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VI

“TODO ESTÁ CONSUMADO”


Juan, 19,30

Había a llí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de


hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la
boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: “Todo está cumplido * E
inclinando la cabeza entregó el espíritu.

“Todo está cumplido”. El grito de Jesús no significa únicamente


que todo ha terminado y que tan sólo le resta morir. Es un grito de
triunfo. Significa: “Todo está completado”. Lo que literalmente
dice es: “Todo ha sido colmado”. Al comienzo de la última cena,
San Juan nos dice que: “habiendo amado a los suyos que estaban
en el mundo, los amó hasta el extremo [hasta el colmo del arpor]”.
En la cruz contemplamos el colmo [la perfección] del amor.
Seguro que todos nos hemos sentido tocados por sueños de un
amor perfecto, de un amor absoluto y completo. Cuando somos
jóvenes, nos enamoriscamos y tal vez podamos pensar que ningu­
na otra persona ha estado jamás tan absolutamente enamorada
como nosotros, iAl menos este fue mi caso! Recuerdo que cuando
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tenía 16 años me enamoré perdidamente de una prima mía uran


te un baile. La llevé de acá para allá por toda la pista, en una espe­
cie de éxtasis, un tanto absurdamente. Más tarde la vi besan ose
con otro detrás de los arbustos. IPero esta no fue la razón por la que
me hice dominico!
Cuando la gente se casa, por lo general suelen ser más maduros
de lo que yo lo era entonces, pero con mucha frecuencia persiste
el sueño del amor perfecto. Por mucho que se diga, son muchas las
personas que se casan con la seguridad de que están en los albores
de una beatitud eterna. Y cuando yo entré en la orden, con veinte
años y siendo bastante inocentón, estaba seguro de que amaría a
Dios y a los hermanos de una forma absoluta y por los siglos de
los siglos. La luna de miel no habría de acabar jamás.
Pero se acaba. Al pronto descubrimos que nuestro am or no es
tan perfecto. No hemos sido transformados y continuamos siendo
con mucho la misma persona egoísta y egocéntrica de antes. Y el
objeto de nuestro amor también puede acabar por no parecem os
tan extraordinario. Puede ser egocéntrico también, tener un pési­
mo sentido del humor, roncar en la cama o tener algún otro hábi­
to irritante. ¿Aquel sueño de un amor perfecto fue tal vez única­
mente una ilusión? ¿Nos estamos volviendo cínicos?
Las palabras de Jesús nos invitan a seguir buscando el amor de
una forma perfecta. Alcanzaremos esta plenitud del amor por fin y
al fin. De hecho, cada una de estas palabras de Jesús nos muestra
los sucesivos pasos en la profundización de la manifestación de su
amor por nosotros. “Perdónales, porque no saben lo que hacen” Al
decir estas palabras, ni tan siquiera se dirige a nosotros. Le habla a
su Padre. “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Esta es la expresión
de un amor más íntimo. Va dirigido a nosotros, pero desde arriba,
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como un rey. “He ahí a tu madre. He ahí a tu hijo”. Esto supone


un pasu más en dirección a la intimidad, dirigido a nosotros, pero
ya no como un rey, sino como hermano. “iDios mío, Dios mío!,
¿por qué me has abandonado?” Esto es tan profundamente íntimo
que Jesús ha penetrado en nuestras almas y ha abrazado nuestra
propia desolación. Pero la perfección del amor reside en las pala­
bras: “Tengo sed”. La plenitud del amor acontece cuando Jesús
suplica algo que venga de nosotros y lo acepta con gratitud. Su
amor es entonces completo.
Los soldados le dan a Jesús lo que tienen a mano, algún vinagre
añejo, agriado. Probablemente tuviera un sabor repugnante, pero
es lo que los pobres soldados bebían y decidieron compartir. No
podían permitirse el lujo de tener un vino decente. Jesús acepta lo
que estos hombres tienen para ofrecer. Ante la perspectiva de tener
que alimentar a cinco mil personas, Jesús les preguntó a los discí­
pulos qué tenían para darle a la multitud y ellos contestaron: “Tan
sólo cinco panes y dos peces”. No es mucho. Es todo lo que tienen
y, por tanto, es suficiente. Ante la vista de nuestro mundo ham­
briento, con millones de personas muriéndose de hambre, tal vez
no nos parezca que tengamos gran cosa para dar. Si damos lo que
tenemos, con ello bastará.
La perfección del amor acontece cuando recibimos el don de la
otra persona tal y como ésta es. Tal vez no sean exactamente lo
que habíamos soñado. Tal vez sean menos inteligentes, menos
ocurrentes de lo que esperábamos. Llegará el día, ciertamente, en
que sean menos guapos. Soñábamos con un clarete de primera
cosecha y lo que recibimos puede que sea simplemente un vinagre
añejo. Si somos capaces de aceptar este don con gratitud, nuestro
amor se hallará en vías de perfección.

■ HflttM iftM M títtlÉ


76 LAS SIETE ÚLTIMAS PALABRAS

La película Love Actually [Amor, en realidad] comienza y a


en la sala de llegadas del aeropuerto de Heathrow. Le oímos
Hugh Grant aseguramos que si abrimos los ojos, veremos que e
amor está por todas partes. Tal vez no sea siempre heroico, o ro
mántico, o entre personas extraordinariamente atractivas. vez
sea mudo y busque a tientas una voz. Aparece bajo las formas más
extrañas, entre personas de diferentes generaciones, de diferente
sexo o del mismo. Pero allí donde aparece, Dios está presente.
El amor perfecto es posible y lo vemos en la cruz. Si comenza­
mos a amar, en ese caso el amor perfecto de Dios puede habitar en
nuestros amores frágiles y limitados. San Agustín escribe: ¿Has
empezado a amar? Dios ha empezado a morar en ti”.1Si aceptamos
amar a la otra persona tal y como es, sin quejamos ni culpabilizar,
el amor perfecto de Dios hará su morada en nosotros.

L a cruz del rosario

Esta es la cruz de un rosario que hicieron las monjas dominicas


del monasterio de Catamarca, en Argentina. El provincial de
Argentina lo llevó al capítulo general de 1992, que tuvo lugar en
Méjico, para entregárselo a quien fuera elegido maestro de la
orden, en señal de las plegarias y el amor de estas hermanas. No
fue, pues, un regalo que estuviese dirigido a mí personalmente.
Simplemente resulté ser la persona elegida. Se podría pensar que
ello le restaría importancia. ¿Cómo pudieron prometer estas her­
manas amar a una persona desconocida? Personalmente, detesto

1. En 1. Jn. 8. [Edición en español: San Agustín: Comentario a la primera


carta de San Juan. Salamanca: Sígueme, 2002].
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esos mensajes automáticos que aparecen en los aparcamientos y


en los comercios y que nos aseguran que somos unas personas
importantísimas cuya visita es extraordinariamente valorada.
Palabras vacías.
Y sin embargo este voto de las monjas tiene una significación
profundamente cristiana. El mandamiento nos dice que amemos a
nuestro prójimo como a nosotros mismos. No sabemos quién será
ese prójimo, ni tan siquiera si será abiertamente digno de amor.
Pero existe una verdad fundamental en que, dado que han sido cre­
ados por Dios, son ciertamente dignos de amor, si pudiésemos ver­
los con los ojos de Dios, que ama todo lo que ha hecho. El regalo
de este rosario expresa la fe en el Creador, que ve que lo que ha
hecho es muy bueno. San Agustín escribió al final de sus Confesio­
nes: “Vemos todas tus obras. Vemos que en su conjunto son muy
buenas, pues eres tú quien las ve en nosotros y fuiste tú quien nos
dio el Espíritu por el cual las vemos y te amamos en ellas”.2
Para poder ver la bondad de otra persona se requiere a menu­
do cierto tiempo. Debemos estar con ellos, sin prisas, perdiendo el
tiempo con ellos. Si les presionamos, es más probable que los vea­
mos desde una perspectiva funcional, como eslabones útiles o
molestos con vistas a nuestros proyectos. La perfección del amor
implica disponer de un tiempo libre, para estar receptivos a los
demás, para estar atentos de una forma que casi podríam os'decir
pasiva.
Durante mis años de viajes, este fue un tiempo libre que rara vez
conocí. Los maestros de la orden siempre se han quejado de que

2. XII., 34. [Edición en español: San Agustín: Las confesiones. Madrid:


Ciudad Nueva, 2003].
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i _ rezar. Raimundo
tenían demasiados quehaceres como para poae ^ ocu_
de Peñafort se quejó al priorato de Bolonia de que esta ^ totaj_
pado en la corte papal que “apenas puedo rozar o,. para s
mente sincero, ni tan siquiera ver de lejos la tranq a
para la contemplación... De modo que me supone una gran
y ilh enorme alivio saber que cuento con la ayuda de vuestras ora
cionesV Jordán de Sajorna, el sucesor inmediato e ^ °
Domingo, le escribe a su querida Diana: “Rezad por mí, con e
cuencia y con fervor, en el Señor; tengo mucha necesidad de a
oración dadas mis insuficiencias, pero rara vez puedo rezar yo
mismo”.*4Durante mis años como maestro de la orden viajaba hasta
un total de ocho meses al año, por lo general durmiendo en una
cama diferente cada noche. Quedaba poco tiempo para estar tran­
quilo, sin más. Al igual que para Jack Aubrey del H M S Surprise,
jamás había un minuto que perder. Recuerdo la vergüenza que
sentí cuando un amigo mío me señaló durante el transcurso de una
conversación en Méjico que era la segunda vez que miraba la hora
en mi reloj de pulsera desde que habíamos comenzado a hablar. El
regalo de este rosario fue un recordatorio de que estas monjas con­
templativas de Argentina estaban disfrutando de una paz más pro­
funda que yo -así lo esperaba yo al m enos- y de que me tenían
presente en sus oraciones. Constituyó una promesa y un recuerdo
de los necesarios momentos de silencio, si queremos que nuestros
ojos estén lo suficientemente abiertos como para reconocer y amar
la bondad de los demás.

3. Citado en Early Dominicans: Selected IVritings [Los primeros dominicos:


escritos selectos], edición a cargo de Simón Tugwell, o. p., Nueva York,
1982, p. 409.
4. Ibid, Carta n° 25, p. 104.
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En el 2003, la Tate Britain Gallery celebró las Navidades con un


álamo temblón decorado con unos 500 rosarios. Fue una sorpren­
dente y agradable mejoría por contraste con el abeto boca abajo y
el cubo de basura del año anterior. Este árbol de Navidad nos
recuerda, en palabras de su creador, Mark Wallinger, que “celebra­
mos el nacimiento de Cristo sabiendo cómo va a morir” Según
cierta tradición, la madera de la que estaba hecha la cruz original
era de álamo temblón. El recitado de los misterios del rosario nos
adentra en el relato de la vida de Cristo, desde Belén hasta el sepul­
cro vacío. Nos permite recorrer la totalidad del camino. Es muy
plausible, pues, la tradición que sostiene que Nuestra Señora le
entregó el rosario a Santo Domingo, el predicador errante. Es un
regalo muy acertado para un viajero por parte de nuestras monjas
contemplativas. Es una forma de oración, que ofrece momentos de
quietud incluso durante el viaje.

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