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Acaso una breve apología de la caridad

Los albores de la Revolución mexicana no sólo fueron una lucha en contra de un régimen desportillado
e impositivo, fueron también – y en consecuencia- una lucha intelectual, filosófica, en contra de otro
régimen igualmente corrosivo: el positivismo. Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Julio Torri, José
Vasconcelos y Antonio Caso fueron los más acérrimos y eficaces enemigos de aquella máquina del
ensueño de la razón. Para combatirla, los ateneístas tomaron como armas a Platón, a Kant, a Bergson y
a Nietzsche; se armaron, en fin, con los franceses, los alemanes y los griegos, sobre todo con estos
últimos, y se lanzaron a la defensa de las humanidades que el monstruo “científico” había cubierto con
el velo mineral del progreso. Efecto de esta lucha espiritual fue la creación de la Escuela de Altos
Estudios y más tarde de la Universidad Popular Mexicana.

De todas las conferencias, las protestas, los diálogos, las borracheras filosóficas y, en fin, de todas las
gestas que estos jóvenes hicieron durante la más oscura de las etapas bélicas de la revolución, destaco
la obra capital del maestro Antonio Caso: “La existencia como economía, como desinterés y como
caridad” (1916), no por su forma literaria ni por la rigurosidad filosófica academista (de la que
prescinde), sino por su significado y sus alcances morales que descollaron en una época en la que el
mensaje piadoso estaba fuera de lugar. Sin embargo, es preciso acotar que no se trata de una obra
escindida de su autor, como un legado memorial para la posteridad, sino de un autor cuyo espíritu, casi
pedagógico y francamente caritativo, aún puede verse detrás del timón virando en contra de una
tempestad de la que no escapamos todavía.

A decir de José Gaos, esta obra de Caso preconiza un sistema filosófico bastante trabajado, y
ciertamente lo es. Se compone de tres partes o niveles. En el primero el maestro ilustra, en un nivel
monista ya preparado previamente por el darwinismo, la vida orgánica como un interés económico, en
cuyo centro opera el aforismo del “máximo provecho por el mínimo esfuerzo”. La segunda parte
enuncia, desde la perspectiva schopenhaueriana de la voluntad y del intuisionismo husserliano, el
desinterés de la contemplación estética, germen de genios y artistas que trascienden las necesidades de
la vida, inexplicable desde la economía orgánica. En este mismo nivel se encuentran también la ciencia
y la filosofía que inician en el desinterés que se engendra en la contemplación. La tercera parte,
cristiana hasta la médula (pues es la médula del ensayo), pone en el nivel más alto las virtudes
cristianas: la fe, la esperanza y la caridad, siendo esta última la más sobresaliente de las tres, pues
corresponde a la verdadera y única forma heroica que concebía Antonio Caso. En resumen, el
argumento escala niveles ontológicos, (propios de una esencia no confesada pero patente del hombre),
hasta posicionarse en la divinidad; sus peldaños son metafísicos, a la usanza aristotélica, pues no
pierden de vista, pese al argumento darwiniano de fondo, la teleología1. ¿Pero en qué consiste el
heroísmo según el maestro Caso?

Mientras Nietzsche enseñaba a los jóvenes intelectuales mexicanos el heroísmo, “al mismo tiempo les
cerraba las puertas de la caridad”, recuerda Reyes. El heroísmo nietzschiano era para Caso un heroísmo
naciente de una voluntad enterrada en el suelo barroso de la vida orgánica ideal. En consecuencia,
1 La filosofía de Antonio Caso fue leída, por Henríquez Ureña y por los críticos posteriores, como un eclecticismo
filosófico. Hecho que corrobora esto es la presencia del aristotelismo en las bases darwinianas de las que parte su argumento
ontológico para definir la economía orgánica. No obstante, el darwinismo, según Hans Jonas, aun cuando fue la piedra
angular que hizo triunfar al monismo materialista (que, a su vez, devino del dualismo cartesiano), al mismo tiempo se
“reveló como un acontecimiento dialéctico”, y puso de nuevo sobre la mesa la cuestión ontológica fundada por la
modernidad. Siguiendo a Jonas, se puede aseverar que la filosofía de Caso, pese que en otros sentidos pueda parecer
ecléctica, en el ontológico pone de manifiesto que la vida orgánica aún obedece a “fines” que, no obstante, son trascendidos
de acuerdo a la doctrina cristiana. Es evidente que Caso se basó en la concepción positivista del organismo y a partir de ese
peldaño pudo escalar en su propio sistema.
Nietzsche era “un tipo de enfermo, de débil enamorado de la vida, de la fuerza (...) Como era débil,
deseaba vehementemente no serlo”. El verdadero heroísmo, de acuerdo con Caso, no es egoísta, sino
que es ante todo caritativo. La caridad no es más que el sacrificio del ser, que se ha afianzado en su
individualidad aun en contra de la voluntad de la especie, por el prójimo, invirtiendo el aforismo
económico del máximo provecho por el mínimo esfuerzo, y dando como resultado la siguiente
ecuación: “sacrificio= máximo esfuerzo por el mínimo de provecho”. Así, la moral no puede fundarse
en la vida que es fundamentalmente egoísmo, pues el egoísmo engendra la lucha, la lucha darwiniana
por la vida que no cede. “Y sin embargo, urge fundamentarla, porque el dolor está aquí con nosotros, y
pide urgentemente alivio a la inteligencia y al corazón... Si se niega el egoísmo, se niega el dolor”, dice
Caso. Por tanto, negar el egoísmo es una actitud caritativa, política en todo sentido, de sacrificio por el
otro. Sin embargo, esta idea contradecía la realidad mexicana de aquella época. El drama de la
Revolución mexicana estribó en las traiciones, en el egoísmo, en el poder por el poder mismo, cuyo
precio aún seguimos pagando.

Si el argumento de la obra esencial de Caso es sencillo, no lo es así el rigor filosófico que lo alimenta.
Siendo sinceros, la pluma del maestro no es tan fina ni certera como lo fue la de Alfonso Reyes o la de
Julio Torri, pero consigue, a través de su rústica forma estética, transmitir un mensaje tan poderoso
como cualquier obra sublime de aquellos otros autores, quizás porque Caso “todo lo entendía”. En la
obra se revela el profundo conocimiento del ateneísta, el dominio de los autores alemanes y franceses y
el ostentoso conocimiento de las ciencias exactas como la biología, la física y la química. Caso era un
erudito que, incluso enclaustrado en su biblioteca, en sus tiempos libres se dedicaba a enseñar.

La enseñanza de Caso fue, como su filosofía, caritativa.

Antonio Caso fue caritativo en su enseñanza, como aquel Aristóteles heroico, pero no pudo, y no debía,
seguir el precepto clásico de su actitud filosófica: amigo de Platón, pero más amigo de la verdad. En
este sentido, también fue platónico, socrático si se quiere: fue tan amigo de la verdad como de sus
amigos. Esta parte de la vida de Caso le valió una de las frases más bellas que, en mi opinión, se han
dicho sobre quien sea, frase digna de los Apóstoles pronunciada por Alfonso Reyes su muerte:
“valíamos más, porque él nos acompañaba”.

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