
nadie se atreviese á tocarlo; tan persuadidos estaban todos
de que nadie podia escapar á las pesquisas y á la severidad
del duque Rollon. Su solo nombre inspiraba tanto terror,
que bastaba reclamarlo cuando se sufria cualquier violencia
para obligar á todos los que lo oian á perseguir al mal
hechor.

Conversion de los húngaros (año 1002).

Los húngaros, pueblo feroz venido de la Scitia , deso


laron la Alemania y penetraron basta la Lorena. Por to
das partes dejaron las trazas de su crueldad y horrible bar
barie. Quemaron las iglesias, degollaron los sacerdotes al
pie de los altares, y llevaron cautivos á una infinidad de
30
cristianos, sin distincion de edad, de sexo ni de condicion ó
estado. La Religion cristiana fue con todo bastante poderosa
para humanizar estos monstruos, y para inspirarles senti
mientos de humanidad y de virtud. Dios, quequeria conver
tirlos, tocó al corazon de uno de sus reyes, y le dió disposi
ciones favorables á los cristianos. Como habia muchos que
profesaban la religion de Jesucristo en las provincias limí
trofes á Hungría, este rey les permitió por un público edic
to que pudiesen entrar en sus estados, y quiso que con res
pecto á ellos se ejerciese el deber de la hospitalidad. Este
primer paso le puso en estado de conocer la santidad de la
Religion cristiana, y le condujo en fin á convertirse ente
ramente. Recibió el bautismo con toda su familia, y ha
biendo tenido un hijo le hizo bautizar por mano de san
Adalberto, Obispo de Praga, quien le puso el nombre de
Esteban. Este joven príncipe, que fue educado con bastante
esmero, dió desde su infancia señales estraordinarias de
piedad, y vino á ser en seguida el Apostol de su nacion.
Apenas subió al trono se ocupó de los medios de procurar
la conversion de su pueblo y de establecer el cristianismo
en sus estados. Algunos subditos rebeldes á quienes su obs
tinacion en la idolatría movió á tomar las armas en defen
sa de sus errores se opusieron á sus santos designios; pero
el rey, lleno de confianza en el auxilio divino, marchó con
tra ellos llevando en sus banderas una imagen de san Mar
tin, á quien la Hungría ha tenido siempre una devocion
particular por ser ella la patria de este ilustre Santo; y ha
biendo vencido á los rebeldes consagró á Dios sus tierras, y
fundó un monasterio en honor de su santo compatriota. Res
tablecida la paz en sus estados, puso en práctica todo cuan
to podia favorecer los progresos del Evangelio, y para ha
cer estos medios mas eficaces derramaba copiosas limosnas
y oraba con gran fervor: se le veia muchas veces en la igle
sia postrado sobre el pavimento ofrecer á Dios sus gemidos
y copiosas lágrimas. Por todas partes buscaba á los ope
rarios evangélicos; y Dios por secundar sus miras inspiró
á muchos virtuosos sacerdotes la resolucion de abandonar
su propio pais para cooperar al celo de un príncipe tan re
31
ligioso. Asi es que se hicieron conversiones sin número, y
el piadoso rey tuvo el consuelo de desterrar enteramente
la idolatría de todos sus estados. Entonces, para dar con
sistencia y una forma conveniente á la iglesia de Hun
gría, se la dividió en diez obispados, cuya metrópoli fue
Strigonia sobre el Danubio, y allí se puso por Arzobispo á
un santo religioso llamado Sebastian. El rey envió á Roma
á otro Obispo para pedir la confirmacion de este estableci
miento, y el diputado no dejó de referir al Papa todo lo
que el príncipe hacia en favor de la Religion. El soberano
Pontífice recibió un placer estraordinario , y concedió todo
lo que se le pedia. Envió al rey una corona, y además una
cruz que debia llevarse siempre delante de él en señal de
su apostolado; y de ahí viene el título de apostólico que usan
los reyes de esta nacion. A la vuelta del diputado, Esteban
fue solemnemente coronado con su esposa, princesa de una
eminente piedad, que concurria con todas sus fuerzas á las
buenas obras del rey. Esta tenia además una devocion filial
á la santa Madre del Salvador, María Santísima Madre de
Dios y nuestra Señora , y puso bajo su proteccion su per
sona, su familia y reino, ejemplo que despues han segui
do otros muchos reyes. El fervor del religioso príncipe no
hizo mas que crecer á medida que el fin de su vida se acer
caba. Cuando conoció que se aproximaba la muerte llamó
á los Obispos y á los señores de su reino, y les encomendó
con el mayor encarecimiento que mirasen antes que todo
por mantener la Religion católica en Hungría.

Herejía de Berengario (año 1050).

No es este mundo lugar de reposo para la Iglesia ; en


él casi siempre se ve agitada ó por la herejía, ó por el cis
ma, ó por los escándalos: en el curso del siglo XI tuvo que
pasar por todas estas diferentes pruebas. Rerengario, ar
cediano de Angers, queriendo distinguirse y hacerse cé
lebre, se atrevió á atacar el tremendo misterio de la sagra
33
da Eucaristía, y enseñó que el cuerpo y la sangre de Jesu
cristo no se hallaban en él realmente sino solo en figura. Al
momento se levantó una reclamacion general contra esta
doctrina impía, contraria á la constante creencia de toda
la Iglesia en todos los siglos: los doctores católicos refuta
ron con ardor esta novedad escandalosa, y de todas partes
se escribió en defensa de la verdad. Lafranco, Arzobispo
de Cantorberi, y Adelman, Obispo de Brigia, escribieron
cartas al mismo heresiarca novador para ver si podian traer
le á mejores sentimientos. " Os suplico , le decia Adel-
«man, que no turbéis la paz de la Iglesia católica, por la que
«tantos millares de mártires y tantos santos Doctores han
«combatido. Nosotros creemos que el verdadero cuerpo y
«la sangre verdadera de Jesucristo se hallan verdadera y
«realmente en la Eucaristía. Tal es la fe que ha tenido des
ude los primeros tiempos la Iglesia , y tal es la que aún aho
rra tiene y profesa esta esposa del Salvador, difundida por
«toda la tierra, y que lleva el nombre de católica. Todos los
«que se llaman cristianos se glorian de recibir en este Sa
cramento la verdadera carne y la verdadera sangre del Sal-
«vador: preguntad á todos los que tienen conocimiento de
«nuestros libros sagrados ; preguntad á los griegos, á losar-
■ ménios; preguntad á los cristianos de cualquier nacion que
«sean: todos confesarán que esta ha sido y es su creencia."
En seguida establece el dogma y la verdad de él con las
palabras de la Escritura; y como Berengario respondiese
que no podia comprender el cómo el pan se volvia ó con
vertia en el cuerpo de Jesucristo, añadia Adelman : "El
«justo que vive de la fe no se pone á escudriñar la santa
«palabra de Dios, ni trata de concebir ó de comprender
«por la razon lo que es superior á toda razon criada : desea
«por el contrario creer, y cree los misterios celestiales pa-
«ra recibir un dia la recompensa de su fe, mucho mejor
«que esforzarse inutilmente en comprender lo incompren-
«sible. Tan facil es á Jesucristo cambiar ó convertir el pan
«en cuerpo suyo , como hacer del agua vino, como criar la
«luz con la sola fuerza de su palabra." Para cerrar la boca
á este novador se tuvo un concilio en París, en el que se le
53
yeron las cartas que él habia escrito sobre esta materia.
No pudo oirse sin horror la pestífera doctrina que en ella
estaba derramada. El concilio manifestó su indignacion
contra el autor, y le condenó por unanimidad. El Papa
Nicolás II reunió en Roma otro concilio. Berengario com
pareció en él , y no se atrevió á sostener su error , antes
bien prometió suscribir la profesion de fe que redactase
el concilio. La que este hizo estaba concebida en estos tér
minos: "Anatematizo todas las herejías, y con especialidad
«la de que yo he sido acusado. Protesto de corazon y con
«la boca, que tocante á la Eucaristía tengo la misma fe que
«el Papa y el Concilio me han prescrito segun la autoridad
«de los Evangelios y del Apostol, á saber, que el pan y el
«vino que se ofrecen sobre el altar son despues de la con-
«sagraeion el verdadero cuerpo y sangre de Jesucristo."
Berengario confirmó con juramento esta misma profesion
de fe, y arrojó por su mano al fuego los libros que habia
compuesto, en que se contenian sus errores. Algun tiempo
despues se advirtió que variaba , y que sostenia no conver
tirse la sustancia de pan en la del cuerpo de Jesucristo, sino
que aquella quedaba entera unida al cuerpo del Señor. Este
era el último atrincheramiento de este heresiarca; pero la
Iglesia, que sigue siempre á los herejes paso á paso para
condenar todos los errores á medida de como se van mani
festando, despues de haber establecido la presencia real de
una manera tan segura en la primera profesion de fe, pro
puso otra profesion en la que la transubstanciacion se espre
saba mas distinta y claramente. Berengario suscribió tam
bien á esta , y confesó que el pan y el vino cuando se con
sagran se convierten sustancialmente en carne y sangre de
Jesucristo por la virtud omnipotente de su palabra, de tal
manera que el cuerpo que en la Eucaristía se recibe es el
mismo que nació de la Virgen María , que fué clavado en
la cruz, y que está sentado á la diestra del Padre. Así es
que Berengario se condenó á sí mismo segunda vez. Esta
heregía, anatematizada por su mismo autor, fué aniquilada
por entonces, y no apareció sino algunos siglos despues
cuando los protestantes la renovaron.
PARTE II. 3
34

Cisma de Miguel Celulario, Patriarca de Cons-


tantinopla (año 1053).

Casi por el mismo tiempo en que Berengario turbaba


la paz de la Iglesia de Occidente, el Patriarca de Constan-
tinopla, Miguel Celulario, renovó la funesta division de
que Focio habia ya dado el ejemplo. Nunca cicatrizó bien
la profunda llaga que este último habia hecho en su tiempo
á la unidad católica; un resto de envidia orgullosa se habia
visto fermentar siempre , ya mas ya menos , en el corazon
de los Obispos de Constantinopla, que no podian ver sin tra
bajo y sin cierta pena las prerogativas de la Silla de Roma,
que es la cátedra principal por la que todos los fieles deben
ser enseñados , y la cátedra de S. Pedro, que Jesucristo ha
establecido como fundamento de la Iglesia por estas pala
bras , dichas al príncipe de los Apóstoles esclusivamente:
"Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia."
Dichos Obispos se persuadian en su orgullo que esta pre-
rogativa debia estar aneja á la Silla de la ciudad imperial;
y esto, junto á la superioridad con que afectaban siempre
mirar á los latinos , fomentaba en ellos el orgullo y la envi
dia á Roma , que al cabo los precipitó en el terrible cisma
en que aún yacen sepultados. Hasta la época de Miguel Ce
lulario se habia no obstante comprimido esta orgullosa en
vidia, y no se habia atrevido á romper; pero este hombre,
mucho mas fogoso que Focio, sin tener ni sus talentos ni
sus sublimes cualidades , se atrevió á romper con la Iglesia
romana , y á separarse de la unidad católica de que ella es
el centro y el sosten. Para dar algun color á esta escision
escandalosa, renovó las acusaciones injustas y las quejas
frivolas que Focio habia hecho ya otra vez contra los lati
nos. Prohibió pues el que se comunicase con el Sumo Pon
tífice, hizo cerrar las iglesias latinas que habia en Cons
tantinopla, y llevó su fanatismo hasta el esceso de volver
á bautizar á los que habian sido bautizados en la Iglesia la
tina. El Papa Leon IX, informado de este proceder escan
35
daloso, hizo todos sus esfuerzos para ahogarlo en su cuna
y para calmar los ánimos. Refutó con sólidas razones todas
las acusaciones del Patriarca, y le hizo observar que la di
versidad de usos y costumbres no era ni podia ser un mo
tivo suficiente para romper la unidad. Como deseaba sin
ceramente la paz envió tres Legados á Constantinopla para
que conferenciasen con el Patriarca, y trabajasen en resta
blecer la union, á cuyo efecto les dió dos cartas, una para
el Emperador y la otra para Miguel Celulario. El Empera
dor recibió muy bien á los Legados, pero el Patriarca no
quiso hablarlos ni verlos. Indignados entonces de una con
ducta tan fea depusieron en presencia del clero y del pue
blo el acta de escomunion sobre el altar mayor de la igle
sia matriz, y salieron sacudiendo el polvo de sus pies y di
ciendo: ¡Que vea Dios y juzgue! Se despidieron en segui
da del Emperador, á quien desagradaba la conducta del Pa
triarca, pero que no tenia valor para reprimir sus escesos.
Miguel Celulario, á quien la sentencia de los Legados habia
enfurecido, se atrevió á escomulgar al Sumo Pontífice á su
vez, y se esforzó con sus cartas llenas de calumnias por se
parar de la Iglesia romana á los otros patriarcas del Orien
te. Sus imposturas tuvieron su efecto con respecto á algu
nos Obispos que entraron en sus miras; pero el cisma no
fué con todo eso general, ni se consumó hasta un siglo des
pues, cuando los latinos, apoderándose de la ciudad é im
perio de Constantinopla, se hicieron odiosos á los griegos.

Bullas en Europa con motivo de las investiduras


(año 1075).

Poco tiempo despues de la escandalosa escision que hizo


la Iglesia Fociana (1) en Oriente, Enrique IV, emperador
de Alemania, dió motivo á una querella que causó no po-

(t) A cada cosa debe llamársela por su nombre, y los autores eclesiásticos han
incurrido en un defecto cuando han dado á los sectarios de Focio el nombre de
Iglesia griega. Este nombre solo le pertenecia cuando era Iglesia , pero habicn
36
eos ni pequeños males en la Iglesia y en el imperio. Eran
por aquel tiempo señores feudales todos los Obispos del
imperio , y como tales recibian la investidura del feudo de
manos del Emperador. Pero habia que distinguir en los
Abades y Obispos la autoridad espiritual y la autoridad
señorial , cada una de las cuales tenia diverso orijen ; y no
obstante el Emperador trataba de confundirlas ambas, y ha
cerlas dependientes de su soberanía ó de su autoridad su
prema sobre los señores feudales y sobre los feudos que es
tos recibian de su mano. Los señores seculares recibian la
investidura del feudo por medio de la corona de duque ó
conde, ú otro símbolo cualquiera que esplicase la natura
leza del feudo que se les concedia; y los Obispos recibian
la de los feudos anejos á su dignidad por la entrega del bá
culo y anillo que de nuevo les hacia el Emperador. Este
era el uso y nadie habria reclamado contra él si el Empe
rador Enrique no hubiera abusado de él, queriendo usurpar
la autoridad espiritual como si la confiriese con el feudo,
y haciendo con este motivo un tráfico vergonzoso de las dig
nidades eclesiásticas, que conferia no á los mas dignos sino
á los que mas le daban por ellas. El Papa S. Gregorio VII,
lleno de celo por la disciplina eclesiástica y su pureza, qui
so cortar este abuso. Como el anillo y el báculo pastoral
son los símbolos del poder espiritual, que no puede ser con
ferido por los legos, condenó el uso de las investiduras á
los Obispos, y amenazó con la escomunion á los que las
diesen y á los que las recibiesen de la manera dicha. El
Emperador no hizo caso de esta amenaza , y fué escomul
gado en vista de su obstinacion. El espíritu del Emperador
no podia ser mas altanero, ni sus costumbres mas feroces.
Irritado por esta sentencia se declaró contra el Pontífice, y
Su Santidad se vió en la precision de declarar á Enrique
decaido de la dignidad imperial, y á sus subditos absuel-
tos del juramento de fidelidad. Esta conducta ha parecido
do dejado de serlo por el cisma, ó lo que es lo mismo, desde que se separó de la
unidad católica, ya no la conviene ni debe convenirla otro nombre que el de su
autor. Por lo demás , la Iglesia griega la componen solos los católicos que hay en
Grecia.
37
á algunos contraria á la de los santos Obispos de la anti
güedad, que en las cosas temporales habian estado someti
dos aun á los emperadores paganos. Pero los que así han
hablado no han querido considerar que los emperadores
de Alemania eran soberanos á medias, esto es, eran elec
tivos, y que los sumos Pontífices eran los primeros electo
res, y en razon de tales eran superiores á los Emperadores
electivos. Estos eran hechos, de consiguiente podian ser
deshechos. A mas, las circunstancias habian puesto á los Pa
pas al frente de la soberanía europea; y la opinion, que es
la reina del mundo, habia hecho de ellos los jueces de los
soberanos. Podian, pues, los sumos Pontífices deponer á los
emperadores, y nadie les contestaba este derecho, que por
otra parte la fuerza de las cosas parece haber puesto en sus
manos para el bien de la Europa y de la misma soberanía.
Sabido es que la irrupcion de los bárbaros introdujo en
Europa un nuevo derecho; y nadie ignora que mientras la
religion no los fué civilizando, este derecho se reducia al
derecho del mas fuerte. ¿Qué hubiera pues sido de la Eu
ropa toda si sobre todos los reyes bárbaros de aquellas na
ciones feroces no hubiera colocado la Provideneia por me
dio de la opinion un soberano superior, que tenido por de
una esfera mas elevada los castigara para educarlos, y los
educara para salvacion de las naciones y de la admirable
soberanía que trataba de instituir la Religion, y que des
pues ha sido y es el milagro mas grande que en su clase se
conoce? Pero esta soberanía estaba entonces en germen, y
fué necesario que todo el caracter de un S. Gregorio VII
luchase con ella en la persona de un emperador como En
rique IV. En virtud de la sentencia del Pontífice los elec
tores del imperio nombraron en lugar de Enrique á Rodul-
fo, duque de Suavia, quien se hizo coronaren Mayenza
doce dias despues de su eleccion. En seguida levantó un
ejército y ganó una batalla contra Enrique , quien despues
uedó vencedor en otra en que murió su competidor Ro-
ulfo. Con estas ventajas Enrique, en estado de vengarse
del Papa, pasó á Italia, hizo deponer á S. Gregorio, y eli
gió en su lugar á Guiberto, Arzobispo de Ravena, quien
38
con el nombre de Clemente VIII dió mucho que hacer á
San Gregorio y á sus sucesores. Pero la Iglesia no le miró
entonces ni le ha mirado despues sino como á un cismático
antipapa, y á su protector Enrique no le ha reconocido ja
más sino como á un perseguidor. Igual suerte ha cabido á
otros emperadores que con el mismo pretesto de las inves
tiduras renovaron los escándalos de que Enrique dió el
ejemplo; se hicieron famosos por sus atrocidades , hasta que
al fin este negocio se terminó como debia, haciendo ver la
Providencia que los Papas habian tenido razon en oponerse
á la ambicion de los emperadores.

Fundacion del orden de los Cartujos (año 1 084).

La Iglesia , en medio de las turbulencias de que se veia


ajitada, no por eso se vió sin consuelo. Ella vió nacer por
este tiempo en su seno un nuevo orden de solitarios, que
con los grandes ejemplos de santidad heróica que daban , y
con una vida de recojimiento , de mortificaciones y de ora
cion, debian edificar constantemente los pueblos y honrar
la Religion. San Bruno, que la fundó, habia nacido en Co
lonia , de padres distinguidos en el mundo. Su infancia fué
notable por las muchas disposiciones para la piedad que con
la edad se fueron en él desarrollando. Sus progresos en las
ciencias, á que se dedicó , no fueron menos sensibles: se hi
zo tan habil en la teología que pasaba por uno de los doc
tores mas hábiles. Fué rector de los estudios mayores y can
ciller de la Iglesia de Reims; pero temiendo los peligros á
que el hombre se halla espuesto en el mundo, resolvió vi
vir en la soledad y consagrarse en ella á la penitencia. Dió
parte de su designio á algunos de sus amigos , y les inspiró
los mismos sentimientos. Todos se dirijieron á S. Hugo,
Obispo de Grenoble, que les dirijió á un horrible desierto
de su diócesis, llamado la Cartuja , en donde S. Bruno es
tableció á sus compañeros. .Se vieron entonces nuevamente
39
en Francia las maravillas que en otro tiempo habian asom
brado á la Tebaida. Estos nuevos solitarios eran mas bien
ángeles que hombres, dice un autor contemporáneo que
describe asi su vida. "Cada uno tiene su celdilla, separada
» de las de los demás , y recibe un pan y legumbres de una
«sola especie para su alimento por toda una semana; pero
«se reunen el domingo y pasan juntos todo este dia. Visten
«un hábito muy sencillo y debajo de él un gran cilicio. Todo
«es pobre entre ellos, hasta la iglesia, en donde esceptuados
«los cálices no se ve plata ni oro. Guardan un silencio tan
«exacto que no piden sino por señas las cosas de que tie-
«nen una absoluta necesidad. No viven sino del trabajo de
«sus manos, y su mas ordinaria ocupacion es la de copiar
«libros/' lo cual les bastaba en aquel tiempo en que no ha
bia imprenta. El ruido de su santidad, difundiéndose por
todos lados, dispertó á los hombres de su letargo y movió
á muchos á imitarlos. Se vió á personas de toda edad y de
toda condicion correr al desierto para abrazarse en él con
la cruz del Salvador, y muy luego se formaron monasterios
en diferentes paises. Apenas habian pasado seis años de la
fundacion de esta santa sociedad, cuando el Papa Urbano II
obligó á S. Bruno á que viniese á Roma para que le ayu
dase con sus consejos en los negocios eclesiásticos ; pero los
embarazos de una vida tumultuosa le hicieron bien pron
to suspirar por su amada soledad , y solicitar su vuelta á
ella. En vano el sumo Pontífice, para fijarlo á su lado, quiso
hacerlo Arzobispo de Regio. El siervo de Dios con esto se
dió mayor prisa á solicitar su retiro. Habiendo alcanzado
al fin el permiso de retirarse fué á la Calabria, donde fun
dó un nuevo monasterio con algunos compañeros que se le
habian unido en Italia. Allí pasó el resto de su vida ejer
citándose en la oracion y en la penitencia. Cuando conoció
que se acercaba su fin reunió su comunidad, é hizo su pro
fesion de fe contra la herejía de Berengario en estos tér
minos. "Creo los Sacramentos de la Iglesia, y en particu
«lar que el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo
«están realmente en la Eucaristía, y que en el pan y el
«vino consagrados sobre el altar no quedan mas que los ac
40
«cidentes de pan y vino, bajo los que se hallan la carne y la
«sangre verdaderas del Salvador, la misma que recibimos
«en perdon de nuestros pecados, y con la esperanza de al
canzar por su medio la vida eterna." El espíritu del San
to fundador vive aún entre sus hijos. Su orden, por una rara
fidelidad, no ha degenerado de su primer fervor; ocho si
glos lleva de existencia , y aúa no tiene necesidad de re
forma.

Primera Cruzada (año 1095).

Hacia el fin del siglo IX fué cuando empezaron las Cru


zadas , esto es, las guerras emprendidas para librar la Tierra
Santa del yugo de los mahometanos. Los emperadores de
Oriente, á quienes los infieles habian despojado de sus mas
bellas provincias, con especialidad de la Palestina, implo
raban con ardor ya mucho tiempo hacia el socorro de los
latinos. Para obtenerlo fue necesario que se uniese á sus
instancias un motivo de religion. Un sacerdote de la dió
cesis de Amiens, llamado Pedro el Ermitaño, había hecho
el viaje de Jerusalén, y en su peregrinacion tuvo que sen
tir el dolor de ver los Santos Lugares profanados por los
infieles. Conferenció sobre esto con Simon, Patriarca de
Jerusalén , y en las conversaciones que tuvieron sobre este
objeto concibieron el designio de librar á Jerusalén de la
esclavitud en que gemia despues de tantos años. Convinie
ron en que el Patriarca escribiria al Papa, y en que Pedro,
al entregarle la carta, trataria de hacerlo entrar en este
proyecto. Pedro, con efecto, vino á Italia, é hizo al Papa
Urbano una pintura patética del estado deplorable en que
se hallaba la Tierra Santa. Urbano, que quedó vivamente
afectado, resolvió invitar á los principales cristianos á que
uniesen sus fuerzas para librarla, y al intento indicó un
concilio en Clcrmont, al que se reunieron muchos príncipes.
Allí habló el Pontífice de una manera tan persuasiva, que
todos los que estaban presentes prorumpieron en lágrimas
41
y empezaron á esclamar: ¡Dios lo quiere! ¡Dios lo quiere!
Estas palabras, que todo el mundo repetia como si fuesen
inspiradas á todos á un mismo tiempo , parecieron un feliz
presagio, y se hicieron despues el grito de guerra. La ma
yor parte de los que se hallaron presentes se alistaron para
la futura espedicion, y tomaron por distintivo y prueba de
enganche una cruz de paño encarnado puesta al lado dere
cho, lo que les hizo llamar con el nombre de cruzados. Al
mismo tiempo los Obispos predicaron la Cruzada en sus dió
cesis con un efecto ó resultado que escedió á sus esperan
zas. Pedro el Ermitaño recorría las provincias para ani
mar los espíritus á esta grande empresa. Su celo , su desin
terés y su vida penitente le daban el aire y la autoridad
de un profeta ; todo en un instante se puso en movimiento
en Francia, en Italia, en la Alemania: entre los grandes
lo mismo que entre los pequeños, no se trataba mas que de
tomar la cruz. Lo que hubo mas edificante fué que las ene
mistades y las guerras particulares en que antes ardian to
das las provincias cesaron de un golpe todas. La paz y la
justicia parecian haber bajado sobre la tierra para preparar
los hombres á la guerra santa. Entre los señores franceses
que se cruzaron, los mas distinguidos fueron Godofredo
de Bullon, Duque de Lorena; Hugo el Grande, Conde del
Vermandois; Raimundo, Conde de Tolosa; Roberto, Con
de de Flandes ; y Roberto, Duque de Normandía. Héroes
de este caracter eran capaces de haber hecho la conquista
del mundo entero si hubiese habido mas union y concierto
entre ellos y mas disciplina entre las tropas. Godofredo de
Bullon, que tuvo todo el honor de esta Cruzada, reunia en
su persona la prudencia con el ardor de la juventud , y el
valor mas intrépido con la mas tierna piedad. Aunque no
fuese el mas poderoso de los príncipes cruzados, su ejército
era con todo el mas floreciente, porque su reputacion habia
atraido bajo sus banderas á una numerosa nobleza, que se
gloriaba de aprender el arte de la guerra en la escuela de
un militar de tanto nombre. Los cruzados se dividieron en
muchos cuerpos, que tomaron diferentes caminos para reu-,
nirse en Constantinopla , á donde habian convenido unirse
todos ; pero en el camino perecieron muchos por no haber
guardado orden ni disciplina , y por haberse entregado á
todo género de escesos y de desórdenes.

Espediciones de los cruzados.

Godofredo de Bullon, que mejor que ningun otro gefe


supo contener sus tropas, llegó el primero á Constantino-
pla y esperó allí á los demás cruzados. Cuando estuvieron
todos reunidos atravesaron el Helesponto, y pusieron sitio
á Nicea, capital de la Bitinia, para abrirse paso á la Tier
ra Santa. Esta ciudad tenia una fuerte guarnicion, pero no
pudo defenderse contra los esfuerzos de los sitiadores, y se
rindió por capitulacion. Pocos dias despues los cruzados,
que se habian vuelto á poner en marcha, fueron atacados
por una multitud innumerable de enemigos. Se vino á las
manos: los cristianos se batieron como leones, y obligaron
á los infieles á huir, despues de haber hecho en ellos una
horrible carnicería. Sin embargo esta victoria no alejó todos
los peligros. El ejército cristiano se vió espuesto á todos
los horrores del hambre y de la sed , porque el pais habia
sido devastado por los enemigos. La escasez de víveres,
junta con la fatiga de tan largos viajes, hizo morir á una
multitud de hombres, y dejó al ejército casi sin caballos. Se
llegó al fin á la Siria y se resolvió el sitio de Antioquía,
que era una de las mayores y mas fuertes ciudades del Orien
te. Los enemigos, que esperaban este sitio, la habian pro
visto de cuanto podia ser necesario para una larga resis
tencia, y tenian no lejos de allí un ejército considerable pa
ra defenderla. El sitio duraba ya mas de siete meses hacia y
los cruzados empezaban ya á desesperar del resultado, cuan
do un acontecimiento feliz los hizo dueños de la plaza. Uno
de los principales habitantes de Antioquía tenia un hijo,
que fue hecho prisionero en una salida que hicieron los
sitiados; el padre lo amaba tiernamente, y ofreció una suma
considerable por su rescate. El señor cruzado á quien el
43
joven pertenecia se lo envió sin tomar cosa alguna en cam
bio por su libertad. Esta generosidad ganó el corazon del
padre, y le determinó á introducir los cruzados en la ciu
dad. Hecha de consiguiente esta importante conquista se
difundió en toda la Palestina el terror, y el ejército cris
tiano avanzó sin obstáculo hacia Jerusalén, que era el pri
mero y mas principal objeto de la espedicion. La ciudad
podia resistir por mucho tiempo; el enemigo nada habia
olvidado ni omitido para ponerla en estado de defensa; pe
ro los cruzados hicieron prodigios de valor, y al cabo de
cinco semanas de sitio la tomaron por asalto un viernes á
las tres de la tarde, circunstancia que fue notada por coin
cidir con el dia y la hora en que Jesucristo espiró sobre la
cruz. En el primer calor de la victoria nada pudo conte
ner el furor del soldado; se llevó á sangre y fuego á los in
fieles de que estaba llena la ciudad, y la matanza fue hor
rible; pero se pasó muy pronto de este arrebato de furor
á los sentimientos de la piedad mas tierna. Los cruzados
dejaron sus vestidos ensangrentados, y fueron descalzos
llorando y golpeando sus pechos á visitar todos los sitios
consagrados con la presencia del Salvador. Los pocos cris
tianos que vivian en Jerusalén daban gritos de placer, y
daban gracias á Dios que los habia libertado de la opre
sion. Ocho dias despues se reunieron los príncipes y los se
ñores para elegir un rey capaz de conservar esta conquista
preciosa. La eleccion cayó sobre Godofredo de Bullón , y
al momento fue solemnemente proclamado. Como le pre
sentasen una corona de oro, el piadoso héroe respondió:
"No quiera Dios que yo lleve una corona de esta clase en
«un sitio en que el Rey de los Reyes no ha sido coronado
«mas que con espinas."
Establecimiento de las órdenes militares
(año 1098).

Las Cruzadas dieron lugar al establecimiento de las ór


denes militares, de las que la mas antigua es la de los hos
pitalarios de san Juan de Jerusalén, y que ha subsistido
hasta no ha mucho tiempo con el nombre de Caballeros de
Malta. La primera casa de esta orden célebre no fue mas
que un hospital edificado en Jerusalén para recibir en él
á los peregrinos que venian á visitar los santos lugares, y
cuidar á los enfermos. Habia sido fundada por los comer
ciantes del reino de Nápoles en tiempo que la ciudad de
Jerusalén se hallaba en poder de los infieles. El bienaven
turado Gerardo, nativo de la Provenza, sugeto de una pru
dencia singular y de una virtud rara, era el director de es
te hospital cuando los cruzados se hicieron dueños de la
ciudad. Hecho rey Godofredo, como hemos dicho, prote
gió este establecimiento y le hizo grandes donativos. Mu
chos jóvenes nobles que le habian seguido en su espedicion,
edificados de la caridad que en esta casa se ejercia con los
peregrinos y los enfermos, renunciaron el volver á su pa
tria y se sacrificaron á esta buena obra; mas no se limita
ron como hasta entonces á los pacíficos ejercicios de la ca
ridad, sino que tomaron las armas en defensa de la Reli
gion contra los enemigos de ella y del nuevo estado que se
acababa de fundar. Todos ellos eran guerreros valientes, á
quienes inspiraban un nuevo valor la piedad de que esta
ban inflamados y la causa por que combatian. Austeros
consigo mismos y llenos de una caridad generosa para con
los prójimos, no comian otra cosa que un poco de pan he
cho de la harina mas grosera , porque reservaban la mas
pura para alimento de los enfermos. A fin de perpetuar es
te piadoso establecimiento, resolvieron afianzar con votos
su vocacion á él. El Patriarca de Jerusalén aprobó esta re
solucion, y ellos hicieron en sus manos los tres votos reli
giosos comunes, á los que añadieron el cuarto , de comba
tir contra los infieles. El Papa Pascual confirmó luego este
instituto, y le concedió grandes privilegios. Ellos forma
ron, pues, un cuerpo religioso y militar juntamente, en
el que sin renunciar á los ejercicios de la hospitalidad,
se hacia una particular profesion de defender á los cris
tianos de los insultos de los infieles. Este nuevo orden se
multiplicó considerablemente en poco tiempo, y adquirió
bienes inmensos en todos los reinos de Occidente. La no
bleza joven corria de todas partes á alistarse bajo sus ban
deras. Estos bravos caballeros señalaron en mil ocasio
nes su celo y su valor, y fueron el apoyo mas firme del tro
no de Jerusalén mientras subsistió. Despues de la caida de
este reino, que no duró mas que noventa y seis años, pasa
ron á la isla de Rodas, donde contra Soliman, emperador
de los turcos, sostuvieron un sitio para siempre memora
ble; despues se fijaron en la isla de Malta, que fue desde
entonces la cabeza de la orden y el sitio de la residencia
del Gran Maestre, á quien Carlos V la cedió en toda sobe
ranía f y de la que han sido poseedores hasta que, contra
fueron traidoramente
despojados de ella por Napoleon, á quien poco despues se la
quitaron los ingleses.

Institucion de los Mostenses (año 1120).

La Iglesia, que acababa de producir en Oriente una so


ciedad de héroes religiosos, vió con nuevo placer fundarse
en Europa muchas nuevas órdenes destinadas á producir
bienes de otra clase. San Norberto pareció suscitado por
Dios para dar á los eclesiásticos un perfecto modelo de las
virtudes de su estado, por medio del establecimiento de los
canónigos regulares de que fue fundador. Habia nacido en
el ducado de Cleves de una familia distinguida en la no
bleza. Colocado de niño en el clero, no conoció por de pron
to la santidad de su vocacion. Poseia muchos beneficios cu-
46
yas rentas se empleaban en el lujo y en la vanidad ; pero
Dios, que queria hacer de él un vaso de eleccion, le aterró
como en otro tiempo á san Pablo para levantarlo mas glo
riosamente. Un dia que Norberto paseaba á caballo por una
pradera agradable sobrevino una gran tempestad , y ca
yendo un rayo á los pies del caballo vino este al suelo é
hizo rodar al caballero medio muerto. Norberto se quedó
casi por una hora sin sentido; pero al fin volvió en sí y es
clamó lo mismo que san Pablo: Señor, ¿qué queréis que
yo haga? Dios le respondió interiormente, que debia
vivir de un modo análogo al estado que habia abrazado.
Cambió entonces enteramente de conducta : dejó sus ricos
vestidos, y se puso un áspero cilicio; renunció todos los be
neficios que poseia , vendió su patrimonio, cuyo precio dis
tribuyó á los pobres, y vino descalzo á Reims á buscar al
Papa Calisto II, que celebraba un Concilio en aquella ciu
dad. El Pontífice le recibió benignamente, y encargó al Obis
po de Laon que tuviese cuidado de él. Concluido el Conci
lio se le llevó este Obispo consigo á Laon, y allí le tuvo to
do el invierno á fin de que tuviese tiempo de restaurar su
salud, debilitada por sus muchas austeridades. Mas como
Norberto manifestase con frecuencia al Obispo el deseo que
tenia de retirarse á la soledad, el Prelado, que por otra par
te deseaba que no saliera de su diócesis, le llevó á diversos
sitios á fin de que escojiese aquel que mas le agradase. El
Santo se fijó en un sitio muy solitario llamado Premostrado,
y allí estableció su morada. Sus predicaciones y la santidad
de su vida le atrajeron bien pronto discípulos: en poco
tiempo tuvo consigo cuarenta eclesiásticos y muchos legos,
que todos parecian llenos de su espíritu, y que se esforza
ban á imitar sus virtudes. Entonces Norberlo trató de ele
gir una regla. Despues de haber deliberado madura y de
tenidamente se determinó por la de san Agustin. Todos sus
discípulos la profesaron solemnemente con promesa de es
tabilidad. El Santo fundador fue en seguida á Roma para
pedir al sumo Pontífice la confirmacion de su orden. El Pa
pa Honorio le concedió lo que pedia, y Dios bendijo su na
ciente instituto, que se propagó bien pronto en todo el
47
mundo cristiano. Por todas partes se veia un santo ahinco
de alistarse en la nueva orden. Tibaldo, conde de Cham
paña, movido con los discursos y las virtudes del santo fun
dador concibió la idea de dejar el siglo, y al efecto vino
á ofrecer á Norberto su persona y todo lo que poseia; pe
ro el Santo, que buscaba el bien general de la Iglesia y no
su gloria ni las ventajas temporales de su religion, le acon
sejó que se quedase en el mundo, en donde podia ser mas
util haciendo que Dios fuese servido y honrado por sus va
sallos. Aqui es bueno notar cuán puro ha sido el origen
de todos los institutos religiosos: la vida austera, el desin
terés de los que en ellos entraban muestran demasiado
claramente que se hallaban muy agenos de solicitar dona
ciones. Sus trabajos inmensos para desmontar los terrenos
hasta entonces incultos, y una administracion sabia y acti
va, han sido las fuentes principales de sus riquezas.

San Norberto elegido Arzobispo de Magdeburgo.

Dios, que habia elevado á san Norberto á tan alto gra


do de santidad , le destinaba á gobernar un gran pueblo y
á edificar á toda la Alemania. Precisado á viajar por este
imperio á negocios importantes, Norberto llegó á Espira
cuando el emperador Lotario tenia ó celebraba en esta ciu
dad una asamblea con el objeto de elegir un Arzobispo pa
ra Magdeburgo. Se le invitó á predicar : lo hizo de tal mo
do y con tan buen resultado, que los diputados de la Igle
sia de Magdeburgo le propusieron para Arzobispo, y sin
dejarle tiempo ni aun para responder que no, se apodera
ron de su persona gritando á grandes voces y sin cesar:
¡ Hé aquí nuestro Obispo! ¡Este es nuestro padre / En
seguida le presentaron al Emperador, quien aplaudió esta
eleccion con todos los que estaban presentes. Despues que
el legado del Papa, que tambien estaba allí, confirmóla
eleccion, fue conducido el nuevo Arzobispo á Magdebur
go. Desde que Norberto descubrió la ciudad de que iba á
48
ser pastor, quiso hacer el camino á pie y descalzo. A su
entrada todo el pueblo concurrió á ver un hombre á quien
la fama preconizaba Santo : la alegría era universal ; se le
condujo en procesion á la iglesia, y de la iglesia al palacio
arzobispal. Cuando se presentó para entrar en el palacio,
el portero, que no le conocia, le tomó por un pobre y le
echó bruscamente diciéndole: " Ya hace tiempo que los
«otros pobres han entrado; retírate y no vengas á incomo-
«dar á estos señores.'7 A lo que todo el mundo gritó al por
tero: "¿Qué haces, infeliz? ¡Es el Arzobispo, es tu nuevo
«amo á quien echas á la calle I" El portero, confuso de su
equivocacion, quiso ocultarse, pero el Santo Arzobispo le
detuvo y le dijo sonriéndose: "Nada temais, amigo mio, yo
«no me he enojado con vos; me habeis conocido mejor que los
«que me obligan á habitar un palacio poco conveniente á
«un pobre como yo soy." Luego que tomó posesion se de
dicó el Santo á gobernar su diócesis con un admirable celo,
y en cambio tuvo mucho que sufrir. La diócesis de Magde-
burgo, y la Iglesia sobre todo, se hallaba muy relajada, y el
Santo se aplicó á establecer una exacta reforma. Sus esfuer
zos fueron felices con respecto á muchos, pero se declararon
enemigos suyos todos aquellos á quienes no pudo conver
tir. "¿Por qué, se decian, hemos llamado á este estranjero,
«cuyas costumbres son tan contrarias á las nuestras?" No
contentos con murmurar cargaban al Santo de injurias y
le desacreditaban entre el pueblo. Su furor se estendió has
ta buscar medios de quitarle la vida. Norberto lo sufria
todo con una paciencia inalterable, y tomando ocasion de
esto decia á sus amigos: "¿Será de estrañar que el demo-
«nio se desencadene contra mí, habiendo tenido la osadía
«de atentar contra la vida de Jesucristo nuestro Salvador?"
Su caridad, su dulzura, su perseverancia, triunfaron al fin
de todos los obstáculos. Murió consumido de austeridades
y de fatigas, despues de haber llenado todos los deberes de
un buen Pastor.
49

Fundacion del orden del Cister (año H 1 0).

Establecióse el orden del Cister casi al mismo tiempo


que el de los Mostenses, y no fue menos célebre ni menos
util á la Iglesia. San Roberto que le fundó habia abrazado
la vida monástica á los quince años de su edad. Con el de
seo de guardar un absoluto retiro , y de practicar la regla
de san Benito sin ninguna modificacion, fue á establecer
se con algunos compañeros en la selva del Cister á cinco
leguas de Dijon: esta selva era un desierto cuya sola vista
horrorizaba. La habitaban solo bestias feroces , pero esto
hacia que cuanto mas repugnante fuese el vivir en ella á
la naturaleza, tanto mas propia y amable pareciese á los
que no deseaban otra cosa que ocultarse y vivir como de-
cia el Apostol una vida escondida con Cristo en Dios. Se
dedicaron, pues , á desmontar aquel bosque , y formaron
celdillas de madera en que poder vivir. El monasterio, por
consiguiente, no era mas que una informe reunion de ca
banas. En ella aquellos santos varones inmolaban conti
nuamente su cuerpo á Dios por medio de los rigores de
la penitencia, y su espiritu por medio del fuego de la ca
ridad que los abrasaba. Con frecuencia les faltaba el pan,
porque el trabajo no bastaba á producirles lo necesario ; y
con todo rehusaron mas de una vez los ricos presentes que
el duque de Borgoña les quiso hacer. ¡En tanto aprecio te
nian la pobreza! Con todo, aunque este nuevo instituto fue
se célebre por su fervor, estuvo muchos años sin progresar
sensiblemente. Era como un arbol que trata de echar raices
profundas antes de crecer y de echar ramas. Dios parece
que se complació en levantarlo despues, por medio de cuan
to la virtud tiene de mas amable á los ojos de los hombres.
Un joven señor, llamado Bernardo , vino á consagrarse á
Dios en este retiro con treinta compañeros á quienes ha
bia inspirado su misma vocacion, y á los que condujo al
PARTE II. 4
50
Cister como otros tantos despojos que habia quitado al mun
do al abandonarle. Habia nacido Bernardo en el castillo de
Fontaines en la Borgoña. Reunia en su persona las gracias
esteriores del cuerpo y las mas raras cualidades del espí
ritu, y en su consecuencia se habian concebido de él las
mas bellas esperanzas. Todo se le reia á su entrada en el
mundo; pero él, lleno de un ánimo generoso, concibió la
resolucion de sacrificarlo todo á Dios. Sus hermanos y sus
amigos, habiendo descubierto su designio hicieron cuantos
esfuerzos estaban á su alcance para apartarle de él, pero
solo lograron afirmarlo mas y mas en sus propósitos, y po
nerlo en el caso de inspirar su resolucion aun á aquellos
que mas le habian contrariado en ella. Todos sus hermanos
le siguieron al Cister, menos el último, que Bernardo dejó
á su padre para consuelo de su vejez. Cuando todos mar
chaban, el primogénito, viendo á su hermano pequeñito que
jugaba en la calle con otros muchachos , "tú serás, le di-
«jo, el único heredero de nuestra casa r nosotros te deja-
«mos todos los bienes que pudieran pertenecemos. — Sí,
«respondió el chicuelo, vosotros quereis los bienes del cie-
«lo para vosotros y los de la tierra para mí Esta divi-
«sion no es igual." Asi hablaba este niño, y despues de
mostró que su razon era de hombre marchando á unirse
con sus hermanos cuando tuvo tiempo para ello. Desde que
Bernardo llegó á Claraval se vieron brillar en él las mas
sublimes virtudes ; aplicóse de tal modo á mortificar todos
sus sentidos, que parecia ser un hombre enteramente espi
ritual ; se echaba en cara el alimento que se veia obligado
á tomar, y el haber de comer llegó á servirle de tormento.
Su recojimiento en el monasterio habia sido tan profundo,
que despues de haber estado un año entero en la casa de
los novicios salió de ella sin saber cómo era, ni cómo es
taba construida. Velaba una gran parte de la noche, cre
yendo como perdido el tiempo que concedia al indispensa
ble reposo. Sostenia con su ejemplo el fervor de sus compa
ñeros, y reanimaba el suyo recordando los motivos de su
conversion , y diciéndose á sí mismo con frecuencia: " Ber
nardo, ¿á qué has venido á este santo retiro?" Estas po
51
cas palabras le daban nuevo valor para llenar los deberes
de la vida religiosa.

San Bernardo hecho Abad de Claraval.

El ejemplo de san Bernardo atrajo á la casa del Cister


tan gran número de religiosos, que para descargarla se fun
daron otras abadías, y entre ellas la de Claraval. El lugar
en que se edificó era un desierto que antes se llamaba el
valle del Ajenjo ó de la Amargura, porque sus bosques ha
bian servido de asilo por mucho tiempo á los ladrones. En
tonces se convirtió en morada ó mansion de Santos. Ber
nardo fue establecido Abad de la nueva casa , y condujo á
ella doce religiosos; pero este número creció considera
blemente en poco tiempo. El santo Abad tenia costumbre
de decir á los que admitia para novicios: "Si quereis en-
«trar aquí dejad á la puerta el cuerpo que habeis traido
«del siglo, pues que aqui no se deja entrar mas que el al
oma sola." En efecto, la regla que allí se observaba era
sumamente austera. Como el monasterio en su principio
nada tenia, los religiosos no comian mas que pan mezcla
do de cebada y de mijo, y un potaje de hojas de haya co
cidas. A pesar de tan mísero alimento, los Santos solitarios
vivian contentísimos; el amor de la penitencia sazonaba es
tos groseros manjares. No se conocia en Claraval otra ocu
pacion ni empleo que la oracion y el trabajo de manos.
Aunque la comunidad era numerosa, el silencio de la no
che reinaba en ella durante todo el d:a. Este silencio in
fundia tal respeto en los seglares, que nadie se atrevia á
hablar de cosas profanas en aquel santo lugar. Se veian allí
hombres que despues de haber sido ricos y llenos de hono
res en el siglo, se gloriaban en la pobreza de Jesucristo, y
sufrian con gozo la fatiga del trabajo, el hambre, la sed, el
frio y las humillaciones. El santo Abad era el primero en
todo, y aun hacia mucho mas que lo que exijia de sus súb-
ditos. Tenia una idea tan sublime de la vida religiosa , que
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en el principio de su gobierno le chocaban las menores im
perfecciones, aun aquellas que es imposible evitar en esta
clase de vida; queria que fuesen ángeles todos los que con
ducia con su direccion : pero Dios le hizo conocer que se
engañaba, y en adelante supo proporcionarse á las debili
dades agenas, y conducir á sus religiosos á la perfeccion por
caminos diferentes segun las diferentes medidas de la gra
cia que en ellos reconocia. San Bernardo santificó toda su
familia: tenia consigo todos sus hermanos; Tescelino su pa
dre vino tambien en su vejez á tomar el hábito de monje
en Claraval. No le quedaba en el mundo mas que una her
mana casada, y muy apegada á los bienes terrenos. Era
con todo muy amante de sus hermanos , y habiendo desea
do verlos vino á Claraval soberbiamente ataviada, y se
guida de una escolta numerosa de criados y criadas. El san
to Abad no quiso bajar á verla en este estado, y esta nega
tiva la llenó de vergüenza y compuncion. "Aunque yo no
«sea mas que una pecadora, envió á decir al Santo, Jesu
cristo con todo ha muerto por mí; si mi hermano despre
cia mi cuerpo , que el siervo y ministro de Dios no des
«precie mi alma. Que baje, que venga y me mande, pues
«estoy pronta á obedecer." San Bernardo entonces la vi
no á ver, y quedó tan conmovida con sus conversaciones
que renunció á la vanidad, y dos años despues con el con
sentimiento de su marido entró en el monasterio de Julli,
fundado poco antes para mugeres, en donde murió santa
mente.

Celebridad de San Bernardo.

San Bernardo se hacia cada dia mas acreedor á la fa


ma que gozaba en Europa por sus talentos y virtudes, que
fueron recompensadas muy luego con el don sobrenatural
de los milagros. El primero se hizo en favor de un caba
llero pariente del santo Abad. Se hallaba enfermo, y perdió
de repente el conocimiento y la palabra. Su familia se alar-
53
mó, porque el enfermo habia en otro tiempo cometido al
gunas injusticias. Se llamó á san Bernardo, quien aseguró
que se le volveria el conocimiento si se reparaban los da
ños que habian sido hechos. Se hizo al instante la repara
cion, y el Santo fue á celebrar Misa. Antes que esta se aca
base el enfermo comenzó á hablar libremente, y pidió con
fesion con ahinco. Confesóse ¡con efecto derramando mu
chas lágrimas, recibió los demás Sacramentos, y tres dias
despues murió con muy grandes sentimientos de peniten
cia. Una muger vino un dia en busca del santo Abad, y le
presentó un niño cuya mano estaba seca y un brazo torci
do desde su nacimiento. San Bernardo tuvo compasion de
la pobre muger, y la dijo que pusiese el niño en el suelo;
despues dirigió á Dios una oracion fervorosa, hizo la señal
de la cruz sobre el brazo de la criatura, que curada en aquel
instante corrió á abrazar á su madre. El ruido de estos mi
lagros se difundió hasta bien lejos, y de todas partes traian
enfermos á que el Santo los curase; los ciegos, los paralí
ticos, á todos los curaba tocándoles ó haciendo sobre ellos
la señal de la cruz: las conversiones que hacia no eran
prodigios menos admirables. Nadie se resistia á la fuerza
de su persuasiva elocuencia, ó mas bien del espíritu divino
que le animaba. Una tropa de señores jóvenes que iban á
buscar fiestas y diversiones tuvieron la curiosidad de ver
al paso el monasterio de Claraval. El santo Abad los reci
bió bondadoso; para apartarlos de los peligrosos placeres á
que corrían los convidó á que permaneciesen. en el monas
terio algunos dias, aunque no fuese mas que hasta Cuares
ma, que estaba ya inmediata, pero nada pudo conseguir de
ellos. "Yo espero, les dijo viendo su tenacidad, que Dios
«ha de concederme lo que vosotros me negais." Al mismo
tiempo les presentó cerveza, y les persuadió que bebiesen á
la salvacion de sus almas. Hiciéronlo riéndose, y marcha
ron; pero no se habian alejado mucho del monasterio cuan
do se acordaron de lo que san Bernardo les habia dicho, y
por una mudanza de que ellos mismos no sabian darse ra
zon, volvieron á Claraval y abrazaron todos la vida reli
giosa. La reputacion de san Bernardo hizo que muchas igle
54
sias deseasen tenerlo por pastor: le ofrecieron el arzobispa
do de Milán y el de Reims, y los obispados de Langres y
de Chalons. Rehusó constantemente estas dignidades , ha
biendo el respeto que los Pontífices tenian á su virtud es
torbado el que se hiciese violencia á su modestia. El hu
milde solitario no deseaba otra cosa que sepultarse en la
soledad , instruir á sus religiosos, é instruirse él mismo de
cada vez mas en la ciencia de la salvacion; pero el crédito
que sus luces y su santidad le daban turbó mas de una vez
su retiro. De todas las provincias acudian á él, y su celo le
obligaba á que tomase parte en todos los negocios de la
Iglesia; era el Santo á la vez el refugio de los desgracia
dos, el defensor de los oprimidos, el azote de los herejes,
el oráculo de los sumos Pontífices, el consejero de los Obis
pos y de los reyes, en una palabra, el hombre de la Igle
sia siempre pronto á sostenerla en sus derechos, á defen
der su unidad y á combatir sus enemigos.

San Bernardo predica la segunda Cruzada.—


Su muerte (año 1146).

Poco despues fue empleado S. Bernardo en un negocio


que le produjo muchas acusaciones y ejercitó no poco su
paciencia. La Tierra Santa se hallaba en muy grave peligro
de volver á caer en poder de los infieles que se habian apo
derado ya de Edesa y habian hecho en ella una horrible ma
tanza de cristianos. El Rey de Jerusalén pedia socorro á
los príncipes del Occidente. El Papa, alarmado con la tris
te situacion en que se hallaba la Palestina, trató de infla
mar en el corazon de los cristianos el mismo ardor que
cincuenta años antes habia escitado en ellos Urbano II. Con
este objeto escribió al Rey de Francia una carta en que
exhortaba á todos los franceses á que tomasen las armas en
defensa de la Religion. San Bernardo tuvo el encargo de
predicar la Cruzada. El Rey le habia ya invitado, y el Pon
tífice le habia escrito; pero el Santo Abad no pudo resol
ss
verse hasta que recibió una orden formal. Entonces lo hizo
no solo en Francia sino tambien en Alemania con un re
sultado prodigioso. Su predicacion fue sostenida y acredi
tada con muchos milagros; y fueron tantos los señores que
pidieron la cruz, y era tanta la prisa que se daban á to
marla, que parecia que la Europa toda iba á pasarse al Asia.
Se habia preparado un gran número de cruces, y no ha
biendo bastantes para tantos como se presentaban, se vió
obligado el Santo Abad á romper una parte de sus hábitos
para hacer cruces de la tela. El rey Luis el Joven, que dió
á sus vasallos el ejemplo de cruzarse cruzándose él el pri
mero, se dispuso á marchar á la cabeza de su ejército en
persona. El Emperador Conrado, que era tambien de la es-
pedicion, tomó la delantera, y se puso en camino el dia de
la Ascension del año 1147. Su ejército se componia de se
tenta mil caballeros armados de punta en blanco ó encora
zados , sin contar los caballos lijeros y la infantería, que era
y debia ser innumerable. El ejército del rey de Francia,
que se puso en camino quince dias despues , no era menos
considerable; mas casi todo pereció por la mala conducta
de los cruzados, que de ningun modo quisieron sujetarse al
freno saludable de la disciplina militar. Cuando entraron
en las tierras del imperio griego cometieron en todas par
tes tales desórdenes, que infundieron una grave desconfian
za en Manuel, emperador de Constantinopla. Este príncipe,
temeroso de que le usurpasen sus estados ó causasen en
ellos daños de consideracion, dió al ejército guias infieles
que le estraviaron en los desiertos del Asia menor, donde
cayeron en manos de sus enemigos, avisados quizá por el em
perador griego, que á todo trance habia resuelto hacer pere
cer á los cruzados. Con harto trabajo fue como Luis y Con
rado pudieron hacer llegar á Siria los restos de sus nume
rosos y brillantes ejércitos. Llegados que fueron empren
dieron el sitio de Damasco; pero rechazados con pérdida le
levantaron , y se vieron en la triste precision de volverse á
Europa sin haber hecho nada de provecho en Asia. Y tal
fue el fin de esta espedicion malograda , en la que perecie
ron los dos ejércitos mas bellos que se habian visto hasta
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entonces. La irritacion y el dolor que escitó tan grave pér
dida hicieron que se prorumpiese en murmuraciones y
quejas contra S. Bernardo, que habia predicado la Cruzada
y hecho esperar de ella un resultado feliz; pero el Santo se
justificó diciendo que los cruzados habian atraido sobre sí
la cólera del cielo con sus desórdenes, é impedido por con
siguiente la ejecucion de las promesas de Dios , como en
otro tiempo los israelitas en el desierto habian sido esclui-
dos de la tierra de promision á causa de sus crímenes. Ago
tado ya el Santo por las fatigas y las austeridades no so-
sobrevivió mucho tiempo á esta desgracia. Se tiene á San
Bernardo como al último de los Padres de la Iglesia: sus
virtudes eminentes y sus estraordinarios talentos le hacen
superior á todos los elogios.

Fundacion del orden de los Trinitarios


(año 1160).

Poco tiempo despues de la muerte de S. Bernardo vió


la Francia nacer en su seno un nuevo establecimiento, muy
útil á la Iglesia é infinitamente glorioso á la Religion.
Durante las Cruzadas un gran número de cristianos habian
sido hechos prisioneros por los infieles; á millares gemian
en las mazmorras espuestos al peligro de perder la fe, cuan
do un santo sacerdote se sintió inspirado por Dios para
trabajar en libertarlos. Juan de Mata, que tal era su nom
bre, nacido en la Provenza de padres virtuosos, habia re
cibido una educacion cristiana, y la gracia habia fortificado
sus felices inclinaciones. El estudio y la oracion eran las
ocupaciones ordinarias de su infancia; no conocia otro re
creo que las lecturas piadosas, y desde joven empezó á
mortificar su cuerpo con ayunos y otras penitencias, al pa
so que distribuia en limosnas todo el dinero que sus padres
le daban. Despues de sus primeros estudios se retiró por
algun tiempo á un eremitorio vecino para vivir en él en
una contínua aplicacion á las cosas de Dios; pero viendo
57
que estaba muy espuesto á las visitas de su familia vino á
París, donde estudió la teología y se graduó de doctor. Mau
ricio de Sulli , Obispo de París, informado de su ciencia y
de su piedad le ordenó de sacerdote. Celebrando su pri
mera Misa conoció por una luz interior los designios que
Dios tenia sobre él. Al momento el Santo sacerdote se dis
puso á cumplir su vocacion por medio del retiro y de los
ejercicios santos de la penitencia. Habiendo oido hablar de
un solitario que se llamaba Felix de Valois, y que vivia en
la diócesis de Meaux eu un sitio llamado Gerfroi, fué á en
contrarlo y le dió parte de sus designios. Formaron en se
guida unidos el plan de una sociedad religiosa, que debia
tener por objeto la redencion de cautivos. Con este plan
marcharon ambos á Roma, y habiéndosele presentado á
Inocencio III lo aprobó por una bula solemne, y erijiólo en
instituto religioso con el nombre de la Santísima Trinidad
para la Redencion de Cautivos. Vueltos á Francia fundaron
el primer convento de la orden en el sitio donde estaba la
ermita de Felix de Valois. Su vida era tan santa, el fin del
nuevo instituto era tan noble, la obra que en él se ejercia
era tan respetable, que bien pronto atrajo á sí la estima
cion y el aprecio de los fieles. Así es que los hombres vi
nieron en tropas á pedir el hábito de esta religion , y se
aumentó en pocos dias considerablemente el número de los
que pedian ser admitidos en la comunidad. El Santo fun
dador se vió obligado á fundar otros conventos, y los fieles
se apresuraban á contribuir á ello con piadosas liberalida
des. Entonces se dió principio á la obra particular de cari
dad á la que el Santo se habia enteramente consagrado.
Envió á Africa dos de sus religiosos, que por Ja primera vez
sacaron de mano de los infieles ciento ochenta y seis escla
vos. El mismo S. Juan hizo muchos viajes á España y á
Berbería , y procuró la libertad á ciento veinte cautivos.
En sus diferentes viajes esperimentó las mas grandes con
tradicciones, y corrió peligros de toda clase; pero nada
pudo mitigar la actividad de su celo. A pesar de tantas fa
tigas nada disminuyó sus austeridades. En fin, sintiendo sus
fuerzas agotadas se retiró á Roma, donde pasó los dos úl-
58
timos años de su vida visitando los presos, asistiendo á los
enfermos y consolando á los pobres. En sola la Religion
católica es en donde se hallan ejemplos de esta caridad ge
nerosa que sacrifica la quietud y la salud propias, y espone
la propia vida por procurar la felicidad agena. Una sensi
bilidad natural , una beneficencia humana puede muy bien
hacer algunos ligeros sacrificios, pero no son capaces de un
heroismo de esta clase que hace despreciar los trabajos, los
peligros y la muerte. Para inspirar una caridad como esta,
para nutrirla, para perpetuarla, son necesarios motivos mas
poderosos, y fuerzas muy superiores á todas las de la na
turaleza.

Martirio de Santo Tomás de Cantorberi


(año 1170).

La Iglesia, á quien S. Juan de Mata honraba en Fran


cia con su caridad , fué glorificada en Inglaterra por la fir
meza episcopal y por el martirio de Santo Tomás de Can
torberi. Nacido en Londres este Santo el año de 1117, se
mostró desde su juventud dotado de las mas brillantes cua
lidades: habia llegado á obtener la gran dignidad de Can
ciller de Inglaterra, y el favor mas distinguido cerca del
rey Enrique II. La Silla de Cantorberi vacó, y el Rey quiso
colocar en ella á su Canciller. Tomás-se resistió, é hizo en
tender al Rey que si llegaba á ser Arzobispo no podria
menos de incurrir en su desgracia, porque se creeria obli
gado á oponerse á ciertos abusos que reinaban en Ingla
terra. Enrique no hizo caso de sus representaciones , y le
hizo elegir Arzobispo por el capitulo de Cantorberi. Lo
que el Santo prelado habia previsto sucedió. El Rey se apro
piaba las rentas de los beneficios, y prolongaba las vacan
tes sin nombrar á ellos, para que durasen mas estos despo
jos. Tomás se levantó con fuerza contra este abuso. Se opu
so tambien á las empresas de algunos jueces legos que, con
desprecio de las inmunidades de la Iglesia, citaban á su tri
59
bunal á las personas eclesiásticas. En fin, mostró un celo
intrépido contra los señores y los oficiales que oprimian á
la Iglesia y usurpaban sus bienes. Enrique se enfureció, y
exijió que los Obispos hiciesen un juramento de mantener
todas las costumbres del reino. El Santo Arzobispo com
prendió que bajo la palabra costumbres entendia el Rey los
abusos de que acabamos de hablar, y se negó á prestar el
tal juramento. Desde entonces esperimentó una persecu
cion declarada, hasta el punto de ver en peligro su vida y
tenerse que refugiar á Francia. Llegado que hubo envió
á Luis VII dos de los que le habian acompañado para pe
dirle un asilo en sus estados. A la relacion que estos hi
cieron al Rey de lo que habia sufrido el Prelado , el prín
cipe les contestó con bondad: "Pues ¿y cómo el rey de
«Inglaterra ha olvidado estas palabras del Salmista: Irri-
ntaos y no querais pecar?—Sire, le dijeron los diputados,
« acaso se habria acordado si asistiese á los oficios divinos
«con la frecuencia que V. M." El rey se sonrió y prometió
su proteccion al Arzobispo, añadiendo: "Pertenece á la an-
«tigua dignidad de la corona de Francia el que los justos
«perseguidos, y sobre todo los ministros de la Iglesia, ha
blen socorro y seguridad en el reino. " De concierto con
el Papa trabajó Luis en seguida por reconciliar al Santo
Arzobispo con Enrique, y sobre la fe de esta reconcilia
cion volvió á Inglaterra ; pero aún no habian pasado tres
meses desde su llegada cuando el Rey se irritó de nue
vo contra él, y en un trasporte ó esceso de cólera llegó á
decir: "¡Y qué! ¿Nadie habrá que me vengue de un clérigo
que tiene turbado mi reino?" Estas palabras fueron un de
creto de muerte contra el Santo Prelado. Al instante cua
tro oficiales del príncipe formaron el horrible complót de
asesinar al Arzobispo. Marcharon en secreto á Cantorberi
y le asesinaron en la iglesia. Enrique luego que supo su
muerte se aflijió hasta consternarse. Protestó con juramen
to que no habia jamás ordenado este asesinato: se encerró
en su cuarto, de donde no salió en tres años, y donde estu
vo casi sin comer y sin recibir ningun consuelo ; por úl
timo, consintió en hacer cualquiera penitencia que se le
60
impusiese. Dios no tardó en manifestar la santidad de su
siervo con un gran número de milagros obrados sobre su
sepulcro, y con los castigos terribles que descargó sobre
Enrique , hasta que este príncipe apaciguó la cólera divina
con una penitencia ejemplar.

Tercera Cruzada (año 1190).

Enrique II , rey de Inglaterra , para espiar sus faltas en


parte habia resuelto ir en persona a socorrer los cristianos
de la Palestina. Se hallaba este pais verdaderamente santo
en la mas triste situacion. Saladino, Sultan de Egipto, ha
bia entrado en la Siria á la cabeza de cincuenta mil hom
bres , y habia conseguido una insigne victoria haciendo pri
sioneros á Gui de Lusiñan, rey de Jerusalén, á Reinaldo
de Chantillon , al gran Maestre de los Templarios y otros
muchos señores de distincion; pero la pérdida mas sensi
ble fué la de la verdadera cruz , que se habia llevado al
combate, y que los infieles habian cojido. Despues de esta
derrota del ejército cristiano nada pudo detener los pro
gresos de las armas de Saladino. Casi todas las ciuda
des abrieron sus puertas al vencedor. Puso sitio á Jerusa
lén, y se hizo dueño de ella. Así fué como cayó la ciu
dad santa bajo el poder de los infieles á los ochenta años
de haber sido conquistada por los fieles. No quedó á los
cristianos en toda la Palestina mas que tres plazas conside
rables, que fueron Antioquía, Tiro y Trípoli. La noticia de
este desastre consternó á todo el Occidente. El Papa Urba
no III murió de pena y de tristeza. Los reyes de Ingla
terra y de Francia, que estaban entonces en guerra, se
conmovieron tanto que olvidaron sus querellas particulares
para no cuidar mas que de servir á la Religion. Enrique II
murió antes de poder cumplir su voto, y su hijo Ricardo
fué el que se cruzó con Felipe Augusto. Para los gastos de
esta Cruzada se impuso sobre los bienes eclesiásticos una
contribucion que se llamó el diezmo Saladino, porque era
61
la décima parte de las rentas, y se destinaba á hacer la
guerra al sultan Saladino. Los dos reyes se embarcaron cada
cnal con su ejército. Felipe llegó el primero á Palestina , y
se juntó á los cristianos, que dos años habia que tenian si
tiada la ciudad de Acre. Este refuerzo ponia á los sitiado
res en estado de dar el asalto; pero Felipe quiso esperar la
llegada del rey de Inglaterra para que participase del ho
nor de tomar la plaza. En efecto, se rindió ésta por capi
tulacion , y uno de los principales artículos del tratado fué
que la santa Cruz sería entregada á los cristianos. Se espe
raba con bastante fundamento que este primer resultado
feliz sería seguido de nuevas conquistas, pero la mala sa
lud de Felipe, y algunas desavenencias que tuvo con el rey
de Inglaterra, le determinaron á volverse á Francia. No
obstante, porque no se le acusase de que abandonaba á su
aliado le dejó diez mil hombres de infantería y quinientos
caballeros, con el dinero necesario para mantenerlos por
espacio de tres años. Ricardo quedó solo en Palestina con
un ejército bastante fuerte para formar cualquier grande
empresa: ganó en efecto una batalla al Saladino, y si hu
biese marchado en derechura á Jerusalén hubiera vuelto
á tomar facilmente esta ciudad ; pero no supo aprovecharse
de la ventaja que habia obtenido, y dió tiempo al enemigo
para que fortificase la plaza. Habiéndose visto despues obli
gado á volver á Europa renunció al proyecto de este sitio,
despues de haber concluido con el Sultan una tregua de
tres años. Así fué como el resultado de esta espedicion se
redujo á la toma de Acre, que vino á ser el refugio de los
cristianos, que esperaron allí en vano el restablecimiento
del reino de Jerusalén.

Cuarta Cruzada ( año 1195).

El poco fruto de la tercera Cruzada no impidió que fue


se seguida de otra pocos años despues de la vuelta de Fe
lipe Augusto , sin que este príncipe tomase parte en ella.
62
Esta nueva espedicion fue emprendida por algunos señores
italianos y franceses, que tenian á su cabeza al Marqués de
Monferrato y á Balduino, Conde de Flandes. Se habian
convenido en reunirse en Venecia, y esta república se ha-
bia obligado á suministrar bajeles para trasportar los cru
zados á la Tierra Santa. Los venecianos, fieles á sus prome
sas, reunieron bien pronto los barcos necesarios para el tras
porte. Hicieron aún mas; quisieron tambien señalarse en
una guerra en que se hallaba interesada la Religion, y equi
paron á sus espensas cincuenta galeras para quinientos no
bles venecianos que se unieron á los cruzados. Se esperaba
la estacion favorable para darse á la vela, cuando el joven
Alejo, hijo del Emperador de Constantinopla, vino á im
plorar su socorro en favor de su padre , a quien un usur
pador habia destronado y encerrado en una estrecha pri
sion despues de haberle sacado los ojos. Prometíales Alejo
restablecer la union entre los griegos y los latinos, sumi
nistrar doscientos mil marcos de plata y víveres para un
año al ejército, facilitar la conquista de la Tierra Santa, y
mantener en ella quinientos caballeros para defenderla
mientras él viviese. Estas ofertas parecieron tan ventajosas
que se creyó debian aceptarse , aunque llevando la guerra
por esta parte se separaba la Cruzada del objeto que la ha-
bia formado. Así que en lugar de ir á Palestina se hizo vela
á Constantinopla. Los cruzados no necesitaron mas que seis
dias para tomar la ciudad. El usurpador huyó, y el joven
Alejo fué coronado emperador ; pero fue ahorcado muy po
co despues este príncipe por uno de sus oficiales que se
apoderó de su trono. En esta coyuntura los cruzados tu
vieron consejo para decidir lo que debian hacer; se creye
ron autorizados para vengar la muerte de un príncipe que
ellos habian protejido, y atacando de nuevo la ciudad de
Constantinopla la tomaron por asalto y la abandonaron al
pillaje. La autoridad de los gefes no pudo contener la li
cencia del soldado, que se abandonó á los mayores escesos.
Dueños de Constantinopla resolvieron los cruzados estable
cer en ella en cualidad de emperador á uno de entre ellos.
La eleccion cayó sobre Balduino , Conde de Flandes , cuyas
63
virtudes no pudieron menos de alabar los mismos griegos.
Este príncipe fué solemnemente coronado en la iglesia de
santa Sofía. Desde entonces tomó el título y las insignias
de Emperador de Oriente. Los otros señores cruzados par
tieron entre sí la mayor parte de las provincias del imperio
que estaban situadas en Europa , y ocupados únicamente de
mantenerse en ellas, abandonaron enteramente la espedi-
cion de la Tierra Santa , por la que habian tomado las ar
mas. Así se fundó el imperio de los latinos en Constanti-
nopla; mas no fue de mucha duracion; al cabo de cincuen
ta años volvieron los griegos á poner sobre el trono impe
rial á Miguel Paleólogo, de la familia de sus antiguos empe
radores. Esta conquista de los latinos, lejos de facilitar la
reunion de los griegos á la iglesia católica acabó de sepa
rarlos del todo. Los escesos cometidos en la toma y saqueo
de Constantinopla les inspiraron una aversion violenta con
tra los latinos, y debe ser esta la época en que debe colo
carse la entera separacion y el cisma consumado de la igle
sia griega.

Institucion de los Frailes Predicadores.

La institucion de dos órdenes religiosas célebres por


los servicios que han hecho á la Iglesia , y que siguió muy
de cerca á la cuarta Cruzada , ofrece á los ojos de la Reli
gion un objeto mas interesante que la mal segura conquista
de un imperio. Domingo, nacido en España de una de las
primeras familias de Castilla, fundó el primero de estos
institutos. Animado desde sus mas tiernos años de un ve
hemente deseo de trabajar en la grande obra de la salva
cion de las almas , puso todos los medios que estaban á su
alcance para emplearse con preferencia en beneficio de las
que se hallaban envueltas en las tinieblas del error. No tar
dó mucho en encontrar la ocasion de dar ejercicio á su san
to celo. Era canónigo de la Iglesia de Osma cuando don
Diego, que era su Obispo , lo llevó consigo á París, á donde
64
tuvo que ir por negocios de la corte de Castilla. A su paso
por la provincia de Tolosa vio los errores que la infestaban,
y concibió el proyecto de dedicarse á combatirlos, como lo
hizo á su vuelta, haciendo que le acompañase en tan santa
obra su mismo Prelado. Empezaron, pues , á tratar de que
volviesen al seno del catolicismo los Albigenses, cuyos erro
res infestaban mas singularmente la ciudad de Albi y sus
alrededores. Por esta razon se daba á estos herejes el nom
bre de albigenses, pues por lo demás eran sectarios dife
rentes divididos entre sí por varias opiniones, y que solo
convenian en despreciar la autoridad de la Iglesia, en pros
cribir el uso de los sacramentos, y en trastornar toda la
antigua disciplina. Estos fanáticos llevaban la desolacion y
el estrago por todo el pais. Se reunian á veces en tropas
de ocho mil y mas hombres, saqueaban las aldeas y las ciu
dades, degollaban los sacerdotes, profanaban los templos,
y despedazaban sacrílegamente los vasos sagrados. Los mi
sioneros conocian los peligros y la dificultad de la empre
sa, mas no se aterraron por eso: estaban dispuestos á sa
crificar su vida por una causa tan hermosa. Dios los libró
de muchos peligros; se habian apostado asesinos en un si
tio por donde Domingo debia pasar, pero felizmente esca
pó de sus manos. Como le preguntasen despues qué ha
bria hecho si hubiese caido en poder de los que le espe
raban para matarle, "en primer lugar, respondió, habria
«dado gracias á Dios , y despues hubiera suplicado á mis
«verdugos que hubieran cortado mis miembros uno por uno
«en pequeños pedazos, y hubiesen dejado correr mi sangre
«gota á gota, para que prolongando asi mi martirio hubie-
«sen aumentado mi mérito y enriquecido mi corona." Esta
respuesta causó una profunda impresion, en el ánimo de
sus enemigos. En virtud de ella le oyeron en muchas con
ferencias que con ellos tuvo , las cuales todas se termina
ron siempre de un modo ventajoso á la Religion. No habia
dia en que no se viesen brillantes conversiones; pero estas
mismas no servian sino para agriar cada vez mas los espí
ritus de los sectarios, que como se hallaban sostenidos por
Ramon, Conde de Tolosa, se atrevieron á cometer los mas
65
horribles escesos. Fue, pues, indispensable para reprimir
los recurrir á remedios violentos. Se publicó contra ellos
una Cruzada, no tanto porque erraban en la fe cuanto por
que trastornaban la sociedad, y turbaban enteramente la
tranquilidad pública. Simon, Conde de Monfort, tuvo el
mando del ejército que se reunió contra los albigenses. Este
señor los persiguió con viveza , y si en el cuerpo de sus
victorias se hallan alguna vez rasgos de una severidad "es-
cesiva, es menester contar que trataba con fieras y con
mónstruos, de los que creia no poder purgar las provincias
que desolaban sino por este medio. Por lo demás, Santo
Domingo no tuvo parte alguna en esta espedicion militar: la
dulzura y la paciencia fueron sus únicas armas. Cuando
vió que el ejército de los cruzados se acercaba, nada omitió
para que los obstinados albigenses evitasen el peligro que les
amenazaba. Hallándose en seguida entre los cruzados ad
virtió que muchos no llevaban otro objeto que el pillaje, y
que se entregaban á toda clase de desórdenes. Emprendió,
pues, el reformarlos á ellos mismos, y trabajó con ün celo
igual al que habia mostrado para convertir á los albigenses.

Obtiene Santo Domingo la confirmacion de su


orden (año 1216).

La Cruzada emprendida contra los albigenses no era ni


podia ser el único ni aun el mejor medio de restablecer la
fe en el Langüedoc. Dios quiso producir un bien tan gran
de mas bien por la persuasion que por el terror. Al efecto
inspiró á Santo Domingo la idea de formar una sociedad
de hombres apostólicos, que santificándose á sí mismos por
los ejercicios de la vida religiosa pudiesen trabajar eficaz
mente con sus predicaciones en difundir la luz de la fe, y
en procurar la santificacion de sus prójimos. Con este ob
jeto se asoció algunos compañeros que consintieron vivir en
comun segun el plan que el Santo les habia trazado. Toul-
ques, Obispo de Tolosa, apreció este proyecto, y favo-
PARTE II. 5
66
reció con todo su poder la ejecucion. Con su consentimien
to marchó Santo Domingo á Roma á fin de obtener la con
firmacion de la Orden del soberano Pontífice. Despues de
algunas dificultades que fueron bien pronto desvanecidas,
el Papa aprobó el nuevo instituto, y confirmó con su auto
ridad las constituciones. El Obispo Toulques dió á Santo
Domingo y á sus discípulos la primera iglesia que tuvieron,
fundada en Tolosa en honor de San Roman , y este acto es
citó en todos los ciudadanos de Tolosa una emulacion pia
dosa de concurrir cada cual segun podia al establecimiento
de los nuevos frailes. Esta emulacion se estendió muy lue
go á toda la provincia, pues en muy poco tiempo tuvieron
casas fundadas en Mompeller, Bayona, Lyon y otras muchas
ciudades. La reputacion de que gozaban estos nuevos reli
giosos conocidos con el nombre de frailes Predicadores, atra
jo á su Orden muchos hombres de un mérito distinguido.
Entonces el santo Patriarca envió muchos de sus discípulos á
diferentes paises para predicar en unos la penitencia y la
reforma de costumbres , y en otros defender la pureza de
la fe contra los herejes. A París fueron siete, á quienes la
universidad y un hombre piadoso llamado Juan , dean de
San Quintin, dieron la casa de S. Jacobo, de donde re
sultó el que se llamasen Jacobinos en Francia. Esta comu
nidad creció tanto en poco tiempo que Santo Domingo ha
lló treinta religiosos cuando vino á visitarla en el año
de 1219. El Santo fundador veia con un sensible consuelo
cómo prosperaba la obra de Dios , y no cesaba de orar por
la conversion de los herejes y de los pecadores. Nada le hu
biera sido mas agradable que el ir á anunciar el Evange
lio á las naciones bárbaras y derramar su sangre por Je
sucristo, si la voluntad de Dios no le hubiera retenido en
Europa. El fin principal que dió á su instituto del minis
terio de la palabra ó de la predicacion, no provino sino de
lo mucho que se hallaba animado de estos sentimientos.
Deseaba por consiguiente que todos sus hijos y religiosos se
aplicasen á dicho ministerio. Conocia el Santo bien lo im
portante que es esta tan alta funcion , y por eso ponia el
mayor cuidado en que sus frailes se dispusiesen á ella por
67
la práctica de todas las virtudes. Les enseñaba el arte de
hablar al corazon inspirándoles una ardorosa caridad hácia
Dios y hácia el prójimo. Un dia que venia de predicar le
preguntaron en qué libro habia estudiado su sermon. "El
«libro de que yo me he servido, respondió, es el de la ca-
«ridad." Predijo la hora de su muerte mucho tiempo antes
de que sucediese. Hácia el fin de julio dijo á algunos de sus
amigos: "Ahora me veis en buena salud y tan sano; no
«obstante, yo saldré de este mundo antes de la Asuncion."
En efecto, so vió atacado de una calentura violenta, y des
pues de haber exhortado á sus religiosos á edificar al pró
jimo y á honrar su estado con sus virtudes, espiró dulce
mente tendido sobre la ceniza. Si se apreciasen de buena
fe los servicios prestados por las Ordenes religiosas , todo
cuanto han hecho de importante para la conversion de los
pueblos , su instruccion y su consuelo , lo mismo que cuan
to han practicado para auxiliar á los pastores en el ejerci
cio de su ministerio, no se podria menos de convenir en
que nos han dado una multitud de hombres igualmente pre
ciosos á la Iglesia y al estado.

Institucion de los frailes Menores.

La segunda orden que se fundó por el mismo tiempo


tuvo por padre á S. Francisco, natural de Asís, pequeña
ciudad de Italia , quien por humildad dió á sus discípulos
el nombre de frailes Menores. Su padre, que era mercader,
lo destinaba á la misma profesion, y no puso el mayor es
mero en su educacion. Aunque el joven Francisco manifes
taba mas gusto por las diversiones frivolas del mundo que
por los ejercicios de piedad y de virtud, descubrió con todo
desde su infancia una tierna compasion hácia los pobres, á
los que socorria segun le era posible. Una vez no obstante
negó á un mendigo la limosna, segun suele suceder, y tuvo
despues un remordimiento tan vivo que resolvió dar en
adelante á todo el que le pidiese en el nombre de Dios ó
68
por Dios. Una enfermedad peligrosa que le atacó le hizo
tomar el partido de renunciar al mundo y de no servir mas
que al Señor. No mucho tiempo despues encontró á un po
bre cubierto de harapos, y desnudándose de un vestido suyo
que llevaba se le puso. Otro dia yendo de camino encontró
un leproso tan desfigurado que por el pronto le tuvo horror;
haciendo despues reflexion de que para servir á Jesucristo
es menester vencerse á sí mismo, se apeó del caballo, y be
sando y abrazando antes al asqueroso mendigo le dió limos
na. Cuando son los principios así, en poco tiempo se pro
gresa mucho en la virtud. Así es que Francisco se dejó ver
bien pronto como un hombre enteramente nuevo; buscaba
la soledad, y meditaba con ternura en los padecimientos
del Salvador. Esta vida retirada y piadosa no gustaba á su
padre, que muchas veces le maltrató, y por último llegó á
desheredarlo. Francisco no se habia creido nunca tan rico
como desde este momento en que se vió desposeido de todo.
Todo lo sufria con una paciencia admirable. w Abandonado
«del padre que tengo sobre la tierra, me dirijiré con mayor
«confianza desde hoy al Padre que tengo en el cielo." Re
tiróse despues á una pequeña iglesia, llamada la Porciún-
cula ó Ntra. Sra. de los Angeles, donde se puso á servir á
los leprosos, ejercitándose en las obras mas repugnantes de
la piedad y de la misericordia. Habiendo oido leer en las
Misas estas palabras que el Salvador dirigió á los Apóstoles:
"No lleveis consigo oro, ni plata, ni dos túnicas, ni calza
ndo, ni baston Ye ahí, esclamó lleno de júbilo, ve ahí
«lo que yo busco esto es lo que yo deseo con todo mi
«corazon." Al instante se despojo de sus zapatos y arrojó
su baston; renunció al dinero, y no se quedó mas que con
una simple túnica que ceñia con una cuerda, practicando á
la letra todo lo que acababa de oir. Comenzó desde enton
ces á predicar la penitencia con simples pero sólidos dis
cursos, que hacian la mas viva impresion sobre su audito
rio. Bien pronto tuvo consigo discípulos que imitaron su
penitencia y su celo, y que á su ejemplo anunciaban la pa
labra de Dios, exhortando á todos cuantos encontraban á
temer á Dios, á amarle, y á observar sus santos preceptos.
69
Algunos los oian con atencion y con fruto, pero á los mas
les chocaba su estraordinario vestido y la singular auste
ridad de su vida. Se les preguntaba de qué pais y de qué
profesion eran ; muchas veces se les negaba como á mal
hechores la hospitalidad, viéndose no pocas reducidos á pasar
las noches mas frias en los pórticos de las igle-iias. Otras
veces se les cargaba de injurias ; los muchachos y el popula
cho los perseguian arrojándoles piedras y lodo. Pero rego
cijándose de sufrir estos oprobios en el ejercicio del minis
terio evangélico, llegaron con su desinterés y su paciencia
á disipar todas las preocupaciones concebidas contra ellos, y
á conciliarse en todas partes la veneracion pública.

Confirmase la Orden de San Francisco.— Tra


bajos apostólicos de este ilustre fundador.

Viendo San Francisco que el número de sus discípulos


aumentaba, redactó para ellos una regla que no era ni es
mas que la práctica de los consejos del Evangelio; solo aña
dió en ella algunas observancias particulares para dar uni
formidad á su modo de vivir. Fue á Roma luego que hu
bo concluido la regla, y la presentó á Inocencio III, quien
la dió su aprobacion. El siervo de Dios condujo entonces
su pequeña sociedad á la iglesia de la Porciúncula, que le
fue cedida por una abadía de Benedictinos, de que hacia
parte y de que dependia, y allí fundó su primer estableci
miento. Esta iglesia fue como la.cuna de su orden. En se
guida se dedico á formar á sus discípulos propios para el
apostolado, Ies dió instrucciones para que ellos mismos
avanzasen en la perfeccion y para que pudiesen ganar al
mas á Jesucristo, y les encomendó sobre todo el que per
maneciesen siempre fuertemente unidos á la fe de la Igle
sia romana. Despues de haberles hablado bastante del rei
no de Dios, del desprecio del mundo, de la renuncia á la
propia voluntad y de la mortificacion del cuerpo, "nada
«temais, les añadió, porque parezcamos despreciables; po
70
«ned vuestra confianza en Dios, que ha vencido el mundo:
"hallareis quizá hombres duros que os maltraten; aprended
«á sufrir con paciencia las injurias y los ultrajes." Envió
los asi instruidos á diferentes paises, y se reservó para sí
la mision de Siria y del Egipto, con la esperanza de hallar
en alguno de estos paises la corona del martirio. Al efec
to se embarcó con un solo compañero, y abordó en Damie-
ta, donde se hallaba á la sazon el sultán Meledin. El Sultán
le preguntó que quién le enviaba á su corte y presencia.
"El Altísimo es, respondió atrevida y modestamente el
"Santo, quien me envia á enseñaros el camino del cielo,
«igualmente que á vuestro pueblo." Esta intrepidez gustó
al Sultán, quien le invitó á que permaneciese á su lado.
"Yo lo haré de buena gana, le contestó Francisco, si vos
«y vuestro pueblo os convertís á Jesucristo. Y para que
«no dudeis ni vacileis en mi propuesta de que abandoneis
«á Mahoma y os convirtais al Salvador, haced que encien-
«dan un gran fuego; yo me entraré en él con vuestros doc
tores y los ministros que querais de vuestra falsa secta,
«para que por el resultado veais cuál es la verdadera reli-
«giou.— Yo dudo mucho, repuso Meledin sonriéndose, el
«que ninguno de nuestros imanes quiera someterse á esta
«prueba; por otra parte sería de temer que esto escita-
«se alguna sedicion." Encantado, no obstante, el Sultán
con los discursos de Francisco, le ofreció ricos presentes que
el Santo hombre no quiso aceptar ; cuyo desprendimiento
le hizo mucho mas venerable al Sultán, que al fin le despi
dió diciéndole: "Pedid por mí, ó Padre, á fin de que Dios
«me haga conocer la Religion que mas le agrada, y de que
«me dé valor para abrazarla." Francisco á su vuelta de
Egipto convocó un capítulo general en Asís; su orden se
habia multiplicado en tal manera , que se contaron en el
capítulo mas de cinco mil religiosos. Como algunos de ellos
le suplicasen que obtuviese del Papa un privilegio en cu
ya virtud pudiesen predicar por todas partes sin permiso
de los Obispos, respondió con indignacion: "¡Qué, herma-
«nos mios! ¿Aún no conoceis la voluntad de Dios? El Señor
«quiere que ganemos primero á los superiores con la obe
71
«diencia y el respeto; despues facil nos será ganar á los in-
«feriores con nuestros discursos y los buenos ejemplos que
«les demos. Cuando los Obispos vean que vivís santamente
«y que nada emprendeis sobre su autoridad , os suplicarán
«entonces ellos mismos que trabajeis en la salvacion de las
«almas que les están confiadas. Nuestro singular privilegio
••debe ser el no tener privilegio alguno." Cuando el Santo
conoció que su muerte se acercaba redobló los rigores de
su penitencia. El mismo dia en que murió se hizo leer la
Pasion del Salvador, y habiéndose puesto á recitar el Sal
mo 142 espiró diciendo estas palabras: "Los justos me es-
aperan hasta el momento de la recompensa que vos, ó Dios
«mio, me dareis."

San Luis rey de Francia (año 1270).

La Iglesia, que en este siglo se vió aumentada é ilustrada


con la fundacion y trabajos de las dos religiones de que
acabamos de dar noticia , recibió tambien no poco incre
mento con las virtudes y gloriosos esfuerzos de dos monar
cas cristianos, modelos arabos sin duda de los que la Pro
videncia llama al alto destino de gobernar los pueblos. El
primero de ellos fue san Luis, nono del nombre, rey de
Francia, cuya justicia y demás virtudes reales no olvidará
jamás la Europa, y de cuya paciencia y demás virtudes cris
tianas tendrá el Asia memoria eterna. Hijo de la española
Doña Blanca de Castilla, recibió de esta Santa con la leche
una educacion propia á formar de él un héroe religioso y
un gran rey en todo sentido. "Mas quisiera, hijo mio, á pe-
«sar de la ternura con que os amo , veros privado de la
«corona y de la vida que manchado con un pecado mor-
«tal." Asi le decia esta piadosa reina cuando niño repeti
das veces; y el Santo rey grababa en su tierno corazon es
tas palabras con tal firmeza, que no solo fueron el alma de
sus operaciones, sino que hicieron el fondo de las instruc
ciones que dió á su hijo y sucesor Felipe cuando estaba pa
72
ra morir al frente de Tunez de la enfermedad que le lle
vó al cielo. Coronado poco despues de la muerte de su pa
dre se dedicó con esmero á enriquecer su alma con todas
las virtudes, y su espíritu con todos los conocimientos pro
pios de su estado. Asi es que cuando empezó á gobernar
por sí mismo salido de la menor edad, se aplicó á todos sus
deberes y los cumplió todos con la mayor exactitud. Los
conocia, y practicándolos hizo feliz á la Francia. Sin faltar
en nada á sus obligaciones de padre de los pueblos, consa
graba á los ejercicios de piedad las horas que hubiera podi
do dar al descanso. En ellos tomaba fuerzas y luces para
trabajar con mas acierto en el bien de su pueblo; y como
algunos llevasen á mal esta devocion les respondió con
dulzura: "Los hombres son muy estraños; se me hace un
«crimen de que me dedique á la oracion, y no se diria una
«palabra si gastase mi tiempo en el juego, en la caza y en
«otras diversiones dañosas á mis vasallos." Asi verificaba
lo que dice el Apóstol, que la piedad es útil para todo. El no
ignoraba que es una piedad falsa la que daña al cumpli
miento de los deberes respectivos; y los monumentos que
aún conserva de su reinado la Francia , y las leyes sabias y
los hermosos establecimientos con que la enriqueció, son
unos testimonios nada equívocos de la atencion que ponia
en todos los ramos del gobierno, y de que los deberes de
este eran su grande, su principal ocupacion. Algunos polí
ticos no han dejado de censurarle sus dos espediciones en
favor de la Tierra Santa; pero el resultado de ambas hizo
ver que Dios las permitió para que las grandes cualidades
de este guerrero cristiano se desarrollasen en un teatro mas
vasto que la Francia y aun que la Europa. Si la primera de
Egipto descubrió su grandeza de alma en la prision, la se
gunda á Tunez manifestó su paciencia y sumision herói-
cas. Despues de haber vencido en Egipto á los musulmanes
y héchose dueño de la importante plaza de Damieta , vió á
su ejército consumido por la peste, y reducido á la mas de
plorable situacion por la imprudencia y temeridad de su
hermano el Conde de Artois. Su valor aun en esta estremi-
dad hizo esfuerzos increibles, mas al fin cayó en manos de
73
los infieles, quienes no pudieron menos de admirar en su
prisionero la firmeza de ánimo heroica, que les hizo decir
mas de una vez que no habian visto jamás ni conocido un
cristiano mas fiero é indomable. "Estás en cadenas, le de
sdan los mamelucos despues que revolucionados habian
«asesinado á su Sultán , y nos tratas como si fuéramos tus
«cautivos." Tal era el porte de un rey que pocos dias antes
cojia en sus brazos y enterraba con sus manos los cadáve
res corrompidos de sus soldados. Asi es que los mismos
mamelucos trataron de hacerle su Sultán, y lo habrían ve
rificado á no ser la diferencia de religion. Libre al fin de
su cautiverio marchó á Palestina , y despues de haber edi
ficado á aquel pais con sus virtudes y consolado á sus habi
tantes con las limosnas que hizo y con el arreglo que puso
en las plazas para su seguridad, volvió á Francia con áni
mo de volver al socorro de aquel pais, cada vez mas ame
nazado de su total ruina. Preparóse, pues, y reunido un po
deroso ejército desembarcó en Africa y puso sitio á Tunez,
cuyo rey habia dado á san Luis esperanzas de que se haría
cristiano cuando pudiese verificarlo sin peligro. Mas estas
esperanzas se desvanecieron, y mientras el Santo rey se
preparaba á atacar la ciudad una maligna epidemia se di
fundió en su ejército, y despues de haberle arrebatado la
mitad de sus valientes atacó al mismo san Luis, que al fin
se vió precisado á guardar cama y á abandonar el cuidado
que hasta allí habia tenido por sí mismo de sus soldados.
Conociendo que su última hora se acercaba llamó á su pri
mogénito, le dió consejos dignos de él , y habiendo recibi
do todos los sacramentos espiró al pronunciar con los ojos
fijos en el cielo estas palabras del Salmista. "Entraré, ó Se-
«ñor, en vuestra casa , os adoraré en vuestro templo, y glo
rificaré vuestro santo nombre."
San Fernando Rey de España.

La Religion cristiana, que en una serie continuada de


reveses santificó á san Luis elevando su paciencia al mayor
grado de heroismo, santificó tambien á san Fernando en
España en medio de otra serie no interrumpida de vic
torias y de prosperidades. Algunos franceses han discutido
sobre la mayor ó menor virtud de estos dos santos reyes,
en virtud de lo contrario de los medios que sirvieron para
santificarlos; pero prescindiendo de fallar sobre una cosa
que á solo Dios compete, nos parece que los triunfos sebre
el amor propio son mas difíciles que los de la impaciencia
ó falta de conformidad con la voluntad de Dios. De todos
modos, lo cierto es que san Fernando en España se hizo
no menos buen rey venciendo, que lo habia sido en Fran
cia- su primo san Luis vencido. Como éste quedó Fernando
de pocos años sin padre, y debió á los cuidados y ternura
de Doña Berenguela su madre una esmerada educacion,
que desarrollando las preciosas cualidades de su alma no
solo le puso en el caso de servir a Dios, sino tambien en el
de gobernar á sus pueblos como un padre y defenderlos
como un héroe. La España, humillada entonces por los mo
ros y exhausta por la contínua guerra que se veia en la
precision de hacerles, necesitaba de un rey que supiese mul
tiplicar sus recursos, y á fuerza de valor y de heroismo los
sacase de sus enemigos. San Fernando hizo una y otra co
sa : asi es que sin causar ningun gravamen á la nacion la
engrandeció, la enriqueció, y la puso en el caso de que un
dia se librase del yugo vergonzoso que sobre ella gravitaba.
Parco como un monge, economizaba todo lo que podia con
respecto á su persona para no vejar á sus vasallos. Cierto
de que nada se comienza bien si no se cuenta con el cielo,
oraba con fervor, castigaba en sí mismo los pecados de su
pueblo con penitencias rigorosas, ejercia y administraba
justicia con la mayor exactitud, al paso que cuidaba con
75
esmero de que las mejores leyes arreglasen las costumbres
de los castellanos; y con esto casi como que obligaba en su
auxilio á Dios, quien nunca engañó su confianza. Su ejemplo
era imitado por sus huestes, que aunque fuesen numerosas
guardaban la mas severa disciplina; y esta, acompañada del
valor que infunde siempre una conciencia pura , los hacia
mirar con desprecio los peligros y la muerte. Corderos con
los cristianos, sufrían mil privaciones por no molestarlos ni
vejarlos; leones con los sarracenos, se precipitaban en las
lides seguros del vencimiento. Habian oido decir á su San
to rey, " que temia mas las maldiciones de una de sus vie-
«jas de Castilla que á todos los moros de allende y aquen-
«de del mar," y arreglaban su conducta con la de este pa
dre y salvador de Castilla. Nada por consiguiente detuvo
á Fernando cuando con tales soldados, enseñados por él á
temer y á servir á Dios, emprendió quitar á los moros lo
que aún usurpaban en Andalucía. Los reinos de Jaen y de
Murcia se le rindieron apenas los invadió; atacó á Córdo
ba, y Córdoba le reconoció por dueño; puso cerco á Sevi
lla, y Sevilla se le entregó. A los moros no quedó mas que
el reino de Granada, quien se sujetó á un tributo para des
viar la tempestad qne le amenazaba como a los otros. Lo
mas admirable es que en medio de tantas, y todas tan im
portantes victorias, jamás se engrió el ánimo del santo rey,
jamás se desmintió su humildad. Antes de alcanzarlas pro
curaba merecerlas con ayunos, oraciones y penitencias aus
teras. Despues de alcanzarlas daba siempre á Dios la glo
ria de la felicidad de sus armas, y de ahí nació la esplen
didez con que dotó los templos que ó consagró ó resti
tuyó al verdadero culto. Tan generoso con lo que hacia su
yo por el derecho legítimo de conquista á los moros co
mo económico con lo de sus vasallos, daba á Dios todo lo
que podia pertenecerle y le pertenecia , como lo prueban
muchos monumentos célebres de su magnánima piedad,
que hasta hoy han estado testificando al mundo las virtudes
del mejor de los reyes. Pero al fin los pecados de España
merecian que aún siguiesen los moros humillándola; y Dios
la privó de este guerrero cristiano, que sin duda la hubie
76
ra libertado enteramente de su ominoso yugo si hubiera vi
vido mas tiempo. Ya meditaba y disponia pasar á Africa á
atacar á los sarracenos en su propio pais, cuando una fie
bre maligna vino á poner el término á sus empresas glo
riosas. Conoció desde luego que el fin de su carrera se acer
caba, y como héroe cristiano se dispuso por medio de los
sacramentos y de la penitencia á cambiar su perecedera co
rona por la eterna, que tan bien habia merecido. Cuando
le llevaron la sagrada Eucaristía se postró como un culpa
ble llevando una soga al cuello, y habiéndola recibido llo
rando de amor y de gratitud espiró y se fue al cielo , de
jándonos acá en la tierra su cuerpo, que aún persevera en
Sevilla sin corromperse, como una prueba de su santidad
y de la gloria que disfruta.

Virtudes de Santo Tomás de Aquino.

Las dos órdenes religiosas de Predicadores y Menores


seguian por este tiempo ilustrando la Iglesia con sus vir
tudes y doctrina. La Europa necesitaba de estas dos antor
chas para acabar de triunfar de la ignorancia que habian
difundido por ella los bárbaros en su invasion, y la que
causaba la continuada guerra que los moros hacian en to
do el mediodia de ella. Los individuos , pues, de estos dos
institutos conocieron su mision y se aplicaron á ella con es
mero, resultando de ahí el que al fin los errores se disi
pasen y triunfase la Religion de ellos, como habia triunfa
do del paganismo y de las herejías. Pero entre todos á nin
guno debió la Europa tanto como al célebre Tomás de Aqui
no, ornamento y gloria de la orden de los Predicadores, y
sol de toda la Iglesia católica en cierto sentido. Nació es
te doctor, justamente llamado Angélico, de una familia no
ble en el reino de Nápoles. Recibió de sus padres una edu
cacion análoga á su nacimiento, y á las miras de engran
decimiento que su bella índole y sus raras cualidades hi
cieron concebir. Se le envió á las escuelas mas célebres de
77
Italia , primero á Monte-Casino y despues á Ñapoles, donde
habia una universidad floreciente. El joven Tomás anun
ciaba ya entonces los mas grandes talentos para las cien
cias, y las mas felices disposiciones para la virtud. Algunas
conversaciones que tuvo con un religioso Dominicano lleno
del espíritu de Dios, le hicieron concebir un vehemente de
seo de entrar en esta Religion; y efectivamente pidió y re
cibió su hábito á la edad de diez y siete años. Informada su
familia de esta determinacion, que tanto se oponia á las ideas
de grandeza que habian fundado en las bellas prendas del
Santo joven , nada omitieron de cuanto podia contribuir á
apartarle de sus santos propósitos; pero nada pudo debili
tarlos. Se apoderaron de su persona, le aprisionaron, le
maltrataron, y de cada vez se mostró mas firme. Por últi
mo, emplearon un medio que solo el infierno pudo suge
rir; tal fue el introducir una prostituta en su prision para
que lo sedujese, é introdujese la corrupcion en su inocente
alma. Tomás, asombrado del peligro que corria su pureza,
llamó en su auxilio al Dios de la castidad, echó mano en
seguida de un tizon, y arrojó con indignacion de su pre
sencia á la desgraciada que iba á tentarle y perderle. Des
pues de haber dado gracias á Dios por esta victoria se con
sagró de nuevo á su servicio, y le pidió con los ojos baña
dos en lágrimas la gracia de no pecar contra la virtud que
el demonio acababa de combatir en él. Su oracion fue
oida; por premio de su fidelidad recibió el don de una
castidad perfecta. Además permitió Dios que su familia le
pusiese en libertad, y le dejase dueño de seguir su voca
cion. Sus superiores le enviaron entonces á Colonia á que
estudiase allí con el célebre Alberto el Grande la teología.
Instruido por tan habil maestro hizo en poco tiempo los
mayores progresos en esta ciencia , pero los ocultaba por
humildad : hablaba muy poco para no dar entrada en su
corazon al demonio del orgullo. Este su silencio pasaba por
estupidez, y se le llamaba por derision el buey mudo. Pero
su maestro, que lo conocia á fondo , juzgó de él muy dis
tintamente, y dijo á los murmuradores que este buey daria
tales bramidos que atronaria con ellos el mundo; en lo
78
que no se engañó. Tomás acabada su carrera recibió el gra
do de doctor, y enseñó en París con la mayor celebridad.
Al mismo tiempo compuso un gran número de obras esce-
lcntes, que difundieron por todas partes su reputacion, sin
que esta fama dañase en cosa alguna á su humildad, pues
el Santo doctor atribuia su ciencia á Dios mas bien que á
su estudio. De ahí es que nunca se ponia á componer sin
haber invocado antes el Espíritu de Dios; y que redoblaba
sus oraciones en proporcion á las dificultades que tenia que
resolver. El Papa Clemente IV le ofreció el arzobispado de
Nápoles, y el Santo doctor lo rehusó. El soberano Pontífice
cedió á sus instancias humildes sobre este punto, pero le
mandó que fuese al Concilio general que iba á celebrarse
en Lyon. El Santo doctor obedeció, y aunque se hallaba
con calentura se puso en camino para dicha ciudad ; pero
el mal aumentó, y se vió obligado á detenerse en Fossa-No-
va, obispado de Terracina, donde murió ya maduro para el
cielo á los cuarenta y ocho años de su edad.

Doctrina de Santo Tomás.

uDel fruto de tus obras se saciará ó hartará la tierra/'


Estas palabras tomó por testo cuando en París recibió el
grado de doctor Santo Tomás, y ningunas otras pudieran
aplicarse mejor á los efectos que produjeron sus escritos.
La Europa por el trato con los sarracenos se habia dejado
infestar de mil errores, y por una consecuencia de estos la
impiedad se habia generalizado demasiadamente. El San
to doctor vió con afliccion de su ánimo este olvido y des
precio de los principios católicos , y tomando la pluma es
cribió su Suma contra gentiles, libro precioso que la Euro
pa toda recibió con aplauso, y que refutando los errores
del tiempo afirmó las creencias sociales, civiles y religiosas
de una manera admirable. Fue esta la primera obra que
publicó en la edad poco mas de veinte y cuatro años; pero
nada hay en ella que no sea muy sólido , nada que no sea
79
muy maduro. El gentilismo y todas las sectas que tienen
analogía con él porque niegan los misterios ó de la Trini
dad, ó de la Redencion, quedaron reducidos á polvo, y na
da tuvieron que oponer á las luminosas demostraciones con
que evidenció el Santo en ella la necesidad y la certeza de
la revelacion , la falsedad y las fatales consecuencias de los
errores en que ha caido la razon humana destituida de ella.
La dialéctica ó filosofía racional, que trasladada de Grecia á
Europa por medio de los árabes se habia apoderado de
las universidades católicas, hacia en ellas un terrible estra
go. Los sabios armados del sofisma invadian aun los mis
terios mas venerables , y á fuerza de raciocinios querian
destruir hasta los cimientos aquella fe que solo es meri
toria porque subyuga en su obsequio el humano entendi
miento. Aristóteles habia venido á ser para algunos auto
ridad mas respetable que san Pablo, y faltaba muy poco pa
ra que París y otras escuelas fuesen cada cual un Pelopo-
neso filosófico-teológico, en que sobre cada palabra se sus
citasen mil cuestiones, diesen mil combates, y se atacasen
los hombres con el mayor encarnizamiento. Santo Tomás
pudo muy bien refutar directamente y reducir á polvo to
das las inepcias filosóficas con que Pedro Abelardo, Avice-
na , Averroes y otros habian hecho inutil la filosofía y pro
fanado la teología; pero su genio sublime le hizo elevarse
á mayor altura, y cogiendo por delante á Aristóteles lo
purgó de los errores en que abundaba, esplicó y fijó los
principios de que los que se llamaban sus discípulos abu
saban, y cristianizando en cierto modo á este filósofo gen
til, lo obligó á que sirviese á la religion, contra la que ha
bia hasta entonces suministrado armas. La Europa sábia
quedó admirada, y cayó para su bien en el lazo que santo
Tomás la babia tendido con tanta destreza. Reconoció á su
ídolo Aristóteles, y al verle exento de manchas se adhirió
mas á él, y por consiguiente á la religion con que ya se ha
llaba tan conforme. Las herejías que desde el principio de
la Iglesia se habian suscitado en su seno , y todas las que
hasta el fin de los siglos podian suscitarse contra todas y
cada una de las verdades católicas, llamaron la atencion del
80
Santo doctor; y para refutarlas, y refutándolas poner la re
ligion á cubierto de todo ataque, compuso la Suma teoló
gica, obra inmortal y preciosa que ha hecho hasta aqui las
delicias de la Iglesia, la admiracion de los mas profun
dos talentos, y las riquezas intelectuales de todos los que
han buscado de buena fe el conocimiento de la verdad.
Aun hoy, que tanto cree el humano entendimiento haber
adelantado, admira el vasto plan de esta obra y la felicidad
con que está ejecutado. No hay artículo cuya congruencia
no se demuestre, no hay objecion cuya falsedad no se pon
ga en claro; el método en ella es divino, la abundancia
de doctrinas increible, la fuerza con que las espone sobre
humana. La Iglesia adoptó este libro para la enseñanza co
mun, y le ha colmado de mil honores, ninguno de los cua
les creo que esceda su mérito. Un Papa dijo que Santo To
más habia hecho tantos milagros cuantos artículos habia
escrito en ella; y el santo Concilio de Trento creyó que en
la mesa que estaba en medio de la sala ó pieza de sus se
siones podia colocarla al lado de la Sagrada Biblia. A estos
que hemos indicado añadió Santo Tomás otros muchos li
bros, todos preciosos, y dirigidos todos al bien de la socie
dad y de la Iglesia, pero que sería muy largo el indicarlos
solo por sus títulos. Entre los espositivos nombraremos so
lo á sus ilustraciones ó comentarios sobre las epístolas de
san Pablo, y encomendaremos con eficacia su Cadena de
oro sobre los Evangelios, que á mi juicio es el libro mas
bello que de esta clase se ha escrito. Las otras obras prue
ban la invencion, el juicio sólido y el profundo talento del
Santo; esta demuestra su memoria y el tacto esquisito con
que reunió y encadenó en un solo sentido, y como si él so
lo hablase, cuanto de mas importante habian dicho los Pa
dres todos de la Iglesia sobre cada testo del santo Evange
lio. Ella, como todas las demás, deja ver al Santo doctor
como un sol que puesto en medio de la Iglesia la alumbra
en todas direcciones, yaparta de ella las sombras del error
que pudieran ofenderla. Asi lució mientras vivió en el
mundo. Al morir fueron sus rayos mas vivos, aunque por
nuestra desgracia parece se ha perdido el libro sobre los
81
Cantares de Salomon que dictó cuando estaba en sus últi
mos instantes. ¡Oh! los rayos del sol que se pone se ocul
tan para nosotros bajo el horizonte, y asi las últimas ráfa
gas de este brillante astro parece que debian ponerse pa
ra nosotros con él bajo el horizonte del tiempo. Los últimos
cánticos de este cisne divino quizá no pertenecian mas que
á la eternidad.

Virtudes de San Buenaventura.

El orden de los Menores ó de san Francisco se veia


ilustrado con otro hombre eminente en todo cuanto pue
de honrar á la humanidad , cuando el de santo Domingo
brillaba con las virtudes y el saber de santo Tomás de
Aquino. San Buenaventura era por este tiempo su orna
mento y su gloria. Nació en Toscana de padres recomen
dables por su piedad, que le llamaron Buenaventura con mo
tivo de una palabra que san Francisco pronunció sobre él
anunciando las gracias de que la divina Providencia habia
de colmarle en seguida. Aún no tenia cuatro años este ni
ño de bendicion cuando fue atacado por una grave enfer
medad , de la que con sus oraciones le curó san Francisco,
habiendo ido su piadosa madre desolada á recomendarle al
Santo. Buenaventura, instruido de esta gracia que habia re
cibido de Dios, conoció todo su valor, y á la edad de vein
te y dos años entró en la orden de san Francisco segun el
voto ó promesa que habia hecho su madre. Poco tiempo
despues fue enviado á París á concluir sus estudios con el
célebre Alejandro de Hales, que era uno de los sabios reli
giosos de su orden. Buenaventura hizo con él tan rápidos
grogresos que fue admitido al doctorado al mismo tiempo
que santo Tomás, con quien estaba íntimamente unido. Es
tos dos Santos doctores se visitaban con frecuencia, y se pro
fesaban mutuamente la mas profunda estimacion. Un dia
Santo Tomás halló á su amigo ocupado en escribir la vida
de san Francisco, y no queriendo interrumpirle, "dejemos,
PARTE II. 6
83
«dijo, á un Santo trabajar por otro santo, pues sería una
«indiscrecion el distraerle." A los siete años de profeso
se le eligió para sustituir á Alejandro de Hales en la cá
tedra de teología, y el Santo la ocupó con distincion y ce
lebridad. Al dar las lecciones de esta ciencia sublime se
proponia menos el formar sabios que el hacer buenos cris
tianos; y enseñando á sus discípulos lo que debian creer,
les demostraba con su ejemplo lo que debian obrar. A los
treinta y cinco años se le cargó á pesar suyo con el gobier
no de toda su orden, que desempeñó como general de ella
con prudencia y con la capacidad que le distinguia. El Pa
pa Gregorio X, lleno de estimacion por sus talentos y sus
virtudes, pensó elevarlo á la dignidad de cardenal. El San
to doctor sospechó algo de esto, y trató de impedir la eje
cucion de este designio saliendo secretamente de Italia; pe
ro una orden terminante del soberano Pontífice le obli
gó á volver inmediatamente. Se hallaba en un convento de
su orden cerca de Florencia , cuando dos nuncios del Papa
le trajeron el capelo. Le hallaron ocupado en uno de los
mas bajos ministerios de la comunidad. Al verle se sor
prendieron, pero el Santo no manifestó embarazo alguno;
continuó á presencia de ellos el oficio que tenia empezado,
y luego que concluyó recibió suspirando las insignias de
su nueva dignidad, sin disimular la pena que le causaba el
tener que cambiar las funciones pacíficas del claustro por
las pesadas obligaciones que le imponian. Poco despues le
consagró el Pontífice mismo Obispo de Albani, y le man
dó que se preparase sobre las materias que se debian tra
tar en el Concilio de Lyon. San Buenaventura fue á este
Concilio y predicó en las sesiones segunda y tercera ; pero
se vió atacado allí mismo de una debilidad que le quitó po
co despues la vida. Ha dejado un gran número de obras
en que se nota la mas afectuosa piedad ; "conmueve al lec-
«tor en ellas enseñándole, " como dice un sabio Pontífice.
Es mirado este Santo como el mayor maestro de la vida
espiritual que hubo entre los doctores de su tiempo.
83

Primera reunion de los griegos Segundo Con


cilio de Lyon (año 1274).

El principal objeto del Concilio de Lyon era la reunion


de los griegos á la Iglesia latina ó romana, de la que se
habian separado ya tiempo hacia. Se abrió este Concilio el
dia 27 de mayo del año de 1274, y duró hasta el 17 de ju
lio. La reunion fué muy numerosa, pues se hallaron en ella
quinientos Obispos y setenta Abades. Jacobo, rey de Ara
gon, asistió tambien en persona, y los embajadores de otros
muchos soberanos. Miguel Paleólogo, emperador entonces
de Constantinopla , deseaba con ansia asistir, mas esto era
por política. Temia ser atacado por los príncipes latinos
por haber arrojado á Balduino III del trono imperial, y
para suspender ó evitar la tempestad que le amenazaba se
dirijió al Papa, y le ofreció emplearia su autoridad en ha
cer que cesase el cisma. Esta proposicion fué tanto mas
agradable al Sumo Pontífice, cuanto que los griegos ofre
cian por sí mismos una reconciliacion á la que les habia in
vitado muchas veces sin fruto, añadiéndose el que las cir
cunstancias ahora parecian ser las mas favorables para la
ejecucion de este gran proyecto. Miguel, que habia empe
ñado á Gregorio X en la convocacion del Concilio, no dejó
de enviar á él sus embajadores; estos fueron German, an
ciano patriarca de Constantinopla, Teofanto, metropolita
no de Nicea, y Jorje, gran tesorero del imperio. Traian una
carta para el Papa, en la que le llamaban el primero y so
berano Pontífice y el padre comun de todos los cristianos.
Otra traian escrita en nombre de treinta y cinco Arzobis
pos griegos igualmente que de todos sus sufragáneos- En
ella espresaban todos estos Prelados su consentimiento y
cooperacion á la estincion del cisma y á la reunion con la
Iglesia romana. A la llegada de estos embajadores todos los
Padres del Concilio los salieron á recibir y los condujeron
al palacio del Papa, que los recibió honrosamente y les dió
84
el beso de paz con las demostraciones todas de un pater
nal afecto. Los embajadores por su parte mostraron al su
mo Pontífice todo el respeto y todas las atenciones que se
le deben como á vicario de Jesucristo, y declararon que
venian en nombre del Emperador y de todos los Obispos
de Oriente á dar la obediencia á la Iglesia romana, y á
profesar la misma fe que ella profesa. Esta declaracion es
citó la mas viva alegría en todos los corazones. El dia
de S. Pedro celebró el Papa la Misa en la catedral de
Lyon y á presencia de todo el Concilio. Despues que se
cantó el Credo en latin , el Patriarca German y los otros
griegos , para denotar la unidad ó conformidad de su fe,
repitieron el mismo símbolo en griego. A la cuarta se
sion vinieron al Concilio, y fueron colocados á la derecha
del Papa despues de los Cardenales. Alli leyeron en alta
voz las cartas de que antes hemos dado noticia, y de que
eran portadores. Entonces el gran Logotetes abjuró el cis
ma en nombre de toda la nacion , aceptó la profesion de fe
de la Iglesia romana, y confesó el primado ó la primacía
de la Santa Sede. El Papa, despues de haber manifestado
en pocas palabras la alegría de la Iglesia, que al fin abraza
ba con ternura en su seno á todos sus hijos, entonó el Te
Deum , y todos los asistentes, uniendo sus voces y afectos á
los del sumo Pastor, dieron solemnes acciones de gracias
al adorable principio de todos los bienes. Todo parecia pro
meter una reunion durable y eterna, mas con todo no du
ró mas que hasta la muerte del emperador Miguel; su hijo
que le sucedió renovó el cisma.

Cisma de Occidente (año 1378) Concilio de


Constanza.

Otro cisma aún mas escandaloso afligió á la Iglesia poco


despues de el de los griegos. He aqui la ocasion. El Papa
Clemente V, que era francés, fijó su residencia en Aviñon,
y sus sucesores continuaron viviendo y teniendo su corte
8.5
en la misma poblacion. La Italia sufrió bastante con esta
ausencia de los Papas, y Roma en particular se vió despe
dazada por diferentes razones. Deseábase por consiguiente
con ardor y se solicitaba con ansia el retorno del Pontífice,
y que la santa Silla no saliese de la ciudad eterna ; y Gre
gorio XI se rindió por fin á las solicitudes de su pueblo , y
á los ruegos de una santa virgen de la orden de Santo Do
mingo, santa Catalina de Sena, que con sus milagros y per
suasion hizo ver al sumo Pontífice que la voluntad de Dios
era que se trasladase á su propia silla. Marchó, pues, de
Aviñon, y fué recibido en Roma en medio de las aclamacio
nes del pueblo y de las demostraciones de la mas viva ale
gría. Despues de su muerte el pueblo romano, creyendo y
temiendo que si se elejia Papa francés volvería á residir en
Aviñon, se tumultuó al rededor del sitio en que los Carde
nales tenian el cónclave, y se puso á gritar: "Nosotros
queremos, un Papa romano." A estos gritos sediciosos se
añadieron amenazas, declarando á los Cardenales que si
elejian un estrangero les pondrian la cabeza tan encar
nada como el capelo. Los Cardenales intimidados nombra
ron precipitadamente al Arzobispo de Barí, quien tomó el
nombre de Urbano VI. Este Papa, que era de un caracter
duro é inflexible, indispuso muy luego con su conducta al
go imprudente á los mismos qne le habian elcjido. Descon
tentos de su eleccion salieron de Roma, declararon nula la
eleccion por falta de libertad, y eligieron otro Papa con el
nombre de Clemente VII. Este desgraciado negocio puso á
la Iglesia en una confusion horrible. Toda la cristiandad se
vió dividida entre los dos Papas. Clemente fué reconocido
en Francia, en España, en Escocia y en Sicilia, y Urbano
tuvo de su parte á la Inglaterra, la Hungría, la Bohemia
y una parte de Alemania. Emplearon ambos uno contra
otro las armas espirituales, y con su conducta violenta en
cendieron cada vez mas el cisma, agriando todos los males
que eran su consecuencia. La muerte de Urbano no termi
nó estos escándalos. Los Cardenales de su partido le dieron
un sucesor, y los del partido opuesto hicieron lo mismo,
no una sino repetidas veces. En fin, los Cardenales afliji-
86
dos por esta escision funesta se reunieron en el Coucilio
de Pisa, y para hacerla cesar destituyeron á ambos los que
llevaban el nombre de Papas, y nombraron unánimemente
á Alejandro V; pero el cisma continuó, y los males se au
mentaron. La obstinacion de los creidos Papas, los celos
de los Cardenales de una y otra obediencia, los diversos
intereses de las coronas , todo hacia temer que el cisma se
perpetuase; pero la Iglesia tiene sus promesas, y Dios no la
abandonó en este peligro estremo. El rompió todos los
obstáculos que las pasiones humanas oponian al restableci
miento de la union, y esta se verificó en la asamblea gene
ral de Constanza, celebrada en 1414. Todos los preten
dientes al sumo Pontificado abdicaron ó fueron depuestos.
Allí se elijió á Martino V, que fué reconocido generalmen
te por lejítimo y único soberano Pontífice , y quien después
elevó á esta Asamblea al rango y autoridad de Concilio ge
neral en aquellas cosas que fueron conciliar y lejítima-
mente tratadas en ella. Hubo algunas que no lo fueron, es
pecialmente en la sesion cuarta, donde es menester confe
sar que la tal Asamblea erró. Por lo demás, aunque la Igle
sia estuviese dividida sobre el derecho de los concurrentes
al Papado cuando habia muchos, no por eso estaba menos
adherida á la sede Apostólica ó á la cátedra de San Pedro:
y este cisma tan deplorable como era en sí mismo, dañaba
á las conciencias mucho menos que los otros escándalos que
de él se seguian. Esta es la reflexion de S. An tonino de
Florencia, que á mitad del siglo siguiente escribia de este
modo: "Se podia vivir con seguridad de conciencia en el
«uno ó en el otro partido, porque aunque sea necesario
«creer que es uno solo el Gefe visible de esta Iglesia, sí no
• obstante acontece que sean creados dos á un mismo tiem-
/>po bajo este título, no hay necesidad de creer que sea este
«ó que sea aquel el legítimo, pero sí la hay de creer que
«el verdadero Papa es el que ha sido elejido segun las re-
«glas: mas como el pueblo no tiene obligacion de saber ó
«de discernir cuál ha sido este, puede seguir con respecto
«á esto la conducta y los sentimientos de sus prelados
« particulares. " El gran designio de Dios, que es la santifi
87
cacion de los escojidos, se cumplía del mismo modo en me
dio de los escándalos, pues hubo sin duda alguna persona
jes muy santos en una y en otra obediencia.

Condenacion de TViclef y de Juan Hus.

Además de la estirpacion del cisma, los Padres reunidos


en Constanza tenian por objeto la condenacion de las he
rejías que se habian difundido por Alemania á la sombra
del pasado cisma. Wiclef, doctor de la universidad de Ox
ford, habia .sido el autor principal. Habia empezado por
avanzar algunas opiniones singulares que fueron condena
das por el Papa Urbano V y por todos los Obispos de In
glaterra. El heresiarca para vengarse atacó á todo el orden
gerárquico de la Iglesia. Enseñó públicamente que el Papa
no es el vicario de Jesucristo; que los Obispos no tienen
preeminencia alguna sobre los simples presbíteros ; que la
autoridad eclesiástica se pierde por el pecado mortal; y que
la confesion es inútil al que se halla bastantemente contri
to. Estos errores no echaron raiz en Inglaterra, donde ha
bian nacido. Wiclef murió y su secta fué estinguiéndose en
aquel pais poco á poco ; pero este novador habia dejado al
gunos escritos infestados del veneno de la herejía. Estos
escritos fueron llevados á Praga por un caballero bohemio
que habia estudiado en Oxford , y comunicados á Juan Hus,
rector de la universidad de Praga. Este adoptó la doctrina
perniciosa que estos libros contenian , y se dedicó á propa
garla predicando con un ardor increible. A ella, como si no
bastase, añadió otros errores, entre otros la necesidad de
comulgar bajo las dos especies. Un gran número de perso
nas seducidas se unieron á él , siendo el mas ardiente en
seguirle Gerónimo de Praga , á cuyos esfuerzos, como á los
de su maestro, se debió que la secta hiciese en Bohe
mia grandes progresos. El Arzobispo de Praga y el Papa
Juan XXIII nada omitieron para contener los progresos del
error ; pero todos sus esfuerzos fueron inútiles , y Juan Hus
continuó difundiendo su pestífera doctrina en las ciudades
88
y en las aldeas , seguido de una multitud de pueblo que le
escuchaba con un ansia estremadamente loca. Las cosas se
hallaban en este estado cuando se tuvo la reunion de Cons
tanza. Juan Hus vino á ella en persona á defender por sí
mismo su doctrina. Antes de su marcha habia puesto en to
das las puertas de las iglesias de Praga una declaracion
en la que consentia en ser juzgado, y se sujetaba á todas las
penas impuestas á los herejes, si se le podia convencer de
algun error contra la fe. En virtud de esta declaracion , el
emperador Segismundo le dio un salvoconducto, no para
garantizarle del castigo á que él mismo se sometia, sino
para asegurarle en el viaje , y facilitarle el medio de justi
ficarse si habia sido calumniado, segun decia. Pero no bien
hubo llegado á Constanza cuando se puso á dogmatizar, sin
esperar el juicio del Concilio acerca de su doctrina. Se cre
yó pues necesario asegurar su persona, y el Concilio nom
bró comisarios que examinasen sus escritos. Hallaron eu
ellos un gran número de errores, de los que se trató en vano
que se retractase. Se presentó á la sesion que se celebró el
dia cinco de junio. Se le mostraron sacados de sus escri
tos muchos errores de Wiclef, y despues de haberle deja
do la libertad de esplicarse sobre cada artículo, se le ex
hortó á someterse al juicio del Concilio, y se le presentó
una fórmula de retractacion que rehusó obstinadamente fir
mar. El Concilio, que no queria llegar á estremos violen
tos, ensayó el vencer su obstinacion de todas cuantas ma
neras pudo. Se empezó por quemar con pública solemni
dad sus libros, creyendo intimidarle con este aparato ; pero
él persistió en su negativa. Viendo su porfiada y necia obs
tinacion se le degradó solemnemente de las santas órde
nes, y se le entregó al magistrado de Constanza, quien se
gun las leyes del imperio le condenó á ser quemado. Ge
rónimo de Praga, su discípulo y compañero de su temera
ria obstinacion , le acompañó tambien en el castigo. El Con
cilio no solicitó su suplicio, pero dejó obrar la justicia del
soberano, que ciertamente puede por el bien del estado cas
tigar á los que turban el orden civil difundiendo doctrinas
malas, siempre funestas á la tranquilidad pública.
89

Nueva tentativa para la union de los griegos.


Concilio de Florencia (año 1439).

Despues de la recaida de la iglesia griega en el cisma


de Focio, tentaron los sumos Pontífices todos los medios
imaginables para volverla á la unidad católica ; pero todas
estas tentativas habian sido inútiles y sin efecto. En fin , el
año 1437, el Emperador griego Juan Paleólogo y el Papa
Eugenio IV renovaron la negociacion, y convinieron en
que se celebraria en Occidente un Concilio general com -
puesto de griegos y de latinos. En virtud de este convenio
el Concilio fue abierto por el Papa en persona en la ciu
dad de Ferrara, en Italia. El Emperador y el Patriarca de
Constantinopla vinieron á dicha ciudad con otros veinte
Arzobispos griegos y un gran número de eclesiásticos de
la misma nacion, de una capacidad y de un mérito distin
guidos. Los Patriarcas de Alejandría, de Antioquía y de
Jerusalén enviaron tambien sus diputados. Llegados todos
sobrevinieron algunos inconvenientes que no permitieron
la continuacion del Concilio en Ferrara, y habiendo con
sentido en ello los mismos griegos fué trasladado á Floren
cia. Luego que allí se ilustraron todas las dificultades, el
Emperador, el Patriarca y los demás Obispos griegos die
ron una profesion de fe conforme á la de la Iglesia roma
na , en la cual reconocian particularmente que el Espíritu
Santo procede del Padre y del Hijo, y que el Papa es ca
beza y gefe de la Iglesia universal. En seguida fue aceptada
la reunion, y recibida con placer por entrambas partes.
Hízose un decreto en que se insertaron todos los puntos
que los griegos habian contestado antes, y este decreto fué
firmado por el Papa, por el Patriarca y por los demás Pre
lados griegos, escepto por Marcos de Efeso, que se negó cons
tantemente á suscribirlo. Así se terminó este gran negocio,
cuyo buen resultado causó una alegría universal en toda la
Iglesia, si bien fue de corta duracion. Cuando el Empera
90
dor y los Prelados estuvieron de vuelta en Constantinopla
se hallaron con el clero y el pueblo furiosamente preocupa
dos contra la union. Estos cismáticos llenaron de injurias
á los que la habian firmado, y colmaron de elogios á Mar
cos de Efeso porque habia tenido valor de oponerse solo á
su aceptacion. Los qUe habian asistido al Concilio de Flo
rencia, intimidados por este desencadenamiento de sus con
ciudadanos, renunciaron á lo que habian hecho, y el cisma
se fijó sin esperanza de volver á la unidad católica. Algu
nos años despues el Papa Nicolás V, Pontífice de una muy
gran piedad , reflexionando sobre los trabajos que se ha
bian tomado sus antecesores y los que habian con ellos
cooperado para la conversion de los griegos, y viendo ¡o
inútiles que habian sido, les escribió una carta en la cual,
despues de haber hablado de los preparativos que los tur
cos hacian contra ellos, los exhortaba á que en fin abriesen
los ojos sobre su pasada obstinacion. "Hace ya tiempo, les
«dice, que los griegos abusan de la paciencia de Dios perse
verando en el cisma. Segun la palabra del Evangelio, Dios
«espera á ver si la higuera despues de haber sido cultivada
«con tanto esmero produce al fin el fruto que debe; pero
«si en el espacio de tres años que Dios le concede aún no
«lo produce, el arbol será cortado por la raiz, y los grie-
«gos serán enteramente destruidos por los ministros de la
«justicia divina, que Dios enviará para ejecutar el castigo
«que está ya decretado en el cielo." Nosotros veremos muy
luego el cumplimiento literal de esta prediccion.-

Constantinopla tomada por Mahomet IT


(año H53).

Mahomet II , Sultan de los turcos , habiendo resuelto


reducir bajo su poder á Constantinopla, capital del imperio
de Oriente, la puso sitio en 1453 con un ejército de tres
cientos mil hombres y cerca de cien galeras, sin contar un
gran número de bastimentos pequeños. Era necesario que
91
los griegos hubiesen tenido fuerzas á lo menos iguales que
oponerles, pero la guarnicion de la ciudad consistia en
solos siete mil griegos y dos mil estrangeros , cuyo mando
habia dado el emperador Constantino Paleólogo á Justinia-
no, oficial genovés , de una gran capacidad y esperiencia.
El Emperador nada habia omitido para fortificar á Constan-
tinopla antes de la llegada de los turcos. Como esta ciudad
estaba rodeada de una doble muralla, Mahomet hizo prepa
rar una artillería de catorce baterías, en las que habia al
gunos cañones de un calibre tan prodigioso que calzaban
balas de piedra de doscientas libras de peso. Estas má
quinas terribles hicieron fuego dia y noche sobre la ciudad
con tanta ventaja, que en poco tiempo habian hecho á las
murallas anchas y practicables brechas. Los sitiados en la
situacion crítica en que se hallaban no dejaron de oponer
al enemigo una vigorosa resistencia , reparando las brechas
segun podian, y haciendo salidas oportunas en las que ma
taban gran número de turcos, é incendiaban sus obras y
trabajos. Ya cansados los turcos pedian en alta voz que se
levantase el sitio; pero Mahomet prometiéndoles el saqueo
de la ciudad los hizo que se resolviesen á dar un asalto gene
ral. Tomadas todas las disposiciones fué embestida la ciudad
por mar y tierra. Los griegos se defendieron con bravura
é hicieron prodigios de valor, mas habiendo sido herido
gravemente Justiniano tuvo que retirarse de su puesto. Esta
retirada desanimó de tal manera á los griegos que comen
zaron á desamparar el muro. Los turcos aprovechan la oca
sion , se arrojan con ímpetu por la brecha , persiguen á los
fugitivos, y matan á la mayor parte. El Emperador, que se
habia colocado en persona en la brecha, hacia esfuerzos
prodigiosos de valor, pero fué arrastrado por la multitud
y pereció con ella. Muerto el Emperador ya los turcos no
hallaron resistencia; entraron y se apoderaron de la ciudad,
en la que nada escapó á la espada de los vencedores. Hi
cieron estos una horrible carnicería en los habitantes, y en
las tres horas que duró el saqueo cometieron los mas atro
ces y horribles escesos. Así pereció el imperio de Constan-
tinopla despues de haber subsistido por espacio de mil cien
92
lo veinte y tres años, contando despues que la silla del im
perio fué trasladada allí por Constantino el Grande en 330.
Fué esta pérdida un manifiesto castigo de su obstinacion en
el cisma. Dios les esperó con paciencia, y ellos no quisieron
aprovecharse del tiempo que se les concedió para volver á
entrar en el seno de la verdadera Iglesia. Habian despre
ciado las amonestaciones que se les habian hecho, y caye
ron víctimas de la Justicia divina. No quisieron reconocer
la autoridad deS. Pedro en sus sucesores, y vinieron á gemir
bajo la tiranía de los infieles, de los que nada tenian que
esperar mas que la opresion y la esclavitud. Todo reino
que se opone al de Jesucristo está amenazado de la maldi
cion divina, y se pone en peligro de no subsistir mucho
tiempo.

Institucion del orden de los Mínimos (año 1 507).

La Iglesia, á quien la ruina total del imperio de Orien


te nflijicra con estremo, no dejó de sentir algun consuelo
al ver la moderacion de que usó el vencedor. Mahomet de
jó subsistir la Religion cristiana en el pais de que acababa
de hacerse dueño. Habiendo sabido que la Silla Arzobispal
de Constantinopla estaba vacante, estableció él mismo un
Patriarca. Otro motivo de consuelo proporcionó Dios á la
Iglesia en la Santidad de Francisco de Paula , hombre sus
citado por Dios para formar un nuevo orden religioso, es
pecialmente consagrado á la penitencia y á la humildad.
Nació este Santo fundador en la pequeña ciudad de Paula,
en Italia , y de allí tomó su nombre. Sus padres , que eran
muy virtuosos, le inspiraron desde muy temprano el gusto
por la piedad , no tanto con sus discursos como con sus
ejemplos. El joven Francisco se sintió llamado á una vida
austera y mortificada, en la que se ejercitó con esmero ca
si desde su infancia. No comia carne, ni pescado, ni hue
vos, ni leche. De esta abstinencia se hizo una ley que ob
servó religiosamente toda su vida. Inclinado á la soledad
93
por una voz interior que le llamaba imperiosamente, se re
tiró á una gruta cercana al mar, donde se ocupaba sin
cesar en las cosas de Dios. Allí, sin otra cama que la dura
roca, vivia con solo el alimento que le suministraban las
yerbas que crecían al pie de la roca. Debajo de un hábito
vil y pobre llevaba un áspero cilicio. La reputacion de una
virtud tan rara en un hombre tan joven atrajo á su lado
una multitud de personas, que le suplicaron los asociase á
su soledad y les enseñase á servir á Dios. No pudiendo re
sistir á sus instancias permitió que edificasen chozas por
celdas, y un oratorio cerca de su gruta. Esta fue como la
cuna de la orden que fundó poco despues ; porque el au
mento que su comunidad tomaba diariamente le hizo to
mar la resolucion de construir en el mismo lugar un mo
nasterio y una iglesia, como lo ejecutó con los socorros que
le suministraron los habitantes de las cercanías. La regla
que dió á sus discípulos fue la de observar una cuaresma
perpétua; y para enseñarles que la penitencia nada vale sin
la humildad, quiso que hiciesen una profesion particular de
esta última virtud, y que se les llamase Mínimos, esto es,
los menores de todos los religiosos. Su orden fue aprobada
por Sixto IV en 1474. Luis XI oyó hablar de la virtud es-
traordinaria de Francisco de Paula , y con la esperanza de
que con sus oraciones le curase de una enfermedad que pa
decia, invitó al Santo á que le viniese á ver. El Papa man
dó á Francisco que diese gusto al Rey, y habiendo obede
cido fue recibido por el Monarca con demostraciones sin
gulares de veneracion. Luis se echó á sus pies, y le suplicó
pidiese á Dios el restablecimiento de su salud ; pero Fran
cisco se dedicó á hacerle entrar en disposiciones mas cris
tianas, le exhortó á someterse á la voluntad de Dios, y le
puso en el caso de que hiciese al Señor el sacrificio de su
vida. Hízose respetar de toda la corte por su perfecto des
interés y por la sabiduría de sus discursos, que en un hom
bre sin letras y sin cultura no podian nacer sino del Es
píritu divino: asi es que no se le conocia mas que por el
Santo hombre, el hombre de Dios. Los sucesores de Luis XI
le colmaron de beneficios, y tuvo el placer de ver á su or
94
den dilatarse no solo en Francia é Italia, sino tambien en
España y Alemania. Por fin, cayó enfermo en el convento
de Plessis-les-Tours el domingo de Ramos; el Jueves santo
bajó á la Iglesia á recibir la sagrada Eucaristía, que recibió
efectivamente descalzo, con una soga al cuello y con gran
des sentimientos de piedad, derramando copiosas lágrimas.
Murió el dia siguiente, despues de haber exhortado á sus
religiosos á amarse mutuamente y á la observancia de la
regla.

Herejía de Lulero.

Dios tiene cuidado de consolar á su Iglesia, como aca


bamos de verlo, y la da testimonio de su proteccion para
afirmarla en las diversas tempestades que contra ella se re
nuevan sin cesar. La que Lutero suscitó al principio del si
glo XVI fue la mas terrible y la mas funesta que habia ella
sufrido desde el tiempo del arrianismo. Este heresiarca, na
cido en Sajorna, era del orden de los ermitaños de san
Agustin, y doctor de la universidad de Witemberg. Espíritu
inquieto, fogoso y lleno de presuncion, se exaltó con mo
tivo de las indulgencias concedidas por Leon X, á causa de
haber confiado ó encargado la predicacion de ellas á los Do
minicanos y no á los de su orden. Comenzó por declamar
contra el abuso de las indulgencias, y despues contra las
indulgencias mismas. En seguida atacó la doctrina de la
Iglesia sobre el pecado original, sobre la justificacion y so
bre los sacramentos. Estas novedades implas fueron conde
nadas como debian serlo por una bula del Papa, y el no
vador irritado aplicó su furor á combatir el primado del
sumo Pontífice; y no guardando ya medida ni modo cami
nó de estravío en estravío y de esceso en esceso, renovan
do todos los errores que habian sido condenados ya en los
albigenses, en Wiclef y en los husitas. Escribió contra el
purgatorio, contra el libre albedrío, contra el mérito de las
buenas obras, y hasta contra el santo Sacrificio de la Misa.
95
Tal fue el principio de su funesta apostasia de la antigua
fe; apostasia que se atrevió á calificar con el nombre de re
forma, pero que la conciencia europea miró siempre con
los ojos que debia, y apellidó con los nombres que le eran
propios, de herejía, de impiedad, etc. Por último, se califi
có á los sectarios de estos errores con el nombre de protes
tantes, porque protestaron contra todo lo que tenian obli
gacion de creer y lo que se les mandaba obrar. Como Lu-
tero necesitaba apoyo para sostener su atrevida empresa,
exhortó á los príncipes de Alemania á que se apoderasen
de los bienes de la Iglesia , pues sin duda era este el medio
mas seguro de atraerlos á su partido. Asi es que la espe
ranza de recoger despojos tan ricos le atrajo un gran nú
mero de poderosos. Federico, elector de Sajonia, y Felipe,
Landgrave de-Hesse, se declararon altamente sus protecto
res. Lutero ganó á este último príncipe por medio de una
complacencia todavía mas vergonzosa. Felipe quiso con
traer un segundo matrimonio viviendo aún su primera mu-
ger; creyó poder obtenerlo todo del nuevo reformador, y
se dirigió á él como en consulta. Lutero reunió en Witem-
berg los doctores de la nueva reforma , y contra la espresa
prohibicion de Jesucristo en el Evangelio dió al Landgra
ve el permiso de tener dos mugeres simultáneamente. Para
multiplicar sus sectarios atacó la ley del celibato de los sa
cerdotes y religiosos, y dió el ejemplo de infringirla casán
dose, monge y sacerdote, con una joven religiosa que habia
sacado de su convento para seducirla. Tales lecciones sos
tenidas por tales ejemplos hallaron fácil acogida en el es
píritu de los pueblos ; y una secta tan favorable á las incli
naciones corrompidas del corazon humano se acrecentó de
dia en dia. De la alta Sajonia se estendió á las provincias
septentrionales, en los ducados de Brunswich, de Meklem-
bourg, de la Pomerania y de la Prusia, donde el gran
Maestre del Orden teutónico se hizo luterano. Lutero, al
verse á la cabeza de un partido tan terrible , se quitó la
máscara : exhaló entonces su bilis contra el Papa y contra
las personas mas respetables; vomitó un torrente de inju
rias groseras contra ellos, de tal manera y con tal desver
96
güenza que solo un delirio el mas furioso podia sugerirlas
tales á un frenético. No se pueden leer sin dolor mezclado
de indignacion las bufonadas indecentes, las chanzonetas
obscenas, y aun las torpezas indecentes de que están sem
brados sus escritos; y cuesta trabajo persuadirse que seme
jante personage haya podido arrastrar á su partido tantos
pueblos y provincias. Necesario es que la codicia y el amor
de los placeres tengan sobre el corazon humano un ascen
diente bien imperioso, cuando con solos estos medios, que
fueron los únicos que el heresiarca empleó, pudo cegar los
hombres hasta el punto de abrazar su doctrina, habiéndose
ésta estendido largamente para eterno oprobio de la mise
rable razon humana.

Calvino aumenta errores á los errores de Lutero


(año 1536).

Luego que Lutero dio el ejemplo de cambiar la doctri


na antigua recibida entre los fieles, un gran número de
pretendidos reformadores, rabiosos como él por sacudir el
yugo de la autoridad, se lanzaron en esta innoble carrera,
y adoptando una parte de sus errores añadieron otros nue
vos para satisfacer así su orgullo. El que mas se distinguió
entre todos estos fue Calvino, á quien se mira como á la
segunda cabeza ó segundo gefe de los novadores. Nació es
te heresiarca en Noyon , y despues de haber estudiado las
humanidades en París, cursó el derecho en Orleans y en
Bourges, escuelas que entonces gozaban de cierta reputa
cion. Tuvo por maestro en esta última ciudad á un hombre
célebre, aunque imbuido en la pestífera doctrina de Lute
ro. El discípulo bebió en su escuela el gusto por las nove
dades, y no disimuló sus malvados sentimientos. La Fran
cia se esforzaba entonces por arrojar fuera de sí el contagio
que en ella empezaba á introducirse, y Francisco I su rey
se declaró contra los luteranos. Temiendo pues Calvino que
le prendiesen se retiró á Basilea. En esta ciudad publicó
97
su libro de la institucion cristiana, que es como un com
pendio de toda su infame doctrina. Escepto en el artículo
de la Eucaristía, en nada se apartó de los sentimientos de
Lutero sino en cuanto los dió alguna mayor estension. En
señó que el libre albedrío quedó enteramente estinguido
por el pecado ; que Dios ha criado la mayor parte de los
hombres para condenarlos, no á causa de sus culpas sino
porque así le acomoda; refuta la invocacion de los santos,
el purgatorio y las indulgencias; no quiere Papa, ni Obis
pos, ni sacerdotes, ni fiestas, ni culto esterior, ni ninguna
ceremonia sagrada, á pesar de que sean como son del ma
yor auxilio para elevar el alma hasta la adoracion del Sér
Supremo. Lutero, á pesar del gran deseo que tuvo de ne
gar la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, quedó
tan convencido de ella que jamás pudo abandonar este
dogma ; Calvino adelantó el paso; rompió la barrera, y se
atrevió á negarla. Es verdad que apretado por la fuerza de
las palabras del Salvador, este es mi cuerpo , esta es mi san
gre, como tambien por la fe constante y universal de este
misterio, manifestó un estraño embarazo en la manera de
espresarse, y aun parece que se avergüenza de su propia
doctrina. Es un homenage forzado que tributa á la verdad
en el acto mismo de combatirla. El novador hizo varias
correrías para difundir su veneno , y en seguida vino á es
tablecerse en Ginebra, que ya algunos años antes habia lan
zado de sí á su Obispo y abrazado el luteranismo. Allí ejer
ció el empleo de predicador y de profesor de teología. Ha
biendo logrado bastante crédito hizo de esta ciudad co
mo el centro de su secta , y desde allí atizó el fuego de" la
herejía y de la discordia en Francia y en otras partes de
Europa. Su poder en Ginebra era absoluto, y nadie se atre-
via á resistirle porque nadie lo hubiera hecho impunemen
te. Miguel Serveto, el médico, fue quemado en Ginebra pú
blicamente por haber avanzado algunos errores contra la
Trinidad , al mismo tiempo que declamaba Calvino con fu
ror contralla justa severidad con que en Francia se proce
dia contra lqg, herejes: asi se desmiente la iniquidad á sí
misma. Culmdo no podia ejercer de otro modo su vengan-
PARTE l9- ^ 7
* »
98
za se abandonaba á arrebatos de cólera, indignos no ja de
un reformador, sino de un hombre vulgar de mediana edu
cacion. Los epítetos con que adornaba á los que se atrevian
á contradecirle eran los de cochino, bestia, burro, perro ra
bioso, etc. |Qué lenguage tan estraño en la boca de un hom
bre que se tenia y queria se le tuviese por un apostol! Com
párese este lenguage, no diré con el de un S. Pablo por no
profanar este nombre en una tan baja comparacion, sino
con el de cualquiera de los hombres verdaderamente envia
dos á enseñar la verdad y la virtud á los pueblos, y por el
contraste se juzgará inmediatamente la diferencia que hay
entre los que Dios envia y los que han sido y son órganos
del demonio, de la herejía y de la impiedad que Dios per
mite para castigo del mundo. Pocas demostraciones hay tan
bien sentidas por la conciencia como la que forma este
contraste.

Violencias de los protestantes.

La herejía es cruel, y enemiga de toda subordinacion.


Los arrianos habian escitado las mayores turbulencias y
practicado las crueldades mas horribles : los protestantes
hicieron lo mismo. Igualmente despreciaron la autoridad
temporal del príncipe que la espiritual del Papa. "Si me
«es permitido, decia Lutero hablando á su soberano, si me
«es permitido por amor á la liberta^ cristiana poner bajo
«mispies los decretos de los Papas y los cánones de los
«concilios, ¿pensais que respetaré vuestras órdenes hasta el
«estremo de mirarlas como leyes? El Evangelio, dice en
«otra parte, .siempre ha causado turbaciones: es necesario
«derramar sangre para establecerlo." ¿Qué horribles esce
nas no ha causado esta doctrina sediciosa en toda la Euro
pa^ En Alemania se tumultuaron los luteranos, tomaron'
las armas, y llevaron la destruccion y el esterminio á las
provincias de Suavia, de la Franconia y de h\ AÍsacia, sa
quearon y quemaron las iglesias, destruyeron los monaste-
99
ríos y castillos, y degollaron á los sacerdotes y religiosos.
Formaron despues nn ejército de setenta y dos mil hombres,
que el emperador Carlos V apenas pudo contener y redu
cir. El calvinismo ¡cuánta sangre ha derramado en Fran
cia! Facciones contínuas, guerras civiles y sangrientas bata
llas despedazaron á este reino por el espacio de tres reina
dos consecutivos. No se puede leer la historia del calvinis
mo sin estremecerse con la relacion de los escesos que ha
cometido ó que ha ocasionado. Llegan hasta veinte mil las
iglesias que estos fanáticos han destruido en sus revolucio
nes, y en el curso de las guerras que han hecho á la legitima
autoridad. En sola la provincia del Delfinado mataron dos
cientos cincuenta y seis sacerdotes y ciento doce monges,
habiendo incendiado novecientos pueblos entre chicos y
grandes. Su furor no perdonaba ni á los muertos; hasta las
preciosas reliquias de los mártires y confesores de Jesucris
to eran profanadas con sus sacrílegas manos; arrancaron
por fuerza sus sagrados cuerpos de los sepulcros ó depósi- a
tos sagrados en que se conservaban , los arrojaban al fuego
con burla y risotadas de la impía plebe, y arrojaban des
pues sus cenizas al viento. Para no citar mas que dos ejem
plos de esta impiedad cruel, en 1562 rompieron la caja de
san Francisco de Paula en Plessis-le-Tour, y habiendo ha
llado el santo cuerpo entero y sin corrupcion lo arrastra
ron por las calles y lo quemaron despues en una hoguera
que hicieron con la madera de una cruz grande. En el mis
mo año robaron en Lyon la caja que contenia las reliquias
de S. Buenaventura, la despojaron de todo lo que tenia al
gun valor, quemaron los restos del santo cadaver, y echa
ron las cenizas en el Saona. Si las máximas de la herejía,
que se adula á sí misma con el nombre de Religion refor
mada, autorizan tales escesos, ¿puede ser el Evangelio de
Jesucristo el de que ella hace ostentacion? Nuestro Señor
al enviar á sus Apóstoles les habia dicho: "Os envio como
• «corderos en medio de los lobos: no opondreis á su cruel-
«dad mas que la paciencia y la dulzura." Hubo sin duda
sangre derramada por el establecimiento del Evangelio, pe
ro esta sangre era de los corderos, y los lobos eran los que
100
la derramaban. Los fieles no aprendieron entonces de les
Apóstoles otra doctrina que la de la paciencia y la sumision
á los soberanos, á la que no faltaron jamás. Ellos decian por
boca de S. Justino en su apología: "Nuestras esperanzas
■ no se fundan en el mundo presente, y por eso ninguna
«resistencia hacemos al verdugo que viene á herirnos. " A
los emperadores decian: "Nosotros no adoramos mas qae
«á un solo Dios, pero en todo lo demás os obedecemos con
«alegría." Decian tambien con Tertuliano: "Como cristia-
«nos suplicamos á Dios os conserve dándoos una larga vi
uda, un reinado pacifico, seguridad en lo interior, armas
«victoriosas en lo esterior, un senado fiel, subditos sumi-
«sos, una paz universal, y todo lo que un hombre y un
«Emperador pueden desear." ¡Qué diferencia entre este
espíritu del cristianismo y el de la pretendida reforma !

Variaciones de las iglesias protestantes. -

Uno de los caracteres de la herejia es el estar sujeta á


dividirse y á variar en sus dogmas. Como el autor de ella
la ha compuesto de su propio ingenio y fondo, cada par
ticular se cree igualmente con derecho de cambiar segun
su ingenio y de modificar á su gusto lo que ha recibido:
el autor de una secta no tiene para innovar mas derecho
que el que tienen sus sectarios. Se vio esta instabilidad
de doctrina en los arrianos, pelagianos, etc., y no ha sido me
nos palpable entre los protestantes. Lutero y Calvino no
han podido contener á sus secuaces en los límites que les
habian querido prescribir; aunque el prescribir semejantes
límites era contra la máxima fundamental de la secta , pues
que habian anunciado una libertad que llamaban evangé
lica, desconocida hasta entonces, en virtud de la cual cada
particular era dueño de arreglar su creencia. ¿Y qué po
dria resultar de esta libertad sino una estraña confusion
de doctrinas y una perpétua variacion? "Los que han ne-
«gado un solo artículo de la fe , decia en el siglo V el cé-
101
«lebre Vicente de Lerins, atacarán bien pronto á los de-
«más; ¿y cuál será la consecuencia necesaria de este modo
«de reformar la Religion, sino que los tales reformadores
»no pararán nunca, sino que la mudarán sin cesar hasta que
«no quede el mas pequeño rastro de ella?" Esto fue lo que
sucedió en la nueva reforma. Despues de sacudido el sa
ludable yugo de la autoridad de la Iglesia , carecia de to
do principio de unidad, porque sola esta autoridad es la
que puede contener la licencia ó libertinaje de pensar de
los hombres. La reforma de consiguiente, abandonada al
examen y al juicio de cada particular, ha variado mil ve
ces, ha tomado mil diferentes formas, y se ha dividido en
anabaptistas, en cuákeros, en arminianos, en gomaristas,
en episcopales, en puritanos, en socinianos y otras mil
sectas, todas las cuales tienen dogmas opuestos, no con
viniendo en cosa alguna mas que en el odio comun que
profesan á la antigua fe, y en el desprecio de toda autori
dad. Se han visto todos los dias nuevos predicantes que,
descontentos de lo que sus gefes habian establecido, no han
cesado de hacer cambios en ello. De ahí ha nacido esa mul
titud de profesiones de fe que se contradicen entre sí mons
truosamente; y de ahí el que los mismos gefes no hayan te
nido firmeza en su primer plan de religion, pues se les veia
destruir por la mañana lo que habian edificado la tarde
del dia anterior. Se les puede aplicar muy bien lo que san
Hilario de Poitiers decia á los arríanos: "Os pareceis á los
«arquitectos ignorantes, que jamás están contentos de su
«obra : no haceis mas que construir, y derribar lo construi-
«do. Teneis tantas confesiones de fe como hombres hay en-
«tre vosotros; variais en la doctrina como se varía de mo
ldas. Cada año, cada mes ve salir á luz una nueva confe-
«sion de fe. Teneis vergüenza de las primeras, y forjais
«otras de que tambien avergonzados las desechareis des-
«pues." Su inconstancia sobre este punto era tan visible,
que llegaron á quejarse de ella los mismos doctores de la
reforma. "¿Qué clase de gentes son nuestros protestantes,
«decia Ducio escribiendo á Beza, que se estravian á cada
«momento, y volviendo despues atrás se dejan arrebatar
«por todo viento de doctrina tan pronto de un lado como
«de otro? Podreis quizá conocer cuáles son hoy sus senti-
« mientos en materia de religion, pero jamás podreis estar
«seguro de cuales serán los que tendrán mañana. ¿Sobre
«qué artículo están acordes estas iglesias que se han sepa-
«rado de la de Roma ? Examinad todos los puntos de su
«creencia desde el primero hasta el último; apenas hallareis
«uno afirmado por un ministro que no le encontreis al
«momento condenado por otro ministro como una doctrina
«impía." ¿Y qué estraño es que de este modo se estravien
cuando no tienen guia que los dirija? Abandonaron la Iglesia
que Dios les ha mandado escuchar : hallándose pues solos
y sin conductores se estraviaron en los senderos descono
cidos en que el espíritu de seduccion los habia precipitado,
y se separaron de la verdad, que es una, por mil diferen
tes escollos. ¡No sucederá eso jamás al católico! Dirigido
por la Iglesia es constante en su conducta, como aquella lo
es en su gobierno. Fundada sobre Jesucristo y gobernada
por él segun su promesa, jamás cambia en su doctrina ; su
fe es siempre la misma, la ha recibido de su divino Funda
dor, conserva inviolablemente este depósito sagrado, y no
permite sobre este artículo ninguna innovacion.

Cisma de Inglaterra (año 1533).

Las pasiones de los príncipes son ordinariamente la


causa de las revoluciones que padecen los estados, y en par
ticular de los trastornos que puede padecer la Religion.
Asi lo esperimentó la Inglaterra, donde la fe católica ha
bia antes florecido de manera que la habia adquirido el
nombre glorioso de Isla de los Santos. Enrique VIH se ha
bia señalado por su celo en favor de esta misma fe en los
principios del luteranismo: habia publicado edictos severos
contra los sectarios de Lutero , estorbando que la herejía
naciente infestase su reino i aún habia hecho mas, pues ha
bía compuesto él mismo un libro combatiéndola. Pero un
103
afecto criminal ahogó en su corazon estas felices disposicio
nes é hizo la desgracia de su reino. Se habia casado con dis
pensa con Catalina de Aragon, viuda de su hermano, y ha
bia ya diez y ocho años que esta union existia sin con
tradiccion alguna de su parte, cuando este principe dió en
trada en su corazon á una pasion criminal que le precipitó
con su reino en un deplorable cisma. Quiso dar el nombre
y título de Reina á Ana de Bolen ó Ana Bolena, á quien
amaba. Para eslo era necesario disolver su primer matri
monio como si hubiese sido ilegítimo, y al efecto hizo en
Boma con la mayor instancia y premura cuantas diligen
cias estuvieron á su alcance. El Papa Clemente VII, des
pues de haber examinado el negocio con detencion, juzgó
que las razones que se alegaban para el divorcio no eran
fundadas, y se negó á separar lo que Dios habia unido , y
además pronunció sentencia de escomunion contra Enrique
si no volvia á tomar á su legítima esposa. Este príncipe apa
sionado se entregó entonces á todos los furores- de su re
sentimiento; negóse á reconocer la autoridad del sumo Pon
tífice, y por un acta solemne del parlamento de Inglaterra
se hizo declarar gefe supremo de la Iglesia anglicana. Este
paso cismático fue sostenido por él con una persecucion vio
lenta contra todos los que no quisieron suscribir á esta de
claracion. Tomás Moro, gran Canciller, y Fischer, Obispo
de Bochester, fueron las primeras víctimas de su furor : les
hizo cortar la cabeza porque habian rehusado reconocer su
supremacía eclesiástica. En esta ocasion fue cuando el gran
Canciller dió aquella hermosa respuesta: "Si yo fuese solo
«el que pensase asi desconfiaría de mis propias luces, y pre-
«feriria las del gran Consejo de Inglaterra; pero piensan
«conmigo y como yo toda la Iglesia, y debo preferir El su-
«fiero el sentir del gran Consejo de los cristianos." y pre-
plicio de estos dos grandes hombres fue el preludio de un
gran número de ejecuciones sangrientas; pues Enrique, que
hasta entonces parecia muy ageno de la crueldad , se hizo
ó declaró un príncipe violento y sanguinario. Para vengar
se de los religiosos que perseveraban en la obediencia de la
Santa Sede suprimió los monasterios, y se apropió sus ren-
104
tas y riquezas. Podia decirse que no se habia declarado ge-
fe de la Iglesia anglicana para otra cosa mas que para te
ner un título para robarla. Casó con Ana de Bolen, que
era la causa de tantos males ; pero habiéndose disgustado
de ella muy pronto la hizo cortar la cabeza, y contrajo
un nuevo matrimonio nulo é ilícito, que fue seguido en cor
tos intérvalos de otros cuatro. Asi castigó Dios los prime
ros escesos de este malhadado príncipe con otros escesos,
y le dejó que se entregase, ó mas bien le entregó á los de
seos desarreglados de su corazon. Enrique murió al fin de
vorado por los remordimientos de su conciencia. A pesar
de sus estravíos, nada habia mudado en orden á doctrina;
pero el cisma conduce en poco tiempo á la herejía: los
nuevos errores no tardaron en invadir la Inglaterra, y fue
ron muy bien recibidos en un pais ya tan dispuesto á la
revolucion: aun viviendo el mismo Enrique se introdujo
allí el luteranismo, é hizo progresos sin saberlo él y hasta
contra su voluntad. Despues de su muerte Eduardo VI abo
lió enteramente la religion católica y estableció el protes
tantismo. Se suprimió el santo sacrificio de la Misa, se
echaron á tierra las imágenes, las iglesias fueron saquea
das y profanadas, y los púlpitos fueron ocupados por predi
cantes que atacaban públicamente los antiguos dogmas y
las santas ceremonias de la Religion. Para juzgar bien de
esta reforma anglicana es menester recordar y tener á la
vista lo vergonzoso de sus principios y la impiedad de sus
atentados: Enrique VIII la juzgó asi él mismo cuando es
taba para morir, en aquellos fatales momentos en que la
ilusion se disipa, y en que brilla la verdad con todo su res
plandor.

Conversion de las Indias (año 1541).

Las pérdidas que la Iglesia hacia en Europa por medio


del cisma y de la herejía las compensaba con ventaja el ce
lo de Francisco Javier, que ganaba entonces para Jesucris
IOS
to tierras inmensas, pueblos innumerables. Javier habia
nacido en Navarra de una familia noble. Estudió en París, y
enseñaba filosofía en aquella universidad cuando se unió á
san Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesus,
siendo uno de sus primeros discípulos. Habiendo sido ele
gido por el Papa Paulo III para llevar el Evangelio á las
Indias Orientales, en donde los portugueses habian forma
do nuevos establecimientos, se embarcó en Lisboa, y des
pues de una larga y penosa navegacion desembarcó en Goa,
capital de la dominacion portuguesa en aquellos remotos
paises. El estado deplorable en que halló allí la Religion
le hizo derramar muchas lágrimas, é inflamó altamente su
celo. Como la vida escandalosa de los cristianos en la In
dia era el mayor obstáculo á la conversion de los indios
idólatras que vivian mezclados con ellos, comenzó sus tra
bajos apostólicos por atraer á estos malos cristianos á los
principios del cristianismo. Para lograrlo se aplicó á for
mar la juventud en la virtud, y á enseñarla y facilitarla la
práctica de todos los deberes religiosos. Reunia á los ni
ños y los llevaba á la iglesia para enseñarles allí el sím
bolo de los Apóstoles, los mandamientos de Dios y el ejer
cicio de la vida cristiana. La piedad de estos niños edificó
muy pronto toda la ciudad, que á poco mudó enteramente
de aspecto. Los pecadores empezaron á avergonzarse de
sus faltas y vinieron á pedir sus consejos á Javier; él los
recibia con bondad, los instruia, y los convertia á casi to
dos por su dulzura y su caridad. Pasó en seguida á la cos
ta de Pesquería, cuyos habitantes, aunque habian recibido
el bautismo, conservaban no obstante todos sus vicios y su
persticiones. Para ponerse en estado de hacer mas fruto
estudió la lengua malabar, y á fuerza de trabajo tradujo
en esta lengua el símbolo de los Apóstoles, el Decálogo, la
oracion Dominical , y en fin, todo el catecismo. Aprendió
de memoria su misma traduccion, y se aplicó á recorrer los
pueblos predicando de este modo á Jesucristo; y esta pre
dicacion sostenida con sus milagros produjo frutos abun
dantísimos. El fervor de esta cristiandad naciente era ad
mirable: de una nacion abandonada á todos los vicios hizo
106
un pueblo de santos. Muchos pecadores mudaron de vida;
y la multitud de infieles que pedian el bautismo era tan
grande, que Javier agotadas sus fuerzas se vio alguna vez
en el caso de no poder levantar los brazos. Animado con
estos primeros frutos y su copiosa abundancia, avanzó á los
paises inmediatos, donde ningun conocimiento habia de Je
sucristo, y en poco tiempo tuvo el consuelo de ver á los ha
bitantes destruir los templos de los ídolos para edificar en
su lugar iglesias al verdadero Dios. El año siguiente pasó
al reino de Travancor, en el que bautizó por sus manos has
ta diez mil idólatras en el espacio de un mes. Se edificaron
en este pais hasta cuarenta y cinco iglesias; y Francisco, que
era quien escribia á Europa la noticia de estas particula
ridades, añade que era un espectáculo muy edificante el
ver á estos infieles convertidos correr á porfía á demoler
sus templos. La reputacion del Santo apostol se eslendió
hasta las estremidades de las Indias, y de todas partes le
pedian que viniese para recibir de él la instruccion y el bau
tismo. En medio de esta rica cosecha Francisco enviaba
cartas á Italia y á Portugal pidiendo operarios evangélicos.
En los trasportes de su celo hubiera querido que los doc
tores de todas las universidades de Europa se hubiesen he
cho todos misioneros. Predicó en la isla de Manat, en Co-
chin , en Meliapor, sn Malaca, en las Molucas y en Terna-
te; en todas partes hizo un gran número de conversiones,
y formó en cada una de estas naciones una iglesia nume
rosa de los que bautizaba. Frutos tan prodigiosamente mul
tiplicados no podian producirse sin trabajos y sin peligros:
fueron increibles los que sufrió y á los que se vió espues
to ; ni es facil espresar los que tuvo que padecer en cada
una de estas misiones: pero en cambio tampoco pueden
describirse los consuelos interiores que recibia y con que
Dios le indemnizaba. "Los peligros á que me veo espues-
«to, escribia él mismo á san Ignacio, los trabajos que em-
« prendo por los intereses de Dios solo, son para mí unas
«fuentes inagotables de alegría espiritual : no me acuerdo
«de haber esperimentado nunca tantas delicias interiores:
«y estos consuelos del alma son tan puros, tan dulces y con
107
«tínuos, que quitan enteramente la sensacion de las penas
«del cuerpo." Asi es que en medio de estas celestiales dul
zuras que alguna vez se le prodigaban sin medida, supli
caba el Santo á Dios que moderase el esceso.

Continuacion de los trabajos apostólicos de San


Francisco Javier.

El celo de San Francisco Javier no conocía límites, ni


tenia por suficiente teatro á sus trabajos la India que de
tuvo al conquistador Alejandro. Asi es que se embarcó pa
ra el Japon, y abordó en 1549 al reino de Saxuma. Con
el socorro de un japonés que habia convertido tradujo en
lengua del pais el símbolo de los Apóstoles y la esplica-
cion de cada uno de los artículos que le componen. Ha
biendo obtenido una audiencia del rey alcanzó su permiso
para predicar la fe. Hizo un gran número de conversio
nes, pero su alegría se aguó con las persecuciones que le
suscitaron los bonzos ó ministros del culto idólatra del pais,
ue lograron indisponer al rey contra él. Retiróse, pues,
Tirando, capital de otro pequeño reino. Allí fue bien re
cibido del príncipe, quien le permitió predicar la ley de Je
sucristo en todos sus estados. El fruto de sus predicacio
nes fue allí estraordinario ; en veinte dias convirtió mas
idólatras que por el espacio de un año entero habia conver
tido en Saxuma. Dejó esta cristiandad bajo la direccion de
un misionero que le habia acompañado, y se puso en camino
para Meaco, capital de todo el Japon. Pasó por Amangu-
chi, en donde reinaba una horrible corrupcion de costum
bres. Sus predicaciones allí ningun efecto produjeron, an
tes bien tuvo que sufrir basta insultos y afrentas. Llegado
á Meaco predicó, y no siendo mejor oido que en Amangu-
chi conoció con dolor que los espíritus no estaban aún dis
puestos á recibir la verdad: volvió, pues, á Amanguchi, y
como hubiese advertido que la pobreza de su esterior ha
bia chocado á los habitantes de esta ciudad y estorbado el
1C8
que se le recibiese en la corte, creyó que debia acomodar
se á las preocupaciones del pais, y se presentó con un apa
rato y un cortejo capaz de imponer, y además hizo algunos
presentes al rey. Por este medio obtuvo el permiso del prín
cipe y su proteccion para predicar el Evangelio. El bau
tismo de tres mil personas fue en esta ciudad el efecto de
su predicacion, y este resultado llenó al Santo de consue
lo. De Amangucbi marchó el Santo apostol al reino de Bon
go, cuyo príncipe deseaba con ansia verle. Allí confundió
jen algunas conferencias públicas á los bonzos, que por mo
tivos de interés trataban de suscitarle obstáculos en todas
partes. Además convirtió á algunos de ellos. Sus discursos
públicos y sus conversaciones particulares movieron en bue
na parte al pueblo que venia de tropel á pedirle el bautis
mo. El mismo Rey se convenció de la verdad del cristia
nismo, pero una pasion ilícita á la que se abandonaba le
impidió entonces el abrazarlo. Despues se acordó de las
instrucciones que Javier le habia dado, renunció á sus des
órdenes, y recibió el bautismo. En fin, despues de haber es
tado en el Japon dos años y medio se sintió el Santo con
deseos de hacer conocer á Jesucristo en la China. La sabi
duría eterna inspira algunas veces á sus siervos designios
que no deben cumplirse á fin de recompensar en ellos el
buen deseo. El Santo apostol en el momento en que espe
raba penetrar en la China cayó enfermo, y despues de do
ce dias de desfallecimiento que pasó sin ningun socorro hu
mano, murió en la isla de Sancian á la edad de cuarenta y
seis años. Se le enterró á la orilla del mar y se echó cal vi
va sobre su cuerpo, á fin de que consumidas pronto las car
nes pudiesen sus huesos ser trasportados á las Indias;
mas al cabo de dos meses se le halló tan fresco y tan en
teras sus carnes como las de un cuerpo vivo, y sus vestidos
muy bien conservados. Se le condujo al instante á Goa, en
donde se depositó en la iglesia de san Pablo con todos los
honores que pudieron dársele, y en donde hrzo un gran
número de prodigios.
109

Apertura del Concilio de Trento (año 1545).

Cuando se vió al protestantismo difundirse por Alema


nia, se creyó que el medio único para detener sus progre
sos y para curar los males que ya habia hecho á la Iglesia,
era la celebracion de un Concilio ecuménico ó general. El
emperador Carlos V lo deseaba con ansia, y el Papa Pau
lo III despues de haber tanteado las disposiciones de los de
más soberanos de la cristiandad, espidió la Bula de convo
cacion. Escojió para la celebracion del Concilio la ciudad
de Trento, que por su situacion entre Italia y Alemania ofre
cia mas facilidad á los que debian concurrir. Algunos obs
táculos que sobrevinieron hicieron que se difiriese la aper
tura hasta fines del año 1545. Verificada que fue se dió
principio decretando los puntos que se debian tratar, y el
orden con que debian proponerse. Despues de una Misa so
lemne, invocando al Espíritu Santo, se hizo la lectura del
símbolo segun la costumbre de los Concilios antiguos, que
acostumbraban oponer este escudo á todas las herejías, y que
muchas veces por este único medio habian atraido á los in
fieles á la fe y confundido á los herejes. Tratóse en segui
da de la canonicidad de los libros santos, que son los pri
meros fundamentos de la fe cristiana, y se convino unáni
memente en que era necesario reconocer por canónicos to
dos los libros del antiguo y del nuevo Testamento. Uno de
los legados habló con bastante luz y celo sobre este artícu
lo, é hizo ver que estos libros habian sido recibidos como
sagrados por los Concilios y por los Padres de los antiguos
tiempos. Se trató igualmente de la tradicion, esto es, de la
doctrina de Jesucristo y de los Apóstoles que no está con
signada en la Escritura, sino que ha venido de boca en bo
ca hasta nosotros, y que se halla en las obras de los Padres
y en los demás monumentos eclesiásticos. Se redactó sobre
estos dos puntos un decreto concebido en estos términos.
"El santo Concilio ecuménico y general de Trento, legíti
110
«mamente congregado en el Espíritu Santo y presidido por
«los legados de la Silla Apostólica, considerando que las
«verdades de la fe y las reglas de las costumbres se contie-
«nen en los sagrados libros escritos, y no escritas ó sin es
cribirse en las tradiciones que recibidas de boca de Jesu
cristo por los Apóstoles, ó inspiradas á los, mismos Após
toles por el Espíritu Santo, han llegado como de mano en
«mano hasta nosotros, el santo Concilio, siguiendo el ejem-
«plo de los Padres ortodoxos, recibe todos los libros tan
«lo del antiguo como del nuevo Testamento, y tambien las
« tradiciones concernientes, sea á la fe, sea á las costum
bres, como salidas de la boca de Jesucristo ó dictadas por
«el Espíritu Santo, y conservadas en la Iglesia por una su-
«cesion contínua; él las abraza con el mismo respeto y la
«misma piedad: y á fin de que nadie pueda dudar cuáles
«son los libros santos que recibe el Concilio, ha querido
«insertar el catálogo en este mismo decreto/' Sigue la lis
ta de todos los libros canónicos por el orden con que están
impresos en la Vulgata, y el Concilio añade: "Si alguno no
«recibe como sagrados y canónicos estos libros enteros con
«todas sus partes, ó si desprecia con conocimiento y deli
beracion las tradiciones de que se acaba de hablar, sea
«escomulgado." En seguida, para contener á los espíritus
inquietos, manda el Concilio que en las cosas de la fe y de
la moral ,. que dicen orden al sosten de la doctrina cris*
tiana , nadie tenga tanta confianza en su propio juicio que
se atreva á interpretar los libros santos en su sentido par
ticular contra la interpretacion y sentido que les ha dado
la santa Iglesia , á quien pertenece el juzgar el verdadero
sentido de las santas Escrituras, ó contra el sentimiento
unánime de los Padres. El Concilio manda además que los
que emplearen las palabras de la santa Escritura en usos
profanos, como en chanzonetas, aplicaciones ridiculas, adu
laciones ó prácticas supersticiosas, sean castigados como
profanadores de la palabra de Dios.
112

Doctrina del Concillo acerca del pecado original.

El santo Concilio de Trento espuso en su Sesion quinta


la doctrina católica sobre el pecado original y sobre el re
medio de este pecado. Enseña en ella que Adán, despues de
haber desobedecido el mandato de Dios, perdió la santi
dad y la justicia en que se hallaba establecido. Desobede
ciendo á Dios incurrió en su indignacion y ódio, se hizo
esclavo del demonio, y quedó sojeto á la muerte. Por su
prevaricacion el primer hombre, no solo se dañó á sí mis
mo sino tambien á toda su posteridad. Ai trasmitir el pe
cado, que es la muerte del alma, ha trasmitido tambien á
todo el género humano la muerte y los dolores del cuerpo,
según lo qué dice el Apostol: "El pecado entró en el mun-
«do por un solo hombre, y por el pecado entró la muer-
«te: así es como la muerte ha pasado á todos los hombres,
«habiendo pecado todos en uno solo." Este pecado no pue
de borrarse por las fuerzas de la naturaleza, sino por so
los los méritos de Jesucristo, único mediador que ha podi
do reconciliarnos con Dios por su sangre; y estos méritos
del SatVador se aplican tanto á los adultos como á los ni
ños por medio del sacramento del Bautismo, segun estas
palabras: "No hay debajo del cielo otro nombre que se ha-
«ya dado á los hombres por el cual podamos ser salvos." Y
estas otras : "Ved aqui el Cordero de Dios; ved aquí al que
«quita los pecados del mundo: todos vosotros los que ha-
«beis sido bautizados, habeis sido revestidos de Jesucris
to." Así es que los niños , aun los que nacen de padres
bautizados, tienen necesidad de recibir el bautismo, porque
heredan de Adan la culpa original que no puede ser quita
da sino por el agua de la regeneracion para obtener la vi
da eterna. Por esta razon , y siguiendo la tradicion de los
Apóstoles , los recien nacidos, que ningun pecado personal
han podido cometer, son verdaderamente bautizados para
la remision ó perdon de sus pecados, á fin de que la rege
112
neracion deshaga en ellos la mancha que contrajeron cuan
do fueron enjendrados; porque no puede entrar en el rei
no de Dios ninguno que no volviere á nacer del agua y del
Espíritu Santo. Por la gracia que se confiere en el bautis
mo se perdona y deshace verdaderamente la ofensa del peca
do original , porque Dios nada aborrece en los que han sido
regenerados, ni hay condenacion para aquellos que han sido
sepultados con Jesucristo por el bautismo para morir al pe
cado, y que no viven segun la carne, sino que, despojándo
se del hombre viejo y revistiéndose del nuevo, se han hecho
inocentes, sin mancha, herederos de Dios y coherederos
de Jesucristo, de suerte, que ya nada tengan que pueda
impedirles su entrada en el cielo. El Santo Concilio confie
sa que con todo la concupiscencia ó fumes del pecado per
severa en los bautizados; pero quedando en ellos para que
combatiéndola la venzan, y venciéndola merezcan, no pue
de dañar ella ni daña á los que lejos de consentir á sus in
sinuaciones la resisten con valor ayudados de la gracia del
Redentor ; al contrario, será coronado en la gloria el que
lejítimamente peleare contra ella. "Si el Apostol San Pa-
«blo la llama pecado, es porque dicha concupiscencia es un
«efecto del pecado, y conduce ó instiga á nuevos pecados."
El santo Concilio declara en seguida que en todo cuanto ha
decidido tocante al pecado original, comunicado á todos los
hombres, no ha sido su intencion el comprender á la bien
aventurada é inmaculada Madre de Dios. Y con esta cláu
sula testificaron los Padres del Concilio su celo en mante
ner la piadosa persuasion de los fieles tocante á la Concep
cion sin mancha de la Santísima Virgen María, uuestra abo
gada y Madre.

Doctrina del Concilio sobre la Justificacion de los


pecadores.

La materia de justificacion sigue naturalmente á la del


pecado. El santo Concilio nota desde luego que cada una
de las disposiciones que conducen á la justificacion es el
113
efecto de una gracia actual y preveniente, que Dios conce
de al pecador por pura liberalidad, sin debérsela de nin
gun modo. El hombre ha podido herirse y darse la muerte;
pero con sus propias fuerzas, y sin la gracia del Salvador,
no puede ni curar sus llagas, ni aun concebir un deseo sa
ludable de su curacion. Esto es lo que le obliga á pedirlo
todo y á esperarlo todo de la misericordia de Dios por los
méritos de Jesucristo. La primera disposicion para la jus
tificacion es la de creer con firmeza las verdades que Dios
ha revelado y los bienes eternos que ha prometido. Entre
estas verdades hay unas terribles y otras consoladoras.
Ellas hacen nacer en el alma del pecador el temor de los
castigos y la esperanza del perdon. El pecador abatido por
el temor se levanta considerando la misericordia de Dios,
y descubre en él un recurso seguro; y arrojándose en los .
brazos de esta misericordia infinita con una confianza viva,
fundada en los méritos de Jesucristo, comienza á amar al
Señor como á fuente de toda justicia. Despues de haber es-
plicado cómo llega el pecador á la justificacion , espone el
santo Concilio la naturaleza y los efectos de ella. Dice que
no consiste solo en la remision ó perdon de los pecados, sino
tambien en la renovacion interior del alma; de suerte que
el pecador se hace enteramente justo, amigo de Dios y he
redero de la vida eterna. Es el Espíritu Santo el que obra
en él este cambio maravilloso, formando en su corazon las
santas habitudes de la fe, de la esperanza y de la caridad,
que le unen íntimamente con Jesucristo y le hacen miem
bro vivo de su cuerpo. El hombre, justificado de este modo
por la gracia del Salvador, no se limita al grado de justicia
que ha recibido, sino que avanzando de virtud en virtud se
hace cada dia mas justo por medio de la oracion, de la
mortificacion, por la práctica de las buenas obras, y por una
exacta observancia de la ley de Dios y de las máximas del
Evangelio. Cumpliéndolos conoce cuán verdadero es lo que
dice la Escritura , que los preceptos de Dios no son pesa
dos, y que el yugo de Jesucristo es dulce y su carga lige
ra; porque siendo hijo de Dios le ama como á su padre, y
amándole encuentra en la caridad el medio de obedecerle
PARTE II. 8
y hacer su santa voluntad facil y dulcemente. Si Dios, para
hacer conocer al hombre la necesidad que tiene de su gra
cia, y para hacerle mas humilde y vigilante, parece que
alguna vez aparta de él su rostro y se le esconde, dejándo
le en manos de su propia debilidad, no por eso el hombre
debe acobardarse; antes, sabiendo que el Señor no manda
cosas imposibles, y que cuando manda advierte que se ha
ga lo que se puede y que se pida lo que no se puede, se di-
rije á él por medio de la oracion con una humilde y ente
ra confianza de alcanzar los socorros necesarios para mar
char hasta el fin en el sendero de la justicia.

Doctrina del Concilio acerca de los Sacramentos.

Habla en seguida el santo Concilio de los Sacramentos,


que son otros tantos medios de obtener la verdadera justi
cia , bien aumentándola en nosotros, bien recobrándola
cuando una vez se ha perdido. Enseña que los Sacramen
tos de la ley nueva han sido instituidos por Jesucristo; que
no son mas ni menos que siete, á saber: el Bautismo, la
Confirmacion , la Eucaristía , la Penitencia , la Estrema-
uncion, el Orden y el Matrimonio; que cada sacramento
contiene la gracia de que es signo, y la confiere á todos los
que no ponen obstáculo. Despues de haber condenado los
errores de Lutero sobre los dos primeros Sacramentos pasa
á la Eucaristía. La doctrina pura que la Iglesia católica ha
enseñado siempre y conservará hasta el fin de los siglos, es
que hecha la consagracion del pan y del vino, Jesucristo
nuestro Señor, verdadero hombre y verdadero Dios, se con
tiene real y substancialmente bajo las especies de estas co
sas visibles. Es un crimen y un atentado horrible el atre
verse á torcer á un sentido metafórico las palabras con que
Jesucristo instituyó este Sacramento. La Iglesia, que es la
columna y el sosten de la verdad, detesta esta invencion
impía y diabólica, conservando siempre la memoria de un
beneficio que ella mira como el mas insigne y escelentc de
115
cuantos ha recibido del Salvador. En efecto, cuando el Se
ñor estaba para irse á su Eterno Padre instituyó este Sa
cramento augusto, en el que derramó por decirlo asi to
das las riquezas de su amor hácia los hombres, encerrando
en él el recuerdo de todas sus maravillas. Nos recomendó
al instituirlo que anunciásemos su muerte al recibirlo ; y
quiso que este Sacramento fuese el alimento espiritual de
nuestras almas que las hiciese vivir con su propia vida,
como lo dijo él mismo : "El que me come vivirá por mi;
«esto es, por medio de mi misma vida vivirá." Quiso ade
más que este Sacramento fuese una prenda solemne de
nuestra eterna felicidad, y el símbolo de la unidad del cuer
po místico de la Iglesia, de quien es él mismo la cabeza.
Esta Iglesia ha creido siempre que despues de la consagra
cion, el verdadero cuerpo de nuestro Señor y su verdadera
sangre, con su alma y su divinidad, se hallan bajo las espe
cies de pan y vino, y que cada una de estas especies con
tiene lo mismo que entrambas juntas, porque Jesucristo
está todo entero bajo la especie de pan y en la mas peque
ña parte de esta especie , igualmente que bajo la especie
de vino y bajo cualquiera parte aun la mas pequeña de esta
especie. La Iglesia ha tenido tambien por constante, que
por medio de la consagracion se hace un cambio de toda la
substancia de pan en la substancia del cuerpo de Jesucristo,
y de toda la substancia del vino en la substancia de su sangre:
cambio que muy propiamente se ha designado con el nom
bre de transubstanciacion. Están, pues, todos los fieles obli
gados á honrar á este santo Sacramento con el culto de ado
racion ó de latría que se debe al Dios verdadero, porque
creemos presente en él al mismo Dios que los ángeles han
tenido orden de adorar cuando entró en el mundo, y el mis
mo á quien los Magos adoraron postrándose á sus pies, y
los Apóstoles adoraron en Galilea. En cuanto al uso de este
divino Sacramento, el santo Concilio advierte, y con un
afecto paternal exhorta , suplica y conjura por las entrañas
de Jesucristo á todos los que se honran con el nombre de
cristianos, que se unan en este signo de paz , en este lazo de
caridad, en este símbolo de concordia ; que se acuerden sin
116
cesar del amor escesivo de nuestro Señor, que nos ha dado
su carne en manjar, y que sufrió la muerte por salvarnos;
que crean el sagrado misterio de su cuerpo y sangre con una
fe tan firme, un respeto tan profundo, una piedad tan sin
cera que se hallen en estado de recibirle con frecuencia , á
fin de que sostenidos por su virtud pasen de la peregrina
cion y destierro de esta miserable vida á la patria celestial,
para allí comer sin velos ni sombra alguna el mismo pan
de los ángeles que aquí comen bajo el velo del Sacramento
misterioso.

Doctrina del Concilio sobre el sacrificio


de la Misa.

La Eucaristía no es solo un sacramento en que Jesucristo


se nos da para ser nuestro espiritual alimento, sino que es
además un sacrificio en que él mismo se ofrece á nosotros
como víctima á su Eterno Padre. Así lo enseña el Concilio
deTrento por estas palabras. "Aunque Jesucristo nuestro
«Señor se haya en persona ofrecido á Dios su Padre una vez
«muriendo en el altar de la cruz , para por este medio obrar
«una redencion eterna, con todo, como su sacerdocio no de-
«bia acabar con su vida temporal quiso dejar en la Iglesia,
«su querida esposa, un sacrificio visible , tal cual la natura-
«leza de los hombres lo exijo; sacrificio que representa el
«sangriento sacrificio de la cruz, que conserva hasta el fin
«del mundo su memoria, y que nos aplica su saludable vir-
«tud para espiacion y perdon de los pecados que todos los
«dias cometemos. Por esto en la última cena, la noche reiis-
»ma en que fué traidoramente entregado, mostrando que
«habia sido establecido pontífice y sacerdote desde y para
«toda la eternidad segun el orden de Melquisedec, ofreció
«á Días Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies de
«pan y vino, y bajo los mismos símbolos se dió á los Após-
«toles, á quienes hizo entonces sacerdotes del nuevo Testa-
« mento; y por estas palabras: Haced esto en memoria de mi,
117
« mandó á ellos y á sus sucesores que los ofreciesen como
«la Iglesia católica lo ha entendido y enseñado siempre;
«porque despues de haber celebrado la antigua Pascua que
«los hijos de Israél inmolaban en memoria de su salida de
«Egipto, estableció él la Pascua nueva, dándose á sí mis-
amo para ser inmolado por los sacerdotes en nombre de la
«Iglesia bajo de signos visibles, en memoria de su tran-
«sito desde este mundo á su Padre cuando, rescatándonos
«por la efusion de su sangre, nos arrancó de la tiranía del
«infierno y de la potestad de las tinieblas para trasladar-
onos á su reino. Por medio de esta ofrenda pura, que no
«puede ser manchada ni por la indignidad ni por la mali-
«cia de los que la ofrecen, es por la que, ofrecida en todas
«partes en su nombre, predijo el Señor por Malaquías que
«su nombre sería grande entre las naciones. Es la misma
«que el apostol San Pablo escribiendo á los de Corinto de-
«signó claramente cuando dijo, que los que están mancha-
«dos por haber participado de la mesa de los demonios no
«pueden participar de la mesa del Señor. Ella es en fin la
«que en los tiempos de las leyes natural y escrita ha sido
«figurada, anunciada y representada con diversas clases de
«sacrificios, como que encerraba ella sola los bienes todos
«que aquellas no hacian mas que significar, y cuyo cumpli-
«miento y perfeccion era ella. Y porque el mismo Jesucris
to que se ha ofrecido una vez á sí mismo sobre la cruz
«cruentamente, está y es inmolado sin efusion de sangre
«en este divino sacrificio que se hace en la Misa, declara
«el santo Concilio que dicho sacrificio es verdaderamente
«propiciatorio; que por su medio alcanzamos misericordia,
«y hallamos gracia y socorro en la neeesidad si nos accr-
«camos á Dios contritos y penitentes con un corazon since-
«ro, una fe recta y un espíritu de temor y de respeto;
«pues que Dios apaciguado por esta ofrenda, y concedien-
«do la gracia y el don de la penitencia, perdona los peca-
«dos y aun los crímenes mas enormes, por ser ella la mis-
«ma y única hostia, el mismo Jesucristo que se ofreció ya
«sobre la cruz, y que se ofrece al presente por el minis-
«terio de los sacerdotes; no habiendo otra diferencia en la
ns
«ofrenda , sino que en la cruz fue sangrienta y en el altar
«no lo es." Bien lejos, pues, de que la una derogue la otra,
es necesario convenir en que por medio de la oblacion no
sangrienta es por donde se nos comunica con abundancia
el fruto de la que se hizo con efusion de sangre. Por eso,
y conforme á la tradicion de los Apóstoles, se ofrece ella
no solo por los pecados , los trabajos , la satisfaccion y de
más necesidades de los fieles que aún viven , sino tambien
por los que han muerto en Jesucristo y no están aún puri
ficados enteramente.

Doctrina del Concilio acerca de la Penitencia.

Si todos los que han sido reengendrados por el bautis


mo permaneciesen constantes en la justicia que allí recibie
ron, no habria sido necesario instituir sacramento alguno
mas para el perdon de los pecados. Mas Dios, que es rico
en misericordia, conociendo nuestra fragilidad ha querido
además proporcionar un medio de recobrar la vida aun á
aquellos que despues del bautismo cayesen en la servidum
bre del pecado bajo la potestad del demonio. Este remedio
es el sacramento de la Penitencia, por el que se aplica á los
que han caido despues del bautismo el beneficio de la
muerte del Salvador. La penitencia ha sido necesaria siem
pre á los que han querido volver á entrar en la gracia de
Dios ; mas antes de la venida de Jesucristo no era un sacra
mento, ni ahora tampoco lo es para los que no han recibido *
el bautismo. Nuestro divino Salvador la instituyó especial
mente en sacramento cuando, resucitado de entre los muer
tos , sopló sobre sus discípulos diciendo : Recibid el Espíritu
Santo: se les perdonarán los pecados á aquellos á quienes vos
otros los perdonáreis. Jesucristo, pues, comunicó á sus Após
toles y á sus sucesores el poder de perdonar, y de retener ó
no perdonar los pecados cometidos despues del bautismo por
estas palabras. Hay no obstante una gran diferencia entre
este sacramento y el del bautismo, en razon á que no pode-
119
mos llegar á la renovacion total y perfecta que obra en nos
otros el bautismo sino por medio de bastantes lágrimas y de
grandes trabajos; de manera que no sin mucha razon han
llamado á la Penitencia los santos Padres un bautismo labo
rioso. La forma del sacramento de la Penitencia, en la que
consiste principalmente su fuerza y su virtud, consiste en
las palabras de la absolucion que el sacerdote pronuncia.
Los actos del penitente, que son la contricion, la confesion y
la satisfaccion, son como la materia de este sacramento, y
la reconciliacion del pecador con Dios es su efecto. La con
tricion, que es el primero de los actos del penitente, es un
dolor interno y una detestacion del pecado que se ha co
metido, junta con una resolucion firme de no volver á pe
car en lo sucesivo. El santo Concilio declara que esta con
tricion no consiste en solo dejar de pecar y en resolverse
á cambiar de vida empezando una enteramente nueva, sino
que esencialmente incluye además el odio y detestacion de
la vida pasada. "Aunque sucede algunas veces, añade el
«Concilio, que la contricion sea perfecta por la caridad,
«y que entonces reconcilie al hombre con Dios antes de que
«haya recibido el sacramento de la Penitencia, no debe
«con todo atribuirse esta reconciliacion á la contricion so
sia, independientemente del propósito de recibir el sacra-
«mento.', En cuanto á la contricion imperfecta que lla
man atricion porque ordinariamente nace de la vergüenza
y fealdad del pecado ó del temor de los castigos, si va acom
pañada de la esperanza del perdon , y de un amor de Dios
que se llama inicial , porque empieza solo á mirarle como
á fuente de toda justicia , y al mismo tiempo escluye la vo
luntad de pecar en adelante, no solo no hace al hombre
mas criminal é hipócrita, sino que es un don de Dios y un
impulso del Espíritu Santo, que no habita aún en el hom
bre, pero que le escita y le ayuda á que se prepare para
recibir la justicia; y aunque por sí sola no pueda esta atri
cion justificar al pecador sin el sacramento de la Peniten
cia , le dispone no obstante á obtener la gracia de Dios por
medio del sacramento, recibiéndole, que es lo que se da á
entender cuando del pecador se dice en el lenguage de la
religion que de atrito se hace contrito por medio de la con
fesion acompañada de los otros actos del penitente.

Doctrina del Concilio acerca de la Confesion.

La Iglesia universal ha entendido siempre que la con


fesion entera de los pecados es una consecuencia necesaria
de la institucion del sacramento de la Penitencia, que así
fue instituida por nuestro Señor, y que es de derecho divi
no necesaria á los que han pecado despues del bautismo;
porque estando el Salvador para subir al cielo estableció
á los sacerdotes por casi vicarios suyos, para que fuesen los
jueces ante quienes llevasen los fieles los pecados mortales
todos en que hubiesen caido, á fin de que segun el poder
que han recibido de absolver ó de retener dichos pecados
pronunciasen la sentencia. Ahora es manifiesto que los sa
cerdotes no podrian ejercer este poder sin conocimiento de
causa , ni guardar la equidad en la imposicion de las peni
tencias, si los penitentes no se acusasen entera, particular
y detalladamente, y sí solo en general ; de lo que concluye
el Concilio, que los penitentes deben manifestar todos los
pecados mortales de que se sientan culpables despues de
haber examinado exactamente su conciencia , aun cuando
estos pecados sean muy ocultos y cometidos contra los dos
últimos preceptos del Decálogo, que prohiben los malos de
seos, pues que esta clase de pecados son muchas veces mas
peligrosos y hieren mas mortalmente el alma que aquellos
que se cometen á la vista de todo el mundo. Respecto á los
pecados veniales, que no nos hacen perder la gracia de Dios,
y en los que caemos con mas frecuencia, cierto es que no
se hallan comprendidos en el precepto de confesarlos nece
sariamente, porque pueden ser espiados por otros medios;
no obstante es muy útil el confesarlos, como lo demuestra
la práctica de las personas piadosas. Por lo que hace á los
mortales, todos aun los de pensamiento, como que hacen
al hombre hijo de ira y enemigo de Dios , es preciso bus
121
car ante el Señor el perdon de ellos por medio de una con
fesion sin reserva, sincera, y acompañada de aquella sincera
confusion que debe tener un reo que aspira á que se le per
done su falta. Los que callan voluntariamente algunos de
estos pecados nada presentan á la misericordia divina que
pueda ser perdonado por el sacerdote, porque si el enfermo
tiene vergüenza de descubrir al médico su llaga, por mu
cha que sea la habilidad de éste nunca podrá curar lo que
no conoce. Tambien es necesario esplicar en la confesion
las circunstancias que mudan la especie del pecado, porque
sin esto no puede el confesor conocer bien las culpas, ni
hacer una estimacion justa de su gravedad, ni imponer por
ellos penitencia conveniente. Es una impiedad al decir que
la confesion segun está mandada es imposible, y el mirarla
como la tortura de las conciencias, porque es constante
que la Iglesia no exije de los penitentes sino que despues
de examinarse con cuidado, y despues de haber escudriña
do con esmero todos los pliegues de su conciencia, declaren
ó manifiesten todos los pecados mortales de que se hayan
podido acordar. Respecto á los pecados que no se acuerden
á una persona que ha hecho lo que está de su parte para
que no queden en olvido, se juzgan comprendidos en gene
ral en la confesion que hace; y por estos pecados es por
los que decimos al Señor con confianza estas palabras: Lim
piadme, Señor, de mis pecados ocultos. Es necesario con todo
convenir en que la confesion podría parecer un yugo pesa
do, sobre todo por la vergüenza que hay en descubrir sus
crímenes, si no le hicieran lijero las grandes ventajas y
consuelos que la absolucion procura á todos los que se
acercan á este sacramento con piedad y de una manera dig
na de Dios.

Doctrina del Concilio acerca de la satisfaccion.

El santo Concilio declara que es absolutamente falso y


contrario á la palabra de Dios el decir que el Señor no per-
122
dona jamás la culpa sin perdonar al mismo tiempo toda la
pena ; porque además de la autoridad de la tradicion divina
existen en los libros divinos muchos ejemplos notables que
destruyen manifiestamente este error. Y ciertamente, pare
ce exijir el orden de la divina justicia, que sean recibidos
en la gracia de Dios los que pecaron por ignorancia antes
del bautismo de diverso modo que aquellos que despues
de libertados de la esclavitud del demonio, y despues de
haber recibido los dones del Espíritu Santo , no han temi
do profanar deliberadamente el templo de Dios, ni con
tristar al mismo Espíritu divino. Pertenece tambien en al
gun modo á la clemencia divina el que no se perdonen nues
tros pecados sin alguna satisfaccion : de otro modo podia
ocasionarse el que creyéndolos ligeros nos precipitásemos
á cometer crímenes enormes, y por una conducta injuriosa
al Espíritu Santo amontonaríamos sobre nuestras cabezas
tesoros de ira para el dia de la venganza. Porque es cierto
que estas penas impuestas en satisfaccion de las culpas
apartan de cometerlas, y que son como un freno que retie
ne á los pecadores, obligándoles á ser mas vigilantes en lo
venidero y á estar mas sobre sí. Por otra parte sirven de
remedio para curar lo que puede quedar del pecado, y pa
ra destruir por la práctica de las virtudes contrarias las
malas habitudes que se contrajeron con una vida criminal
y desarreglada. Además la Iglesia de Dios ha creido siem
pre que no habia camino mas seguro para evitar los casti
gos con que Dios amenaza continuamente á los hombres,
que el de practicar estas obras de penitencia con un verda
dero dolor de corazon. En fin, se añade á todo esto, que su
friendo por nuestros pecados en esta clase de satisfacciones
nos asemejamos en algo á Jesucristo, y nos conformamos
con él, que fue quien enteramente satisfizo por todos ellos;
con esta conformidad tenemos una prenda segura de que
tendremos parte en su gloria teniéndola en sus sufrimien
tos: siendo de advertir que esta satisfaccion con que pa
gamos nuestras culpas, mas que por nosotros se hace vale
dera y cumple por Jesucristo, porque no pudiendo por nos
otros cosa alguna, lo podemos todo con el socorro de aquel
123
que nos fortifica. Asi es que el hombre no tiene de qué
gloriarse, sino que toda nuestra gloria está en Jesucristo,
en quien vivimos, en quien merecemos, y por quien satis
facemos haciendo frutos dignos de penitencia, cuya fuerza
y cuyo mérito vienen de él, que es quien los ofrece al Eter
no Padre, á quien son agradables únicamente porque él se
los presenta. Los sacerdotes del Señor deben por consi
guiente, segun que el Espíritu Santo y su prudencia les
sujiera, imponer penitencias saludables y convenientes, pro
porcionadas á la cualidad de los crímenes y al estado de los
penitentes, no sea que tratándolos con demasiada indulgen
cia se hagan ellos á sí mismos participantes de los pecados
agenos. Deben tener á la vista que la penitencia que im
ponen no solo pueda servir de remedio á la debilidad de
sus penitentes y de preservativo para conservarse en su
nueva vida , sino que además debe servir de castigo y de
punicion de los pecados pasados. El santo Concilio declara
á mas que la bondad de Dios es tan grande , que por los
méritos de Jesucristo podemos satisfacer al Eterno Padre,
no solo con las aflicciones ó penitencias que voluntariamen
te abrazamos, y con las que los sacerdotes nos imponen en
espiacion de nuestros pecados, sino tambien con los traba
jos naturales que el Señor nos envia, cuando los sufrimos
con paciencia y con sumision.

Doctrina del Concilio sobre el Sacramento de


la Extrema-Uncion.

El santo Concilio creyó oportuno añadir á lo que va di


cho acerca de la Penitencia lo que sigue, concerniente á la
Extrema-Uncion, Sacramento que los santos Padres han mi
rado como la consumacion, no solo de la Penitencia sino
de toda la vida cristiana, que es una continuada penitencia.
Declara, pues, que nuestro Redentor, infinitamente bueno,
queriendo proveer á sus siervos de remedios saludables con
124
tra todos los ataques de toda clase de enemigos, ha prepa
rado en los otros Sacramentos poderosos socorros para que
los cristianos puedan garantirse mientras vivan de los mas
graves males espirituales. Con el mismo fin ha querido per
trechar y fortificar el fin de su carrera con el Sacramento
de la Extrema-Uncion, como con una defensa firme y segu
ra; pues aunque sea cierto que nuestro enemigo busca y
espía en toda nuestra vida las ocasiones de devorar nues
tras almas, valiéndose de cuantos medios están á su alcan
ce, no hay con todo tiempo alguno en que emplee con mas
fuerza y atencion sus arterías y artificios para perdernos y
para quitarnos si puede la confianza en Dios, que cuando
nos ve cercanos á morir. Ahora , pues , esta uncion sagra
da de los enfermos ha sido establecida por nuestro Reden
tor como un verdadero Sacramento, cuyo uso, insinuado en
el Evangelio de san Marcos, se ve claramente establecido y
recomendado á los fieles por el apostol Santiago en estos
términos : "¿Enferma alguno entre vosotros? Pues que lla-
»me á los presbíteros de la Iglesia , y que estos oren sobre
«él, le den la uncion en el nombre del Señor, y la oracion
«de la fe salvará al enfermo; el Señor le consolará, y si tu-
/>viere pecados se le perdonarán. " Por estas palabras que
la Iglesia ha recibido de mano en mano de la tradicion de
los Apóstoles, ha aprendido ella y nos ha enseñado á nos
otros cuál es la materia, la forma, el ministro y el efecto
de este Sacramento saludable; porque la materia es el óleo
santificado por el Obispo, que efectivamente representa
muy bien la gracia del Espíritu Santo que unge invisible é
interiormente el alma del enfermo. La forma consiste en
esta oracion que acompaña á la uncion: "Que el Señor por
«esta uncion, y por su piadosísima misericordia, te perdo
ne los pecados todos que has cometido por la vista, por
«el oido, etc." El efecto real de este Sacramento es la gra
cia del Espíritu Santo, cuya uncion limpia las reliquias de
las culpas, y aun las culpas mismas si hay algunas que es
piar; consuela y fortalece el alma del enfermo, escitando
en él una gran confianza en la misericordia de Dios, que le
sostiene y le hace sufrir con mas facilidad las incomodida
ns
des y los trabajos de la enfermedad , y resistir con mayor
prontitud y menor coste á las tentaciones del demonio, que
le pone asechanzas en aquella última hora. Alguna vez al
canza tambien en virtud de esta misma uncion la salud del
cuerpo, cuando asi conviene á la salud del alma. Las pa
labras del apostol marcan con claridad á los que deben ad
ministrar y á quien debe recibir este Sacramento santo.
Los Obispos y los Presbíteros son los ministros, y los en
fermos, especialmente los que se hallan tan peligrosamente
atacados que están próximos al parecer á dejar esta vida,
son los sugetos ó á quienes debe administrarse. No se debe
con todo esperar á que el enfermo esté desahuciado, y á
que haya perdido el conocimiento, añade el catecismo com
puesto de orden del Concilio, antes es un pecado muy gra
ve el diferir hasta la última estremidad la administracion
de este Sacramento, porque con esta dilacion se priva al
enfermo de una gran parte del fruto que podría sacar de
él si lo recibiese con perfecto conocimiento, y uniéndose
con fe y con piedad á las oraciones de la Iglesia.

Doctrina del Concilio acerca del Purgatorio, las


indulgencias , culto de los Santos, etc.

El santo Concilio de Trento, despues de haber anatema


tizado los errores de Lutero y de Calvino sobre el Sacra
mento del Orden y el del Matrimonio, espone asi la doc
trina católica acerca del purgatorio. "La Iglesia, instruida
«por el Espíritu Santo, ha enseñado siempre, siguiendo las
«santas Escrituras y la tradicion antigua de los Padres, que
«hay un purgatorio, y que las almas detenidas en él re-
Bciben alivio con los sufragios de los fieles, y particular-
« mente con el sacrificio del Altar, tan digno de ser agra-
« dable á Dios. En consecuencia el santo Concilio manda
«á los Obispos pongan mucho cuidado en que la fe de los
126
«fieles tocante al purgatorio, sea conforme á la santa doc-
« trina que nos ha sido dada por los santos Padres y Con-
«cilios, y que sea anunciada y predicada en todas partes."
Pasa en seguida á hablar del culto de los santos, y ense
ña que los bienaventurados que reinan con Jesucristo ofre
cen á Dios sus oraciones por los hombres; que es bueno y
muy util el invocarlos con humildad, y recurrir á su inter
cesion para obtener de Dios sus beneficios por Jesucristo,
que es solo nuestro Salvador y Redentor; que los fieles de
ben tambien venerar los cuerpos y reliquias de los santos,
porque fueron en otro tiempo miembros vivos de Jesu
cristo y templos del Espíritu Santo, y porque deben un dia
resucitar para vivir eternamente; que Dios autoriza esta
veneracion, haciendo milagros á la presencia de estas reli
quias santas, como en otro tiempo los hizo con la sola som
bra de san Pedro , y con los paños que habian tocado al
cuerpo de san Pablo : además dice que deben conservarse
en los templos con especialidad las imágenes de Jesucristo,
de la Virgen Santísima su Madre y de los otros santos, á los
cuales debe darse el honor y la veneracion que les son de
bidos. Y no es esto, añade el Concilio, porque se crea que
hay en las imágenes alguna divinidad ni virtud por la que
deban reverenciarse, ni pedirles alguna gracia, ni poner
en ellas su confianza como bacian los paganos, que ponian
su confianza en los ídolos, sino que el honor que se les tri
buta se refiere á los originales que representan; de mane
ra que en las imágenes que besamos y ante las que nos des
cubrimos y prosternamos, adoramos á Jesucristo y honra
mos á los santos cuya semejanza ó nombre llevan. Los Obis
pos deben aplicarse tambien á hacer conocer que las his
torias de los misterios de nuestra redencion, espresadas por
la pintura ó de otro modo, sirven para instruir al pueblo y
para afirmarle en la práctica de acordarse continuamente
de los artículos de nuestra fe; que se saca además otra
gran ventaja de todas las santas imágenes, no solo en cuan
to ellas recuerdan al pueblo la memoria de los beneficios y
gracias que ha recibido de nuestro Señor, sino tambien
porque esponiendo ellas á los ojos de los fieles los mila-
\11
gros que Dios ha obrado y los ejemplos saludables que nos
ha procurado en los santos, deben servirles de estímulo
que los haga agradecidos, y que les escite á imitar las ac
ciones virtuosas de los amigos de Dios; de manera que la
vista de estos objetos debe moverlos á adorar y á amar á
Dios, é incitarlos á que vivan en la piedad. El Concilio ter
mina su instruccion por lo relativo a indulgencias. "Jesu
cristo, dice el santo Concilio, ha conferido á su Iglesia la
«potestad de conferir indulgencias, y la Iglesia ha usado
«desde sus primeros tiempos de esta potestad que recibió
«de lo alto; por lo que el santo Concilio enseña y manda
«que se conserve en la Iglesia esta práctica saludabilísima
«al pueblo cristiano, y confirmada con la autoridad de los
«Concilios. Anatematiza á los que digan que las indulgen-
«cias son inútiles, ó que nieguen á la Iglesia la potestad de
«conferirlas. Desea con todo que se use de este poder con
«moderacion y reserva, siguiendo la costumbre observada
«antiguamente y aprobada en la misma Iglesia, para que
»la disciplina eclesiástica no sea relajada por una escesiva
«facilidad."
CONTINUACION DEL COMPENDIO

DE LA

HISTORIA ECLESIASTICA

PARTE TERCERA.
XIWVWVWWV

San Carlos Borrorneo (año 1564).

El Concilio de Trento tuvo su sesion veinte y cinco y


última el dia 3 de diciembre de 1563. El Papa confirmo
los decretos del Concilio por una bula del 6 de enero de
1564, é invitó á los reyes, los pueblos y todos los fieles á
que recibiesen religiosamente aquellas santas ordenanzas.
No obstante, la reforma mandada por los Padres, y los sa
bios reglamentos que habian prescrito, no se establecieron
sino con mucha lentitud. Numerosos obstáculos se suscita
ron por todas partes, y algunas grandes iglesias se opusie
ron por de pronto á la ejecucion de los decretos ; pero Dios
suscitó una de aquellas almas nobles y generosas, que da de
siglo en siglo á su Iglesia para ser como el movil y el sos
ten de las grandes empresas. Carlos Borromeo, el modelo
de los Obispos y el restaurador de la disciplina eclesiástica,
babia nacido en Arona, cerca de Milán, de una de las fa
milias mas ilustres de Italia. Desde su mas tierna edad em
pezó á descubrir una piedad y unos gustos que no tardaron
en descubrir á su familia los designios de Dios sobre él.
139
Su tio el Cardenal de Mediéis, que fue creado Papa con el
nombre de Pio IV, y que conocia sus talentos y su celo por
la religion, le hizo Cardenal en 1569 á la edad de veinte
y tres años, y le encargó los negocios mas importantes á la
Iglesia, los mismos que desempeñó con la mas religiosa
exactitud. Nombróle en el mismo año Arzobispo de Milán,
pero sin permitirle por entonces el que se fuese de Roma.
Por su celo y esfuerzos se terminó el Concilio de Trento;
y sus eficaces solicitaciones á los Obispos y á los príncipes
aceleraron la publicacion. No bien se separó la venerable
asamblea de Trento, cuando ya él hizo celebrar un sínodo
numeroso en Milán , en el que los decretos del Concilio
fueron recibidos y aclamados. Poco satisfecho de estos pri
meros ensayos y del feliz éxito de ellos , el santo Arzobispo
redobló sus instancias con el sumo Pontífice para obtener
la libertad de ir á Milán á celebrar allí un Concilio pro
vincial y á hacer la visita de su diócesis. El Papa cedió á
sus instancias; y en efecto, ¿ podia rehusarle por mas tiem
po el permiso de ir á gobernar la Iglesia que se le habia
confiado? Se rodeó de hombres eminentes en ciencia y en
piedad, y todo el mundo quedó sorprendido de la dignidad
con que fue celebrado este nuevo Concilio por un joven
Cardenal que no tenia mas que veinte y seis años. La sa
biduría de los reglamentos que allí se hicieron hizo en
cierto modo sensible la presencia del Espíritu Santo. Estos
decretos tenian principalmente por objeto la recepcion y
la observancia del Concilio de Trento, la reforma del cle
ro, la celebracion del Oficio divino, la administracion de
los Sacramentos, y el modo.de instruir al pueblo. El Conci
lio de Trento habia suplicado al Papa que hiciese compo
ner un catecismo, y san Carlos se encargó de hacer ejecu
tar lo que el Concilio habia recomendado ; de su orden se
formó el que se llama catecismo de San Pío Y, ó ad Paro-
chos, distinguido por la erudicion, la exactitud y el orden •
que reinan en él. San Carlos no se limitó á un solo Conci
lio ; reunió en diversas épocas hasta seis, que todos fueron
confirmados por la SillaÁpostólica. La disciplina de estos
Concilios ha sido adofl(§aa por muchas Iglesias como una
PARTE II. 9
130
imagen la mas fiel de la del Concilio de Trento. El celo de
san Carlos era tan activo para establecer la reforma , que
no perdonaba fatiga alguna para consolidarla en su dióce
sis y en su provincia. Hizo muchas veces la visita de ella,
y estendió sus escursiones apostólicas hasta los profundos
valles de los grisones y de los suizos. ¡Cuántas veces se le
vió entonces caminar á pie sufriendo el hambre, la sed, las
inclemencias de un clima terrible , escalar las mas encum
bradas montañas, y sepultarse en los mas horrendos preci
picios para buscar las ovejas errantes y conducirlas otra
vez al redil! Nada se le escapaba de lo que podia servirá
la gloria de Dios y á la salvacion de sus prójimos. El culto
de los altares sin decencia y sin pompa, las ceremonias san
tas de la religion abandonadas y sin esplendor, hallaron en
el santo Arzobispo un reformador que, con la magnificen
cia de los ornamentos y la magestad del culto divino, en
salzó la grandeza de nuestros misterios y los hizo como sen
sibles á su pueblo. Entretanto la reforma que trataba de es-
blecer en el clero secular y regular la habia establecido de
antemano en su casa en toda su perfeccion. Su palacio
se asemejaba mas á un seminario que á otra cosa. Se hizo
una ley de no vestir seda, y prohibió el uso de ella á todos
los que lo rodeaban. En su mesa reinaba una gran frugali
dad, y en los últimos años de su vida llevó su austeridad
tan lejos, que su alimento todo consistia en un poco de pan,
agua , y algunas legumbres groseras. Abandonó su patri
monio á sus parientes , despues no obstante de haber ven
dido un principado de diez mil ducados de renta, cuyo va
lor total empleó en limosnas y obras pias. En cuanto á los
beneficios de que el Papa lo habia abundantemente provis
to, creyó que debia seguir á la letra los decretos del Con
cilio, que reprueba la pluralidad: renunció, pues, los unos
pura y simplemente en manos del Papa, y los otros sirvie
ron al establecimiento de colegios, de hospitales y de mo
nasterios. Retrataba en sus costumbres las virtudes de su
glorioso predecesor san Ambrosio, á quien parecia que se
habia propuesto por modelo de su vida pública y privada.
Entre los diversos establecimientos que hizo se notan mu-
131
chas fundaciones en favor de los Jesuitas, y en su diócesis
la de un cierto número de seminarios conforme á los de
seos del Concilio, y cuyos sabios reglamentos sirvieron de
pauta á todos los que se edificaron despues en toda la cris
tiandad con tanta ventaja y utilidad de la Iglesia. ¿Quién
lo creyera? Despues de tantas útiles instituciones, despues
de tantas fatigas para llamar á su pueblo al verdadero es
píritu del cristianismo, el piadoso Arzobispo se acusaba to
davía de no haber empezado á santificar el rebaño que se
le habia encomendado. La divina Providencia con todo le
reservaba una de aquellas grandes pruebas en que ordina
riamente la virtud mediocre se deja abatir, y en que el al
ma grande y generosa se deja ver toda entera y tal cual es.
La peste se manifestó en Milán ; al momento los grandes
y los ricos del siglo abandonaron la ciudad ; se aconsejó al
santo Prelado que se retirase á un lugar seguro, y que se
conservase para su diócesis ; pero lejos de seguir un conse
jo tan opuesto á la doctrina del Salvador, que dice: el buen
pastor da su vida por sus ovejas , ofreció á Dios el sacrifi
cio de ella, y se consagró al servicio de los apestados. Vi
sitábalos con la ternura de un padre, administrábales los san
tos Sacramentos, les llevaba palabras de paz y de consue
lo, y no omitia medio alguno para desarmar la cólera del
Señor. Bien pronto se agotan los recursos, y nada que
da para socorrer á los infelices. Carlos pide prestado, ven
de sus bienes, sus muebles, hasta su cama ; y rico para los
pobres por la pobreza á que voluntariamente se sujeta, va
él mismo á presentar con sus manos á los desgraciados el
alimento que los debe consolar y calmar todos sus dolores.
Dios miró al fin con piedad á las ovejas por los sacrificios
del pastor, y san Carlos vió la serenidad restablecida en su
diócesis antes de morir. Despues de haber cesado la peste
vivió todavía siete años, al cabo de los cuales fue á recibir
la corona de tantos sacrificios y virtudes el dia 3 de no
viembre del año de 1584, llevando á la tumba en pos de
sí las lágrimas de su rebaño , el luto de la Santa Sede y
la admiracion de la Iglesia toda. ¿Qué sociedad, qué doc
trina fuera de la católica puede gloriarse de haber pro
132
ducido hombres tan eminentes en santidad, en celo j en
caridad?

Santa Teresa, fundadora de los Carmelitas


descalzos (año 1582).

Por este mismo tiempo se formaban en la Iglesia nue


vas instituciones religiosas, se establecia en todos los claus
tros la reforma, y las órdenes monásticas se renovaban por
su primitivo fervor. El Papa Paulo IV habia fundado ya la
orden de los Teatinos, y tres caballeros milaneses se habian
ocupado en echar los primeros cimientos de la de los Bar-
nabitas. La sociedad de los Jesuitas, confirmada en 1534,
estaba entonces en todo su esplendor; los Hermanos de la
caridad fueron establecidos por S. Juan de Dios para socor
ro de los pobres ; los Papas aprobaron la reforma de los
Recoletos, que observaban la regla de S. Francisco en toda
su pureza; y por todas partes en fin se vió renovado el es
píritu de penitencia y la reforma introducida. Mas entre
todas las instituciones de este siglo, ninguna mas ilustre
que la fundada por Santa Teresa de Jesus , muger á quien
Dios suscitó para que llevase la reforma al claustro y fue
se la gloria de uno y otro sexo. Nació esta santa virgen en
Avila, en España , y mostró desde muy niña las disposicio
nes con que habia nacido para la piedad. La lectura de las
vidas de los santos inflamó su joven corazon, y le hizo to
mar la resolucion de seguir las huellas de estos héroes del
cristianismo. Privada no obstante de su madre en una edad
en que las pasiones empiezan á desarrollarse , tuvo la li
bertad de leer algunas novelas, de las que sacó sentimientos
de vanidad é impulsos peligrosos, que disiparon muy pron-
. to los que la Religion habia hecho nacer en su corazon.
¡Tanta verdad es el que la virtud y la inocencia no tienen
enemigos mas terribles qne los malos libros! Pero antes que
estos afectos nacientes hubiesen echado en ella profundas
raices, su padre, justamente alarmado, la condujo á un con-
133
rento, en donde los buenos ejemplos y las prácticas piado
sas renovaron su piedad. Teresa conoció entonces la gra
vedad de los peligros en que se habia visto, y en conse
cuencia formó la resolucion de consagrarse á Dios. A la
edad de veinte y un años entró en un monasterio de Car
melitas en Avila, para trabajar allí en su perfeccion con
todo el fervor de una santa religiosa. Para espresar el fue
go que la abrasaba y los ardores que la consumian, falta
ban palabras á su boca y sentimientos á su corazon : caia
en éstasis y arrobamientos de los que cosa ninguna cria
da podia sacarla ; y si en lo sublime de estos raptos se la
escapaban algunas palabras era para decir: "¡ Agrandad,
«ó Dios mio, ensanchad la capacidad de mi corazon, ó po-
«ned modo á vuestras gracias divinas!" Esta tierna amante
del Señor no tardó en conocer que la orden del Carmen,
sin haber caido en un estado de relajacion, se habia no obs
tante apartado de su institucion primitiva. Dotada de un
genio superior y de un valor mas estraordinario todavía en
su sexo, resolvió hacer renacer su antiguo fervor y estable
cer en ella la reforma. Fortificóse pues contra todas las
contradicciones, superó todos los obstáculos, y al cabo llegó,
á fuerza de constancia, de fatigas y de celo, á hacer revivir
en la referida orden el espíritu de penitencia y de regula
ridad. Diez y seis conventos de religiosas y catorce de reli
giosos plantearon su austera reforma, que poco á poco se
fue estendiendo despues por toda la cristiandad. Dos reli
giosos, llenos del espíritu de la perfeccion evangélica, la
habian secundado en sus trabajos. El uno era Juan de Ye-
pes, conocido con el nombre de S. Juan de la Cruz, y el
otro Antonio de Heredia, prior de Medina. El primero, por
la santidad de sus virtudes y el resplandor de sus milagros,
ha merecido ser puesto en el catálogo de los santos. Dios
probó todavía á su sierva con frecuentes y dolorosas enfer
medades , que aceptó siempre con alegría : siendo su amor
por los padecimientos tan grande, que le hacia repetir con
frecuencia estas palabras memorables: "¡Señor, ó sufrir ó
« morir!" Creyéndose demasiado feliz en comprar con do
lores del momento una corona inmortal , fué por último á
134
recibir la recompensa de sus trabajos y virtudes el año
de 1582.

Errores de Bayo Conversion de Enrique Ip^.

Bayo, doctor de Lovaina, queriendo aproximar los


protestantes á los católicos cayó en graves errores acerca
de la gracia, del libre albedrío, la justificacion , el pecado
original , la caridad, y la muerte de Jesucristo. Pio V hizo
examinar esta doctrina por hábiles teólogos, y despues de
muchas congregaciones á que asisiió este santo y sábio Pon
tífice, despues de haber leido los escritos delatados á su
tribunal, dió este Papa un juicio definitivo en 1567, con
denando setenta y seis proposiciones estractadas de estos li
bros : algunos años antes habia condenado diez y ocho la
universidad de París. Bayo pareció que al principio se so
metia, pero hizo ver muy luego que su arrepentimiento era
muy poco sincero, porque publico una larga apología de su
doctrina , en la que no se avergonzaba de sostener que el
sentir de los santos Padres se hallaba ultrajado en la bula
que lo condenaba , y que esta habia sido un motivo de es
cándalo para muchos doctores. Pio Y por una condescen
dencia estraordinaria , y con el deseo de ganar á esta des
carriada oveja , decretó un nuevo examen de este negocio,
y resultó confirmada la condenacion anterior de esta nueva
doctrina. Bayo ofreció entonces obedecer á la bula, pero
no ofreció abjurar lo que ella proscribia, introduciendo asi
un simulacro de respeto , pues prometia reverenciar en lo
esterior las decisiones que interiormente despreciaba en su
corazon. Muerto el Pontífice volvieron de nuevo á remo
verse Bayo y sus sectarios. Publicó aquel una segunda apo
logía ó mas bien sesta , y en ella apareció tanto mas atre
vido cuanto que acababa de ser hecho canciller de la uni
versidad. En ella se quejaba agriamente de que se le hubie
se condenado sin oirle , y hacia cuantos esfuerzos estaban á
135
su alcance para justificarse. Gregorio XIII , para poner un
fin á las turbaciones que nacian de estas novedades, publi
có una constitucion confirmando las bulas de su predecesor,
y envió á Lovaina á Francisco de Toledo para que la uni
versidad la aceptase, como en efecto lo hizo, siendo general
y uniforme la sumision de todos los que la componian. Ba
yo retractó entonces sus proposiciones de viva voz y por
escrito. Las teses que publicó despues no dan mucho cam
po para creer que su última retractacion fuese mucho mas
sincera que las anteriores. Al fin murió en 1589. Se sabe
que Cornelio Jansenio renovó despues los principios de Ba
yo, y que Quesnel ha repetido palabra por palabra en sus
reflexiones morales un gran número de las proposiciones
condenadas por Pio V. Así fue cómo Bayo y sus partidarios
trazaron el laberinto de errores y galimatías en que el se-
mi-calvinismo se ha atrincherado con tanta destreza , que
á pesar de la Iglesia que le condena y le arroja de sí se
obstina en permanecer siempre unido y adherido á su seno.
Bayo y sus partidarios habian sabido aprovecharse, para di
fundir y acreditar su sistema querido, de las turbaciones de
los Paises-Bajos, cuando los holandeses calvinistas asolaban
la Flandes, sublevaban la Holanda contra su soberano, y
cuando asi este reino como las provincias adyacentes se
sustraian á la dominacion española. En la Francia no ha
bia mas calma por este tiempo, pues los calvinistas mante
nian encendido en ella el fuego de la guerra civil. La Es
cocia , la Dinamarca , la Suecia renunciaban á la fe de la
iglesia romana; y en Inglaterra, sentada sobre el tronola
herejía, ejercia sus furores contra los católicos en todos los
ángulos de aquel reino. Se veia allí á la cruel Isabel, con
desprecio de todas las leyes divinas y humanas, inmolar á
sus celos y á su odio contra la religion de sus padres á la
desventurada María Estuardo, reina de Escocia, haciéndo
la morir sobre un cadalso despues de diez y ocho años de
una prision degradante. Rios de sangre se derramaban en
todas partes por la misma causa: degollados ó proscritos los
católicos eran entregados sin asilo y sin defensa á la mer
ced de las mas bárbaras leyes. En Francia el calvinismo, á


13f>
pesar de sus pérdidas diarias y de contínuos reveses, pro
longaba una guerra civil, mas funesta á la patria que las
bordas bárbaras que algunos siglos antes habian entrado
en ella con el hierro y el fuego en la mano. ¡ Ay Dios! Pa
recia que los nuevos dogmas iban á suceder a la antigua re
ligion que habia subsistido desde Clodoveo, y que habia he
cho la felicidad y la gloria de los franceses. Un joven prín
cipe, heredero presuntivo de la corona, se halla á la cabe
za de los rebeldes, la victoria le sigue por todas partes, y
bajo su penacho blanco no se coge otra cosa que laureles.
En vano la liga, mezcla terrible de todas las pasiones que
quieren colorearse con los tintes de un falso celo por la
Religion, opone alguna resistencia á este torrente impetuo
so; de todo triunfa, y ya una última victoria le abre las
puertas de la capital. Todo el mundo teme que el catolicis
mo va á acabarse en Francia; pero este temor, tan funda
do en la apariencia , no tarda mucho en disiparse. Dios,
que vela por su Iglesia, toca el corazon de este príncipe,
ilustra su espíritu , y en un momento le hace digno de ser
llamado hijo de S. Luis. Enrique IV renuncia á la herejía
antes de entrar en la capital de Francia; y en S. Dionisio,
entre las manos del Arzobispo de Bourges, asistido de un
gran número de prelados, fue donde hizo la abjuracion so
lemne de los errores en que hasta allí habia vivido. Allí hi
zo su profesion de fe en estos términos: "Prometo y juro
«en presencia de Dios todopoderoso de vivir y morir en
«la Religion católica apostólica romana, de protegerla y
• defenderla con peligro de mi vida, y renuncio á todas las
«herejías contrarias á su doctrina." Así fue como nuestra
santa Religion triunfó, y los sectarios perdieron hasta sus
esperanzas. Enrique IV, sentado sobre el trono, no pensó
mas que en reparar las pérdidas de la Iglesia y del Estado.
Llamó á los Jesuitas, que un decreto del Parlamento habia
desterrado, estinguió las discordias, apaciguó las disensio
nes civiles, é hizo durante su reinado la felicidad de sus
vasallos. Este desgraciado Príncipe fue asesinado en 1610,
y entonces fue cuando se vió mejor que nunca cuán amado
era de su pueblo. ¿Por qué no conformó sus costumbres,
137
como debió hacerlo , con la moral de la Religion, cuyos
dogmas profesaba abiertamente?

San Francisco de Sales (año 1622).

Dios ha suscitado en todos tiempos en su Iglesia hom


bres apostólicos que han empleado sus talentos, su ciencia
y su celo en contener el torrente del error, y en reducir á
su deber á los que habian tenido la desgracia de dejarse ar
rebatar por este funesto torrente; pero ninguno en estos
últimos tiempos se ha distinguido mas en esta ilustre car
rera que el glorioso S. Francisco de Sales, Obispo ilustre,
cuyo nombre no se pronuncia jamás sin recordar la virtud
mas pura y el alma mas bella. Nació en el obispado de Gi
nebra en 1567, y debió á la piedad de su madre una edu
cacion esmeradamente cristiana. El Conde de Sales, su pa
dre, lo envió cuando aún era joven á París á que hiciese
sus estudios. Dejó esta capital á la edad de diez y siete años
para ir á Padua, donde por algunos años se ocupó en el es
tudio del derecho y de la teología. Como se le apremiase
para que recibiese una plaza de senador en Chamberí, de
claró que queria consagrarse á Dios en el estado eclesiásti
co. Despues de muchos combates y de largas oposiciones
venció al fin la resistencia de sus padres, y no bien hubo
recibido los sagrados órdenes cuando se le vió dedicarse
todo entero á la salvacion de las almas. A ejemplo del di
vino Maestro, á quien se habia propuesto por modelo, tra
bajó con especialidad en la instruccion de los pobres. A es
te efecto recorria las aldeas, y con su inalterable dulzura
sobre todo ganaba la confianza de sus oyentes; así fue co
mo principalmente por este medio logró arrancar hasta se
tenta y dos mil almas del seno de la herejía. Ginebra era
el centro y como el baluarte del calvinismo: desde allí se
habia propagado esta herejía en las provincias limítrofes.
Francisco se presentó para hacer su mision en el Chablais,
y la hizo con tan buen resultado que en poco tiempo logró
138
desterrar de esta provincia los errores de Calvino, estable
ciendo en ella y en los concejos vecinos la antigua religion.
Francisco era entonces simple sacerdote; sus virtudes y sus
trabajos movieron al Obispo de Ginebra, que se habia reti
rado á Anneci porque su ciudad episcopal estaba ocupada
por los berejes, á hacerle su coadjutor. El Santo hombre
consintió, no sin repugnancia, en prestarse á los deseos de
su Obispo, y trató en seguida de volver al redil de la Igle
sia á los habitantes del pais de Gex, como lo logró, habien
do el Señor coronado sus trabajos con el mas feliz resulta
do. Los soberanos Pontífices le escribieron elogiando su ce
lo y trabajos, y los príncipes de la tierra le dieron brillan
tes testimonios de su estimacion. Enrique IV le ofreció una
pension y un obispado, y Luis XIII la coadjutoría de Pa
rís ; pero él prefirió constantemente la pobreza de su Igle
sia, á quien llamaba su esposa, á todos estos tan bellos ofre
cimientos. Luego que fue hecho Obispo de Ginebra bri
lló un nuevo dia sobre toda su diócesis. Emprendió la visi
ta de toda ella, evangelizando en todas las aldeas y lugares,
atravesando con peligro de su vida los torrentes mas rápi
dos, y gateando con trabajo las montañas mas inaccesibles.
Su bondad paternal le ganaba todos los corazones. Tenia
placer en enseñar por sí mismo los elementos de la doctri
na cristiana á los niños: animábales y sostenia su valor.
Nada omitió para que floreciesen las ciencias, la piedad y
la regularidad en el clero asi secular como regular de su
diócesis, y logró ver colmados sus deseos tambien en esta
parte. Además , viendo que las jóvenes de complexion de
bil, las enfermas y las viudas eran ordinariamente escluidas
de las casas religiosas, trabajó en el establecimiento de la
orden de la Visitacion, en que todas estas fuesen admitidas.
En fin, el santo Obispo no omitió medio alguno para rea
nimar el espíritu del cristianismo en todas las condiciones;
y sus escritos, que no respiran mas que el celo de que se
hallaba animado, producen aun hoy dia los mas saludables
efectos. Por último, despues de una vida enteramente apos
tólica, este ilustre prelado fue arrebatado á su rebaño y á
su iglesia en una edad poco avanzada. Murió en Lyon en
139
1 622 , y fue puesto en el catálogo de los Santos á los cua
renta y tres años despues de su muerte.

Estado de la Religion en el Japon.

La semilla de la doctrina evangélica que el Apostol de


las Indias S. Francisco Javier habia diseminado en el Japon
á mediados del siglo XVI, habia producido allí frutos cen
tuplicados por los cuidados de los misioneros portugueses
que habian sucedido al Santo. Sesenta años despues de su
muerte se contaban en aquel reino cerca de dos millones de
cristianos de toda edad y de toda condicion. La mayor par
te de los grandes del imperio hacian profesion públicamen
te del cristianismo, ó sostenian á los neófitos, cuyos amigos
y protectores se declaraban. Hasta algunos príncipes ha
bian renunciado al culto de los ídolos: los de Bungo, de
Arima, de Tungo, de Bugen y de Omura eran de este nú
mero. Estos progresos hacian creer que este pais estaba
destinado á llenar en la Iglesia el vacío que habia dejado en
ella la desercion de tantas naciones europeas como la here
jía la habia arrebatado: mas por un efecto de los juicios del
Altísimo, cuyos consejos no nos es permitido profundizar,
esta tierra cultivada con tanto esmero, tan fecunda en vir
tudes eminentes y regada con el sudor de tantos Apóstoles,
fue bien pronto abrevada con la sangre de una infinidad de
mártires. Persecuciones violentas se escitaron allí contra los
cristianos , que por el pronto fueron como en los primeros
siglos del cristianismo un germen fecundo que produjo
nuevos cristianos y en abundancia. Se promovieron estas
persecuciones bajo el reinado de dos usurpadores del tro
no de este imperio, que suspicaces y sombríos como todos
los tiranos, miraban como enemigos á los fieles porque su
doctrina condenaba su usurpacion, sus costumbres, y su cul
to ridículo é impío. Tai-Kosama, uno de estos usurpado
res, desterró á los grandes, de quienes concibió sospechas por
la generosidad y la grandeza de su fe, y derramó la prime
140
ra sangre preciosa ¿e los cristianos. Se vió entonces á estos,
desde las clases mas elevadas hasta los esclavos, los hom
bres lo mismo que las mugeres, los niños igualmente que
los viejos, buscar la ocasion de morir por el santo nombre
de Jesucristo : mas esto no fue mas que el preludio de esta
bárbara persecucion, cuyos horrores son tales que superan
á todos los inventados en tiempos antiguos por los Nerones
y Dioclecianos. En el reinado de To-Xogun-Sama, desde
el año 1630 hasta el de 1650, todas las provincias del im
perio se vieron inundadas de la sangre de los mártires; los
sacerdotes y los misioneros con especialidad eran el objeto
de las pesquisas de este monstruo de impureza y de cruel-
dad , que logró estirpar enteramente del Japon el cristia
nismo. La fe de estos héroes sufrió los mas rudos ataques;
y el infierno, que parecia haber agotado su rabia inventan
do suplicios rigorosos contra los primeros cristianos, los
inventó mas rigorosos todavía para triunfar del valor
de estos generosos confesores. Se les prendia, no uno á
uno sino en tropas; y no bastando el atarlos como á cri
minales, se les aseguraba con instrumentos agudos, que al
mismo tiempo taladrasen sus carnes y despedazasen sus
miembros; á la menor queja, á cualquier palabra que pro-
ferian se les arrastraba por los cabellos, se les hacia caer
en tierra, y les molian á pisotadas. Mas todo esto no era
mas que el preludio de las escenas horribles á que estaban
reservados. Primero se contentaron con quemarlos despues
de haberles cortado la cabeza, pero á poco creyeron que
este suplicio era muy dulce, y se quiso que no llegasen á la
muerte sino despues de haber agotado en los tormentos Ja
rabia de los verdugos. A los unos les quemaban las piernas
entre dos cepos erizados de puntas de hierro, y á otros les
arrancaban uno por uno todos los miembros, de mil mane
ras y por mil medios todos lentos y á cual mas dolorosos.
Aquí estendian á los mártires sobre el vientre, y despues
de ponerles sobre los riñones enormes piedras, les levanta
ban con cuerdas que atadas á los pies y á las manos los ha
cian doblegarse hácia atrás, y les destrozaban todo el cuer
po en un momento : allá introducian leznas por bajo las
MI
uñas de los mártires, y se las arrancaban con horribles do
lores. Unos eran arrojados en hoyas llenas de vívoras; otros
veian sembrar su cuerpo de cañas aguzadas, ó quemarle
con antorchas encendidas; alguna vez, para despedazar de
un golpe el corazon y el cuerpo de las madres, los verdu
gos las golpeaban con las cabezas de sus hijos pequeñitos
que cogian por los pies, y redoblaban su brutalidad á me
dida que estas víctimas inocentes lloraban ó gritaban de do
lor. Entretanto, lejos de entibiarse el celo de los cristianos,
parecia que la rabia de los perseguidores animaba su valor.
Jamás se vió tan gran número de operarios apostólicos co
mo pasaban entonces al Japon de todos los órdenes religio
sos: la perspectiva de una muerte la mas horrible parecia
que era para ellos un atractivo el mas poderoso. Se corria
á los tormentos como á una fiesta; se adornaban como pa
ra los dias mas festivos cuando iban á ser conducidos al
cadalso: las prisiones resonaban con los cánticos, y los ca
labozos mas oscuros se convertian en santuarios, en don
de no se oia otra cosa que las alabanzas del Señor. Ellos
mismos se presentaban á los satélites del tirano y se hacian
inscribir para ser martirizados. Pero el fuego de la per
secucion iba siempre progresando, y mientras que hubo
cristianos no faltó inventiva de nuevos y cada vez mas hor
ribles suplicios con que atormentarlos. Se ve en las inme
diaciones de Nangasaqui una montaña escarpada llamada
Ungen, de donde exhalan continuamente torbellinos de lla
mas, aguas infectadas y lavas ardiendo. Se pensó en hacer
la servir al suplicio de los cristianos; pero no se les hacia
entrar en el crater ó boca mas que lentamente, hasta que
se triunfase de su constancia ó que recibiesen la muerte
en medio de convulsiones y de sofocamientos. Alguna vez
los estendian desnudos sobre aquellos abismos, y se conten
taban con rociarlos con aquellas lavas, que muy luego los
cubrian de pústulas y los ponian en estado de causar hor
ror; y cuando sus cuerpos no eran mas que una llaga los
abandonaban como los cadáveres que se arrojan al esterco
lero. Tras estos vinieron los tormentos del agua y de la fo
sa ; en el primero se obligaba al paciente á beber una gran
142
cantidad de agua, y cuando se hallaba enteramente infla
do le ponian una tabla sobre el vientre, y á fuerza de pi
sar encima le hacian arrojar mezclada con su sangre to
da el agua que habia tragado. En el segundo se descolga
ba al martir cabeza abajo en una olla llena de las mas he
diondas inmundicias; dos tablas ajustadas que le abrazaban
por el estómago le quitaban la luz, y no dejaban escapar
cosa alguna de la hediondez pestilencial, que toda era re
cibida por su olfato. Allí el confesor generoso sufría tor
mentos contínuos; se sentia estirar con violencia los ner
vios y como si le arrancasen los músculos; la sangre salía
por todos los conductos de la cabeza en tanta cantidad que
á no sangrarle hubiera muerto en pocos minutos, pero por
medio de esta detestable precaucion seguia agonizando por
espacio de nueve ó diez dias que tardaba en espirar.
Por estos medios se logró arruinar sin recurso la
Iglesia del Japon, tan floreciente poco tiempo antes ; pero
es necesario confesar que quizá en ningun pais se adornó
la religion con tantos trofeos, alcanzados por el valor y la
constancia de sus defensores, como en este. Despues de ase
sinados todos los ministros de la religion santa de Jesucris
to, todos y cada uno de los japones se vieron obligados á lle-
varsiempre consigo un signo esterior de paganismo, y se eri-
jió una columna con esta inscripcion: "Mientras que el sol
«alumbre al mundo, que ningun estranjero sea osado á en-
«trar en el Japon ni aun en calidad de embajador." Des
de entonces solo los holandeses tienen permiso de abordar
al puerto de Nangasaqui para cambiar allí algunas mer
cadurías. Pero sean cualesquiera los designios de la Pro
videncia sobre la suerte futura del Japon en orden á reli
gion, nosotros debemos notar que la luz del Evangelio que
ha brillado con tanta actividad sobre esta isla, situada á la
estremidad de nuestro hemisferio, es una consecuencia de la
prediccion tantas veces repetida en los libros santos de que
esta religion sería anunciada á todos los pueblos ; el núme
ro de mártires que allí han sellado con su sangre la fe
en los mas inauditos tormentos debe hacer conocer tam
bien en la constancia de estos héroes una virtud sobrena
143
tural, un valor emanado de Dios, y una fuerza tan invenci
ble como él mismo.

Principios del jansenismo (arco 1630).

No contento el enemigo de la salvacion de los hombres


con haber aniquilado el cristianismo en el Japon , vino á
sembrar en el campo del Señor, en Europa, una nueva ci
zaña, haciendo retoñar el calvinismo que parecia haber si
do ahogado en el mismo pais en que nació. Jansenio, que
dió su nombre á la nueva herejía, habia nacido en Holan
da, y habia bebido los errores de Bayo en las lecciones de
Santiago Janson, doctor de Lovaina. Aficionóse persuadi
do por su maestro á las novedades que se le habian ense
ñado como la mas pura doctrina de san Agustin, y se apli
có por espacio de mas de veinte años á buscar en los es
critos de este santo doctor autoridades propias á apoyar los
falsos sentimientos de que ya se hallaba apasionadamente
preocupado. El fruto perverso de sus ímprobos trabajos y
pesquisas de mala fe fue un abultado librote, que intitulo
Auguslinus como si no contuviese mas que la doctrina de es
te Padre. Dió la última mano á su mala obra y se disponia á
publicarla, cuando murió de la peste á los dos años de ha
ber sido nombrado para el obispado de Ipres. Dejó á al
gunos amigos el encargo de sacar á la luz pública su libro,
despues de haber insertado en 6l diversas protestas de su
mision á la Santa Sede, todas muy poco sinceras, sin du
da porque el autor no podia ignorar que la doctrina del
tal libro habia ya sido condenada en Bayo, y muchos puntos
de su doctrina en Lutero y en Calvino. En efecto, Urba
no VIII le condenó como que renovaba los errores del ba-
yanismo; mas esta condenacion, recibida en Francia, en Es
paña y en todas las iglesias católicas, no hizo mas que agriar
y hacer mas culpables á los partidarios de los nuevos erro
res, que hicieron numerosos prosélitos, sobre todo en Fran
cia. La facultad de teología de París estractó y condenó al
M4
gunas proposiciones del Augustinus. Los Obispos franceses
llevaron este negocio á la decision de Inocencio X. Después
de un examen de estas proposiciones que duró mas de dos
años, este Papa las condenó solemnemente en 1653, y su
juicio fue recibido por toda la Iglesia, particularmente en
Francia, en donde la bula fue solemnemente aceptada sin
oposicion y casi sin escepcion': asi es como la fe, fundada
sobre la piedra contra la que el infierno no debe jamás pre
valecer, triunfa siempre del error. Las proposiciones con
denadas son cinco; y aunque no se hallen palabra por pa
labra en la obra de Jansenio, como efectivamente no se ha
llan, sin embargo, el libro todo entero cuan grande es se ha
lla de tal manera infestado de los errores que estas propo
siciones contienen, que para servirnos de la espresion de
un gran Prelado, si se pusiese en un alambique no desti
laría mas que el veneno de estos errores. Estas cinco pro
posiciones encierran el sistema erróneo del autor tocante
a la gracia, el libre albedrío, el mérito de las buenas obras,
el beneficio de la redencion, etc.; sistema que segun Mon-
sieur Bergier puede reducirse á este punto capital. "Que
«despues de la caida de Adán, el placer es el único resor-
«te que mueve el corazon del hombre ; este placer es ine
vitable cuando viene, é invencible cuando ha venido. Si
«este placer viene del cielo ó de la gracia lleva al hombre
«á la virtud, y si viene de la naturaleza ó de la concupis
«cencia le conduce y determina al vicio , y en ambos casos
«la voluntad se halla necesariamente arrastrada por aquel
«de los do9 placeres que es mayor ó mas fuerte. Mis dos
«delectaciones, dice Jansenio, son como los platos de una
«balanza ; ninguno de ellos puede bajar sin que el otro sil
«ba. Asi el hombre obra invencible y voluntariamente al
«mismo tiempo el bien y el mal, segun que se halla domi-
«nado ó por la gracia ó por la concupiscencia: jamás re-
«siste ni á la una ni á la otra." Sorprende el que este sis
tema, que nada tiene de amable en si mismo, pues que ha
ce del hombre una máquina y de Dios un tirano; que re
pugna al sentimiento interior de todos los hombres y á la
conviccion que tienen de su libertad, haya no obstante te
145
nido tantos sectarios. Pero ¿qué no puede el orgullo, y adon
de no arrastra á los hombres el placer terrible de resistir
á la autoridad ? Lo que mas admira es el que estas gentes
se hayan obstinado y se obstinen en querer permanecer en
el seno de la Iglesia, á pesar de todas las condenaciones y
de todos los anatemas con que esta gran madre de los ver
daderos cristianos los ha arrojado de sí como á miembros
gangrenados, y capaces de corromper á los que están sanos:
sin duda han conocido que de este modo la hacen mas da
ño, y despedazan mas- á man salva sus entrañas maternales.
{Traidores! clavan el puñal en su corazon al mismo tiem
po que la están haciendo protestas de su filial sumision.
Peores que todos los demás herejes, solo se diferencian de
ellos esencialmente en esta conducta de viboreznos. Por lo
demás conservan las formas esteriores todas de la Iglesia,
los mismos ritos en la administracion de los Sacramentos,
las mismas ceremonias públicas. De ahí es que cubiertos
con la máscara de católicos tienen mas facilidad para ganar
la confianza de las personas incautas, y para hacerlas adop
tar sus sentimientos erróneos : faccion peligrosa , á cuya co
operacion y esfuerzos debe la Europa la pérdida de su mo
ral, de sus tronos, de sus tesoros, y que no ha omitido me
dio para trastornar la autoridad de todas las potestades,
para apartar á todo el mundo de la virtud, alejarle de la
confianza en Dios y conducirle á la desesperacion, al paso
que suscitando las mas crueles guerras y persecuciones lo
ha llenado todo de sangre y de horrores. Mil veces mas de
testable en sus efectos que el ateismo, á quien ella ha hecho
activo , sin duda trastornaría enteramente la Iglesia de
Jesucristo si fuese posible al infierno el trastornarla. Pero
se frustrarán sus proyectos; cuando el tiempo llegue de con
cluirse esta nueva prueba, la Religion saldrá triunfante de
todas las persecuciones, y el jansenismo perecerá como to
das las herejías han perecido.

PARTE II. 10
146

Benedictinos de la congregacion de San Mauro,


y congregacion del Oratorio de Jesús.

El espíritu del santo Concilio de Trento, prevaleciendo


sobre la relajacion que insensiblemente se habia introduci
do en las órdenes religiosas , animó en este siglo á muchos
de sus miembros á que trabajasen en introducir de nuevo
en muchos monasterios la primera regularidad que les die
ran sus santos fundadores. Entre estas reformas se distin
gue la de los monasterios de Benedictinos que formaron en
Francia la congregacion de san Mauro. Aprobada por los
Papas Gregorio XV y Urbano VIII, no tardó en ilustrarse
con los grandes hombres que produjo , y los servicios que
hicieron éstos á la Religion. Todo el mundo sabe que á sus
trabajos, á sus penosas pesquisas igualmente que á su cien
cia se deben las bellas ediciones de la mayor parte de los
Padres de la Iglesia; ediciones generalmente estimadas so
bre todas las que se habian hecho hasta entonces. Pero tam
bien es necesario confesar que ninguna orden religiosa po
dia entregarse con tantas ventajas á este género de trabajo,
pues que han sido sus predecesores los que han conservado
y trasmitido hasta nosotros los mas preciosos monumentos
de la antigüedad eclesiástica. Si los escritos de los Padres,
las decretales de los Pontífices y cánones de los Concilios
han llegado hasta nosotros, es necesario confesar que á ios
trabajos y cuidados de los monges debemos estos augustos
títulos, que son hoy la riqueza de la Iglesia y los arsenales
en que se encuentran las armas de la verdad contra todas
las herejías antiguas y modernas. Las bibliotecas de los mo
nasterios han sido como unos asilos en que estos monu
mentos, tan interesantes á la Religion y á las ciencias, se
refugiaron para escapar á la depravacion del gusto , á la
inundacion destructora de los bárbaros, y al furor de las
guerras.
147
La congregacion de S. Mauro no fue el único estable
cimiento que distinguió al siglo XVII: el mismo espíritu
que habia animado á S. Felipe Neri á fundar en Italia una
congregacion de sacerdotes seculares reunidos en comuni
dad, y cuyo objeto es el dedicarse á la instruccion de la ju
ventud y á las funciones del ministerio santo, animó tam
bién al sábio y piadoso Cardenal Pedro de Berulle á esta
blecer la congregacion de los del Oratorio en Francia. Este
fundador la llamó el Oratorio de Jesus, y el Papa Paulo V
la aprobó en el año de 1613. Los miembros de estas dos
congregaciones vivian en comunidad sin ligarse con voto
alguno. La caridad y el fervor pareció á sus fundadores que
debian ser lazos bastante fuertes para formar de todos ellos
un corazon y un alma sola. Una y otra han dado á la Igle
sia y á las letras hombres distinguidos, grandes predicado
res, sábios teólogos, escritores muy hábiles en la crítica
sagrada y en las antigüedades eclesiásticas, y buenos litera
tos. Los Padres Condren, Bourgoing, Lejeune, Tomasino y
Massillon ilustraron la congregacion francesa, como Baro-
nio y otros sábios han ilustrado la italiana. La de Francia
sobre todo ha servido en su principio á reparar los daños
que el calvinismo habia hecho en ella á la Religion, y á
reanimar aquel espíritu del sacerdocio que tanta influencia
tiene sobre el pueblo. Jamás se olvidarán el cuidado y el
celo con que se entregaba conforme á su instituto á la ins
truccion de la juventud en los colegios, ni los discípulos
numerosos que ha formado para ser en seguida con sus ta
lentos y sus virtudes el honor de la Iglesia y del Estado.

San Vicente de Paul (año 1660).

Desde lo alto del cielo vela Dios siempre en la conser


vacion de su Iglesia, y la proporciona ministros fieles en el
mismo tiempo en que el espíritu de la fe se debilita sensi
blemente, suscitando en su misericordia hombres apostó
licos que reanimen la fe y la piedad sobre la tierra. San
<48
Vicente de Paul fué uno de estos instrumentos de la Provi
dencia divina. Habia nacido en la diócesis de Dax el 1576
de padres pobres y oscuros, que le emplearon desde lue
go en guardar ganado. Tuvo en seguida la dicba de estu
diar y de ser elevado al sacerdocio. Desde entonces empe
zó á entregarse á todas las grandes obras de piedad , que á
pesar de la oscuridad que su humildad buscaba con ansia
le hicieron bien pronto célebre en toda Europa. Aplicóse
sobre todo á instruir á los habitantes del campo. Sensible
mente afligido del abandono á que estaban reducidos los
presidarios detenidos en diferentes cárceles de París, buscó
y halló el medio de reducirlos á una sola casa, y así le fué
mas facil proveer á sus necesidades corporales, al paso que
les prodigaba todos sus cuidados para que no Ies falta
sen los socorros espirituales y las instrucciones cristianas.
Luis XIII, informado del orden bellísimo que había esta
blecido entre los presidarios, nombró á Vicente vicario ge
neral de las galeras. El Santo se trasladó á Marsella pa
ra prestar los mismos servicios á los forzados, allí deteni
dos. No pudo el Santo ver sin emocion el horrible estado
de estos miserables, que heridos por la justicia humana es
piaban sus crímenes sin consuelo en medio de las blasfe
mias y de la desesperacion. Prodigóles los cuidados de la
caridad mas tierna, y se aplicó á dulcificar aquellas almas
feroces y envilecidas con los vicios. Nada le parece penoso
«en el ejercicio de tan desagradable ministerio: vivia en
medio de estos desgraciados para consolar sus penas y tem
perar el rigor de sus males. Aun se dice que movido de
la desesperacion de un forzado, á quien su desgracia tenia
inconsolable, ocupó su lugar, llevó su cadena, y estuvo al
gun tiempo confundido entre los presidarios como si fuese
uno de ellos. Formó el proyecto de un hospital para ellos,
que al cabo efectuó algunos años despues. Una multitud de
eclesiásticos pidieron ser asociados á sus buenas obras y á
sus trabajos apostólicos. El Arzobispo de París aprobó esta
asociacion, de la que fué nombrado superior general su
Santo fundador, y Urbano VIH la erijió en congregacion
en 1632 bajo el nombre de Sacerdotes de la Mision. El
149
vulgo les dió el nombre de Lazaristas á causa del priorato
de S. Lázaro, que fué su primera casa. Como si el estable
cimiento y la conducta de una congregacion naciente no
hubiesen bastado á su celo , dirijia el Santo al mismo tiem
po las misiones del reino , de la Italia , de la Escocia , de
Berbería y de Madagascar; daba ejercicios á los jóvenes
que se preparaban á recibir las santas órdenes, y presidia
las célebres conferencias eclesiásticas, que produjeron tan
tos ilustres prelados y tantos virtuosos personajes. Pero todo
esto era poco todavía para su celo, principal motor de to
das las obras buenas que la caridad produjo en esta época;
Vicente estableció la cofradía de este nombre para el alivio
de los enfermos pobres en las parroquias, la de las Señoras
de la Cruz para la educacion de las niñas, y la de las Se
ñoras para servir á los enfermos en los hospitales. A su ce
lo se debe tambien la fundacion de los hospitales de la Pie
dad, de Bicetre y de la Salpetrería. Trabajó á mas con efi
cacia en la reforma de Granmont , de los Mostenses y de
la abadía de santa Genoveva. Pero el objeto que conmovió
su corazon con mas fuerza fue el triste estado de un gran
número de niños, que nacidos del libertinaje ó en el seno de
la miseria , se veian todos los dias espuestos con la mayor
crueldad, y con tanta impiedad como barbarie, en las calles
y rincones, en donde con mucha frecuencia perdian la vi
da del cuerpo y al mismo tiempo la del alma. Vicente no
descansó hasta hallar remedio á estos males en los hospi
cios ó casas de espósitos que su infatigable celo erijió en
diferentes puntos de París. Mas para servir estos hospita
les, y para secundar eficazmente su tan activo celo, era ne
cesario hallar un gran número de mozas caritativas, y á
este efecto instituyó las Hijas de la Caridad. El Santo las
dió reglas visiblemente llenas de la sabiduría evangélica,
propias á formarlas en una virtud sólida que las hiciese re
sistir y superar los peligros de una vida que debe emplear
se entre las gentes del siglo , y que al mismo tiempo las hi
ciese superiores á las repugnancias de la naturaleza. Estas
santas religiosas, de que se han formado establecimientos
hasta en Polonia, han causado la admiracion de todo el
150
mundo y en todas partes, por su reserva y su modestia,
por su simplicidad en la comida y en el vestido, por su dul
zura, su paciencia, su constancia en el trabajo, su caridad,
y en fin, por todas las virtudes de su estado. Los enfermos
mas asquerosos, los huérfanos mas abandonados, las islas
mas lejanas, los paises mas remotos no pueden ni debilitar
su valor ni resfriar su caridad. Hijas de S. Vicente vuelan
como él á donde quiera que descubren algun desgraciado:
ningun género de beneficencia las es estraño. Llamado
al consejo de la reina Ana de Austria, San Vicente no se
presentó en él sino para hacer reinar en sus decisiones la
equidad y la justicia , y para mostrar que la autoridad ejer
cida por un sacerdote santo no tiene mas objeto que los
intereses de Dios. En medio de los prodijios que obró
su caridad fué pobre, fué humilde, y se creyó siempre el
último y el mas inutil de los hombres. Lleno de méritos y
cargado de buenas obras acabó su santa carrera el 27 de di
ciembre de 1660, de edad de 80 años , dejando cubiertos
de luto á todos los infelices qne perdian un padre, y que
dando á la posteridad un nombre honroso y un precioso
recuerdo.

Progresos de la fe en la China y otros paises.

No es á solo á un pais á quien la Providencia proporcio


na ministros celosos; porque Jesucristo, que ha muerto por
todos los hombres , quiere que todos se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad, y les procura por consiguiente
los medios de conocerla y de salvarse. Con este fin en to
dos los siglos ha suscitado hombres apostólicos que lleven
la luz de la fe á las naciones mas remotas, sepultadas en
las tinieblas de la infidelidad ; pero acaso en ningun siglo
se vieron tantos hombres de esta clase como en este , pues
fue un número escesivo el que se dedicó y consagró á las
misiones lejanas. Eran muchas las que estaban abiertas por
este tiempo, pero la mas floreciente de todas era la de la
151
China- El Apostol de las Indias y del Japon, S. Francisco
Javier, espirando á la vista de este imperio á que su celo
lo conducia , no habia podido hacer mas que votos por la
salvacion de sus habitantes. Hacia el fin del siglo XVI el
P. Ricci y otros dos Jesuitas, llevados del mismo ardor de
la conversion de los chinos, hallaron modo de introducirse
en el imperio mezclados con algunos comerciantes portu
gueses. Ricci, muy instruido por otra parte en la lengua,
las leyes y las costumbres de esta nacion, empezó por ha
cerse admiradores con sus opúsculos y ciencia, porque á
favor de las matemáticas y de la astronomía fué como la re
ligion cristiana se introdujo en aquel imperio, y por el
crédito que los misioneros matemáticos han tenido sucesi
vamente en la corte ha sido la fe predicada con suceso (1)
en esta vasta nacion. Ricci obtuvo desde luego el permiso

(i) Puede dudarse eon fundamento si este crédito de las matemáticas y de los
misioneros á quienes ellas ponian en favor, dañó ó aprovechó á la propagacion:
del Evangelio en la China. Sin condenar yo, antes bien alabando el celo de aque
llos que de todo han querido servirse para atraer á Jesucristo á lodos los hom
bres, creo seguramente que la mayor* ó menor admision de los medios humanos en
una obra cnterameute divina, cual es la conversion de los pueblos , ha hecho final
mente un daño mas ó menos proporcionado á los medios de esta clase que se han
empleado. Es una cosa digna de la mas profunda consideracion, el ver que solo se
han convertido del todo y han perseverado convertidas aquellas naciones en donde
obró este prodigio la sola santa simplicidad apostólica. Un Crucifijo en las manos de
un Apostol pobre y penitente, una virtud á toda prueba heroica, y una predica
cion dogmática que anuncia positivamente las verdades de la religion, he ahí lo
que ha convertido al mundo , tanto en tiempo de los Apóstoles como despues. La
China misma es una prueba brillante de esto, y una demostracion sensible de lo poco
que los medios humanos valen. Aquellas provincias y paises donde los simples misio
neros anunciaron á Jesucristo con toda la sencillez del Evangelio, y teuiendo mas
contradicciones que sufrir, derramaron si se quiere la sangre de algunos apóstoles,
y pusieron obstáculos terribles á sus santos esfuerzos, pero al fiu se convirtieron, y
hoy persevera la religion entre ellas; mientras que la corte y otras provincias en
que las matemáticas y el favor sirvieron para autorizar la predicacion . apenas se
acuerdan de que entre ellas se haya anunciado al Salvador. El Japon si el
Japon hubiera podido ser convertido todo y afirmado por algun tiempo en la fe
por S. Francisco Javier, es posible que las persecuciones hubieran acrisolado mas
no estinguido allí el Evangelio ; pero el Santo no hizo mas que plantar, los medios
humanos regaron, y la obra de los hombres no resiste á los embates del infierno.
Aun estoy casi por persuadirme de que los males que aflijen á la Iglesia en Euro
pa provienen en mucha parte de la escesiva confianza que los ministros de la Reli
gion han puerto en la ciencia humana, y del estendido uso* que se ha dado á los
medios humanos. La Iglesia aborrece las disputas, y los eclesiásticos han querido ha
cerlo todo disputando. De ahí es que á razones se han opuesto razones; y como es
í 52
de fijarse en Canton y despues en Nankin , donde no se au
mentó el número de sus admiradores. Allí edificó un ob
servatorio, y se aprovechó de la consideracion de que go
zaba para anunciar la fe cristiana, de la que no quedaba
rastro algnno aunque habia sido anunciada allí, primero en
tiempo de los Apóstoles y despues en el siglo VII. El mi
sionero tuvo la felicidad de convertir, ayudado de sus com
pañeros, á muchos infieles, y entre ellos algunos mandari
nes, y esto fue lo que le abrió el camino de la capital dei
imperio. La corte no se negó á ver á un hombre tan estra-
ordinario: llegó á Pekin el año 1600, y mereció la protec
cion del Emperador, que le concedió el que residiese en
ella. Algunas pinturas del Salvador y de la Virgen que ofre
ció á este Príncipe fueron bien recibidas, y colocadas en
un sitio elevado de palacio para ser honradas allí; y el ce
loso misionero se aprovechó de esta proteccion para difun
dir en aquella vasta capital la luz de la religion. Este era
su único objeto. Logró convertir un gran número de chi
nos y á no pocos grandes oficiales de la corte. Ricci gozó
constantemente del favor del Emperador, y llegó hasta á edi
ficar una iglesia, puso los fundamentos de una cristiandad
que llegó á verse floreciente, y concluyó su gloriosa carre-

infinito el número de los necios , las pasiones han cargado en ellos la balanza, j ha
sucedido lo que ha debido suceder, que la caridad no existe en muchos , que la
fe se ha amortiguado en no pocos, y que la impiedad ha triunfado de algunos.
Para reanimar estos cadáveres no hay otro recurso que el poder divino comuni
cado á la palabra apostólica, anunciada como la auunciaron los Apóstoles, y co
mo el Salvador mandó cuando dijo á estos : Euntes docete; id, ensenad : pero nos
otros disputamos en igual de predicar y de hacer milagros en toda clase de virtu
des: ¿y qué pueden las disputas sobre cosas sobrenaturales contra el ridiculo, el
sofisma, y la seduccion del interés, de que se vale el mundo para refutar nuestras
mas sólidas razones? Ah, los mundanos opondrán siempre razones á razones, y la
razon corrompida tendrá siempre mas partido que ta razon ilustrada. Al contrario,
si se les ataca con la luz del cielo, con el calor de la caridad , no podrán nunca
resistirnos. Para vencer en esta contienda, decia San Juan Crisóstomo, es preciso
ser ovejas; si somos lobos, esto es, si nos ayudamos de la astucia humana sere
mos vencidos, porque nos faltará el auxilio del Salvador, que oves non tupos pas-
cit. Apacienta él ovejas, esto es, hombres que á imitacion del mismo Señor anun
cian sin contencion la verdad, y callan cuando se escitan disputas necias ó cu
riosas sobre ella. ¡Cuántos ejemplos que confirman esta importante verdad nos ofre
ce la historia eclesiástica! El ocurrido con San Spiridion,en el concilio de Nicca,
merece ser meditado por todos los que aman á la Iglesia de Jesucristo.
153
ra en 1617. El P. Schall , jesuita de Colonia , llamado á la
corte fué hecho en seguida superior ó gefe de los matemá
ticos, y mandarin. Su vida se pasó en la alternativa de la
privanza y de las mas violentas persecuciones; consumado
de trabajos y de sufrimientos murió en 1666, despues de
haber ejercido por espacio de cuarenta años las penosas
funciones de misionero.
Otros religiosos de diferentes órdenes, con especialidad
del de Santo Domingo , y algunos sacerdotes seculares, se
unieron á los jesuitas para trabajar en la propagacion del
Evangelio, y lo hicieron con bastante fruto. El mucho fru
to que producian sus trabajos indispuso contra ellos á los
bonzos y á algunos mandarines que escitaron diferentes per
secuciones ; pero el fervor de estos operarios , y la fe , y el
ardor de los nuevos cristianos se aumentó con ellas en vez
de disminuirse. Hácia el fin del siglo XVII colocó una re
volucion sobre el trono á la dinastía de los príncipes tár
taros, que por el resto de este siglo no dejó de protejer á
los cristianos. Así se vió entonces estender por todo el im
perio el culto del verdadero Dios, se edificaron templos en
todas partes á su Nombre santo, y aun se edificó una igle
sia magnífica en el mismo recinto del palacio imperial. La
mies se hizo con esto tan abundante que no guardaba pro
porcion alguna con el número de los operarios; pero su
valor, su actividad infatigable suplieron de tal modo á su
pequeño número, que difundieron la luz del Evangelio has
ta en los rincones mas apartados y desconocidos del imperio.
En este mismo siglo suscitó Dios otros hombres apos
tólicos, que intrépidos fueron á anunciar la fe de Jesucristo
sobre las costas del Africa, en Egipto, en la Grecia, en
Abisinia, en la Persia y en casi toda la América. Desde el
siglo XVI se habian desparramado los misioneros en aquel
nuevo hemisferio; y al paso que civilizaban los pueblos,
trabajando por ilustrarlos con la luz de la fe, se esforzaban
en curar las llagas que la ambición y la sed del oro causa
ban en las naciones salvajes del nuevo mundo. No se pue
de menos que admirar el celo de estos misioneros , que no
acobardándose ni por la barbarie de los pueblos , ni por la
154
de distancia los lugares, ni por la diferencia de los climas,
ni por los peligros é incomodidades del mar, ni por lo di
ficil y estrañq de la lengua, han desafiado los hielos del Nor
te y los calores del Mediodía, el orgullo de las naciones
falsamente civilizadas como los chinos, y la estupidez bru
tal de los salvajes americanos, esponiéndose á recibir á
cada paso, en premio de sus fatigas, una muerte dolorosa
y terrible. Se conoce que ninguna pasión humana , ningún
motivo terreno es capaz de infundir tanto valor. Solo el
celo y la caridad cristiana pueden inspirar tales sentimien
tos á los ministros verdaderos de Jesucristo ; así es que su
celo ha sido mas activo , mas atrevido que la ambicion de
los conquistadores, que la insaciable avaricia de los nego
ciantes, y que la curiosidad de los que llaman sabios; por
que si los misioneros no hubiesen empezado á dirijir á los
navegantes, descubriendo ellos los caminos del mar y fran
queando la entrada de los paises lejanos, una buena parte,
la mayor del globo, nos sería todavía desconocida. La reli
gion verdadera, pues, ha triunfado de todo lo que se opone
á su establecimiento: ella es católica porque no se circuns
cribe á pais alguno particular, sino que propagándose en
todas las partes del mundo conocido, engendrando por to
das adoradores á Jesucristo, y semejante á un grande ar
bol, plantado, como dice San Pablo, sobre el fundamento
de los Apóstoles y de los Profetas, y sobre Jesucristo que es
la piedra angular, repara á lo lejos sus pérdidas con las
nuevas ramas que produce.

Causas de la incredulidad.

Es muy consolador para el cristiano el observar que


todo lo que sucede se halla anunciado de antemano, y el
saber que las mismas persecuciones que sufre por su reli
gion se las ha manifestado Dios en los libros santos. Gomo
permisiones adorables con que su justicia castiga á los pue
blos cuyos pecados han llegado al colmo, ó en quienes por
155
sus justos juicios debe desarrollarse un nuevo orden de co
sas en beneficio de la misma religion , dada esta á los hom
bres para santificarlos y perfeccionarlos se acomoda en
cuanto es posible á lo humano, y esperimenta las mismas
épocas de enfermedad y de salud, de infancia y de desar
rollo que las que vemos en la humana naturaleza. Por eso
no sería muy estraño decir que próxima la religion á salir
de la pubertad y tocar á su perfeccion temporal , tiene que
luchar para llegar á ella con los mismos obstáculos y las
mismas dificultades proporcionalmente que esperimenta
el hombre para llegar á ser varon perfecto. ¿Y quién ó qué
otra cosa podia hacer pasar por estas terribles pruebas á la
religion benéfica del Salvador sino esa impiedad irracio
nal, y ese espíritu de indiferencia religiosa, mas irracional
todavía , que tanto se ha generalizado desde mediados del
siglo pasado hasta hoy? Pues por eso ha permitido Dios sin
duda que el angel esterminador de la impiedad tienda
sus alas sobre el continente de la Europa y todo su hemis
ferio. Por lo demás, las pasiones siempre han tenido la mis
ma ojeriza que hoy á la religion que las enfrena; y si nada
pudieron ni por sí ni ayudadas del sofisma y del ridículo
con que las auxiliaron Celso, Porfirio y Juliano Apóstata,
nada habrian podido ni ayudadas de los esfuerzos de la fi
losofía y del error heretical. Lo que por consiguiente han
hecho hasta aqui no lo deben sino á la permision de Dios,
y á lo necesario ó conveniente que es el que haya escán
dalos en el mundo. De otro modo no se concibe cómo
ha podido tener partidarios en la culta Europa la doctrina
desoladora de Cal vino y de Lutero, que es la apestada fuen
te de donde inmediatamente ha nacido la impiedad. Repro
ductores estos dos apóstatas de los funestos errores de los
albigenses, waldenses, begardos, fraticelos , wiclefistas,
husitas, enseñaban un sistema que era como una sentina en
donde se reunia todo lo mas pestilencial que ha vomitado
el infierno contra la santidad de la religion y la seguridad
de las personas y de los estados. Sus principios, aunque des
truían la esperanza de los hombres y los únicos consuelos
que restan en el mundo al desgraciado, produjeron á los
156
socinianos, de estos salieron los deistas, y del espirita de
vértigo del deísmo nació la incredulidad. ¿Y pudo ésta na
cer y propagarse de tan odioso y aborrecible origen? Que
no ha tenido otro lo demuestran los Hobbes, los Talands,
los Woolstons, los Lindalls, que nacidos y educados en el
protestantismo, enseñaron con otros muchos como ellos la
impiedad descubiertamente. Los Espinosas y los Bailes en
Holanda, protestantes nacieron y se criaron; con todo, et
uno estableció el materialismo, y el otro sostuvo en todas
ó casi en todas sus obras un escepticismo que se estcndia
á todas las religiones, y que le hacia decir con toda verdad,
que él era verdadero protestante , pues que protestaba contra
todas las religiones , aunque contra quien dirijia todos sus
golpes era especialmente la cristiana. A estos se les puede
considerar como á los maestros del gran número de viles
escritores que despues de ellos se han aplicado á repetir
con un teson infernal sus atroces sofismas , y á presentarlos
bajo todas las formas imaginables.
Pero lo que sobre todo autorizó á la impiedad y la hizo
tomar el vuelo rápido que hoy asombra al observador, fué
en Francia la regencia del duque de Orleans durante la
menor edad del rey Luis XV. En los manejos del Duque
para usurpar la regencia que no le pertenecia, y en los an
tecedentes á ella se demostró bastantemente que Dios mi
raba en su furor á Europa como á un campo en que los
errores iban á producir las mas terribles escenas. Dos Del
fines muertos contra toda esperanza en la flor de su edad,
dejaron campo á Orleans para que con su incredulidad y
escandalosa conducta animase y diese fuerza á la impiedad
destructora. Esta, tímida hasta entonces y oculta, empezó
á mostrarse al descubierto, se glorió de sus máximas y ra
ciocinios, y ofreció á la curiosidad de las pasiones aterra
das por la conciencia mil sistemas , cada uno de los cuales
se enderazaba al trastorno de la sociedad toda entera y de
toda la religion. El palacio del Regente era el punto de
reunion de los que se llamaban espíritus fuertes, y allí era
donde se ensayaban y permitian ' las chanzonetas y las
burlas mas sangrientas contra las materias y las personas
137
mas respetables; chanzonetas que, acojidas allí con cierto
aplauso, circulaban luego por la capital y por las provincias.
El Regente fue mirado como el sosten de estos incrédulos
que se adornaron á sí mismos con el nombre de filósofos,
asi como tambien de la mas desvergonzada licencia, y de
la inmoralidad que de su palacio se difundió por todo el
reino. No obstante, todavía no circulaban mas que compo
siciones en pequeño y folletos clandestinos sin nombre de
autor. Un resto de pudor hacia que no se atreviesen los es
critores á darlos en su nombre, porque la mayoría de la na
cion perseveraba adicta á las máximas y prácticas antiguas
de la religion. En 1751 fué cuando un presbítero llamado
de Pradés, Bachiller de la Sorbona, se atrevió á sostener
una tesis que fué mirada como el primer ensayo público
de la filosofía irreligiosa. Diderot, uno de los mas grandes
promovedores de esta filosofía, le habia ayudado á formar
aquella tesis, que era como un compendio de todas las pa
radojas impías de los pretendidos espíritus fuertes. En el
mismo año vieron la luz pública los dos primeros tomos
del Diccionario Enciclopédico, compilacion inmensa, que
debia ser segun el prospecto el mas completo tesoro de los
conocimientos humanos todos, y servir ella sola de biblio
teca, pero que en la realidad era el depósito de todos los
errores, de todos los sofismas y de todas las calumnias que
desde las primeras escuelas de la impiedad hasta esta enor
me compilacion podian haberse inventado contra la reli
gion; de tal manera, que se puede mirar á este diccionario
como al arsenal de los incrédulos. A fuerza de ser reco
mendada dicha enciclopedia y ensalzada por todos los pa
peles públicos del partido, vino á ser el libro de todas las
bibliotecas; y poco á poco el mundo que se llama sábio vino
á ser el mundo anticristiano, llenando así el objeto con
que manifiestamente se habia emprendido esta obra. Vol-
taire, que dió á su siglo un impulso increible para el tras
torno de todos los principios, y que habia jurado antes del
año 1930 consagrar su vida á la destruccion del cristianis
mo, se hallaba entonces en la fuerza de su genio. Atacó,
pues, á la religion directamente y con la mayor audacia
158
en una multitud de escritos; jamás escritor alguno ha ma
nejado el arma del ridículo con mas destreza : adornó sus
sofismas de un estilo seductor y con un tono natural , facil
y elegante que le ponia al alcance de toda clase de lectores;
y por la lectura de estos escritos insidiosos é impíos fue
por donde este hombre desgraciadamente célebre se hizo
un número infinito de prosélitos. Hábiles y sábios escrito
res se apresuraron al momento á descubrir el error, á re
futarlo victoriosamente, y á demostrar las verdades de la
religion hasta la última evidencia ; y asi es que los escri
tos de los incrédulos no pudieron dañar mas que á aquellos
que se complacian en la doctrina de los filósofos porque
largaba la rienda á todas las pasiones, y tenian por consi
guiente un interés en cerrar los ojos á la luz del Evangelio
y de la revelacion , y en tratar de culto supersticioso á esta
religion que por el espacio de diez y ocho siglos ha hecho
la felicidad de los paises que la han seguido.

Supresion de los Jesuítas (año 1 773).

En esta época existia una sociedad célebre, cuyas luces,


piedad , celo y talentos temian los enemigos de la Iglesia
católica. Conforme á la mira de su fundador y al fin de su
instituto, no habian cesado los hombres apostólicos que la
componian de atacar con vigor y buen resultado los erro
res de los pretendidos filósofos; millares de personas arran
cadas por ellos del seno de la herejía habian vuelto á en
trar en el redil de la Iglesia : pero el ódio de la impiedad
unido al de los nuevos sectarios fué mucho mas activo con
tra ellos, y de un modo muy diferente. En Portugal fué
donde empezó á promoverse la nueva tempestad contra los
Jesuitas. Para hacerles perder la estimacion pública de que
gozaban alli justamente , un ministro perverso que se había
hecho árbitro absoluto del gobierno del reino , tenien
do á su Rey en continuas crisis por imaginarias conjura
ciones que él finjia , derramó en primer lugar por toda Eu
159
ropa una multitud de libelos infamatorios en que se deni
graba á estos religiosos con las mas negras calumnias. Los
acusaba (le ser los cómplices de una horrible conjuracion
contra el rey, y pidió al soberano Pontífice que los supri
miese. Irritado con la negativa se puso furioso, y no guar
dó límites ni consideracion alguna. Las casas de los Jesui
tas se ven rodeadas de soldados que los prenden y los en
cierran en calabozos infectos, de los que la mayor parte no
salió sino para ser cruelmente arrastrados á diferentes puer
tos, amontonados en barcos, y trasportados asi desnudos de
todo sobre las costas de los estados romanos. El odio del
ministro no queda satisfecho con la proscripcion de los Je
suitas en Portugal, sino que los persigue hasta en las leja
nas colonias de las Indias Orientales y de América. Arran
cáronlos de consiguiente de aquellas misiones que habian
regado por espacio de tantos años con sus sudores, despues
de haberlas fundado con su sangre; y embarcados como cri
minales no son conducidos á Portugal sino para ser encer
rados en calabozos los mas horribles, y en los que pere
cieron casi todos de miseria y de dolores. Mientras que
esto pasaba en Portugal se preparaba otra persecucion á los
Jesuitas de Francia. Los parlamentos, por el medio de la
apelacion como de abuso ó el recurso de fuerza , como se h;i
dicho en España , se habian abrogado el examen de las
constituciones monásticas, de las ordenanzas de los Obis
pos, delas Bulas apostólicas, el derecho de levantarlas
censuras impuestas por la Iglesia, y de forzar á los Obis
pos á dar la Eucaristía á los rebeldes que los mismos Obis
pos creian indignos de recibirla. Por medio de estos prin
cipios, mas exajerados aún que los de la cismática supre
macía anglicana, fue como los órganos de la justicia en
Francia exijieron que los Obispos que se habian distin
guido por. su celo y ortodoxia fuesen desterrados , diesen
la dimision de sus obispados, ó fuesen trasladados á otras si
llas. Mas entre tantos prelados como declamaron contra
las usurpaciones del Parlamento y se opusieron á los pro
gresos de la impiedad, ninguno mostró mas firmeza apos
tólica unida á la caridad pastoral que el ilustre Mr. Beau-
160
mont, Arzobispo de París, tan justamente llamado el Ata-
nasio de su siglo. La persecucion que se suscitó contra él
y contra todos los que le estaban adheridos fué singular
mente notable; y estinguida esta lumbrera se decretó la
proscripcion de los Jesuitas. Como en Portugal, se empezó
en Francia por inundar el público de libelos y de sátiras,
en los que nada se omitió para hacerles perder el concepto
de que gozaban en toda la nacion. En fin, su regla ó insti
tuto fué denunciado á la gran cámara del Parlamento en
julio de 1761 por un consejero secretario, que le pintó con
los mas negros colores. En vano Luis XV hizo juntar al
clero de su reino para pedirle informes sobre este cuerpo
religioso; en vano esta augusta asamblea, despues de dos
meses de examen, aprobó la doctrina de los Jesuitas, ates
tiguando que era sana y su moral pura; que eran fieles al
Bey; y que su conservacion era útil á la Iglesia y al Esta
do: nada pudo contener á los magistrados filósofos enemi
gos de la sociedad; al contrario, pareció que se aplicaron
mas encarnizadamente á perderlos. Desde el mes de febre
ro de 1762 el Parlamento de Roban los proscribió en toda
la estension de su distrito; el de París hizo lo mismo algu
nos meses despues; y en fin, unos despues de otros hicie
ron todos lo mismo en poco tiempo, calificando todos al
instituto con los mas odiosos títulos, hasta que por último,
á fuerza de intrigas y de manejos, se llegó á arrancar un
edicto al rey Luis XV que sancionaba la total destruccion
de la Sociedad de Jesus en todos los estados de Francia en
noviembre de 1764. La cábala , destruidos los Jesuitas en
Francia, empezó á mover todos sus resortes en la corte de
Madrid. Carlos III reinaba en España, y habia entregado
su confianza á algunos ministros que no merecian serio de
un Rey que se honraba con el título de católico. Por sus
órdenes en el mes de abril de 1767 fueron en todo el
reino, en un mismo dia y á una misma hora, tratados estos
religiosos de la misma manera que lo habian sido ocho años
antes en Portugal. Se les notificó la orden del Rey por la
que eran arrojados de su pais natal sin delito y sin causa,
con prohibicion de volver á entrar en él bajo pena de la
161
vida. En consecuencia se les embarcó á todos sin escep-
cion, viejos, jóvenes, enfermos, profesos y sin profesar,
sin dejarles ó permitirles ni aun el triste consuelo de des
pedirse de sus padres y de sus amigos , arrojándolos al fin
sobre las costas de los estados Pontificios, despues de ha
berlos detenido muchos meses en el mar haciéndolos pa
sar lo que sin duda no merecian. Los motivos de un trata
miento tan rigoroso se ignoran todavía. El Rey en su cé
dula Real decia que los reservaba en su corazon ; pero ya
han pasado setenta años , y ha habido buen cuidado de no
manifestarlos: señal clara de que eran falsos todos los con
que se habia logrado seducir el religioso corazon de aquel
monarca, que no se contentó con arrojarlos de sus estados
sino que los persiguió hasta en Ñapoles, donde reinaba su
hijo, y en el ducado de Parma, de que era soberano su
sobrino.
Era con todo muy poco para los enemigos de los Jesuitas
el perseguirlos y ultrajarlos de este modo; quisieron ade
más alcanzar del sumo Pontífice su supresion total, y la in
tentaron con eficacia: pero en igual de prestarse á ella el
piadoso Clemente XIII sostuvo su causa cual si fuese la de
la Iglesia. Clemente XIV su sucesor no opuso la misma
resistencia. La Iglesia romana poseia algunas tierras en di
ferentes reinos; todas son al momento confiscadas, y los em
bajadores de los soberanos en la corte de Roma declaran
que no se levantará el secuestro de estas posesiones mien
tras que haya Jesuitas, y que su estincion total es el único
medio de restablecer la concordia entre la santa Silla y las
cortes católicas de Europa. El nuevo Papa duda por largo
tiempo, trata el asunto despacio, busca mil medios para
salvar á los religiosos perseguidos, pero en fin, apretado de
nuevo con mas vigor dió el 21 de julio de 1773 un breve
por el cual suprimió la Compañía de Jesus. Dos soberanos
no católicos conservaron en sus estados á los Jesuitas, Fe
derico II de Prusia y Catalina II, emperatriz de Rusia. El
mismo Clemente XIV dió un rescrito que los mantenia en
estos estados in statu quo , el que les fue significado por el
Nuncio y el Obispo de Warmia en julio de 1774. Pio VI
PARTE II. 11
dio en 1777 otro breve de los mas honrosos confirmando
el de su antecesor en favor de los Jesuítas de Rusia, y per
mitiéndoles que eligiesen un vicario general. El breve de
estincion que se habia dado con la idea de restaurar la paz
fue por el contrario, segun han mostrado los acontecimien
tos, la señal de una insurreccion casi general contra la San
ta Sede. Pareció que la Religion habia perdido sus mas
ardientes defensores, la Santa Sede sus mas celosos apolo
gistas, los soberanos á los sostenedores de su autoridad , y
la juventud cristiana sus mejores maestros. Algunos han
mirado estos elogios como exagerados; pero al ver los pro
gresos que desde la época de la destruccion de los Jesuitas
han hecho la irreligion y la impiedad, hay motivos para
creer que asi estos mónstruos como las consecuencias fata
les que ellos han producido se han desarrollado en parte
á causa de faltar aquel instituto, cuya existencia era un di
que poderoso contra sus terribles esfuerzos.

Ataques dados á la jurisdiccion del Sumo


Pontífice.

Apenas los Jesuítas fueron aniquilados, una multitud de


escritores de todas clases empezaron á atacar las preroga-
tivas y la jurisdiccion de la Santa Sede. Mientras que Vol-
taire á la cabeza de los filósofos afilaba el arma del ri
dículo contra la Religion y sus ministros, los mismos á quie
nes la Iglesia habia confiado el cuidado de su defensa, domi
nados por un espíritu de vértigo y de error, parecian cons
pirar con sus enemigos para darla los mas funestos golpes.
Se vió hasta á Obispos que desconocian los derechos de la
Cátedra principal, y reproducian en cierto modo los siste
mas de Lutero y de Calvino. Uno de los que mas se distin
guieron en esta guerra impía fue Mr. de Houtheim, sufra
gáneo de Tréveris , que se ocultó con el nombre de Febro-
nío. Su libro de prcesenti stata Ecclesioe, en el que estable
ce un sistema de verdadera anarquía , aunque desprecia
163
do al principio fue en seguida aceptado con tal furor que
vino á ser el manual de todos los novadores y de muchas
universidades, que bebieron en él el espíritu de rebelion
contra la Iglesia y contra su cabeza visible. Desde entonces
data la decadencia de la enseñanza religiosa en Alemania,
y la especie de demagogia que se ha introducido en la Igle
sia al par que otros han tratado de introducirla en el es
tado. Desde que el emperador José II sucedió á la empe
ratriz María Teresa su madre, se le vio hacer innovacio
nes cuyo plan parecia tomado en parte de Febronio y en
otras obras análogas. A las escuelas cristianas hizo suceder
escuelas normales; y en lugar de seminarios episcopales y
de las escuelas de teología, hizo establecer colegios genera
les independientes de los Obispos, en los cuales una comi
sion especial nombró profesores infestados de todos los er
rores nuevos. Se suprimió un gran número de casas reli
giosas, y las que se dejaron subsistir quedaron sin ninguna
dependencia de sus superiores generales. Las pretendidas
reformas no pararon aqui; conforme á la doctrina de Fe
bronio y de los nuevos doctores, se quiso obligar á todos
los Obispos á que fuesen Papas en sus diócesis, y á que con
cediesen jure proprio dispensas de las leyes generales de la
Iglesia , y en las materias reservadas á la Santa Sede por
un uso constante. Todas estas innovaciones movieron al Pa
pa Pio VI á emprender su viaje á Viena en 1782, á ver si
sus representaciones de viva voz y en persona tenian me
jor efecto que las que habia hecho por escrito y de todos
modos. El Emperador recibió con respeto á Su Santidad,
y le trató con todos los miramientos debidos á la dignidad
eminente de sumo Pontífice. Ratificó los decretos que el
Papa habia redactado con los Obispos de Hungría, pero es
tos quedaron sin efecto la mayor parte por la incuria y ma
la fe de los ministros encargados de su ejecucion. Con to
do, este viaje no dejó de producir un gran bien en el im
perio: él fue un nuevo pábulo á la fe católica, y el santo
Padre volvió á Rema lleno de consuelo con los testimonios de
adhesion y de respeto que le dieron los pueblos. Poco tiem
po despues pareció en Viena un libelo con el título escan
164
daloso de ¿Qué es el Papa? Jamás la insolencia y la desfa
chatez se habia manifestado de un modo tan escandaloso.
En 1783 salió de nuevo al público, y aumentado, otro libro
casi olvidado ya con el título de la autoridad del Papa , en
cinco volúmenes por Burignis. Todas las trompetas del fi
losofismo se tocaron en su favor y para ponderarle. En fin,
el cisma que amenazaba á la Alemania pareció consumar
se en ella. El Emperador en nuevas ordenanzas permitió
el divorcio en ciertos casos, y casi se erijió en juez de la
fe. Se vió entonces á algunos metropolitanos usurpar al
gunos derechos esenciales é inherentes á la Santa Sede. Los
tres electores eclesiásticos y el Arzobispo de Salztbourg se
coligaron para disputar el derecho de nunciatura al gefe
supremo de la Iglesia, aunque este derecho se halle com
probado por el uso no interrumpido de todos los siglos de
\a Iglesia , v sea inseparable de la soberanía para con los
Subditos ó inferiores. Al efecto invistieron de poderes es-
traordinarios á cuatro eclesiásticos que en su nombre tu
vieron un congreso en Ems, cerca de Coblenza, en el que
organizaron una especie de constitucion eclesiástica que
transformaba á sus comitentes ó poderdantes en otros tan
tos Papas, no dejando al sucesor de san Pedro mas que
un vano título de honor. Desde entonces creyeron tener
aquellos Prelados la autoridad de dispensar en los impedi
mentos dirimentes, en los votos solemnes y en el ayuno
de institucion apostólica, etc. Y asi fue como la gerarquía
eclesiástica se vió trastornada por aquellos mismos que de
bian ser sus mas firmes apoyos. Por el mismo tiempo se
rebelaba en Italia otro Obispo contra la Santa Sede. Sci-
pion de Ricci, Obispo de Pistoya y de Prato, tenia un Con
cilio en el que trasformaba á los curas en Obispos, hacién
dolos jueces de la fe y de la disciplina eclesiástica, y cons
tituyéndolos en asamblea competente para decidir sobre
estas materias. Allí hizo que se tomasen resoluciones que
destruian toda la gerarquía de la Iglesia, su disciplina y
su gobierno. Todas las innovaciones hechas por José II y
por los metropolitanos del imperio fueron allí adoptadas, y
Ricci se abrogó la autoridad de conceder todas las dispensas
165
en los casos reservados al sumo Pontífice. La pretendida re
forma de Ricci y de su conciliábulo de Pistoya fue condenada
y anatematizada por diez y ocho Arzobispos y Obispos reuni
dos en Concilio en Florencia en 1787. Pero ninguna Iglesia
se opuso con mayor firmeza y unanimidad á todas estas no
vedades que la de Bélgica. Sobre todo el ilustre Cardenal Ar
zobispo de Malinas, Juan Enrique de Franckemberg , fue
quien supo desenmascarar toda la heterodoxia de la enseñan
za del seminario general, y perseguirla hasta en sus últimos
atrincheramientos con su larga declaracion sobre esta mate
ria, que fue aprobada por el gefe supremo de la Iglesia, y á
la que se adhirieron particularmente los Obispos de la Bél
gica. Ellos tuvieron valor para elevar sus representaciones
al pie del trono, y para esponer al soberano todo el vene
no de las innovaciones hechas en su nombre, presagiándole
las consecuencias funestas que de ellas iban á seguirse pa
ra la Iglesia y para el estado. José 11 reconoció al fin la jus
ticia de sus reclamaciones y la perversidad de los consejos
que se le habian dado, y se dirigió al sumo Pontífice para
que interpusiese su mediacion con los Obispos, á fin de
que estos con su autoridad calmasen las turbulencias que
se habian suscitado en las provincias. El soberano Pontífi
ce escribió en efecto un hermoso breve á estos Obispos, en
que les mandaba que volviese todo á su antiguo estado.
La muerte del Emperador, acaecida el 20 de febrero de
1790, le impidió el reparar todo el mal que habia hecho;
no obstante, algunos dias antes de morir espidió un edicto
revocando y anulando todas las ordenanzas anteriores en
materia eclesiástica, con especialidad el decreto concernien
te á los matrimonios. Esta vuelta de José II á los princi
pios sanos en el momento en que la verdad se presenta por
lo comun sin celajes, y en el que desaparecen todas las preo
cupaciones, fue todavía un triunfo para la Beligion. Pero
los principios anárquicos que antes habia protejido y pues
to en práctica seguian propagándose insensiblemente en la
misma Iglesia y en el estado, y preparaban la horrible re
volucion que estalló poco despues, y que aún no ha termi
nado despues de medio siglo de horrores, de asesinatos y de
16fi
trastornos. En vano los Obispos clamaban á los soberanos,
y hacían todos los esfuerzos imaginables para que sus ove
jas se precaviesen del contagio inmoral é irreligioso que
con una culpable perseverancia propagaban por todas par
tes los novadores filósofos que por do quiera cundian;
los mismos soberanos, sin quizá conocerlo, y la mayor par
te de la nobleza europea, se asociaron á ellos, ó los dejaron
obrar con una criminal tolerancia ; y á la sombra de esta se
multiplicaron las sociedades secretas, cuyos trabajos han lo
grado su objeto de trastornar los altares , destruir los tro
nos y aniquilar todas las virtudes sociales. "Sire (escribia
«el clero de Francia el 11 de setiembre de 1730 á Luis
«XV, rey de Francia) se trata de quitar á vuestros subdi
tos su adhesion á la cátedra de san Pedro, que es lo que
«distingue á los católicos de los sectarios que están sepa
rados de ella ; se ensayan todos los medios de esponer al
•desprecio la persona y las decisiones del Padre comun de
«los fieles La fe se pierde, la herejía triunfa, y la incre-
«dulidad, peor y mas terrible que la herejía, se aprovecha
«de estas divisiones Detened, Sire, detened con vuestra
«proteccion los progresos de estos males.... Jamás reina-
«reis sobre vuestros súbditos con mas seguridad que cuan-
«do hayais logrado que la Religion reine sobre ellos. En su
«sumision á la Iglesia aprenderán la sumision que os de-
«ben; y respetando su autoridad respetarán mas religiosa-
« mente la vuestra, y os obedecerán con la fidelidad que so
sia la Religion puede inspirarles...." ¡Ah! si los sobera
nos hubiesen oido favorablemente estos votos del clero,
nosotros no habríamos visto ni veríamos sin duda los es
tados trastornados, la abominacion en el templo del Señor,
ni muchas páginas sangrientas mancharían como manchan
la aciaga historia de nuestra época. Pero los reyes estaban
sitiados por los que los halagaban para perderlos; la aris
tocracia desmoralizada quería desentenderse de la concien
cia que la importunaba en sus culpables goces; y de ahí el
que esta tratase de ridiculizar estos temores, y de tapar la
boca á los que tan justamente los concebian, mientras que
los reyes, adormecidos en la molicie ó en los brazos de cor
167
tesa nas impúdicas, nada oian sino los consejos de aquellos
que trataban de indisponerlos, y los indisponian con los úni
cos que velaban por su seguridad. Asi la filosofía pudo re
ducir al silencio ó hacer nulos los esfuerzos de la milicia
santa, y cuando llegó el caso la degolló á man salva, en
volviendo en su ruina los tronos, los principios y el orden
social todo entero..

Revolucion francesa. — Constitucion civil del


clero. — La Religion proscrita. — Muerte de
Luis XVI.

Hacia ya tiempo que la filosofía moderna trabajaba en


Europa, y especialmente en Francia, minando los funda
mentos de la Religion y de la sociedad : la regencia del
Duque de Orleans la habia dado tiempo y medios, y auxi
liada de estos habia logrado difundir la independencia y el
libertinage en todas las clases y todas las condiciones. En
fin, Dios, que queria dar una gran leccion al universo, y
empezar á castigar en los reyes y en los pueblos la escan
dalosa rebelion que se habian permitido contra la mano
salvadora á quien debian todo lo que eran , al paso que
demostrar al universo que la cruz puede hacer mártires
aun despues de diez y ocho siglos, permitió á la impiedad
que se armase de la espada, y que atacase á viva fuerza la
Iglesia de Jesucristo. El antiguo sofisma que habia hecho
balancear los tronos en el siglo XVI resonó de nuevo en
las academias, se reprodujo en todas las obras, y mostró los
reyes á los pueblos, no como ministros inviolables del mo
narca universal, sino como representantes responsables
de la multitud soberana. Gritos de revolucion y de sedi
cion se hacen oir por todas partes , y no se escuchan si
no quejas de la esclavitud en que se vive. Apenas los esta
dos generales se reunen, cuando los enemigos del orden no
US
disimulan ya sus designios. Piden y logran que no se vote
por corporaciones como antes en todas las asambleas se ba
hia hecho; los rangos se confunden, se vota personalmen
te, y el primer resultado de esta violacion de los antiguos
usos es el triunfo de los facciosos que dominan en la asam
blea, y que empiezan dando los decretos mas contrarios á
la Iglesia y a la Religion. Declararon por el pronto que los
bienes eclesiásticos pertenecian á la nacion , y que los vo
tos monásticos quedaban provisionalmente suspendidos:
poco despues pusieron en venta hasta cuatrocientos millo
nes de bienes eclesiásticos, y suprimieron de un golpe to
das las órdenes religiosas. En vano los Obispos reclamaron
contra estas medidas violentas; sus voces son ahogadas por
las pasiones, que ya tumultuaban, y sus representaciones
quedan inútiles. Entretanto el mal empeoraba todos los dias;
la sangre empieza á correr, y los facciosos, llenos de orgullo
con sus triunfos, se prometen cada vez mayores ventajas.
Por de pronto redujeron los ciento treinta y cinco Obispa
dos que habia en Francia á solo ochenta, segun el número
de los nuevos departamentos ó provincias en que habian di
vidido el reino. Aniquilaron unas sillas , erigieron otras, y
suprimieron los capítulos ó cabildos, las abadías, priora
tos, capellanías y beneficios. Establecieron que los nuevos
Obispos pedirian su institucion canónica al metropolitano ó
al Obispo mas antiguo de su provincia, y no al Papa como
lo prescribia una disciplina recibida muchos siglos habia: so
lo, decian, le deberian escribir notificándole su eleccion en
testimonio de estar en comunion con la Santa Sede. Dispu
sieron que la eleccion de los Obispos y de los curas sería
confiada á los colegios electorales , y que los vicarios serian
elegidos por los curas de entre los sacerdotes ordenados ó
admitidos en la diócesis, sin necesidad de la aprobacion del
Obispo. En fin, especificaron que el Obispo no podria ejer
cer ningun acto de jurisdiccion en lo que concerniese al
gobierno de la diócesis sin haber conferenciado con los vicarios
episcopales, que por solo esto quedaban investidos de una
parte de la jurisdiccion episcopal. Tales eran los principales
artículos de la constitucion civil del clero, que convertia
169
en ruinas los fundamentos de la autoridad de la Iglesia, la
quitaba el derecho que tuvo siempre de gobernarse á sí
misma, de arreglar su disciplina, de instituir los Obispos, y
de fijar el territorio que les estaba sometido. Y previen
do la oposicion que esta constitucion hallaria en la resis
tencia de los pastores, resolvió aprovecharse de ella para
despojarlos, y al efecto. los exijió un juramento que no les
dejaba mas que la triste alternativa de ser perjuros ó de
abandonar sus rebaños. El decreto del juramento constitu
cional se llevó á ejecucion en toda la Francia ; pero la ma
yor y mas sana parte del clero permaneció firme, y se mos
tró dispuesta á perder y á sufrirlo todo antes que hacer trai
cion á su fe. El cuerpo episcopal francés condenó la cons
titucion pretendida civil , y el juramento que exijia: el so
berano Pontífice Pio Vi ratificó esta condenacion , y toda
la Iglesia aplaudió este acto. No obstante, se hallaron sacer
dotes y religiosos á quienes el interés, la ambicion ó el te
mor hicieron infieles. Estos ocuparon las plazas de los pas
tores legítimos , y se hicieron los Padres de la Iglesia cis
mática constitucional. Este primer crimen produjo otros
muchos; se vió á un considerable número de estos contraer
matrimonios escandalosos, perseguir á los sacerdotes fieles,
presentarse en las fiestas impías consagradas á los dioses
de la revolucion, y aun á algunos que renunciaron á su sa
cerdocio y abjuraron públicamente el cristianismo. Pero
las religiosas dieron á la Iglesia un espectáculo mas conso
lador. Los filósofos babian publicado que el claustro estaba
poblado por sola la violencia, y que con solo abrir las puer
tas todas las religiosas se habian de apresurar á salir; se
las abrieron, y estas fieles esposas de Jesucristo se hicieron
un deber de perseverar en estos asilos de la virtud. Fue
necesario que la violencia viniese á arrancarlas de sus mo
nasterios; y su constancia fue un espectáculo de admiracion
para el universo y una brillante victoria para la Religion.
Los facciosos, dueños entonces de la Francia, habian intro
ducido en ella el cisma y la herejía. Pero estos primeros
golpes no eran mas que el preludio de otros escesos con
que estos furiosos pretendian aniquilar la Religion. Los mo
170
nasterios fueron saqueados y destruidos; los establecimien
tos que la caridad habia consagrado á los pobres y á los en
fermos fueron devastados y trastornados; todo el culto re
ligioso fue proscrito de tantas iglesias como la piedad ha
bia edificado: las unas fueron demolidas y las otras profa
nadas; las cruces, las reliquias, los mismos sagrados mis
terios fueron hollados y pisados indigna y sacrilegamente.
En fin , para añadir á estos horrores otras abominaciones
hasta entonces nunca oidas, se vieron infames prostitutas
vestidas y trasformadas en diosas de la razon , sentarse en
el lugar santo sobre los altares de Dios vivo, y recibir el
incienso y las adoraciones de la mas vergonzosa idolatría
que se ha podido imaginar. Los filósofos que hasta enton
ces no habian cesado de proclamar las grandes palabras de
tolerancia, de justicia y de humanidad, luego que se vie
ron los mas fuertes se entregaron á todo cuanto la injusti
cia y la ferocidad tienen de mas horrible. Ya los sacerdo
tes fieles á la religion habian sido despojados; á fuerza de
intrigas y de calumnias se habia logrado hacerlos odiosos,
pero aún fastidiaba su presencia. Bajo pretesto de conspi
racion y de revoluciones fueron todos proscritos indistinta
mente, y condenados unos á destierro y otros á prision: los
primeros fueron saqueados y maltratados en las fronteras;
los otros fueron encerrados en los calabozos con los mas vi
les criminales. Bien pronto llegaron las matanzas de se
tiembre de 1792. En París, asesinos pagados para servir de
verdugos asesinaron á tres Obispos y á cerca de mil sacer
dotes católicos. Tan atroz carnicería debe consignarse en
los anales de la Iglesia, y nosotros al efecto trazaremos aqui
su horrible cuadro. Lo peor es que fue imitada en todos
los puntos en que pudieron hallarse malvados bastante fero
ces para inmolar las víctimas que les ofrecian. ¡Ay! ¿Quién
no ha oido hablar de las anegaciones del Loire, donde
por medio de los barcos de trampa fueron sumergidos en
las aguas tantos sacerdotes; de la deportacion á la isla de
Rhé, en la que de ochocientos ministros del Altísimo pe
recieron las tres cuartas partes de frio y de miseria ; y de
aquel tribunal revolucionario de París, en el que millares
171
de personas eclesiásticas y legas fueron condenadas á mo
rir como fanáticas, que es decir como católicas?.... Se pu
so un precio á las cabezas de los sacerdotes desparramados
y ocultos en lo interior de la Francia: mas aunque perse
guidos con una animosidad rabiosa, rodeados de espías, de
traidores y de falsos hermanos; aunque con la muerte siem
pre delante de los ojos, no cesaron con todo de recorrer las
campiñas y los pueblos , y de llevar á los que habian que
dado fieles los socorros de la religion. Lo mismo que en las
antiguas persecuciones, se celebraban los santos misterios en
el silencio de la noche: las habitaciones mas retiradas, las
chozas, los bosques, el fondo mismo de las cavernas servian
de asilo á Jesucristo desterrado de sus templos, y á sus mi
nistros, arrojados de una tierra que se habia hecho infiel é
idólatra. Muchos fueron víctimas de su caridad y murieron
en los cadalsos; pero otros ocupaban al momento la plaza
de los que segaba la guadaña y el fuego de la persecucion, y
sucedian á sus trabajos y al sacrificio que habian hecho de
sí mismos: de manera que en aquellos dias de horrores y
de carnicería en que era un crimen de muerte el parecer
cristiano, no se vió jamás, ni á la Religion privada entera
mente de ministros, ni al fiel destituido de consuelo. En
tretanto un nuevo atentado criminal debia manchar toda
vía á la malhadada Francia. Forzado en las Tullerías, en
donde sus fieles guardias fueron hechos pedazos á su vista,
Luis XVI se habia entregado á los facciosos que causaban
todas las turbaciones; y lejos de compadecer su desgracia,
feroces representantes le habian encerrado en la torre del
Temple con su esposa, su hermana y sus hijos. Bien pronto
el mejor de sus reyes oyó pronunciar la sentencia que le
condenaba á muerte como tirano. Este monarca desgracia
do, á quien la revolucion habia arrojado de su trono, no
cedió en firmeza religiosa á los sacerdotes que la misma ha
bia lanzado del santuario. Hecho como ellos el objeto de
las persecuciones y deg los ultrajes de 'sus* opresores, tuvo
como ellos el valor de profesar la fe á la vista de puñales,
y de morir confesándola. Jamás rey alguno en todo el bri
llo de su gloria se dejó ver mas grande que Luis sobre el
172
cadalso, cuando sus infames asesinos al cortarle la cabeza
le aseguraron la corona del martirio.

Los mártires de setiembre (año 1792).

La mañana del 1.° de setiembre se difundió en París el


rumor de que la ciudad de Verdum , sitiada por los prusia
nos , no podia defenderse por mas tiempo. Se amotinó á la
multitud; se escitaron por todas partes las pasiones del po
pulacho; una agitacion sorda se manifestó en todos los bar
rios de la capital; se invitó al pueblo á tomar las armas pa
ra correr al enemigo ; pero se le insinuó al mismo tiempo
que no debe dejar tras de sí unos enemigos tales como los
clérigos, á quienes se acusa de perfidia , y á quienes se les
imputa la aproximacion de los prusianos. Dos malvados,
Henriot y Maillard, acompañados de asquerosos revolucio
narios, son encargados por la sociedad de vigilancia del dis
trito de degollar los presos que estaban en los Carmelitas y
en la Abadía. Desde la mañana del 2 de setiembre los ase
sinos han preparado sus instrumentos de muerte: la carni
cería debe empezar al tercer cañonazo. Muchos eclesiásti
cos se hallaban aún en la casa del corregimiento: se quiere
que participen de la misma suerte que los que estaban en
la Abadía, y se les manda trasladará aquella prision. Todos
pudieron escapar á la muerte por medio de una mentira , y
todos prefirieron morir. Todos dijeron al morir: Estamos so
metidos á vuestras leyes, y moriremos fieles á vuestra consti
tucion, pues nosotros no esceptuamos sino lo que mira a la
Religion y lo que concierne á nuestras conciencias. Al mo
mento eran atravesados con mil golpes en medio de los gri
tos mas horrorosos. Los espectadores gritaban aplaudiendo:
¡Viva la República 1; y aquellos canibales danzaban cantan
do y haciendo abominables bailes en derredor de cada uno
de los cadáveres que caian. Habiendo manifestado los ase
sinos su disgusto porque las víctimas caian demasiado pron
to, y habiéndose quejado uno de ellos de que solo unos po
173
eos eran los que tenian el placer de matarlas, decidieron
que se empezaría por hacerles correr por entre dos filas for
madas de todos ellos; que entonces no se les golpearía sino
con. el revés de los sables, pero que se les baria subir des
pues á una especie de calle formada con paja y con los ves
tidos de los sacerdotes ya muertos, y que allí los heriría el
que pudiese de corte ó de punta, de manera que corriendo
la sangre sobre aquellas materias esponjosas de que habian
cubierto el suelo, no se inundase éste como antes. Y tal fue
con efecto el modo atroz con que pereció un gran número
de eclesiásticos, en cuya agonía y al pie de cuyos cadáveres
continuaban siempre los mismos alaridos, los mismos cán
ticos y las mismas danzas. La noche siguiente no fue mas
tranquila. En estas matanzas de la Abadía pereció el virtuo
so abate Lanfant, uno de los mas célebres predicadores de
su tiempo. El celo con que desde el pulpito combatia las
máximas de la impiedad, y el buen efecto con que predi
caba las verdades de la fe y la moral del Evangelio, le ha
bian atraido" tiempo hacia el odio de los novadores revolu
cionarios; asi fue una de las primeras víctimas destinadas á
los puñales de los seplembricislas. Este digno eclesiástico se
hallaba encerrado en la Abadía en el mismo cuarto que el
abate Chapt de Rastiñac. Cuando á las diez de la mañana
del lunes 3 de setiembre comprendieron estos dos vene
rables sacerdotes, por el ruido que sonaba en lo interior
de la prision , que la matanza comenzada el dia antes en el
patio amenazaba á los presos de la capilla, se introdujeron
en la tribuna de esta capilla para exhortarlos á morir y
ofrecerles los socorros de la Religion, tan necesarios en sus
últimos momentos. Uno de ellos, Mr. Journiac de S. Me
dardo, escapado de la matanza milagrosamente, nos ha de
jado una pintura tan interesante de la aparicion de estos dos
eclesiásticos por encima de los presos ya faltos de toda es
peranza, que no podemos menos de reproducirla aquí.
"Cuando vimos, dice, á estos venerables sacerdotes que
«nos anunciaron la aproximacion de nuestra última hora
«y nos invitaron á recogernos para recibir la bendicion que
«iban á darnos, un movimiento eléctrico que no puedo de-
174
«finir nos precipitó á todos de rodillas, y con las manos
«juntas la esperamos y la recibimos. Este momento, aunque
«muy consolador, fue no obstante uno de los mas terribles
«que hayamos esperimentado. En vísperas de parecer de
cante de Dios, arrodillados ante dos ministros suyos, pre-
«sentábamos en aquel acto un espectáculo indefinible. La
«edad venerable de estos dos ancianos, su posicion sobre
«nosotros, todo, todo contribuia á colorear aquella escena
«con unos tintes lúgubres y augustos. Ella nos acercaba á
«la Divinidad: ella nos volvia el valor que habíamos casi
«perdido." El abate Lanfant fue llamado al suplicio poco
tiempo despues. Al aspecto de su fisonomía venerable, á su
aire imponente de calma, el populacho quedó como estasia-
do Bien pronto reconoció la multitud al que tantas ve
ces la habia instruido y consolado, y de quien sobre todo
habia aprendido la resignacion en la desgracia , y de todas
partes empezaron á salir los gritos de: ¡Perdon! ¡Perdon!
¡Dejadnos á nuestro predicador, á nuestro amigo! ¡Salvadle!
¡Salvadle! Estos gritos vivamente repetidos impusieron á
los asesinos, y el abate no fue introducido en la arena de
las ejecuciones pasaba ya ya se habia salvado
pero un movimiento de sensibilidad le hace volver atrás
para dar gracias á la multitud que con tanto ardor habia
pedido su vida Quiere espresarle su gratitud, pero un
marsellés le mira feroz, y deteniéndole: "Tú eres sacerdo
te, le dice. —Y me glorío de serlo, respondió el abate Lan
fant. — ¿Has hecho el juramento? — ¿Yo el juramento? El
nombre solo me horroriza." Rodeáronle al instante, y diri
gieron á su pecho una porcion de puñales. "El juramento
ó la muerte, le gritaron de todas partes. —Yo juro, res
pondió, que abomino un juramento impío y sacrílego: yo
os perdono mi muerte. " Apenas pronunció estas palabras
cayó herido de mil golpes, y espiró. Interin que la sangre
corria á rios en la Abadía, otros asesinos se apresuraban á
degollar los eclesiásticos encerrados en la casa de los Car
melitas. Al efecto habian hecho bajar á todos los presos al
jardin en número de ciento ochenta y cinco, y se dividie
ron en dos grupos : el uno se retiró al fondo del jardin , y
175
el otro, compuesto de unas treinta personas, se fué hacia
una capilla que estaba en una de las estremidades. Allí se
arrodillaron implorando la misericordia divina, y se entre
garon á los actos de la mas fervorosa piedad. De repente la
puerta del jardin se abre con estrépito, y se ven entrar sie
te ú ocho jóvenes furiosos armados de sables y de pistolas.
Mataron ó hirieron mortalmente á todos los que encontra
ron, sin tomarse el tiempo de quitarles enteramente la vi
da, pues su principal objeto era el llegar al primer grupo.
Acercáronse al fin á él gritando como frenéticos: ; El Ar
zobispo de Arlés! ¡El Arzobispo de Arlés! Este santo Pre
lado, llamado Delau, decia entonces á los otros eclesiásticos
estas palabras inspiradas por una fe viva: "Demos gracias
«á Dios, señores, porque nos llama á sellar con nuestra
«sangre la fe que profesamos, y pidámosle la gracia, que no
«podemos nunca merecer, de la perseverancia final." Mr.
Hebert, superior de la congregacion de los Eudistas, pidió
entonces que se le juzgase á él y á sus compañeros. Res
pondiéronle con un pistoletazo que le rompió un hombro,
y se le añadió que todos eran unos malvados. Volvieron en
seguida á gritar: ¡El Arzobispo de Arlés! ¡El Arzobispo de
Arlés /El generoso valor que este prelado virtuoso habia
desplegado combatiendo los decretos impíos de la asamblea
legislativa, le habian merecido el odio especial de los fac
ciosos. Ya los sicarios encargados de la guardia de los pre
sos habian acumulado mil ultrajes sobre su persona porque
le veian mas elevado en dignidad, pero su piedad y su pa
ciencia le habian hecho como insensible á todos los malos
tratamientos. Lejos de quejarse de sus sufrimientos se te
nia por mas feliz porque tenia que sufrir mas que los
otros. En vano los otros sacerdotes querian rodearlo para
ocultarlo y retenerlo. "Dejadme pasar, señores, les decia;
«si mi sangre puede apaciguar á estas gentes, ¿qué impor-
«ta que yo muera? ¿No es mi deber el esponer mi vida por
«salvar las vuestras?" Con las manos cruzadas sobre el pe
cho y los ojos fijos en el cielo marchó gravemente hácia los
furiosos que le reclamaban. "Yo soy el que buscais, dijo á
los asesinos. — Ah, malvado, ¿con que eres tú el que has
176
hecho derramar la sangre de los patriotas de la ciudad de
Arlés?— Que yo sepa, jamás he hecho mal á nadie.— ¿Que
no? Pues bien, yo voy á hacértelo á ti," dijo uno de aque
llos canibales, y al mismo tiempo le descargó un sablazo en
la cabeza. El Arzobispo lo recibió de pie sin proferir queja
alguna. Otro malvado le descargó por detrás otro golpe que
le hendió el cráneo. El Prelado llevó su mano derecha á
taparse los ojos, pero un tercer golpe de sable se la echó á
tierra. Al cuarto cayó sobre su asiento, y un nuevo golpe
lo tendió sin conocimiento sobre el suelo. Entonces uno de
los asesinos armado de una pica la sepultó en el pecho del
santo Arzobispo con tal violencia que no se pudo arrancar
el hierro. El cuerpo de este atleta de la fe fue en seguida
pisado y ultrajado por los matadores. Uno de ellos tomó su
muestra, y levantándola en el aire la enseñaba á los demás
como el precio de su crimen. Tal fue el fin de este santo
Prelado, ornamento del clero francés, modelo del sacerdo
cio y padre de los desgraciados. Despues de haberle asesi
nado se volvieron los facinerosos á los demás eclesiásticos,
y los atacaron con sus sables y picas hiriéndolos á todos mas
ó menos mortalmente. En seguida dieron una descarga á
quema-ropa sobre los que se habian quedado en el oratorio
arrodillados al pie del altar, de la que cayó muerta la ma
yor parte de ellos. Dispersóse en seguida la banda de los
asesinos á perseguir á los sacerdotes esparcidos en aquel
vasto edificio, y degollaron en diversas partes mas de cua
renta. Poco despues se mandó á los que aún quedaban con
vida que volviesen á entrar en la iglesia, y para hacerlos
andar mas aprisa los golpeaban de plano con los sables. Las
víctimas encerradas aquí en este santo lugar hasta el núme
ro de ciento, presentaban un espectáculo sublime é intere
sante. Rodeadas al altar ofrecen en sacrificio á Dios sus
vidas, y resignados en su santa voluntad esperan la muerte
con la alegría santa de los mártires. Unos á otros se dan
recíprocamente la absolucion, rezan la recomendacion del
alma, y se encomiendan con fervor á la bondad infinita del
Señor. Entretanto la matanza no ha hecho mas que empe
zar; necesitan los matadores toda la sangre de sus víctimas,
177
pero quieren dar á los asesinatos que faltan una forma ju
dicial. Al efecto vino á establecerse un comisario con su
mesa y registro de prision cerca de la puerta por donde se
baja al jardin. Allí llama y hace venir de dos en dos á los
sacerdotes para verificar la identidad de las personas y ase
gurarse de que perseveran en rehusar el juramento. Los ha
ce bajar en seguida al jardin, en donde los esperan los ase
sinos, que los degüellan al instante que allí se presentan, y
hacen resonar el aire con los ahullidos horrorosos con que
festejan su atrocidad. Los sacerdotes que quedan en la igle
sia continúan implorando los auxilios divinos. Los que son
llamados por el comisario á su turno se levantan al instan
te, los unos con la serenidad de un alma pura y llena de
confianza en Dios, y los otros con una prisa notable por
ir á dar su vida por Jesucristo. El uno hace todavía ora
cion cuando cae bajo el hierro de los asesinos; el otro, con
su breviario y la Escritura santa en la mano, avanza con
estos libros de las promesas divinas, bebiendo en estos orácu
los sagrados toda la fuerza de los mártires en sus últimos
combates. Estos presentan á los verdugos un rostro angeli
cal, aquellos los miran con una dulce caridad, en la que no
puede desconocerse la tierna compasion que les causa su
frenesí y su ceguedad. Muchos en fin al dejar el santuario
para ir á presentarse delante del juez , miran con ojos de
predestinados á la cruz del altar, y repiten estas palabras de
Jesucristo: ¡Dios mio, perdonadlos , que no saben lo que ha
cen! El mismo comisario se conmovió al ver tanto herois
mo santo, y pasados algunos dias se le oyó gritar: "Yo me
«confundo ; yo no alcanzo á conocer lo que en esto hay ; y
« todos los que como yo lo hubiesen visto se confundirian
«tambien, y no estarian menos admirados que yo. Aquellos
«hombres iban á morir con la misma alegría que podia ir
«cualquiera á celebrar unas bodas." Además del venerable
Arzobispo de Arles murieron aquí en esta horrible matan
za dos prelados de la ilustre familia de los Rochefoucault.
En la mañana del 3 de setiembre comenzó igualmente el
martirio de otros eclesiásticos encerrados en el monasterio
de S. Fermin. Eran noventa y uno todos los que allí esta-
PARTK II. 12
178
ban, y entre ellos se distinguia Mr. Gros, cura de la parro
quia de S. Nicolás, quien habia incurrido en el odio de los
revolucionarios porque siendo diputado en los estados ge
nerales el año 1989, habia mostrado mucho celo en defen
sa de la fe. Los verdugos se precipitaron en lo interior del
seminario , y esterminaron de mil diferentes modos á los
confesores de Jesucristo. Unos son muertos á sablazos, otros
á lanzadas, y los mas, arrojados vivos por las ventanas, se
despedazan los miembros al caer y son rematados á marti
llazos y á pedradas. El cura Gros, rodeado de asesinos, re
conoce entre ellos á un artesano de su parroquia llamado
Guillelmo á quien habia socorrido muchas veces, y el mis
mo que iba á darle el primer golpe. "Amigo mio, le dijo
«con dulzura , yo he tenido el mayor placer en socorrerte
«igualmente que á tu muger y á tus hijos en todas vuestras
«necesidades, por lo cual me llamábais vuestro padre. Hoy
«estás tan cambiado que quieres mi muerte; hiere pues, y
«que Dios te lo perdone. — Es verdad, contestó aquel bár-
«baro, que os debo muchos favores y obligaciones, pero
«¿qué quereis? la nacion me paga para que os mate." Y
al momento haciendo una seña á sus compañeros se arro
jan todos sobre el venerable párroco y le precipitan por la
ventana. Su cabeza, hecha pedazos en el suelo, fue separada
de su cuerpo, y llevada en triunfo clavada en una pica por
las calles de aquel mismo cuartel en que poco tiempo antes
derramaba mil y mil beneficios. El testamento del buen cu
ra ofreció una prueba de su caridad y de su afecto á sus
feligreses. Dejaba en él todos sus bienes á los pobres de
su parroquia, y entre algunos legados particulares habia
uno para aquel mismo Guillelmo que habia sido su asesino.
179

Sufrimientos y martirio de un gran número


de eclesiásticos embarcados en Rochefort
(año 1794).

La ley revolucionaria de 1792 , fecha en 26 de agosto,


condenaba á ser deportados á la Guyana los eclesiásticos
fieles á la fe, ó lo que es lo mismo, á los que se habian ne
gado á prestar el juramento cismático de la constitucion ci
vil del clero. Una multitud de eclesiásticos fue de consi
guiente arrastrada á los sitios en que debian embarcarse,
sobre todo á Rochefort. Encadenados como criminales por
el cuello de dos en dos , caminaban agobiados de trabajos y
de insultos, que sin cesar se repetian y renovaban , no ha
ciendo alto ni descanso sino en espantosos calabozos. Lle
gados á Rochefort fueron encerrados en las cárceles, de
donde los sacaron muy luego para llevarlos á bordo de los
barcos que los debian conducir al lugar de su destierro.
Cuatrocientos fueron embarcados en la goleta llamada los
dos Asociados. Algun tiempo despues se embarcaron otros
tantos en otra goleta llamada el Washington. El número cre
ció despues en ambos navios, porque siendo entonces los
ingleses dueños del mar, tuvieron necesidad de estacio
narse estos dos barcos en la rada de la isla de Aix. Apenas
los infelices eclesiásticos habian entrado en el navio fueron
registrados y saqueados con el mayor rigor y enteramente.
Quedaron despojados de su dinero , de sus efectos , y sobre
todo de sus libros de piedad. Si á alguno le encontraban un
breviario arrancaban de él las hojas una poruna, y las iban
tirando despues á la cara de su dueño. Las gentes del equi-
page hacian resonar á sus oidos las mas indecentes blasfe
mias ; y tal era su rabia impía , que un Crucifijo de marfil
que encontraron á un cartujo fue al instante el objeto de
las mas horribles imprecaciones. Uno de los oficiales, to
mándolo con furor , lo puso sobre un tajo y cortó la cabeza
180
de la sania imagen con su sable, aplaudiéndolo todo el equi
paje, que saltando de alegría gritaba agitando sus sombre
ros en el aire: ; Viva la República! Los saqueadores apenas
habian dejado á los desgraciados eclesiásticos la ropa blan
ca y de vestir que llevaban puesta ; pero al cabo de poco
tiempo estas ropas , que no se quitaban de dia ni de noche,
se pusieron tan usadas, tan sucias, tan infestadas de inmun
dicia y tan rotas, que los pobres mas andrajosos las habrían
despreciado aunque se las ofreciesen. No obstante, fuéles
preciso pasar con tales vestidos los rigores del invierno del
año 1794, uno de los mas crueles que se han conocido. Por
el dia salian estos infelices á un rincon del puente ó de la
cubierta, en donde estaban separados de las gentes del equi-
page por una celosía para estar guardados á la vista; y este
reducto tan estrecho, en el que tenian siempre los pies en el
fango, estaba además ocupado con cordages y barricas. Allí
se hallaban tan oprimidos unos contra otros, que no tenien
do lugar para sentarse se veian obligados á estar siempre
de pie. Su comida, que apenas podian llevar á la boca por
lo apretados que estaban, consistia en un poco de pan ne
gro, enmohecido y lleno de gusanos, y unas veces en un
poco de carne salada, y otras en pescado amarillo y podri
do, sazonado con aceite rancio ó con manteca podrida: sien
do muy poca la cantidad con que estos pestíferos alimentos
les eran suministrados. Con frecuencia carecian de agua
dulce con que mitigar la sed que los devoraba, ó les daban
tan poca que solo les servia de aumentar su sed en vez de
estinguirla. Apenas concluian su triste comida se veian obli
gados á entregarse á los mas penosos trabajos; ya lavando
su ropa con agua que tenian que sacar de mas de treinta
pies de profundidad, ya desembarcando los víveres y otros
objetos necesarios al servicio de los hospitales que se habian
establecido en la isla de Aix, ya enterrando en la misma
isla los cadáveres de sus compañeros que morian diariamen
te á seis pies de profundidad, ya trayendo sobre sus hom
bros grandes toneles de agua, ya en fin limpiando su oscu
ra y lóbrega prision, y vaciando los enormes vasos inmun
dos que recibian las inmundicias de la noche, teniendo que
181
subir con peligro de su vida por resbaladizas escalas, y que
pasar al través de los cables de los mástiles y de las vergas,
para ir á descargar ellos mismos á la estremidad del bajel
estas inmundicias en el mar. Asi que se acercaba la noche
se les hacia bajar á un entrepuente tenebroso, en el que no
entraba el aire mas que por una sola abertura y esa bastan
te pequeña. Este dormitorio sepulcral no tenia mas que cin
co pies de altura. Todo su alrededor estaba guarnecido, pa
ra que le sirviesen de apoyo , de una especie de bancos de
cinco pies de largos, hechos de maderos nudosos, sobre los
cuales descansaba la mayor parte de aquellos desgraciados
sacerdotes. Estaban allí tan apretados, tan oprimidos, que
los brazos de los unos descansaban por necesidad sobre los
cuerpos de los que estaban al lado, y la cabeza de todos es
taba tan inmediata al techo del entrepuente que les era im
posible levantarla ni respirar. Otros dormian en el suelo
debajo de estos bancos : los que no estaban encajonados en
aquellos tristes nichos estaban estendidos en medio del ca
labozo en muchas filas, sin dejar entre ellos espacio alguno
vacío, de manera que eran pisados necesariamente por los
que tenian que ir á los bancos , además de que muchos te
nian junto á sus cabezas los orinales que servian de letri
nas á cuatrocientas personas por el espacio de diez á once
horas de noche. Una vez encerrados en esta mazmorra hor
rible no habia medio de salir de ella hasta la hora de la
mañana, en que estaba permitido el subir sobre cubierta.
Aunque un preso hubiese enfermado hasta el deliquio, aun
que hubiese clamado pidiendo socorro , se habria muerto,
como sucedió muchas veces, sin que nadie le hubiese socor
rido ni auxiliado, y aun sin saber que habia pedido tal au
xilio: tan poco como eso se inquietaban sus verdugos sobre
la suerte de aquellos desgraciados. El aire asfixiaba ú aho
gaba con tal prontitud y de una manera tan fétida en aque
lla horrenda prision, que un médico que vino un dia á vi
sitarla empezó á sudar apenas entró en ella , y se habria
ahogado sin remedio si no lo retiran de allí al instante. Una
mansion tan mal sana y un trato tan cruel no podian me
nos de multiplicar las enfermedades de una manera espan-
«82
tosa. Asi es que el escorbuto, las úlceras y las calentaras
inflamatorias no tardaron en atacar á los infelices presos.
Cuando los paroxismos del mal les ocasionaban accesos de
delirio frenético, los ponian á la cadena como á culpables
de rebelion. Se habian hecho hospitales de unas pequeñas
barcas puntiagudas. Los enfermos, en número de cincuen
ta ó sesenta en cada una, estaban echados en el desnudo
suelo de tablas con sus vestidos llenos de inmundicia. Tan
apretados y estrechos como lo habian estado en el navio,
tenian á veces la mitad del cuerpo en el agua que las cha
lupas recibian por todas partes. Sin remedios, sin tisana,
no tenian otros médicos que á jóvenes practicantes cuya
inesperiencia agravaba sus males: asi es que aquellos ilus
tres enfermos ofrecian á la humanidad el espectáculo mas
doloroso que se puede imaginar. Por la noche se redobla
ban sus sufrimientos si era posible que se aumentasen. En
tregados á sí mismos , faltos de todo socorro , ni aun en
fermero tenian, ni lo que es mas, lámpara ó luz que los
alumbrase: de ahí resultaba que los que padecian calentura
ardiente ó los que creian tener fuerza para ir hasta el ba
ñado, tropezando sobre sus vecinos moribundos se dejaban
caer encima de ellos y los ahogaban con su peso, ó bien les
hacian arrojar gritos de dolor que sus feroces guardianes
escuchaban insensibles sobre el puente. Con unos tratamien
tos tan bárbaros no debe causar admiracion el que casi to
dos los sacerdotes cayesen malos á bordo de los dos navios,
ni el que casi todos los enfermos enviados al hospital mu
riesen apenas llegaban á él. De mas de ochocientos eclesiás
ticos que encerraban los dos Asociados y el Washington, mu
rieron mas de seiscientos en menos de diez meses. Morían
tres ó cuatro por dia; y cuando las gentes del equipage veiau
á alguno agonizar, hacian oir las vociferaciones de una ale
gría infernal y diabólica. Todos los que sucumbieron mu
rieron por consiguiente mártires de la fe, y los que sobre
vivieron y recobraron la libertad en los primeros dias de
febrero de 1795 , lejos de quejarse de la ferocidad de sus
guardianes y particularmente de los capitanes de los dos
navios, trataron ellos mismos de disculparlos en un cerli
183
ficado que les dieron, y que valió á estos monstruos el per-
don y la impunidad.

Sufrimientos y martirio de los sacerdotes de


portados á la Guyana (año 1797).

Un decreto del 4 de agosto de 1795 acababa de anular


las leyes penales pronunciadas contra los sacerdotes no ju
ramentados, cuando el 18 fructidor (4 de setiembre de 1797)
ofreció un nuevo triunfo á los impíos. El directorio, inves
tido del poder de proscribir á los ministros del Señor, dió
una ley que condenaba á ser deportados á la Guyana los sa
cerdotes que se habian negado á prestar juramentos repro
bados por la Religion , y sobre todo el de el odio á la mo
narquía. Un número inmenso de eclesiásticos los repelieron
con horror, y de ahí resultaron deportaciones numerosas á
las islas de Rhé y de Oleron , y á los climas abrasados del
Nuevo Mundo. Enfermos, ancianos de todas edades aun la
mas decrépita , apretados unos contra otros, estendidos so
bre las tablas, atormentados de piojos, sin ropa blanca, sin
vestidos, peor alimentados que los mas viles criminales, tal
es el cuadro terrible que ofrecen los deportados amontona
dos sobre la fragata la Década. Sin otra respiracion que por
una pequeña trampa, el mefitismo propagó el contagio; un
hedor de muerte se difundió en aquel horno abrasador, y
con todo no se oye á los que allí van atormentados ni la mas
ligera murmuracion : todos tienen el valor que da la ino
cencia; todos han aprendido á sufrir. El equipage admira
do contempla con asombro las santas víctimas: muchos ma
rineros derraman lágrimas sobre su desgraciada situacion,
y su sensibilidad los mueve á ofrecerles generosos socorros.
Desembarcados en el puerto de Cayena fueron divididos en
muchas bandas: los unos fueron enviados al desierto de Si-
namary, y los otros al espantoso pais de Konamana. Llega
dos estos últimos á su destino despues de un camino peno
so, se les asignó para vivir una tierra árida y desecada, no
18Í
teniendo para vivir mas que unas miserables cabañas. Que
mados por el sol ardoroso de aquellos climas durante el dia,
se veian por las tardes asaltados de emjambres de insectos
venenosos, cuyas picaduras cubrían sus cuerpos de ampollas
purulentas. Las lagunas vecinas les enviaban miasmas pú
tridos; no tenian para beber mas que aguas fangosas en la
sed horrible que los devoraba, ni para comer mas que ali
mentos corrompidos y mal sanos, que por otro lado siem
pre eran en muy escasa cantidad. Apenas habian pasado
veinte y cuatro horas que permanecian en aquella mansion
pestilencial , cuando ya la mano de la muerte se habia he
cho sentir sobre ellos. Errantes como espectros con el bre
viario en la mano, andan de aquí para allí á la aventura y
sin designio; su espíritu, participando por un momento del
abatimiento de su cuerpo, los tiene como sumergidos en
una especie de estupor : ellos se encuentran , se rozan , se
tropiezan, y con todo no se perciben unos á otros. Al cabo
de quince dias las cabañas, y particularmente aquella á que
dan el nombre de hospital , están llenas de enfermos cuyos
cuerpos inflados y cubiertos de pústulas ofrecen un aspecto
que horroriza. Las uñas se les caen de los dedos; las chicas,
gusano venenoso que á manera de un hilo crece estendién
dose en la carne causando dolores insoportables, han pe
netrado en las carnes de algunos de tal manera que podri
das se Ies caen á pedazos. Un hedor cadavérico se exhala
de sus cuerpos, tan intolerable que solos sus co-hermanos
animados por la caridad mas sublime tienen valor para acer
carse á ellos y cuidarlos. En fin , la mayor parte, atacados
de fiebres contagiosas, caminan rápidamente hácia la tum
ba en medio de los mas crueles sufrimientos; y tal es la in
fluencia de aquel funesto y devorador clima , que se les ve
comidos de los gusanos mucho tiempo antes de espirar. Muy
frecuentemente se ven atacados de una calentura ardiente,
cuyos progresos son tan rápidos y terribles que han cesa
do de vivir hoy los que ayer gozaban de salud completa.
Bárbaros enfermeros, en lugar de socorrer á estos desgsa-
ciados los tratan con la mayor crueldad y los llenan de ul
trajes. Cuando entran en el hospital se ven despojar de lo-
185
do lo que poseen, y cuando reclaman algun efecto que les
es necesario su feroz guardian responde: "Que ya están
« muertos, y que de nada necesitan." Cuando la muerte los
libra de estos tormentos, la persecucion los sigue hasta
mas allá de la muerte misma. Avaros sepultureros para dis
pensarse un poco de trabajo mas forman sepulturas tan es
trechas y tan cortas, que para introducir en ellas los cuer
pos les rompen los huesos, los repliegan sobre el vientre, y
subidos sobre el cadaver lo pisotean hasta que llena el va
cío de aquella estrecha y miserable hoya. La suerte de los
deportados á Sinamary no era mas feliz que la de los que
vivian en Konamana. Los inconvenientes del clima eran los
mismos, y las enfermedades no menos mortíferas. Ciento
noventa y nueve eclesiásticos hallaron su sepulcro en esta
tierra homicida; y entre los que pudieron volver á Francia,
la mayor parte, agobiados de enfermedades contraidas en es
te destierro cruel, no tardaron en bajar á la tumba. Así es
como estos órganos intrépidos de la fe la confesaron con el
sacrificio de sus bienes y de su libertad , teniendo en nada
por defenderla los destierros y los cadalsos. ¡La tierra de la
incredulidad, aun en los últimos siglos, tuvo el honor de
dar legiones de mártires á la Iglesia de Jesucristo!

Pio Vi arrestado y conducido á Francia


Eleccion de un nuevo Papa.—Concordato.

La persecucion se estendió sobre todos los estados en


que penetraron los ejércitos franceses : sobre todo se hizo
sentir en Italia, centro de la religion católica. La misma fi
losofía que habia asesinado á Luis XVI aspiraba á lograr
la satisfaccion de sacrificar al venerable Pontífice Pio VI,
á quien no podia ella perdonar el ser el gefe de una reli
gion que habia jurado esterminar. Al efecto dirigió sus ejér
citos á la capital del mundo cristiano. El Vicario de Jesu
cristo, á ejemplo de su divino Maestro, se entregó él mis
mo en manos de sus perseguidores; y despues de algunos
186
meses del mas duro cautiverio el inmortal Pontífice, vícti
ma de su firmeza apostólica, murió en Valencia de Fran
cia el 29 de agosto de 1799, á la edad de 82 años, implo
rando la misericordia de Dios en favor de los franceses y
en particular por sus perseguidores. Haeia mas de veinte y
cuatro años que ocupaba la Silla pontificia. Jamás se vió
quizá la religion católica en tanto peligro, ni mostró Dios la
providencia que tiene sobre su Iglesia de un modo mas
sensible que en esta ocasion. Los enemigos del catolicismo
viéndole sin cabeza , y conociendo que en lo humano era
imposible que se diese otra , cantaron el triunfo é insulta
ron á la verdadera fe, que se apoya en las inmutables pala
bras de Jesucristo. Con efecto , mirando las cosas en lo hu
mano tenian razon ; el gobierno perseguidor parecia hallar
se establecido sobre fundamentos inalterables; sus ejércitos
ocupaban triunfantes á Boma y á toda Italia ; los individuos
del Sacro Colegio se hallaban todos, ó presos entre cadenas
ó dispersos por la fuga. Pero ¿de qué sirven los obstáculos
que pueden poner los hombres cuando Dios no quiere que
existan? Al momento de la muerte de Pio llama del Norte
de la Europa un ejército de rusos que arroja bruscamente de
Italia á los franceses; los Cardenales en libertad se reunen
en Venecia, y dan á la Iglesia el gefe mas digno de gober
narla en aquellas difíciles circunstancias. Pio VII es elegi
do; y no bien lo es cuando los rusos , como que ya habian
llenado su mision, son lanzados á su vez y desaparecen.
Al mismo tiempo suscitó el Señor un general ya famoso
por sus victorias, é hizo servir su misma ambicion al cum
plimiento de sus eternos designios. Bonaparte abatió de un
golpe la potencia colosal que oprimia simultáneamente á la
Religion y al Estado. Revestido del título de Consul dió á
la Francia cansada de sus tiranos la esperanza de una do
minacion mas dulce, y la Religion se aprovechó de estos
momentos de calma para reparar poco á poco sus ruinas, y
traer al rededor de sí á sus hijos estraviados. Un nuevo
beneficio que Dios procuró entonces á su Iglesia fué la es-
tincion del cisma constitucional, y la vuelta de la Francia
á la unidad católica. Esta reconciliacion, fruto de un con-
187
cordato concluido en 1802, dió lugar á que se restablecie
sen los seminarios cerrados quince años habia , y á que se
educasen en ellos millares de jóvenes levitas, destinados á
llenar los vacíos que una dilatada persecucion habia causa
do en el clero. La calma , la paz y la confianza empezaron
á renacer. Los pastores de tantas Iglesias viudas abandona
ron los países estrangeros en que gemian desterrados, y se
dejaron ver otra vez en medio de sus pueblos. La Francia
volvió á tomar poco á poco la actitud de una nacion cris
tiana. Se restablecieron las congregaciones de las herma
nas hospitalarias. Los sacerdotes se presentaron en los pue-
plos y en las campiñas, instruyeron y reanimaron la fe casi
apagada en el corazon de los fieles, y aunque el concor
dato, comprado con tantos sacrificios, no hubiese producido
otros bienes, merecia sin duda las bendiciones de todos los
amigos de la religion. No fué empero la Francia sola el ob
jeto de los cuidados del Sumo Pontífice. Las Iglesias del
Piamonte, de Italia y de Alemania escitaron y llamaron del
mismo modo su atencion , y él se apresuró á proveerlas de
pastores, á restablecer en ellas la disciplina, y á hacer que
floreciese la Religion, á la que los desastres de las últimas
guerras habian causado tantos perjuicios.

JSonaparte Emperador Cautiverio de Pio V^ll. —


Restauracion de la monarquía francesa desde
1804 hasta el 1814.

Bonaparte , despues de haber hecho el aprendizaje bajo


el nombre de Consul de la autoridad suprema, resolvió de
clararse y se declaró efectivamente Emperador. Para con
sagrar su título á los ojos de los fieles exijió del Sumo Pon
tífice que viniese á unjirlo á París. Pio VII dudó por algun
tiempo; pero la esperanza que le hicieron concebir de que
obtendria muchas cosas que hasta entonces habia solicitado
inutilmente en bien de la Iglesia, y mucho mas el temor
de los males con que se le amenazaba como consecuencia
188
inevitable de su negativa total, le determinaron á condes
cender con los deseos del nuevo Emperador. Atravesó, pues,
la Francia, é hizo su entrada en París hacia fines del año
de 1804. En vano la secta filosófica trató de atraer el des
precio sobre el caracter y sobre la persona del Sumo Pon
tífice ; la fe triunfó, y Pio Vil recibió en el mismo centro
de la capital respetos y homenages que fueron una repara
cion auténtica de los ultrajes que la impiedad revolucio
naria habia hecho á la Religion en aquellos mismos luga
res. Bonaparte, olvidando la condescendencia del Gefe de
la Iglesia con respecto á su persona, se dejó llevar bien
pronto contra él á escesos sin ejemplo hasta entonces. Ya
dueño de una parte de Italia quiso serlo tambien de Ro
ma. Por su orden uno de sus generales se presentó á las
puertas de la capital del mundo cristiano, y apenas habia
entrado dentro de sus muros se declaró dueño, y dis
puso de ella como de una conquista. Para tender lazos á
Su Santidad se le hicieron peticiones á las cuales se sa
bia bien que su conciencia no le permitiría acceder. So
bre su negativa se sitia y se fuerza su palacio, se des
tierra ó encarcela á sus mas fieles criados , hasta á los
Obispos y Cardenales. Muy luego declaró Bonaparte que
Roma quedaba unida al imperio. Pio VII lo escomulgó con
todos sus cómplices, y él en venganza hizo salir al supre
mo Pastor de la capital de sus estados preso y escoltado
cual si fuese un malhechor, lo arrastró casi moribundo has
ta el lado acá de los Alpes, hasta Savona, en donde le tuvo
encerrado cerca de cinco años privado de toda comunicacion
con su rebaño. Los Cardenales no era regular que fuesen
perdonados no habiéndolo sido la cabeza de la Iglesia ; así
es que ellos y los principales miembros de la Iglesia de Bo
ma fueron arrancados de sus funciones , despojados de sus
bienes, desterrados y dispersos en todos los puntos de Fran
cia; pero ni la miseria á que se les condeno, ni los ultra
jes de que les cargó, ni las vejaciones de todas clases que
acumularon sobre ellos pudieron triunfar de su constancia.
Por todas partes dejaron ejemplos memorables de pacien
cia, de modestia , de piedad y de caridad ; jamás la Iglesia
189
de Roma, esta Iglesia tan calumniada por los novadores y
tan desconocida hasta entonces por muchos de sus hijos, se
habia dejado ver tan augusta, tan santa, tan divina como
en estos dias de opresion, en los que despojada de toda
pompa esterior no le quedó otra pompa que sus virtudes,
ni otro sostén que el privilegio de su indefectibilidad. Bo-
naparte no perseveró por eso menos en el sistema que ha
bia adoptado. Por de pronto prohibió las misiones, y con
denó al silencio bajo diversos pretestos á los oradores de
mas nombre. Estos primeros ensayos lo animaron á atre
verse á todo; dividió, suprimió, erijió los obispados por su
sola autoridad, eligió á su antojo Obispos para las iglesias
vacantes, y obligó á los cabildos á que confiriesen la admi
nistracion espiritual á hombres de su eleccion. Habiendo el
Papa levantado su voz desde el fondo de su prision con
tra estas medidas sacrílegas, el Emperador declaró digno
de muerte á todo católico convencido de haber comunicado
á cualquiera que fuese esta decision del Gefe de la Iglesia.
No sacando partido del Pontífice trató de obtener de los
Obispos lo que no podia arrancar de su cabeza , y apoyarse
en el sufragio de estos para en adelante pasar sin la auto
ridad del Pontífice. Con este objeto convocó una Asamblea
en París, á la que condecoró con el nombre de Concilio.
Ciento diez Obispos se vieron obligados á concurrir allí; se
les mandó que juzgasen al Vicario de Jesucristo , á aquel á
quien pertenece de derecho divino, segun el Concilio de
Florencia , la plena potestad dé regir y de gobernar la Igle
sia universal ; y se les propuso que decretasen que la Igle
sia de Francia sabria bien darse pastores y perpetuarse sin
dependencia alguna del Papa. Pero los Obispos no se reu
nieron mas que para renovar al pie de los altares el jura
mento de su consagracion, y para jurar de nuevo obedien
cia á aquel contra quien el usurpador habia querido suble
varlos; así es que el Concilio se acabó á la primera se
sion. Perdidas las esperanzas que habia fundado en la com
placencia de los Obispos , el usurpador se aplicó mas que
nunca á privar á la Iglesia católica de toda defensa para lo
presente y de todo recurso para el porvenir. Los libros favo-
19(1
rabies á la religion, ó fueron del todo suprimidos ó no pu
dieron imprimirse sino truncados y desfigurados por manos
esclavas de su voluntad: al mismo tiempo que se cerraba
la boca y se detenia la pluma de los apologistas de la Igle
sia , se dio impulso á los novadores de todas las sectas , se
multiplicaron los libros licenciosos é impíos , y los escritos
de toda clase contra el Papa , contra la confesion y contra
el celibato eclesiástico. Hasta entonces los Obispos habian
conservado el derecho incontestable de dirijir esclusiva-
mente la educacion de los jóvenes que aspiraban al sacer
docio; un decreto del tirano dió por tierra con los semina
rios, ó les puso mil trabas que los imposibilitaron. En fin,
la autoridad secular usurpó hasta la enseñanza de la teolo
gía; y la conscripcion militar ó los trabajos públicos fue
ron el castigo de los jóvenes estudiantes que rehusaron pres
tarse á estas innovaciones. ¿Y no era esto ahogar el cris
tianismo? Esta larga opresion se terminó por una série de
acontecimientos en los que no se puede menos de conocer
la mano de Dios. La ambicion cegó á Bonaparte y le con
dujo hasta el fondo de la Rusia , en donde su reputacion y
su poder quedaron sepultados con mas de cuatrocientos mil
franceses. De vuelta á Francia fué á ver al Papa á Fontai-
nebleau , á donde cuatro meses antes habia hecho trasladar
á este augusto cautivo. Vuelto á la moderacion por sus re
veses propuso un acomodamiento. El Papa declara que no
quiere tratar cosa alguna fuera de Roma y rodeado del Sa
cro Colegio. Esta resolucion lo admira , pero la sorpresa
cede muy pronto á la ira y poco despues al furor: prorum-
pe en amenazas, ultraja al Pontífice, y se olvida de sí mis-
mo hasta el punto de levantar la mano centra su sagrada
Persona. A poco se avergonzó de su cólera, y adoptó mane
ras mas dulces; ya adulando, ya acariciando, ya prome
tiendo, mitad político, mitad violento, atrajo á su cautivo
á que firmase un proyecto que , mediante ciertas condicio
nes, debia servir de base á un nuevo concordato. Luego que
tuvo esta pieza en sus manos la truncó, la publicó contra
la fe prometida , la presentó á la Francia como un concor
dato concluido , y la erijió en ley de Estado. El Papa se
191
apresuró á protestar contra esta perfidia; pero Bona parte
habia obtenido lo bastante para etigañar á los que querian
ser engañados. Se aplaudia de su triunfo, y se hallaba al
borde de un abismo. La Europa entera se coliga contra él,
y todos sus aliados le abandonan simultáneamente : una
série de operaciones militares y de batallas le arroja de
Alemania, de España, de Suiza; sus enemigos le siguen, y
penetran con él y tras él en el interior de la Francia. Aún
podia desarmarlos, pues que le ofrecieron la paz; pero él la
rehusó, y entregado á un espíritu de error y de vértigo pa
reció haber perdido hasta sus talentos militares. En fin , la
mano de Dios ha descargado sobre él, y sucumbe, y se
ve cautivo á su vez en el mismo Fontainebleau en que ha
bia estado preso el Vicario de Jesucristo. La estancia en
que habia hecho correr las lágrimas del sucesor de los Após
toles se vió regada con las que le hizo derramar á él su pro
pia desesperacion. Desterrado despues á una isla desierta,
sobrevivió á su poder para ver al universo que se aplaudia
de su caida. Los príncipes de la casa de Borbon habian
vuelto á ocupar el trono de sus mayores, y su augusta pre
sencia hacia renacer por todas partes la paz y la felicidad.
El Pontífice, vuelto á la ciudad eterna, preparaba los re
medios que exijian las muchas heridas que se habian hecho
á la Religion , y todos los soberanos cooperaban con él á
cual mas secundando sus ideas paternales, cuando una cons
piracion fatal colocó repentinamente de nuevo á Napoleon
sobre el trono. Su vuelta, cual la de un meteoro maléfico,
fué la señal de nuevas desgracias y de nuevas y terribles
guerras. La Europa entera se armó contra este feroz enemi
go, y se preparó a disipar los facciosos que le habian resta
blecido. Una sola batalla decidió la suerte dé tantos pueblos,
cuyos destinos iban á ser regulado&por la fortuna ó los reve
ses del usurpador. Fué vencido , y su derrota , trayendo á
Lnis XVIII á Francia , dió la paz á la Europa , á la que la
sola presencia de Bonaparte turbaba y amenazaba de un con
tinuo y perpétuo trastorno. El Rey volvió á su capital , que
habia abandonado por fuerza cuando Bonaparte se acercó.
Poco á poco los espiritus, agitados por las últimas turbulen
192
eias, se calmaron y entraron en su deber. El bien empren
dido antes empezó á realizarse ahora. En Roma el Sumo
Pontífice habia abierto una Mision general para el clero y
pueblo romano, y él mismo daba el ejemplo asistiendo á
los ejercicios de ella con la mas edificante constancia. Pro
hibió en todos sus estados con las mas rigorosas penas las
sociedades secretas, que con su doctrina, tan contraria á los
tronos como á los altares, habia trastornado á la Francia y
conmovido á la Europa hasta en sus cimientos ; y por un
acto solemne de la autoridad Pontifical, el primero que se
ñaló su restablecimiento , restauró la Compañía de Jesus,
que deseaban y pedian los votos de todo el mundo cristia
no. Ocupóse en seguida de muchas negociaciones impor
tantes para el sosten de la Religion. Muchos soberanos, de
concierto con la Santa Sede , tomaron medidas para hacer
la reflorecer en sus estados. En Francia Luis XVIII mandó
que se terminasen las negociaciones entabladas en Roma
é interrumpidas por la vuelta de Bonaparte , hasta que se
concluyó un concordato ; y aunque se suspendió su efecto
sin que pueda saberse el por qué, con todo, la sabiduría
del Rey y la tierna solicitud del Pontífice ofrecen todos
los dias á la Iglesia nuevos consuelos , haciendo cesar su
viudez, obligando á la impiedad al silencio, y volviendo al
culto católico el brillo que le corresponde.

Reflexiones sobre los escándalos.

Es necesario que haya escándalos, dijo el mismo Salva


dor ; y esta es una de las cosas con que prueba á sus sier
vos á fin de hacerlos dignos de sí. "Vendrá un tiempo en
«que la caridad se resfriará, y abundará la iniquidad en
«la multitud." Los vicios tienen su origen en las pasiones
que la Religion no destruye: esta enseña á domarlas, pero
no quita la libertad de seguirlas. No debe por tanto admi
rar el que haya escándalos en la Iglesia : ella es un campo
en que la cizaña crece con el buen grano hasta que llegue
193
la cosecha; es una era en que la paja está mezclada con el
trigo; es una barca en que se hallan reunidos los peces
malos con los buenos. Todas estas comparaciones que el
Evangelio emplea, nos anuncian que habrá siempre en la
Iglesia, mientras peregrina en este mundo, abusos y desór
denes que ella no aprueba ni disimula; al contrario, ella
gime al verlos, los condena, los detesta, trabaja en repri
mirlos, pero no se verá libre de ellos hasta que llegue el
fin del mundo. Mientras esté sobre la tierra habrá pues es
cándalos en los fieles, los habrá entre sus mismos minis
tros. Jesucristo ha prometido al cuerpo de los Pastores la
infalibilidad en la enseñanza, mas no les ha prometido la
santidad. "Id, les dijo Jesucristo, enseñad á todas las na
ciones, bautizadlas é imponedlas en la observancia de to
ado cuanto os he mandado, y yo estaré con vosotros siem-
«pre hasta la consumacion de los siglos." En virtud de
esta promesa Jesucristo se halla con el cuerpo de los Pas
tores para garantirlos de todo error, pero no para eximir
los de pecados y de vicios. Y aunque el buen ejemplo de
los Pastores sea un escelente medio de insinuar el Evan
gelio, con todo, Dios no ha querido sujetar la nota del ca
racter de la verdadera fe á la inocencia de sus costumbres,
porque esta inocencia nunca puede ser bien conocida en
razón de que puede ser muy bien un hipócrita el que nos
parece un justo; y sí la ha colocado en la profesion de la
doctrina, que es pública, cierta, y no engaña. Así es que el
Señor dijo: "Yo estaré con vosotros cuando enseñeis," y
no dijo que estaria con ellos cuando practicasen lo que les
habia mandado; aunque esto no quita que esté el Señor
también con los que hacen lo que él ordenó. Pero aquí se
habla de la promesa que no puede faltar, la cual solo se
refiere á la enseñanza. Por eso añadió el Salvador hablan
do á los fieles: "Haced lo que os digan y no lo que ellos
«hagan." No obstante, su predicacion nunca se verá sin
efecto. Como la palabra de Dios siempre es fecunda, y la
gracia jamás deja de acompañar á la sana doctrina, esta
producirá santos que alguna vez serán, si se quiere, muy
pocos en comparacion de los malvados ; pero lo milagroso
PARTE II. 13
1 Oí
será que la multitud de los que deshonren la Iglesia no
estorbará el que ella subsista siempre; y el que los desór
denes y los abusos, por muchos que sean, no podrán jamás
ni acabarla ni ocultarla: lo milagroso será ciertamente que
no deje de llegar al puerto la barquilla aunque sobrecarga
da de malos peces. Habrá, pues, escándalos en el reino de
Jesucristo, porque él lo ha predicho; pero estos escándalos
no impedirán el que él asista á su Iglesia, ni el que su pa
labra predicada en ella tenga su eficacia, porque él lo ha
prometido. Y en efecto, en todos tiempos, aun en los mas
infelices, se hallan grandes ejemplos de virtud. La moral
del Evangelio ha sido practicada siempre por muchos cris
tianos de todos los estados. Cada siglo ha tenido sus mode
los de santidad en pastores irreprensibles, en vírgenes pu
ras, en cristianos fieles á sus deberes, en penitentes since
ros; porque solo el sincero deseo de la penitencia es el que
desde el siglo XI , en que fué la relajacion muy grande, in
trodujo tantas órdenes religiosas nuevas como hoy se ad
miran. Dios ha suscitado hombres estraordinarios para in
flamar la piedad. La santidad de la Iglesia consiste, pues,
no en que todos sus miembros sean santos, sino en que su
doctrina es santa, sus sacramentos son santos, en que siem
pre hay santos en su sociedad, y en fin, en que todos los
santos pertenecen á su unidad. La Iglesia, dice un sábio
Prelado, es siempre santa porque siempre enseña alta y vi
siblemente la buena doctrina sobre la santidad de las cos
tumbres, y porque esta doctrina de piedad será practicada
en todo tiempo aun en los de mayor relajacion. Así es que
por grande que sea ó pueda ser la corrupcion de las cos
tumbres no se podrá decir que prevalecerá, porque la regla
de la verdad subsiste siempre toda entera. Si hay en la Igle
sia desobedientes y rebeldes, habrá tambien santos y hom
bres de bien mientras que la predicacion del Evangelio
subsista; que es decir, siempre. Es menester juzgar de la
santidad de la Iglesia, dice S. Agustin, no por los malos
cristianos sino por los buenos, que serán siempre muchos
en su seno. La Iglesia sufre á los malos por algun tiempo,
como se sufre á la paja que cubre al grano en la era. Se
195
ría, pues, un error manifiesto el creer que las promesas
de su eterna duracion no pueden cumplirse entre los abu
sos y los escándalos. Los mismos escándalos que salen de
sus ministros no perjudican en cosa alguna al efecto de sus
promesas. Dios ha permitido que los gefes de la religion
no hayan sido siempre hombres sin nota, para hacer ver
que su Iglesia en su conservacion no depende de la santi
dad de sus Pontífices , sino de la palabra que él la ha dado
de estar con ella hasta el fin de los siglos. La suerte de los
imperios depende de la conducta de los príncipes que los
gobiernan, la de la Iglesia no así. Dios mismo ha colocado
sus fundamentos, y les ha dado tal consistencia que ni el
tiempo ni los hombres podrán jamás debilitarlos. Los con
solidarán cuando trabajen por minarlos. Y esta es la con
clusion que debe sacarse de algunos lugares de la Historia
Eclesiástica, en que se ven grandes abusos introducidos en
el seno del cristianismo: en lugar de escandalizarse por
ellos, debemos acordarnos de que han sido anunciados, y
de que son una consecuencia del estado presente de la Igle
sia. No está ella aquí en su lugar de descanso. Su pátria
es el cielo; la tierra no es para ella mas que un lugar de
prueba, un pais estrangero, en el que se halla rodeada de
enemigos que se esfuerzan , aunque en vano, por privarla
de lo que tiene mas precioso, que es la verdad y la caridad.
Por violentas , pues , que sean las tempestades no temamos
el que sea sumerjida: el que manda al mar y sus temibles
ondas es el piloto que la gobierna, y quien la hará llegar
al puerto. Nacidos y criados en el seno de esta Iglesia san
ta , instruidos con su doctrina , nutridos con sus sacramen
tos, santificados con los principios de una adhesion invio
lable á su fe y á su autoridad, edifiquémonos con el bien
que ella hace, lloremos el mal que no puede impedir, y con
servemos con cuidado la unidad de un mismo espíritu con
el vínculo de la paz.
AL

COMPENDIO DE LA HISTORIA DE LA IGLESIA

DE LHOHOND,

que comprende desde 1817 hasta estos últimos tiempos, tomado de la


Historia de Juan Alxog, doctor en teología y catedrático en el semi
nario de Posen, y de otros documentos.

Queda dicho ya que restituido definitivamente Pio VII


á la ciudad eterna despues que Napoleon fue vencido en
Vaterlóo, publicó en 7 de agosto de 1814 la bula Sollicitu-
do omnium Ecclesiarum, por la que restableció los Jesuitas,
encargando su ejecucion al Cardenal Pacca, el que como
testigo ocular de los efectos de la supresion y restableci
miento dice, que asi como aquella causó sorpresa y des
contento, esta produjo una alegría y especie de embriaguez
imponderable. Y en consecuencia fueron admitidos en las
Dos Sicilias, Nápoles, Bélgica, Irlanda, Cerdeña, Módena,
Suiza, Galitzia y España; fueron tambien tolerados en Fran
cia hasta 1828, y continuaron en Inglaterra en posesion de
sus colegios, habiendo muchos encomendado á estos ecle
siásticos la instruccion de la juventud.
Continuando su obra de restauracion creó nuevas cá
tedras en la universidad de Roma , restableció diversos co-
lejios, y consolidó la Iglesia en diferentes reinos. Por fin
cargado de años y de trabajos rindió su espíritu al Criador
el 25 de agosto de 1823, á los 82 años.
197

La Iglesia en Francia hajo los Borlones.

Luis XVIII, al paso que estableció la libertad de cultos,


proclamó que la Religion católica era la del estado. Quiso
reanimar la fe y la práctica de esta religion ; pero se opo
nia á este designio una juventud educada en medio de las
escenas de la revolucion, y empapada en la lectura de las
obras de Voltaire, Diderot, Alembert, Helvecio, Rousseau,
las cuales gracias á la libertad de la imprenta se reprodu
cian bajo mil formas que se daban casi de balde.
Una de las primeras necesidades era el llenar las Sillas
episcopales, poniendo término á las incertidumbres nacidas
del concordato de 1801. Con este objeto se trató de cele
brar otro nuevo, como se celebró, abrogando el último y re
novando el celebrado entre Leon X y Francisco I. Pero las
cámaras lo rechazaron como contrario á las libertades ga
licanas. Por fin en 1822, de acuerdo con las cámaras, se fi
jó el número de Obispos en 80, se organizaron los Cabil
dos y los seminarios, se aumentó la asignacion destinada
á la dotacion de la Iglesia , y diversas instituciones religio
sas se restablecieron.
Por fallecimiento de Luis XVIII entró á reinar su her
mano Carlos X, y en su reinado es cuando se encrudecie
ron las disputas entre realistas y constitucionales sobre la
influencia de la Iglesia.
Carlos X quiso que prevaleciera la influencia religiosa,
pero no era el destinado por la Providencia á este objeto.
El partido que durante la revolucion llenó de horror á la
Francia y á la Europa, y que durante el imperio temblaba,
enarboló la bandera de la libertad, y en oposicion con el
gobierno obtuvo de él que se cerrasen los colegios de los
Jesuitas. Envalentonados con este y otros triunfos multipli
caron sus exigencias, y cansado el Rey de ceder se resistió;
la lucha continuó, y de la imprenta pasó á las calles, hasta
que por fin perdió la corona.
198

Pontificado de Leon XII (año 1827 á 1829)


y de Pio VIH (año 1 829 á 1 830).

La elevacion del Cardenal Ánnibal della Genga al tro


no pontificio bajo el nombre de Leon XII calmó el dolor
que la pérdida de Pio VII habia causado á toda la Iglesia.
Della Genga, despues do haber mostrado en gran número
de negocios delicados é importantes un talento consumado
y un celo no menos notable , habia sido elevado por la con
fianza de Pio VII á la dignidad de Vicario general de Ro
ma. Leon XII, correspondiendo á las esperanzas que su ad
venimiento habia hecho concebir, y fijando su atencion so
bre los males de que la Iglesia estaba mas especialmente
amenazada , exhortó vivamente en su encíclica de 3 de ma
yo de 1824, Ut primum ad summi Pontificatus , á todos los
Obispos de la cristiandad para que previnieran á los fie
les contra los dos enemigos mas peligrosos de aquella épo
ca, la indiferencia religiosa, que conducia prontamente del
deismo al materialismo, y las sociedades bíblicas, que bajo
el pretesto de esparcir el conocimiento de las sagradas Es
crituras, desfiguraban de mil maneras el verdadero senti
do. Esta encíclica, amargamente criticada por les protes
tantes, ha sido defendida por los hombres mas doctos y mas
prudentes, tales como Sacy y Mezzofanti. Otra medida no
menos oportuna fue la bula Quo graviora (13 de marzo de
1826) contra las sociedades secretas. El Papa, prosiguien
do las sabias medidas que debian producir la restauracion
de la Iglesia universal, cedió á los Jesuitas el colegio ro
mano, nombró sabios distinguidos para las cátedras de las
demás universidades, restableció el colegio irlandés, consa
gró una atencion particular al colegio germánico, y recons
tituyó el orden turbado en un gran número de iglesias. Las
antiguas posesiones españolas de la América del Sud., que
habian sacudido el yugo de la metrópoli y adoptado el ré
gimen republicano, se dirigieron al santo Padre para pedir
199
que les diese pastores legítimos. Leon XH accedió en un
consistorio tenido en junio de 1827 á los deseos de las re
públicas de la América meridional que se habian separa
do de su antigua metrópoli; remedió igualmente á peti
cion de D. Pedro I las necesidades espirituales del Brasil;
y unió firmemente por fin á la Iglesia madre algunas igle
sias cismáticas de Asia. Pero su celo apostólico y su amor
paternal no pudieron llegar á conseguir que desaparecie
ran los últimos vestigios del jansenismo en los Paises-Ba-
jos. Una muerte inesperada arrebató al piadoso Pontífice
en medio de su activa y santa carrera (el 10 de febrero
de 1829). Leon XII tuvo por sucesor al Cardenal Castiglio-
ni (31 de marzo), que tomó el nombre de Pio VIII. Como
su predecesor, el nuevo Pontífice previno á los fieles en su
encíclica de 29 de mayo contra la indiferencia religiosa, las
sociedades bíblicas y las sociedades secretas, especialmente
contra la fracmasonería, que favorece la indiferencia reli
giosa y aparta el ánimo de las bases positivas de la ense
ñanza y de la práctica de la Iglesia. Como príncipe tempo
ral Pio VIII se ocupó sobre todo de las clases pobres, dis
minuyó los impuestos, y proporcionó trabajo al pueblo. Co
mo gefe de la Iglesia universal intervino, despues de la to
ma de Andrinópolis y la paz concluida por los rusos con la
Puerta, en favor de los armenios católicos arrojados de su
patria, y obtuvo para ellos la ereccion de un arzobispado
armenio en el mismo Constantinopla, el indulto de los des
terrados, el reconocimiento de sus derechos, y la restitu
cion de sus bienes. Invitó con urgencia al Emperador del
Brasil para abolir la esclavitud en sus estados, y D. Pedro
no desatendió las palabras del Padre de la cristiandad. La
noticia de la emancipacion de la Irlanda, determinada ba
jo el ministerio deSir Roberto Peel (13 de abril de 1829),
animó á Pio VIII desde el principio de su pontificado; y la
conquista de Argel por los franceses (junio de 1830) que
destruyó la guarida de piratas donde tan largos años ha
bian gemido millares de víctimas cristianas, calmaba el do
lor que le causó el espíritu de revolucion que asomaba por
todas partes. Cargado de años y de afliccion á la vista de
200
las desgracias que amenazaban á la Iglesia, Pio VIII fue
llamado de este mundo por la divina Providencia el 30 de
noviembre de 1830.

Pontificado de Gregorio XVI ( 9 de febrero


de 1831).

Guando acaeció la muerte de Pio VIII la Europa es


taba profundamente agitada por el estremecimiento que en
todas partes habia causado la revolucion de julio, y la Ita
lia mas que ningun otro pais á consecuencia de la muerte
del Papa; y ya la rebelion se estendia desde Bolonia á las
puertas de Roma, cuando el cónclave abierto el 14 de di
ciembre de 1830 eligió, despues de cincuenta dias de espe
ra, al Cardenal Mauro Capellan ( 2 de febrero), autor de la
obra titulada el Triunfo de la Santa Sede. Una alegría uni
versal produjo la elevacion de Gregorio XVI, que señaló el
principio de su pontificado con dos actos de beneficencia y
de firmeza. "Lo que nos anima, decia el nuevo Pontífice
«en el acta publicada tres dias despues de su entroniza-
«cion, es la idea de que el Padre celestial no permitirá que
«los trabajos que nos envie escedan á nuestras fuerzas. " Y
no era preciso en efecto nada menos que esta confianza y
esta voluntad inalterable para tomar en este tiempo de re
volucion y de desorden las riendas del gobierno espiritual
y temporal de la Iglesia. Pio VIII, habiendo en vano inten
tado calmar con paternales exhortaciones la tempestad que
habia comenzado á rugir en las legaciones y que amenazaba
á Roma, tuvo necesidad para poner término á la revolu
cion de recurrir á las armas del Austria. Si mucho le cos
tó á Gregorio XVI tener que echar mano de estos penosos
medios, no tuvo menos sentimiento al ver estallar en otras
partes la anarquía y el desorden, y por ello trató de pre
venir á los Arzobispos de Polonia y de Bélgica á fin de
que no se mezclaran en los negocios políticos, recordándo
201
les su ministerio de paz, y los deberes impuestos á los súb
ditos para con sus soberanos. De esta manera colocó en
su verdadero lugar, segun el decir de ciertas personas, la
dignidad y grandeza papales, y burló los siniestros juicios
de algunos. En la circular que dirigió al episcopado (15 de
agosto de 1832) declarándose abiertamente adversario de
un falso y peligroso espíritu de innovacion, protestó so
lemnemente su firme resolucion de conservar y mantener
la antigua tradicion apostólica. Apenas fue restablecida la
tranquilidad en los Estados pontificios, cuando el Papa
empleó su enérgica actividad en reformar antiguos abusos
y precaver otros nuevos. Las universidades, cerradas du
rante la revolucion, y vueltas abrir (en otoño de 1833) y
reorganizadas; las economías considerables realizadas en
todos los ramos de la administracion; los altos funciona
rios destituidos por infidelidad ú opresion; las cuentas de
cargo y data desde 1817 sometidas á una revision necesa
ria para justificar la legalidad de los privilegios, pensiones
y subsidios acordados hasta entonces; una nueva coleccion
de leyes promulgada ; un nuevo código penal sometido al
examen de los presidentes de todos los tribunales del esta
do; la reparticion mas equitativa de la contribucion terri
torial propuesta á los diputados convocados de todas par
tes de los estados pontificios; los tribunales de comercio
establecidos en Roma, en las ciudades y en los puertos de
mar; los juzgados de apelacion y los tribunales criminales,
compuestos en adelante de jueces legos; la justicia mas se
vera ejercida con todos , fuesen legos ó eclesiásticos ; las
artes y las ciencias protejidas con tanta munificencia como
gusto; el museo etrusco fundado en el Vaticano; la basílica
de San Pablo levantada de nuevo sobre las ruinas del in
cendio del 15 de julio de 1823 ; tales fueron los famosos
hechos de los primeros años del pontificado de Gregorio
XVI, que aun en el trono continuaba viviendo como simple
fraile conforme á la austera regla de los camaldulenses,
durmiendo en el suelo, comiendo poco , acostándose tarde,
trabajando mucho y rezando siempre. Gregorio XVI se ro
deaba y se servia de los hombres eminentes de su tiempo:
202
nombró al sabio Cardenal Lambruschini para las funcio
nes de secretario de estado; hizo entrar en el sacro colegio,
como en otro tiempo habia hecho Leon X con Bembo y Sa-
dolet, al sabio filósofo Angelo Mai, y al poligloto Mezzo-
fanti.
El paternal corazon de Gregorio XVI fue sometido á
rudas pruebas. Apenas se habia tranquilizado por la pacifi
cacion de los asuntos de Francia, Bélgica, Suiza y Polonia,
cuando vió á España á su vez agitada por la guerra civil,
trastornada su constitucion, alterada en su fe y su antigua
adhesion á la Iglesia romana; cuando vió uno de los mas elo
cuentes defensores del cristianismo y de la Iglesia encen
der en el sagrado fuego del altar las teas de la revolucion,
y abusar de las mismas palabras del Evangelio para predi
car el menosprecio á la autoridad , el odio á los reyes , la
insubordinacion y los demás crímenes que ella engendra;
cuando vió al venerable Clemente, Arzobispo de Cologne,
y al piadoso Arzobispo de Gnesen y de Posen arrojados
violentamente de sus Sillas, mientras que por los medios
mas odiosos y atroces separaban de nuevo de la comunion
romana á los griegos, unidos en otro tiempo bajo el ponti
ficado de Clemente VIII. Gregorio, no descuidando ningu
no de sus deberes, manifestó á los fieles las peligrosas y cri
minales tendencias del abate Lamennais , protestó solemne
mente contra la violacion de los derechos del episcopado
por el rey de Prusia, imploró socorro aunque en vano del
emperador de Rusia , y publicó una alocucion dirigida á los
Cardenales (22 de julio de 1842), en la que descubriendo
las violencias del Cesar lloraba amargamente por el triste
estado de la Iglesia católica en Rusia, y respondia por la
misma á las calumnias de los enemigos de la Santa Sede,
que decian que el Papa, olvidando el mas sagrado de sus
deberes, habia cerrado los ojos al infortunio de estos pue
blos , y renunciado á defender la religion católica ante el
poderoso déspota del Norte. Gregorio por la firmeza, la
constancia y la sabiduría que mostró en medio de las tor
mentas levantadas contra él por todas partes, se ha con
quistado en la historia un lugar inmortal, y la nosteritiad.
203
reconocerá algun dia el brillante mérito de este ilustre su
cesor de San Pedro.

La Iglesia católica en España.

Restituido Fernando VII á su reino en 1814 anuló la


constitucion de las Cortes , y restableció el antiguo orden
de cosas. Pero la España no estaba muy unida. Por un la
do los llamados apostólicos defendian la Iglesia; por otro
los liberales peleaban á nombre de la libertad. Estos triun
faron, y obligaron á Fernando á aceptar una nueva consti
tucion por medio de una revolucion militar (7 de marzo
de 1820. En 1823 el partido realista se levantó de nuevo,
y determinó la intervencion francesa que restableció el po
der de Fernando. Los partidarios de la constitucion fueron
entonces oprimidos y perseguidos. Sin embargo el Rey, no
adhiriéndose enteramente á las miras del partido ultra, mos
tró su predileccion al gobierno absoluto tal como lo habian
comprendido los Borbones sus predecesores. Fernando se
casó despues de la muerte de la reina Josefa con María
Cristina de Nápoles, su sobrina (1829), y abolió por un real
decreto de 29 de marzo de 1830 la ley por la que los va
rones eran preferidos á las hembras de mejor línea y gra
do, y restableció el antiguo orden de sucesion castellana,
por el cual las hijas y las nietas del rey tienen el derecho
de preferencia sobre los hermanos y demás colaterales. De
este matrimonio nació la princesa Isabel , que fue procla
mada reina de España á la muerte de su padre (29 de se
tiembre de 1833). El partido realista se sublevó al punto;
la revolucion estalló en las provincias Vascongadas y Ara
gon, y la reina madre Cristina, entregada á los liberales, no
pudo sostenerse sino haciendo cada dia nuevas concesiones.
Entretanto habiendo aparecido el cólera en Madrid (1834),
los malévolos esparcieron por el pueblo la voz de que las
aguas estaban envenenadas, y que los autores de este cri -
men eran los frailes. Un populacho furioso se apoderó en
204
medio del dia de muchos conventos, asesinó inhumanamen
te á sus moradores, y saqueó cuanto encontró, quedando
impunes tan atroces atentados. La desmoralizacion y la ir
religion crecieron de dia en dia y se manifestaron sin re
bozo. Se tradujeron al español los peores libros franceses,
y el desprecio y el odio se declararon principalmente con
tra los institutos religiosos. Una insurreccion militar esta
lló en la Granja, y obligó á la reina Cristina á que se susti
tuyese la constitucion de 1812 al estatuto real. Subió al
ministerio un hombre audaz que desde luego decretó la su
presion de todos los conventos, y se apoderó de todos los
objetos preciosos y efectos que en ellos habia. Los bienes
de la Iglesia fueron declarados propiedad nacional , el diez-
mo se suprimió por las Cortes, que no se quisieron quedar
atrás de la convencion nacional, su modelo (1837). Al
mismo tiempo se constituyó una comision encargada de re
dactar un plan de reforma y reorganizacion del clero. La
comision propuso la supresion de diez y siete antiguos obis
pados, la ereccion de cinco nuevos, la supresion de diez y
ocho iglesias catedrales, y la conservacion del culto y clero
por cuenta del estado. El artículo 11 de la nueva constitu
cion de 1837 habia ya declarado que la nacion se obligaba
á mantener el culto y los ministros de la Iglesia católica, á
la que pertenece en masa toda la nacion española.
Gregorio XVI con su imparcialidad no quiso reconocer
mientras durase la guerra civil á la reina Isabel; sin em
bargo, no se declaró de ningun modo contra el nuevo orden
de cosas, esperando oportunidad de arreglar los intereses
de la Iglesia. Entretanto el clero secular y regular eran
desatendidos, y muchos de sus miembros deportados y apri
sionados, y el culto abandonado. Por otro lado el gobierno
presentó para varios arzobispados y obispados, y la Sania
Sede se negó á preconizarlos en virtud de la presentacion,
aunque ofreció hacerlo motu proprio. Pero el gobierno no
quiso admitir este temperamento, é hizo que los cabildos
eligiesen por vicarios capitulares á los presentados por él.
Por fin, conoció bajo el ministerio del Conde de Ofalia la
absoluta necesidad de tomar en consideracion el estado de
205
plorable de la Iglesia; se nombró una comision para deli
berar los medios de restablecer las relaciones entre el Go
bierno español y la Santa Sede. El delegado enviado á Ro
ma, D. Julian Villalba, desplegó allí una grande actividad
y fue apoyado por la Francia. Era urgente una conclusion:
veinte y dos Sillas estaban vacantes en España y sus colo
nias. La guerra civil se apaciguó poco á poco despues del
convenio de Vergara entre Espartero y Maroto. Los espa
ñoles, cansados de tan rudas fatigas, volvian de nuevo sus
ojos al cielo y sus corazones á la Iglesia: la fe y la prácti
ca religiosa parecian renacer con la paz. Por todas partes
se manifestaron síntomas de una reaccion religiosa. Barce
lona vió aparecer un diario titulado la Religion, que ha con
tinuado despues defendiendo el catolicismo y manifestando
á sus lectores los progresos del espíritu cristiano, repro
duciendo en sus columnas los mejores artículos de los pe
riódicos religiosos de Italia y de Francia. Otro diario en
Madrid, el Católico, empezó desde entonces á publicarlas
doctrinas de la Iglesia. Desgraciadamente el pronuncia
miento de setiembre de 1840, que tuvo por objeto la abdi
cacion de la reina Cristina, renovó las inquietudes y los pe
ligros de la Iglesia de España. Las juntas insurreccionales
de las provincias se entregaron á las mas odiosas violen
cias con los miembros del clero. El Gobierno de Madrid
cerró el tribunal de la Rota de la nunciatura apostólica,
que existia desde Clemente XIV (26 de marzo de 1771);
y habiendo protestado contra estos actos de violencia el
vice-gerente de Nuncio Ramirez de Arellano, el Gobierno
provisional de Espartero le hizo salir de España (29 de di
ciembre de 1840).
La hostilidad del Gobierno contra la Iglesia y la corte
de Roma llegó á su apogeo á pesar de las alocuciones pro
nunciadas por el Santo Padre con fecha 1.° de febrero
de 1836 y 1.° de marzo de 1841. En esta el Papa Grego
rio levantó la voz para rebatir en presencia de Dios todo
poderoso los ultrajes con que el Gobierno español abruma
ba á la Iglesia. Este opuso á la alocucion del Papa un ma
nifiesto en el que desfiguraba el caracter puramente reli
206
gioso de la alocucion, considerándola como una declara
cion de guerra, como un acto emanado, no del gefe de la
Iglesia sino del soberano temporal de Roma, ofensivo á la
nacion española y al honor nacional, interesados en vengar
se de estos voluntarios ultrajes. En su consecuencia el Go
bierno tomó sobre la marcha las medidas mas violentas
contra los eclesiásticos dispuestos á seguir las doctrinas ma
nifestadas por el vicario de Jesucristo. En fin, para acabar
de avasallar á la Iglesia prohibió la comunicacion de los
españoles con la Santa Sede. Varios Prelados que espusie
ron al Gobierno la imposibilidad de desatender la voz del
sucesor de San Pedro y seguir las máximas contrarias que
el Gobierno proclamaba , espiaron su oposicion con el
destierro ó la espulsion de sus Sillas. Diferentes Cabildos
en cuerpo y otros muchos eclesiásticos aislados sintieron
tambien por su parte los efectos de la cólera del Gobierno
del Regente. En este apuro el Papa Gregorio envió á toda
la Iglesia una encíclica en que invitaba á los fieles á con
tribuir con públicas oraciones, por lo que concedia indul
gencia plenaria, á la salvacion de la Iglesia de España. La
cristiandad, dolorosamente conmovida , obedeció la orden
del santo Padre; y confiando en la antigua piedad de este
pueblo hizo públicas rogativas á fin de que, asi como antes
supo vencer el islamismo, saliera victoriosa en tan crítica
situacion, mostrándose como siempre fiel á sus creencias.
"Estamos seguros, decian los órganos de la parte sana de
«la nacion, que la Iglesia no saldrá de estas pruebas sin
«gran provecho. Proclamais la libertad; pues bien, liber -
«tad es lo que queremos para nosotros y para la Iglesia. La
«religion católica es una ley sagrada, escrita en las pági-
«nas de nuestras libertades nacionales. En nuestra fe y
«en su divino poder está el que nosotros poseamos la per-
«severancia necesaria para salvar nuestra independencia
«en medio de los abominables actos de que somos testigos.
«Ved, anadian dirigiéndose al joven clero, ved, jóvenes
«eclesiásticos, que este siglo os pertenece, porque la juven-
«tud es la llamada en las épocas de trastornos á conservar
nía tradicion sagrada. Aprended la sabiduría al pie de la
207
«cruz, á fin de que la patria que pone en vosotros su espe
ranza obtenga un dia la paz, y halle la dicha bajo la pro
«teccion de una fe siempre antigua y sin embargo reno-
«vada."
Los que tales tropelías cometieron ó autorizaron , no
tardaron mucho en espcrimentar el castigo: cayó el minis
terio, el regente Espartero fué espulsado del reino, é Isa
bel II fue declarada mayor de edad y encargada del gobier
no (octubre de 1844). La nueva administracion empezó por
algunos actos de justicia hácia la Iglesia, permitió á los
Obispos desterrados volver á España, y revocó el decreto
por el que se mandó cerrar el tribunal de la Rota; pero no
reparó otros muchos males de que amargamente se lamen
ta. Aún sigue despojada de mucha parte de lo que poseia,
y está lejos de gozar de aquella innata libertad que le es de
bida por su institucion para gobernarse á sí misma. El de
recho de proveerse de ministros sagrados se le coarta, y el
de la enseñanza se le quiere hacer depender del poder se
cular, siendo asi que á los Apóstoles, y en ellos á los Obis
pos, constituyó el divino Fundador de la Iglesia pormaestros
de la doctrina.
El Papa Gregorio XVI habia ya determinado que vinie
ra á España un Delegado Apostólico que tratara con el Go
bierno español sobre el arreglo de los asuntos eclesiásticos,
que tan trastornados quedaron á consecuencia de los suce
sos de los años que habian pasado. El sugeto designado al
objeto fue Monseñor Brunelli, Secretario de la Propaganda
y Arzobispo de Tesalónica; pero la muerte de aquel Papa
retardó la venida del Delegado, hasta que elevado el actual
al trono pontificio vino autorizado por él el mismo que fue
designado por su antecesor. Llegó por mayo del año de
1847, en cuya época dos terceras partes de las Sillas epis
copales estaban vacantes; y aunque para varias de ellas ha
bian sido designados ó nombrados los que las habian de ocu
par, la mayor parte renunciaron el nombramiento, y á al
gunos se les revocó ó no se hizo caso del que se les hizo.
Urgente era el proveer á la Iglesia de Obispos; y remo
vido ya el obstáculo que podian presentar las circunstancias
208
de algunos de los anteriormente nombrados, fueron varios
de los antiguos Obispos promovidos á Sillas metropolitanas,
y se crearon otros para la mayor parte de las Iglesias que
estaban vacantes. Algunas sin embargo quedaron sin pro
veerse hasta ver si en la proyectada nueva circunscripcion
de diócesis habian de conservarse ó ser suprimidas.
Ya en julio de 1848 el Delegado Apostólico presentó las
credenciales de Nuncio de la Santa Sede en estos reinos, y
continuó como lo habia'hecho hasta entonces en trabajar á
una con el Gobierno en el arreglo de los demás negocios
eclesiásticos ; y para facilitarlo se convino en que se crease
una junta compuesta de sugetos nombrados mitad por el
Gobierno y mitad por el Nuncio, la cual presentase un pro
yecto de circunscripcion de diócesis, dotacion de culto y
clero y organizacion de catedrales, parroquias, etc. En efec
to, se instaló esta junta, la cual concluyó los trabajos que
se la habian encomendado, pero aún no ha trascurrido el
tiempo necesario para que hayan podido verse sus resul
tados.

Iglesia católica en Portugal.

Luego que D. Pedro conquistó el trono de Portugal pa


ra su hija Doña María de la Gloria en nombre de la liber
tad, entre sus primeras medidas de gobierno se cuentan los
decretos de la supresion de las órdenes religiosas y milita
res, de los hospicios, confiscando todos sus bienes, y de los
diezmos, reduciendo de esta manera á la Iglesia al último
estremo. Ya al principio mismo tambien declaró vacantes
todas las diócesis cuyos Prelados habian sido presentados
por D. Miguel y confirmados por la Santa Sede. El Papa se
lamentó de estos males, y aun llegó á amenazar con las ar
mas de la Iglesia; pero fue inutil. Murió D. Pedro, y Doña
María quedó dependiente de la Inglaterra; se la dió una
constitucion, y los males de la Iglesia fueron en aumento.
Pasado algun tiempo se quiso tratar con la Santa Sede; és
209
ta envió por Internuncio al Sr. Capaccini, el cual reconoció
como reina á Doña María, y en nombre del santo Padre la
entregó la rosa de oro: esto acaecia en 1842. Además se
confirmaron algunos Prelados nombrados, aunque no todos,
lo que anunciaba ya que se hubiera por fin concluido un
arreglo ; pero no llegó á llevarse á cabo , á pesar del espí
ritu de conciliacion de Gregorio XVI y de la condescenden
cia del Internuncio.

Iglesia católica en Francia bajo Luis Felipe.

Esta Iglesia esperimentó tambien los efectos de la tem


pestad que echó por tierra el trono de los Borbones. La
nueva Carta declaró que la Religion católica lo era de la
mayoría de los franceses, pero no del estado. El Arzobispo
de París, Mr. Quelen, declaró que debian los fieles some
terse al gobierno de Luis Felipe y dirigir sus preces al cie
lo por él, pero no le libró esto de la persecucion. En 1831
se celebraba en la iglesia de S. German de Auxerre un ani
versario por el Duque de Berri, y una multitud frenética
invadió aquella iglesia y destrozó cuanto en ella encontró:
al dia siguiente hizo lo mismo en el palacio arzobispal , y
siguió cometiendo otros muchos escesos. El abate Lamennais
fundó con otros por entonces un periódico titulado VAvenir,
y llevó tan al estremo sus ideas de independencia absoluta
de la Iglesia respecto del estado, que el Papa Gregorio XVI
no pudo menos de manifestar su desaprobacion. Lamennais
pasó á Roma , donde se retractó de sus ideas , pero no se
creyó que su retractacion fuese sincera, lo cual se acreditó
bien pronto con la publicacion de sus dos folletos titulados
las Palabras de un creyente y el Libro del pueblo. El autor,
abusando del Evangelio, predicaba la muerte de los reyes,
y queria poner al clero al frente de las insurrecciones po
pulares llevando por enseña la santa Cruz; pero no pudo
por mucho tiempo desfigurar sus sentimientos, apareciendo
por fin como un jacobino cualquiera. Mientras se mostró
PARTE II, 14
210
fiel á la Iglesia fue muy temible, pero separado de ella ca
yó sin fuerzas y quedó confundido entre la multitud de los
anarquistas, abandonado de todos sos antiguos amigos.
Por el mismo tiempo apareció tambien en Francia un
nuevo reformista: este fue el abate Chatel, quien se propu
so fundar una nueva Iglesia católica francesa ; pero puede
decirse que no marcó distintamente los caracteres de su re
forma: el principal puede decirse que consistia en el uso de
la lengua francesa para su liturgia. Sus sermones eran ri
diculos, mezclando en ellos lo político con lo religioso: anun
ció un dia que al siguiente predicaria sobre la dignidad de
las mugares , y otro que celebraria una fiesta de iglesia en
honor de Napoleon, á quien colocaba entre los Santos de su
calendario. Ningunos progresos hizo, y asi quedó desvane
cida esta secta.

Los Sansimonianos.

Toman su nombre de Enrique S. Simon. Este enseñaba


que la Religion cristiana era desoladora , que dividia los
hombres en dos porciones desiguales, y que por lo mismo
repartia los bienes y los males con desigualdad entre ellos;
que esta Religion ya no era de la época , y debia ceder el
puesto á una nueva sabiduría que hiciera los hombres feli
ces , no solo en la otra vida sino tambien en esta. En su
símbolo abrazaba el espíritu y el cuerpo, Dios y el mundo,
y las verdades del esplritualismo católico con las del mate
rialismo filosófico. Proclamóse la igualdad entre los hom
bres en cuanto á la propiedad , caminando al comunismo.
Los predicadores mas celebres de la secta fueron MM. Olin-
do Rodriguez y Chevalier. Se conservó unida por algún
tiempo, pero el P. Enfantin, que ejercia su apostolado en
tre las mugeres, pretendió establecer la poligamia de los
mahometanos entre sus adeptos, y el P. Rodríguez levantó
cátedra contra él ; se suscitaron con este motivo alborotos
en Lyon, en su virtud fueron los sansimonianos condenados
21 1
por la policía correccional, y habiendo sido anatematizada
esta secta con el ridículo desapareció, á escepcion de algu
nos adeptos que emigraron á Egipto.

Renacimiento de la Iglesia católica en


Inglaterra.

Sabida es la opresion en que ha gemido la Iglesia en es


te pais; pero la revolucion francesa, que á tantos obligó á
emigrar, fue por decirlo asi como la aurora de la libertad
que está destinada á gozar. O'Connell fue el que por las vias
legales comenzó á trabajar por la libertad de Irlanda en es
pecial; y aunque sus esfuerzos en un principio se estrella
ron en la Cámara de los Lores, no por eso desistió. We-
llington mas tarde se pronunció por la emancipacion, y sos
tenido por Peel consiguió que el 13 de abril de 1829 se
adoptase el bilí por el que se abolió el antiguo test, y se
adoptó un juramento compatible con las creencias católicas.
Pero esta concesion , arrancada como por fuerza , no era
bastante para satisfacer los justos deseos de los católicos.
Setecientos mil protestantes retienen aún como suyas todas
las propiedades que antes estaban consagradas á la conser
vacion de las iglesias y mantenimiento de los conventos,
colegios y hospitales; y los católicos tienen que pagar el
diezmo á los ministros protestantes cuando aquellos no es
tán á su cargo. En 1831 se negaron á pagar el diezmo á la
iglesia anglicana, pero se les obligó, aunque no sin que me
diaran escenas de sangre y tuviesen que sufrir menoscabos
los exactores. Los católicos irlandeses no desistieron por es
to; hubo sus reuniones dirigidas por O'Connell, y reputando
una rebelion estos hechos, hizo el Gobierno que se borrase
de la lista del /un á los católicos, y que fuese O-Connell con
denado por doce jueces de Dublin.
El empobrecimiento de los irlandeses y el envilecimien
to en que se les ha tenido han sido la causa de su resigna
do sufrir; pero emancipada la prensa católica se discutieron
112
públicamente los dogmas é instituciones de la Iglesia ro
mana , y esto ha producido el que perdiesen su fuerza las
prevenciones que reinaban contra ella , y ha hecho que to
dos los dias se vea que vuelven al seno de nuestra Madre
personas de todas clases y categorías que han vivido en el
protestantismo, que renazcan las antiguas instituciones, y
hasta que se funden conventos. Esto se ve no solo en Irlan
da, sino tambien en Inglaterra y Escocia; de manera que
semejante movimiento hace presagiar dias mas faustos para
aquellas islas.

Historia de la Iglesia protestante.

Los protestantes ortodoxos, espantados al ver los pro


gresos que las nuevas doctrinas hacian á fines del siglo úl
timo, reunieron sus esfuerzos para contener el mal. Prohi
bieron las cartas de Krug sobre la perfectibilidad de la Re
ligion revelada, y los escritos de Eck, que pretendia esplicar
los milagros del Nuevo Testamento por las causas naturales.
Federico II de Prusia, instigado por su ministro, tomó una
resolucion decisiva, cual fue la de promulgar un edicto de
religion contra la filosofía del siglo, y prohibió que ningu
no se nombrase para candidato de los consistorios que no
adoptase el catecismo nacional. El pastor Hermes y el pro
fesor Hilmer acordaron crear un comité de examen, ante el
cual debia hacerse por escrito la profesion de la fe. Pero el
edicto fue criticado, se escribió contra él, y cuando Fede
rico III subió al trono suprimió aquel comité, y declaró que
á nadie se le violentaría en materia de Religion.
Kant á principios de este siglo comenzó á luchar contra
la filosofía de Steimbart, que enseñaba que la virtud no era
mas que un simple medio de bienestar, estableciendo el ver
dadero valor del principio moral; y los trabajos de aquel
fueron como la base filosófica de los teólogos racionalistas.
Reconociendo al hombre incapaz de demostrar las mas al
tas verdades de la Religion , únicamente admite como ver
213
dadera base de la conviccion que podemos adquirir de la
realidad objetiva de una ley moral suprema y de un bien
soberano la conciencia moral, destruyendo la metafísica ó
filosofía teórica, y adoptando como base de la Religion la fi
losofía moral. Jacobi combatiendo este sistema admitia una
filosofía fundada en una revelacion inmediata é interior de
la razon, que supone ser la única fuente de la ciencia de
las cosas divinas. Mas tarde Frics estableció un sistema me
dio; pero las ideas de Kant son las que sirven de funda
mento al sistema teológico que se titula racionalismo. Mu
chos han escrito en su favor, y en sus escritos se ve que
Eretendia esplicarlo todo, y no admitir nada que no caiga
ajo el sentido comun y no se esplique por sí: de esta ma
nera despojan al cristianismo de su profundidad, y no sa
tisfacen la inteligencia ávida de verdades que no perecen,
ni al alma, deseosa de otra luz que la del mundo; y asi dice
Scheling, que los racionalistas modernos no tienen fe, espí
ritu, razon ni piedad. La Divinidad no es para ellos mas
que un hecho que depende de una demostracion empírico-
histórica, y la doctrina revelada un milagro que debe es-
plicarse como los milagros del orden sensible.
Contra este sistema de naturalismo religioso se elevó
otro sistema de supranaturalismo, que admitia una revela
cion sobrenatural en las santas Escrituras, y poco despues
otros teólogos quisieron conciliar lo uno con lo otro. Con
estas nuevas teorías los partidos se fueron separando mas y
mas de la verdad , y dieron margen á que naciera un par
tido mas audaz y presuntuoso, cual es el titulado Nueva Ale
mania, que profesando el mas grosero panteísmo predicó
la emancipacion de la carne en oposicion con el esplritua
lismo religioso.

Interpretacion de las santas Escrituras.

Semler, sin cuidarse de la doctrina eclesiástica, intro


dujo el primero la libre interpretacion en el estudio de las
214
santas Escrituras. Este método, acogido y protegido por el
espíritu de la filosofía moderna, se propagó y se hizo es-
tensivo hasta el estremo de atacar la autenticidad del anti
guo y nuevo Testamento, ó al menos de muchos de sus li
bros. Hubo defensores; pero fue tal la lucha que se armó
con este motivo, que el gran rabino Hircles creyó deber
salir á la defensa del antiguo Testamento, así como otros,
aprovechándose de los trabajos filológicos, defendieron toda
la Biblia, sirviendo estas disputas para la mayor ilustracion
de la verdad. Pero tambien por entonces apareció Strans,
discípulo de Hegel, el cual llevó la crítica histórica hasta
el estremo de negar la vida de Jesucristo. Fue combatido,
mas no con el mejor suceso, y se llegó á temer que sus er
rores cundiesen entre el pueblo; pero la oposicion que en
contró su nombramiento de catedrático de dogmática cris
tiana en Zurich le obligó á abandonar la universidad y la
poblacion.
La doctrina de Straus puede decirse que es el término
de las herejías relativas á Jesucristo: nada de nuevo dice
ni de ningun nuevo argumento se vale, pues no hace mas
que repetir lo que el judío Filon enseño sobre Jesucristo
y el Verbo.
Las proposiciones principales de la nueva escuela hege-
liana se pueden reasumir á lo siguiente. La mision de la
Iglesia protestante es la de desarraigar la fe al cristianismo
evangélico. Lutero no fue mas que el precursor de Hegel.
El protestantismo puede existir sin Biblia, la cual está en
vejecida de hace muchos años y llena de errores sobre las
cuestiones mas importantes de la vida; y aquel puede, ayu
dado del saber y de la civilizacion, reemplazar eficazmente
toda la disciplina moral.
Esta franqueza de la nueva escuela hegeliana merece
reconocimiento de parte de los que buscan la verdad , pues
asi aparece su doctrina en claro, desnuda de los atavíos con
que su principal fundador la encubria y ocultaba. Y lo que
la hace mas meritoria aún es la rapidez con que sucedieron
á Straus Fevervach y Bruno Bauer, que sustituyeron en el do
minio de la política social la proclamacion de la pura de
ais
mocracia y la preparacion al comunismo. Sus tendencias ya
no son un misterio: en su programa de 1843 declara que
de lo que se trata es de arrancar al pueblo de las ilusiones
en que descansa actualmente la vida política y religiosa; de
poner en movimiento las masas; de cambiar la Iglesia en
escuela; de organizar una verdadera educacion popular; de
destruir la organizacion militar; de enseñar al pueblo á go
bernarse á sí mismo y á hacerse justicia ; de arrancar al
mundo germánico de la muerte; y de asegurarle su porve
nir, infundiéndole el sentimiento de su libertad : es decir,
trasformar el liberalismo en una pura democracia.
Sin embargo, aunque combatidas por tantos protestan
tes las tradiciones antiguas de esta secta , se conservaron
aún en Inglaterra, en la América del Norte y en Alemania
entre algunas familias que se reunian en conventículos.
Schlegel y Tieck despertaron entre muchos alemanes el de
seo de la piedad de la edad media, y Schleiermacher tam
bien, en medio de las desgracias de su patria, reanimó en
los corazones el sentimiento religioso. Por estos medios se
preparó contra el racionalismo la reaccion místico-pietista
que se fué propagando poco á poco. Este partido pietista,
siguiendo ciegamente todos los puntos de doctrina de La
tero é intolerante como él, se declaró defensor de la orto
doxia, y declaró sospechosas y heréticas todas las tenden
cias de los teólogos que no fuesen las suyas. Los pietistas
han contribuido á despertar la vida interior, y combatido
contra los racionalistas; pero si bien, aunque contra las dis
posiciones del Gobierno, celebraban piadosas reuniones,
pronto se convirtieron en centro de desórdenes, como su
cedió desde los primeros tiempos con todas las sectas que
comenzando con un estremado rigor cayeron en los mas
deplorables desvarios.
216

Union inventada.

A pesar de la divergencia tan marcada de principios y


dogmas mas fundamentales, quisieron unirse los protestan
tes. Por tres veces lo intentó el rey de Prusia, manifestan
do en su edicto, en que ordenaba la celebracion del jubileo
de la reforma en el año 1817 , que la union era el pensa
miento comun de los reformadores. Publicó tambien Fede
rico III una liturgia para la capilla de la corte y catedral de
Berlín, y recomendó que se adoptase por todos. Pero bien
pronto comenzó á ser combatida esta liturgia bajo el pretesto
deque la política se mezclaba en las cosas de la Iglesia, de que
su forma y contenido eran demasiado antiguos, y de que
sabia á catolicismo. Hubo discusiones fuertes con este mo
tivo, que por fin calmaron alguna cosa á consecuencia de
haberse revisado la liturgia el año 1828.
Esta reaccion contra la union ensayada puede conside
rarse como reaccion contra la indiferencia é incredulidad,
y tambien como si lo fuera contra la union de las dos igle
sias.
En medio de tantas discusiones y contradicciones se des
cubren ciertos sentimientos nobles y piadosos que escitan el
interés del historiador; pero al mismo tiempo se deja ver
la conducta tiránica de las autoridades, tan contraria á la li
bertad de examen que proclaman los protestantes. Abando
nado una vez el ensayo de union se intentó de nuevo, pero
con igual éxito, estableciendo la Prusia y la Inglaterra de
comun acuerdo en Jerusalén un Obispo anglo-prusiano.

Juicio resultivo de estos sucesos.

El jubileo de la reforma , los proyectos de union y la


liturgia , la denuncia de los profesores racionalistas, las ni
217
ñerías de los pietistas , la discusion de Santenis sobre las
imágenes , la vida de Jesucristo de Straus , la teoría del
cristianismo de Fevervach, etc., etc., son pruebas intacha
bles de las divisiones científicas y morales que reinan en el
seno del protestantismo en Inglaterra y Alemania. Por eso
dice con razon Harms, que se atrevia á escribir en la uña de
su dedo pulgar lodo lo dogmático que se cree por la gene
ralidad de los protestantes. Deistas, racionalistas, panteis-
tas , supranaturalistas de todos matices , opuestos en prin
cipios, distintos en prácticas, en desacuerdo todos sobre los
dogmas fundamentales del cristianismo, conocidos unos mas
que otros por sus opiniones de que no pertenecen al cato
licismo, se figuran ser miembros de una misma Iglesia,
siendo así que les falta el primero y mas indispensable fun
damento, cual es un símbolo comun. Así puede decirse que
en las iglesias protestantes nada hay de esencial y funda
mental sino una cosa, que es el negar todas ellas la doctri
na católica. Con este motivo dice un protestante impar
cial , que ellos prefieren tragar un elefante ateo mejor que
una mosca católica.
Pero esta division de creencias, que es resultado natu
ral de la falta de autoridad , y que es lo único en que con
vienen todas las sectas protestantes, no satisface sus de
seos : así se ve que unos se convierten al catolicismo abier
tamente , y otros como que se alimentan allí secretamente
con la doctrina católica. De ahí es que son acojidas por
muchos de ellos las traducciones de la Imitacion de Jesu
cristo, las Conferencias de Massillon , los Pensamientos de
Pascal, los sermones de Taulor, etc. De esta manera se
generaliza la conviccion de que el catolicismo no es tal cual
lo quieren hacer aparecer las preocupaciones inveteradas
de sus adversarios.
218

Misiones y sociedades bíblicas protestantes.

Los protestantes han descuidado las misiones hasta fi


nes del siglo último. Desde entonces es desde cnando co
menzaron á fundarse sociedades para este objeto, tales co
mo la grande de Londres, la presbiteriana de Escocia, la
Neerlandesa , las de Boston, Basilea y Berlin , la de la igle
sia reformada francesa, y la de misiones para la China.
Al lado de estas sociedades se han fundado las Bíblicas,
destinadas á propagar la palabra de Dios en todas lenguas
obrando de concierto con aquellas. Trabajan en esto con
gran celo, y haciendo muchos sacrificios pecuniarios. Pero
la mayor parte de los paganos se aprovechan poco de esto,
porque no están dispuestos para recibirla , á lo que se agre
ga la falta de union de los misioneros, que esteriliza los es
fuerzos que hacen.
Donde mas han florecido es en las islas del mar Pací
fico , lo que se debe al caracter dulce de sus habitantes. El
Africa, poblada por cien millones de habitantes, apenas
ocupa sino un corto número de misioneros. En la Austra
lia la lucha entre los católicos y protestantes impide tam
bien el fruto. En la China y en la India tambien son cor
tos los progresos que hacen. En Argel es donde su reciente
iglesia hacia algunos mas entre los negros. Pero por esa
falta de unidad, esas divisiones y subdivisiones , esa falta
de abnegacion que caracteriza el verdadero sacerdocio,
nada tienen que los asemeje á la organizacion de las misio
nes católicas. Así sus frutos son poco duraderos.
Un suceso grande pone fin á este compendio. La elec
cion de Pio IX por muerte de Gregorio XVI. Aquí concluia
la memoria de los últimos hechos históricos de la Iglesia;
pero los sucesos se siguen unos á otros con tal rapidez, y
algunos son de tal monta , que no pueden dejar de men
cionarse. La eleccion del actual Sumo Pontífice puede de
cirse que fué estraordinaria, porque estraordinario es, aten
219
dido lo que en otras elecciones ha sucedido, el que hubie
sen bastado pocas horas para que el Sacro Colegio se com-
viniera en el sugeto que habia de ocupar la cátedra de San
Pedro, vacante por el fallecimiento del gran Papa Grego
rio XVI. Lo pronto de la eleccion, pues, no dejó de causar
una sorpresa general, y por ello, teniendo tambien presente
el estado crítico de la Europa , muchos quisieron como pre
sagiar que este Pontificado no podria menos de ofrecer al
guna novedad, sea bajo el aspecto que se fuese, digna de
notarse. Mencionaremos algo de lo que desde su adveni
miento al Sólio pontificio ha acaecido.
El Cardenal Mastai Ferreti, nacido en Sinigaglia el 13
de mayo de 1792, es elevado al trono Pontificio el 17 de
junio de 1846 , y toma el nombre de Pío IX (1). Piado
so ciertamente por sus virtudes, y piadoso tambien para no
compadecerse de las adversidades é infortunios de sus se
mejantes, la bondad de su corazon, si no le decidió influ
yó al menos mucho para que , sintiendo las penalidades de
los que por sus opiniones políticas habian sido espulsados
de los Estados pontificios, ó se veian precisados á comer el
pan amargo de la emigracion, pensara en enjugar sus lá
grimas. Así es, que en los primeros dias de su pontificado
concedió una ámplia amnistía que abrió las puertas de la
pátria á muchos para quienes estaban cerradas. Este hecho
fué muy celebrado, especialmente por aquellos que simpa
tizaban en ideas con los que habian sido beneficiados; y
tales, tan repetidas y aun estremadas fueron las demostra
ciones que con este motivo se hicieron, que hubo necesidad
de que el Santo Padre ordenase se moderaran.
Exigencias antiguas habia sobre que el pueblo tuviese
parte en el gobierno temporal de los estados pontificios, y
Pío IX tambien accedió, dándole un estatuto ó constitucion
compatible al parecer con el caracter doble de Vicario de
Jesucristo y príncipe temporal de los Estados romanos, de
que estaba revestido. Aún no satisfechos todos con estas

([) De Dotarse fué que esta eleccion se celebró hasta por gentes para quie
nes los sucesos de la Iglesia son indiferentes.
220
concesiones, alcanzaron asimismo que se secularizaran mu
chos destinos que se habia conocido siempre estar á cargo
de prelados, etc.
En esta misma época es cuando las ideas mas avanza
das en política se agitaron con mayor violencia, y oca
sionaron en diversas partes alteraciones bien notables.
Nápoles, Cerdeña, toda la Italia, Prusia y la Alemania
sienten á la vez un fuerte sacudimiento, y en todas partes
el principio monárquico queda en su consecuencia debili
tado. Todos estos estados desde entonces son teatros de mas
ó menos fuertes conmociones, en que los pueblos disputan á
los reyes el ejercicio del poder. Pero donde mas que en
otra parte produjeron resultado estas luchas fué en Fran
cia, que por efecto de ellas, sin pensarlo, sevió repentina
mente convertida en república , teniendo á dicha el Rey y
su familia el haberse podido fugar á tierra estraña. Poste
riormente ha habido otra conmocion en que las calles de
París fueron abundantemente regadas de sangre; entre va
rios generales pereció tambien en ella su Arzobispo Mon
señor AtTre, herido de una bala cuando con un ramo de
oliva en la mane predicaba la paz á los sublevados.
Poco mas tarde en Roma los sediciosos quieren preci
sar al Santo Padre á que, haciendo causa con otros estados
de Italia , declarase la guerra á el Austria ; y resistiéndose
á esto como ministro de paz en la tierra , Rossi , que venia
á ser el alma de su gobierno, es asesinado en las puertas
mismas de la Asamblea cuando las iba á abrir. Las tropas
y guardias que estaban á la vista permanecen impasibles,
luego se unen con los sediciosos y atacan el solitario recin
to del Papa; exijen de este la formacion de un ministerio
que fuera de sus ideas , no dejando de cometer execrables
escesos, y entre ellos el de dar la muerte en el mismo
palacio pontificio á Monseñor Palma , Secretario de cartas
latinas del Santo Padre. Este protesta contra la violencia
que se le hace, declara ser estraño al gobierno que se erije,
prohibe que tome su nombre en los actos de su adminis
tracion , y se ve precisado á los diez días despues de asesi
nado su ministro á fugarse de noche de su palacio y esta
231
dos cual un criminal, y á buscar asilo en tierra estraña,
favorecido, no de los suyos sino de los estranjeros que le
rodeaban.
Disfrazado para no ser conocido de los romanos pudo
llegar á Gaeta, y el 27 del mismo mes de noviembre pu
blicó un manifiesto, en el que protestando á la faz del mun
do contra las violencias que le causaban sus mismos sub
ditos, declaró nulos cuantos actos ejerció el ministerio que
se le imputó por los revoltosos despues de haber asesinado
á su ministro , y nombró una junta de gobierno de sus es
tados: de esta manera quedó manifiesta la superchería del
ministerio Mamiani, que se habia apresurado á hacer creer
á los romanos que gozaba de la confianza del Santo Padre,
y gobernaba en su nombre durante su ausencia, que decia
ser voluntaria.
Los ministros siguen sin embargo impertérritos en el
gobierno de los Estados pontificios, queriendo alucinar al
público con que el Papa estaba cautivo. Los desórdenes cre
cen , y crecen tambien las exigencias de los que en ellos te
nian interés , hasta que conciben la idea de convocar una
asamblea constituyente, la cual decretase la forma de go
bierno que debia rejir aquellos estados. Varios consejeros
y aun algun ministro se separan de sus puestos; á conse
cuencia se cierran los consejos, pero no por eso desisten de
convocar para celebrarse las elecciones de los diputados que
han de formar aquella asamblea. El Santo Padre , que en
vano habia esperado á que pasado aquel acceso de furor se
reconocerian los que asi se habian estraviado , no pudo me
nos, en cumplimiento de los deberes que su elevado minis
terio le imponia, de hacer uso de las armas espirituales.
Así es que el dia 1.° de enero del presente año de 1849
espidió su bula, por la que declaró incursos en la escomu-
nion mayor, ya fulminada contra los que atentasen á los sa
grados derechos de su poder temporal , á todos los que has
ta entonces habian atentado contra ellos y en lo sucesivo
atentaran. Esta Bula se publicó en varias parroquias si no
en todas de la misma ciudad santa , y se fijó en los parajes
acostumbrados; pero así como consternó á muchos tampo
222
co faltaron quienes, valiéndose de este suceso, se entrega
ron á nuevos y sacrilegos escesos. Tal es el estado en que
hoy se encuentran el Santo Padre y la ciudad de Roma.
El mundo católico todo se aflijió con el Vicario de Je
sucristo; en muchos estados de la Iglesia se hicieron roga
tivas públicas para aplacar la ira del Señor, y alcanzar que
calmara la furiosa tempestad que combatia tan réciamente
la barca de Pedro; y los gobiernos católicos se apresuraron
á ofrecer al Padre comun su apoyo ya de una ya de otra
manera. Quiera quien todo lo puede sea tan eficaz que en
breve veamos restituido á la Ciudad santa al fugitivo Pontí
fice, para gobernar desde ella feliz y pacificamente la nave
de la Iglesia.

CONCLUSION.

Los Profetas habian anunciado que el Mesias sería rey,


que su dominacion se estenderia á todo el universo, y que
su reino sería eterno. Se ve claramente que este imperio
de Jesucristo no es otro que la Iglesia, que edificó con su
sangre. Este imperio es bien diferente de los reinos del
mundo. Nada tiene de lo que hace á estos admirables á los
ojos de los hombres , nada de lo que los hace mirar como
florecientes. El oro y la plata nada valen en el reino de Je
sucristo sino cuando se desprecian ; la gloria de las armas
le es estraña y desconocida : no tiene ni quiere pompa , ni
soldados, ni aparato esterior alguno. Es un imperio entera
mente espiritual; es el reino de la verdad y de la justicia;
no tiene otras riquezas que las de la gracia , ni mas fuerza
que la de la virtud ; su objeto es ilustrar á los hombres y
santificarlos ; Jesucristo reina sobre los espíritus por la fe y
sobre los corazones por la caridad. Los enemigos de este im
perio divino son los errores y los vicios solamente. La Igle
sia está continuamente ocupada en combatirlos, pero no em
plea para vencerlos mas que la instruccion y la paciencia;
223
con estas armas está segura de la victoria. La Iglesia cristia
na se estiende á todos los pueblos y naciones : sea la que
quiera su forma de gobierno, ella se introduce en ellos y se
les une sin cambiar en nada el orden político que encuentra
establecido; al contrario, le comunica una nueva fuerza, y
consagrando sus leyes é instituciones se hace su mas firme
apoyo. La Iglesia debe durar hasta la consumacion de los si
glos: su suerte no depende de la estabilidad de los estados
en que es admitida ; las diferentes revoluciones que estos es-
perimentan no la conmueven ni la dañan ; ella subsiste des
pues de su destruccion y sobrevive á su ruina. Vió al im
perio romano desmoronarse, y quedó tan firme y tan inmo
vil como antes en medio de este gran trastorno. Mas ha de
diez y ocho siglos que se sostiene en medio de las tempes
tades que por todas partes se han levantado contra ella:
ella se sostendrá tambien hasta el fin , y se perpetuará mas
allá del tiempo á pesar de las tempestades que sobreven
drán todavía; porque su destino mientras exista sobre la
tierra es el de verse siempre atacada y combatida, y el de
triunfar con el auxilio de su divino Autor. Los que vendrán
despues de nosotros la hallarán siempre subsistente, porque
esta perpetua duracion le ha sido prometida, y el que
la hizo esta promesa es inmutable, fiel y todopoderoso.
"Leed, dice S. Agustin, leed lo que ha sido profetizado,
«ved lo que ha sido ó está ya cumplido, y sacareis la con
«clusion de que tambien se concluirá lo que falta infali-
«blemente." Prcedicta lege, impleta cerne, implenda collige.
Sí, cierto, la Iglesia llenara su glorioso destino; ella con
tinuará avanzando con paso firme al través de los siglos y
de las revoluciones humanas hasta el fin del mundo , en el
que se reunirá con Jesucristo en el lugar de su descanso
eterno.
¡Cuán venerable es á los ojos de la fe esta Iglesia, obra
maestra del poder de Dios! ¡Felices los que inviolablemen
te están unidos á ella! El amor á la Iglesia es el caracter
distintivo de los hijos de Dios ; no se puede amar á este Se
ñor sin amar á la Iglesia, que es la ciudad santa en que él
reina , la mansion de la eterna verdad , el santuario de la
224
caridad divina. ¡Felices los que la aman, los que se ale
gran de verla en paz, y pidiendo esta paz á Dios trabajan
y contribuyen á ella con lo que pueden ! Pero su verdadera
paz, su paz perfecta no se hallará mas que en el cielo: allí
es donde se verá inundada de un rio de paz , cuya fuente
será el mismo Dios. Mientras llega esta paz feliz tiene la
Iglesia que sufrir combates sobre la tierra , pero en medio
de estos combates no deja de gustar en las personas de los
verdaderos hijos de Dios esta paz que supera á todo sen
timiento, y que consiste en la firmeza dela fe, en los con
suelos de la esperanza , y en la union de los corazones por
medio de la caridad.
DE LA

HISTORIA ECLESIASTICA.

PRIMERA PARTE.
Pag.
-Predicación de los Apóstoles 1
Maravillosos progresos del Evangelio 5
Predicacion del Evangelio en España 7
Virtudes de los primeros cristianos 11
Concilio de Jerusalén. ...» 14
Muerte de Santiago el Menor (año de Cristo 62) 17
Primera persecucion bajo el reinado de Neron (año 54). . 20
Profecía terrible contra Jerusalén 21
Ruina de Jerusalén (año 70) 23
Segunda persecucion por Domiciano (año 93) 26
Ultimas acciones de S. Juan 28
Division en la Iglesia de Corinto. 30
Tercera persecucion por Trujano (año 1 0 6) 32
Trajano cuestiona y condena á muerte á S. Ignacio. ... 34
Carta de S. Ignacio á los fieles de Roma 36
Martirio de S. Ignacio 38
Apología de S. Justino (año 150) 40
Cuarta persecucion por Marco Aurelio (año 166) 42
San Policarpo , Obispo de Esrnirna , preso y conducido al
Proconsul. 45
Martirio de este Santo (año 166) 47
La legion Fulminante (año 1 74) 49
Persecucion en las Galias (año 17 7) 51
Tormentos que hicieron sufrir d los santos Mártires 53
Humildad de los Santos Mártires 55
PARTE II. 15
226
U/timos combates de los Mártires 57
Martirio de S. Epipodio y S. Alejandro 59
Id. de S. Sinforiano, 61
Apologético de Tertuliano 63
Continuacion del mismo 65
Quinta persecucion por el emperador Severo (año 202). . . 67
Martirio de S. Iréneo, Obispo de Lyon 69
Id. de santa Perpetua y santa Felicitas (año 205) 71
Interrogatorio y sentencia de los Santos Mártires 73
Su suplicio 75
Helias cualidades de Orígenes 78
Sus obras 80
Continua su apología 82
Sesta persecucion por el emperador Maximiano (año 205)- . 84
Séptima persecucion en el imperio de Decio (año 249). ... 86
Martirio de S. Pionio 87
Octava persecucion por el emperador Valeriano (año 257). 89
San Cipriano preso y desterrado 92
Martirio de S. Cipriano 94
Continuacion de la persecucion en Africa 96
Admirable constancia de un niño 98
Castigo de los perseguidores.—Caridad de los cristianos. . . 100
Nona persecucion por el emperador Aureliano (año 2 74). .
Décima y última persecucion por Diocleciano (año 303). . . Í04
Martirio de S. Quintín 105
La legion Tebea 108
Martirio de S. Víctor de Marsella 110
Id. de S. Vicente de Zaragoza (año 304) 1,2
Id. de las dos Eulalias H4
Id. de S. Justo y Pastor 117
Reflexiones sobre las persecuciones 119
Constancio Chloro favorece á los cristianos (año 305). . . 123
Conversion de Constantino (año 312) 125
Triunfo de la Religion cristiana 127
Invencion de la verdadera Cruz 129
Institucion de los solitarios.—San Antonio (año 306). . . . 131
San Hilarion funda monasterios en Palestina (año 329). . 133
Vida de los solitarios 135
Concilio de Eliberi (año 305) 137
Herejía de Arrio (año 319) 139
Concilio de Nicea (año 325) 141
El emperador se deja sorprender y destierro á S. Atanasio. 1 43
227
Desgraciada muerte de Arrio (año 336). 145
San Atanasio vuelto de su destierro y justificado (año 337). 14?
Desórdenes y violencias cometidas por los cismáticos. . . . 1 49
El emperador Constancio llena de turbaciones á toda la
Iglesia (¿ño 355) 151
Apología de Osio 154
Celo de S. Hilario de Poitiers por la fe de Nicea (año 359). 1 56
San Martin Turonense , Obispo (año 360) 158
El emperador Juliano trata de restablecer el paganis
mo (año 363) 160
El mismo emprende reedificar el templo de Jerusalén.—Su
muerte (año 363) iv3
Joviano proteje la fe católica (año 363) 165
Valente renueva las turbulencias del arrianismo (año 367). 167
Intrepidez de S. Basilio, Obispo de Cesárea (año 37 0). . . 169
Admirable valor de una muger católica 170
Valente tiembla delante de S. Basilio 1 '*
Virtud de S. Gregorio de Nacianzo 1?4
Heregia de los macedonios 176
Concilio ecuménico de Constantinopla (año 381)
Clemencia de Teodosio 180
Caída y penitencia de Teodosio (año 389) 182
Cisma de los donatistas 184
Célebre conferencia de Carlago. —Fin del cisma (año 411)-
Herejía de los pelagianos (año 412) 188
Intrigas y obstinacion de los mismos 189
Errores de los semi-pelagianos 191
San Gerónimo 19'
San Agustín 195
Virtudes y sufrimientos de S. Juan Crisóstorno 19/
Herejía de Neslorio 198
Concilio general de Efeso (año 431) 200
Herejía de Eutiques 203
Concilio general de Calcedonia (año 451) 204
Grandes cualidades del Papa S. Leon 206
Conversion de los francos (año 496) 209
Bautismo de Clodoveo 211
Martirio en España de S. Hermenegildo 213
Abjúrase en España el arrianismo 215
Principios de S. Benito (año 480) 217
La Religion católica en España 218
Fundacion del monasterio de Monte-Casino 220
lia
Quinto Concilio ecuménico {año 553).—Los tres capítulos. . 222
Conversion de la Inglaterra (año 596) 224
San Agustín consagrado Arzobispo de Cantorberi. 226
Mahoma se declara profeta (año 612) 227
Toma de Jerusalén por Cosroas, rey de Persia (año Al 4). 230
La santa Cruz es reconquistada y reconducida á Jerusa
lén (año 628) 232
Herejia de los monotelitas 234
Defensa del Papa Honorio 236
Sesto Concilio general (año 680) 237
Conversion de la Alemania (año 923) 239
Martirio de S. Bonifacio 241
Herejía de los iconoclastas ó quiebra-imágenes (año 727). 242
Violencias de los iconoclastas 244
Séptimo Concilio ecuménico, segundo de Nicea (año 7 87). 246
Bellas cualidades y celo de Cario Magno, rey de Fran
cia (año 768) 247
Cario Magno renueva los estudios 249
229

SEGUNDA PARTE.

Cario Magno es coronado emperador de Occidente 1


Conversion de Jos dinamarqueses y suecos (año 829) 3
Id. de los esclavones jr rusos {año 842) 4
Id. de los búlgaros (año 855) 6
Focio usurpa la silla de Conslantinopla (año 858) 8
Insignes picardías de Focio 9
Reposicion de San Ignacio. — Octavo Concilio general
(año 869) H
Reflexion sobre las heregias 13
Incursion de los bárbaros.—Escándalos.—Siglo X. 15
Pérdida de España.—Don Pelajro 17
Restablecimiento de la disciplina en Inglaterra (año 942). 19
Id. en Alemania (año 901) 21
Id. de la disciplina monástica en Francia (año 910).. . . 22
Se continúa la reforma por los sucesores de S. Bernon.. . . 24
Reforma del clero 25
Conversion de los normandos (año 912) 27
Id. de los húngaros (año 1002) 29
Heregia de Berengario (año 1050) 31
Cisma de Miguel Celulario , Patriarca de Constantino-
pía (año 1053) 34
Bullas en Europa con motivo de las investiduras
(año 107 5) 35
Fundacion del orden de los Cartujos (año 1084) 38
Primera Cruzada (año 1095) 40
Espediciones de los cruzados... 42
Establecimiento de ¡as órdenes militares (año 1098) 44
Institucion de los Mostenses (año 1120) 45
San Norberlo elegido Arzobispo de Magdeburgo 47
Fundacion del orden del Cister (año 1110) 49
San Bernardo hecho Abad de Claraval. SI
Celebridad de este Santo 52
Predica la segunda Cruzada.—Su muerte (año 1146) 54
Fundacion del orden de los Trinitarios (año 1160)
230
Martirio de Sanio Tomás de Cantorberi (año 1170) 58
Tercera Cruzada (año 1190) 60
Cuarta Cruzada (año 1195) 61
Institucion de los /railes Predicadores 63
Obtiene Santo Domingo la confirmacion de su orden
(año 1216) 65
Institucion de los Frailes Menores 67
Confirmase la orden de San Francisco.— Trabajos apostó
licos de este ilustre Fundador 69
San Luis rey de Francia (año 1270) 71
San Fernando rey de España 74
Virtudes de Santo lomas de Aquino 76
Doctrina de este Santo 78
Virtudes de San Buenaventura ..; 81
Primera reunion de los griegos.—Segundo Concilio de Lyon
(año 1274) 83
Cisma de Occidente (año 1378).—Concilio de Constanza.. . 84
Condenacion de Wiclef y de Juan Hus 87
Nueva tentativa para la union de los griegos.— Concilio de
Florencia (año 1439) 89
Constantinopla tomada por Mahomel II (año 1453) 90
Institucion del orden de los Mínimos (año 1507) 92
Herejía de Lulero 94
Calvino aumenta errores á los errores de Lulero (año 1536). 96
Violencias de los protestantes 98
Variaciones de ¡as iglesias protestantes 100
Cisma de Inglaterra (año 1533) 102
Conversion de las Indias (año 1541) 104
Continuacion de los trabajos apostólicos de San Francisco
Javier 107
Apertura del Concilio de Trenlo (año 1545) 109
Doctrina del Concilio acerca del pecado original. 111
Id. sobre la justificacion de los pecadores 112
Id. acerca de los Sacramentos 114
Id. sobre el sacrificio de la Misa 116
Id. acerca de la penitencia 118
Id. acerca de la confesion 120
Id. acerca de la satisfaccion 121
Id. sobre el sacramento de la Extrema-Uncion 123
Id. acerca del Purgatorio , las indulgencias , culto de los
Santos, ele 125
231

TERCERA PAUTE.

San Carlos Borromeo (año 1564) 128


Santa Teresa , fundadora de ¡os Carmelitas descalzos
(año 1582) 132
Errores de Bayo. — Conversion de Enrique IV. 13^
San Francisco de Sales (año 1622) 137
Estado de la religion en el Japon 139
Principios del jansenismo (año 1630) 143
Benedictinos de la Congregacion de S. Mauro y Congrega
cion del Oratorio de Jesús 146
San Vicente de Paul (año 1660) 14'
Progresos de la fe en la China y otros países 150
Causas de la incredulidad 154
Supresion de los Jesuítas (año 1 7 73) 158
Ataques dados á la jurisdiccion del Sumo Pontífice 162
Revolucion francesa.—Constitucion civil del clero.—La Re
ligion proscrita.—Muerte de Luis XVI. 167
Los mártires de setiembre (año 1792) 172
Sufrimientos y martirio de un gran número de eclesiásticos
embarcados en Rochefort (año 1794) 179
Id. de los deportados á la Guyana (año 1797) 183
Pio VI arrestado y conducido d Francia.—Eleccion de
un nuevo Papa. — Concordato 185
Bonaparte emperador.—Cautiverio de Pio VII. —Restau
racion de la monarquía francesa (desde 1804 hasta 1814)- 187
Reflexiones sobre los escándalos 192
Suplemento 196
La Iglesia en Francia bajo los Barbones . 19 7
Pontificado de Leon XII (año 1827 á 1829) y de
Pio VIII (año 1829 d 1830) 198
Pontificado de Gregorio XVI (2 de febrero de 1831). . . . 200
La Iglesia católica en España 203
La Iglesia católica en Portugal 208
La Iglesia católica en Francia bajo Luis Felipe 209
232
Los sansimonianos 210
Renacimiento de la Iglesia católica en Inglaterra 21Í
Historia de la Iglesia protestante 212
Interpretacion de las santas Escrituras 213
Union inventada 216
Juicio rcsultivo de estos sucesos id.
Misiones y sociedades bíblicas protestantes 218
Conclusion 222

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