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Contratado
Al día siguiente, Eugenio trabajaba y cada tanto miraba por la ventana: estaba esperando
algo. Posiblemente que llegara para confirmarle que le daría trabajo.
Cuando llegó, le indicó un par de cosas para que hiciera.
Mientras Martín trabajaba, Eugenio lo interrumpió para que almorzaran juntos: había
comprado algo para comer.
Martín comía desesperadamente cuando llegó la pregunta incómoda: sobre dónde se
estaba quedando. Dejando de comer abruptamente, Martín inventó que en lo de una tía,
al lado del hospital. Su mamá se había muerto cuando él tenía trece años. Ahí él se había
ido a vivir a Uruguay con su abuelo. Eugenio se sintió incómodo al haber formulado la
Eugenio y Martín – Amor interclases
pregunta. Luego la charla continuó sobre dónde se quedaría en Buenos Aires. Después
de un breve silencio en el que no se le ocurrió nada, Martín confesó que aún no lo sabía.
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Encima a esta hora le pega todo el sol decía Eugenio mientras se rozaba el short con
una mano. La mirada de Martín se dirigió hacia el bulto de Eugenio. Éste le preguntó si
pasaba algo, y Martín le dijo que mojaría todo el asiento. Ah, no pasa nada desestimó el
conductor. Martín cada tanto le siguió relojeando la zona pélvica en todo el trayecto,
hasta que bajó en una casa. Amagó acercarse a tomar timbre, y cuando el auto arrancó,
Martín se fue caminando para el otro lado.
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pertenecía a su abuela sino que había sido de su último marido. Como el hijo del marido
de la abuela tenía que vender la casa, Martín fue al pueblo.
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como pondría el lavarropas, quería recolectar toda la ropa, incluso la que recién se había
sacado Martín. Le pidió a Martín que luego, cuando terminara, fuera a la habitación.
Afuera del baño, Eugenio permaneció unos segundos parado al lado de la puerta,
sonriendo.
Martín, salió de bañarse, y mientras se secaba, algo lo tenía nervioso. Medio agitado, se
secó y se agarró la cruz que llevaba en el cuello.
Eugenio ya estaba en la habitación, escribiendo. Llegó Martín y luego cerró la
computadora. Resulta que le había llevado a Martín ropa, de todo tipo, para que se
probara. Tanta ropa que guardaba y al final no la terminaba usando nunca. Entre medio
de toda la ropa también le dio dos cajas de calzoncillos para que se los midiera, todavía
tenía tiempo de cambiarlos.
–¿Me lo pruebo?
–Sí, acá probate. Que, si total no pasa nada, no seas maricón– dijo Eugenio con una
sonrisa de complicidad. Mientras seguía revisando los bolsos buscando ropa,
aprovechaba a espiar por el espejo de la cómoda a Martín que se probaba el calzoncillo.
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Recuerdos de infancia
Martín estaba sentado en un tronco sobre un arroyo, pensando. Llegó Eugenio con una
Coca Cola de vidrio. Tomaron un poco de gaseosa en silencio, hasta que Martín le
preguntaba si recordaba que allí habían matado un gato a piedrazos.
Entre los recuerdos apareció aquél de cuando el padre de Eugenio los llevaba a cazar.
Martín se RE acordaba, sobre todo de que el papá le decía a la mamá de él que iban a
pescar, para que se quedara tranquila. Ni se imaginaba que a las dos horas andaba
caminando con un arma en la mano.
En realidad no era un arma, sino un aire comprimido, pues el padre de Eugenio no
estaba tan loco. Lo que pasaba es que por la edad que tenían, les había quedado la idea
de que era una escopeta.
Eugenio interrumpió la charla para ir a mear ahí al lado. Martín mientras lo miraba de
reojo. Una vez que hubo terminado de orinar, Eugenio propuso se metieran en el arroyo,
al lado del puente.
–No tengo malla.
–Metete en bolas, no te miro.
–No, no es eso, pero... Eh...
Eugenio insistió y le tendió la mano a Martín para que se levantara del tronco.
Ya en el agua, jugaban a flotar. Primero salió Eugenio, quien miraba a Martín mientras
éste seguía en el agua. Propuso ir a comer algo y Martín aceptó.
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le pegó a la lata en el primer tiro. Apostaron por quién le pegaba más veces a la lata.
Eugenio interrumpió el juego cuando le sonó el teléfono.
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parte inferior de la panza, luego siguió bajando y terminó en la ingle. Eugenio siguió
zamarreándolo para que se despertara, ahora desde la parte superior de la pierna, a unos
centímetros del bulto de Martín.
Dormido, Martín se dio vuelta. Eugenio seguía ofreciéndole la birra, borracho, y
rozándole apenas la cola. Martín terminó poniéndose en posición fetal, acercando su
cola a Eugenio. Éste dijo que se iba a quedar un ratito más en el depósito y se acostó
apoyándole el bulto a Martín, medio cuchareándolo. No se decidía si poner o sacar su
brazo del cuerpo de Martín.
A la mañana siguiente, Martín despertó primero, estando él boca arriba y Eugenio boca
abajo, con un brazo sobre su panza, abrazándolo. Sin entender mucho, Martín miró de
reojo a Eugenio y se salió cuidadosamente, intentando no despertarlo. Mientras Eugenio
seguía durmiendo, Martín permaneció contemplándolo. Luego salió del depósito,
bastante confundido. A los segundos se despertó Eugenio, saliendo enseguida
avergonzado del depósito.
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Arrepentido y cortante
Eugenio estaba escribiendo en su MacBook, absorto en la pantalla. Martín se acercó con
unas bolsas de basura en las manos y quería saber si las sacaba en ese momento o
después.
Un cortante Eugenio arrojó No puedo ahora Martín, dejándolo callado y atónito con las
bolsas en la mano. Eugenio parecía estar entre avergonzado y enojado por lo que había
hecho: dormir junto a Martín.
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por lo que una hojita le entró en el ojo a Eugenio. Enseguida le pidió a Martín que se
detuviera.
Martín instantáneamente paró y se acercó a Eugenio para revisarle el ojo. Lo ayudó a
sacarle el pedacito de hoja seco del ojo. Eugenio no sólo había sido alcanzado por las
hojas en el ojo, sino también toda su ropa. Martín comenzó a sacudirlo.
–Sí, no. Terrible, la cantidad que hay. Un montón– decía Eugenio, ya una vez que
Martín le había sacudido hasta la cabeza.
Muy próximos entre sí, se miraron a los ojos.
–Ahí también tenés– señaló Eugenio con una sonrisa que encubría un me gustas.
Martín sostuvo a Eugenio del cuello y se adelantó para darle un beso. Eugenio, sin
corresponderle el beso, se alejó y comenzó a negarlo.
Mientras Martín se iba yendo, como saliendo de la casa, Eugenio le preguntaba si era
por los dibujos, con una sonrisa de superado. Martín se dio vuelta, negando con su
cabeza, en un gesto que decía no entendés nada.
Eugenio quedó solo, sorprendido y con cara de la re cagué.
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Desencontrados
Ambos quedaron pensativos, con una mirada a la nada misma. Eugenio deambulaba por
diferentes partes de la casa. Fue a buscar a Martín al monte donde se había quedado
hasta que fue a su casa. Se sentó un ratito ahí, esperando que algo sucediera. Encontró
un libro que él había tirado y había sido rescatado por Martín, dentro del cual había unas
fotos de Eugenio.
Ya de vuelta en su casa, Eugenio intentaba escribir pero no podría concentrarse.
Consternado, mirada el monitor, como atravesándolo con su mirada.
Imaginó que Martín se acercaba y le decía Ananá, que fue sobre lo que había hablado
cuando se metieron a la pileta juntos, el día que Eugenio salió corriendo a escribir.
Eugenio fue a buscar algo entre sus viejas pertenencias, muchas de las cuales eran de su
niñez. En una caja encontró unas diapositivas circulares, de esas que iban en el
ViewMaster, y las miró a contraluz. En la misma caja encontró el ViewMaster pero al
intentar meter la diapositiva, se dio cuenta de que estaba roto.
Pudo probar la diapositiva en un aparato eléctrico de diapositivas. La cinta, que se
llamaba Hawaii, incluía imágenes de ese lugar. Fue pasando las imágenes hasta que se
detuvo, pensativo, en la de los ananás. Había dos ananás en la imagen, una al lado de la
otra. Arrepentido por toda la situación, recordó cuando estaba con Martín tirado en el
parque tomando sol. Arregló el ViewMaster.
Al día siguiente volvió al monte. Esperó un rato sentado, pero Martín no apareció. Dejó
el regalo ahí y se pegó la vuelta. Una sensación de vacío se apoderaba de su rostro.
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Un beso preambulado
Al encontrar el obsequio, Martín volvió a la casa de Eugenio. Pasó la puerta de la calle
sonriendo. Tocó la puerta de la sala sonriendo, mientras se tapaba la cara con el
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