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12/15/2018 La función de Evola y Guénon. De evolómanos y Evolíticos.

| Biblioteca Evoliana

BIBLIOTECA EVOLIANA

La función de Evola y
Guénon. De evolómanos y
Evolíticos.
26 DE SEPTIEMBRE DE 2006 - 11:54 - ARTÍCULOS SOBRE EVOLA

Biblioteca Evoliana.- El texto de la siguiente conferencia


tiene un interés particular, no solamente porque fue
pronunciado en el curso de la Cuarta Edición de las
Jornadas Guenonianas celebrada en Buenos Aires el 24 de
agosto de 2005, sino porque contribuye a aclarar las
similitudes y diferencias entre la obra de René Guénon y
la de Julius Evola. El texto fue escrito por el profesor
Marcos Ghio, y lo hemos extraído de la web del Centro de
Estudios Evolianos de la República Argentina.
Particularmente importante, y lo destacamos, es la crítica
que el profesor Ghio realiza a la "escolástica evoliana y
guenonisna".

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LA FUNCIÓN DE EVOLA Y GUÉNON

DE EVOLÓMANOS Y EVOLÍTICOS

por Marcos Ghio

I  INTRODUCCIÓN: TRASCENDENCIA DE LA OBRA DE EVOLA Y

GUÉNON

Esta conferencia que leeremos a continuación representa una continuidad de la que

difundiéramos el pasado año en esta misma sede en ocasión, como ahora, de efectuarse

una jornada guénoniana. Jornada guénoniana que, tal como resaltáramos en aquella

oportunidad, supone un hecho inédito en la vida cultural, pues es la única circunstancia

y lugar en que se pueda difundir en un importante espacio público, de manera clara y

sin reticencias, lo que hace a la doctrina tradicional alternativa de la cual René Guénon,

junto con Julius Evola, fueron en el siglo XX los principales exponentes. Y resaltamos

este hecho sumamente específico. Dicha doctrina es abiertamente antitética del

pensamiento moderno; no es postmoderna de acuerdo a ciertas terminologías hoy en

boga que tienden a generar falsas disyuntivas y continuismos, sino antimoderna, esto

es, contraria en un todo a la modernidad, en tanto que es la única que, simultáneamente

con resaltar los valores pertenecientes a un universo diametralmente distinto y

anacrónico respecto de los tiempos actuales, pone también de relieve las grandes

incongruencias en las que se debate este mundo de máquinas, de masas y de puros

individuos, las que lo llevan a un final irreversible, desconociéndose tan sólo el

momento de su consumación. Y es de resaltar también que dicha forma de pensar, en

razón del aludido contraste, no es meramente erudita y académica, no representa una

curiosidad de museo que se trata de exponer y resaltar para solaz de algunos y jactancia

en reuniones de informados, sino que es fundamentalmente un arma de combate

doctrinario, un conjunto de máximas y normas a fin de sobrellevar una verdadera batalla

metafísica en aras de producir el momento del final antes aludido y permitir así el

retorno de la humanidad a una normalidad de la que fuera apartada desde épocas que se

pierden en el tiempo.

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Ante tal propósito manifiesto resulta sumamente comprensible que el mundo moderno

no haya podido permanecer indiferente ante quienes son sin lugar a duda alguna sus

enemigos absolutos y múltiples han debido ser los procedimientos a adoptar a su

respecto. En la exposición pasada nos referimos a varios de tales actos hostiles

efectuados en contra de tal doctrina que no ahorraron ni siquiera la persona de estos

pensadores. Los mismos han pasado desde el silencio u ocultamiento de su obra

esencial, hasta la falsificación aviesa, lisa y llana de sus ideas en simultaneidad con la

más sutil, consistente en la capciosa contraposición entre ambos a fin de romper con la

unidad de este bloque compacto, tratando de enfatizar en algunas diferencias por las que

los mismos hubiesen podido contraponerse en vida, las cuales, tal como dijéramos en su

momento, no fueron esenciales, sino apenas formas circunstanciales de vivir un mismo

fenómeno metafísico.

Resaltemos al respecto una vez más, a fin de hacer comprensible la trama de esta

conferencia, qué es aquello que contrapone la concepción moderna de la tradicional

propia de René Guénon y Julius Evola y en dónde se encuentra el meollo de tal

antagonismo esencial que explica las causas de dicho combate metafísico. Podemos

decir que, mientras que el moderno es un mundo centrado exclusivamente en el devenir,

en lo mutable, en el cambio incesante, esto es, en el tiempo que fluye ilimitadamente, el

mundo de la tradición en cambio está centrado en lo inmutable, en lo eterno, en lo

imperecedero, en lo que siempre es más allá del tiempo y del espacio. Y es en tal

función que ambas realidades implican dos posturas antagónicas, pues si para el

moderno la meta de la propia existencia está concentrada en esta vida a la que le asigna

una realidad excluyente y en función de ello él rechaza y combate a todo lo que de ella

nos aparte, repudiando así como un opio o un alucinógeno lo que la niegue en su valor

único y absoluto, el hombre tradicional concibe esta realidad tan sólo como un tránsito,

como un medio en relación a algo superior. Él se siente aquí como un peregrino que se

encuentra de paso en aras de un viaje en el que esta vida física y biológica, por la que

transita ocasionalmente, es apenas una expresión de las tantas y no aquella en la cual se

agota la realidad. Ella es una más entre las distintas manifestaciones de su ser y en la

cual lo que se juega no es por supuesto el logro del confort, el placer o la felicidad

vacuna, no es tampoco el disolverse a la condición de simple medio de un proceso

evolutivo, al que nos debamos acoplar fatalmente, tal como se mienta en los diferentes
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idearios unidimensionales propios del moderno, sino el pasaje a un estado sucesivo

superior y el lugar hacia el cual dirigirse luego en función de una meta final y

trascendente cual es la conquista de la inmortalidad. Tal es el sentido último de su

existencia y en relación a ello es que son ordenadas todas sus acciones.

Y únicamente dentro del contexto de este radical antagonismo metafísico entre tipos de

seres antitéticos, el moderno y el tradicional, es que se nos hacen comprensibles pues

las razones por las que se enfrentan estas dos concepciones así como consecuentemente

el acoso y el hostigamiento al  que fueran sometidos los dos grandes maestros de la

Tradición, sea en vida como luego de su muerte a través de la distorsión espuria de sus

doctrinas.

II ESCOLÁSTICOS GUÉNONIANOS Y EVOLÍTICOS

Hoy en día, luego de la desaparición física de Guénon y de Evola,  podemos decir que

el ataque se ha dirigido de manera abierta y artera hacia la deformación de sus puntos

de vista. Y así como hemos sido testigos de cómo se quiso construir un Guénon no tan

crítico de la modernidad y hasta reconciliado con ésta, un Guénon inofensivo, vaciado

de todo contenido superior; lo que ha pasado primero por la construcción de un Guénon

masón  por el mero hecho de haber en vida reconocido ciertos caracteres tradicionales a

un tipo de masonería hoy inexistente, hasta incluso arribar a uno marxista por el hecho

risueño de haber criticado él también a la sociedad burguesa, olvidando así que para

éste  ello solo era válido en tanto efectuado en el contexto de una crítica a la

modernidad en su conjunto. Es decir hemos presenciado un fallido intento de lograr un

Guénon que decorara junto a otros tantos el nutrido panteón de próceres del mundo

moderno. De la misma manera es que se ha también intentado vaciarlo a Julius Evola de

aquellos elementos tradicionales y metafísicos propios de su doctrina. Y ello ha sido

hecho de una manera llamativamente planificada en una empresa que abarca un

conjunto de frentes muy precisos y en apariencias opuestos entre sí. Uno de ellos es el

que podríamos denominar, siguiendo la terminología empleada en vida por nuestro

autor, como el de la “escolástica guénoniana”, es decir de aquellos pretendidos

seguidores de la doctrina de René Guénon, pero que se han aferrado de la misma presas

de un verdadero estado de angustia existencial. Ellos la consideran como un salvavidas

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para la propia personalidad, viviendo así atormentados por no desviarse en una línea de

lo que manifestara su maestro y por tal razón, con respecto a lo que escribiera Evola,

quien, tal como dijéramos, representa una ecuación existencial distinta de la de Guénon,

su obsesión ha consistido en hacer hasta lo imposible por poder encontrar puntos

discrepantes con lo sostenido por su mentor, habiendo llegado así hasta el límite de

definirlo a aquél como a un pensador contrainiciático, “un Khsatriya en rebeldía”, esto

es, como alguien sumamente peligroso que, bajo un falso y engañoso barniz de

tradicionalismo, en realidad estaría manifestando, en manera oculta, una postura

moderna de muy riesgosa perspectiva. A tal respecto Jean Robin, autor perteneciente a

dicha escuela y del cual utilizáramos un texto esencial en la anterior conferencia,

justamente para explicar el acoso al que fuera sometido Guénon en vida, llega a

manifestarnos, en un artículo sumamente infeliz y plagado de inexactitudes (1), que en

verdad nuestro autor no sería un verdadero exponente de la Tradición, sino simplemente

un mago negro, un operador luciférico, heredero de una iniciación perteneciente a la

decadente civilización atlantídea que, en el libro antes mentado(2), atribuía a ciertos

centros ocultos, establecidos especialmente en Egipto, y encargados de obstruir la obra

de René Guénon. Las razones de tal acusación las encontraría en la famosa postura

sostenida por Evola respecto de la superioridad del Kshatriya en relación al Brahmán,

dentro del contexto de la doctrina de la regresión de las castas, tal como apareciera

formulada en su obra Rebelión contra el mundo moderno; pero, tal como veremos

seguidamente, ello será hecho falsificando las posiciones y haciéndole decir a Evola

cosas que nunca ha formulado.

Pero por el lado inverso nos encontramos con otras personas y corrientes que nosotros

mencionáramos especialmente en un folleto que editáramos años atrás y que se titulara

Evola en el mundo de habla hispana. Dichos sectores, desde una perspectiva distinta de

la anterior, proclamándose en cambio simpatizantes de las ideas de Julius Evola, e

incluso ensalzándolo como un mentor doctrinario, han terminado coincidiendo, por un

camino diferente, con autores como el antes aludido, en tanto que se han encargado de

señalárnoslo a éste como a un pensador de cariz moderno o incluso “muy moderno”, lo

que, tal como veremos, se acaba de manifestar en una revista que se ha adscrito a tal

corriente de pensamiento. A su vez estas personas califican a quienes por el contrario

sostenemos que el pensamiento evoliano es tradicional, antimoderno y


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consecuentemente metafísico, como “evolómanos”, es decir como sujetos que tomarían

al pié de la letra los escritos de Julius Evola, pero que en cambio renunciarían a asumir

su espíritu, el cual para ellos sería, a diferencia de todo lo contrario que tan sólo en

apariencias se expresaría, “muy moderno” y antitradicional, concordando de este modo

en tal caracterización y por un camino distinto, con los escolásticos guénonianos del

estilo de Robin.

Nosotros nos vamos a dedicar a refutar tal corriente y sobre ello versará el eje central de

esta conferencia manifestando en primer lugar que, si es verdad que tenemos la manía

de difundir la obra de Evola, una manía verdaderamente enfermiza que nos ha llevado a

editar por primera vez en castellano la casi totalidad de sus textos y en especial su

principal, Rebelión contra el mundo moderno, nos enorgullecemos de ser evolómanos.

La tarea evolómana ha sido pues la de conservar en su más estricta pureza la

doctrina evoliana manteniéndola en su vínculo esencial con la de René Guénon

pues, tal como hemos dicho, las mismas son solidarias en la constitución de un

pensamiento tradicional alternativo; por supuesto que adaptadas siempre a las

circunstancias del tiempo y del lugar, pero sin que ello signifique contrastar con lo

esencial. Con las cuales por supuesto se puede discrepar, pero ello debe ser hecho de

manera manifiesta y no escondiendo y ocultando las intenciones. En denunciar esto

último consiste justamente la tarea principal de esta alocución, la que exige también que

tal reconocimiento nuestro sea acompañado a su vez de el de la contraparte

correspondiente a los “evolíticos” que son aquellos que en cambio se encargan

sistemáticamente de desinformar y destruir la obra evoliana malinterpretando,

capciosamente en algunos casos y por ignorancia en otros, sus puntos de vista

esenciales, siendo en tal tarea funcionales con la obra de la subversión moderna.

1) Actitudes evolíticas durante el régimen nazi

Vayamos al comienzo de este fenómeno señalado por primera vez por nosotros en el

folleto antes aludido, en el capítulo titulado Evola y el paganismo de la Nueva Derecha.

Tales personas pertenecen al campo de lo que podría denominarse como la herencia del

nacionalsocialismo, ideología ésta que Evola siempre combatió, a pesar de que pueda

haber querido en vida influir en algunos sectores existentes en su seno cuando dicha

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corriente estaba en el gobierno, en especial a los pertenecientes a la corriente conocida

como de la Revolución Conservadora que intentara infructuosamente rectificar dicho

movimiento imprimiéndole un rumbo tradicional.

Digamos previamente que el nazismo no fue una corriente antimoderna, sino, por el

contrario, una de las tantas expresiones de la modernidad. Ello lo podemos ver

principalmente en sus postulados esenciales tales como su racismo biológico, su culto

particularista por el propio pueblo al que le asignaba superioridad respecto de los

restantes y finalmente su rechazo consecuente por cualquier metafísica; todo ello

expresado en especial en autores como Rosenberg. Para éste tal movimiento se fundaba

en una concepción del mundo heredada del Renacimiento y de la Reforma Protestante,

así como de las teorías evolucionistas de Darwin por las que, en consonancia con el

influjo producido por el peor Nietzsche, se concibe a la naturaleza como un proceso

evolutivo que se dirige de lo inferior a lo superior, siendo su meta última la obtención

de un superhombre, comprendido como una realidad más perfecta que el hombre, del

mismo modo en que éste lo fuera anteriormente, en un estadio inferior, en relación al

mono. De esta manera, mientras el nazismo aceptaba la teoría evolucionista de las

especies, Evola por el contrario era adepto a la postura involucionista por la que se

sostenía a la inversa la existencia de un proceso regresivo que se manifestaba sea en la

naturaleza como en la historia. Sin embargo es cierto que nuestro autor participó en

vida de ciertas actividades culturales en Alemania en la época en la cual tal movimiento

estaba en el poder. Ello lo hizo, tal como dijéramos, pensando que era posible influir en

ciertos sectores del mismo que no hubiesen sido pasibles de tales deletéreas influencias

modernas. Por ejemplo él notaba que, si bien existía el racismo biológico de Rosenberg

por el que se reducía lo humano al mero determinismo de fuerzas físicas, también

estaba el de Clauss que daba un paso adelante pues, al hablar de un racismo del alma,

vinculaba a tal disciplina con una dimensión diferente del mundo de lo meramente

animal en donde regía el determinismo y no la libertad, que es lo propio de lo humano.

Al respecto Evola intentaba hacerle dar a tal disciplina, siguiendo el primer paso dado

por Clauss, uno más adelante al formular el superior concepto de raza del espíritu, en

tanto referido a una realidad superior y eterna hallable únicamente en lo más profundo

del hombre.

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En dos oportunidades intentará influir directamente en el ambiente del

nacionalsocialismo. En la primera en 1938 tratando de utilizar el éxito editorial que en

tal país había tenido su juvenil obra Imperialismo Pagano. Tratará de convencer

entonces a la intelectualidad germana de que, si en la formulación de la propia doctrina 

se trataba de retornar a los elementos del propio pasado, ello debía ser hecho

selectivamente y con beneficio de inventario. Es decir, había que reconocer que no todo

lo que pertenecía al pasado era bueno y rescatable, que existían en el mismo puntos

regresivos y modernos y otros en cambio tradicionales. Así pues, si en la exaltación de

lo propio era necesario descender hacia los antiguos orígenes germánicos, ello no debía

ser hecho a través de la reasunción del sentimiento anti-romano propio de las tribus

sajonas que se opusieran a Carlo Magno, sino de la herencia gibelina de los

Hohenstauffen, los cuales eran,  además de germanos, por sobre todas las cosas

cristianos e imperiales. Que el rechazo hacia el cristianismo debía darse simplemente en

función de su primer influjo semítico y subversivo de los finales del Imperio Romano,

pero no hacia el catolicismo medieval que, a través del Sacro Imperio Romano-

Germánico, mantuviera viva una secular herencia universal y aria. En cambio

inversamente el cristianismo que rescataba la Reforma Luterana, si bien era germánico

en sus orígenes, representaba la negación de tal postura católica y universal,

remitiéndose en cambio al señalado impulso primitivo, abiertamente subversivo, bíblico

y semítico. Por lo cual debía entenderse que no todo lo que fuese alemán era sin más

sinónimo de superioridad o verdad, sino que la revisión del propio pasado debía ser

efectuada selectivamente. Del mismo modo que el paganismo asumido por el nazismo

no debía reducirse al rol de un puro culto del elemento material e instintivo de la raza,

sino el de Plotino, Platón, los estoicos y de todos los grandes metafísicos occidentales,

los que pudieron ser continuados en nuestra herencia sea romana como católica y aun

germánica. Es decir, debía asumir el verdadero paganismo y no el que la apologética

cristiana había caricaturizado. Tal tarea él la desarrollará a través de una serie de

conferencias tales como La doctrina aria de la lucha y la victoria, El misterio del grial,

La guerra oculta, y El sentido de la cruz gamada.

Y el segundo intento será en 1942 en ocasión de haber tomado un impulso especial en

Italia, tras la consolidación de su alianza con Alemania, el fenómeno del racismo. Evola

concebía en el mismo una actitud ambivalente. Por un lado su aspecto positivo se


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encontraba en haber sido una reacción ante el iluminismo de los siglos XVIII y XIX

que hablaba de una humanidad abstracta y ficticia existente tan sólo en la cabeza de

tales ideólogos. El concepto de raza rompía con ese falso universalismo, al diferenciar a

los hombres de acuerdo a tipos concretos que presentan caracteres comunes. Pero el

peligro estribaba en su cientificismo, en su adscripción a la ideología evolucionista que

asimilaba lo humano al mundo animal y por lo tanto negaba el factor metafísico

haciendo creer vanamente que el futuro de una raza se resolvía a través de cruzas, de la

misma manera en que se cuida el pedigrí de un perro o de un caballo. Ante ello él

sostenía el concepto de raza espiritual, es decir, una idea de raza en la cual se acentuaba

principalmente el elemento de la libertad presente como un potencial en los distintos

tipos humanos, sustrayéndola así de cualquier determinismo propio del mundo de la

naturaleza física a la cual quería adscribirse el racismo nazi, arribándose de tal modo a

la conclusión fatalista de que quien había nacido por ejemplo judío o negro estaba

condenado a ser siempre de una determinada manera. En el caso de tal racismo

cientificista se hablaba de razas inferiores y superiores, comprendiéndose por estas

últimas por supuesto que a las que correspondían al alemán nórdico. Al respecto

consignemos que resulta significativo y curioso constatar cómo ciertas sectas religiosas

judías opinan lo mismo que el nazismo, pero en relación a ellos mismos, así como

también nos resulta aun más curioso constatar como semejante apologética de la

superioridad del ario germánico respecto de las otras razas pueda haber hallado adeptos

entre pueblos latinos o mestizos.

En tanto que su obra Síntesis de una doctrina de la raza tuvo una acogida especial de

parte de Mussolini, Evola pensó, a través de la utilización de tal influencia, en la

posibilidad de poder incidir en el contexto del ámbito intelectual de los dos aliados. Tal

tarea pasaba por la creación de una revista bilingüe cuyo nombre iba a ser Sangre y

Espíritu, con la colaboración de figuras eminentes como el antes mencionado Dr.

Clauss. Este proyecto fracasará estrepitosamente. Evola supone en su libro El Camino

del Cinabrio que ello se deberá al influjo de sectores de la sociedad italiana, sea del

lado del oficialismo fascista que recelaba de él por su esoterismo, como del catolicismo

oficial que no le perdonaba haberse opuesto al Concordato con el Vaticano. La realidad

es en cambio que él nunca supo de la labor hostil que hacia su figura se desarrollaba

desde el lado del nacional socialismo. Veamos seguidamente qué opinaban en aquel
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entonces los distintos funcionarios nazis especialmente encargados para analizar las

obras de Evola a través de la elaboración de informes reservados. Y esto lo sabemos

ahora gracias a los documentos secretos que han sido descifrados varias décadas más

tarde luego de la muerte de Evola. Dice el informante de la Ahnenerbe, el 31-8-38, en

un informe especial sobre nuestro autor, como consecuencia de analizar sus

conferencias.

“La doctrina de Evola... no es ni fascista ni nacionalsocialista....

Lo que lo separa especialmente de la concepción del mundo nacionalsocialista es su

radical rechazo respecto de los hechos de nuestro pasado popular a favor de una

fantasiosa y espiritualmente abstracta utopía...

Se resalta su inclinación por el universalismo... A pesar de sostener lo contrario, Evola

mantiene una aun tenue defensa de los contenidos religiosos cristianos y valora

positivamente  el principio eclesiástico de la jerarquía como instrumento de lucha en

contra de todo socialismo colectivista (el que indudablemente era una consigna del

nazismo). Su ídolo de supremacía es el rey sacerdote en el que se reúnen la autoridad

temporal y la espiritual. Todo lo cual no puede renegar de su origen en los mitos

cristianos. La actitud de Evola en relación al cristianismo es por lo tanto ambigua....

En realidad se trata de un romano reaccionario... El nacionalsocialismo no debe

ponerse para nada a su disposición. Sus programas políticos en relación al Imperio

romano-germánico son utópicos y sirven tan sólo para generar confusión ideológica..

Por otro lado recordemos que tan sólo con reservas es tolerado y sostenido por el

Fascismo...” (3).

De la misma manera el Dr. Huttig de la oficina política de la raza del NDSAP así

opinaba respecto de la teoría racista de E. en 1942.

“El autor rechaza la teoría evolucionista la cual, a pesar de la resistencia opuesta por

parte de los ambientes confesionales, se ha afirmado como verdadera (es decir que

queda confirmado aquí que para el nazismo el hombre deriva del mono)”. “De la

latinidad del autor emanan concepciones que son totalmente extrañas a las alemanas

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respecto de los contenidos de la experiencia de lo viviente. .. Impacta en más de un

aspecto la sintonía de E. con el catolicismo extraño a la vida. (también se ratifica aquí

el rechazo hacia la metafísica que concibe que además de la vida existe también la

supravida)” (4). Vemos pues cómo en los dos casos el nazismo a nivel reservado

manifestaba su rechazo hacia E. al cual asimilaba con la concepción católica,

expresando de este modo esencialmente una negación por toda metafísica, aunque por

otro lado, en una actitud ambivalente, le abría las puertas del mundo cultural aunque

con las reservas que seguidamente señalaremos.

Es interesante resaltar aquí qué era lo que se sugería en relación a Evola. Volvemos al

texto:

“1- No brindar ningún concreto apoyo a los actuales esfuerzos de Evola respecto de la

fundación de una Orden supranacional y de una revista para tal fin.

2- Neutralizar su actividad pública en Alemania luego de estas conferencias, sin

recurrir a medidas especiales.

3- Impedir sus ulteriores influjos sobre dirigentes y funcionarios sea del partido como

del Estado.

4- Vigilar su actividad propagandística en los países vecinos”.

Es decir, por lo que vemos no se trataba de eliminarlo a Evola, no iba a ser enviado a un

campo de concentración, sino que el término a utilizar es “neutralizarlo”, hacerlo

inofensivo, mantenerlo bajo vigilancia y control, usarlo en propio provecho en virtud

del prestigio intelectual acumulado, pero anular su influjo a través de una hábil tarea de

seguimiento y vigilancia. Evitar así el despliegue del pensamiento tradicional.

Han pasado más de sesenta años después de tal acción de hostigamiento efectuada por

el régimen nacional socialista sin que ello hubiese llegado nunca al conocimiento de

Evola. Pero tal actitud ambigua por parte de estos sectores, que son en el fondo

modernos a pesar de contraponerse a ciertos poderes hoy en disputa, se ha mantenido

igual. Lo que podemos decir es que con el nazismo hemos presenciado el nacimiento de

la postura evolítica.
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2) Actualizadas versiones de evolitismo en la era del post-nazismo

Dicha postura continúa en nuestros días. Me remito al respecto una vez más a mi

trabajo editado en 1997 en el capítulo antes aludido. En el mismo me refiero a la

reiteración de esta táctica ambivalente consistente en que, mientras que por un lado se

exalta al autor, por el otro se lo hostiga y neutraliza principalmente ocultando o

deformando su pensamiento verdadero. En el caso específico del mundo de habla

hispana, tal tarea ha consistido en mantener inéditas por más de sesenta años las obras

fundamentales de su doctrina, tales como Rebelión contra el mundo moderno o El

hombre y las ruinas, publicando tan sólo algunas monografías particulares que no

comprometieran demasiado una pretendida adhesión de nuestro autor hacia la

concepción moderna y cientificista por ellos exaltada con fervor. Así pues hicimos

resaltar cómo, mientras que por un lado tales sectores se manifestaban como adherentes

a Evola reputándolo como uno de sus principales referentes doctrinarios, exponían

simultáneamente a ello una doctrina abiertamente antievoliana por la que exaltaban el

evolucionismo, la ciencia moderna, rechazaban la metafísica calificándola groseramente

como una “esquizofrenia”, negando así la existencia de otra realidad que no fuera la que

captan nuestros sentidos externos.

Ha sido en primer lugar la traducción de las principales obras de Evola que

efectuáramos nosotros los evolómanos, término que tales sectores nos han adjudicado

despectivamente, pero que de aquí en más asumiremos con orgullo, lo que ha hecho que

los evolíticos, esto es los encargados conciente o inconscientemente de silenciar y

deformar el pensamiento de Evola, contestaran a nuestra constatación con una serie de

ataques consistentes todos en una reiteración de lo efectuado 60 años atrás por sus

antepasados germánicos cuando eran gobierno. Las personas a las que aludiremos a

continuación firman sus notas con pseudónimos y siglas. Las mismas son Lastarria y

Hieromenón. Nosotros sabemos de quiénes se trata pero, en aras de que los mismos

cesen en lo sucesivo en sus tareas de hostigamiento y se sinceren, lo que esperamos que

suceda en algún momento, no haremos públicos sus nombres sino que simplemente nos

remitiremos al análisis de sus argumentaciones.

a) El doble discurso evolítico del Prof. Lastarria

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Así pues desde Baviera un tal profesor Lastarria (5) elaboró un vasto escrito en nuestra

contra, pero con la finalidad expresa de continuar con la falsificación de la doctrina de

Evola. Su trabajo fue editado en Internet en las páginas del grupo nazi de Biondini en el

que pretendió refutarnos con una serie de disquisiciones de sumo mal gusto, adoptando

hacia nosotros el estilo fastidioso del maestro ciruela, lo que obviamente no

contestamos públicamente en su momento ni tampoco lo haremos ahora. Rescatemos

sin embargo un par de asertos que nos sirven de ejemplo para explicar la postura

evolítica sustentada a su vez en un doble discurso malintencionado que seguidamente

señalaremos. Por un lado Lastarria nos critica porque según él, a diferencia de lo que

nosotros manifestamos en contrario,  “en Evola no hay metafísica... sino que se trata de

un poeta del mito”. Es decir que todas sus afirmaciones respecto de la existencia de una

realidad transnatural y superior que aparecen una y otra vez en obras fundamentales

como Rebelión serían en verdad puros “mitos” que de ninguna manera contrastarían con

las posturas modernas y evolucionistas del nazismo que sea él como el grupo español

antes aludido comparten plenamente. Obviamente que el autor, al hablar de mito,

entiende la caracterización moderna relativa a la manifestación poética de algo

fantasioso e irreal por lo que aquel que lo formula en verdad está sosteniendo cosas en

las cuales en el fondo no creería. Pero lo que no nos dice es si lo hace con una finalidad

puramente literaria de entretenimiento o si en el fondo lo efectuaría para movilizar

ciertas conciencias, así como Sorel quien impulsaba el mito de la huelga general con la

finalidad de terminar con la sociedad capitalista. Si fuera el primer caso entonces

podríamos decir que la obra Rebelión, según el criterio de Lastarria, sería equiparable a

otras como El Señor de los Anillos o que La magia como ciencia del espíritu lo sería a

su vez con las sagas de Harry Potter. A su vez agreguemos también que el

procedimiento empleado por nuestro contradictor resulta sumamente funcional para sus

objetivos polémicos. Cuando se quiere dar por finalizado algún debate sobre un tema

que nos molesta o que incomoda e interfiere con el prejuicioso despliegue de nuestros

esquemas mentales, entonces recurrimos al fácil recurso del mito. Es decir, en tanto no

me conviene que una cosa se diga,  el recurso es: “no lo dijo en serio, estaba tan sólo

ironizando o jugando con nosotros”, “lo que en verdad opina es otra cosa”, etc.. Lo

mismo pasaría también con la adhesión de Evola a la doctrina tradicional de la

preexistencia a la cual, según palabras de Lastarria, “no habría que tomar en serio”,

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pues sería también un mito para solazarnos poéticamente, mientras que por supuesto

positivistas modernos, fanáticos sacerdotes del sistema de la vida única y excluyente,

como el aludido comentarista, nos indicarían cuál es la doctrina verdadera en que

debemos creer y no en tales posturas “esquizofrénicas”. Posiblemente haya también

algún psicólogo que integra el equipo de Lastarria. En cambio a los ingenuos o poco

advertidos evolómanos, que nos habríamos tomado muy en serio lo que Evola nos dice,

nos espeta con sorna respecto a cómo nos hemos enterado nosotros de que la

preexistencia existe: “¿acaso Ghio ha tenido una iluminación?”, exclama Lastarria

sarcásticamente. Por lo que la crítica que se nos dirige es la de que tomamos a Evola

literalmente, que lo “embalsamamos”, es decir, perteneceríamos al grupo de aquellos

que no nos queremos resignar a que sea el tal Lastarria el que nos lo interprete, por

supuesto que vaciándolo de cualquier contenido propio, a fin de que tengamos un Evola

inofensivo, asexuado y sin hormonas,  ad usum delphini, es decir un Evola funcional a

la modernidad.

Pero Lastarria, lo mismo que sus maestros los nazis, tiene un doble discurso, uno para

los de afuera y otro muy diferente para sus camaradas de ruta. Es decir que él utiliza el

mismo procedimiento que adoptaban sus antepasados cuando lo recibían fraternalmente

a Evola en su propio país haciéndole creer que compartían muchos de sus conceptos,

pero que entre bastidores lo criticaban duramente. Pero hay sin embargo una diferencia,

posiblemente debida a los nuevos tiempos cibernéticos que hoy vivimos, y es que ellos

el segundo discurso lo emitían en secreto; mientras que con Lastarria en cambio

tenemos ahora la ventaja de que lo hace público también en internet y curiosamente en

la misma página antes aludida. Así pues en una carta dirigida a un “Camarada” (6), en

donde esta vez contrapone a Rosenberg con Evola (como debe ser por otro lado),

expresa una opinión diferente a la del Evola mitómano que en el fondo no hacía

metafísica, sino que entretenía a sus lectores con amenas poesías. Así es como afirma

ahora textualmente: “Para Evola frente a lo natural y empírico (es decir lo único que

resulta verdadero).... habría algo sobrenatural de lo cual puede tenerse experiencia”.

¿En qué quedamos entonces Sr. Lastarria, no era que Ud. había dicho que sostener eso

era “embalsamar” a Evola? ¿Debemos pensar que Ud. es un operador encargado de

confundir las cosas pues mientras que a unos les dice que en tal autor no hay

experiencia metafísica, sino mito poético, a sus Camaradas en cambio les manifiesta
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que sí la hay y que por lo tanto hay que cuidarse del mismo? ¿No hubiera sido más

sencillo que nos hubiese manifestado abiertamente de entrada que Ud. es un positivista

y un moderno y que está en contra de lo que dice Evola? Entonces no tenga vergüenza,

dígalo en público y no se disfrace de lo que no es, a no ser que, como suponemos, más

que con un problema psicológico, nos encontremos aquí ante una operación muy

hábilmente pergeñada, salvo en el desliz de haber publicado en la misma página un

artículo en el que se contradice y hace públicas sus intenciones.

Por otra parte resultan también comprensibles dentro de este contexto otras

caracterizaciones de igual tenor:

Según Lastarria  “La idea evoliana de acción mágica desde lo metafísico (recordemos

que ahora ha dejado de ser una inocente poesía)... es deplorada por Rosenberg (y por

lo que vemos también por él.) que rechaza a todo pensamiento mágico o hechicero

(como si fueran la misma cosa) al cual asocia con el ritualismo judío”. Fíjense como

esto no es para nada lo que había dicho en el otro artículo en donde lo defendía a Evola

de los evolómanos como nosotros; lo que en verdad sucedía era que él, como buen

evolítico, siguiendo los consejos de sus antepasados nazis, trataba de “neutralizarlo”

deformando su pensamiento. Pero esta vez el procedimiento ha fracasado pues le hemos

sacado la careta.

b) Diez errores presentes en el discurso evolítico de Hieromenón

Pero los evolíticos se expanden por todas partes y no están solamente en Europa como

los aludidos restos del CEDADE español o como el ideólogo nazi que escribe desde

Alemania. Dicha vertiente se ha extendido por el mundo debido en gran medida al

impulso que los evolómanos le hemos dado al pensamiento tradicional, del que Evola

junto a Guénon son los principales promotores. Tampoco nuestro continente ha

permanecido ajeno a dicha tendencia. Ello ha acontecido a través de una revista en la

cual hemos colaborado en otros tiempos cual es Ciudad de los Césares y hacia la cual

no podemos silenciar nuestro reconocimiento por el esfuerzo emprendido en su

momento por generar un positivo debate cultural, dentro de lo cual debe adscribirse a su

favor el haber también ayudado a difundir el pensamiento de Julius Evola, pero que

lamentablemente en los últimos tiempos se ha hecho eco, en forma por lo demás


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dogmática, de tal corriente evolítica. Aquí una persona que escribe bajo el pseudónimo

de Hieromenón (7) continúa con los pasos dados por sus colegas Lastarria y E.M., y si

bien esta vez se haya preocupado por efectuar una cierta investigación de los textos de

Evola, lo ha hecho sin embargo distorsionándolos y hasta haciéndole decir exactamente

lo contrario de lo que manifiestan. Todo ello es realizado con la finalidad de demostrar,

ya abiertamente, lo que sus colegas tan sólo sobreentendían en sus escritos, esto es, la

singular afirmación de que Evola sería un pensador moderno, y nos agrega,

aprovechando el silencio que nos produce su asombroso aserto: “muy moderno”. Así

como consecuentemente a ello habría descubierto también que “no es un hombre

“tradicional” como Guénon, (pues) no podía serlo (?) (ya veremos por qué)”. Y si bien

reconoce que ha adherido a posturas tradicionales, especialmente en lo relativo a su

concepción de la historia, al parecer en el fondo lo habría hecho sin creer íntimamente

en ellas pues sus consideraciones habrían sido muy “esquemáticas”, quizás “mitos”, a lo

mejor para facilitar las comprensiones u operar sobre el medio; y que además el mismo

Evola “lo habría reconocido” (??) (ya veremos cómo), por lo tanto nuevamente, aunque

no lo diga en forma expresa, acude al mismo discurso de Lastarria: nuestro autor  habría

manifestado cosas en las cuales en el fondo no creía del todo y afortunadamente,

gracias a la aparición de los evolíticos, tal malentendido habría quedado resuelto

definitivamente. Por supuesto que quienes no nos dimos cuenta de tal ingenioso juego

dialéctico seríamos los ya famosos “evolómanos... que traicionan su espíritu” así como

también “fariseos... apegados además a los poderes del momento” (¿cuáles?) y otras

simpáticos anatemas del mismo tenor que nos lanza tal fanático pregonero. Pero, tal

como se verá seguidamente en el análisis que efectuaremos, para arribar a sus audaces

conclusiones, el autor debe acudir a una serie de falsificaciones de la obra de Evola,

haciéndole decir exactamente lo contrario de lo que manifestó y paradojalmente

coincidiendo en ello con la misma metodología adoptada por la “escolástica

guénoniana” a la que sin embargo él califica también despectivamente como “sectarios

de Guénon”. Pero acotemos además que, sea en su momento a la página de Biondini,

como ahora a Ciudad de los Césares, les hemos solicitado un derecho a réplica, el que

nos lo han negado sistemáticamente, por lo que habría que concluir que, aun si

aceptáramos por un momento que es verdad lo que se dice en sus páginas que Evola es

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un pensador moderno y consecuentemente habría que decir también democrático, ellos

en cambio no lo son en manera alguna.

 Resaltaremos seguidamente los puntos principales de su exposición, no todos porque

sería sumamente monótono hacerlo, refutando los que consideramos como los

principales.

1) En abono de su teoría de la modernidad de Evola, Hieromenón sostiene que, si bien a

primera vista la concepción de la historia de tal autor es deudora de la postura de René

Guénon, en realidad la misma no habría sido la influencia fundamental pues en verdad

más lo habría sido de pensadores modernos como Bachofen cuyos escritos

representarían la principal fuente de su obra Rebelión. Y en otras partes llega a decir,

como veremos, que la postura cíclica y circular es apenas una excusa y no lo esencial de

su concepción histórica que en el fondo sería lineal como las demás posturas modernas.

Acudamos para contestarle al tan criticado procedimiento evolómano. Dijo J. E.: “Lo

que efectuara en mi obra Rebelión.. (en la que reconoce la existencia de tal aporte) fue

invertir el esquema evolutivo de Bachofen” (El Camino del Cinabrio, pg. 101). Es

decir que si bien es verdad que en la formulación de su conocida doctrina del dualismo

de civilizaciones ha sido muy importante la contribución de Bachofen en tanto que a su

principal contraposición entre civilización moderna y tradicional le ha adosado la

formulada por éste entre dos formas arquetípicas, la matriarcal y la patriarcal, viendo a

través de las mismas a dos tipos de espiritualidad antagónicas, una de carácter viril y

activa y otra de carácter femenino y pasiva, las que asimila al esquema principal de su

obra; sin embargo, aun aceptando tal influjo, existe un elemento esencial que lo

diferencia de tal autor y por lo cual de ninguna manera puede reputarse que el mismo

haya significado su fuente principal, tal como sostiene H. Y ello es porque mientras que

el esquema histórico de Bachofen es evolutivo y consecuentemente moderno, el de

Evola en cambio, del mismo modo que el de Guénon, es en cambio involutivo y por

ende antimoderno. Y es ello es lo que representa el factor principal de su teoría de la

historia. Es decir que, mientras Bachofen concibe que la sociedad progresa de un estado

originario matriarcal a uno posterior de carácter patriarcal, Evola en cambio sostiene el

esquema exactamente opuesto: es la sociedad patriarcal el estado originario de la

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humanidad y el matriarcado el producto de una decadencia. Y al respecto no es casual

que tal postura evolucionista haya sido también asumida en su misma forma por otros

significativos autores modernos en términos idénticos a los de Bachofen y para nada

afines a Evola, como el caso de Federico Engels, en quien sí es posible hablar de una

influencia directa de aquel autor. En su obra El origen de la familia, la sociedad y el

Estado, utiliza tales investigaciones del autor suizo para reivindicar el carácter

matriarcal y comunista de la sociedad humana primitiva y concibe él también el

surgimiento de la historia como el inicio de la sociedad patriarcal y clasista, siendo el

comunismo una negación de una negación, es decir, un retorno a la sociedad matriarcal

incorporando los “avances tecnológicos” de la patriarcal. El esquema que toma de

Bachofen es en cambio “invertido” por Evola, por lo tanto alejado de su contenido

principal que es el evolucionismo progresista.

Conclusión: a diferencia de lo sustentado con audacia por H., es en cambio la

aceptación de una postura involutiva de la historia lo que representa el factor principal,

en donde Evola se aproxima a René Guénon, el cual si bien no ha incorporado a su

análisis los estudios de Bachofen, ha sin embargo coincidido con Evola en concebir el

devenir histórico como el producto de una decadencia.

2) H. en curiosa coincidencia con los escolásticos guénonianos, a los que dice rechazar

y a quienes denomina “sectarios” y “de los cuales Guénon no tiene la culpa”, concuerda

sin embargo con éstos en magnificar la importancia del disímil valor que ambos autores

han dado al rol ejercido por el sacerdocio y por la casta de los guerreros en la

organización social, lo cual en los dos casos significaría una profunda incompatibilidad

habida entre ellos. Así pues Jean Robin, en el artículo mencionado, vincula la primacía

dada por Evola a la casta de los kshatriyas respecto de la brahmánica con la Rebelión de

los Titanes o Gigantes de la Atlántida, “tradición desviada” que Evola sostendría en

tanto simple marioneta pasiva de “energías psíquicas contrainiciáticas”, es decir, para

manifestarlo sencillamente y lejos del léxico sensacionalista al que nos tiene

acostumbrados el autor, para éste Evola no sería otra cosa que un pensador moderno

disfrazado. H., haciéndose eco de tal prejuicio, dice exactamente lo mismo creyendo ver

él también en tal pretendida superioridad del guerrero respecto del sacerdote, sostenida

por Evola en contraposición a Guénon, una presencia de influjos modernos recibidos

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por el autor conjuntamente con los tradicionales. Todo lo cual demuestra una profunda

ignorancia y un superficial conocimiento de lo que Evola ha manifestado sobre tal tema

en su obra, lo que les permite a ambos autores por caminos diferentes, en forma

descalificaroria el uno y calificatoria el otro, manifestar que Evola era un pensador

moderno.

Respondamos a tales prejuicios acudiendo una vez más al procedimiento evolómano.

Dijo J. Evola: “(En mi teoría de la historia) modifiqué el encuadre de Guénon (en lo

cual se hizo valer también accesoriamente la diferencia de nuestras ecuaciones

personales). En efecto, si Guénon reconocía (como también Evola) la aparición de la

realeza y del sacerdocio como dos polos separados e incluso contrastantes (en tanto que

en la sociedad originaria o edad áurea los dos estaban unidos y armonizaban entre sí)

... él reputaba legítima para esta época la reivindicación de parte del sacerdocio como

primacía... respecto de la realeza y de la casta guerrera... Yo retuve en cambio que,

como producto de una disociación, ninguno de los dos polos podía reivindicar una

dignidad superior respecto del otro, estando ambos por igual alejados de la unidad

originaria. Y no sólo esto, sino que indiqué en la orientación “regia” una base más apta

para una eventual reintegración en aquel estado de centralidad... que también, de

acuerdo a Guénon, había definido eminentemente a la función primordial.” (El camino

del Cinabrio, ibid.). Es decir la mala interpretación del pensamiento de Evola ha

conducido a los dos comentaristas, desde terrenos opuestos, a pensar erróneamente que

éste consideraba que el guerrero era superior ontológicamente al sacerdote, cuando en

cambio lo que él afirmaba era que así como en la edad áurea originaria, al no estar tales

funciones disociadas, ninguna de las dos tenía una jerarquía superior respecto de la

otra,  tampoco ello tenía por qué acontecer ahora en una época de decadencia en que

las mismas estaban separadas. La diferencia con G. es pues meramente secundaria y

circunstancial y, como bien dice E., debida a la distinta ecuación personal existente

entre ambos. Mientras que uno cree que es una aristocracia guerrera la que puede

producir un reenderezamiento hacia la normalidad, Guénon en cambio, más

contemplativo que activo, asigna tal primacía al sacerdocio. Los que vivimos en

Occidente podemos corroborar sin lugar a duda alguna, al ver el actual estado

lamentable de nuestra Iglesia en tanto expresión del sacerdocio, que el pronóstico de G.

era equivocado. Pero ello no nos debe conducir a sostener audacias como hace H. para
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quien “E., (en razón de tal pretendida diferencia con G.) se encontraría en dificultades

para hacer coincidir su visión con los datos tradicionales”.

3) En su enfática disposición a querer encontrar diferencias allí donde no existen y en

su intención por llevar agua hacia su molino haciéndole decir a Evola cosas que nunca

dijo encontramos la siguiente mala interpretación. El autor, siempre analizando la

concepción de la historia de Evola, manifiesta que este último, si bien ha sostenido la

concepción cíclica por la que divide en cuatro las etapas históricas, sin embargo, debido

una vez más a los influjos recibidos de Bachofen y de otros autores modernos, intercala

fases de transición como el “ciclo nórdico atlántico”, el demétrico, el afrodítico, el

amazónico, el dionisíaco, etc. y que, a través de posturas semejantes, “renunciaría a la

idea de los ciclos” para en cambio adherir a una “visión lineal de la historia” y por lo

tanto moderna. Cuando en verdad la mera lectura del gráfico que aparece en la obra

Rebelión (pg. 289), nos muestra claramente que tales no son “períodos intermedios”

ajenos a las fases cíclicas, sino formas por las que se han manifestado las cuatro etapas

del Manvantara. Tal tema nosotros lo hemos desarrollado en otros textos de nuestra

autoría (8) los que, a pesar de ser conocidos por H., son sin embargo sistemáticamente

ignorados; el que por lo demás, siguiendo el mismo procedimiento malicioso de los

españoles, se cuida siempre de mencionarnos en forma directa haciéndolo tan sólo en

manera oblicua cuando se refiere a “algunos comentaristas” o a los aludidos

“evolómanos”, siempre acudiendo al plural y evitando dar nombres propios. Nos

remitiremos a lo que ya hemos dicho para esclarecer tal problemática. De acuerdo al

esquema evoliano la edad áurea, primera etapa del ciclo, corresponde al período

hiperbóreo, a la raza andrógina de los inmortales, regida por un principio que era

simultáneamente regio y sacerdotal. La edad de plata representa el momento de la

ruptura y quiebra entre las dos facultades que estaban intrínsecamente unidas. Tal

desvío corresponde históricamente al denominado ciclo atlántico, que no es una fase

intermedia como dice H., y que representa, tras la quiebra del principio androgínico, la

rebelión matriarcal a través del demetrismo o ginecocracia espiritual, en donde lo

espiritual pasa de una función activa a una pasiva de dependencia absoluta del hombre

respecto de una realidad que se le sobrepone, la Madre, el Dios Creador, la Naturaleza,

etc., personificado ello en la figura del sacerdote. La edad del bronce corresponde a la

respuesta del segundo polo, el masculino, pero desespiritualizado tras la caída, ello es el
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titanismo, que tiene por correlato desde el lado femenino al amazonismo comprendido

como una réplica fracasada. Por último la sociedad afrodítica desde el lado femenino,

con su correlato masculino dionisíaco, representa el descenso hacia la edad del hierro, o

última etapa de la decadencia en la cual el puro principio placentero, el consumismo y

el materialismo más bajo se convierten en la meta de una humanidad última. Por lo

tanto nuevamente acudiendo al muy cuestionado procedimiento evolómano, es decir

basándonos en lo que Evola ha escrito en el capítulo VII de la segunda parte de

Rebelión y que también muy evolónomamente hemos reproducido en nuestro escrito El

héroe y la magia, podemos concluir que no es verdad como dice H. que sea las cuatro

etapas históricas como las extrapoladas de la obra de Bachofen interfieran con la

concepción tradicional y cíclica de la historia compartida con Guénon.

4) Otra coincidencia con Robin se la encuentra en lo relativo a la doctrina esbozada por

Evola en relación al Quinto Estado. El mismo surge de una adaptación de la postura

cíclica con los acontecimientos modernos más actuales. Dicen al respecto una serie de

autores críticos hacia la figura de Evola: si la historia es cíclica y tiene por lo tanto

cuatro etapas y la última de éstas sería la inaugurada con la revolución proletaria

representada por el comunismo ruso, en tanto gobierno de la casta inferior de los

siervos ¿cómo explicar que éste ha caído y luego ha sobrevenido nuevamente el

gobierno de la burguesía, la Tercera casta? Esto es lo que ha hecho que diferentes

autores lo criticaran a Evola, quien no había vivido la caída del comunismo, como poco

profético en sus apreciaciones y por lo tanto reputando como escasamente aplicable su

concepción cíclica. Citamos el caso de A. Dugin, a quien refutáramos en una ocasión

por tal aseveración (9), pero también podemos mencionarlo al aludido Robin quien en

el artículo antes mencionado afirma la superioridad de Guénon en el sentido de que para

éste el triunfo del comunismo no representaba el final de la historia, sino que luego

vendría un reino del caos organizado, el reino del Anticristo, que Evola habría sido

incapaz de ver debido nuevamente a su espuria iniciación. En verdad tanto Robin como

Dugin ignoran que en ningún momento Evola manifestó que el comunismo fuera la

última etapa de la historia, ni que ésta se redujera exclusivamente a la mera existencia

de Cuatro Estados, lo cual tampoco tiene por qué equipararse necesariamente a las

cuatro etapas de un ciclo, sino que en otros escritos nos habló de un Quinto Estado,

como un Estado posterior al Cuarto representado por el señorío de un grupo social aun
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inferior al de los siervos o shudras. Y lo califica también de la misma manera que

Guénon, aunque no acudiendo como éste a un lenguaje apocalíptico, como una etapa

posterior de un caos organizado, si bien él no vivió para ver la época actual que

nosotros hemos reputado como de síntesis entre las dos ideologías terminales y

materialistas, comunismo marxista y capitalismo liberal. Por lo cual el nuevo régimen

mundial inaugurado tras la caída del comunismo no representa, tal como dijera Dugin,

un retorno al Tercer Estado, sino por el contrario la inauguración de uno nuevo de caos

organizado en el que, en una especie de síntesis, se ha tomado de las dos ideologías

anteriores, liberalismo y marxismo, los elementos más deletéreos. No entendemos por

cuáles razones H. rechaza tal postura, (se remite tan sólo a decir que lo afirmaron

“algunos comentaristas” -sin aclararnos cuáles otros además del suscripto- los por él

execrados evolómanos a los cuales no habría que seguir para nada) así como por qué

diga que tampoco el proletariado “pueda representar un estado” (escrito así con

minúscula en el texto por lo que nos hace pensar que él ha entendido que Evola no se

estaba refiriendo propiamente a la organización política de una sociedad, sino que lo

entendía como situación. Justamente al haberlo siempre escrito con mayúscula lo hacía

siempre con el Estado-institución). Nos resulta incomprensible por cuál razón pueda

existir una clase proletaria y en cambio no un Estado proletario, es decir un Estado

organizado en función de los intereses y espíritu de una determinada clase social. Del

mismo modo también es incomprensible por qué no pueda existir un Estado de parias,

tal como se concebía en la India a los sectores sin casta, que organice un mundo caótico

como el actual. En su caso particular lo que nos parece es que se trata de una enfermiza

obsesión que él manifiesta en contra de la concepción cíclica tradicional que para él no

sería la que sigue Julius Evola, por lo que si bien reconoce que éste habló de un Quinto

Estado, lo toma tan sólo como algo ocasional y sin relación alguna con su sistema de

pensamiento, como algo dicho casi por compromiso. Nuevamente vemos cómo tanto

guénonianos escolásticos tradicionalistas como evolíticos modernos concuerdan en otro

punto cual es negar que Evola haya aceptado la existencia de un Estado ulterior al

Cuarto.

Para contrarrestar tales desinformaciones acudamos una vez más al tan molesto

procedimiento evolómano. Dijo J. Evola: “Puede hablarse de un Quinto Estado... toda

vez en que se haya arribado hasta el último de los grados jerárquicos que
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correspondieran al sistema cuatripartito de las castas tradicionales (es decir, no equipara

necesariamente el número  de los momentos de un ciclo con el de Estados). Con el

Quinto Estado nos hallamos en el límite entre la humanidad y la sub-humanidad, en

modo tal que se llega al momento en el cual vuelven a emerger y se afirman tendencias

e instintos de estratos primordiales, de una especie de “subsuelo” atávico biológico y

ético.” (Bolchevismo y Quinto Estado en Lo Stato, 1942).

5) Un intervalo para sonreír: la principal prueba aportada por Hieromenón

respecto del por qué Evola no podía ser tradicionalista.

Obviamente que para decirnos que Evola es moderno H. debe negar que sea lo

contrario, es decir tradicionalista. Pero sin embargo Evola se definió a si mismo siempre

como tal. Una de dos o Evola estaba mintiendo y nos hablaba “míticamente”, utilizando

un léxico lastarriano, o en vez lo decía sin darse cuenta de que no lo era. Ignoramos

cuál de las dos sea la postura elegida por H.. Simplemente se limita a decirnos que en el

fondo “E. no se tiene como un “tradicionalista”. ¿Y cuáles serían las razones de ello?

Pues para serlo o devenirlo “como mínimo significará aprender la lengua de los textos

sagrados” de las diferentes tradiciones. Y agrega por si nos ha quedado alguna duda: él

escribió un libro sobre el buddhismo, sin embargo “no nos dice que haya aprendido pali

para estudiar los textos búdicos”. Como por otro lado tampoco se aprendió el sánscrito

para comentar el Bhagavad-gîta o los Veda, ni tampoco se aprendió el árabe clásico

para interpretar los textos sufíes, o el chino para investigar sobre el taoísmo, etc. Por lo

tanto manifestar que un requisito esencial que debe tenerse para ser un tradicionalista es

el de saberse las lenguas en las cuales estaban escritos los textos tradicionales, sería

equivalente a decir que Fidel Castro no es marxista leninista porque no se aprendió ni el

alemán ni el ruso o que el general Videla no es liberal porque no se sabe ni el inglés ni

el francés o que tampoco nosotros nos podemos reputar católicos porque desconocemos

el arameo. Por otro lado me pregunto ¿cuántas son las personas que puedan leer los

textos sagrados en sus lenguas originarias? Y además las que sí lo hacen: ¿son todas

ellas tradicionalistas? De ninguna manera, la mayoría de ellas, a las que hay que contar

con los dedos, son simples eruditos. Por lo cual la consecuencia que sacamos de lo

manifestado por H. es que no existirían los tradicionalistas y por lo tanto no nos

quedaría más remedio que reputarnos todos modernos pues ninguno de los que nos

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encontramos aquí conoce tales lenguas. La conclusión a extraer es una de dos: o H. se

está burlando de todos nosotros, o no tiene la menor idea de lo que signifique Tradición

para Evola y Guénon pues pareciera que la confunde con alguna tradición histórica en

particular, ignorando así que en realidad tal principio es esencialmente suprahistórico y

por lo tanto no puede asimilarse en manera alguna con una actividad de especialistas de

la historia de las religiones o culturas, los cuales si bien pueden tener en algunos casos

el conocimiento de lenguas arcaicas, ello no tiene por qué significar adherir al

pensamiento tradicional. Por Tradición E. y G. se refieren a una trascendencia

inmanente, a una energía superior transmitida por élites espirituales, que si bien está

presente en todas las grandes tradiciones históricas se encuentra por encima de éstas

y por lo tanto resultaría ridículo considerar que la misma se adquiera a través del

conocimiento de una determinada lengua.  Digamos además que al ser  la Tradición

algo independiente de ello, incluso hasta se puede ser analfabeto y poseer un saber

tradicional.

6) Finalicemos con un algunos ejemplos sumamente ilustrativos que nos permiten

diferenciar los dos procedimientos aplicables al conocimiento de Evola. A)

Procedimiento evolítico: Dice H.: “El maestro es absolutamente indispensable cuando

se habla de iniciación...Evola ironiza sobre la posibilidad de la “auto-iniciación””. Por

lo tanto, como por otra parte también sostiene que son inhallables las cadenas iniciáticas

en Occidente, al no poder alcanzarse la iniciación, sólo le habría quedado hacerse

moderno o “muy moderno”, tal como frívolamente sostiene en su texto.

B) Procedimiento evolómano: dice Evola: “En determinados individuos la existencia de

una herencia trascendente les confiere una particular dignidad en cuanto a la posibilidad

de obtener por vía directa (esto es sin la presencia de un maestro) el despertar

iniciático. En el buddhismo ello es expresado en forma explícita.” (Acerca de los límites

de la regularidad iniciática, Magia VI, pg. 131). Es decir, a diferencia de lo que dice

H., en E. se sostiene la posibilidad de la autoiniciación.

7) Segundo ejemplo. A) Procedimiento evolítico: Dice H. “Evola postuló la ‘elección

de tradiciones’, se movió con libertad... eligiendo... Entre la vía de la acción, del

heroísmo, de la lucha y la vía contemplativa sacerdotal, se elige; entre el modelo de

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Federico Barbarroja, emperador y cruzado y el de Inocencio VIII (seguramente quiso

decir Bonifacio VIII) se elige. No porque uno sea más tradicional que otro, sino

porque ello responde a afinidades electivas y vocaciones”. Es decir que según H. para

Evola habría sido indistinto o una cuestión puramente “vocacional” estar con la Iglesia

o con el Imperio en la querella por las investiduras. Habría sido en última instancia lo

mismo ser güelfo que gibelino.

b) Procedimiento evolómano:  Dijo Evola: “En el caso de toda nación histórica no

puede hablarse de “tradición” en singular... se impone en cambio una elección de

tradiciones... en tanto existe una “tradición” del pasado italiano que va al encuentro de

ideas subversivas... La insurrección de las Comunas en contra de Federico Barbarroja

fue un conflicto entre dos ideas... Federico I representó un principio supranacional y

sagrado... las Comunas en cambio el espíritu de la nueva civilización, tendencialmente

democrática y capitalista... La Iglesia sostenía a las Comunas en contra del Emperador

...” (Los hombres y las ruinas pgs. 104-106). Por lo tanto no es verdad que Evola

considerara como del mismo modo tradicional a la Iglesia que al Imperio, como nos

afirma audazmente H., y que por lo tanto fuera indistinto elegir a uno o a otra, sino todo

lo contrario: elegir a la Iglesia significa optar por lo moderno y al Imperio en cambio

hacerlo por la Tradición.

8) Tercer ejemplo. A) Procedimiento evolítico: De acuerdo a H. la visión evoliana de la

historia es “esquemática. El mismo Evola reconoce que es como la visión marxista, sólo

que al revés: ‘un esquema semejante... Naturalmente invirtiendo los signos’. De modo

que nos encontramos nuevamente con una visión universalista y lineal (como la

marxista moderna) de la historia, independientemente de si ésta es ascendente o

descendente (casi nada)”. Además según Evola “la historia tendría un comienzo

absoluto (Edad de oro, comunismo primitivo (?)) y un único fin (la dictadura proletaria

y la sociedad sin clases) (Ya vimos que en el texto antes aludido el final de este ciclo, no

de la historia, está representado no por el comunismo o sociedad sin clases, sino por la

irrupción del Quinto Estado)” Es decir su esquema no sería muy diferente del marxista,

en tanto que ello sería además coherente con la pretendida adscripción de ambos puntos

de vista al esquema de Bachofen, pues nos hablaría de un comienzo y un final en la

historia. Discreparía tan sólo en considerar que ese final no es bueno para la humanidad,

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pero en cualquier caso “él renuncia a la idea de los ciclos” para integrarse así en un

mismo panteón de autores modernos junto a Carlos Marx.

b) Procedimiento evolómano. Dijo J. Evola: “la historiografía de izquierda (a diferencia

del liberalismo iluminista) ha sabido dirigir su mirada hacia las dimensiones esenciales

de la historia: más allá de los conflictos y episodios particulares... ella ha sabido divisar

en la misma el proceso esencial...

Una historiografía de Derecha debería abrazar los mismos horizontes de la

historiografía marxista en su voluntad por captar lo esencial ... más allá de los mitos,

superestructuras así como de la chata crónica de acontecimientos. Por supuesto que

invirtiendo los signos y las perspectivas, viendo en los procesos... de la historia no las

fases de un progreso (como hacía el marxismo) sino las de una general subversión”.

(Historiografía de la Derecha, en Ricognizioni, p. 234). O sea que el mismo texto

analizado también por H. que le hace decir que Evola habría manifestado que su visión

de la historia es lineal como la marxista, nos muestra en cambio que lo que ha hecho ha

sido simplemente constatar que las únicas posturas que hablan de un sentido de la

historia son la marxista por la izquierda y con un sentido lineal y progresista y la

tradicionalista por la derecha, con un sentido involutivo y circular, siendo para él válida

solamente esta última opción. De ninguna manera él asume, en razón de tal simple

constatación, la postura lineal de la historia como quiere hacerle manifestar H..

9) Cuarto ejemplo. Procedimiento evolítico. Nuevamente para acercar a Evola con

Marx nos dice H.: “En Evola la historia tendría un comienzo (Edad de oro, comunismo

primitivo)..”

Procedimiento evolómano. Dice Evola: “El origen de la civilización se encuentra en el

ciclo olímpico uranio, cuyo centro está constituido por la virilidad y el Sol, ... por el

derecho paterno y la ética aristocrática por contraposición a la promiscuidad orgiástico

comunista propio del período posterior, de ginecocracia y civilización de la Madre...”

(Introducción crítica a la Historia del Matriarcado de Bachofen, pg. 10). Es decir, en

oposición exacta a lo manifestado por H., la civilización originaria no era la del

comunismo primitivo que sustentaban por caminos distintos sea Marx como Bachofen,

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sino la patriarcal y jerárquica, es decir clasista, si tuviésemos que acoplarnos a la

terminología marxista, tal como también sostiene Guénon.

10) Quinto ejemplo. Procedimiento evolítico. Dijo H.: “Evola no repara que con esta

visión (la lineal, marxistoide y moderna asumida por E. según el autor) renuncia a la

idea de los ciclos”. Para en cambio adherirse a la postura moderna.

Procedimiento evolómano. Dijo J. Evola: “Son muchos los elementos que nos hacen

pensar que la concepción cíclica de la historia tiene un mayor derecho de ser seguida

que la vulgar y grosera postura lineal y progresista” (es decir la que sigue H. y que

quiere que sea también asumida por Evola). (Los tiempos y la historia, en Roma, 14-1-

54)

Y podríamos seguir con las imprecisiones del texto de Hieromenón hasta el cansancio.

III CONCLUSIÓN

La doctrina tradicional alternativa representada por Evola y Guénon necesita hoy más

que nunca ser mantenida en su pureza más plena y absoluta en aras del combate

metafísico esencial a llevar a cabo en contra del mundo moderno, mundo de caos y de

ruinas en todos los niveles, aun y especialmente en el de las ideas. Mundo que se halla

en su fase cíclica final, perteneciente a la etapa del Quinto Estado, efectuándose tal tarea

con la finalidad precisa de obtener el surgimiento de una nueva Edad Áurea en cuyo

cimiento se encuentra en manera indispensable esta fundamental base doctrinaria. Con

esta conferencia en la que hemos denunciado el siniestro accionar de los evolíticos,

hemos considerado haber cumplido con una parte necesaria de dicha tarea.

NOTAS

(1)      Jean Robin, La Contrainiciación según Evola y Guénon, en Política

Hermética, n.º 1, París, L’Age d’ Homme, 1987.

(2)    Jean Robin, René Guénon, Testimone della Tradizione, Il cinabro, 1993.

(3)    “Evola nei documenti segreti del’Ahnenerbe”, Fundación Evola, Roma, 1997.

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(4)    Reproducido en J. Evola, La raza del espíritu, Ed. Heracles, Buenos Aires, 2ª

Ed. pg. 268.

(5)      Jorge Lastarria, “Vino nuevo en odres viejos. La recepción de Evola y el

nacionalismo católico”, Buenos Aires, Libertad de Opinión, 1997.

(6)      Jorge Lastarria, “Cartas desde Baviera. Donde se habla de Signos, de

Monumentos, del insensato biologicista Alfred Rosenberg y del mágico barón

Julius Evola”, en Libertad de opinión, N.º 7, abril de 1998.

(7)      Hieromenón, Tradición e Historia. Las doctrinas tradicionales en la

interpretación histórica de Julius Evola, en Ciudad de los Césares, N.º 79,

septiembre de 2004.

(8)      Ello puede verse en nuestro texto. La concepción evoliana de la historia

(www.geocities.com/Athens/Troy/1856/Evola.htm) y en Francisco García

Bazán y Marcos Ghio, El héroe y la magia, Ed. Heracles, 2004, pgs. 20-40.

(9)      Marcos Ghio, El Quinto Estado, una réplica al nacional comunismo de A.

Dugin, en www.geocities.com/Athens/Troy/1856/Evola.htm .

(Conferencia dictada el pasado 24-08-05 en la ciudad de Buenos Aires, en ocasión de

celebrarse la cuarta edición de las J ornadas Guénonianas)

OTROS ARTÍCULOS EN ESTE BLOG:

Criticas de Evola al Vedânta

Julius Evola y la Sociedad Teosófica Independiente de Roma

Julius Evola: el último gibelino. (La cultura de la otra Europa)

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