Este 1° de abril entra en vigencia el bloqueo establecido por Trump, en
enero pasado, contra la venta de petróleo de Venezuela a Estados Unidos, su principal mercado, e incluso en el mercado internacional. El gobierno de Maduro ha sido desconocido por alrededor de cincuenta estados, entre los más importantes del sistema político mundial. El boicot al excluyente producto de exportación de Venezuela, tiene un efecto letal potencial para este país, equivalente, en otros términos, a un ataque armado. Las destilerías instaladas en el golfo de México procesaban hasta ahora el crudo pesado de Venezuela, que luego le re-vendían como gasolina y derivados; estas importaciones quedan afectadas por el boicot. Ante estas circunstancias, el norteamericano The Washington Post plantea, a modo de interrogante, “¿Cómo hará Maduro para evitar el colapso de la industria?” En forma coincidente, la prensa internacional informa que Rusia ha desplegado en Venezuela misiles antiaéreos sofisticados, S-300, y el arribo a Caracas de personal militar enviado por Putin. El diario norteamericano señala también el arribo de bombarderos nucleares de Rusia (tu-160), para tomar parte en ejercicios militares con el ejército venezolano. Venezuela había comprado en el pasado armamento ruso por valor de u$s4 mil millones, en especial cinco mil misiles personales tierra-aire (ManPad). El ministro de Defensa de Venezuela, Padrino López, anunció hace una semana la instalación de un centro de simulación de vuelos para helicópteros rusos, “que sólo se pueden encontrar, dijo, en Venezuela y Rusia”; también reveló un plan para establecer simuladores para los Sukhoi MK2, en la ciudad de Barcelona, en el Estado Anzoátegui. En otro plano, la petrolera gigante rusa, Rosneft, se ha encargado de proveer a Pdvsa, la estatal petrolera de Venezuela, de diluyentes para procesar el petróleo pesado, y también para hacerlo refinar en la India. India integra el grupo de países que mantienen el reconocimiento de Maduro, junto a Turquía, China, Cuba, Bolivia – entre otros. La caracterización de estas movidas por parte de la prensa occidental ha sido que Putin pretende armar, en compañía de Cuba, un cerco de seguridad del gobierno y controlar a las fuerzas armadas para evitar una desintegración militar. Incluso, sin embargo, si esta fuera la intención, la amenaza urgente es el colapso final de Venezuela, y por otro lado un ataque o invasión militar de parte de la coalición de derecha que encabeza el fascista Donald Trump. Trump ha declarado en más de una oportunidad que no excluye “ninguna opción” para derrocar al régimen que encabeza Maduro. China ha organizado un puente aéreo para trasladar ayuda médica a Venezuela, en lo que el diario citado caracteriza como un apoyo “más suave” – mientras mantiene negociaciones en Washington con emisarios de Guaidó, cuyo ‘interinato’ desconoce. Es indudable que Putin actúa motivado por fuertes intereses económicos, como la defensa de la presencia de Rosneft en Venezuela y la posibilidad de acceder al “arco minero” de este país, abundante en toda suerte de materias primas estratégicas para la producción de tecnología. Maduro ha hipotecado, en forma parcial, a favor de Rosneft, la refinadora y distribuidora, Citgo, que opera en Estados Unidos. Rusia y China son fuertes acreedores de Venezuela, obligada a pagar la deuda con la venta de petróleo, cuya producción no cesa de caer. Putin y el chino Xi pretenden cobrarse esas deudas con la riqueza minera de Venezuela. Ni Rusia ni China, sin embargo, representan una posibilidad o amenaza de dominación colonial de Venezuela. Eso sí representa Trump, en forma excluyente; el imperialismo mundial está representado por EEUU y la Otan. La restauración capitalista en China y Rusia representa el ingreso de estos dos estados a la órbita del imperialismo mundial, con independencia de las contradicciones que está integración internacional suscita y no puede dejar de suscitar, como consecuencia del carácter antagónico de la economía mundial en su conjunto. Al recurrir al apoyo económico y militar de Rusia y de China, el gobierno madurista no trafica la soberanía de Venezuela de un imperialismo a otros, incluso si favorece la entrega de recursos estratégicos puntuales a capitales de China o Rusia. La dominación imperialista es una estructura social y política de conjunto, no se reduce al entreguismo (en varias ocasiones, gobiernos revolucionarios han contemplado ofrecer concesiones a compañías extranjeras). La camarilla gobernante de Venezuela procura hacer frente a la amenaza del imperialismo yanqui con métodos burocráticos, militares (o sea opresivos), entreguistas y, a la larga, insostenibles. Intenta hacerlo también con algunos países de la UE, que se encuentran afectados por la guerra económica lanzada por Trump. El canciller español, Joseph Borrell, en su reciente paso por Argentina, no se privó de denunciar a Trump por el fracaso de la operación Guaidó (La Nación, 27/3), exigiendo que se haga cargo el que “organizó este diseño”. Denunciar las limitaciones de los métodos de la camarilla militar venezolana frente a Trump y señalar su carácter, en última instancia, anti-obrero, no es lo mismo que poner en el mismo plano la ofensiva del imperialismo yanqui con la búsqueda de un apoyo ‘defensivo’ de parte de Rusia y de China. La única clase con intereses consecuentemente anti-imperialistas es la clase obrera. Detrás de este escenario de confrontación, Putin y Xi está negociando con Tump y con la Unión Europea el destino de Venezuela, como parte de un paquete internacional. La cuestión de Ucrania ocupa un espacio central, al lado de la construcción de un segundo gasoducto de Rusia a Alemania, el destino de Siria, las alianzas militares en los Balcanes y el status internacional de Irán. Estados Unidos y la Otan han violentado todos los compromisos establecidos con Rusia para que Ucrania quedara afuera de la UE y de la Otan, en la década del 90. Como consecuencia de esto, Putin ha re-ocupado Crimea y apoya a la corriente secesionista en el este de Ucrania, e incluso intervenido en Siria. Ucrania por Venezuela o Ucrania por Siria ha sido un eje de la política de Putin. Recientemente, un referendo minoritario ha habilitado a que la ex república yugoslava de Macedonia ingrese a la UE y a la Otan. Es precisamente todo esto lo que está bloqueando ahora un acuerdo para sacar a Maduro del gobierno, aunque no al estamento militar del país – recurso decisivo contra una insurgencia popular. Al recostarse en Putin y Xi, Maduro y Padrino corren el riesgo de que un acuerdo por encima de ellos termine con sus cabezas. Rusia y China no tienen los recursos para defender a Venezuela, no digamos para dominarla, y mucho menos para sacar a las masas venezolanas del hambre y la miseria a la que la han llevado el ‘chavismo’, por un lado, y el imperialismo, por el otro. Rusia es, en términos económicos, el equivalente a un estado de mediano porte de Estados Unidos. La restauración capitalista la ha puesto en una condición de decadencia que amenaza su existencia nacional. China exhibe un desarrollo capitalista potente, pero no desempeña un rol independiente en la economía mundial, en tanto su clase capitalista sigue bajo la tutela de un estado burocrático. Una y otra están negociando con el imperialismo a espaldas de las masas venezolanas e incluso del gobierno. Ambas son conscientes de que el régimen actual es incapaz de desarrollar una salida al derrumbe industrial y social. Esa negociación es una pulseada que incluye el telón de fondo de agresiones y guerras. Lo que para Venezuela aparece como una autodefensa transitoria, para los regímenes de Rusia y China tiene una finalidad reaccionaria, que es acomodar sus intereses con el imperialismo yanqui. En este contexto de conjunto, poner en pie de igualdad la acción del imperialismo yanqui contra Venezuela con la de los restauracionistas ruso y chino, es una posición pro-imperialista. Solamente mediante una acción colectiva internacional de la clase obrera, la defensa de Venezuela contra el imperialismo yanqui del fascista Trump, puede convertirse en una salida para los explotados venezolanos. Nuevo ascenso de la rebelión popular en Haití
Está en marcha un proceso revolucionario.
Según informa Henry Boisrolin, del Comité Democrático Haitiano en Argentina, “está desarrollándose en Haití un embate, un ataque, una rebelión de las masas en contra de un sistema neocolonial”. Se inició con una movilización sin precedentes, en julio pasado. “Lo que pide el pueblo a través del rechazo al aumento del combustible, a través del reclamo de un proceso para detener el despilfarro de los fondos de Petrocaribe, es la renuncia del Presidente, del Primer Ministro y el cierre del Parlamento. Lo que significa una transformación radical” (entrevista de Mario Hernández, en Rebelión online, 27-3). “El único apoyo real del gobierno actual en Haití frente al embate de las masas que es muy fuerte, es la posición norteamericana”. "El Gobierno trató de salir del aprieto disparando (Infobae, 28/3). El hecho más notable fue la 'masacre de La Saline' (barrio de Puerto Príncipe), el 13 de noviembre. La Policía y pandillas aliadas al oficialismo atacaron a un vecindario políticamente activo antes de las manifestaciones que estaban planeadas para el 18. Según algunos reportes mataron a más de 70 personas". El millón o más de personas que están en la calle desde el verano pasado para pedir que renuncie no sólo están motivado por su desagrado hacia Moïse, sino por un profundo enojo con la democracia. Las movilizaciones se fueron diluyendo hacia fin de año. Pero la investigación que confirmó el desvío de al menos 2.000 millones de dólares (de PetroCaribe), y la responsabilidad de funcionarios de la administración pasada y de la actual, también reveló que una empresa dirigida por Moïse antes de ser presidente estaba entre las que habían recibido fondos a cambio de obras que no se concretaron. La indignación fue generalizada y el estallido fue ahora mucho mayor a los anteriores. Los manifestantes no sólo reclaman Justicia, piden la renuncia de Moïse, que busca aferrarse al cargo con una combinación de represión y llamados al diálogo. Haití, en este momento, está ´funcionando´ sin presupuesto – no fue votado por el Parlamento debido a la amenaza popular de quemar el Parlamento con los diputados y senadores adentro, luego de ser calificado como criminal para los trabajadores. El gobierno, ante el impasse, “llama a un diálogo nacional, (pero) todo el arco opositor, el 90% dijo que no, la única condición es su partida. Hasta los sectores religiosos dijeron que no. El sector protestante hizo un llamado a los demás sectores religiosos para organizar una gran marcha en Puerto Príncipe para pedir la renuncia” (ídem). El partido Raíces Campo del Pueblo -RCP, un nuevo brote del desgastado nacionalismo haitiano, se encuentra entre los impulsores de la sublevación en curso. Del carismático Jean Bertrand Arístide, en Haití, no queda casi recuerdo. Destituido en 1986, siete meses después de asumir la presidencia, retornó al gobierno años después de la mano de una intervención norteamericana, para ser de nuevo derrocado por otro golpe – ahora organizado directamente por los yankis (2004). Desde entonces Arístide vive exiliado en Sudáfrica. La sublevación haitiana tiene raíces profundas. Al igual que en toda Centroamérica, desde la época de Clinton los yanquis han devastado la economía campesina. Haití, en 1980, se autoabastecía de arroz (producto básico en la alimentación), hoy importa de EEUU el 80% de su consumo. “Uno de los grandes legados de la revolución antiesclavista (1804) fue que la tierra quedó en manos de los campesinos. Por ello, en la actualidad, una de las ofensivas más importantes es el intento de quitarles la tierra a los campesinos para transferirla a las multinacionales. Se aprovechan de Martelly y de la coyuntura post sismo. Después del terremoto (2010), se observa una penetración y avance del capital sobre todo en áreas económicas como la minería, el turismo de lujo, las exportaciones agrícolas, así como la constitución de una zona franca” (Martelly, antecesor del actual presidente Jovenel Moïse - Camille Chalmers, dirigente de RCP, entrevista del 7/2015). El capital internacional pretende convertir a Haití en una plataforma de exportación, bajo la dirección de la cerrada oligarquía local, lo cual supone una destrucción de la pequeña producción agraria, que lleva más de dos décadas. Minustah Este proceso de confiscación va más allá de las posibilidades del débil estado haitiano, por eso cuenta con la cobertura militar de la Minustah. Se trata de una fuerza militar multinacional (participan casi 40 países, entre ellos el británico, el francés, el norteamericano – ¡tiene el apoyo de China!), bajo la jefatura de Brasil y Argentina, que está en el país desde hace 15 años. Durante una década fue ‘chefiada’ por el comandante en jefe de Brasil, Augusto Heleno, hoy el principal actor en el gabinete de Bolsonaro. Bajo el disfraz de una misión `humanitaria`, desempeño un papel de contrainsurgencia urbana – que está prohibida en los países intervinientes. Ahora es directamente una fuerte de ocupación. Está acusada de todo tipo de atropellos a los derechos humanos, de violaciones de mujeres y niños. En una favela, dice un informe, “hubo violaciones sistemáticas de mujeres por 118 soldados de Sri Lanka que cuando regresaron a su país no fueron sometidos a ningún proceso judicial” –ídem). Maneja el tráfico de drogas y estupefacientes a los EEUU (“el 12 por ciento de la cocaína que consume EE.UU. transita por la isla” –ídem ant.). La “fuerza militar humanitaria” que organizaron los ´nac&pop´ (PT brasilero, los K, etc.), por un reclamo de Bill Clinton a la ONU, sigue con los Macri y Bolsonaro. Es bajo la mirada vigilante de esta fuerza de ocupación que "Petrocaribe implicó comprar petróleo a precio muy bajo e intereses prácticamente inexistentes. Además, en 2010 Venezuela le condonó una deuda de 4.000 millones de dólares. Esto se tradujo en un subsidio al precio de los combustibles para el consumo del pueblo haitiano", contó a Infobae el sociólogo José Manuel Ferreiro, doctor en lingüística por la Universidad de Lancaster. Lo que este relato nos viene a decir es que el chavismo financió a un régimen político que se encontraba bajo la tutela de una fuerza militar reclamada por EEUU. El chavismo pretendió trocar favores con la oligarquía haitiana, para distanciarla de EEUU, como había hecho con el hondureño Zelaya, cuando Haití no tiene ninguna salida para las masas, ni posibilidad de echar al imperialismo, sin una revolución contra esa oligarquía. Por el triunfo de la rebelión haitiana La rebelión haitiana pone de manifiesto que la llamada derechización regional tiene límites políticos enormes, y por de pronto no ha llegado a las propias masas; el partido de Correa acaba de ganar las elecciones municipales en Ecuador. Como Lenin Moreno, Jovenel Moïse (igual que Ortega en Nicaragua) hasta ayer nomás coqueteaba con el chavismo, antes de cambiar de corbata. Incluso “en mayo (pasado) cuando terminaron las elecciones en Venezuela, felicitó a Maduro y fue a verlo” (Henry Boisrolin, entrevista citada). La sublevación popular es una respuesta a una crisis de conjunto, en la que los chavistas y los macristas latinoamericanos, respectivamente, han desempañado el rol que le es propio. El impasse del imperialismo en América Latina acaba de ser retratado con una fuerza que no podía ser mayor por el canciller español en visita a Argentina. “Dos meses después, dice Josep Borrell (La Nación, 28.3), es forzoso constatar que (Juan Guaidó) no tiene el control del territorio ni de la administración. Quienquiera que fuese el que diseñó este proceso, porque alguien lo diseñó (¡así se refiere a Trump y a su propio gobierno, que han ungido a Guaidó!), no pensaba seguramente que dos meses después todavía estaría Maduro en el ejercicio del poder administrativo intacto. La situación está bloqueada”. Una de las reivindicaciones centrales coreada en las calles de Puerto Príncipe es Asamblea Constituyente, en oposición al planteo de la oposición burguesa, que “está reclamando no organizar elecciones ya, reclaman un gobierno de unidad nacional, de transición para poder tener por lo menos 3 años con un programa mínimo para atender las necesidades básicas”, y coquetea con una Asamblea Constituyente al final de este proceso. (ídem ant.). Puesta en estos términos, la crisis política, y más precisamente la situación prerrevolucionaria, la cuestión fundamental es el partido, dado que un nuevo liderazgo nacionalista pequeño burgués es incapaz de arrancar una victoria decisiva, que es el poder de los trabajadores. Haití es, en este momento, otro campo de exploración de una salida política revolucionaria por parte de las masas, a la que deberíamos contribuir con la experiencia y la estrategia de los socialistas revolucionarios de todos los países. La sublevación popular en Haití pone de manifiesto el acierto del llamado del Partido Obrero a una conferencia internacional latinoamericana, para organizar una intervención en toda esta crisis a escala continental. La queja del canciller español por el ‘bloqueo’ político en Venezuela, tiene que ver con que una ‘salida’ que pueda implicar el desmembramiento de las fuerzas armadas de Maduro, podría conducir a una situación revolucionaria y no a la contrarrevolucionaria que busca el imperialismo.