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El valor del
tiempo
Todo lo que pueda hacer tu mano ejecútalo con tus fuerzas, porque
en el scheol a donde vas no hay obra, ni plan, ni ciencia, ni sabiduría.
(Eclesiastés IX:10)
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que no hay nada nuevo en eso, de que no necesitan que se les diga, y
que resulta cansador oír la misma cosa repetida una y otra vez, y que
quien se repite así es un impertinente. Así es; así es cómo los
pecadores silencian su concienciapeléandose con quiénes apelan a
ella, se defiendensi acaso a eso puede llamarse
defensaargumentando que ya saben perfectamente qué deben
hacer y qué no; que saben perfectamente que se hallan viviendo a
cierta distancia de Dios y que están en peligro de caer en la ruina
eterna; que saben que se están convirtiendo en hijos de Satán, y que
están negando al Señor que los rescató, y que no quieren que nadie se
los diga. Así, atestiguan contra sí mismos.
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“They are no more”. La expresión en castellano, “fue”, “fueron”, es tan plebeya como reciente, y procede
del lenguaje adolescente. Con todo, es lo que se repite entre nosotros en los días que corren: el neologismo no
carece de brutalidad (como lo que significa) y difícilmente se oye decir hoy respecto del difunto (y
piadosamentevivimos en tiempos impiadosos) “ya no está entre nosotros”. [N. del T.]
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cuando tenía cuerpo, sean cosas buenas o malas. Y ahora, ¿cuáles son
sus pensamientos? ¡Cuán infinitamente importante parece ahora el
valor del tiempo, ahora cuando no es nada para él! Nada; pues aunque
gaste siglos esperando a Cristo, no puede ahora alterar su estado de
malo a bueno, o de bueno a malo. Así como muere, así tiene que
quedar por siempre; como el árbol cae, allí yacerá. Este es el consuelo
del verdadero discípulo de Dios, y la miseria del transgresor. Su suerte
ha sido echada de una vez y para siempre, y sólo le queda aguardar
con esperanza o con temor. Hay hombres que han declarado sobre su
lecho de muerte que nadie podía hacerse idea del valor del tiempo
hasta que venga a morir; mas si hay verdad en eso, ¡cuánto más se
podría decir después de muerto! ¡Qué estimación no haremos sobre el
tiempo mientras nos hallemos esperando el juicio! Sí, se trata de
nosotrostodo esto, repito, nos incumbe de la manera más íntima.
No ha de contemplarse esto como si fuera un cuadro, como un hombre
en pantuflas y repantigado, leyendo un libro ligero durante su tiempo
de ocio. Nosotros hemos de morir, los más jóvenes, los más sanos, los
más displicentes; nosotros hemos de ser antinaturalmente
despedazados en dos, cuerpo y alma; y para ser reunidos nuevamente
para ser más enteramente felices o infelices para siempre, por siempre
jamás.
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nosotros. Cada instante que pasa, y cada vez estamos más cerca de
ella. Cuando nos levantamos cada mañana nos hallamos más cerca de
aquella tumba en la que no hay obras, ni recurso, ni esfuerzo. Ahora
estamos más cerca de la tumba que cuando entramos a esta iglesia.
Así, la vida está continuamente desmoronándose a nuestro alrededor.
¿Qué le diríamos a un hombre que se hallara parado sobre terreno
precipitoso, cuyo suelo permanentemente se desmorona de modo que
se restringe el área donde está parado, donde cada vez hace pie con
menor seguridad y que sin embargo se mostrara desidioso sobre el
particular? ¿O qué le diríamos a uno que consintiera que su
receptáculo pierde un líquido precioso que se derrama por la calle sin
que considere siquiera taponarlo? ¿Que negligentemente ve cómo se
pierde, más y más? Mas ¿qué tesoro puede compararse con el tiempo?
Es la semilla de la eternidad: y con todo consentimos seguir y seguir,
año tras año, apenas usándolo al servicio de Dios, o considerando que
basta con dedicarle el diezmo o una séptima parte, mientras con todo
empeño y corazón nos entregamos de lleno a sembrar en carne, para
que la carne coseche corrupción. Nos empeñamos en sacar la cuenta
de con cuán poco tiempo dado a la religión nos podemos asegurar un
puesto en lugar de tener la gracia de dar con abundancia. “Mis ojos
destilan ríos de lágrimas, porque los hombres no guardan tu Ley” dice
el salmista (Ps. 118:136). Indudablemente el inspirado profeta vio
mucho más claro que lo que nosotros podemos verla locura de los
hombres al desperdiciar semejante tesoro en pecados, siendo que se
les ha dado para adquirir su bien principal; pero si así es para el
profeta, ¡cómo no será semejante locura a los ojos de Dios! ¿Qué
inveterada y maligna maldad es ésta que se halla en el corazón de los
hijos de los hombres, que los induce a sentarse a comer, a beber, a
levantarse para ir a jugar, cuando el tiempo fluye velozmente y se
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