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LO MÁS ESPERADO, LO INESPERADO Y EL ENCUENTRO CON LO QUE NUNCA FUE.

Javier García Castiñeiras

Si hubiera un objeto que causa nuestros desvelos, nuestra ansia de lanzarnos a las aventuras de la
vida, si hubiera un objeto que otrora tuvimos, perdimos y ahora buscamos, más allá de nuestra
creencia, entonces sería una búsqueda de algo esperado y hasta posible de re-encuentro. La vida
en cambio nos coloca en encuentros con lo inesperado. Y cuando queremos volver sobre nuestros
pasos, eso imposible sobre lo que inevitablemente insistimos, también allí, en la búsqueda
histórica, los objetos, los recuerdos, son siempre otros. Esperamos encontrarnos también con un
pasado que, en realidad, se crea inesperadamente desde rastros difícilmente visibles. La ilusión de
posesión del objeto nos hace suponer que sabemos lo que tenemos. Que existe, que está en el
mundo, que es nuestro y por lo tanto nosotros también existimos. Por ejemplo, un hijo bebé, de
entrañas del cuerpo propio ¿cómo podría ser algo ajeno? Es mío. Sin embargo nada certifica que
las entrañas sean propias ni entrañables. Tampoco nada nos dice que aquello que provenga de
otro cuerpo nos sea ajeno. Nadie siente que su interior sean sus vísceras aunque lo pueda sentir
visceral. Y, si viéramos y tocáramos nuestras vísceras sería una experiencia de extrañeza, quizás de
“inquietante extrañeza”, donde lo “familiar” es al mismo tiempo totalmente desconocido. Cuando
pensamos que algo lo tenemos bien adentro nunca lo pensamos entreverado con nuestras tripas.
¿Serían esas, nuestras vísceras, familiares, o habría allí, en ese encuentro, un encuentro con algo
tan real como ajeno en el interior de nuestro cuerpo?
Pero el hijo de las entrañas tiene algo mucho más propio que el que viene de las entrañas de otra
mujer, ¿o no es necesariamente así y lo propio viene de que fue soñado, imaginado y ya creado?
Que tenga historia, que sea deseado, que pueda leer sus rasgos e incorporarlos simbólicamente e
imaginarlo en su futuro. ¿Hay encuentro con lo que viene de nuestras entrañas o puede haber
también allí una experiencia inesperada? Por el contrario, con el hijo que viene de otro vientre
¿hay una ajenidad especial? ¿Qué es lo ajeno y qué lo sentido como propio? ¿De qué objetos
estamos hablando?
Me refiero en estas situaciones a un hijo a la vez como objeto y como parte de nuestro cuerpo,
porque está lleno de connotaciones históricas y de futuro -cuando es deseado- y porque está en
las experiencias más entrañables, más corporales y simbólicas a la vez. Es quizás una de las
experiencias donde es más difícil, más doloroso, sentir la ajenidad o el encuentro con lo que no es
propio o con lo no esperado. También porque remite a una idea de cuerpo, in-corporado, cuerpo
materno, matriz, el seno al que se puede entrañablemente buscar retornar en algunos momentos,
o huir. El cuerpo de la madre y el hijo, tanto en su interior, como luego en sus superficies y bordes
como un enclave de cuerpos, de cuerpo y lenguaje, de escrituras corporales móviles, coreografías
erógenas, bordes por donde se dan los intercambios, reglas para esos intercambios. Donde la
pulsión siempre parcial en sus zonas -Freud fue claro en eso con la idea de sexualidad infantil- y en
sus objetos -Abraham, Klein y Lacan lo pensaron así-, se empieza a fijar gozosamente, armando
cuerpo erógeno y armando lazo con otros. Fijación de goce, fijación de la pulsión a un
representante, representante-representación, significante. Un balizamiento cultural erógeno del
cuerpo, un mapeo territorial que hace de la carne que nunca fue, un cuerpo que se construye.
Mucha performatividad de los discursos seguramente, muchos significantes horadando
gozosamente el cuerpo en letras, posiblemente, según prefiramos.

¿Qué es un objeto en Psicoanálisis? ¿Qué objetos buscamos o cómo es posible su presencia o


cómo es su contingencia? ¿Qué materialidad tienen esos objetos, qué territorialidad y qué extra-
territorialidad? ¿Qué objetos podemos encontrar y a qué llamamos un encuentro? ¿Qué relación
entre los distintos objetos y el tiempo, la temporalidad posible de nuestro pensamiento?¿En qué
consiste recuperar la historia de nuestras experiencias con objetos? ¿Es esto posible? ¿Historizar es
crear, es re-crear? ?Qué relación entre el acontecimiento, la experiencia, la huella y la creacion de
relato histórico?
Es cierto que son muchas preguntas y que ellas mismas perfilan caminos de preferencias. Pero es
cierto que ellas apenas muestran la complejidad humana para pensar el mundo y pensarnos en el
mundo. Lo podemos hacer con nuestra maquinaria perceptiva, con nuestra mente, con signos que
nos aparecen como imágenes reales y nos seducen en su totalidad frente a la parcialidad de
nuestras experiencias, nuestro desamparo y la servidumbre imaginaria.
Me interrogan insistencias de la práctica, de los deseos, de las historizaciones posibles, del
recordar y del proyectarse a la vida pero, no menos, aspectos sociales que no por conocidos dejan
de sorprendernos y horrorizarnos: la insistente vivencia de ajenidad, exclusión y expulsión que un
grupo, una sociedad, hace con sus hijos, con parte de sus integrantes. Lo ajeno en nosotros; lo
ajenizado y expulsado. La producción de des-hechos y el encuentro luego violento y descarnado
con des-hechos. Todos los días recibimos imágenes informativas violentas y paradojales de estos
des-hechos. También a cada momento podemos encontrarnos con estas realidades en la calle, en
las vidas, en nosotros, en realidades sociales actuales e históricas que nos siguen determinando.
Ha habido en Psicoanálisis una fuerte tendencia a pensar que la experiencia histórica con nuestras
vivencias y objetos internos es posible de ser re-construída; nuestra historia subjetiva re-cobrada y
restaurada a partir del descubrimiento de lo inconsciente. Lo inconsciente como nuestra historia
completa y desconocida a la vez. Todo estaría allí esperando nuestras habilidades para ser
descubierto y, desde esos recuerdos retomar la continuidad de nuestra historia. El trabajo analítico
estuvo especialmente signado por esa orientación y creencia, lo cual determinó también nuestra
posición como analistas, nuestro trabajo, nuestras intervenciones. Debemos reconocer que en
todos los grandes autores del Psicoanálisis ésto estuvo matizado por momentos de su obra donde
lo inesperado y enigmático siguió teniendo un lugar destacado. Quizás, pensando en Freud y en
Lacan, esto último predominó en los últimos tiempos de sus obras, de sus vidas también, con el
más allá del principio del placer y la pulsión de muerte en uno y con la importancia de lo real y el
goce en el otro. Perfiles cercanos. Pero esta idea, aunque pueda ser en parte cierta, puede
también recortar en demasía la complejidad de sus recorridos y pensamientos no homogeneos.

Ahora referiré tres situaciones parciales, recortes de casos que nos permitan pensar a partir de
ellos el encuentro con objetos buscados, la relación entre lo buscado y lo encontrado, ubicado en
el cuerpo, a veces en las entrañas del cuerpo propio y ajeno. Cómo en estos casos irrumpe la
angustia, el acto, el corte y la caída. En todos los casos se trataba de acontecimientos en las
historias de vida y de actos que no se disponían en un relato histórico y, cuya posición y repetición,
no permitía armar relatos a partir de ella. Situación bastante común en todo comienzo de análisis y
no sólo ahí.
A- “T” es una joven y linda mujer que sabe de histeria y no sabe de historia. No tiene idea de la
historia de su familia ni la de su esposo ni la de su generación ni de la del país ni del mundo. En ese
vacío decorado que es su existencia la aterra la posibilidad de tener un hijo, especialmente de estar
y sentirse embarazada, que es lo que supuestamente busca. Ella busca algo que la aterroriza y
rápidamente es causa de huida. Cuando pensó estar embarazada comenzó a sentirse succionada
por los espacios abiertos. Caminaba por un Shopping Center y temía tirarse saltando la baranda
hacia los pisos inferiores o desplomándose en una caída por la escalera mecánica, tragada por el
vacío que se abría hacia abajo o tragada por los escalones como grandes dientes metálicos.
Cerraba las persianas y ventanas de su apartamento en un piso alto por sentirse succionada por el
agujero que daba a la calle a través de ellas. Se sentía llevada hacia allí, corría hacia allí, se caía, se
golpeaba. Toda ella succionada y desplomándose a través de un agujero. ¿Qué encuentro terrible
le aparecía dentro de sus entrañas? ¿De qué es lo que tendría que separarse y caerse y porqué ella
toda quedaba identificada con ese objeto desplomándose? La historización de su infancia se
empezaba a insinuar a girones, muy parcial y lentamente, con imagenes drásticas, crudas, que se le
aparecían a partir de la muerte actual, accidental y violenta, de un hermano en el balneario donde
pasaba las vacaciones de su niñez y adolescencia. Sus amiguitas eran las hijas de las empleadas
domésticas y de otros trabajadores de la casa en la playa y su padre las hacía pasar al dormitorio
en horas de la siesta. Ella sentía los gritos y veía luego sus caras cuando se encontraban a jugar. No
todos los caminos conducían a esos recuerdos pues con la madre se había sentido siempre mental
y afectivamente perturbada, enloquecer, entre gritos y mascaradas permanentes que nunca la
dejaron sentirse realmente querida y amparada.
La angustia de “T”, con formato fóbico y en sus efectos con rasgos de lo que se usa llamar “pánico”,
no parecía frente a la amenaza de pérdida sino ante la posibilidad de una cercanía, de un
encuentro con algo real en su cuerpo. Como si algo que nunca debiera hacerse presente pudiera
aparecer y en ese acto de desplome toda ella se identificara con ese objeto que requería caer.
B- “S” no podía quedar embarazada y no quería, no creía soportar las modificaciones de su
cuerpo. Toda su vida había querido ser y había sido una muñequita perfecta y todos los cambios en
su cuerpo los había sentido una amenaza a controlar. Otra mujer le daría la hija que tenía en su
vientre. Tras el parto le dan a la beba recién nacida. Siente que no la puede agarrar, que se le va a
caer, a escurrir entre los brazos. Al sostenerla, al primer contacto, siente la mayor experiencia de
ajenidad de su vida; eso no es de ella y parece que nunca podrá serlo. Se le resbala, se le escurre,
tienen que asistirla. Cuando ella me consulta su hija es una adolescente temprana y se escapaba
de la casa tirándose de la ventana de su cuarto, deambulaba y se juntaba con personas sin casa, sin
techo. ¿Qué encuentro terrible le hacía imposible asir a su hija, ahijarla en su cuerpo? ¿Qué era
ese objeto escurridizo, que caía? ¿Qué de ella en ese objeto cayendo?
La angustia en “S” estaba presente cuando me consultó en relación a perder a su hija. Una
angustia por temor a una pérdida pero esa pérdida parecía rápidamente vinculada a un
movimiento suyo de dejar caer. Paradojalmente se podría pensar en un aborto como metáfora. Se
repetía fuertemente esa insistencia y volvía el acto de la caída por no poder agarrar, contener. No
había desprendimiento porque no había prendido. Podríamos pensar que ella podría quedar
intacta, sin contacto, sin pérdida. Pero la traía angustia por eso y enfrentarse a esa pérdida
secundariamente la conducía a su terror al encuentro. Terror al embarazo de su cuerpo, terror al
abrazo.
C- “M” es una varón adolescente temprano, adoptado de recién nacido. Morocho: pelo negro, piel
oscura, robusto, con padres extremadamente blancos de piel y rubios. Surfista, su madre le insiste
que cuide su piel del sol con filtros con índice de protección solar muy elevados, como los que usa
ella y el padre. “No ve que mi piel es distinta que la de ellos”. Ella se va de viaje y él le encarga un
traje de surf, indicándole marca, talle y color y ella le trae otro equipo, otra marca, otro color.
Cuando comienza a salir con una chica, muy blanca como su madre, al poco tiempo empieza a
sentir que no la merece, se angustia y se arranca con las uñas y con pequeños cortes, girones de su
piel oscura. ¿Qué son esos cortes o el acto de hacerlos, de cortarse, cortar y separarse de trozos de
su piel oscura? ¿Qué son esos pequeños pedazos cortados, pequeños objetos-restos que tira?

Los trazos de casos clínicos que esbozo hablan de angustias y de objetos que se presentaron de
diferentes formas. “T” consultó por su deseo de quedar embarazada y angustia por sus dificultades
para lograrlo, lo que la llevaría a buscar otros tratamientos biológicos. “S” consultó por el miedo a
perder a su hija, que se escapaba repetidamente de su casa y estaba en permanentes peleas con
ella. “M” fue traído por sus padres que lo veian angustiado pero rápidamente surgió en ellos la
fantasía y angustia de que “M” pudiera ser un hijo de desaparecidos, aunque era claro que todos
los elementos de su adopción indicaban que no podía ser así. Por su parte “M” sentía angustia por
no ser valioso y querido por sus padres y luego por las chicas, y tenía un temor de encontrar en la
mujer que eligiera un objeto incestuoso (madre o hermana biológicas desconocidas).

En Psicoanálisis no es fácil ubicarnos cuando hablamos de objetos. El primer objeto perdido causa
del deseo parece marcar el camino de la concepción de objeto. En Pulsiones y destinos de pulsión
Freud usa de varias formas la idea de objeto, también en Duelo y melancolía. Objeto contingente
de la pulsión, objeto del deseo y objeto causa del deseo, objeto de amor, elección de objeto,
objeto del mundo, objeto subjetivo, objeto en oposición a sujeto, la sombra del objeto como
objeto, identificación con el objeto, etc. La idea de angustia en relación al objeto también tiene sus
diferentes concepciones. Recordemos que en Freud la angustia es frente a la inminencia de la
pérdida de algo, de un objeto, como lo es paradigmáticamente la angustia de castración. Mientras
que el dolor es la vivencia en el momento de la perdida y la tristeza del duelar el recordar
afectivamente el momento de la pérdida. En cambio en Lacan no hay angustia sin objeto. Es la
proximidad del objeto del deseo lo que angustia y también la proximidad de lo real. Quizás
podríamos decir siguiendo tanto a Freud como a Lacan que la angustia es frente a la falta o
amenaza de falta -pérdida- de un objeto imaginario, el falo imaginario que con su brillo, su carácter
de agalma, ocupará privilegiadamente el lugar de esa ausencia que es el objeto “a”. El falo
imaginario, un objeto que cumplía una función narcisista de uno, de aunarnos, de “todo”. Pero la
angustia es porque la ausencia de ese objeto imaginario hace presente un objeto real o lo real, que
es en realidad la falta de un objeto imaginario que llene ese agujero, esa hiancia. El objeto “a”
creado conceptualmente por Lacan es una idea de una negatividad profunda, decisiva, a partir de
la cual opera como causa del movimiento de la estructura, de la moción de deseo. Para que ella se
de, algo tiene que caer como resto, algo corporal, “una libra de carne”, que nos permita pasar de la
economía del goce a la del deseo. Pero sin dudas que este concepto de objeto tiene mucha
dificultad para ser entendido, pensado, porque escapa a la imaginarización, a la representación,
que es lo que nos permite hacer visibles y creíbles las ideas. Podría dar una imagen que se me
ocurre al respecto, una imagen de sacabocados. Pedazos, restos de cuerpo-carne que caen cuando
el significante horada el cuerpo en cuerpo erógeno, en sus bordes que son sus letras, sus
escrituras, sus mapeos erógenos es decir, el acto de construcción erógena del cuerpo, de fijación
del goce a la escritura.

Historizar no es encontrarse con el pasado, eso es solo posible, y no es poco, en sueños y


reminiscencias. Historizar es siempre una tarea actual que implica un après-coup de la experiencia
vivida. Es una experiencia de lenguaje, del decir, y por eso implica una operación doble de
alienación en el significante y de separación del objeto real, como la que describí como imagen de
mapeo corporal erógeno. Los síntomas se resisten a esa operación doble, a esa renuncia al objeto.
Los actos intentan real-izar esa separación en acto, en identificación total o parcial con el objeto.
Lo que no cesa de no escribirse... Algo de esa escritura requiere poder hacerse para desde allí
empezar a armar relatos posibles. La escritura, lo escrito, es un borde y ese borde es frontera con
lo real. ¿Qué sabemos de lo real sino a través de esos bordes, esas letras donde se ha fijado el
goce, eso que se rellena de imágenes? El objeto a es en este ejemplo bifronte, por un lado la
imagen que llena, la imagen de lo que se vomita, de lo que se escupe, lo que se caga, la magen de
la mirada, lo que escuchamos de la voz, etc., por otro lado, su cara hacia lo real, su borde real que
es la escritura. A partir de allí es posible armar relatos. Estamos situados en un lugar diferente que
el de la reconstrucción histórica y continua. Estamos situados en puntos de lo inesperado, la
discontinuidad, el acto y, en el mejor de los casos el comienzo de un balbuceo a alentar. Los
analistas no somo historiadores, ni filósofos, ni médicos o psicólogos del alma. Quizás artesanos
de esos momentos donde nuestra escucha ayuda a que el otro pueda empezar a tomar, o dejarse
tomar por, la palabra.

Montevideo, octubre de 2015.

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