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tomo 1
Las locas somos todas, lxs locxs somos todxs. Lo somos cada vez que somos inte-
ligentes, que les damos discusión, o no, y si hablás mucho o no, si hablás raro, si
participás en las conversaciones, si das mucha información o ninguna, si preguntás
por las cosas, si hacés grandes gestos, si te vestís distinto: cada vez que somos libres.
Cuando sos una marimacho. Cuando tus intereses son parecidos a los de los hom-
bres. Jamás dejé de jugar a las barbies ni peinarlas, pero no me dejaban jugar al
fútbol en el recreo. Una vez me dejaron, y mandé la pelota tan lejos que se fue para
Agraciada y se pinchó. Me debés una pelota, me decía el gurí, me decían todos.
Tenía miedo de decirle a mamá que tenía que comprarle una pelota de 200 pesos
a alguien. Tenía miedo, porque nunca teníamos 200 pesos de más. Era la que caía
con el mikado y el par de medias a los cumpleaños en un colegio en el que estaba
súper becada y que la plata que pasaba mi papá, sin mirarla, mamá la mandaba
para ahí. Mi mamá, una loca, trabajando todos los días de la semana sin parar (y
sin exagerar). Mi mamá, que disfrazaba los apagones, y que como en mi casa no se
veía el canal cuatro les tocaba el piano a mis amigas y las hacía disfrazarse para que
dejaran de intentar mirar chiquititas, todo gris, acaso una figura, porque es sabido
que en Ciudad Vieja no se veía canal cuatro. Mis papás, disfrazando la pobreza con
algún cuento, y eso que ni siquiera éramos pobres del todo. Éramos la gente común
y corriente.
No sé cuándo pero en un momento empecé a ser la gorda de la clase (bah, éramos
dos). Yo no sabía que era gorda. Esto se continuó durante mucho tiempo y solo
sabía relacionarme con los varones a través de la violencia. Les pegaba, les pegaba
fuerte. Pero una vez fuimos al cumpleaños de un amigo, y su primo, que era el re
lindo, se había fijado en mí. Yo, que tenía una jumper de jean de una pequeña bue-
na racha económica que tuvimos y unas medias con rayas de colores, por primera
vez no un enterito. Una de mis compañeras dice “¿Le gustó Destrucción Anal 4?”
(ahí iría mi nombre, claro) con un tono de sorpresa. “¿Y por qué no?” “Porque, no
sé, a los varones no les gusta Destrucción Anal 4, eso debe ser porque no vino Ceci-
lia nada más”. Pero a mí ya me habían visto. A mí no me importaba.