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TRANSFERENCIA
UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES
DEPARTAMENTO DE PSICOANÁLISIS
MEDELLIN 2004
2
POSICIONES DEL MAESTRO CONTANDO CON LA PULSION Y CON LA
TRANSFERENCIA
UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES
DEPARTAMENTO DE PSICOANÁLISIS
MEDELLIN 2004
3
Nota de aceptación
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Firma del Presidente del Jurado
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Firma del Jurado
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Firma del Jurado
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AGRADECIMIENTOS
A Jorge Iván Zapata, porque fue capaz de ver el agalma de esta investigación.
5
RESUMEN
El presente ejercicio investigativo es una de las vertientes por las cuales se puede
pensar la relación entre psicoanálisis y pedagogía. Tiene como eje principal la
figura del maestro, mirado a la luz de dos conceptos fundamentales en el
psicoanálisis: la pulsión y la transferencia. Por eso la pregunta a la cual responde
es: ¿qué posiciones tiene un maestro teniendo como base la pulsión y la
transferencia?. Para responder a esta pregunta el investigador se hizo cargo de
los tres componentes de la pregunta: maestro, pulsión y transferencia.
6
Maestro:
- en posición de yo-ideal.
- en posición de ideal del yo.
- en el discurso del amo.
- en el discurso histérico.
- en el discurso universitario.
- en posición de analizante.
- como objeto en la fantasía del alumno.
- en posición de criador.
- en posición de sujeto.
- en posición no siempre amable.
- en posición de sugestionador.
7
CONTENIDO
pág.
INTRODUCCIÓN 1
8
2.5.1. El maestro operando desde su fantasma
36
2.5.2. El maestro en el discurso histérico
38
2.5.3. El maestro en el discurso universitario
40
2.5.4. El maestro en la posición de analizante
41
9
CONTANDO CON LA PULSIÓN Y LA TRANSFERENCIA 67
BIBLIOGRAFÍA 75
10
INTRODUCCIÓN
El problema que señala esta investigación es preciso: el maestro. Por eso a este
personaje se le ubica en el lugar del enigma sobre el cual se pretende esclarecer
algo. Esto quiere decir que en esta investigación se aísla uno de los elementos del
andamiaje educativo. Elemento no siempre tenido en cuenta en las
investigaciones pues a veces se piensa que este lugar está ocupado sólo por
personas cuyo único ideal es enseñarle a sus alumnos, y que, si por algún motivo
hay problemas en dicho proceso, éste se ubica, o en el alumno, o en la
metodología, o en la evaluación, o en la familia. ¿Y el maestro? Esta investigación
lo incluye sólo a él pensándolo desde el psicoanálisis. Más exactamente, la
pregunta de investigación es: ¿qué posiciones tiene un maestro teniendo como
base la pulsión y la transferencia?.
El estatuto del maestro ha sido tratado por infinidad de autores. Incluso algunos
investigadores de corriente psicoanalítica lo han hecho. Por eso el primer capítulo
muestra estos dos puntos. Una primera parte en la que se selecciona a unos
autores representativos de la cultura que, de una manera directa o tangencial, han
tratado el estatuto del maestro; y una segunda parte donde se hace una síntesis
de lo que el psicoanálisis ha dicho en relación al maestro. En esta segunda parte
lo que se evidencia es claro: hay “lugares comunes” a los cuales todos hacen
referencia. Entiéndase aquí como “lugar común”, ciertas ideas clichés extraídas
del mismo Freud de los pocos textos donde él habló sobre el maestro.
1
Por eso el segundo capítulo da cuenta del concepto de pulsión en relación al
maestro. Se hace énfasis en “en relación al maestro”, pues el concepto de pulsión
ya ha sido tratado por muchos investigadores. Este no es el lugar para hacer toda
la recopilación de textos en relación a la pulsión. Lo que se muestra aquí es el
punto de encuentro entre el significante maestro y el concepto pulsión.
Para este segundo capítulo también se tuvo como herramienta básica el texto
“Sobre la psicología del colegial” de Freud que, en el lugar de alumno, se da
cuenta de que hay una “corriente subterránea”, entre él y sus maestros, que tiene
que ver con los efectos de la pulsión. A esta “corriente subterránea” la nombra
también como la “personalidad” del maestro que el alumno siempre tiene en
cuenta en la manera como se conduce en el colegio y en la vida entera. Es por
ello que el estudiante continuamente está pendiente de los afectos que muestra el
maestro en su cotidianidad; por ejemplo, cuáles son sus preferencias, desagrados,
rabias, etc. Esta atención constante hacia su maestro habla de los efectos
pulsionales en la escena pedagógica.
Como parte final de esta articulación entre la pulsión y las posiciones del maestro
se hace alusión a la noción de agalma. Y, siguiendo a Lacan en este punto, la
figura de Sócrates en su relación con Alcibíades es de ayuda, pues éste último en
su discurso del diálogo platónico El Banquete, da cuenta claramente de los
efectos pulsionales que hay en la relación con su maestro. Dichos efectos pueden
ubicarse también en la dimensión amor – odio. Alcibíades, en un primer momento,
lo ensalza, y luego se queja de él por los continuos desaires que le propina.
Lacan lo que ve en esta relación es que Alcibíades supone a Sócrates la posesión
de los objetos agalmáticos que, para dicho autor, son los objetos parciales de la
pulsión.
2
objetos agalmáticos, en una red de suposiciones en las que opera, no sólo el
maestro y el alumno, sino también, la ciencia. En esta dirección se encuentra a un
maestro que le supone dichos objetos al alumno, y viceversa. De la misma forma
estos dos personajes entran en relación con la ciencia en tanto que le suponen la
posesión de dichos objetos. Por eso se llega a pensar en un maestro que pone a
operar su fantasma en la escena pedagógica.
Basados en este concepto se develan otras posiciones del maestro. Entre ellas, la
básica, es pensarlo como un sujeto que pone a operar sus fantasías en la escena
pedagógica, y que, por lo tanto, también transfiere los afectos de su núcleo
edípico a dicha escena. De esta forma es que el maestro, sujeto, ubica en posición
de objeto al alumno; lo que lleva a pensar que opera desde su fantasma.
3
1. EL ESTATUTO DE MAESTRO EN LA CULTURA.
4
virtud. Sócrates ubica a la ignorancia en el punto de partida de su posición de
maestro.
En este punto Sócrates está en una posición radicalmente contraria a la idea que
se puede tener de un maestro, que es quien sabe lo que enseña. Por eso,
siguiendo su enseñanza, se debe decir que la posición del maestro ante el saber
es de ignorancia, con la idea de que es el punto de partida para construir cualquier
saber. Si ya se supiera, no habría necesidad de preguntarse más por el
conocimiento. Si no se sabe, hay lugar para desear saber.
Freud, incluso, cuando habla de los legos que puedan trabajar como analistas, se
refiere también a los maestros que, con una formación en su propio análisis, se les
posibilita el aplicar el psicoanálisis con los niños; pero para esto, Freud aconseja
que los maestros estén en análisis3, pues es el camino regio para apropiarse del
saber psicoanalítico en relación a la vida infantil. Y si algo se descubre en el
propio análisis es que no se sabe sobre sí mismo; mucho menos se va a saber de
un niño. Es por eso que aquí hay un punto en común con Sócrates: la ignorancia.
Un maestro en análisis que se deja enseñar de su propio inconsciente se puede
presentar ante el niño como un ignorante frente a lo que él está viviendo.
5
tarea de buscar las preguntas necesarias para que el otro descubra su propia
ignorancia. Así es como en el diálogo platónico llamado Alcibíades, en el
contrapunteo de la discusión, Sócrates le dirige muchas preguntas y entonces,
así, Alcibíades se da cuenta de que no sabe en relación a lo que es justo e injusto.
Y, supuestamente, él se iba a lanzar como político.
En este lugar del no saber es que Lacan ubica a Sócrates en el discurso histérico,
pues la labor constante de este filósofo es fisurar, mostrar la división de los sujetos
que se le presentan como sabios. Sus discípulos creen que saben, y entonces él
les muestra su ignorancia, y que, por eso, es necesario que construyan un saber.
Sócrates, desde el discurso histérico, lo que hace es dirigirse a esos S1 que son
sus discípulos que creen saber, y los histeriza. Les hace cambiar su posición: de
Amos –que creen saber pero no saben– a sujetos que saben que no saben, y que,
por lo tanto, quieren saber. En palabras de Lacan sería: Sócrates, en su discurso
histérico, “fabrica hombres animados por el deseo de saber” 4.
Es el método mayéutico utilizado por Sócrates, por medio del cual hace que sus
discípulos construyan sus verdades; por eso se ve que, si al principio del diálogo
en mención, Alcibíades reconoce su ignorancia, más adelante va a reconocer que
el saber construido en el diálogo con Sócrates lo parió él y no su maestro. Por eso
su técnica es el preguntar mismo. Es un maestro que encuentra su escenario en la
discusión misma. Tal vez por eso no escribió; porque lo fundamental de su
filosofar se daba en la interacción directa con sus discípulos. Sócrates no sabe,
pero pregunta para que en la discusión, el discípulo construya un saber.
4
LACAN, Jacques. Op. cit., p. 34.
5
PLATON. Obras completas. Tomo I. El Teeteto. P. 678.
6
Se puede decir que en la disyuntiva entre sofistas y socráticos se ubica buena
parte de la discusión psicoanalítica sobre el maestro. Freud se pregunta si éste
debe permitir o denegar, si debe formar a sus alumnos con sus ideales o dejar que
él construya unos. En 19336, construye la síntesis de su postura teórica en
relación a la posición del maestro: debe permitir y denegar. ¿Cuándo hacer lo uno
o lo otro? La particularidad del niño le dará la respuesta. Es decir, no con todos y
a toda hora ha de permitir, y de igual forma, no con todos y a toda hora ha de
denegar.
Nada mejor para conocer a un maestro, que por medio de uno de sus discípulos.
En este caso, Alcibíades. En el Banquete, después de que todos los comensales
han dicho su discurso sobre el amor, Alcibíades le hace un elogio a Sócrates.
Todo parece indicar que su maestro no es un personaje cualquiera. Con sus
palabras y su personalidad enigmática captura la atención y la emoción de
quienes lo escuchan. Puede comenzar hablando de cosas sencillas como el
oficio de un zapatero, o un flautista o un jinete pero todas esas herramientas son
utilizadas para construir alguna verdad significativa para el momento.
6
FREUD, Sigmund. Conferencia 34ª . Vol. XXII, Obras completas. Buenos Aires : Amorrortu, 1979.
p. 137.
7
“Un día, un monje fue a ver al maestro Ma-tsu en busca de iluminación:
Maestro, ¿cual es el mensaje último de la doctrina de Buda?
Ma-tsu se puso muy serio y dijo con solemnidad: "Te lo diré. Pero cuando se
discute sobre estos temas tan profundos primero hay que hacerle una
postración de reverencia al Buda.
El monje se aprestó a cumplir y adoptó la posición de postrarse, entonces el
maestro le dio una gran patada en el culo. Esta inesperada patada llevó al
monje a una risa incontrolada y disolvió por completo sus dudas; en ese
instante alcanzó su satori” (iluminación).
El relato es una de las maneras enigmáticas con las cuales el maestro zen
enseña. No es la única. Un maestro zen, ante una pregunta de un discípulo suyo,
responde de tal manera que no sea evidente, sino que obligue al discípulo a
pensar más, a construir más la respuesta. Incluso, aunque el intento del discípulo
sea encontrar una respuesta clara y distinta, al estilo occidental, nunca la va a
encontrar de esa manera en su maestro. El paradigma de pensamiento de la
cultura zen no es racional, no es lógica, no es llena de argumentos, sino que, por
el contrario, está llena de cuestiones enigmáticas. Es decir, de cuestiones que no
se pueden comprender desde la razón occidental.
Por eso, si el punto es pensar la relación del maestro con el saber la cuestión es
que el maestro zen es un iluminado. No en el sentido de la Ilustración kantiana,
sino en el sentido de la experiencia interior. Es decir, el maestro zen tiene la
experiencia de la iluminación.
8
aún abierta la intención de definir la experiencia de la iluminación; en todo caso, al
momento de pensar al maestro zen como un iluminado se puede decir que éste es
un estado en el cual se ven las cosas tal como son, sin prejuicios, sin que el yo
intervenga. En el libro El camino del zen se define del siguiente modo:
“Es una visión esclarecedora que penetra en la verdadera naturaleza de todas las
cosas. Es una percepción de orden superior. Es un estado receptivo de la
verdadera realidad. Es saber considerar las cosas como si la conciencia del
aquello y del no aquello, no se hubiese aún despertado”.7
Esta es una respuesta conceptual sobre el estado de iluminación del maestro zen,
pero igual de enigmáticas para esta investigación que se hace en el marco de la
cultura occidental. Lo que nos hace medio entender que la iluminación, o el satori
como lo llaman ellos, es una experiencia personal, buscada, anhelada por todo
discípulo zen, difícil de transmitir por la vía de la enseñanza conceptual
occidental.
7
SUZUKI, Daisetz. El zen y la cultura japonesa. El zen y la cultura japonesa. Buenos Aires :
Paidós, 1996. p.106.
8
FREUD, Sigmund. Sobre la psicología del colegial. Vol. XIII, Obras completas. Buenos Aires :
Amorrortu, 1979. p.249.
9
este orden de ideas, es que se puede decir que es el discípulo quien hace al
maestro; es el discípulo quien le da al maestro su estatuto al suponerle algún tipo
de saber. En el libro El budismo, una alternativa para un mundo en crisis se habla
del maestro en este sentido. Dice: “Sin un estudiante que pueda aprender no
puede haber un maestro que quiera dar. Hay que sospechar de los maestros que
quieran dar cuando la gente no quiere recibir”9.
Esta idea en la cual es el discípulo quien hace al maestro fue dicha ya por San
Agustín en su libro De Magistro . Allí, San Agustín está dialogando con Adeodato,
su “hijo del pecado”:
Claro que en el Zen no se puede ser maestro sin antes haber sido discípulo. Al
lugar de maestro se llega por haber pasado la experiencia de ser discípulo.
Luego, es posible llevar al otro a experimentar la satori, porque ya él mismo pasó
por esa experiencia. No se le cuenta al discípulo lo que es la iluminación 11, sino
que se le contagia, de corazón a corazón, de plexo solar a plexo solar.
Esta característica hace pensar en algo: un maestro es alguien que tiene noticia
de lo que le pasó a él en la posición de discípulo. Se subraya: “lo que le pasó”.
Es decir, un maestro sabe algo de cómo llegó a tener eso que el otro le está
pidiendo que le transmita. Sabiendo es que se le puede ayudar a otro a que haga
un recorrido semejante. Por eso, se puede decir que es más maestro quien
camina, que quien dice cómo se camina. Hay que pasar por la experiencia de
9
VELASQUEZ, Eduardo. El budismo, una alternativa para un mundo en crisis. Santafé de Bogotá:
Editorial Garuda, 2000. p. 179.
10
AGUSTIN, San. Del Maestro. Vol. III, Obras completas. Madrid : Editorial Católica.
11
Experiencia personal casi indecible por la vía del concepto.
10
aprendizaje para tener algo de luz sobre cómo hacer que otro pase por una
experiencia semejante.
11
movimientos involuntarios, a la manera como bebe el té, cómo camina, cómo
espanta a una mosca, etc. Es decir que la prueba de que el discípulo alcanzó la
iluminación no está en lo que él le quiera mostrar al maestro, sino en sus actos
naturales y espontáneos. El maestro está atento a ello, porque sabe que es la
forma como se manifiesta el corazón del discípulo. “Buda anunció a sus discípulos
que iba a transmitirles la esencia más profunda de su enseñanza. Los discípulos
se reunieron en torno a él, pero Buda no pronunció palabra alguna y se contentó
con mostrar una flor. Nadie comprendió. Sólo Mahakashyapa sonrió. Buda lo
eligió como su sucesor”.
El maestro sabe que el satori o iluminación es un estado del ser, y que, por lo
tanto, los discípulos dan fe de ello, en los actos “naturales y espontáneos”, no en
los fingidos. Y a partir de dichos actos es que el maestro interviene con un relato,
una patada, un silencio, etc., para provocar en el discípulo una experiencia fuerte
que lo mueva del lugar de ceguera en el que está.
Para terminar este recorrido por las distintas posiciones del maestro en Sócrates y
el zen, es bueno sintetizar los elementos que le dan al maestro su estatuto:
Ignorante: Un maestro no sabe. Y es a partir de este NO SABER que
puede desear saber algo y ayudarle a otro a que construya un saber.
Contagia su ignorancia. Contagia su deseo de saber.
Sabio: No es un total ignorante. Algo sabe: el saber no se puede alcanzar
en su totalidad; por lo tanto, el deseo de saber está siempre presente.
Lo que le transmite a sus discípulos es su sabiduría.
12
Tiene el poder que le dan sus discípulos al conferirle un saber.
Hay pocos escritos en los que explícitamente habla del maestro de una manera
extensa, pero lo cierto es que es muy claro que el problema de la educación no le
es indiferente.
“Las personas en quienes de esa manera se fija (el infante) son sus padres
y sus hermanos. Todas las que luego conozca devendrán para él unos
sustitutos de esos primeros objetos del sentimiento (acaso, junto a los
padres, también las personas encargadas de la crianza), y se le ordenarán
en series que arrancan de las «imagos», como decimos nosotros, del
padre, de la madre, de los hermanos y hermanas, etc” 13
El maestro entra en la serie de personas que se relacionan con él, sustituto de los
primeros objetos del sentimiento (padres y personas encargadas de crianza). Este
es el texto en el que Freud piensa el amor de transferencia en la relación maestro
– alumno. Por eso es que se puede plantear que el alumno transfiere sus afectos
parentales al maestro. Se relaciona con él de la misma manera como se relacionó
con dichas figuras. Repite con los maestros su experiencia afectiva de la infancia.
13
El hecho de que el alumno le transfiera afectos al maestro, se convierte en una
demanda de amor. De ahí que es posible pensar que a los maestros no se les
ama ni se les odia por sus virtudes o defectos, sino porque, de alguna forma,
entran en la serie de personas sustitutas de los primeros objetos de sentimiento.
Lo anterior fue del lado del lugar que el alumno le da al maestro. Ahora la otra
parte es lo que hace el maestro en ese lugar. Él hace uso del poder que le da este
lugar, y, entonces a partir de la demanda que hace el alumno, favorece la
sugestión. Si se dice con Freud y Lacan que el analista debe renunciar a dirigir al
paciente, el maestro, en principio, actúa de una forma totalmente opuesta. Por eso
en Lacan el discurso del analista es opuesto al discurso del Amo. Éste utiliza el
poder que le da la sugestión para movilizar las energías de sus alumnos. Es decir,
el maestro freudiano no es un emblema a la libertad total. Ejerce un poder
sugestivo sobre el alumno para transmitirle los valores culturales, que es
finalmente la misión de la educación.
Hay una segunda posición del maestro freudiano que se puede deducir
fundamentalmente de un apartado de la “Conferencia 34. Esclarecimientos,
aplicaciones, orientaciones”, de 1933:
“Se ha dicho -y sin duda con justeza- que toda educación tiene un sesgo partidista,
aspira a que el niño se subordine al régimen social existente sin atender a lo valioso o
defendible que este pueda ser en sí mismo. [Se argumenta:] Si uno está convencido
de las fallas de nuestras presentes instituciones sociales, no puede justificar que la
pedagogía de sesgo psicoanalítico sea puesta, pese a ello, a su servicio. Sería preciso
fijarle otra meta, una meta más elevada, libre de los requerimientos sociales
dominantes” 14
14
FREUD, Sigmund. Conferencia 34. Op. cit., p.137.
14
capaz de leer la constitución psíquica particular de los alumnos y que no se rija por
los esquemas que imperan en la sociedad.
15
Ibid., p.138
16
FILLOUX, Jean-Claude. Campo pedagógico y psicoanálisis. Buenos Aires : Nueva Visión, 2000.
15
hermanos, etc. Lo transferido es el deseo inconciente y las fantasías que están
conectadas con él.
Para enlazar este fenómeno con el campo pedagógico, el autor toma como
herramienta el texto de Freud, “Sobre la Psicología del colegial”, de 1914. Lo que
hace, entonces, es pensar la transferencia como una historia de amor entre
maestro y alumno, que hace de esta relación algo complejo. El alumno le trasfiere
al maestro el respeto y las expectativas que se tienen por el “padre omnisciente
de sus años infantiles”. El autor, además, hace referencia a otros estudios sobre la
transferencia y la educación donde se le piensa como el fenómeno que explica lo
enigmático de los odios y amores entre maestros y alumnos.
Pero la cuestión de mayor importancia para Filloux es lo que el maestro hace con
la transferencia. Para pensar esto utiliza como herramienta a otros dos autores
(Kuendig y Zulliger). Los dos parten de una evidencia pedagógica para ellos: la
transferencia positiva ayuda al “desarrollo intelectual” de los alumnos. El maestro,
entonces, debe encontrar una medida justa de amor y ser capaz de tolerar las
fuerzas afectivas que hay en juego en relación con los alumnos. Es decir, hay que
aceptar la transferencia, asumirla, y usarla para el objetivo grupal, evitando que
haya preferencias afectivas hacia algunos alumnos en particular. Ubica al maestro,
en resumidas cuentas, en la posición de un líder, y que, por lo tanto se ha de
presentar como un ideal para los alumnos.
Piensa que la posición de pedagogo les reactiva el niño que fueron, lo que
vivieron, lo que reprimieron en el pasado. Por eso es que hace referencia a que
Bernfeld en Sísifo o los límites de la educación, describe al maestro frente a dos
niños: el que debe educar y el que está en él, reprimido; aspecto que agudiza la
situación del pedagogo. Filloux no da respuestas a sus mismas preguntas. El sólo
se encarga de mencionar la posición de algunos autores que han pensado este
tema.
17
Ibid., p. 34
16
1.3.2.2. Malestar en el docente 18
17
contratransferencia; siendo este proceso de igual importancia que la transferencia
en el proceso educativo, ya que de él depende la posición del maestro frente a su
alumno.
Claro que es necesario estar avisado de que poner el énfasis en que esa relación
es amorosa, hace que lo imaginario entre a jugar un papel relevante en tanto que
cada cual espera una afirmación narcisista del otro, entrando así en el juego de la
especularidad, en una relación de a – a´, en la cual es complicado que haya una
transmisión de conocimientos del maestro al alumno. Por eso habría que pensar
al maestro no sólo en lo imaginario.
18
es plantear que el alumno transfiere afectos a los maestros, y otra cosa es hacer
un estudio más amplio sobre este concepto de la transferencia para ver si tiene
más rendimiento en relación a las posiciones posibles de los maestros. Una cosa
es plantear que la propuesta freudiana en relación al maestro y la pulsión es la de
ubicarse en un lugar que facilite la identificación de los alumnos a él, y otra es
hacer un estudio más amplio sobre el concepto de pulsión para ver si es posible
develar más posiciones posibles del maestro en la escena pedagógica. Sacarle
todo el rendimiento posible a los conceptos transferencia y pulsión en relación a
las posiciones del maestro es el cometido de esta investigación.
19
2. POSICIONES DEL MAESTRO DESDE LA PULSIÓN
“No sé qué nos reclamaba con más intensidad ni qué era más sustantivo para
nosotros: ocuparnos de las ciencias que nos exponían o de la personalidad de
nuestros maestros. Lo cierto es que esto último constituyó en todos nosotros una
corriente subterránea nunca extinguida” 20.
Freud percibe en la relación de los alumnos con sus maestros una “corriente
subterránea” que los mueve, que los afecta de una manera importante. También
le llamó “la personalidad del maestro”. Y describe sus efectos: tiene influjo en la
relación del alumno con el conocimiento, hace que el alumno odie o ame al
maestro, provoca las más intensas revueltas y la mayor sumisión, hace que los
critiquen o veneren. En resumidas cuentas, esa corriente subterránea es el influjo
de la personalidad del maestro sobre el alumno. Es decir, el maestro para él no es
cualquiera; es alguien con un estatuto particular. Y por eso es que ell alumno se
hace preguntas en relación a él: ¿qué ama? ¿qué odia? ¿cómo es su relación con
el saber? ¿en dónde radica su autoridad? ¿cuáles son sus pequeñas
debilidades? ¿cuáles sus excelencias? ¿cuál es su sentido de justicia? ¿qué lugar
tiene el alumno para él?. Todas éstas son preguntas que apuntan a una
dimensión muy compleja del sujeto: su carácter pulsional. Y es precisamente el
punto a trabajar en este capítulo, en dos de sus vertientes, los opuestos amor -
odio.
20
pregunta pertinente es: ¿cuáles son los tipos de amor de un maestro? En este
primer apartado se trata de pensar el amor a la luz de la teoría pulsional del
psicoanálisis.
“El hecho de que su imagen especular sea asumida jubilosamente por el ser
sumido todavía en la impotencia motriz y la dependencia de la lactancia, nos
parecerá por lo tanto que manifiesta la matriz simbólica en la que el yo [je] se
precipita en una forma primordial” 22.
21
realidad. Entendiendo aquí como realidad, la imagen que construye del yo a partir
del otro especular. Es el momento en el que hay un yo, aún primitivo, en el orden
imaginario.
22
relación imaginaria” 26. Ya se ha dicho que lo imaginario tiene su lugar en el
estadio del espejo, momento lógico en que se estructura el yo a partir de la
enajenación que tiene el niño de la imagen de sí mismo que el otro especular le
devuelve.
Y es precisamente esta relación con su imagen la que tiene como resultado una
tensión conflictiva que determina el surgimiento del deseo como deseo del deseo
del Otro27. Es decir, en esta relación especular aparece el deseo, pero deseo del
deseo del Otro, que es la madre. El deseo del niño aparece como deseo de ser
deseado. Lo que hace pensar, entonces, que en el origen, el niño se ubica como
objeto del deseo de ese Otro. Y si alguien lo corre de allí, aparece la agresividad.
Por eso el nacimiento de un hermano menor puede ser el detonante de
agresividad para un niño, pues este hecho puede representar un movimiento en
relación a su lugar en el deseo de la madre.
Para graficar más esta posición, una viñeta de Anny Cordié en su libro “Malestar
en el docente” es de utilidad:
26
LACAN, Jacques. El Seminario, libro 1. Los escritos técnicos de Freud. Op. cit., p. 263.
27
La fórmula: “deseo del deseo del Otro” aparece en el seminario 5 “Las formaciones del
inconsciente”, en 1958.
23
“Una joven profesora había interrumpido su trabajo, que encontraba poco
valorizador, para entrar en la industria, donde era muy apreciada. Unos años
después reconocía que echaba de menos su primer oficio, y sobre todo
extrañaba, decía, ese placer de sentirse como en el escenario de un teatro, de
subyugar a su auditorio, de ver a sus alumnos boquiabiertos de admiración ante
ella. Señaló que las muchachas se vestían de color azul, color que ella misma
prefería para su ropa, adoptaban su peinado y su vestido. Varios años después
supo que muchas de sus alumnas se habían orientado a la disciplina que ella
enseñaba, y que algunas comentaban, divertidas, esa afición al color azul que
habían adoptado por entonces” 28.
Hay varios elementos que indican la presencia del yo - ideal como prevalente en
la elección de profesión de esta maestra:
1. Deja de ser maestra porque es un oficio “poco valorizador”. Para ella el ser
maestro no valoriza a la persona que elige esta profesión; no le da estatus
ni imagen. Por eso deja de serlo y se dedica a trabajar en la industria donde
sí es muy apreciada.
2. Para ella su profesión de maestra es un lugar que convoca admiradores
que la siguen con cierto matiz de enamoramiento.
3. Sus alumnas quedan fascinadas con su imagen y lo muestran al vestirse
como ella, incluso con el mismo color y peinado.
24
bronca a su hijo, lo que pasa es que ......” y lo que sigue es una explicación de
porqué el alumno pierde repetidamente la materia. Aquí el problema no es “la
bronca” realmente. Para cualquier persona que haya estado en el lugar de
maestro le es familiar el hecho de que no todos sus alumnos le son amables. El
problema es qué hace el maestro con esa “bronca”, con ese malestar que le
pueden despertar algunos alumnos. Unos maestros se paran en ese malestar y
actúan a partir de él, teniendo como efecto algo del lado del estrago. Otros lo
niegan y construyen todo un juicio intelectual para convencerse de que odiar al
alumno no corresponde a su ideal de maestro. Lo cierto es que no es posible
pensar el amor sin su opuesto, el odio; y si se le adjudica al maestro el primero,
también hay que hacerlo con el segundo.
El enfrentamiento citado arriba se resuelve cuando el rector del colegio llama a los
dos implicados para poner orden, para ubicarse en el lugar del ideal del yo, que es
el lugar que impone el orden necesario en la sociedad, en un colegio. El maestro
que “se igualó” cayó de su lugar de ideal del yo, y se ubicó del lado del yo ideal.
Entre pares, la agresividad; aparece el ideal del yo y pone orden.
29
Expresión del medio juvenil para designar al adulto que actúa como un par con los niños o
adolescentes.
25
Se podría pensar que un maestro sólo está del lado de la ley (ideal del yo), pero
no. Quienes están en el ambiente educativo pueden dar cuenta de que ésa no es
la única posición de un maestro. Hay quienes se ubican como pares frente a sus
alumnos, claro que el efecto no tarda en llegar: la figura de autoridad necesaria
para manejar un grupo no se instala y lo que resulta es un caos en el salón de
clases, o una competencia constante entre el maestro y los alumnos. Ante la
ausencia de una figura que haga semblante de la ley la agresividad puede entrar
fácilmente en escena, y si se llega al extremo, la muerte violenta puede ser el
resultado. En Colombia se puede dar fe de esto.
30
LACAN, Jacques. Los escritos técnicos de Freud. Op. cit., p. 193.
26
El sujeto ve la imagen del florero en el espejo. ¿Buena o mala imagen? Eso
depende de dos cosas: de la posición que se tenga en relación a la imagen real
(es decir, la posición del ojo - S), y de la inclinación del espejo plano. Los dos
deben estar en el punto justo: si el sujeto (S) está demasiado cerca de los bordes
del espejo cóncavo ve mal, y, si el espejo plano tiene una mala inclinación,
también la imagen se desfigura. Esta necesidad de que esos dos elementos estén
en su sitio representa lo complicado de la acomodación de lo imaginario en el
hombre. Y dicha función de acomodación la cumple el Otro simbólico. “Podemos
suponer que la inclinación del espejo está dirigida por la voz del otro” 31, dice
Lacan. En el yo-ideal está del lado de lo imaginario; cuando irrumpe el Otro es el
momento en el cual lo simbólico entra en escena. El Otro, que es la Ley, regula lo
imaginario; y esta ley no es otra cosa sino el ideal del yo. Se podría decir que es
esta instancia del yo la que dirige y da orden a las relaciones con los otros. El
Otro, la ley, lo simbólico, el segundo narcisismo, son diversas formas de nombrar
el ideal del yo, como aquel que organiza las relaciones con los otros y con el
mundo. En este segundo momento lógico, el sujeto ve su ser en relación al Otro
de la ley, y no al otro especular.
31
Ibid., p. 213.
27
padre quien le permite o no hacerlo con el auto deportivo. Del lado del yo – ideal,
en el registro imaginario, se puede identificar un matiz de cierta locura, que está
representada en el riesgo que asume el adolescente en su manera de manejar
para seducir a una chica; el ideal del yo será quien regule, en el ejemplo, la
utilización del automóvil. Se podría pensar este ideal del yo del lado de la metáfora
paterna.
Para Lacan, hay una relación directa entre la función del padre y la función del
complejo de Edipo. Y dicha relación consiste en que el padre es el elemento
fundamental en el atravesamiento que hace el niño por dicho complejo. Su función
es prohibir a la madre; y el resultado de dicha operación es un hombre, o una
mujer. Esto lo amplía en el Seminario de “Las formaciones del inconciente”, en las
clases que titula “la metáfora paterna”.
Tercero, “es la etapa fecunda” en la cual aparece el padre como donador. En este
momento el padre interviene como aquél que “tiene” el falo y no como quien “es”
falo para la mujer. Lo “tiene” para dárselo a ella. Tiene la potencia suficiente para
darle a la madre lo que ella desea. Es en este tercer momento que sucede la
identificación del niño al padre. El se vuelve hombre con posibilidad de “tener”
mujeres más tarde, en tanto que se identifica a ese hombre – padre que tiene algo
para darle a la mujer.
28
Hay algo que es necesario esclarecer en este punto que puede ser iluminador
para pensar al maestro. Se habla de metáfora en tanto que un objeto es sustituído
por otro; y dicha sustitución enriquece el sentido. Por lo tanto, lo que sustituye el
padre es la relación con la madre. El significante padre viene en lugar de la
madre. Si en el primer momento del complejo de Edipo la relación fundamental es
madre – hijo, en el segundo momento se da la sustitución de la madre por el padre
por la operación de corte que aporta este segundo personaje. Y de aquí lo que
resulta es la identificación del hijo con el padre. En el primer momento el niño está
en posición fálica en relación a la madre para satisfacerla; en el segundo momento
viene la prohibición; y en el tercer momento, la identificación al padre. El niño se
mueve, entonces, de “ser el falo” que satisface a la madre, a “tener” el falo vía
identificación al padre, teniendo así la posibilidad de conseguir una mujer.
El es representante del padre por fuera del núcleo familiar. No hace ingresar al
niño a la ley, función de la metáfora paterna, sino que la representa en la
cotidianidad de la vida cuando el niño está en la edad escolar. Dicha
representación tiene una función: le abre las puertas de la sociedad al niño. En el
mismo texto inmediatamente citado Freud lo dice de la siguiente forma: “La
educación debe proporcionarles apoyo a los alumnos en una edad en que por las
condiciones de su desarrollo se ven precisados a aflojar sus lazos con la casa
32
FREUD, Sigmund. Volumen VIII. El chiste y su relación con el inconciente. Buenos Aires :
Ediciones Amorrortu, 1979. p. 212.
33
FREUD, Sigmund. Contribuciones para un debate sobre el suicidio. Vol. XI, Obras completas.
Buenos Aires: Amorrortu, 1979. p. 231.
29
paterna. Su misión es brindar un sustituto del padre” 34. El maestro es sustituto del
padre; por lo tanto, es posible pensarlo también desde los dos últimos momentos
en los que aparece el padre en el núcleo edípico.
Una cosa es saberse representante del ideal del yo como se pudo ver en el
apartado anterior; y otra muy distinta es pretender encarnarlo. Maestros en esta
posición se pueden identificar por su rigidez al momento de liderar los procesos en
un colegio y/o específicamente en un salón de clases. Dicha rigidez se manifiesta
en los imperativos que guían su vida, y que por lo tanto, son los que manejan la
manera como se conduce en la escena pedagógica.
Es el maestro que tiene como único norte el deber ser; y, por lo tanto, lo pretende
encarnar en su propia persona y además obliga a sus alumnos a hacer lo mismo
con cualquier tipo de estrategia, ya sea con la violencia física o verbal. Es así
como, a nombre de algún ideal, ya sea Dios, la patria, o el colegio, se ubica como
quien tiene la misión de formar a sus alumnos en dichos valores. Es verdad que
es necesario transmitirle a los muchachos los valores de la sociedad; el problema
de un maestro en esta posición es cuando pretende encarnar dichos valores, pues
de esa forma puede llegar a convertirse en un tirano que pretende encarnar los
ideales.
34
Ibid., p. 232
30
El alumno con un maestro en esta posición lo que percibe es la necesidad de
convertirse en lo que el maestro quiere, pues de otro modo las consecuencias
pueden ser graves. Por ello, la relación con el conocimiento se ubica en un nivel
de importancia muy bajo ya que lo realmente importante para este maestro es que
el alumno obedezca, y entonces, busque de igual forma encarnar las órdenes que
le son impartidas. Lacan, con su discurso del amo, puede ayudar para ampliar
este punto.
Antes de hacer la articulación entre estos dos elementos es necesario hacer una
reflexión sobre este discurso:
Para que S1 sea realmente un Amo, necesita articularse a un S2. Y en este lugar
se ubica al esclavo como un trabajador cuya labor no es otra sino satisfacer al
Amo. Por eso en este discurso el saber (S2) está del lado del esclavo y no del lado
del Amo; claro que no un saber académico, sino el saber necesario para colmar al
Amo. A S1 no le interesa saber, pues su labor es que las cosas marchen; y para
ello lo que necesita es a un esclavo que lo sepa satisfacer en las órdenes que
imparte.
En el lugar del producto está el objeto a, como el goce que recupera el Amo por
enfrentarse a su división ($). Dicho objeto se produce en la articulación entre S1 y
S2, y lo que hace es descompletar, desarmonizar la estructura. Ese objeto a es lo
31
que se escapa de goce en la relación de dominio entre el Amo y el esclavo. Es, se
podría decir, lo indominable de la estructura. Y cuando se evidencia, lo que hace
el ser humano, entonces, es construir sentidos.
Pero la posición del maestro que enseña hábitos no es sólo en la primera infancia.
Es muy usual encontrar colegios donde ponen un énfasis muy marcado en la
creación de hábitos para su vida. Entonces le enseñan al alumno, por ejemplo, un
buen hábito de estudio. Les hacen un horario en donde les organizan la vida:
tantas horas de estudio, otras de deporte, de televisión, etc. Se podría decir que
un maestro en esta posición es muy querido por la institución y los padres de
familia, pues encarna el ideal que se tiene en la sociedad de lo que es un buen
maestro, por lo menos en un marco conservador. En un ámbito liberal también es
posible encontrar maestros de hábitos; por ejemplo, lo que se implantó en los años
noventa en Colombia con la costumbre de tener condones. Buena parte de la
educación sexual de los colegios, en tanto que iba dirigida a prevenir embarazos y
enfermedades de transmisión sexual, era enseñar el uso del condón. Un maestro
en el discurso del Amo enseña hábitos.
Esta posición es problemática cuando el maestro queda fijo allí. De alguna forma,
en un proceso pedagógico, siempre serán necesarios los hábitos. La cuestión es
que la labor pedagógica no se puede quedar allí. Cuando se forma a un niño en el
hábito, de una manera fija, puede no estársele abriendo otras dimensiones de su
vida, que pueden ir en relación a su deseo. Por ejemplo: un adolescente necesita
que se le enseñen hábitos de estudio; pero también es necesario abrir el espectro
y tener en cuenta que un muchacho no es sólo un ser de hábitos, sino también un
sujeto deseante. Y al aceptar esta condición exige de los maestros cierta
movilidad para darle paso, en alguna medida, a lo que el muchacho le inquieta, le
apasiona. De lo contrario, se estaría hablando de una opción pedagógica en la
cual quien recibe el beneficio es el Amo (maestro) en su labor de dominación. Y el
alumno, en su lugar de esclavo, sería visto solamente como un objeto del cual se
goza.
32
Una de las herramientas básicas para este tipo de maestro es el sentido. Esto
quiere decir que cuando dan una orden de difícil cumplimiento, le buscan un
sentido, para reforzar el dominio. Es así, como, por ejemplo, es usual que Dios, la
Patria, el Bien, sean nociones de fácil uso de estos maestros. Entonces,
expresiones como “ésa es la Voluntad de Dios”, “la Patria lo exige”, “hay que
hacer el Bien”, tienen la función de reforzar la orden; pero lo que hacen, en
últimas, es recubrir de sentido el goce de dominio que experimenta el Amo
(maestro). Es decir que, no importa el sentido que utilice el maestro, lo que busca
finalmente es que las cosas marchen.
Lo que resulta de un maestro fijo en este discurso no es una relación del alumno
con el conocimiento, y mucho menos con su verdad. Resulta un alumno-esclavo,
gregario de los mandatos del maestro en posición de Amo. El alumno sí debe
saber algo: obedecer; pues es la forma de satisfacer al Amo.
En Lacan hay otra vía por la cual también se puede pensar la dimensión del amor
en la díada maestro – alumno. Dicha vía es la agalma, como el objeto parcial de la
pulsión.
Para pensar este punto se hace necesario acudir a Lacan en “Los cuatro
conceptos fundamentales del psicoanálisis”, donde comenta a Platón, en el
diálogo “El Banquete” 35, cuando Aristófanes cuenta el mito que expresa lo que es
el amor para él. Es bueno tener presente que este diálogo platónico hace
referencia a los discursos que en torno al amor se pronunciaron en casa del poeta
Agatón, con ocasión del festejo de su triunfo. Los autores de los discursos son:
Fedro, Pausanias, Erixímaco, Aristófanes, Agatón, Alcibíades y Sócrates. Cada
uno con su estilo particular va a decir lo que es el amor.
35
PLATON. El banquete, Fedón, Fedro. Ediciones Orbis. Barcelona, 1983.
36
JAEGER, Werner. Paideia – Los ideales de la cultura griega. Fondo de Cultura económica.
México, 1946. p. 378.
33
siempre es sin importancia. En Aristófanes lo cómico es fundamentalmente una
crítica política a la democracia de la época37. Por eso, aunque el relato de
Aristófanes pueda producir risa, es necesario pensar que de alguna forma Platón,
por medio suyo, hizo una burla a situaciones reales de la época en Atenas.
Aristófanes explica el amor pensando a cada ser humano como la mitad de un ser
en busca de la otra mitad. Cuando se encuentran experimentan una maravillosa
sensación de amistad, intimidad y de amor, que los lleva a nunca querer separarse
el uno del otro. El deseo consiste, entonces, en reunirse y fundirse con el amado y
convertirse, de dos seres en uno.
Lacan le sale al paso a este mito planteando una teoría distinta. Dice que la
experiencia analítica evidencia que lo que se busca amando al otro es esa parte
de sí mismo para siempre perdida que se constituye por el hecho de ser viviente
sexuado. Eso perdido Lacan lo nombra el objeto a, objeto parcial de la pulsión.
Una de las formas en que Lacan explica ese objeto a es retomando lo que es el
objeto de la pulsión para Freud. Dice: “En cuanto al objeto, en la pulsión, que
quede bien claro que no tiene, a decir verdad, ninguna importancia. Es
enteramente indiferente” 39. Lo que lleva a pensar a Lacan que, por ejemplo,
cuando se piensa el objeto de la pulsión oral, dicho objeto no es el pecho
estrictamente, como objeto externo. “El objeto de la pulsión es la presencia de un
hueco, de un vacío, que cualquier objeto puede ocupar. La pulsión le da la vuelta,
lo contornea” 40. Es decir, Lacan diferencia el “objeto de la pulsión” de “los objetos”.
37
Para profundizar en este punto se recomienda el siguiente libro: ROBAYO ALONSO, Alvaro.
BOCHETTI, Carla. WALDE, Giselle von der. Tres ensayos sobre autores de la Grecia Antigua:
Teognis, Aristófanes, Tucídides y Platón. Ediciones UNIANDES. Santafé de Bogotá, 1996.
38
PLATON. El banquete. Fedón. Fedro. Ediciones Orbis. Barcelona, 1983. p. 56 – 61
39
LACAN, Jacques. El Seminario, Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis.
Buenos Aires: Editorial Paidós, 1989. p. 175
40
Ibid.
34
Al primero lo nombra como objeto a, objeto causa de deseo. En la pulsión oral, por
ejemplo, el objeto no es el alimento primigenio; dicho alimento sólo es un
semblante del objeto a, objeto causa de deseo.
Pensando así el objeto a como pérdida irreparable del sujeto es que Lacan
contrapone su teoría al mito de Aristófanes en relación al amor. Para Lacan, el
amor no es la búsqueda del otro que completa, sino la búsqueda de eso que se
perdió irremediablemente, que falta y que es representado por el objeto a. Esta
búsqueda, en la dimensión del amor, la estudia Lacan en el seminario 8 de la
Transferencia en donde va a pensar este objeto a como el objeto agalmático,
objeto parcial de la pulsión. Su punto de referencia sigue siendo Platón en “El
banquete”.
Después de que todos han dicho su discurso, llega Alcibíades con el propósito de
“decir la verdad” en relación a Sócrates. Ya no va a seguir elogiando al amor,
como lo hicieron sus anteriores interlocutores, sino a su maestro, pues si se ha de
hablar de amor, hay que hacerlo donde se manifiesta, en la relación de dos. Por
eso decide hablar de Sócrates. Y para ello, hace comparaciones.
Primero, Sócrates es parecido a los “silenos que hay en los talleres de los
escultores” 41, y que al abrirlos en dos tienen en su interior estatuillas de dioses. En
este punto es que Alcibíades reconoce que Sócrates esconde un tesoro
enigmático semejante a unas estatuillas, divinas, sumamente bellas y admirables,
que son causa del enamoramiento de Alcibíades hacia Sócrates. El discípulo
quiere tener ese objeto que le falta y que supone en el maestro. Dicho objeto es la
agalma.
Sócrates entiende qué es lo que hace Alcibíades: lo ubica en el lugar del Amado.
Pero no sólo eso. Sócrates sabe que lo que quiere su discípulo es intercambiar los
41
PLATON. Op. cit., p. 99
42
Ibid., p. 100
35
lugares; que se dé el intercambio de “belleza por belleza” 43, que se dé la dialéctica
amorosa en la cual el amante es a veces amado, y el amado es a veces amante.
En este intercambio es que se podría haber dado la relación amorosa entre
Sócrates y Alcibíades. Sócrates no acepta la propuesta de Alcibíades. En el
capítulo 3 de la presente investigación se analiza con detenimiento la respuesta de
Sócrates. Lo que interesa para este capítulo es el tratamiento que Lacan le da al
objeto agalmático como objeto causa de deseo.
Desde Lacan la lectura que se hace de esta escena es que Alcibíades busca en
Sócrates “esa parte de sí mismo para siempre perdida”44. El amante busca en el
amado lo que le falta a sí mismo. Por eso es que la base de la relación amorosa
es la falta estructural en el sujeto hablante. En tanto que el sujeto está en falta, se
enamora, suponiendo que el amado es quien posee ese objeto.
36
Pero lo que sucede es que no hay una forma de relacionarse con el conocimiento,
como tampoco hay una forma de amar. Cada sujeto tiene un matiz particular de
hacerlo; y dicho matiz es su propio fantasma. Es decir, que la relación del maestro
con el saber se puede pensar con la fórmula del fantasma: . Y éste de lo
que habla es de lo más particular de cada sujeto. Por eso es que no existe “el
maestro de filosofía”, o “el maestro de literatura”. No existe el maestro universal,
pues no hay una forma de relacionarse con el conocimiento. Lo que existe es un
sujeto que entre los objetos que hacen semblante del objeto a tiene una ciencia
específica. Y es este modo particular de relacionarse con la ciencia lo que le va a
ofrecer a los alumnos. Por eso es que se dice que en la constitución del sujeto, el
Otro le ofrece objetos de goce al infante para que éste los libidinice, los ame. Los
maestros, como representantes de ese Otro, libidinizan una ciencia específica y se
la ofrecen a sus alumnos para que la tomen como semblante del objeto a.
Claro que dicho lazo social implica también algo del orden de lo imposible en tanto
que ese objeto (la ciencia) no se puede ubicar como el que satisface totalmente la
pulsión. De hecho, ningún objeto puede ser ubicado en ese lugar. Nunca hay una
total armonía del sujeto con el saber; nunca el sujeto lo va a saber todo. De esto
da clara cuenta la posición socrática de ignorancia: siempre se es un ignorante
frente al conocimiento.
Lacan formula este imposible de la siguiente forma: “no hay relación sexual”. Y si
no la hay entre maestro y alumno, entonces, aparece el síntoma. De hecho el
amor es una de las formas del síntoma. Pensando esto entre maestro y alumno
sería así: como no hay un encuentro armonioso entre ellos dos, entonces hay
amor. Amor como suplencia de la no relación sexual, del no encuentro armonioso
entre el maestro y el alumno. Lo que quiere decir que estos dos sujetos insertan
su modo de goce en ese vínculo; cada uno por su lado, pero sin la posibilidad de
prescindir de alguno.
37
2.6.2. El maestro en el discurso histérico.
45
PLATON. Alcibíades, o de la naturaleza humana del hombre. Editorial Aguilar Argentina. Quinta
edición. Buenos Aires, 1971.
46
PLATON. Op. Cit., p. 63.
38
Sócrates, en su posición de ignorante, lo que busca hacer con el otro es
agujerearlo con las preguntas para hacer brillar el enigma en eso que el discípulo
cree que sabe. Y esto, lo denuncia a su estilo: “¿No consideras, por tanto, que los
errores en la conducta práctica provienen de esta misma ignorancia, a saber, de
creer que se sabe lo que no se sabe?” 47. Y entonces, ante la posición del sabio
Sócrates, Alcibíades termina por decir que no sabe lo que es justo. Ubicado en
esta posición, lo que sigue es invitarlo a que construya un saber. Lo que hace
Sócrates, entonces, es poner a trabajar a quien llega a él en posición de amo. En
el discurso histérico, el sujeto dividido pone a trabajar al Amo.
47
PLATON. Op. cit., p. 84.
39
La ciencia, y por lo tanto ciertos maestros, van en una dirección distinta al
psicoanálisis, en tanto que excluyen la verdad del inconsciente. “De la verdad
como causa no quiere saber nada”, dice Lacan en “La ciencia y la verdad”, en
relación a la ciencia. Por eso lo pretendidamente científico es aquello en lo cual el
sujeto nada tiene que ver, sino como operador de unas metodologías que arrojan
unos resultados objetivos. Lo que pretenda ser ciencia, entonces, no puede contar
con la verdad del sujeto. Y un maestro al servicio de la ciencia, tampoco.
48
LACAN, Jacques. El Seminario, Libro 17: El reverso del psicoanálisis, Barcelona : Paidós, 1992.
p. 107.
40
El S1 es la verdad que esconde el S2 y que hace operar un imperativo:
“Adelante, continúa, continúa a saber siempre más”49. Con la ilusión de que con
este saber se hace a un ser. Pero esto es pura ilusión burocrática. Lacan, en el
seminario 19 “O peor”, plantea que con ese imperativo de saber más y más cada
vez, el sujeto se hace a un saber, pero en términos de ropaje. Dice: “Un discurso
que está hecho únicamente para que el saber haga de ropaje, es el discurso
universitario” 50. Ese saber viste al estudiante y le da insignias, títulos (bachiller,
universitarios, técnico, tecnólogo) con los cuales puede figurar en el mundo
imaginario de la acadamia y del capitalismo. Por eso se tiene el supuesto de que
si alguien tiene más títulos, entonces sabe más, y por lo tanto, trabaja mejor.
Es un buen final, ya que es una posición que cuenta con el discurso analítico
ubicando al maestro como analizante. Además, es la posición que Freud ubica
como ideal de formación para un maestro. Lo dice en dos ocasiones así:
49
LACAN, Jacques. El Seminario, Libro 17 : Op. cit., p. 110.
50
LACAN, Jacques. Seminario 19. O peor. Clase 1. Del 4 de noviembre de 1971. CD.
51
FREUD, Sigmund. Prólogo a August Aichhorn. Vol. XIX, Obras completas. Buenos Aires :
Amorrortu, 1979. p. 298.
41
“La única preparación adecuada para el oficio de pedagogo es una formación
psicoanalítica profunda” 52.
Lo que se puede deducir de estas dos citas es que con la invención del
psicoanálisis es posible pensar en una nueva posición para el maestro producto
de pasar por el dispositivo analítico.
Esta primer tarea tiene consecuencias grandes en la labor docente pues avisa de
una diferencia: una cosa es observar los actos de los alumnos, y otra cosa muy
distinta es interpretarlos tratando de leer la constitución psíquica que esconden
dichos actos; o, en términos freudianos, el maestro debe interpretar “lo que se
juega en su inacabada vida anímica”. Un niño miente, roba, pelea; estos son
actos. De lo que habla Freud como primer tarea del educador es leer qué de la
vida anímica se juega en dichos actos.
52
FREUD, Sigmund. Conferencia 34ª. Op. cit., p. 138.
42
y otros que no tanto. La modulación entre el amor y la autoridad se favorece en
tanto que se tenga noticia de la particular constitución psíquica del alumno.
Freud, entonces, ve necesario el análisis personal para cumplir estas dos tareas.
43
El saber producido en el discurso analítico siempre es parcial, puesto que la
verdad sólo puede medio decirse. Esta parcialidad del saber lleva a pensar que
un sujeto en el discurso analítico es fisurado, barrado. De ahí que Marie Helene
Brousse en su libro Los cuatro discursos y el otro de la modernidad plantee que
“lo que produce la experiencia analítica es la histerización” 55; entendiendo por
histerización el hecho de que en el lugar del todo saber se coloque el sujeto
barrado ($). Un sujeto en el dispositivo analítico, se histeriza, sabe de su falla en
el saber.
55
BROUSSE, Marie Hélène. Los 4 discursos y el otro de la modernidad. Cali : Editorial Letra, 2000.
p. 166.
44
3. POSICIONES DEL MAESTRO DESDE LA TRANSFERENCIA
- En la vida psíquica del sujeto los primeros seis años son fundamentales,
pues es en esa época donde se configura el tono de las relaciones con las
personas en etapas posteriores.
- En la configuración de dichos vínculos hay unos modelos, que son las
personas encargadas de la crianza del niño.
- Configurado el tono afectivo de los vínculos, las personas que llegan luego
son sustitutos de los modelos.
Estos tres puntos que se resaltan esconden el concepto psicoanalítico central para
este capítulo: la transferencia. Freud identifica a los maestros como unos
personajes sobre los cuales se transfieren los tonos afectivos que se vivieron en la
56
FREUD, Sigmund. Sobre la psicología del colegial. Op. cit., p. 249.
45
primera infancia; de esa forma es que el maestro se convierte en un sustituto del
modelo parental. Este primer acercamiento al concepto de transferencia es
necesario ampliarlo.
Freud no se queda ahí. Años después del incidente entre Breuer y Berta, escribe,
en 1914, “Recordar, repetir, reelaborar”. Allí construye el siguiente paso: esa
resistencia hay que interpretarla. El camino, entonces, es así: primero, el paciente
quiere repetir con el analista el esquema amoroso que vivió en su primera infancia;
segundo, eso que se quiere repetir, se convierte en un factor de resistencia; y,
tercero, el analista debe interpretar dicha resistencia. Este tercer punto es lo que
hace Freud cuando le interpreta a Dora que ella está transfiriendo sobre él los
reproches que ella tiene de su padre. El analista, entonces, hace un corte en el
intento de repetición del paciente, por la vía de la interpretación.
57
FREUD, Sigmund. Conferencia 27: La transferencia. Vol. XVI, Obras completas. Buenos Aires :
Amororotu, 1979. p. 399.
58
FREUD, Sigmund. Puntualizaciones sobre el amor de transferencia. Vol. XII, Obras completas.
Buenos Aires : Amorrortu, 1979. p. 165.
46
Dicha interpretación es del siguiente tenor: lo que el paciente está queriendo vivir
conmigo es una repetición de los esquemas de relación que vivió en su niñez. Con
dicho saber el analista lanza al paciente a recordar su infancia, por la vía de la
asociación libre, pues es allí donde está el “núcleo patógeno”59 del sujeto que se
transfiere en la relación con el médico. Entendiendo por núcleo patógeno aquello
que el paciente quiere repetir, mas no recordar. La labor del analista está en
hacer un corte en la repetición y lanzar a la rememoración.
Es por esto que la transferencia pasa de ser una resistencia a ser la herramienta
imprescindible en la dirección de la cura. Eso que pone en acto el paciente con el
analista es un material básico para el tratamiento; por eso la transferencia ya no
es una resistencia sino lo que hace posible que las mociones de amor escondidas
salgan a flote. De hecho es en este punto en el que Freud trae a colasión la frase:
“nadie puede ser ajusticiado in absentia o in effigie”60. Si en un primer momento la
transferencia fue entendida como resistencia, hay un segundo momento en el que
se entiende que presta el inapreciable servicio de volver actual eso que no se
quiere recordar del pasado.
47
el fantaseo” 62, dice que tiene tres momentos: Uno que es el presente. La fantasía
tiene como punto de partida alguna situación o persona actual que despierta los
deseos de la persona. El segundo momento tiene que ver con que eso actual hace
que aparezca, o que se recuerde una vivencia del pasado, infantil, en la cual ese
deseo se cumplía. Y el tercer momento es la creación fantasiosa de una situación
futura, en la cual, dicho deseo se cumpla.
El primer texto es toda una reflexión sobre la “sorprendente frecuencia” con la cual
la fantasía “pegan a un niño” 63 es confesada por personas que acuden al
tratamiento analítico. Freud allí se pregunta: ¿por qué se anudan sentimientos
placenteros? ¿a qué momento de la historia personal se remite la fantasía? ¿quién
era el niño azotado? ¿quién era el azotador? Lo que interesa para la presente
investigación es si su base está en la realidad. Y la respuesta es la siguiente: en
62
FREUD, Sigmund. El creador literario y el fantaseo. Vol. IX, Obras Completas. Buenos Aires:
Amorrortu, 1979. p. 130
63
FREUD, Sigmund. Pegan a un niño. Vol. XVII, Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu, 1979.
p. 177
48
muy pocas ocasiones, dicha fantasía tiene un referente en la realidad; y cuando lo
tiene, es un hecho “trivial”. Varias hipótesis tenía Freud sobre la mesa en relación
al hecho que potenció dicha fantasía: Una, situaciones escolares en las cuales un
maestro le pega a un niño; dos, alguien le pega a un hermano suyo; tres, el
padre le pega a otro niño; cuatro, el azotar mismo puede ser sustituido por
castigos y humillaciones de otra índole. En fin, es una situación de la realidad no
muy clara y de segundo renglón.
Y el segundo texto freudiano que habla sobre la base real o no que tiene la
fantasía, parte de varios elementos: un recuerdo de Goethe, dos pacientes de
Freud y la observación de la doctora Von Hug-Hellmuth, de la Sociedad
psicoanalítica de Viena. Los tres elementos coinciden en lo que describe Goethe
como un recuerdo de su infancia: tiraba a la calle los “platitos” con los que jugaba
en la sala. Y como ellos gritaron, “¡otro más!”, entonces, fue botando al pavimento
todas las pequeñas fuentes, escudillas, jarras. Cuando se le acabaron los
juguetes, fue a la cocina en busca de más platos para seguirlos tirando a la calle.
Hasta aquí el recuerdo de Goethe. Freud se pregunta ¿qué tiene que ver ese
recuerdo con los dos casos clínicos que está estudiando? Porque es que lo que
inquieta a Freud es que otras personas, que lo más seguro no han tenido contacto
con la literatura alemana, tengan el mismo recuerdo de tirar cosas a la calle. Y
entonces, a partir de los elementos que tiene, demuestra una hipótesis: “el encono
del niño por la aparición esperada o ya consumada de un competidor se expresa
en la acción de arrojar objetos afuera, por la ventana, así como en otros actos de
conducta díscola y manía destructiva” 64. Los tres casos clínicos en cuestión, y el
mismo Goethe, estuvieron en la situación fantasiosa de sentirse amenazados por
un competidor. Lo que lleva a pensar que lo central del recuerdo no es la historia
real misma, sino la fantasía que se crea a partir de, por ejemplo, el nacimiento de
un hermano.
49
infancia y se transfiere a las personas del presente, en este caso, al maestro.
Cambia la persona pero el tono afectivo permanece; se desarrolla o se transmuda,
pero ya no se cancela. Las fantasías actuales y las primeras no son
independientes. Lo que hace posible que las fantasías primeras se actualicen en
el presente, es la transferencia.
El texto tiene una estructura bien definida: una primera parte donde Freud
describe lo fenomenológico de la relación maestro - alumno, y una segunda parte
donde se hace la pregunta por las causas.
Lo que entonces demuestra que Freud escribe el texto “Sobre la psicología del
colegial” teniendo como herramienta el concepto de transferencia. Claro que en
dicho texto no se habla del analista, sino del maestro, punto central de la presente
65
FREUD, Sigmund. Sobre la psicología del colegial. Op. cit., p. 248.
50
investigación. Por eso lo que sigue es pensar las posiciones del maestro que se
desprenden de dicho concepto.
La primera posición más evidente es la que menciona cuando dice que el maestro
es “sustituto de esos primeros objetos de sentimiento” 66. Es decir, los maestros
entran en la serie psíquica que tiene el alumno a partir de las imagos que
construye en su primera infancia (antes de los 6 años). El alumno se relaciona
con el maestro a partir del tono afectivo que construyó en la relación con las
personas que se encargaron de su crianza. Así es que un alumno, entonces, vive
con sus maestros fantasías semejantes a las que construyó en su núcleo edípico.
El alumno en su infancia construyó una relación con su padre, y, a partir de esta
misma construcción se relaciona con el maestro que posteriormente ingresa en su
vida.
El texto anterior tiene una particularidad que es interesante resaltar. Presenta a los
alumnos viviendo una relación entre el odio y el amor, o, como lo llamaría Lacan,
odioamoramiento. Experimentan las dos realidades: cortejo y separación, simpatía
66
Ibid., p. 249.
67
Ibid., p. 249.
51
y antipatía, forman y deforman sus caracteres, miran las debilidades del maestro y
sus excelencias. Con esto lo que se plantea es que el maestro no sólo es el
amado, sino también muchas veces el odiado. Esto se puede entender con la idea
que tiene Freud de la transferencia positiva y la negativa, asumiendo la una como
los sentimientos tiernos y la otra como los hostiles con respecto al analista 68. En
tanto que con el maestro también es posible estar en transferencia, se hace
posible vivir cualquiera de sus dos tipos, ya sea positiva o negativa. Lo que hace
el maestro con ese odioenamoramiento ya es otra cosa. Por ahora es necesario
tener claro que uno de los lugares del maestro en la fantasía del alumno es el del
ser amado y/u odiado.
Entre los alumnos hay otra fantasía muy característica en relación al maestro:
suponen que el maestro sabe. En el centro de la escena pedagógica está esta
fantasía. El alumno supone que el maestro conoce el tema que le está
enseñando. Siendo así, lo que pasa es que va a esperar que sea el maestro quien
le resuelva todas las dudas. Con esta fantasía bien afianzada lo que resulta es
una escena pedagógica en la cual el alumno espera que el maestro responda a
todas sus demandas de saber. Y si no lo hace será juzgado como un mal maestro.
68
FREUD, Sigmund. Sobre la dinámica de la transferencia. Op. cit., p. 102.
69
FREUD, Sigmund. Sobre la psicología del colegial. Op. cit., p. 249.
52
ídolos son señalados por los medios de comunicación, que a la vez están regidos
por los intereses económicos del mundo globalizado.
Es este estilo de vida marcadamente capitalista que hace que el maestro no entre
a formar parte del conjunto de los ideales. La vida de un maestro, para un
adolescente, no es llamativa. Lo llamativo son profesiones que en el imaginario
cultural dan acceso a un estilo de vida con ciertos lujos: ingeniería, administración,
negocios internacionales, modelaje, actuación, telecomunicaciones, etc. Y son las
personas que ejercen estas profesiones quienes son ubicadas por la cultura en el
lugar del ideal. Y los encargados de transmitir ese ideal son los medios de
comunicación; y en este momento, la Internet es la que lo hace de una manera
más eficaz. La superautopista está siendo la maestra de la juventud del siglo XXI,
en tanto que transmite los ideales de nuestra cultura.
Se puede decir más: en un colegio tradicional, los maestros más valorados son
los que enseñan las ciencias exactas; es decir, química, física, matemáticas, y
materias afines. Esto porque son las ciencias más necesarias para que el
muchacho cumpla con el ideal capitalista que la cultura actual le está mostrando.
Los maestros de segunda categoría son los que enseñan materias que en el ideal
cultural no son llamativas: música, sociales, literatura, etc. Lo que hace pensar
que, actualmente, un maestro es más valorado en tanto que el conocimiento que
transmita esté al servicio del capitalismo imperante.
70
Ibid., p. 249.
53
Él, en este lugar de imago, opera con un semblante paterno, con el que le
transmite, no todavía un conocimiento específico, sino los rudimentos básicos de
la vida humana: asumir la ley; que, en esa etapa de la vida se ve traducido en
cuestiones básicas como el control de esfínteres, el respeto a la norma, etc. Lo
que trae como consecuencia ubicar al maestro como la figura que actualiza la
castración que se vivió en el complejo de Edipo; entendiendo por castración como
la prohibición al goce. El maestro en la guardería, entonces, es el que le dice al
niño: “la vasenilla es para hacer popó”, “no le puedes pegar a los otros niños”, “no
te puedes salir de este lugar”, etc. Es decir, el maestro, con sus órdenes, le da
orden al niño, lo sigue inscribiendo en el mundo simbólico de los seres humanos.
Se puede ir más allá. En los colegios existe lo que llaman “Escuela de padres”; y
con este nombre se refieren a un espacio pedagógico en el que los maestros le
enseñan a los padres a ser padres, a educar a los hijos. Lo que hace pensar que
la crianza de los niños no corresponde exclusivamente a la etapa que va de los 0
a los 6 años. De alguna forma, el hecho de que un padre de familia asista a esas
reuniones, se puede leer como que ellos le suponen un saber al maestro con
respecto a cómo criar a sus hijos. Lo que hace que los padres de familia se
conviertan en un alumno más que le supone a los maestros un conocimiento sobre
la educación de sus hijos. “Dígame qué hago con este muchacho”, es una frase
muchas veces repetida por los padres en sus reuniones con los maestros. El
maestro, entonces, puede estar en el lugar de las personas que se ocupan de la
“crianza” de los niños, en cualquier etapa de sus vidas.
Esta tercera posición de alguna forma nos remite a tener presente a un maestro
que no es neutro en las intervenciones que hace sino que, por el contrario, pone
en juego sus fantasías, su deseo en la escena pedagógica. Esto no es otra cosa
sino la “corriente subterránea” mencionada por Freud en relación al maestro;
54
corriente que se pone en juego en la escena pedagógica y que se constituye en
una de las bases sobre las cuales los alumnos construyen su personalidad.
Fantasías que no siempre están del lado del amor, sino también del lado del odio.
Cuando se pensó al maestro en el lugar de objeto se dijo que una de las vías por
las cuales el alumno ingresa al maestro a su vida era el odioeamoramiento; esto,
a causa de la transferencia positiva o negativa que se instala entre maestro y
alumno. De la misma manera se puede pensar al maestro ahora que se le está
viendo, ya no como objeto, sino como sujeto. Él ingresa a los alumnos también por
la vía del odioamoramiento. Es muy evidente que el maestro no sólo ama a sus
alumnos. Esto último sólo es un ideal que la cultura le plantea. Lo real es que el
maestro, en tanto sujeto, vive también las dos realidades, odio y amor, con sus
alumnos.
55
mundo como un amo en búsqueda de alumnos vacíos dispuestos a dejarse llenar
de su sabiduría.
Esto que se plantea puede sonar a exageración, pero no. Cuando un maestro
siempre tiene respuesta a todas las preguntas que le hace su alumno, él se está
queriendo ubicar en el lugar de saberlo todo; es decir, a la fantasía del alumno,
responde con otra fantasía. Y ubicarse allí lo que trae como consecuencia es toda
una posición pedagógica en la que se le ahorra al alumno el esfuerzo de
investigar. O en otras palabras, se le obtura su pasión por el conocimiento. La
opción que queda no es que el maestro se quede callado siempre. La cuestión es
que si el muchacho a toda hora encuentra satisfacción rápida de su curiosidad en
el maestro, lo que va a aprender es toda una actitud frente al conocimiento que
nada tiene que ver con construirlo, sino con recibirlo.
En el segundo capítulo se pensaron las posiciones del maestro tomando como vía
el objeto agalmático que se evidencia en el discurso de Alcibíades del diálogo
platónico de “El Banquete”. Dicha vía se escogió, pues el concepto a articular allí
era el de pulsión. En este tercer capítulo el concepto es el de transferencia; para
71
Ibid., p. 249.
72
FREUD, Sigmund. El yo y el ello. Vol. XIX, Obras completas. Buenos Aires : Amorrortu, 1979.
p. 36.
56
ello, el punto a analizar son las respuestas que le da Sócrates a la confesión
pública de amor que le profesa Alcibíades a su maestro.
Primero, “mira mejor, no se te vaya a escapar que yo no valgo nada” 73. Sócrates
con esta intervención, le dice a Alcibíades que él no posee eso que le supone,
que en él no hay nada amable. Sócrates se corre de ese lugar de amado en el que
lo ubica Alcibíades; en últimas, no deja que suceda la metáfora del amor, cuya
condición primera es que Sócrates se deje ubicar en el lugar del amado, y luego
advenga como amante. En eso, precisamente, es que consiste la metáfora del
amor: “es la sustitución del erómenos por el erastés” 74. Lo que espera Alcibíades
es que, allí donde ubica a Sócrates como amado, éste advenga como amante.
Sócrates rechaza ese lugar declarando que en él no hay nada amable.
73
PLATON. El banquete. Fedón. Fedro. Op. cit., p. 106.
74
LACAN, Jacques. El Seminario, Libro 8 : La transferencia. Buenos Aires : Ediciones Paidós,
2003. p. 183.
57
moraleja de nuestros 75 padecimientos y ponte en guardia y no escarmientes,
como el tonto del refrán, con los tuyos propios” 76.
El papel que juega el lugar en el que cada uno se sienta es importante y por eso
es bueno detenerse un poco allí. Unas gráficas pueden ayudar:
75
Alcibíades dice “nuestros”, pues él argumenta que no sólo a él lo ha rechazado, sino también a
Cármides, Glaucón, Eutidemo, y “a muchos otros”.
76
PLATON. Op. cit., p. 111.
77
Ibid., p. 112.
78
Ibid., p. 113.
58
En un primer momento, Alcibíades se ubica a la izquierda de Sócrates. Lo que
implica, según las nuevas reglas que él mismo concertó con Erixímaco, que le va
a hacer un elogio a su maestro. Eso hace. Y, como añadido, le advierte a Agatón
que no se deje engañar de Sócrates. El maestro le hace la interpretación ya
mencionada arriba, y Agatón responde ubicándose a la derecha de su maestro; es
decir, en el lugar de quien va a ser elogiado.
59
Lo que hace evidente que la interpretación que hizo Sócrates del discurso de
Alcibíades es verdad: Alcibíades a quien ama es a Agatón, pues lo quiere ubicar a
su derecha, le quiere hacer un elogio.
60
Sócrates se corre pues no tiene nada amable para Alcibíades; el amable es
Agatón, que se hace a su derecha, a quien Sócrates le quiere hacer el elogio.
Entonces, como se muestra en la gráfica, Agatón queda a la derecha, tanto de
Alcibíades como de Sócrates.
Lacan lee este elogio como una respuesta a la demanda de Alcibíades. Socrates
pareciera decir: no tengo nada amable, ama a quien yo voy a elogiar, es a él a
quien yo le supongo la posesión del objeto agalmático. Sócrates sabe que en el
amor de lo que se trata es de un intercambio de objetos, y por eso es que que
sustituye una cosa por otra. Lacan, en dicha sustitución, ve que Sócrates se
engaña, pues desconoce la función esencial del objeto agalmático 79. Es decir,
Sócrates no se ubica del todo en la posición del analista, pues si es verdad que se
corre del lugar en el que Alcibíades lo quiere, también es verdad que no deja el
lugar vacío, sino que lo llena con Agatón. Hace un intercambio de objetos.
79
LACAN, Jacques. El Seminario, Libro 8. Op. cit., p. 187.
80
PLATON, Op. cit. p. 100.
61
Para Lacan la sugestión está definida por la alienación que tiene un sujeto frente a
otro; y la explica partiendo de lo que sabe del amor. El sugestionado entra en un
“estado de dependencia, verdadera perversión de la realidad por fascinación ante
el objeto amado y su sobreestimación” 81 . En la tónica en la que se ha tratado aquí
la transferencia se podría decir que el sugestionado es el amante que, fascinado
por el objeto que le supone al amado, queda en un estado de dependencia tal, que
el efecto inmediato es percibir la realidad a partir del amado, que en este caso
vendría a ser el sugestionador82.
Pensada así la sugestión es que se puede percibir con claridad su diferencia con
la transferencia en el dispositivo analítico. Del lado de la sugestión hay una
relación en la cual el paciente le supone al analista algo de saber sobre su
padecimiento, y éste responde usando ese poder que se le confiere. Del lado de la
transferencia, de igual forma el paciente le supone un saber al analista, pero la
diferencia estará en que este último no encarna ese lugar en el que es puesto,
deja ese lugar vacío. En el dispositivo, al analista se le confiere un poder, pero la
dirección de la cura consiste, precisamente, en no utilizarlo, para no encerrar al
sujeto en la demanda satisfecha, cuyo efecto sería, simplemente, la identificación
del paciente con los significantes del analista.
81
LACAN, Jacques. El Seminario, Libro I. Op. cit., p. 194.
82
Lacan piensa que estos sugestionadores son algunos analistas de su tiempo, en tanto que
buscan el final de análisis en la identificación del paciente con su analista.
83
Una persona canjeable es que tiene la posibilidad de ser canjeada. Una persona amable es
porque tiene la posibilidad de ser amada.
62
Un maestro que no sea amable es mal visto, pues de alguna forma en nuestra
cultura hay tres palabras muy ligadas: educación – bien – amor. Y el maestro es
la persona que las articula así: él enseña el bien amando a sus alumnos. Casi se
le exige al maestro que sea amable, que tenga unas características personales
especiales con las cuales se gane el amor de los alumnos y sus padres.
En lenguaje psicoanalítico sería así: la cultura le pide al maestro que encarne ese
objeto agalmático que se le supone para que sea amable. En nuestra cultura, ante
un elogio tipo Alcibíades, la respuesta del maestro sería una alegría inmensa,
pues el hecho de que un alumno reconozca en su maestro a una figura silénica
por las bellezas que esconde, o a alguien parecido al sátiro Marsias por su
dominio de la palabra, es algo inmensamente gratificante. Discursos de ese tipo
suceden usualmente en las ceremonias de graduación cuando hace su discurso el
alumno ejemplar de la institución: expone públicamente cuán amables son sus
maestros. Y éste se alegra y agradece; es decir, cumple con la misión que le
encomienda la cultura.
Sócrates, por el contrario, se presenta en esta escena como no amable: mira bien
que yo no tengo nada amable para ti, le dice a Alcibíades. Incluso se podría decir
que entre ellos dos no se vive un amor tal como la cultura lo espera, sino que lo
que se vive es un odioenamoramiento84. Si es verdad que en este diálogo
Sócrates no cae en el juego seductor de Alcibíades, en otro diálogo platónico
como “Alcibíades o de la naturaleza humana”, se muestra una relación que no es
precisamente de odio. Esto mismo se puede corroborar en la estructura misma
del discurso de Alcibíades: primera parte, el elogio, comparándolo con un sileno y
con el sátiro Marsias; segunda parte, su queja por los constantes desaires de los
que ha sido víctima; y tercera, la advertencia a Agatón para que no se deje seducir
de Sócrates. La primera parte, amor; y las dos últimas, odio.
63
¿qué imagen le estoy proyectando al alumno?, ¿qué lugar tengo yo para el
alumno?, ¿cuál es el valor que me da el alumno en su vida?. En esta dirección se
topan con el saber muy poco, preocupados por proyectar una buena imagen. El
maestro que tiene como eje principal el ser amable se enreda en un juego
especular con el alumno85.
- Hay una relación de dos, en la cual uno depende del otro. En este caso, el
alumno depende del maestro.
- Dicho estado de dependencia tiene como consecuencia que el alumno tiene
una visión perversa de la realidad; ésta no se capta tal cual es, sino que se
capta desfigurada por el efecto de dependencia que se tiene con el
maestro. ¿Cómo se ve la realidad? Tal cual la ve el maestro.
- La causa de dicha perversión es la fascinación ante el objeto amado que en
este caso es el maestro. No cualquier forma de amar tiene este efecto
sugestivo; es la sobreestimación la que que lo produce.
85
La referencia que se hizo en el anterior capítulo sobre el yo – ideal y el maestro amplían esta
posición.
86
Ibid., p. 194.
64
De estos tres elementos hay uno que es necesario ampliar un poco: la visión
perversa de la realidad. Alguien podría pensar que si de lo que se habla es de
algo perverso, entonces, existe la posibilidad de que alguna visión de la realidad
no lo sea. Y la verdad es que, para Lacan, no es posible aprehender la realidad
por fuera del efecto sugestivo. Es decir, no hay una visión de la realidad tal cual
es. Siempre se capta a través del Otro. De hecho, pensando la sugestión en el
Seminario 4 llamado La relación de objeto, llega a decir que es este proceso el
necesario para transmitir de una generación a otra la organización simbólica del
mundo; es decir que sin sugestión no existiría el mundo tal como lo conocemos.
Esto lo que trae como consecuencia es un cambio de visión sobre los procesos
sugestivos, pues, en principio se puede pensar en ellos como algo que es
necesario evitar. Pero no. La sugestión tiene su función: transmitir de un sujeto a
otro el orden simbólico del mundo, es lo que plantea Lacan. Y es ésta,
precisamente, la mayor misión del educador: transmitirle a las nuevas
generaciones un orden simbólico que organice el mundo del niño. Por eso es que
se le enseñan las ciencias: física, matemáticas, biología, filosofía, etc. El ser
humano ha ordenado el mundo desde lo simbólico con las ciencias específicas; y
es esto precisamente lo que el maestro deberá transmitir vía sugestión.
Aquí se está haciendo una igualdad entre la ciencia y Agatón en tanto que los dos
son objetos libidinizados, objetos en los que se encuentra algo de ese brillo que
enamora, y que causa el deseo. Pensar a Agatón como objeto es fácil partiendo
de su participación en la escena en cuestión: Alcibíades, antes de hablar, lo
coronó con unas cintas que tenían destinadas para ello; luego, después de hacerle
el elogio a Sócrates, se dirige a él para advertirle de la actitud de Sócrates; luego,
87
PLATON. Op. cit, p. 112.
65
el maestro le hace caer en cuenta de lo que pretende Alcibíades. Se quiere ubicar
a la derecha de Sócrates para ser alabado por él, pero Alcibíades lo invita a
sentarse a su derecha; finalmente se sienta a la diestra de Sócrates, y se dispone
a ser elogiado por él. Al fin de cuentas lo que resulta de todos estos movimientos
es que Agatón está en posición de objeto amado de Alcibíades y Sócrates. Y si
amado, eso quiere decir que es a quien Sócrates le supone el objeto agalmático.
Un maestro dirige a su alumno hacia donde cree que están esos objetos divinos,
estatuillas de dioses: la ciencia.
Dice Alcibíades: “(...) estoy consciente de que no puedo negarle que no se debe
hacer lo que él ordena, pero que, una vez que me voy de su lado, sucumbo a los
honores que me tributa la muchedumbre” 88. Alcibíades queda atrapado por las
palabras de Sócrates. Su corazón salta de emoción cuando lo escucha, y en su
presencia no le es posible negar algo de lo que él dice. Pero cuando se va de su
lado, deja de ocuparse de su alma, y se entromete de nuevo en la política
ateniense, haciéndoles creer que sabe de política. La presencia de Sócrates para
Alcibíades es arrolladora, imponente, y cuando abre su envoltura dejando ver las
estatuillas de dentro, tan bellas, tan divinas, no queda otro remedio que hacer lo
que él ordena.
88
Ibid., p. 102
66
4. CONCLUSIONES: ALGUNAS POSICIONES DE LOS MAESTROS
CONTANDO CON LA PULSION Y LA TRANSFERENCIA.
Por eso, es un maestro que entra en el juego del amor /odio, en una relación de
especularidad con sus alumnos. En el lenguaje escolar, es el maestro que mueve
su acción pedagógica según las roscas que maneja en el salón. Habrá unos
alumnos simpáticos para él, otros no tanto; los unos serán más favorecidos que
los otros.
En este mismo punto se puede pensar también al maestro agresivo con sus
alumnos, en tanto que es en este registro imaginario donde se ubica la
agresividad. Expresiones como, “en este período vos no me ganás la materia”, son
un ejemplo claro de un maestro en esta posición.
67
Un maestro así deja al margen de la relación con su alumno su misión de
transmitir la cultura. Preocupado por cuál es su lugar en el otro olvida un poco la
ley que la cultura le pide que transmita a sus alumnos.
Es posible encontrar maestros fijos en esta posición. Esto sucede porque creen
poder encarnar esos ideales que pregonan. Así, fácilmente se pueden convertir
en tiranos, no sólo en relación a sus alumnos, sino en relación a sí mismos. El
maestro puede hacer un semblante para ubicarse en el lugar del ideal del yo; el
problema es cuando pretende encarnarlo. Se puede llegar así a formas de
violencia muy sutiles, ya que puede no incluir una agresión física, sino la exigencia
constante de llegar a ser el ideal.
Un maestro en este discurso goza haciendo sus alumnos unos seres de hábitos.
En la primera infancia, un maestro en este lugar es necesario para que el niño
aprenda los hábitos para su vida en este mundo. La cuestión es que toda la
pedagogía no puede estar en este eje. El saber que adquiere el alumno en este
lugar es necesario, pero no suficiente para su vida.
En todo caso, no deja de existir el maestro que le interesa más el orden en los
cuadernos que el conocimiento mismo. He aquí a un maestro operando desde el
discurso del Amo; sólo le interesa que el alumno obedezca a sus requerimientos,
pues así él goza.
68
4.1.4. Maestros en el discurso histérico: .
Finalmente, un maestro en esta posición está sostenido por un goce que lo llena
de pasión en su lugar de investigador. Dicho goce está representado en el
matema con la a. Maestro apasionado por el conocimiento transmite dicha pasión
a sus discípulos.
En esta posición el dominante es el saber (S2); por lo tanto, un maestro así tiene
como único norte transmitir un conocimiento específico, al punto, de que su ser se
confunde con el saber. Un sujeto en esta posición tiene el imperativo que reza:
“continúa a saber siempre más”. Por eso son maestros que se presentan como
sabios en relación a su saber específico. Claro que es necesario aclarar que ese
saber tiene la particularidad de ser pura apariencia; entendiendo aquí por
apariencia, lo que plantea Lacan sobre el saber como ropaje; es decir, un saber
burocrático lleno de insignias y títulos. Se puede saber mucho sobre un
conocimiento específico, pero nada del lado de la verdad propia.
69
Personajes en esta posición se dirigen a alumnos que es necesario llenarlos de
conocimiento. El alumno aquí está representado por la letra a. Se habló
finalizando el siglo pasado de la educación bancaria; es decir, la escuela como un
lugar en el cual el alumno llegaba para que el maestro le consignara el
conocimiento. Es por esto que el alumno con un maestro instalado en este
discurso queda convertido en un objeto, en términos lacanianos, “a-estudiado”, “a-
formado”. El alumno se aprenderá la lección, será evaluado por su maestro, y
nada de la verdad inconsciente aparecerá en escena.
Estar en esta posición tiene la particularidad de que ese sujeto está avisado del
lugar en que ocupan la ciencia y los alumnos en su fantasma; se medio sabe algo
de la propia verdad inconsciente. Y esto trae como consecuencia que el maestro
haya perdido algo del goce propio. Esto le posibilita modular de posición en
posición dependiendo del momento en el que esté el alumno que tiene en frente.
70
Es usual pensar al maestro siempre en una posición activa en la relación al
alumno. Teniendo como herramienta el concepto de transferencia, es posible
pensarlo también como objeto; no cualquiera, sino como objeto en la fantasía del
alumno. Con esto lo que se quiere decir es que el alumno le supone cosas al
maestro, aunque él haya hecho poco o mucho para ganárselas. Eso que le
supone al maestro está en dos direcciones: la del odioamoramiento y la del saber.
Cuando el maestro sabe su lugar de objeto aprende que no puede asumir todo lo
que le dice el alumno de una manera personal pues mucha parte de eso tiene muy
poco que ver con él mismo sino con las fantasías del alumno. Saberse en ese
lugar ayuda a desdramatizar algunas posiciones de los alumnos, sobre todo
cuando quedan frustrados porque ese personaje no es ni tan sabio, ni tan rico, ni
tan poderoso como lo supuso. De hecho, para Freud es muy claro que cuando se
idealiza tanto a una persona, lo realmente idealizado son algunos rasgos de la
imago paterna; por lo tanto, el maestro participa, pero no del todo.
89
FREUD, Sigmund. Sobre la psicología del colegial. Op. cit., p. 249.
71
La cuestión también es que el maestro como criador no sólo se queda para
aquellos que atienden en las guarderías infantiles. Los padres de familia le
suponen al maestro un saber sobre la crianza de sus hijos en cualquier etapa de
su vida. En los últimos años, cuando la mayoría de los niños son diagnosticados
con hiperactividad, los padres cada vez más se están viendo con la dificultad de
sostenerse en el lugar de la autoridad; entonces, ante dicha dificultad, se le
demanda al maestro un saber sobre ello. Los colegios atienden este llamado y se
crean, entonces, las Escuelas de Padres como espacios pedagógicos construidos
por los maestros para satisfacer la demanda de los padres de familia ante la
dificultad, cada vez mayor, de criar a sus hijos.
En el análisis que se hizo del texto “Sobre la psicología del colegial” se vio muy
evidente que el alumno participa en la relación con el maestro como sujeto; es
decir, él pone en juego todas sus fantasías en relación al maestro y lo ubica como
objeto. Pero también se hizo una deducción: el maestro, que fue niño en su
momento, también tiene su posición como sujeto en la relación. Lo que quiere
decir que también se conduce teniendo como base sus fantasías, ubicando al
alumno en el lugar de objeto.
Plantear la posibilidad de que el maestro aparezca de este modo hace que los
ideales en los que se quiere enmarcar al maestro sean menos exigentes de lo que
suelen ser; porque, entonces, se puede pensar en la posibilidad de que el
maestro, por ejemplo, sienta odio frente a su alumno. Es decir, nada lo hace
excento de las emociones propias de todo ser humano, y, por lo tanto, con mucha
más razón, no se le puede exigir neutralidad total en sus decisiones. El maestro
influye en sus alumnos más por el hecho de ser un sujeto deseante que por la
cátedra impartida. Y, en tanto que es sujeto deseante, presenta su falla. Y si falla,
el ideal no puede ser alcanzado en su totalidad.
Llegar a este punto también implica pensar en cuáles podrían ser los énfasis
necesarios en la formación de un maestro. Mucho conocimiento, eso es evidente,
pero también mucho trabajo sobre la propia personalidad. Por algo Freud tenía
72
muy claro que la formación fundamental para los maestros era el propio análisis
como herramienta para construir algo de su verdad como sujeto.
Sócrates con sus respuestas a Alcibíades hace esto último. Muestra a un maestro
que no se deja ubicar en el lugar de amado frente a su alumno que se conduce
como amante. Muestra a un maestro que no quiere construir una relación
especular, de igual a igual, con su alumno, sino que se corre, convirtiéndose así
en una persona “no siempre amable”. Sócrates no deja que suceda la metáfora
del amor con Alcibíades.
Claro que correrse de este lugar no es el objetivo final; es una herramienta para
dirigir a su discípulo al lugar en donde el maestro considera que están los objetos
agalmáticos. En la escena de Sócrates y Alcibíades, dichos objetos, son
supuestos en Agatón; para un maestro el brillo agalmático estará en la ciencia
específica. Esto quiere decir, entonces, que el maestro se corre del lugar de
amado, no por el simple hecho de correrse, sino para decirle que a él no es a
quien tiene que amar, y entonces le muestra dónde considera que están esos
objetos divinos, en la ciencia.
En este punto es bueno subrayar la expresión “no siempre ...”, porque la idea no
es que el amor no esté en el quehacer del maestro; la idea es que cuando el
maestro se corre del lugar “amable” no deja de ser maestro. Es más, puede
favorecer de una mejor forma la relación del alumno con el conocimiento.
73
En Sócrates se encuentra a un maestro en esta dirección. El se corre del lugar de
amado con respecto a Alcibíades, pero para mostrarle a su discípulo en dónde
están los objetos agalmáticos. Y dicho señalamiento no lo hace de cualquier
manera; se podría decir que lo hace de la manera más sugestiva posible, es decir,
mostrando su pasión: “Vamos, déjalo, divino Alcibíades, y no le niegues por celos
al muchacho el ser alabado por mí. Y por cierto que ardo en deseos de
encomiarlo” 90. Se podría decir que este efecto sugestivo es el que busca un
maestro al momento de mostrarle a su discípulo en dónde está su pasión en
relación a las ciencias. Un maestro sugestivo es un sujeto apasionado por su
ciencia específica.
90
PLATON. Op. cit, p. 112.
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