En “Quehacer del Psicoanalista – Ocho conferencias” (Manantial)
Me introduje en la enseñanza del Dr. Lacan hacia 1965 y desde
entonces permanecí al amparo de su trabajo, al igual que la mayoría de sus alumnos. Acaba de producirse, evidentemente, en este mes de septiembre de 1981, un corte que cierra para mí un ciclo de más de quince años. Dije en mi seminario de esta mañana que era la primera vez que hablaba en público después de la muerte de Jacques Lacan y que no sabemos aún que nos deparará esta nueva época que se inicia. La elección del título de esta conferencia se debe a que éste es el tema de trabajo que se desarrollará, en el curso del próximo año lectivo, en la Sección Clínica. Jacques Lacan fundó, en 1976, en el Departamento de Psicoanálisis la Sección Clínica, destinada a investigar las fronteras entre la psiquiatría y el psicoanálisis. Instaló esta Sección Clínica en el Hospital Sainte-Anne, donde realizó, durante muchos años, su presentación de enfermos. Esto no impidió que, apenas muerto Lacan, se intentase expulsar de Sainte-Anne a la Sección Clínica. Por suerte, a pesar de los esfuerzos realizados para destruir de inmediato lo que Jacques Lacan había fundado, logramos salvarla. Lacan abrió con su enseñanza algo que no se cierra. Esa enseñanza es una apuesta porque no ha ganado de antemano. La Sección Clínica se distinguió en el campo psicoanalítico francés por su orientación racionalista. Lo evidencia el que los psicoanalistas, en su mayoría jóvenes, se mostraron capaces de un trabajo colectivo, rompiendo con el estilo de prestación individual, logrando avances en (131) torno a ciertos problemas del psicoanálisis, como lo muestra, pienso, el trabajo que hizo en torno a la psicosis y al caso Schreber. Este año nuestro trabajo girará en torno al superyó y mi intención hoy es plantear cuál es el punto de partida adecuado para enfocar este tema. El superyó es un enigma en la enseñanza de Lacan. Mientras su crítica al yo es un punto bien conocido -que se recorre como un museo en el que encontramos el estadio del espejo y lo que le sigue-, no existe nada equivalente en la enseñanza de Lacan acerca de la función del superyó. No sólo esta consideración nos encaminó hacia el tema de la clínica del superyó. En primer término, el superyó es la palabra que falta en el título de El yo y el ello1 de Freud. Sin embargo, la verdadera innovación freudiana introducida por esta obra, que marca la báscula de la segunda tópica de Freud, es la noción de superyó. Diría que tenemos todos los testimonios de que esta innovación fue recibida como tal por los contemporáneos de Freud: lo nuevo de El yo y el ello era el superyó. Curiosamente, por una inversión histórica, fue precisamente esta noción la que fue borrada, eludida, por los desarrollos de la psicología del yo que son el fundamento de todo lo que se desarrolla en los Estados Unidos bajo el nombre de psicoanálisis. Hartmann tomó como base El yo y el ello para reformular la teoría de Freud, reformulación donde brilla por su ausencia la instancia del superyó. No lo digo aproximativamente porque me he sumergido en los escritos de Hartmann, lo cual exige coraje. Pude verificar, que el superyó es para la psicología del yo una categoría supernumeraria, por la precisa razón de que la psicología del yo transfiere al yo (moi) las funciones del superyó y lo vacían de sus funciones. El artículo que Hartmann y Lowenstein consagraron en 1962 al superyó es un agregado tardío a su teoría, llamado Notas sobre el superyó2, que puede servirnos de punto de referencia. Diría que la negligencia de los teóricos del yo en lo que hace al superyó es un hecho perfectamente conocido por quienes se interesan en la historia del psicoanálisis. Lo más divertido de este artículo es que Hartmann y Lowenstein se autorizan en Freud para operar esta transferencia de funciones. Si leen, por ejemplo, la nota 2 del tercer capítulo de El yo y el ello3, podrán ver que Freud mismo señala que había comenzado asignando la función denominada "prueba de la realidad" al Ideal del yo, palabra que en ese entonces era para él un sinónimo de (132) superyó. Pueden leer esto en Más allá del principio del placer4; en El yo y el ello transfiere dicha función al yo. Hartmann y Lowenstein también detectan este cambio y se dan prisa en vaciar el superyó en beneficio del yo. Se apuran, en particular, en transferir al yo la función de "percepción interna de los procesos mentales", la función de autobservación. Allí donde Freud, no sin paradojas, intentaba mantener una función de exterioridad en relación al yo, de quitarle precisamente su autonomía, Hartmann y Lowenstein hacen exactamente lo contrario. ¿Para qué necesitan un superyó si definen ante todo el yo en función de sus propiedades defensivas contra las pulsiones? Como creen que la función esencial del superyó es la defensa contra las pulsiones, puede decirse que ya no lo necesitan. En 1962, en sus nuevos comentarios sobre el superyó, hacen de éste una especie de reflejo débil del yo, una pieza agregada. En su teoría —que sigue siendo el fundamento del psicoanálisis en los Estados Unidos— las pulsiones y el yo son primarios, respecto a ellos el superyó es una instancia secundaria y posterior. Todo su esfuerzo teórico consiste en mostrar que el superyó ya está preformado en las funciones del yo. Tenemos pues, en definitiva, un superyó definido por la negativa, por su defecto de integración al yo. Datar el superyó, en qué momento situar su emergencia, es una prenda esencial en la historia del psicoanálisis. En la Sección Clínica nos interesamos en la historia del psicoanálisis, no deben pensar que la práctica cotidiana de ustedes es independiente de esta historia, a menudo es heredera de una mezcla de cosas que se constituyó en el transcurso de la historia del psicoanálisis. No deben imaginar que Lacan alguna vez la haya descuidado, todo lo contrario. En todos los textos -he leído muchos últimamente- lo que aparece de modo regular y sin cambios es la fórmula de Freud "el superyó es el heredero del Complejo de Edipo". Esta fórmula data en forma muy precisa el superyó, situándolo después de la declinación del complejo de Edipo. Esto brinda un punto de referencia como no hay muchos y los psicoanalistas posteriores a Freud repiten esta fórmula de modo casi sacramental. La pregunta entonces se transforma del siguiente modo: ¿cómo se puede acordar la fórmula de Freud con el descubrimiento de Melanie Klein de la precocidad del superyó? Este es el debate presente en la historia del psicoanálisis, antes de ser obliterado el problema del superyó. Alguien se dedicó especialmente a realizar la síntesis de estas dos propuestas, que aparecen como más (133) bien incompatibles, ese alguien es el especialista del compromiso en la historia del psicoanálisis: Ernest Jones. Escribió, a veinte años de distancia, dos artículos, uno en 1926 "Origen y estructura del superyó" y el otro en 1947 "La juventud del superyó". Debo decir que acordar dos fórmulas incompatibles es un ejercicio muy complejo. Por supuesto, según su modalidad habitual. Jones acepta la fórmula de Freud —el superyó es el heredero del complejo de Edipo— pero le agrega los componentes agresivos internos pregenitales que están incorporados de algún modo en el superyó definitivo. Es decir, que ni niega ni enfrenta la fórmula de Freud, sino que la completa, señalando que la resolución del complejo de Edipo constituye un proceso complejo en el transcurso del cual los impulsos sádicos son incorporados en la estructura del superyó definitivo, reencontrando de este modo la teoría de Freud. Ya en 1926 decía que el superyó era una noción fundamental y en 1947 escribe: "Hemos perdido por completo el sentido de la importancia fundamental de la instancia del superyó. . . No es exagerado decir que la vida mental del hombre está constituida esencialmente por sus esfuerzos para escapar de las exigencias del superyó o para someterse a ellas". Nada muestra mejor la sofocación del sentido original del descubrimiento de Freud que este borramiento, en el que aún vivimos, de la noción de superyó. Esto justifica, en mi opinión, que la Sección Clínica se consagre a revivir las funciones de la instancia del superyó, aun cuando no lo haga forzosamente con ese nombre. Quizá nos daremos cuenta así de todo el esfuerzo realizado por Lacan durante sus últimos años para reavivar esta instancia. Hartmann y Lowenstein son estructuralistas a su manera, al menos creen serlo. Oponen a la génesis, a una concepción evolutiva como la de Klein, una concepción del superyó como sistema e invitan a no confundir en la vida del niño pequeño los elementos que podrían ser precursores del superyó con el superyó como sistema o estructura. Por esta razón se oponen a que se hable de formas precoces del superyó, a las que le adjudican el estatuto de un determinante genético, empleando empero una vez la expresión pre- superyó para calificar la zona de investigación de Melanie Klein. Pero el superyó en su teoría sólo puede ser una amplificación del yo. Todo su artículo se condensa en definitiva en esta proposición, que intentaré mostrar cómo se opone a las razones que llevaron a Freud a inventar esta categoría: "El establecimiento del superyó refuerza la independencia (134) del niño". En el momento de emergencia del superyó culmina la autonomía del niño en relación a sus pulsiones, se constituye de manera neta el mundo de los objetos, etc. Podrán extrañarse de que mientras esperan que les hable del último Lacan me dedique a leer a los post-frendíanos. Contrariamente a lo que se piensa, el retomo a Freud propuesto por Lacan jamás implicó dejar de lado a los post-freudianos. Pasó cierto tiempo hasta que éstos pudieron asumir lo que, para su sorpresa, inventaba el maestro en el momento mismo en que creían que había clausurado algunos aspectos de su sistema, invento que los hacía trastabillar y Freud no siempre estuvo presente para sostenerlos. Diría que la acogida que dieron a las categorías de Freud también forma parte de la enseñanza de Freud quien, después de todo, se dirigía a la gente que tenía enfrente, tal como ocurrió con Lacan. Lacan enseña que el destinatario del discurso forma parte del mismo. Los post-freudianos dedicaron mucho tiempo a atar los cabos sueltos, las categorías que no encajaban entre sí, tratando de armonizarlas. Gracias a este trabajo podemos precisar algunos de los impasses en que se podía encontrar Freud. Nos ofrecen entonces una cartografía muy precisa de las dificultades de la teoría freudiana. Por ejemplo, los debates sobre la fase fálica son absolutamente esenciales para captar los puntos de impasse de la teoría fálica de Freud. Justamente porque Lacan comenzó leyendo a los post-freudianos pudo acentuar y dar todo su valor a la función de la castración en Freud. Les aconsejo leer a los post-freudianos, pienso incluso que Lacan en cierto sentido es también un post-freudiano. Debemos medir el impacto de la novedad que introduce Freud con el superyó. En un principio casi lo confunde con el Ideal del yo, aún en El yo y el ello ambos términos figuran como dos expresiones equivalentes. Este problema llegó a ser un problema tradicional dentro de la teoría analítica. Se delimitó así una suerte de articulación tradicional, que Lacan no recusa completamente, según la cual la diferencia entre superyó e ideal del yo estriba en que este último sostiene una función de idealización mientras que el primero sostiene una función de prohibición. Si buscamos en la obra de Lacan sus referencias al superyó desembocamos sobre todo en el texto intitulado Observaciones al informe de Daniel Lagache6, que data de hace veinte años y que es realmente el último texto de Lacan contra Hartmann. Este texto se ocupa de la segunda tópica en su conjunto y se opone directamente a (135) capítulo se relaciona con la noción de estructura; pues intenta arrancar a los sistemáticos hartmannianos la noción de estructura, ya que Hartmann también usa esta noción y hace de ella su emblema. Elsegundo capítulo se refiere al ello, el tercero al yo y sus ideales y al final, gomo perspectiva, encontrarán tan solo una página de Lacan sobre el superyó. Ya en este texto Lacan enfoca el Ideal del yo a partir de la imagen, aun cuando hace de él una función simbólica, a partir de sus esquemas de los espejos, aun cuando el Ideal del yó está significantizado igualmente lo aborda a partir del esquema del espejo. El súperyó en cambio es abordado a partir de un registro muy diferenfe, puramente simbólico. Los remito al texto en este punto. La inversión tota! de la perspectiva freudiana que se aprecia en Hartmann se vincula con su opinión de que el superyó consagra la autonomía del sujeto. En Freud en cambio, el superyó es uno de los nombres del inconsciente. El superyó es el nombre eminente del inconsciente en la medida en que el sujeto se presenta ante sí mismo como dependiendo radicalmente del inconsciente. El superyó no es el inconsciente como sorpresa. Conocen sin duda la presentación tan seductora que hace Lacan del inconsciente en Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis^ a partir de la sorpresa que caracteriza el lapsus, el chiste o el acto fallido, que es la fuente del encanto siempre renovado que conserva para nosotros la Psicopatologia de la vida cotidiana^ de Freud, que es un libro sumamente entretenido. Este inconsciente es divertido. El superyó no es el inconsciente divertido, sorpresivo, es el inconsciente como ley. La cuestión es saber de qué ley se trata. El superyó se introduce en la teoría porque hay que dar cuenta de la coacción que el inconsciente ejerce sobre el sujeto, de lo que se presenta para el sujeto mismo como cuerpo extraño en el síntoma, como la opacidad del síntoma. En este sentido, el superyó expresa una faz de regularidad del inconsciente, no su faz irruptiva, imprevisible que Lacan acentúa en los Cuatro conceptos. No olviden que el inconsciente en Lacan no sólo es el inconsciente de lo que no anda, de lo inaprehensible, de lo huidizo. El inconsciente construido por Lacan es también el inconsciente de los pequeños signos más y menos que encuentran en su texto sobre La carta robada^, un inconsciente cuya referencia es la memoria cibernética. Sin (136) duda la cuestión de la emergencia imprevista del inconsciente y de su consistencia combinatoria se plantea. En todo caso el superyó incluso el freudiano- se ubica en la segunda vertiente. Los primeros post-freudianos, no Hartmann que comenzó a trabajar hacia 1939, sino los que estaban en la sala cuando Freud hablaba de superyó, a comienzos de los años 20, gente como Teodoro Reik, Franz Alexander —por el que Lacan siempre tuvo gran respeto— Wilhem Reich, se apasionaron por el superyó, antes de que el psicoanálisis cayera frente a los embates de Hartmann. Lacan es uno de esos post-freudianos, junto con Reik y Alexander. Sin duda conocen a Bergson, filósofo francés que estuvo mucho tiempo de moda, que permanecerá en la historia por haber inspirado algunas metáforas a Proust. Bergson creía que cada pensador estaba habitado por una intuición única que no cesaba de tratar de expresar, intuición que él creía poder identificar en su lenguaje. Esta es una idea un poco simple que procura captar el hecho de que cada uno de nosotros está habitado por un imposible de decir que nos hace hablar. Si tuviese que decir cuál es la intuición central de Lacan no diría que es la primera formulación que acude a nuestra memoria, la del inconsciente está estructurado como un lenguaje. No la diría pues Lacan la formuló bastante tardíamente en su vida y porque hay algo que me parece más crucial en su enfoque de las cosas. Si tuviese que decir cuál es la intuición fundamental de Lacan diría —esta es una simple suposición- que se trata de la división del sujeto y, más precisamente, de la división del sujeto contra sí mismo. Antes incluso de disponer de los conceptos freudianos, y menos aún de los suyos, su investigación ya está habitada por la división del sujeto contra sí mismo, vale decir por la idea de que no es lógico suponer que el sujeto busca su propio bien. La experiencia cotidiana, no sólo el psicoanálisis, nos lo muestra. Cuando se supone que el principio del propio bien vale para el sujeto no se puede entender la pulsión de muerte. Por esta razón los psicoanalistas en general, antes de Lacan, habían descartado por especulativa la pulsión de muerte. La pulsión de muerte no es más especulativa que el masoquismo primordial ni el superyó, acerca del cual dijo Edward Glover que se trataba del concepto más clínico de Freud. Por esta razón le agregamos al término de superyó el término de clínica, podría también decirse clínica de la pulsión de muerte, aunque ésta es más manifiesta bajo su aspecto de superyó. (137) ¿Qué autorizaría plantear que la división del sujeto contra sí mismo es la intuición esencial de Lacan? Algo muy preciso y nada especulativo. El superyó es el primer concepto freudiano que Lacan retuvo, el concepto que lo enganchó a la teoría freudiana. Los remito a la tesis de psiquiatría de Lacan 10, que es de 1932. Verán, porque salta a la vista, que esa tesis es una contribución a la clínica del superyó. Conocen quizá el caso que es el centro de ese trabajo de Lacan, el caso Aimée, que concluye con una cura total, satisfactoria, que no se debe al terapeuta en juego que estaba, como lo señala Lacan mismo, como espectador. Lo que cura a la paciente es lo que ella hace: ataca al otro, a la perseguidora, al ideal exteriorizado, a la imagen ideal que también es odiada. El ataque no la deja en libertad. Por lo general, cuando uno ataca se lo retira de circulación y de este modo las cosas andan mejor. Lacan se interroga acerca de esto y formula entonces un principio muy elegante, que no corresponde a lo que posteriormente será su estilo, dice: "la naturaleza de la cura demuestra la naturaleza de la enfermedad". Más adelante no dirá naturaleza dos veces en una frase, ni siquiera dirá esa palabra, ni tampoco la palabra enfermedad. Lo único que dirá luego es la palabra demostrar, que sí forma parte de su vocabulario ulterior. Sin embargo, este es un principio epistemológico sumamente potente. ¿Cómo, si su hipótesis es correcta, el acto de Aimée, produce la reducción inmediata de su delirio? Lacan señala que no es tanto el haber atacado lo que determina la curación, sino la consecuencia de su acto, es decir que se la castigó por él. A Lacan le parece que el castigo muestra cuál es el resorte del delirio, la causa de su locura. Aquí encuentra nuestro psiquiatra, Lacan, su vía en el psicoanálisis, que le brinda, servido en bandeja, ese concepto masivo de superyó en tanto fundamento de los mecanismos autopunitivos. Inscribe entonces la paranoia de Aimée en una categoría clínica que crea: la paranoia de auto-punición, es decir una paranoia superyóica. Suele decirse que el crimen no paga, pero para Aimée el crimen paga, porque al ser castigada se ve satisfecha, lo que Lacan califica en esa época como una pulsión autopunitiva, que se satisface pulsionalmente a través de la punición. Es un invento un poco burdo, pero pueden observar en él cuál es el punto de entrada de Lacan en el psicoanálisis. Su primera clínica es una clínica del crimen del superyó. Si leen esa tesis podrán apreciar como Lacan señala el impacto de la obra (138) de Freud, El yo y el ello, tanto dentro como fuera de la escuela freudiana, y como alude a algunos de los postfreudianos, especialmente Reik y Alexander, que se consagraron a seguir las pistas dejadas por Freud en lo que respecta al superyó. Lacan inventa para justificar esta creación de la paranoia de auto- punición, con la cual pretendía hacer su entrada en la teoría psiquiátrica, y que es el reverso de la paranoia reivindicatoria, una detención evolutiva de la personalidad en un estadio genético del superyó, recurso que nos parece, obviamente, algo equívoco. Creo justificado considerar entonces al superyó, incluso en la obra de Freud, como el modo en que se evidencia al inicio del psicoanálisis la división del sujeto. Utilizo el término evidencia, término que Lacan usa al comienzo de su texto Subversión del sujeto y dialéctica del deseo11 cuando señala que el psicoanalista está sumergido en la evidencia de la división del sujeto, que ésta es constitutiva de la experiencia analítica en sí misma. El superyó implica en psicoanálisis el cuestionamiento del Bien como valor. En estos términos se referían los psicoanalistas, antes de Hartmann, al superyó. El superyó cuestiona la positividad del Bien, ya que enfrentamos a un sujeto que desmiente —de manera que le resulta incomprensible a él mismo— esa búsqueda del bien, ese axioma del cual los filósofos no logran desembarazarse. Por esta razón, el superyó introduce una ética que no sería la del bien, y a eso se debe que Lacan haya dedicado un seminario a la ética del psicoanálisis. Si es necesario hacer una ética es porque la ética del psicoanálisis no se parece a las demás, precisamente porque toma en cuenta la existencia del superyó, una ética que no es la del bien, en la medida en que se confunde al bien con el bienestar. La paradoja del superyó reside en que el sujeto está apegado a algo que no le hace bien, es decir a algo que no colabora con su bienestar. El superyó debe entonces ser incluido en una serie común con la pulsión de muerte y el masoquismo primordial, categorías ambas expulsadas de la teoría analítica por los psicoanalistas, quienes no pudieron asumirlas. El superyó encuentra su lugar en Lacan, desde esta óptica, con el nombre de goce, del goce en tanto que éste constituye un bien para el sujeto, incluso un bien absoluto, un bien separado de su bienestar, que se traduce generalmente en el paciente en ese tan mentado malestar del que habla Freud, cuando no se confunde con el dolor. El texto en que Lacan habla del superyó, aun cuando la palabra no está (139) presente, Kant con Sade12. Toma allí prestado de Kant la escisión entre bien y bienestar y de Sade la descripción de la experiencia de goce como fundamental. ¿Hay acaso alguna referencia mejor que Ia kantiana para la consciencia moral, que se confunde con el superyó en la teoría freudiana misma, que considera que el superyó es el principio de la consciencia moral? Lacan demuestra que en Kant el principio de la consciencia moral es el goce, es decir, la separación entre bien y bienestar. En Kant está dicho con todas las letras: "es necesario que el hombre esté apegado a algún bien que lo separe de su comodidad para que llegue a ser moral". Lacan demuestra que esta escisión es la misma que constituye al goce en la medida en que éste no se confunde con el placer. De hecho, en la historia del psicoanálisis la división del sujeto fue abordada habitualmente como una prohibición o un imperativo. Se pensó que para poder llegar a ser el principio de la consciencia moral era necesario que el superyó dijese: "no hagas esto o aquello porque está mal" o "hazlo porque te conviene". Lacan formula el imperativo del superyó de modo muy diferente. Pueden encontrar esta formulación en el seminario XX, Aún13 que comienza con la formulación del imperativo del superyó como: ¡Goza! La paradoja de este imperativo es que equivale exactamente a una interdicción, porque gozar, según la definición de Lacan, es imposible. Esto ya fue abordado por los primeros analistas, los buenos, Reik y Alexander, como sentimiento inconsciente de culpa, como necesidad de punición, es decir desde un ángulo fundamentalmente patemático. En realidad, interdicción y exhortación son dos fases de la coacción inconsciente. Si quieren localizar al superyó en Los cuatro conceptos, donde no está tratado temáticamente, lo encontrarán en el capítulo sobre la repetición. La ley edípica es un concepto lacaniano sumamente popular, que incluso se ha vuelto trillado. Debemos percatarnos de que no se trata de una ley de regulación u homeostasis, de una ley que permite que las cosas se mantengan unidas, aunque, por supuesto, ese lado de la ley como organizadora de compatibilidades también existe. La ley tiene también una incidencia perturbadora, y este es el aspecto que el destaca cuando hablamos de superyó. En este punto los postfreudianos fracasaron, no podían dar cuenta de lo que dice Freud en El malestar en la cultura14 "Cada renuncia a la satisfacción pulsional refuerza la severidad del superyó". En realidad, esperaríamos más bien (140) que ante cada renuncia a la satisfacción pulsional el superyó se frotase contento las manos. Tengamos en cuenta que la segunda tópica introduce el guignol dentro del psicoanálisis. Los psicoanalistas, incluso los mejores entre ellos como por ejemplo Alexander, lo hacen. Este último considera al superyó como el jurado, al Ello como lleno de pasiones pulsionales y al yo como acorralado entre ambos. Por eso podemos tranquilamente suponer que el superyó se frota las manos de contento ante cada renuncia pulsional. Si subrayamos la frase de Freud es porque ella nos muestra que el superyó, por el contrario, exige el goce, está del lado del goce. Esta severidad siempre en aumento del superyó es lo que Lacan llamó en Televisión15 "la gula del superyó". La frase de Freud es una paradoja si imaginamos que el superyó prohíbe el goce. Cuando Lacan formula que el superyó dice ¡Goza!, elimina la paradoja pues el superyó exige el goce. Los psicoanalistas nos perdimos en este enredo cuando creímos imaginar que el superyó estaba articulado con el deseo, que su función esencial era prohibir el deseo, sostener una función de socialización al declinar el complejo de Edipo. El superyó era visto entonces como una barrera frente a los deseos incestuosos, barrera que se constituía a partir de la renuncia a los mismos. Considerar al superyó, aún en la teoría freudiana donde el concepto no está delimitado, como articulado con el goce es algo totalmente diferente. Deseo y goce son antinómicos, ésta es una clave para penetrar en la enseñanza de Lacan. Es cierto que el superyó se opone al deseo pero únicamente en tanto exhortación imperativa al goce. No podemos imaginar una instancia que formulase imperativamente: ¡Desea! Al contrario, puede decirse que el deseo es el efecto de lo imposible del goce. Lo que se verifica con el psicoanálisis es que el goce como tal no es deseable. Lo que ustedes conocen, aquello a lo que han sido sensibles en la enseñanza de Lacan, es lo que éste delimitó, como Nombre-del-Padre, es decir una instancia que, en un primer abordaje, es una instancia de normalización del deseo. Mientras el sujeto se enfrenta tan sólo al deseo de la Madre como deseo sin ley, como capricho, aquello a lo cual el deseo materno se engancha sigue siendo un enigma, una equis. Todo se aclara y se estabiliza cuando el Nombre- del-Padre metaforiza el deseo de la Madre, poniéndose a partir de entonces las cosas en orden, lo que hace que la función fálica encuentre su lugar, y que de allí en más todo ande bien. O sea que después todo anda mal, pero del mismo modo para todo el mundo. (141) En Schreber todo anda bien, Schreber nada en el goce, ese es su término. Qué es el goce, y con más exactitud el goce femenino, ha sido dicho por una mujer: esa mujer es Schreber. Lacan siempre se quejó de que las mujeres no dicen nada sobre él, pero debemos admitir que hay al menos una, la mujer de Dios, no cualquiera obviamente, que nos explicó qué es el goce. Cuando el sujeto no se normaliza de esta forma, cuando el goce no se hace fálico, tenemos entonces el soberbio delirio de Schreber. La ley en el sentido de Lacan es esa operación por la cual el Nombre-del- Padre viene a ordenar las cosas, coordina el goce con el falo, gracias a ello se puede escribir, como lo hizo una vez Lacan "el falo es el significante del goce". Muchas cosas interesantes ocurren cuando el falo no es el significante del goce, cuando el goce carece de ese significante. Si el superyó le interesa a Lacan es precisamente porque es una función que hace contrapunto a la del Nombre-del-Padre. El Nombre-del-Padre es una función coordinada al deseo, el superyó es una función coordinada al goce. Espero que éste les resulte un punto de referencia sencillo. No piensen que el superyó puede ser considerado sólo como simbólico. Sabemos de antemano que en la obra de Lacan debemos considerar al superyó en los tres registros: imaginario, simbólico y real. ¿Qué es el superyó en lo simbólico? Aparentemente, de entrada, no hay lugar para él en lo simbólico. Si tomamos en cuenta el modo en que se presenta el superyó éste podría ser una función eminentemente imaginaria: el superyó es un personaje. Lacan repite a menudo, como un sintagma fijo, "la figura obscena y feroz del superyó". Esta es una formulación épica del superyó, encarnada a veces en un personaje que existe en la historia del sujeto. Es muy diferente a lo que constituye la estructura misma del superyó. No podemos quedarnos tan sólo con esa gama de personajes que, admitámoslo, son superyoicos. Debo decir que la palabra misma de superyó es imposible, es en sí misma una arlequinada, arrastra consigo la comedia del arte, el yo con el superyó arriba. Podemos explorar las figuras superyoicas que son siempre tan ridículas como la palabra misma. Conocemos la tradición de la representación ridícula de la autoridad, del Otro con que un sujeto se confunde, y que indefectiblemente provoca el ridículo. A mi parecer, tenemos también que tomar en cuenta la función del superyó en lo simbólico. Quiero hacerles notar que Lacan en el (142) seminario I 16 y en el seminario II 17 ubica al superyó sobre todo en lo simbólico, incluso hace de él el resorte mismo del orden simbólico. Esto altera un poco la idea de que lo simbólico vendría a establecer la paz entre los hombres. Suele creerse que en lo imaginario encontramos la guerra, la guerra estipulada por el estadio del espejo y que el superyó simbólico, por el contrario, permite a los individuos vivir juntos. Muchos pasajes de Lacan apuntan en este sentido, son pasajes de los que luego se burlará. El superyó ciertamente es la ley, pero no la ley pacificadora, socializante, sino la ley insensata, en tanto entraña un agujero, una ausencia de justificación. Es la ley como significante unario, S1, cuya significación desconocemos, pues para conocerla sería necesario un segundo significante a partir del cual retroactivamente el primero cobra su sentido. El superyó es la evidencia y la paradoja que resulta de un significante único que, por estar solo, es insensato. Por esta causa podríamos situar, en un primer análisis, al superyó en S (A), que supone que la supuesta ley total del Otro puede ser percibida en su falla. En ese momento la voz insensata del superyó se hace escuchar por el sujeto. Es el Otro en tanto no hay Otro del Otro, el Otro en tanto hace la ley, pero también en tanto él mismo no está regulado. El superyó como ley insensata está muy cercano al deseo de la Madre antes de que ese deseo sea metaforizado e incluso dominado por el Nombre-del-Padre. El superyó está cerca del deseo de la Madre como capricho sin ley, por esta razón se tiende a recurrir constantemente al superyó matemo, como se hizo, por ejemplo, en el caso de Schreber y se lo valoriza tanto en la psicosis. Se cree que al destacar la función de la madre en la psicosis se está diciendo lo contrario a lo que dice Lacan cuando destaca la función del padre. En realidad, hay que tener claro que al valorizar la función de la madre estamos valorando la incidencia traumatizante del goce puro. La tercera vertiente que estudiaremos en la Sección Clínica es la del superyó como real. Existe cierta proximidad entre el significante unario en tanto que insensato y el objeto a en tanto fuera de sentido. Lo que los vincula es que ambos se encuentran en dificultades en lo que respecta al sentido, aunque estas dificultades son diferentes. Lacan señala que en su aspecto más profundo el superyó es el objeto en tanto que voz. Busca para este punto sus referencias en el trabajo de Reik sobre el shofar18. Debemos ubicar en la enseñanza de Lacan al superyó en las tres vertientes de lo imaginario, lo simbólico y lo real. (143) En la enseñanza de Lacan debemos elegir el punto que vamos a enfatizar; quisiera insistir sobre la situación del superyó en lo simbólico. El superyó es solidario de la división de lo simbólico mismo, lo simbólico no forma un todo. He intentado mostrar en mi seminario sobre lógica del significante, que doy -aquí por la mañana, a partir de ejemplos elementales de qué modo esta división es estructuralmente intrínseca al campo del significante. El superyó como ley insensata es solidario de la separación interna del campo del significante, del S (A), incluso podríamos escribirlo así: Superyó (A). Un pasaje de Lacan, en la página 127 del Tomo II de los Escritos, en el que se refiere a la identificación narcisista que Balint describió al final del análisis podría ser utilizado como objeción a esta escritura. Lacan dice allí: "La identificación narcisista deja al sujeto en una beatitud sin medida, más ofrecido que nunca a esa figura obscena y feroz que el analista llama Superyó y que hay que entender como la hiancia abierta en lo imaginario por todo rechazo (Verwerfung) de los mandamientos de la palabra". Este es un pasaje que hay que entender, pues en él tenemos una definición de Lacan del superyó como figura obscena y feroz, como la hiancia abierta en lo imaginario cuando hay rechazo de los mandamientos de la palabra. ¿Cómo situar este pasaje? Por supuesto, este pasaje es relativo a una etapa de la enseñanza de Lacan y luego ya no es sostenido. En ese momento de su enseñanza Lacan considera que el principio mismo del orden simbólico es lo que él denomina la ley del reconocimiento. Lacan arrastró durante mucho tiempo esa palabra “reconocimiento", ese término increíble de origen hegeliano en que hay un sujeto que quiere ser reconocido por otro, otro que no lo quiere reconocer, la lucha a muerte por puro prestigio y, finalmente, el amo y el esclavo. El esclavo reconoce al amo quien no reconoce al esclavo. El esclavo trabajará hasta sobrepasar por fin al amo, culminando en la lucha de clases. Esta es una historia increíble a la que no podemos entender como adhirió Lacan tanto tiempo. Aun después del discurso de Roma uno de los temas esenciales de los Escritos es el reconocimiento del deseo, que marcaría el final del análisis. Diría que la enseñanza de Lacan comienza verdaderamente cuando deja caer ese término de reconocimiento. Antes de hacerlo, Lacan formula en Variantes de la cura-tipo19 que el hombre está básicamente subordinado a la ley del reconocimiento (144), que sólo puede acceder a su identidad a través de la mediación de otro sujeto, fundándose así una dialéctica del mutuo reconocimiento. Escribe, por ejemplo: ". . .ninguna palabra verdadera es, únicamente palabra del sujeto, puesto que es siempre fundándola en la mediación de otro sujeto como ella opera, y puesto que por ese camino está abierta a la cadena sin fin —pero sin duda no indefinida, puesto que se cierra- de las palabras donde se realiza concretamente en la comunidad humana la dialéctica del reconocimiento".20 Este es un pasaje anti-lacaniano. En esta época Lacan considera que lo simbólico, la palabra, entraña la mediación de otro sujeto. Cuando existe forclusión de la mediación simbólica, cuando el sujeto permanece en la relación imaginaria de identificación narcisista, puede llamarse a esa hiancia superyó, es decir que el superyó es entonces un efecto de la forclusión de la ley simbólica del reconocimiento. Esto, por supuesto, nos interesa. Recordemos que dijimos que el Nombre-del-Padre en lo simbólico es correlativo de la apertura de la hiancia fálica. La hiancia a la que alude Lacan es la de la forclusión, la hiancia en lo imaginario de la función fálica. En la página 256 del Tomo II de la edición castellana de los Escritos Lacan dice: "Este otro abismo, ¿se formó por el simple efecto del llamado vano hecho en lo simbólico a la metáfora paterna? ¿O tendremos que concebirlo como producido en un segundo grado por la elisión del falo, que el sujeto remitiría para resolver la hiancia mortífera del estadio del espejo?". En el pasaje de Variantes de la cura-tipo que cité antes, Lacan hace del superyó el precio pagado por la prevalencia de lo imaginario sobre lo simbólico, caracterizado por dos rasgos: la beatitud sin medida del sujeto y la amenaza que al mismo tiempo le hace superyó. A esta beatitud sin medida hay que darle su nombre: es el goce, incluso el goce como goce del Otro. Una sola cosa da su medida al goce, una medida algo escasa como lo señala Lacan, ese algo es la función fálica. El superyó, pese a lo que podríamos deducir del pasaje de Lacan, no es una función imaginaria. El superyó es una función que no está regulada, pero como en ese momento de su enseñanza lo simbólico es función de regulación vía el reconocimiento y la mediación, la forma que tiene Lacan de referirse al superyó como instancia no regulada es remitirlo a lo imaginario. El superyó es una función desencadenada, que no conoce límites y que por esa causa ha sido proscripta por los psicoanalistas. El deseo, en comparación con el goce es extremadamente civilizado, es plástico al significante. (145) está naturalmente coordinado con él. Desde un principio el goce no está coordinado con el significante. Es necesario el Nombre-del-Padre para que el goce desmedido se coordine con lo que no es más que su semblante, el falo. Por esta razón el texto de Schreber es apasionante. El dios de Schreber nos brinda la imagen de esa ley desencadenada, trabaja contra el orden del mundo, está en infracción respecto a dicho orden. Todo el esfuerzo de Lacan en gran parte de la década de los 70 consistió de hecho en volver a cuestionar la prevalencia del Nombre-del-Padre como un artificio freudiano, artificio que Freud consideraba necesario para la experiencia analítica, un atajo para que el sujeto llegue a un entendimiento soportable con su deseo. Cuanto más Lacan cuestionaba el Nombre- del-Padre más acentuaba la función del goce, que emana de un registro diferente al de la metáfora paterna. El goce se refiere al deseo de la madre como función sin freno simbólico. Esta función nos remite a la posición de Freud sobre el superyó femenino. Freud se preguntaba si las mujeres tenían superyó y sostenía que en el caso de que lo tuvieran ese superyó era menos severo que el de sus congéneres hombres. Este se volvió un tema básico en los debates psicoanalíticos. Sin embargo, este problema del superyó femenino no es más que una máscara del problema esencial del goce femenino. Desde este ángulo podemos emprender la búsqueda de un significante que escriba en la teoría de Lacan el superyó. Ya propuse al S (A), pero pienso que podemos usar un significante menos utilizado que éste, uno con el que nunca se hizo nada:, o. Este significante representa el goce no frenado por el falo, lo cual parece oponerse a lo que dice en Subversión del sujeto cuando escribe que el significante del goce, , no puede ser negativizado. No considero que o sea una negativización, considero que muestra la ubicuidad del goce cuando éste no se localiza como goce fálico. Recordemos que Lacan sostiene que la mujer no está privada del goce fálico. El falo índice cero, o, escribe el goce no congelado, no cautivo del falo. Esto concuerda muy bien con lo que en el transcurso de la historia se ha dicho acerca de las mujeres: que no se someten a las leyes de la palabra. Los mandamientos divinos son leyes destinadas a cautivar a las mujeres en el orden de la palabra. No sólo ellas no tienen superyó como decía Freud, sino que no les importa la ley del reconocimiento simbólico. Por eso, en el curso de la historia la educación (146) de las mujeres apasionó a los hombres, quienes se devanaban los sesos para ver como lograban que las mujeres participen, aunque más no sea un poco en el orden simbólico, en la regulación fálica. Los ejemplos que de ello da Lacan son para destornillarse de risa. Recordemos el "tú eres mi mujer", que en francés es homófono con "maten a mi mujer", que era el ejemplo que daba Lacan de la palabra verdadera que sella el verdadero reconocimiento entre los sujetos. Lacan debe haberse reído mucho posteriormente de esa primera época en que creía en el acuerdo simbólico de los sexos. La homofonía que tiene en francés esa frase indica que él mismo no lo creía. Esa homofonía nos muestra que sería erróneo imaginar que "tú eres mi mujer" es la verdadera palabra por la que reconozco al otro sexo como otro sujeto, como si pudiese reconocer a una mujer como mi otro genérico. Si esa homofonía no estuviese presente podríamos creer que Lacan imaginó fundar en esa época las relaciones sexuales en la palabra de reconocimiento. Esta fórmula está muy lejos del "no hay relación sexual" que formuló más tarde. La hiancia central no es la de lo imaginario sino la hiancia que se abre en lo simbólico mismo por la falta de relación-proporción sexual. Mañana, en la conferencia que titulé Teoría de los goces, proseguiré desarrollando el tema de hoy, que, como espero habrán podido apreciar, no es otro que el goce.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
1 S. Freud, S. El yo y el ello, Obras Completas, Tomo XIX, Amorrortu Editores,
Bs. As., 1981. 2 H. Hartmami y R. Lowenstein, "Notes on the Super-ego" (1962) en The psychoanalytic study of the child, NO 16,N. York, International University Press. 3 Ibid,Op.Cit. * S. Freud, Más allá del principio del placer. Obras Completas, Tomo XVIII, Amorrortu Editores, Bs. As., 1981. s E. Jones, "The Origin and Structure of the Superego" en International Journal of Psychoanalysis, VII, 1926. 6 J. Lacan, "Observaciones sobre el informe de Daniel Lagache": "Psicoanáhsis y estructura de la personaUdad". En Escritos, Tomo II, Editorial Siglo XXI, México, 1975. 7 J. Lacan, Seminario, libro XI, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Barral, España, 1978.