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Eugenio y Martín – Amor interclases

Esta historia es la central en la película Hawaii, de Marco Berger. (Argentina, 2013)


Duración 105 minutos, 50 segundos.

El (re)encuentro de dos mundos


Martín, un rubio joven de casi treinta años con un cuerpo bastante trabajado, había
llegado al pueblo unos días atrás y anduvo buscando trabajo en distintas casas. Como no
tenía donde quedarse, dormía en una especie de monte, a la intemperie. Alguna que otra
vez ligó pegarse una ducha en la eventual casa donde estuviera trabajando.
Eugenio, unos años mayor que Martín, tenía pelo negro, era delgado y usaba anteojos. A
diferencia del primero, él estaba en la casa donde estaba pasando el verano. Tenía una
rutina bastante diferente a la de Martín. Comenzaba el día haciendo yoga. Luego de
pegarse una ducha, desayunaba. Continuaba su rutina trabajando en su MacBook.
Intercalaba el trabajo metiéndose en la pileta. También alternaba con dibujar.
Un día, mientras tomaba sol, alguien golpeó las manos. Fue a la tranquera y allí estaba
Martín, que andaba buscando un trabajo por esos días, por el verano. Se ofrecía para
limpiar la pileta, cortar el pasto. Después de relojearlo rápidamente, Eugenio se excusó
con que esa no era su casa, sino que pertenecía a sus tíos. Y su tío se encarga de lo
relativo al mantenimiento de la casa.
Martín se conformaba con sólo unos pesos por día, pues necesitaba trabajar por el
verano, solamente. Después tenía apalabrado un trabajo en la Capital.
Eugenio le pidió que pasara al día siguiente, así él tendría tiempo para hablar con su tío
y ver si le autorizaba para hacer algo.
Martín agradeció la iniciativa de Eugenio. Cuando se estaba yendo, se detuvo y le
preguntó si él era Eugenio. Cuando asintió, Martín continuó con su presentación.
–Porque yo me bañé varias veces en esa pileta, cuando era chico. Yo soy el “Ruso”, me
decían, el hijo de Esther, que tenía el kiosco, allá, en el baldío, donde está el bondi
abandonado.
¿Martín? preguntó un alegre Eugenio, con un rostro que demostraba mucho más interés
de cuando le pidieron trabajo. Lo invitó a pasar y Martín no aceptó; volvería al día
siguiente.

***

Contratado
Al día siguiente, Eugenio trabajaba y cada tanto miraba por la ventana: estaba esperando
algo. Posiblemente que llegara para confirmarle que le daría trabajo.
Cuando llegó, le indicó un par de cosas para que hiciera.
Mientras Martín trabajaba, Eugenio lo interrumpió para que almorzaran juntos: había
comprado algo para comer.
Martín comía desesperadamente cuando llegó la pregunta incómoda: sobre dónde se
estaba quedando. Dejando de comer abruptamente, Martín inventó que en lo de una tía,
al lado del hospital. Su mamá se había muerto cuando él tenía trece años. Ahí él se había
ido a vivir a Uruguay con su abuelo. Eugenio se sintió incómodo al haber formulado la
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pregunta. Luego la charla continuó sobre dónde se quedaría en Buenos Aires. Después
de un breve silencio en el que no se le ocurrió nada, Martín confesó que aún no lo sabía.

***

Ducha, mirada y ropas regaladas


Otro día, Martín seguía trabajando en lo de Eugenio. Cansado y muerto de calor, le
pidió a Eugenio, que estaba dibujando, si podía bañarse en la ducha del depósito. Como
no había agua caliente en el depósito, Eugenio lo invitó a que se bañara en el baño de
adentro de la casa. Martín, entre tímido y seco, no quería aceptar la invitación hasta que
Eugenio finalmente lo convenció de que se bañara adentro.
Le enseñó a Martín dónde estaba el baño. Mientras se bañaba, Eugenio revisaba la
cómoda y luego su bolso. De éste sacó un poco de ropa. Con las prendas en la mano fue
a la zona del baño a esperar que Martín terminara de ducharse. En el mientras tanto,
Eugenio espiaba por el vidrio esmerilado de la puerta del baño y miraba la silueta de
Martín, sobre todo sus nalgas. Mientras éste se secaba, Eugenio le gritó que tenía algo
de ropa ahí, por si quería verla.
Con la toalla anudada en la cintura, Martín salió del baño. Eugenio, luego de haber
subido la mirada del bulto a los ojos de Martín, le ofreció la ropa:
–Es una ropa que usaba mi viejo, quizás algo te quede. Digo para que no uses tu ropa,
no sé. Es... Fijate si te queda algo.
Martín le agradeció y Eugenio le aclaró que podía quedarse con todo lo que quisiera.
Nuevamente le agradeció, mientras se metía en el baño para cambiarse.

***

Extensión del contrato


Recién salido de la pileta, Eugenio estaba secándose afuera de la casa. Tomaba un mate
cuando salió Martín de adentro de la casa.
–Bueno, yo me voy yendo.
–¡Ah! Otra persona– Ante el cumplido, Martín se miró cómo estaba vestido y se sonrió
tímidamente. Aceptó la invitación de Eugenio de quedarse a tomar unos mates y comer
unas galletitas.
Eugenio había hablado con su tío y lo había convencido de hacer algunos arreglos que
eran necesarios en la casa desde hacía un tiempo. Por ello, habría trabajo para Martín
por todo el verano. ¿Vos estás hasta la última de Febrero? preguntó Eugenio. Martín
asintió, mientras comía galletitas con el mate en la mano.
Martín empezaría la primera semana de marzo a trabajar de mantenimiento en un
colegio religioso.
–Escuchame, cada vez que te quieras bañar, te metés, ni preguntás. ¿Sí? Voy para el lado
del hospital ahora, ¿querés que te lleve?
Martín no quería que lo llevara: iría a lo de su prima, que vivía al lado de la pileta
municipal. Eugenio insistió en llevarlo, hasta que finalmente aceptó Martín.
Eugenio contaba dinero parado al lado del auto, mientras Martín lo esperaba en el
interior de éste. Apenas subió el conductor, se sacó la remera por el calor que hacía.

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Encima a esta hora le pega todo el sol decía Eugenio mientras se rozaba el short con
una mano. La mirada de Martín se dirigió hacia el bulto de Eugenio. Éste le preguntó si
pasaba algo, y Martín le dijo que mojaría todo el asiento. Ah, no pasa nada desestimó el
conductor. Martín cada tanto le siguió relojeando la zona pélvica en todo el trayecto,
hasta que bajó en una casa. Amagó acercarse a tomar timbre, y cuando el auto arrancó,
Martín se fue caminando para el otro lado.

***

‘Te presto una malla’


Eugenio estaba en la pileta cuando Martín pasó con la carretilla cerca. Le preguntó si no
quería meterse un poquito en la pileta, ya que había estado todo el día al sol. Martín
agradeció rechazando la invitación. Eugenio insistió con que se metiera, él le prestaría
una malla. Dale, por favor, no me hagas rogarte fue el intento persuasivo del dueño de
casa. Ante la nueva negativa, volvió a insistir:
–Dejá esto acá, dejá todo esto acá. Dale, vení, te presto una malla y te metés un rato.
–Bueno.
Fueron a la habitación a buscar una malla de Eugenio, quien observó en voz alta que
eran bastante parecidos.
Le ofreció una que le parecía le tendría que andar. Martín agradeció mirando para todos
lados, buscando un lugar donde cambiarse.
Eugenio le señaló ahí nomás, detrás de una arcada que separaba la habitación. De allí el
dueño de la casa lo espió un poco. Ante la pregunta de cómo le había ido, Martín,
volviendo a la habitación, bromeó que si la tenía en verde, se la llevaba.
Dale, vamos, fueron las palabras de Eugenio mientras le daba un pequeño empujoncito
a Martín en la nuca, llevándolo para afuera.
Ya ambos en la pileta, Martín salió del agua. Eugenio tuvo una especie de desconexión,
en la que no escuchaba lo que le decía Martín. Salió ido de la pileta y se fue directo a
escribir en su MacBook, tal como comprobó Martín al espiarlo por la ventana.

***

Recuerdos de Eugenio, recuerdos de Martín


Eugenio estaba revisando una cajas y encontró una fotos suyas con una chica. Podría ser
su novia o tal vez su ex novia. También podría haber sido la hermana.
Martín sacó las cajas afuera. Revisó qué tenían y se quedó con un libro y con el álbum
de fotos.

***

Martín había quedado en la calle


Martín y Eugenio estaban tomando mates, tal vez merendaban o desayunaban. Eugenio
le mostró algo en el diario, lo que disparó una conversación.
Luego Martín explicó, a pedido de Eugenio, cuáles habían sido sus motivos de visita al
pueblo. Como la abuela había muerto, él había quedado en la calle porque la casa no

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pertenecía a su abuela sino que había sido de su último marido. Como el hijo del marido
de la abuela tenía que vender la casa, Martín fue al pueblo.

***

Un corte y una mudanza


Martín se lastimó en una pierna con un alambre. Eugenio logró convencerlo de que le
curaría la herida, sobre todo para que no se infectara visto que el alambre estaba viejo y
oxidado.
El corte había sido en la parte superior de la pierna izquierda, a menos de diez
centímetros de donde terminaba el calzoncillo de Martín. Él estaba parado mientras
Eugenio, agachado, le pegaba la gasa. La cara de uno estaba de frente al bulto del otro.
Eugenio insistió con que se debería poner la vacuna antitetánica. Martín se negaba,
subestimando la situación.
–Sí, sí, sí. Ahora te llevo al hospital y después te dejo en lo de tu tía.
Martín permaneció unos instantes en silencio, pensando cómo sortearía la situación y
avergonzado tanto por su mentira como por su actualidad. Confesó finalmente que no se
estaba quedando en lo de su tía. Luego de ponerse de pie, Eugenio le preguntó dónde se
estaba quedando.
La respuesta fue señalada por Martín, cuando le mostraba a Eugenio esa suerte de
monte donde se estaba quedando.
De regreso al auto, luego de que Martín hubiera juntado todas sus pertenencias, Eugenio
le preguntaba si tenía o no más cosas y dónde estaban.
Ya en la casa de Eugenio, éste le armó una cama en el depósito a Martín. Le hizo seña
para que se sentara a su lado, como para probarla.
–Tenés de verdad un trabajo en marzo, ¿no?
–Sí. Apalabrado, pero sí. No me van a decir una cosa por otra.
–Mañana te llevo al hospital, a ver si te tenés que dar la antitetánica o algo. ¿Mhm?
Para que no se aburriera, Eugenio le llevó unos libros a Martín para sus ratos libres.

***

Una sola remera


Mientras compartían un almuerzo, comenzaron a recordar cuestiones de su infancia.
Eugenio aprovechó para comentar que al día siguiente se iría por un día a Capital. Le
aclaró a Martín que en la heladera encontraría un poco de comida ya hecha.
Estando solo como cuidador de la casa, Martín se metió a la habitación de Eugenio.
Encontró una remera de Eugenio y luego de olerla se la puso. Después espió un libro
que estaba leyendo. Se recostó en la cama, donde se quedó dormido.

***

‘No seas maricón’


Eugenio ya había regresado de su viaje y Martín se estaba pegando una ducha. Eugenio,
afuera del baño, aguantó un par de segundos y se metió en el baño con la excusa que

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como pondría el lavarropas, quería recolectar toda la ropa, incluso la que recién se había
sacado Martín. Le pidió a Martín que luego, cuando terminara, fuera a la habitación.
Afuera del baño, Eugenio permaneció unos segundos parado al lado de la puerta,
sonriendo.
Martín, salió de bañarse, y mientras se secaba, algo lo tenía nervioso. Medio agitado, se
secó y se agarró la cruz que llevaba en el cuello.
Eugenio ya estaba en la habitación, escribiendo. Llegó Martín y luego cerró la
computadora. Resulta que le había llevado a Martín ropa, de todo tipo, para que se
probara. Tanta ropa que guardaba y al final no la terminaba usando nunca. Entre medio
de toda la ropa también le dio dos cajas de calzoncillos para que se los midiera, todavía
tenía tiempo de cambiarlos.
–¿Me lo pruebo?
–Sí, acá probate. Que, si total no pasa nada, no seas maricón– dijo Eugenio con una
sonrisa de complicidad. Mientras seguía revisando los bolsos buscando ropa,
aprovechaba a espiar por el espejo de la cómoda a Martín que se probaba el calzoncillo.

***

Recuerdos de infancia
Martín estaba sentado en un tronco sobre un arroyo, pensando. Llegó Eugenio con una
Coca Cola de vidrio. Tomaron un poco de gaseosa en silencio, hasta que Martín le
preguntaba si recordaba que allí habían matado un gato a piedrazos.
Entre los recuerdos apareció aquél de cuando el padre de Eugenio los llevaba a cazar.
Martín se RE acordaba, sobre todo de que el papá le decía a la mamá de él que iban a
pescar, para que se quedara tranquila. Ni se imaginaba que a las dos horas andaba
caminando con un arma en la mano.
En realidad no era un arma, sino un aire comprimido, pues el padre de Eugenio no
estaba tan loco. Lo que pasaba es que por la edad que tenían, les había quedado la idea
de que era una escopeta.
Eugenio interrumpió la charla para ir a mear ahí al lado. Martín mientras lo miraba de
reojo. Una vez que hubo terminado de orinar, Eugenio propuso se metieran en el arroyo,
al lado del puente.
–No tengo malla.
–Metete en bolas, no te miro.
–No, no es eso, pero... Eh...
Eugenio insistió y le tendió la mano a Martín para que se levantara del tronco.
Ya en el agua, jugaban a flotar. Primero salió Eugenio, quien miraba a Martín mientras
éste seguía en el agua. Propuso ir a comer algo y Martín aceptó.

***

Jugando con el aire comprimido


Prepararon el aire comprimido como para tirarle a una lata. Comenzó Eugenio y le erró,
excusándose de que como era viejo, la mira estaba desalineada. Era el turno de Martín:

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le pegó a la lata en el primer tiro. Apostaron por quién le pegaba más veces a la lata.
Eugenio interrumpió el juego cuando le sonó el teléfono.

***

Martín andaba con un pulóver que decía Eugenio


Sentados mientras tomaban algo, Martín comenzó a reír. Eugenio le preguntaba de qué
se reía, y éste decía que nada.
–¿Cuántos años me llevás vos a mí?
–No sé, dos o tres.
Martín recordaba cuando eran chicos y una vez el papá de Eugenio le dio a la madre de
él un montón de ropa de Eugenio. Y Martín se pasó todo un invierno con un pulóver
rojo que tenía escrito “Eugenio” en el pecho, en color negro.
Sorprendido, Eugenio no lo podía creer. Ya se había olvidado de ese pulóver que le
había tejido su abuela. Había tejido tres, uno para cada hermano. Pero el único que tenía
el nombre completo era el de Eugenio, los otros dos decían “Santi” y “Flor”.
Martín no tenía presente los hermanos de Eugenio, seguramente porque le llevaban unos
cinco y siete años a él. Y de por sí Eugenio era un poco mayor que Martín.
–Mirá qué loco. No me acordaba. ¡Qué grande el viejo! Siempre estaba para darle una
mano a la gente. Se lo extraña, la verdad.
Ante la pregunta, Eugenio comentó que su papá había fallecido hacía dos años.

***

Juegos y algo más


En el río, Eugenio ayudaba a Martín a hacer la tablita para que flotara.
Luego, fuera del agua, hicieron una carrera y apostaban. A pesar de haber hecho trampa
para ganar, Martín terminó pasándolo. Eugenio se detuvo a mitad de camino, justo
después de haber sido pasado. Se excusa con que no valió la carrera porque él se detuvo
por cómo se le había acelerado el corazón. Como le dio miedo, se vio compelido a
frenar. Invitó a Martín a que sintiera sus latidos, dejando que Martín apoyara su mano
en el pecho.
De a ratos Martín miraba a Eugenio a los ojos. Para que sintiera bien el aceleramiento
de su corazón, Eugenio puso su mano encima de la de Martín, como para presionarla
más contra su cuerpo. Martín a todo esto sostenía a Eugenio, con su otra mano, de la
cintura. Permaneció mirándolo, incluso luego de que Eugenio cortara el contacto visual
con Martín.

***

Borrachos durmieron juntos


Era de tardecita, y en silencio estaban compartiendo una birra. Eugenio luego fue a
buscar otra cerveza adentro y se puso a hacer algo en la notebook.
Fue al depósito a buscar a Martín, quien ya estaba durmiendo. Eugenio se acercó para
decirle que había otra birra más, mientras el otro seguía dormido. Lo zamarreó de la

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parte inferior de la panza, luego siguió bajando y terminó en la ingle. Eugenio siguió
zamarreándolo para que se despertara, ahora desde la parte superior de la pierna, a unos
centímetros del bulto de Martín.
Dormido, Martín se dio vuelta. Eugenio seguía ofreciéndole la birra, borracho, y
rozándole apenas la cola. Martín terminó poniéndose en posición fetal, acercando su
cola a Eugenio. Éste dijo que se iba a quedar un ratito más en el depósito y se acostó
apoyándole el bulto a Martín, medio cuchareándolo. No se decidía si poner o sacar su
brazo del cuerpo de Martín.
A la mañana siguiente, Martín despertó primero, estando él boca arriba y Eugenio boca
abajo, con un brazo sobre su panza, abrazándolo. Sin entender mucho, Martín miró de
reojo a Eugenio y se salió cuidadosamente, intentando no despertarlo. Mientras Eugenio
seguía durmiendo, Martín permaneció contemplándolo. Luego salió del depósito,
bastante confundido. A los segundos se despertó Eugenio, saliendo enseguida
avergonzado del depósito.

***

Arrepentido y cortante
Eugenio estaba escribiendo en su MacBook, absorto en la pantalla. Martín se acercó con
unas bolsas de basura en las manos y quería saber si las sacaba en ese momento o
después.
Un cortante Eugenio arrojó No puedo ahora Martín, dejándolo callado y atónito con las
bolsas en la mano. Eugenio parecía estar entre avergonzado y enojado por lo que había
hecho: dormir junto a Martín.

***

El hermano de Eugenio lo deschavó


El hermano mayor de Eugenio fue a pasar el día. Luego de haber salido de la pileta, se
sentaron a charlar. Resulta que había ido solo para la casa, pues necesitaba escaparse de
Buenos Aires. Uno de sus hijos tenía un cumpleaños y al otro no tenía ganas de llevarlo.
El negocio no paraba, su cabeza le explotaba y quería, necesitaba estar solo.
Eugenio miró a Martín y volvió la mirada para otro lado. Su hermano se dio cuenta del
modo en que lo había mirado. Sonrió y le dijo que le gustaba. Eugenio se hizo el
desentendido.
–Le diste trabajo porque te gusta. ¿Qué pensás? ¿Que soy boludo yo? ¿Qué vas a hacer?
¿Te lo vas a coger y después le vas a decir “Che, perdón. Te di trabajo porque me
calentabas”?
–No le podía no dar una mano. Vos hubieses hecho lo mismo.
–¿Que te querés poner de novio con él?
Eugenio suspiraba como cansado, pidiéndole a su hermano que no lo volviera loco. Le
pedía que parara.
El hermano quería saber si había pasado algo. Como nada había sucedido hasta el
momento, supuso lo correcto: que Martín no sabía que Eugenio era gay.
–¿Qué querés que le dijera? “Che, te doy labura pero mirá que soy gay. Así que fijate si

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querés agarrar el laburo igual”– respondió bastante irónicamente Eugenio.


Luego de sonreír, el hermano continuaba: –Y si te lo garchás y pasa el verano, ¿qué vas
a hacer? Te lo llevás a Buenos Aires, a un Levi’s, le comprás un par de pilcha. ¿Te lo
llevás a Palermo y lo mantenés? O lo mandás a laburar a una obra y lo esperás a las seis
con unos mates bien calentitos en tu casa.
Eugenio le gritó que la cortara, ya había sido suficiente.

***

Dibujos tirados ahí en el piso


Martín y Eugenio corrían una mesa dentro de la casa. Casualmente, Martín vio unos
dibujos tirados en el piso. Eran dibujos hechos por Eugenio de chicos desnudos. Martín,
cuando terminaron con su tarea, salió a seguir a trabajando. Eugenio juntó los dibujos y
los guardó.
Más tarde estaban almorzando. La relación entre ambos estaba cortante y tensa, bastante
incómoda. Martín no dejaba de mirar a un distante Eugenio.

***

Fallido intento de seducción


Ya de tardecita, llovía. Eugenio fue al depósito donde estaba Martín, para pedirle el
veneno para ratas. Apenas llegó el escritor, Martín comenzó a sacarse la ropa y le
preguntaba a Eugenio si le molestaba que lavara la ropa ahí. Este era una especie de
juego de seducción de Martín, para ver si Eugenio abandonaba su indiferencia.
Mientras se desabrochaba el jean y comenzaba a bajárselo, Martín le decía que no había
problema si a él le molestaba que lavara la ropa.
Eugenio lo negó, en un intento de contener su mirada y no abalanzarse sobre Martín.
Para lograrlo, decidió esquivar la mirada de un Martín que permaneció con el pantalón
puesto pero con el cierre bajo, de donde se asomaba su vello púbico.
Finalmente Martín, viendo que Eugenio no cambiaría su actitud, le explicó dónde estaba
el veneno para ratas: al lado del cuartito, donde estaban las tejas.
Lo busco ahí lanzó Eugenio, dándose la vuelta y yéndose.
Martín permaneció parado y luego se sentó sobre la cama, suspirando, como arrepentido
por su fallido intento de seducción.
Eugenio volvió a su casa y se quedó pensativo.

***

Las hojas y el beso que no fue


En la galería, miraban el techo. Eugenio señalaba hacia arriba, donde en una especie de
media sombra quedaban las hojas secas. Le mostraba a Martín, dando escobazos en el
techo, cómo caían. Había que hacer eso hasta que cayeran todas las hojas, porque
tapaban la luz. El trabajo consistía en hacerse de punta a punta, de izquierda a derecha.
Luego habría que barrer todo, ya que estaba lleno de hojas.
Martín comenzó con su labor antes de que Eugenio terminara de dar las indicaciones,

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por lo que una hojita le entró en el ojo a Eugenio. Enseguida le pidió a Martín que se
detuviera.
Martín instantáneamente paró y se acercó a Eugenio para revisarle el ojo. Lo ayudó a
sacarle el pedacito de hoja seco del ojo. Eugenio no sólo había sido alcanzado por las
hojas en el ojo, sino también toda su ropa. Martín comenzó a sacudirlo.
–Sí, no. Terrible, la cantidad que hay. Un montón– decía Eugenio, ya una vez que
Martín le había sacudido hasta la cabeza.
Muy próximos entre sí, se miraron a los ojos.
–Ahí también tenés– señaló Eugenio con una sonrisa que encubría un me gustas.
Martín sostuvo a Eugenio del cuello y se adelantó para darle un beso. Eugenio, sin
corresponderle el beso, se alejó y comenzó a negarlo.
Mientras Martín se iba yendo, como saliendo de la casa, Eugenio le preguntaba si era
por los dibujos, con una sonrisa de superado. Martín se dio vuelta, negando con su
cabeza, en un gesto que decía no entendés nada.
Eugenio quedó solo, sorprendido y con cara de la re cagué.

***

Desencontrados
Ambos quedaron pensativos, con una mirada a la nada misma. Eugenio deambulaba por
diferentes partes de la casa. Fue a buscar a Martín al monte donde se había quedado
hasta que fue a su casa. Se sentó un ratito ahí, esperando que algo sucediera. Encontró
un libro que él había tirado y había sido rescatado por Martín, dentro del cual había unas
fotos de Eugenio.
Ya de vuelta en su casa, Eugenio intentaba escribir pero no podría concentrarse.
Consternado, mirada el monitor, como atravesándolo con su mirada.
Imaginó que Martín se acercaba y le decía Ananá, que fue sobre lo que había hablado
cuando se metieron a la pileta juntos, el día que Eugenio salió corriendo a escribir.
Eugenio fue a buscar algo entre sus viejas pertenencias, muchas de las cuales eran de su
niñez. En una caja encontró unas diapositivas circulares, de esas que iban en el
ViewMaster, y las miró a contraluz. En la misma caja encontró el ViewMaster pero al
intentar meter la diapositiva, se dio cuenta de que estaba roto.
Pudo probar la diapositiva en un aparato eléctrico de diapositivas. La cinta, que se
llamaba Hawaii, incluía imágenes de ese lugar. Fue pasando las imágenes hasta que se
detuvo, pensativo, en la de los ananás. Había dos ananás en la imagen, una al lado de la
otra. Arrepentido por toda la situación, recordó cuando estaba con Martín tirado en el
parque tomando sol. Arregló el ViewMaster.
Al día siguiente volvió al monte. Esperó un rato sentado, pero Martín no apareció. Dejó
el regalo ahí y se pegó la vuelta. Una sensación de vacío se apoderaba de su rostro.

***

Un beso preambulado
Al encontrar el obsequio, Martín volvió a la casa de Eugenio. Pasó la puerta de la calle
sonriendo. Tocó la puerta de la sala sonriendo, mientras se tapaba la cara con el

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ViewMaster. Ya había visto que Eugenio se encontraba allí. Al verlo, le devolvió la


sonrisa.
Martín, con el mismo humor, entró en la casa y se sentó. Eugenio se acercó, con la
típica sonrisa de Me gustas. Se miraron a los ojos, sonriendo los dos nerviosamente.
Eugenio se agachó quedando a la altura de Martín, mientras lo iba acariciando. Se
dieron un hermosísimo beso preambulado.

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