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Texto de Rodolfo Bertoncello: "Recorrido histórico"

GEOGRAFÍA
RECORRIDO HISTÓRICO
Rodolfo Bertoncello
En http://www.educ.ar
Aportes para la enseñanza en el nivel medio

INTRODUCCIÓN

La geografía, un recorrido histórico

Es habitual que se reconozca que la geografía se consolida como una disciplina científica a lo
largo del siglo XIX, y específicamente en sus últimas décadas, en el contexto de la
sistematización de las ciencias que impulsa el positivismo. Para sostener esta afirmación se
toman en cuenta diversas cuestiones que resultan de la forma de pensar la historia de las
disciplinas y que, en último término, remiten a la pregunta acerca de qué es una disciplina
científica.

Una de estas cuestiones refiere a la existencia de un conjunto de temas o preocupaciones que


son objeto de estudio de la disciplina. Esto nos habla de la definición de un objeto propio de
dicha disciplina, y ya veremos que, en el caso de la geografía, se trata de una cuestión
problemática, que a lo largo del tiempo ha tenido diversas respuestas.

La existencia de un conjunto de obras que abordan los temas que se consideran objeto de
estudio de la disciplina es otra cuestión a ser tenida en cuenta, y gran parte de los estudios
sobre lo que podría llamarse “historia de la geografía” (a veces también denominada historia
del pensamiento geográfico) se ha abocado al análisis de estas obras, de sus fundamentos
filosóficos, sus vínculos con otras disciplinas, los contenidos tratados o las funciones que han
cumplido.

Las obras tienen autores, y el estudio de estos autores, de sus biografías personales, su
formación y la filiación en relación con marcos filosóficos o ideológicos, es otro de los ejes que
estructuran este tipo de análisis. El análisis de las instituciones donde estos autores se

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desempeñan es también un tema de interés, tanto para conocer el contexto de producción de
los mismos, como para comprender el papel que estas instituciones juegan en la reproducción
de saberes y prácticas considerados válidos o legítimos.

Por último, aunque no menos importante, los roles y funciones que todos ellos –obras, autores,
instituciones– cumplen en la sociedad de cada momento y lugar, también son cuestiones que
se consideran a la hora de analizar una disciplina científica. Hablamos entonces de los usos
del conocimiento. Así por ejemplo, el para qué se indagan ciertos temas y se produce
conocimiento sobre ellos (y no sobre otros) no es independiente de los objetivos e intereses
que cada sociedad en general, o cada grupo social con sus diferentes cuotas de poder,
tienen y definen como válidos. La consideración de estos usos o funciones del
conocimiento también es indispensable para comprender las características que la ciencia
adquiere en cada momento.

Así como estas cuestiones permiten definir un momento y unas condiciones específicas en las
que la geografía se consolida como una disciplina científica, también permiten ver que esta
consolidación no es algo que surge en un momento y por la sola acción de sus actores y en
función de las necesidades de ese momento, sino que es también el resultado de un largo
proceso en el que temas, autores, obras y funciones se van instituyendo en las distintas
sociedades, adquiriendo importancia y conformando lo que algunos estudiosos del tema definen
como “tradiciones geográficas” (Livingstone, 1992), esto es, temas de preocupación que
pasarán a ser objeto de la ciencia geográfica cuando esta se consolide como tal. Desde esta
perspectiva es posible, por otra parte, superar algunas visiones limitadas sobre la consolidación
disciplinaria, que centrando excesivamente su interés en los procesos de institucionalización
disciplinar (sociedades geográficas, cátedras universitarias o disciplina escolar) descuidan la
existencia de estas largas tradiciones, dando lugar a interpretaciones limitadas que, por
ejemplo, asocian linealmente la consolidación disciplinar con los intereses sociales del
momento.

En este capítulo se abordan estas cuestiones. Interesa fundamentalmente comprender las


características de la geografía como disciplina científica, los temas que aborda y la forma en
que lo hace en cada momento, los autores más importantes y las funciones que, en cada

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momento y lugar, cumple la producción geográfica. Pero también interesa ver que, en gran
medida, esta disciplina rescata un conjunto de saberes y preocupaciones que son previos a su
definición formal como ciencia y que, de alguna manera, atraviesan y acompañan la cultura
occidental. Entendemos que esto último es de gran importancia para comprender el papel que
la geografía puede tener como contenido educativo.

Por último, es necesario advertir que, tratándose de un recorrido histórico, y en razón también
de las necesidades de organizar la exposición, el texto puede sugerir que cada título aborda
una “etapa” que es superada por la siguiente. Nada sería más erróneo, ya que los temas y
preocupaciones no sólo permanecen sino que cobran nuevos sentidos y mantienen su
presencia.

ANTECEDENTES

Los temas "geográficos"

Resulta interesante ver que algunos temas que serán objeto de la geografía como disciplina
científica, y que hoy reconocemos como tales, han estado presentes como temas de interés o
preocupación a lo largo de la historia occidental. Si bien sería erróneo desprender de esto que
la geografía como ciencia tiene un origen remoto, ya que esto implicaría –entre otras cosas–
desconocer que lo que hoy entendemos como ciencia es producto de la modernidad
(habiéndose consolidado, por lo tanto, mucho después), permite ver que se trata de cuestiones
que han sido importantes y han estado presentes a lo largo del tiempo y en las diversas
sociedades, suscitando interés y debate, y brindando utilidad. Aunque no puedan ser
considerados como “geografía”, estos temas y conocimientos sentarán las bases sobre las
cuales se irá consolidando la disciplina.

Entre otros autores, Capel y Urteaga (1984), reconociendo el origen griego de la palabra
geografía, señalan que ya en esta civilización encontramos su uso aplicado a dos grandes
temas de preocupación. Uno de estos grandes temas podría ser rotulado como la localización
en la superficie terrestre, apoyada en los conocimientos matemáticos e interesada en gran

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medida en la elaboración de mapas. El otro gran tema es el que se refiere a la descripción de
dicha superficie.

El nombre de geografía abarcaba entonces tanto el interés por aspectos de descripción de la


superficie terrestre como el interés acerca de aspectos matemáticos relativos a la ubicación de
lugares y la construcción de mapas. Al tiempo que aumentaba el conocimiento de las
características diferenciales de los lugares, crecía también el interés por conocer sus
ubicaciones específicas en la superficie terrestre (Broek, 1967; Unwin, 1995); y ambos temas
resultaban, así, estrechamente vinculados por la necesidad de disponer de mapas que
permitiesen localizar de manera precisa los lugares descriptos. Ambas tradiciones, a su vez,
estaban íntimamente ligadas a una tercera vertiente o tradición, la teológica, preocupada por
los orígenes de la Tierra y las razones de la existencia humana sobre ella. En el marco de esta
tradición, las preocupaciones estaban centradas en el papel del poder divino en la formación de
la Tierra, y en comprender o “explicar el lugar que correspondía a la humanidad dentro del
mundo natural” (Unwin, 1995: 87).

Eratóstenes expresa de manera paradigmática la tradición de la localización, dada su


preocupación por medir el tamaño de la Tierra y por establecer algún sistema que permitiera
ubicar cualquier punto en su superficie. Esta tradición será continuada por Ptolomeo quien
también se interesa por la medición de la Tierra, la localización de puntos en la superficie y la
representación cartográfica. La obra de este último tendrá, con su rescate y difusión a fines de
la Edad Media, una gran influencia en los viajes de exploración.

Conocer la ubicación de los distintos lugares, las distancias que median entre ellos, y contar
con elementos que permitan llegar de un lugar a otro, tendrá una utilidad práctica evidente
tanto para el comercio como para la conquista. La cartografía será, desde esta perspectiva, el
producto más importante, tanto por su utilidad práctica como por su condición de objeto que
expresa los conocimientos, intereses y cosmovisión de cada sociedad en cada momento.

La tradición descriptiva encuentra su expresión paradigmática en el mundo griego en la figura


de Estrabón, quien sintetiza una larga tradición de relatos de viajeros y descripciones sobre
lugares conocidos. El interés por conocer los atributos propios y peculiares de un lugar de la

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superficie terrestre tiene un valor práctico, en el sentido de inventariar la existencia de
elementos que puedan ser útiles (recursos, poblaciones, etc.); pero tiene también el valor del
conocimiento de lo diferente, que al tiempo que permite pensar más allá de la propia realidad,
habilita la reflexión sobre la misma, en la medida en que representa, al decir de algunos
autores, una especie de espejo que, por similitudes y por contrastes, permite mirarse a sí
mismo:

De este modo, la geografía humana nació en manos de una cultura que tomó conciencia de la
relación “hombre-Naturaleza”: mas, como contraparte negativa, esa misma cultura organizó su
esquema de relaciones con otras culturas poniéndose como modelo absoluto frente a las
mismas, lo cual suponía una desvalorización, y en otros casos, además, una justificación de
dominio y servidumbre. La historia de este hecho se extiende desde las páginas de la
Geografía de Estrabón hasta las casi contemporáneas nuestras de las Lecciones sobre la
filosofía de la historia universal de Hegel. (Arturo Roig, Introducción a la Geografía,
Prolegómenos de Estrabón, Madrid, Aguilar, 1980, XV).

Unwin (1995) señala la estrecha relación que existía entre geografía y conquistas, entre la
descripción detallada de lugares y regiones y el ejercicio del control político, en los mundos
griego y romano. Las campañas y conquistas de la época fueron posibles gracias a los escritos
geográficos anteriores que suministraban información acerca de los recursos y las gentes, y, a
su vez, permitieron un importante crecimiento del saber geográfico. La utilidad de la geografía
era “proporcionar la información que permitiese a los dirigentes conquistar más territorios y
mantener el poder en las tierras que regían” (Unwin, 1995: 84). Así, la información, por
ejemplo, sobre las dimensiones de un territorio, las características de sus suelos y
accidentes, y la historia de sus pueblos, estaba condicionada también por los intereses
políticos de la época.

Estas tradiciones temáticas estarán muy presentes en todo el mundo antiguo, y aunque
permanecerán relativamente acalladas durante el orden feudal, volverán a expresarse con
fuerza en el proceso de desestructuración de este orden feudal y conformación del orden
moderno. Broek (1967: 18) señala que “el Renacimiento trajo, como en otros campos, el
restablecimiento de la geografía clásica”. Un ejemplo de ello es la utilización de la obra

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Geographia de Ptolomeo como referencia básica para las exploraciones portuguesas y
españolas de los siglos XV y XVI.

Para pensar la geografía actual, estos “antecedentes” son de gran valor en la medida en que
en ellos ya aparecen núcleos temáticos y problemáticos que atravesarán toda la disciplina,
dando lugar a múltiples obstáculos y respuestas que representan, en gran medida, fuente de
dificultades pero también de riqueza.

Los grandes viajes de exploración y conquista de fines de la Edad Media rescatarán el interés
por los conocimientos que permiten desplazarse en la superficie terrestre y explorar más allá de
lo conocido; en un proceso que se realimenta a sí mismo, los conocimientos disponibles serán
puntos de partida para emprender nuevas aventuras de exploración, al tiempo que el
perfeccionamiento de equipos e instrumentos de navegación lo hacen posible. Los avances
cartográficos acompañarán estos procesos, permitiendo conocer y representar las extensiones
reales, medir las distancias o delimitar territorios con precisión creciente. Así, con el
conocimiento de nuevos territorios comenzó a configurarse otra imagen del mundo.

El descubrimiento y exploración de nuevos territorios, a su vez, proveerá insumos para nuevas


descripciones; las mismas tendrán, ciertamente, fines utilitarios vinculados con el inventario de
las riquezas pasibles de ser apropiadas, y su posterior apropiación efectiva. Pero tendrá
también impacto en la cultura, a través de descripciones y narraciones que se consumirán
como obras literarias, mezclas de realidad y fantasía, que alimentan el interés por conocer lo
nuevo y lo diferente entre algunos grupos, limitados por cierto, de las sociedades de la época.
Conocer el mundo como totalidad (aunque en gran medida siga siendo una totalidad
imaginada) y conocer sus lugares en forma pormenorizada (aunque sigan siendo sólo algunos
lugares), tendrá notables consecuencias en la transformación de las cosmovisiones imperantes,
y pasará a ser parte del acervo cultural disponible.

La ciencia moderna

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La edad Moderna estará asociada a profundos cambios sociales, en todos sus órdenes. La
contestación del orden social vigente tendrá una de sus herramientas en la desacralización de
las explicaciones, hasta entonces monopolio de las interpretaciones teológicas, y en la
consolidación de lo que luego llamaremos ciencia moderna. Se instala la presunción de que el
hombre, por medio de la razón, puede conocer el porqué de las cosas; y para esto, es
necesario descomponer las totalidades y observar las causas (o cadenas causales), de manera
objetiva y sistemática. Galileo y Newton resultan paradigmáticos en este sentido.

Lo anterior implica una nueva relación con la naturaleza, que deja de ser expresión de lo
divino para comenzar a ser objeto de indagación; la razón humana y la observancia de ciertas
reglas permiten dar cuenta del orden natural, describirlo y explicarlo a través del
establecimiento de las causas subyacentes. La indagación de la naturaleza y la comprensión
de sus mecanismos causales no es sólo una aventura de conocimiento. Es también la
posibilidad de manipular esa naturaleza en función de objetivos humanos, y la capacidad que
algunos actores sociales tengan para hacerlo definirá también su rol en la sociedad. La
burguesía en ascenso comprende esto inmediatamente.

La expansión del mundo conocido proveerá de una naturaleza casi inagotable, que será objeto
de observación sistemática y de clasificación e inventario. El conocimiento de los mecanismos
subyacentes al orden natural permitirá el creciente aprovechamiento de los elementos y
procesos de este orden natural, realimentando el prestigio creciente de la ciencia como forma
de conocimiento, y el poder económico de quienes están vinculados a su utilización.

Pero el interés por comprender la naturaleza no es sólo instrumental. También se vincula con el
interés por comprender a los hombres y a la sociedad en su conjunto. El Iluminismo es la
corriente de pensamiento que expresa de forma más acabada la preocupación de ese momento
por comprender qué papel juega el orden natural en el social. Colocando al hombre en un lugar
central, el Iluminismo se interesó por comprender cómo se relaciona la historicidad de lo natural
con la historicidad social (Quaini, 1981). Y por supuesto las descripciones sobre otros lugares y
otras sociedades que derivaban de exploraciones, proveyeron las bases empíricas para este
tipo de reflexiones. Temas como la influencia de las condiciones naturales en las sociedades

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serán objeto de reflexión por parte de pensadores de la ilustración como Montesquieu o
Rousseau.

El conocimiento del territorio será también una necesidad de los estados que se van
consolidando en el período moderno. Razones prácticas vinculadas con la delimitación precisa,
el inventario de poblaciones y recursos o la facilitación de la circulación se unirán a otras
vinculadas con la construcción de argumentos legitimadores de la pertenencia de los habitantes
y la homogeneización interna. La crisis de los vínculos de vasallaje requerirá la construcción de
nuevos discursos de pertenencia, y la idea del pueblo vinculado a un territorio se irá
consolidando cada vez más.

Para concluir este primer título, interesa remarcar que sus contenidos muestran cómo, a lo
largo del tiempo, han estado presentes temas que, con posterioridad y ya definida la geografía
como ciencia, serán objeto de su interés. En algunos casos estos temas fueron reconocidos
bajo el rótulo de geografía, en otros no; pero cuestiones tales como la localización y la
distribución en la superficie terrestre, la descripción de los rasgos particulares de los lugares, la
comprensión de la naturaleza y sus relaciones con la sociedad, atraviesan la historia y van
adquiriendo peso propio. Algunos están presentes antes de que pueda hablarse de ciencia
como la entendemos actualmente; otros –o los mismos con nuevos significados– se imbrican
en la constitución misma de esta ciencia moderna, pero son siempre temas de interés.
Aparecen esbozados cuestiones y problemas que desafiarán a los estudiosos y para los cuales
se propondrán distintas respuestas, que irán perfilando la geografía actual: tradiciones físicas o
matemáticas interesadas por la localización, o humanas más relacionadas con la descripción; el
papel central de la representación cartográfica; la descripción de lugares y sociedades como
espejo de quien hace la descripción; y, atravesando todo, la relación entre los hombres y la
naturaleza.

HUMBOLDT Y RITTER

Los "padres" de la geografía

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En 1859 mueren dos personalidades que marcarán profundamente el pensamiento
geográfico: Alexander von Humboldt y Karl Ritter. Mientras el segundo se adscribe
explícitamente a la geografía, el primero no lo hace, y es frecuente que su condición de
geógrafo sea puesta en duda. Sin embargo, el carácter de sus obras y, más aún, la influencia
que tendrán en la geografía, los colocan en una posición destacada para comprender la
constitución de la disciplina; puede decirse que ambos “resumen” en sus obras el estado de las
preocupaciones geográficas en la primera mitad del siglo XIX. En ambos se conjugan, en forma
compleja y a veces contradictoria, perspectivas científicas de corte positivista con filosofías de
corte idealista y racionalista; son, en este sentido, expresión de una época de transición.

Alexander von Humboldt nace en 1769 en Berlín (reino de Prusia), y tras una esmerada
educación inicial estudia Geología en la Escuela de Minas de Friburgo. Luego de
desempeñarse en el Departamento de Minas de Prusia, lo que le permite viajar por Alemania,
se instala en París. Durante cinco años (1799-1804) recorre distintos lugares de América junto
con Bonpland, viajes en los que recogerá gran cantidad de datos y experiencias. Ya de
regreso, Humboldt comienza a trabajar sobre la información recogida y a publicar. Entre estas
publicaciones pueden nombrarse los Viajes a las regiones equinocciales del Nuevo Continente,
los Cuadros de la naturaleza y el Cosmos. Ensayo de descripción física del mundo del que
publica 4 volúmenes. Murió durante la redacción del quinto.

Humboldt es un intelectual prominente que alcanzó gran reconocimiento en su época. Muy


influido por el racionalismo, comparte la fe en la razón, la libertad de pensamiento y la idea de
progreso. Adscribe al romanticismo con su énfasis en las sensaciones perceptivas provocadas
por la naturaleza, o su idea de unidad del todo, pero no en sus formas idealistas extremas que
invalidan los hechos empíricos. Al mismo tiempo, está fuertemente influenciado por el
positivismo, lo que lo lleva a rechazar la especulación y defender el tratamiento cuidadoso de la
información y la descripción de los hechos concretos. En Humboldt subyace una concepción
totalizadora y armónica de la naturaleza.

En sus trabajos, Humboldt utiliza lo que él denomina empirismo razonado. Se trata de un


itinerario metodológico que parte de la observación del paisaje, en la cual la naturaleza
transmite una sensación al sujeto, quien filtra esta sensación a través de su subjetividad

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produciéndose así una impresión que contiene ya un presentimiento del orden o leyes
subyacentes. Luego de esta primera etapa, el investigador debe abocarse al tratamiento de la
información empírica relevada, de manera objetiva y sistemática, para establecer las
conexiones que se prefiguraron en la impresión. En tercer lugar, el material sistematizado es
puesto en relación con la visión sensorial del investigador para producir una descripción
fundamentada del paisaje, que permite describir la individualidad del área estudiada. Se
prosigue por último en el camino de la generalización, para llegar al establecimiento de leyes
de distribución y combinación espacial de los fenómenos de la superficie terrestre (Moraes,
1989). Interesa rescatar aquí que este método permite articular la diversidad y la unidad, esto
es, los estudios sistemáticos y los de síntesis; por otra parte, posibilita relacionar también la
individualidad de un área con la universalidad (la Tierra); y vincular también la subjetividad
(percepción sensible) y la objetividad (datos empíricos). Todas estas son cuestiones centrales
al conocimiento geográfico, que reaparecerán permanentemente en la disciplina.

Para Humboldt, la geografía es una ciencia sintética, que trabaja con relaciones entre
fenómenos diversos, pero teniendo por objetivo establecer leyes. Como ciencia de síntesis,
busca las conexiones o relaciones entre los fenómenos que se expresan en la superficie
terrestre. No se interesa por lo único sino por lo universal y constante, lo que permite llegar a la
formulación de leyes. Por otra parte, la geografía de Humboldt es un estudio de la naturaleza,
que considera a los hombres como un elemento más del cuadro natural. Todo esto está
atravesado por la idea de unidad de la Tierra y la naturaleza, cuyo orden y armonía se
manifiestan y deben ser encontrados.

Antonio C. Robert Moraes (1989) señala que Humboldt lega a la geografía varias cuestiones
que serán fundamentales para la disciplina:

 Una de ellas es pensar a la geografía como una ciencia de las relaciones, esto es una
ciencia sintética (opuesta a una ciencia sistemática). La dicotomía entre geografía general o
sistemática y geografía regional se inscribirá, recurrentemente, en esta cuestión.

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 Otra es el lugar central del estudio del paisaje, en el que la visión o percepción humana
juega un papel activo. La relación entre objetividad y subjetividad, que está implícita en este
planteo, será también un tema/problema recurrente en la geografía.

 El planteo de que el estudio de lo local es la puerta de entrada para el estudio de lo


general y global, es otra cuestión que queda planteada en la obra de Humboldt, y que volverá a
instalarse reiteradamente en torno al problema de las escalas geográficas.

Karl Ritter nace en Sajonia en 1779 en el seno de una familia burguesa profundamente
religiosa, y estudia en la Universidad Halle. Muy comprometido con la educación, tiene
contactos con Pestalozzi y trabaja por casi veinte años como preceptor de niños de familias
acomodadas. En 1820 es designado profesor de la primera cátedra de Geografía en la
Universidad de Berlín. En 1817 publica el primer volumen de su gran obra Die Erdkunde –o
Geografía general comparada–, de la que llegarán a publicarse 19 volúmenes hasta su muerte.

La obra de Ritter es fundamentalmente una obra de gabinete, que ordena el material existente
dentro de una secuencia lógica, con conceptos sistematizados y clara definición del universo y
objetos de análisis. Representa un inventario del conocimiento disponible en su momento, que
se alimenta con la profusa información proveniente de viajeros y exploradores, además de
estadísticas de todo tipo. Retoma, en este sentido, la vieja tradición descriptiva de la geografía.

El autor reconoce varios abordajes posibles para la geografía. Por una parte, lo que denomina
geografías especiales se ocupa de abordar clases de fenómenos desde lo regional
(relevamiento de lo particular) hasta lo global (clasificación y comparación a escala planetaria).
Lo que denomina geografía física representa una síntesis de los resultados de las geografías
especiales y se orienta a componer un cuadro físico del globo que permita ver la acción de las
fuerzas naturales. Por último, la denominada geografía comparada es, según el autor, la ciencia
de las relaciones espaciales, que busca establecer causas y determinaciones, y no se limita a
los fenómenos físicos sino que incluye también los relativos a la actividad del hombre (Moraes,
1989).

Ritter privilegia el análisis a escala continental, y cada continente es visto como un todo.
Estableciendo las relaciones entre los objetos presentes en esta totalidad, se logra comprender

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su individualidad y las causalidades subyacentes. Por último, esta individualidad expresa la
relación que se establece entre las condiciones naturales y el desarrollo histórico de los
pueblos. De aquí la pregunta acerca de cuáles son las condiciones naturales que favorecen el
desarrollo de los pueblos, pregunta que abrirá las puertas al determinismo natural.

Para dar cuenta de las relaciones entre fenómenos naturales y humanos, Ritter recurrirá a
explicaciones que se alejan de los parámetros de cientificidad que busca alcanzar en las otras
facetas de su trabajo (básicamente en el tratamiento del orden natural): por una parte, recurre
a explicaciones basadas en la supuesta significatividad de ciertas formas espaciales; así por
ejemplo, analizará el desarrollo de las civilizaciones europeas poniéndolas en relación con
la forma del continente, en particular la peculiar relación entre tierras y costas, que asocia
a condiciones propicias para el desarrollo cultural, explicación que hoy no dudaríamos en
calificar como determinista. Por otra parte, se basará en una finalidad establecida por el
Creador en el reparto de los dones naturales, que acaba determinando el devenir de los
hombres; así, en último término las explicaciones se orientan a comprender la obra de Dios,
siendo función del estudioso comprender para tratar de develar sus designios (Moraes, 1989).
Con esto, Ritter se aleja del modelo científico que intenta desarrollar, alejándose también de los
parámetros de cientificidad que están haciéndose dominantes en su época.

El vínculo entre los fenómenos naturales y los humanos es, quizás, uno de los mayores
problemas que quedan sin solución en su obra; y esta es otra de las cuestiones problemáticas
que, en forma recurrente, volverán a instalarse en la disciplina. Sin embargo, esto no debería
llevar a desconocer que Ritter reconoció claramente que las relaciones físicas del planeta
experimentan modificaciones bajo la acción humana (que es histórica), y que esto es
precisamente lo que distingue a la geografía de las restantes ciencias que se ocupan de la
Tierra.

LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA GEOGRAFÍA

Introducción

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A lo largo del siglo XIX, y especialmente durante su segunda mitad, diversos factores
concurrirán al establecimiento de la geografía como una disciplina con carácter autónomo,
integrante del concierto de las ciencias. Entre ellos, cabe destacar la expansión del número y
consolidación social de las denominadas sociedades geográficas, muy vinculadas al proceso
de exploración y colonización territorial. También la presencia de la geografía en los programas
de enseñanza básica que se fueron estableciendo a lo largo de este siglo obligó a formar a un
cuerpo de profesores que asumiese esta tarea, los que a su vez fueron conformando un grupo
o cuerpo específico de individuos que se reconocían como geógrafos y actuaban como tales.
Esto también incentivó el establecimiento de cátedras universitarias de Geografía, que se
intensificó a partir de 1860 (Capel y Urteaga, 1984). Por último, la inscripción de la producción
geográfica en los parámetros de cientificidad del período también contribuye a esto.
Abordaremos aquí algunos de estos factores, reservando el vinculado a la geografía escolar
para otro Módulo.

Exploración del territorio y sociedades geográficas en el siglo XIX

Capel y Arteaga (1984: 17) señalan que el siglo XIX ha sido el gran siglo de las expediciones
marítimas y terrestres. En efecto, la revolución industrial y el expansionismo imperialista
alimentaron el interés por la exploración de todo el planeta; por una parte, la consolidación de
la producción industrial demandó fuentes de materias primas y también mercados
consumidores, lo que llevó a los estados más poderosos de Europa, y en especial a Inglaterra,
a explorar nuevos territorios para aprovechar sus recursos y sus poblaciones. En muchos
casos, además, esto estuvo acompañado por la apropiación efectiva de territorios, en el marco
de la expansión colonial de estos países. A medida que fue avanzando el siglo, también se
consolidaron los flujos emigratorios de población hacia estos territorios. El Congreso de Berlín
(1884), en el que las grandes potencias europeas se reparten el mundo definiendo sus
colonias, marcó el momento culminante de este proceso de expansión imperialista, y coincidió
también con el auge del número de expediciones y viajes de exploración territorial.

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Los viajes de exploración tuvieron también un correlato en la producción de conocimiento sobre
los territorios que se recorrían, esto es, eran también “expediciones científicas”. La información
recogida permitía ampliar el conocimiento del mundo y, al mismo tiempo, alimentaba el
desarrollo de nuevos productos y procedimientos industriales, realimentando el crecimiento
económico y el poderío de los estados más poderosos y de sus clases dirigentes. También
ampliaban los horizontes culturales de las sociedades, en el marco de los ideales de progreso y
expansión de la razón imperantes en el momento.

Las expediciones científicas fueron promovidas, en gran medida, por instituciones vinculadas a
las ciencias y la promoción del conocimiento, en las que actuaban conjuntamente intereses
particulares y estatales en organizaciones muy heterogéneas. Muchas de estas instituciones
eran sociedades que se denominaban geográficas:

La participación de las Sociedades de Geografía en la tarea exploradora del siglo XIX fue muy
importante. Desde 1821 en que se creó la primera de ellas (la Société de Géographie de París)
hasta 1940 se fundaron unas 140 sociedades de este tipo, con un ritmo máximo entre 1870 y
1890, en que aparecieron un total de 62. Sus objetivos eran muy amplios: además de la
organización de expediciones, perseguían el fomento del comercio, la realización de
observaciones astronómicas, etnográficas y de ciencias naturales, la creación de observatorios
meteorológicos, los levantamientos cartográficos, la exploración arqueológica. Sus revistas y
publicaciones daban cuenta del avance de las exploraciones, publicaban relaciones de viajes, e
incluían estudios muy diversos sobre el territorio y sus habitantes. A veces se preocupaban
también de impulsar y difundir la enseñanza de la geografía en los niveles básico y superior.
(Capel y Urteaga, 1984: 18)

Los viajes de exploración tuvieron también un correlato en la producción de conocimiento sobre


los territorios que se recorrían, esto es, eran también “expediciones científicas”. La información
recogida permitía ampliar el conocimiento del mundo y, al mismo tiempo, alimentaba el
desarrollo de nuevos productos y procedimientos industriales, realimentando el crecimiento
económico y el poderío de los estados más poderosos y de sus clases dirigentes. También

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ampliaban los horizontes culturales de las sociedades, en el marco de los ideales de progreso y
expansión de la razón imperantes en el momento.

Las expediciones científicas fueron promovidas, en gran medida, por instituciones vinculadas a
las ciencias y la promoción del conocimiento, en las que actuaban conjuntamente intereses
particulares y estatales en organizaciones muy heterogéneas. Muchas de estas instituciones
eran sociedades que se denominaban geográficas:

La participación de las Sociedades de Geografía en la tarea exploradora del siglo XIX fue muy
importante. Desde 1821 en que se creó la primera de ellas (la Société de Géographie de París)
hasta 1940 se fundaron unas 140 sociedades de este tipo, con un ritmo máximo entre 1870 y
1890, en que aparecieron un total de 62. Sus objetivos eran muy amplios: además de la
organización de expediciones, perseguían el fomento del comercio, la realización de
observaciones astronómicas, etnográficas y de ciencias naturales, la creación de observatorios
meteorológicos, los levantamientos cartográficos, la exploración arqueológica. Sus revistas y
publicaciones daban cuenta del avance de las exploraciones, publicaban relaciones de viajes, e
incluían estudios muy diversos sobre el territorio y sus habitantes. A veces se preocupaban
también de impulsar y difundir la enseñanza de la geografía en los niveles básico y superior.
(Capel y Urteaga, 1984: 18)

La definición de un objeto propio para la geografía

El auge de la geografía, que estuvo implícito en el incremento del número de sociedades


geográficas, o en su difusión como contenido escolar, dio lugar a un complejo proceso de
definición de sus contenidos, asociado a la reflexión acerca de qué era la geografía. Diversos
factores influyeron también en este proceso. Por una parte, si bien el rótulo de geográfico se
aplicaba en general a temas vinculados con las características de la superficie terrestre (y a los
individuos que a ellos se dedicaban), la creciente especialización fue llevando a la constitución
de ramas del saber que se independizaban (geología, meteorología), vaciando de contenido a
dicha geografía, que dejaba de tener un objeto de conocimiento propio.

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En el marco de la consolidación y sistematización del positivismo, que tendrá lugar en la
segunda mitad del siglo XIX, dar una respuesta acerca de cuál era el objeto de la geografía
resultaba una necesidad imperiosa, en especial a partir de la publicación de la obra de Augusto
Comte en 1844, que impuso la definición y clasificación de las ciencias según su objeto de
estudio. Las respuestas dadas por Humboldt y Ritter serían de escasa ayuda en esta
búsqueda. En el caso del primero, se orientaban fundamentalmente al orden físico o natural y,
como tales, estaban siendo apropiadas por las diversas ramas de conocimiento especializado
que se constituían en forma independiente de la geografía. En el caso del segundo sucedía
algo similar en lo relativo al conocimiento del orden natural; en cambio, cuando se incorporaba
el conocimiento de lo humano, las explicaciones ritterianas vinculadas con un finalismo
teológico y con el idealismo (la “coherencia del todo”) eran claramente inaceptables para el
modelo positivista. Sin objeto propio y con métodos no aceptados como científicos, la geografía
enfrenta una situación de incertidumbre que, sin embargo, coincide con su institucionalización y
auge social.

Esta situación de incertidumbre respecto de su condición de ciencia será superada con la


asunción del evolucionismo, que dará fundamento a la definición de un objeto propio para la
geografía: la relación entre el hombre y el medio. Esta definición permitirá superar la “explosión”
de la geografía y el creciente divorcio entre las ciencias de la Tierra y del hombre, dando
nuevos fundamentos a un viejo tema de interés central y recurrente en la geografía, como es el
de la influencia del medio en los seres vivos en general, y en particular en los hombres.

La comprensión de los fenómenos de la superficie terrestre pasará a ser abordada como


resultado de procesos de interacción entre las condiciones específicas que la misma presenta
en cada lugar y los seres vivos que se adaptan a ella. Y esto será válido también para los
seres humanos: las diferencias de la humanidad, esas mismas diferencias que las
exploraciones estaban documentando tan acabadamente, pasan a ser interpretadas como
resultado de la incidencia de los factores naturales, diferentes en cada lugar. El énfasis puesto
en esta relación y, en este sentido, más aún de la influencia del medio sobre los hombres, dará
lugar a lo que conocemos como determinismo geográfico; con más precisión, cabe decir que

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el evolucionismo dará un fundamento conceptual a nociones de determinación natural que,
como ya hemos señalado, estuvieron presentes en distintos momentos de la historia.

La geografía se consolidará, así, como una disciplina con un objeto propio: la relación hombre-
medio, cuyo abordaje puede realizarse a través del método positivista. Ambas cuestiones –
objeto propio y metodología científica– le aseguran un lugar entre las ciencias. También
adquirirá el carácter de conocimiento útil para sociedades embarcadas en procesos de
definición estatal y expansión colonial: el discurso determinista dará una explicación –y una
justificación– “científica” a la dominación de otros pueblos. En qué medida estas cuestiones
atravesaron también a la geografía escolar es un tema que, si bien será tratado en el último
Módulo, conviene señalar ya aquí.

EL TRIUNFO DEL EVOLUCIONISMO

Ratzel y la antropogeografía

Frederic Ratzel (1844-1905) es considerado como el representante paradigmático de la


asunción del evolucionismo y el positivismo en la geografía, que se consolida a fines del siglo
XIX. Ratzel contará con una amplia y variada formación; durante sus estudios en la Universidad
de Jena tomará contacto con Haeckel, quien desarrolla los principios básicos de lo que será la
ecología; estudia también etnografía en Munich. Realiza numerosos viajes por Europa y
América del Norte como periodista, lo que le brinda oportunidades amplias de observación de
la realidad.

Entre sus obras se destacan la Antropogeografía (dos volúmenes publicados en 1882 y 1891
respectivamente) y la Geografía Política (1903).

En la obra de este autor se reconocen claramente los postulados positivistas y también los del
evolucionismo. A ellos se suman un minucioso conocimiento de la tradición geográfica, en
especial de las obras de Humboldt y Ritter, y también nociones provenientes de autores como

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Herder (de quien toma el ideal nacionalista y la idea de la Tierra como “teatro de la
humanidad”).

Su obra se orienta, en gran medida, al tema clásico de la diferenciación de la superficie


terrestre, aunque enfocándolo específicamente en lo relativo a la diferenciación humana. El
problema de la unidad de la especie humana que se manifiesta en grupos o pueblos (“razas”)
tan diferentes –como lo documenta la etnografía– exige una explicación que será hallada en la
historia que se desarrolla sobre la Tierra, lo que da lugar a la consideración de las distintas
condiciones naturales de los cuadros terrestres (Moraes, 1989).

Las diferencias entre los pueblos son interpretadas como diferencias de civilización, la cual, a
su vez, expresa un determinado nivel de utilización de la naturaleza: cuanto mayor es el “nivel”
de civilización más intensa es la relación con la naturaleza. Por otra parte, cada pueblo tendría
una energía (“energía de los pueblos”) que también estaría condicionada por las condiciones
naturales en las que se desarrolla. Fuerza del pueblo y condiciones naturales, juntas, definen
los “niveles de civilización”. Este esquema se enriquece con la consideración de la “difusión” o
movimiento de los pueblos en el espacio; los pueblos más civilizados tienen la capacidad de
expandirse y, con esto, influir sobre otros. A medida que los pueblos “se civilizan”, establecen
relaciones más complejas con sus espacios, al tiempo que tienden a expandirse.

La cuestión del dominio del espacio adquiere una posición central, y dos conceptos
formulados por Ratzel son fundamentales para dar cuenta de ella:

 uno es el concepto de territorio, entendido como la porción de superficie terrestre


apropiada por un grupo humano; y

 el otro es el concepto de espacio vital, que expresa la necesidad de territorio de una


determinada sociedad, variable según sean su bagaje tecnológico, sus efectivos demográficos
o los recursos naturales disponibles (Moraes, 1989).

Así, toda sociedad necesita de un territorio en tanto espacio vital, y su defensa pasa a ser un
imperativo de la historia. La historia es vista entonces como una lucha por el espacio, en la
que los más fuertes (civilizados) serán los vencedores. La defensa del territorio será una

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necesidad fundamental a la hora de comprender el proceso de organización del Estado; una
vez constituido, el Estado adquiere autonomía y se transforma en el principal agente del
proceso histórico, teniendo entre sus principales intereses el apetito territorial.

A la luz de lo expuesto, pueden señalarse algunas cuestiones importantes para el tratamiento


del tema. La primera es observar que la relación entre condiciones naturales y sociedad, en
Ratzel, es más compleja y mediada que lo que suele reconocerse. La cultura, la tecnología,
entre otros, están presentes mediando esta relación, alejándola de las visiones deterministas
más simplistas. A pesar de esto, gran parte de los difusores del pensamiento ratzeliano
transmitieron estas últimas visiones, llegando a formular afirmaciones tales como las que
vinculan las regiones planas con el predominio de las religiones monoteístas (Ellen Churchil
Semple) o, aunque menos burdas pero más difundidas, las que relacionan las condiciones
climáticas con la civilización (según las cuales, por ejemplo, el rigor de los inviernos
explicaría el mayor desarrollo de la Europa del Norte, o las afirmaciones acerca de la
indolencia del hombre tropical comparado con el industrioso septentrional, que se han
utilizado como explicación de las diferencias entre las colonias de Brasil y Estados Unidos).

La segunda es notar la coherencia de estos planteamientos con los intereses de las sociedades
europeas dominantes de ese momento. El planteo ratzeliano es, en gran medida, una
explicación “científica” de lo que está ocurriendo: expansionismo, colonialismo, consolidación
nacional y puja entre estados, orden capitalista y diferenciación social extrema. Todos estos
hechos encuentran su explicación y, más aún, su justificación. Y más interesante aún es el
vínculo que, en esta justificación, se establece con el orden natural; esto lleva a la
naturalización del orden social y, en concordancia, al carácter necesario de dicho orden. El
darwinismo social resulta bastante evidente. Los distintos pueblos serán ordenados en un orden
evolutivo, desde los más “primitivos” hasta los más “civilizados”, abriendo paso a relaciones
jerárquicas y de dominación de los segundos sobre los primeros.

Vinculado con lo anterior, cabe destacar el rol central que adquiere la relación entre Estado y
territorio, y la justificación del expansionismo, que tendría bases en una energía propia y
diferencial de los pueblos, y en sus necesidades territoriales (como su espacio vital). En último
término, estas tendrían razones de índole natural. Estos planteos tendrán importantes

19
consecuencias. Por una parte, serán retomados por ideólogos de la geopolítica y darán
sustento y justificación a hechos como el expansionismo alemán en el siglo XX, con nefastas
consecuencias. Por otra, y para el campo de la disciplina, llevarán –por reacción– a un
alejamiento o desconsideración del rol de la política en la explicación de la organización
espacial, que perdurará por muchos años.

Nuevamente, y para concluir este título, resulta de interés dejar instalada la pregunta
acerca de las relaciones entre estos temas, conceptos y enfoques, con los contenidos que
serán impartidos por la geografía escolar.

OTRA FORMA DE ASUMIR EL EVOLUCIONISMO

E. Reclus

La obra de Elisée Reclus expresa también una clara asunción de los postulados evolucionistas
que permiten la comprensión unificada de lo físico y lo humano en geografía. Sin embargo, y a
diferencia de Ratzel, Reclus se aleja del darwinismo social poniendo énfasis en las nociones de
armonía y concordancia de los hombres y la Tierra.

Este geógrafo francés (1830-1905) tuvo una importante militancia anarquista, que lo llevó a la
cárcel y al exilio. Esto mismo tuvo relación con su alejamiento del mundo académico y
universitario francés, razón por la que en la geografía “oficial” fue ignorado por mucho tiempo.
Sin embargo, su profusa obra tuvo gran difusión entre el público, alcanzando a sectores
populares que permanecían ajenos a las publicaciones académicas. En 1868 publica La Terre,
y entre 1876 y 1905 se publican 19 volúmenes de su Nouvelle Geographie Universelle, una
obra en la que describe detalladamente, para cada región, los movimientos generales que se
producen en el globo. En 1905 publica L’homme et la Terre, respecto de cuyos objetivos el
autor expresa:

Hace algunos años (...) Trazaba el plan de un nuevo libro en el que se expondrían las
condiciones del terreno, del clima, de todo el ambiente en el que se han producido los
acontecimientos de la historia, en el que se mostraría el acuerdo de los Hombres y de la Tierra,

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en el que se explicarían las actuaciones de los pueblos, de causa a efecto, por su armonía con
la evolución del planeta. Este libro es el que presento ahora al lector. (Elisée Reclus, El
hombre y la tierra, tomado de Gómez Mendoza, 1994: 217)

En el mismo texto, más adelante, el autor da una muestra acabada de su propuesta de trabajo:

La emoción que se siente al contemplar todos los paisajes del planeta en su variedad sin fin y
en la armonía que les da la acción de las fuerzas étnicas, siempre en movimiento, esa misma
dulzura de las cosas, se siente al ver la procesión de los hombres bajo sus vestimentas de
fortuna o de infortunio, pero todos igualmente en estado de vibración armónica con la Tierra
que los lleva y los alimenta, el cielo que los ilumina y los asocia a las energías del cosmos.
(Ibídem, p. 218)

Los párrafos citados muestran que el autor coloca en lugar central la consideración de la
relación entre los hombres y el medio, pero lo hace poniendo énfasis en ideas de armonía y
concordancia entre ellos (retomando con esto las ideas de Rousseau). Esta armonía entre el
hombre y la naturaleza está rota, según el autor, por la constante violación de la justicia entre
los hombres, que exige siempre venganza, con lo cual el desequilibrio se reproduce. La
superación de este desequilibrio reposa y reclama cambios en la organización social, que
permitan el imperio de la libertad humana, la que sólo puede garantizarse cuando el hombre se
integra en forma armónica con el orden natural.

La obra de Reclus presenta un gran interés para el tema que nos ocupa, en la medida en que
muestra que la misma matriz positivista y evolucionista que se reconoce en Ratzel puede ser
utilizada para dar lugar a formas totalmente diferentes de seleccionar, tratar e interpretar los
mismos temas. Su obra es hoy considerada fundacional de una geografía social, en tanto
coloca a la organización de las sociedades en un lugar central para comprender los procesos
de organización del espacio geográfico. Sin embargo, fue ignorada por la geografía durante
mucho tiempo, y recién en las últimas décadas ha sido rescatada y analizada.

REACCIÓN ANTIPOSITIVISTA Y GEOGRAFÍA REGIONAL

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Introducción

Entre los últimos años del siglo XIX y las primeras décadas del XX tomarán fuerza posturas
reacias o críticas al positivismo, en particular respecto de su utilización o pertinencia para el
estudio de los fenómenos humanos, que serán englobadas bajo el rótulo de historicismo.

Por una parte, comenzará a rechazarse la cientificidad positivista, que coloca a las ciencias
naturales como modelo, reconociéndose en cambio la especificidad de las ciencias humanas y
abriendo paso a la consideración de una antinomia entre historia y naturaleza. Por otra parte,
se pondrá en duda el objetivo de formular leyes para los fenómenos sociales, reconociéndose
el carácter contingente que los caracteriza; en lugar de buscar explicaciones causales, se
propone alcanzar la comprensión de los hechos. También la objetividad que rige la relación
entre sujeto que conoce y objeto conocido es puesta en cuestión, en la medida en que quien
conoce los hechos sociales está inmerso en ellos, y por lo tanto la distancia entre ellos es,
cuando menos, ilusoria. Las generalizaciones propias del evolucionismo aplicado a lo social
también serán puestas en cuestión, en la medida en que resulta cada vez más evidente la
imposibilidad de acomodar la información que la investigación etnográfica aporta sobre distintos
pueblos en una línea evolutiva lineal; en lugar de esto, la indagación se orientará hacia la
comprensión de cada sociedad, de su funcionamiento (esto se conocerá en antropología como
funcionalismo). Y esto mismo se aplicará también al conocimiento geográfico, en el que los
postulados deterministas no logran superar las formulaciones vagas y simplistas, sin alcanzar
las pretendidas leyes que expliquen de modo universal y necesario estas relaciones.

El historicismo rescatará la dualidad que Kant ya había establecido entre naturaleza y espíritu,
afirmándose que así como la primera es el reino de lo necesario, la historia es el reino de la
libertad. Las ciencias que se ocupan del estudio de cada una de ellas, necesariamente, deben
ser diferentes. Las ciencias humanas o del espíritu parten de reconocer que la característica
básica de la humanidad es la historicidad de los procesos, los cuales acontecen en forma
intencional y están atravesados por valores: en ellas la neutralidad es ilusoria. Y la
especificidad de este conocimiento admitirá también otros métodos que no son el positivista: la
intuición, la sensibilidad o el conocimiento empático (contacto directo y total con el objeto que

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se quiere observar, netamente sensible), son aceptados como vías o caminos válidos hacia el
conocimiento.

Como consecuencia de todo esto, el interés se irá desplazando desde la búsqueda de lo


regular y repetible (pasible de formularse en leyes) hacia la consideración de los hechos
singulares, cuyas características particulares serán objeto de comprensión en lo que tienen de
único y particular. En geografía, estas perspectivas darán lugar al paulatino abandono de las
pretensiones de comprender regularidades, para centrarse en el estudio específico de porciones
de la superficie terrestre, las regiones.

Es habitual reconocer dos grandes escuelas de geografía regional, la francesa en torno a la


figura de Paul Vidal de La Blache, y la alemana en torno a Alfred Hettner, cuyos planteos
serán continuados y profundizados, ya cerca de la mitad del siglo XX, por Richard
Hartshorne, en Estados Unidos.

La geografía regional francesa: Paul Vidal de la Blache

Paul Vidal de La Blache (1843-1918) tuvo una enorme influencia en la geografía. Formado
originalmente en historia, y con sólidos conocimientos de las ciencias naturales, a partir de la
década de 1870 se dedica a la geografía. Será profesor de la Escuela Normal Superior de
París desde 1878, y desde 1898 estará al frente de la cátedra de Geografía en la Sorbona,
puestos desde los cuales formó a un nutrido grupo de seguidores.

El pensamiento de Vidal de La Blache se inscribe en el marco de la reacción antipositivista


de su época, y se nutre también de perspectivas espiritualistas que afirman que el espíritu
es irreductible a la materia y, por lo tanto, contingente respecto de ella.Con esto, rechaza el
determinismo natural y reafirma la libertad humana, oponiéndose así a los planteos ratzelianos
(oposición en la cual, además, influirán posturas nacionalistas que lo llevan a distanciarse de la
tradición alemana).

Abandonar la determinación natural para reconocer el papel de la libertad humana en relación


con las condiciones del medio no implica en Vidal el abandono definitivo del interés por esta

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relación, sino su reconsideración en tanto condicionante y facilitador al mismo tiempo, en una
relación abierta a múltiples posibilidades. De aquí el rótulo de posibilismo con que su
perspectiva será conocida (término acuñado por el historiador Lucien Fevre en 1922).

Vidal de La Blache tomará de los planteos funcionalistas la noción de género de vida, definido
como el conjunto de actividades y rasgos de un grupo social, articulados funcionalmente y
cristalizados por la costumbre (la historia), que expresan las formas de adaptación de dicho
grupo a las condiciones del medio geográfico. Esto muestra que el interés por la relación
hombre-medio sigue siendo fundamental en Vidal, pero sin –o incluso, contra– las pretensiones
de necesidad y universalidad positivistas.

El género de vida se expresará en una unidad espacial que tendrá características propias,
fundamentalmente una relativa autonomía funcional. Esta unidad espacial es la región, la que
se convierte así en objeto privilegiado de estudio para la geografía. La región tendrá un interés
intrínseco, que resulta de sus características peculiares y únicas, y el paisaje será la expresión
fenoménica de estas características peculiares, que se manifestará a la observación y a la
sensibilidad del investigador, quien a través de una aproximación empática será capaz de
captar la esencia de dicha región.

La región vidaliana permite, de este modo, superar los problemas planteados por el
determinismo, sin por esto abandonar el interés por la relación entre el hombre y el medio. Al
mismo tiempo, permite superar la dicotomía entre el conocimiento sistemático de los distintos
aspectos que intervienen en la comprensión de las especificidades de un lugar (propio de la
geografía sistemática o incluso escindidos de ella y transformados en campos disciplinarios
autónomos) y la descripción detallada de las particularidades de los lugares. Combina, así, las
grandes tradiciones disciplinarias: conocimiento sistemático de un fenómeno en su despliegue
en la superficie terrestre, por un lado, y conocimiento descriptivo e integrado de las
peculiaridades de un lugar resultantes de la forma específica en que estos distintos fenómenos
se combinan él. Y al habilitar la vía sensible y empática para su estudio, reafirma el carácter
humano e histórico de la construcción regional. El énfasis en la relación de los grupos humanos
con su medio tendrá, asimismo, un carácter político conservador que resulta adecuado a una

24
sociedad que ya se ha consolidado como Estado nacional y necesita reafirmar la pertenencia
de su pueblo (Escolar, 1992).

La propuesta vidaliana, sin embargo, no estará exenta de problemas. Por una parte, la
dicotomía entre lo humano y lo físico permanece subyacente al abordaje regional, y se
expresará, en la tradición de las monografías regionales , en un tratamiento sistemático y
muchas veces desvinculado de uno y otro. Por otra parte, el énfasis puesto en captar las
peculiaridades de la región desembocará en un abandono de la consideración de la totalidad en
la cual dichas regiones se incluyen, la que aparece, en más de un caso, como la mera suma
de las partes (regiones).

El énfasis puesto en la historia y en lo humano permitiría suponer que la geografía vidaliana se


aproxima a las ciencias humanas o sociales; sin embargo, Vidal de La Blache negó esta
posibilidad, al afirmar que la geografía es la ciencia de los lugares y no de los hombres. Con
esto, colocó a la geografía en una posición de excepción que, más tarde, será blanco de
fuertes críticas.

La geografía regional alemana: Alfred Hettner

A modo de presentación general, puede decirse que en esta tradición de estudios regionales es
más clara la adscripción al historicismo y mayor el alejamiento de las posturas orientadas a la
comprensión de la relación hombre-medio.

Alfred Hettner (1859-1941) se desempeñó en la Universidad de Heidelberg, y su trabajo


muestra una mayor preocupación por los problemas teóricos que afectan a la geografía, en
particular el problema planteado por el dualismo entre una geografía general y una geografía
regional o corológica.

En un artículo publicado en 1927 con el título “La geografía, su historia, su esencia, sus
métodos”, Hettner retoma la clasificación que W. Windelband había realizado en 1894 de las
ciencias que denomina de la experiencia, las que pueden ser:

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 Nomotéticas: las que tratan de alcanzar el conocimiento de las leyes de la naturaleza y
se ocupan de lo constante y permanente. Las diversas disciplinas que se definen por el
fenómeno natural que abordan (botánica, zoología, geología, etc.) se encuentran entre estas
ciencias.

 Idiográficas: son las ciencias que se ocupan de los hechos únicos y singulares, y de
sus circunstancias en el tiempo y en el espacio. La historia y la geografía se encuentran entre
estas ciencias.

Este autor planteará explícitamente que el núcleo de la geografía se encuentra en la segunda


perspectiva, la corológica o regional, por lo que define a la geografía como una ciencia
idiográfica. La especialización de los contenidos tradicionales de la geografía general había
llevado a la dispersión de sus contenidos entre un amplio conjunto de disciplinas, siendo esta
una razón central que impide que sea el núcleo de la disciplina.

Para Hettner, la geografía debe abordar las diferencias localizadas en la superficie terrestre,
descubriendo unidades espaciales, definiéndolas y comparándolas entre sí (Capel, 1981: 321).
El objetivo es, en definitiva, relevar el carácter variable de la superficie terrestre, captando la
diferenciación de áreas. Estas áreas son las regiones y, al trabajar con ellas, la geografía
adquiere su carácter idiográfico y define un objeto de estudio que le es propio. Por otra parte, si
bien el estudio sistemático también se reconoce como importante, el mismo debe estar en
función de las necesidades del análisis regional.

La geografía regional: a modo de cierre

La geografía regional, desde sus distintas vertientes, se instalará como el fin último de la
geografía, y el estudio de la región será su objeto privilegiado, exclusivo y no cuestionado. Aun
reconociendo las diferencias que fueron surgiendo a lo largo del tiempo (por ejemplo en las
formas de definir la región, o en los métodos aplicados para su estudio) imposibles de
reseñar aquí, puede decirse que el estudio regional fue absolutamente dominante durante la
primera mitad del siglo XX, y en muchos países durante bastante tiempo más.

26
Desde irrelevantes e ingenuas descripciones hasta sólidos y fundamentados estudios, los más
diversos productos tuvieron cabida en la geografía regional. Todos ellos se caracterizaron, más
allá de sus diferencias, por ocuparse del análisis minucioso de una porción acotada de la
superficie terrestre, procurando captar sus rasgos distintivos y peculiares, lo que cada una de
ellas tenía de “único y particular”. Produjeron un importantísimo acervo de información empírica
sobre los lugares más diversos del planeta, que alimentó fundamentalmente los discursos
escolares pero que también tuvo importancia para la gestión y para la formación general de los
individuos.

Por otra parte, el carácter idiográfico de la geografía, su condición de ciencia “excepcional”, fue
alejándola del resto de las disciplinas científicas, llevándola a cierto aislamiento, lo que dificultó
la interacción y el mutuo enriquecimiento. La endeblez teórica de las propuestas regionales se
fue haciendo cada vez más evidente a medida que el contexto científico cambiaba y la tarea de
los geógrafos se hacía cada vez más difusa en sus objetivos, al punto de tener que concluir
definiendo a la geografía como aquello que “los geógrafos hacen”. Sin embargo, y más allá de
todas estas cuestiones, el interés por la comprensión de las características peculiares de los
lugares –regiones– no disminuyó; por el contrario, una y otra vez volverá a instalarse como
tema de interés y trabajo de la geografía.

LA GEOGRAFÍA CUANTITATIVA O NUEVA (NEW GEOGRAPHY)

El positivismo y los grandes cambios metodológicos

Dado que representa una excelente síntesis del contexto en el que esta perspectiva geográfica
se inscribe, conviene reproducir un párrafo del texto de Capel y Arteaga sobre “Las nuevas
geografías”:

Durante los años 1940 a 1960 se generalizan en todas las ciencias humanas grandes cambios
metodológicos. Estos están en relación con el triunfo de un nuevo positivismo que deja sentir
su influencia tanto en la filosofía como en la ciencia. Se vuelve a insistir ahora en la vieja idea
positivista de la unidad de la ciencia, en la búsqueda de un lenguaje común, claro y riguroso,

27
que permita dar validez general (o intersubjetiva) a los resultados. Se acepta otra vez el
reduccionismo naturalista que considera las ciencias de la Naturaleza como modelo de toda
cientificidad y se pone de nuevo el énfasis en la explicación, en la búsqueda de leyes
generales como camino para conseguir lo que ha de ser la auténtica meta científica: la
predicción. Se postula, por último, la neutralidad de la ciencia, excluyéndose de ella los juicios
de valor y afirmando el carácter objetivo y descriptivo del trabajo científico. (Capel y Urteaga,
1984: 26)

Este regreso de las perspectivas positivistas, que acontece fundamentalmente en el mundo


anglosajón, se vincula en gran medida con un contexto socioeconómico que vuelve a valorar
fuertemente el conocimiento para la acción y la toma de decisiones, cargando a la ciencia y sus
resultados de una marcada positividad. El positivismo, por otra parte, se verá enriquecido con
la asunción de posturas que se proponen superar el camino inductivo, enfatizando en cambio
en el camino o método hipotético deductivo que, partiendo de postulados teóricos, intenta la
verificación de las hipótesis propuestas, a través de la observación controlada de la realidad y
la utilización de un lenguaje universal y unívoco: el matemático.

En este contexto, las tradicionales explicaciones de la geografía regional serán fuertemente


cuestionadas, y el artículo que Fred Schaeffer publica en 1953 criticando lo que él denominó el
carácter “excepcionalista” de la geografía puede considerarse como el manifiesto de dicho
cuestionamiento. La descripción de lo único y particular (la descripción regional) será
cuestionada por ser insuficiente, ya que no permite alcanzar la formulación de leyes o principios
generales, ni está organizada a partir de alguna teoría a cuya comprobación contribuya, y al
mismo tiempo permita explicar los hechos observados. El énfasis en la teoría llevará a que esta
perspectiva reciba el nombre de geografía teorética.

También recibirá el nombre de geografía cuantitativa por el énfasis puesto en los modelos y
lenguaje matemático y en el uso de técnicas estadísticas. La búsqueda de regularidades
subyace al tratamiento de grandes cantidades de información, práctica que se beneficia por el
desarrollo de herramientas computacionales que la facilitan. El denominado análisis locacional
será uno de los ejes de la producción, orientada a comprender las pautas que explican la
distribución de los fenómenos en el espacio, encontrando las regularidades y formulándolas en

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términos de leyes o principios probabilísticos. El estudio de los sistemas de asentamiento
urbano, de la localización espacial óptica de industrias y servicios, las dinámicas de flujos
espaciales o la distribución de usos y costos de la tierra en función de la distancia son
ejemplos del tipo de temáticas que se abordaron desde estas perspectivas.

La “nueva geografía” tuvo la virtud de poner en cuestionamiento, y movilizar, a la tradicional


geografía regional, obligándola a salir de su aislamiento y de su conformismo, llevándola hacia
preocupaciones teóricas compartidas con el resto de las ciencias, e incitándola a experimentar
con metodologías nuevas y rigurosas , en el marco de diseños de investigación altamente
formalizados.

Sin embargo, rápidamente esta tendencia también fue objeto de críticas, muchas de ellas
llevadas adelante por algunos de los geógrafos que habían tenido destacada actuación en ella,
como David Harvey o William Bunge. Estas críticas se inscriben en tendencias más amplias
de contestación social que tendrán lugar a partir de fines de los años sesenta. Y el argumento
central de estas críticas será claro y contundente: el orden espacial que la “nueva geografía”
analiza es, en rigor, la expresión de un orden social, el capitalista, cuyas características quedan
fuera de toda posibilidad de indagación mediante este modelo de cientificidad.

RADICALISMO GEOGRÁFICO

La determinación del espacio geográfico a partir de los procesos sociales

Con el nombre de geografías radicales se menciona un conjunto de perspectivas geográficas


caracterizadas, en términos generales, por su posición de compromiso con la transformación
social y sus aspiraciones de convertir a la geografía en un instrumento para dicha
transformación. Estas perspectivas se consolidan entre finales de la década de 1960 y la de
1970 en los medios académicos de los países desarrollados de Europa y América del Norte.
Coincide con un contexto de efervescencia y contestación social, del que el Mayo francés, de
1968, es un hito por todos conocido.

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Las razones que llevan al surgimiento y consolidación de este movimiento son heterogéneas
pero, más allá de estas diferencias, las críticas al orden socioeconómico imperante son el telón
de fondo que permite considerarlas en conjunto. Por una parte, el reconocimiento de que las
expectativas positivas instaladas tras el fin de la Segunda Guerra Mundial no se habían
cumplido en términos del mejoramiento de las condiciones de vida de la población mundial,
siendo que por el contrario las diferencias se habían acentuado, lleva a una actitud de crítica y
desencanto respecto del modelo de desarrollo dominante; la constatación de las enormes
desigualdades en el consumo entre ricos y pobres, sean países o grupos sociales dentro de los
mismos países ricos, está en la base de esto. Por otra parte, las críticas al conocimiento
científico estarán a la orden del día, en tanto se denuncia su carácter funcional al sistema y las
nefastas consecuencias de sus desarrollos (carrera nuclear, problemas ambientales, etc.);
también se denunciará su pretendida neutralidad como un mecanismo claramente ideológico.

El movimiento tuvo características disímiles en el mundo anglosajón, particularmente Estados


Unidos, y en el contexto europeo, centralmente Francia, por lo que es conveniente tratarlos en
forma separada. La geografía radical anglosajona se organizó fundamentalmente en torno a la
crítica a la geografía cuantitativa (New Geography), y tuvo entre sus principales actores a
muchos de los geógrafos que habían tenido roles destacados en ella. Así por ejemplo, el
propio David Harvey denunciará a principios de la década del setenta que la geografía
cuantitativa ha producido resultados poco interesantes, y que el uso de técnicas
estadísticas ha llevado a decir cada vez menos cosas sobre cuestiones cada vez más
irrelevantes. El énfasis en los métodos que esa postura había sostenido es ahora denunciado,
tanto por el carácter naturalizante que su matriz positivista conllevaba, como por haber
desviado o bloqueado las posibilidades de reflexión epistemológica y conceptual. Se
denunciarán también las pretensiones de neutralidad de estas posturas, indicando que no sólo
ella no existe, sino que por detrás de su asunción se esconden valores implícitos que son
asumidos acríticamente.

El movimiento coincide también con la difusión de la tradición de estudios marxistas en el


contexto norteamericano, que había estado bloqueada en el contexto de la Guerra Fría; en este
sentido, se producirán fuertes debates y notables aportes teóricos a partir del rescate de la

30
larga tradición de estudios sociales que, partiendo de la obra de Marx, se había desarrollado
hasta el momento sin que la geografía tomase contacto con ella (por ejemplo los resultados
de la labor llevada a cabo por los miembros de la Escuela de Frankfurt). La geografía radical
toma con esto el carácter de geografía “de izquierda”, de base marxista, que debe estar
comprometida con el cambio social, e intervenir activamente en su consecución.

La revista Antipode. A Radical Journal of Geography, que comienza a publicarse en 1969 con
la responsabilidad editorial de Richard Peet, será el principal medio de difusión de estas nuevas
propuestas. La realización de las denominadas “expediciones geográficas”, por ejemplo a los
barrios pobres que en algunos casos rodeaban a los campus universitarios estadounidenses,
también cobrará importancia como forma de articular el mundo académico con la sociedad en
general y los pobres en especial, involucrándose en sus problemas y necesidades. El
asesoramiento a movimientos ciudadanos o políticos es otra forma de intervención que concita
el interés de estos geógrafos.

La geografía radical es una geografía eminentemente social, en la medida en que la


organización espacial será vista como producto de los procesos sociales y, específicamente,
del modo de producción capitalista. Para comprender esta organización social, por lo tanto, ya
no sirven ni su mera descripción (a la manera de la geografía regional tradicional) ni el
descubrimiento y formalización de su morfología (a la manera del análisis locacional del
cuantitativismo). Se requiere ahora centrar la mirada en los procesos sociales, pues el espacio,
y específicamente su organización, es el resultado de los mismos.

Nuevos temas serán privilegiados por esta perspectiva, como por ejemplo los vinculados a la
pobreza y el subdesarrollo, la marginación de las minorías, las condiciones de vida urbana
o la violencia y los conflictos sociales. Otros temas serán revisados y planteados desde el
nuevo enfoque, como es el caso de los guetos étnicos en las ciudades norteamericanas,
tema que había concitado gran interés en el cuantitativismo (por ejemplo mediante el
desarrollo de modelos para prever las tendencias de su expansión espacial), vistos ahora
como consecuencia de un determinado modelo de organización social que explica su
presencia y sus tendencias de cambio. En general, los temas urbanos tuvieron una gran
presencia en esta perspectiva.

31
LA GEOGRAFÍA RADICAL FRANCESA TUVO CARACTERÍSTICAS UN TANTO DIFERENTES.

Por una parte, el contexto francés había mantenido una tradición de estudios marxistas, por lo
que su “recuperación” no tuvo lugar como en Estados Unidos; incluso en el marco de
perspectivas regionales, la presencia de geógrafos adscriptos políticamente a esta tendencia
había dado lugar a obras que reflejaban esta tradición; sin embargo, el contexto crítico también
fue muy fuerte, y esta tradición marxista tuvo nuevo impulso también aquí. Por otra parte, la
crítica radical tuvo en Francia un blanco diferente, pues se orientó contra la geografía regional
tradicional.

En Francia, la revista que cumplió un papel central en este movimiento fue Herodote, que
comenzó a publicarse a mediados de los años setenta por iniciativa de Ives Lacoste, un
conocido geógrafo francés con una larga tradición de estudios regionales. En esta revista, por
ejemplo, tuvo lugar el rescate de un viejo geógrafo como Elisée Reclus, que había sido
olvidado por la geografía académica.

La geografía radical francesa centró sus críticas en el carácter “supuestamente” ingenuo e


irrelevante de la geografía regional, y en particular en su relación con la formación de
profesores y el contenido escolar. En su libro Geografía, un arma para la guerra, Ives Lacoste
denunció a esta geografía de los profesores como una “cortina de humo” que, instalando en la
formación básica destinada a toda la población la idea de una geografía memorística e
irrelevante, ocultaba los verdaderos alcances del saber geográfico. Estos alcances sí eran
valorados, en cambio, por lo que él denomina la geografía “de los estados mayores”, esto es,
por los grupos de poder que estaban en condiciones de valorar y utilizar en función de sus
intereses el conocimiento pretendidamente “neutro o ingenuo” del trabajo regional, dando
ejemplos de que efectivamente así lo hacían.

Más allá de las diferencias que las perspectivas radicales muestran entre sí, hay algunos
elementos comunes que merecen ser rescatados. En primer lugar, el movimiento radical
significó para la geografía una instancia de aproximación a la tradición de estudios sociales
muy importante, que rompió definitivamente con el aislamiento de esta ciencia “excepcional”.
Para bien o para mal, la geografía se vio obligada a incorporarse a foros de discusión científica,

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compartir conceptos, justificar resultados; ya no fue suficiente decir que la geografía era “lo que
los geógrafos hacen” para justificar la pertinencia o relevancia de sus resultados. Y esto dio
lugar a un proceso de enriquecimiento de la disciplina que es insoslayable.

En segundo término, la geografía se vio obligada a revisar sus fundamentos teóricos y a


desarrollar nuevos, que permitiesen justificar su existencia. La noción de producción social del
espacio ocupa aquí un lugar central, ya que es la que permite articular el estudio del espacio
con el de lo social en general. Por supuesto, esto sacude viejas estructuras conceptuales
vinculadas a la relación entre hombre, medio y organización espacial, que se habían mantenido
en precario equilibrio por mucho tiempo (al decir de algunos, por “demasiado” tiempo). Otro
tanto sucede con la dicotomía entre geografía humana y geografía física, y por supuesto con los
problemas del determinismo ambiental y el análisis regional.

La geografía radical tampoco estuvo exenta de críticas, y quizás la más importante se vincule
también con la noción precitada. El énfasis puesto en lo social y la consideración del espacio
como un reflejo supusieron el riesgo de que el estudio de este acabara perdiendo sentido. En
efecto, si el espacio es un mero reflejo de lo social, debería ser suficiente con estudiar lo social
para comprenderlo. Y en efecto, en más de un caso las investigaciones realizadas llevaron, de
hecho, a esta situación. El mismo orden social –en esencia, el capitalista– daba cuenta de
todas las formas de organización espacial posibles, con lo cual los alcances del conocimiento
derivado de estos estudios terminaba siendo limitado. Por otra parte, el énfasis puesto en la
teoría y en la conceptualización, en muchos casos acabó desdibujando el papel de lo empírico;
se produjo así una especie de movimiento pendular, que al tratar de alejarse del empirismo
extremo de las propuestas tradicionales acabó produciendo una geografía vaciada de estos
contenidos y centrada en afirmaciones generales que no hacían más que reiterar lo que ya
había sido establecido, en muchos casos, por autores clásicos de las ciencias sociales.

Sin embargo, estas críticas también dieron lugar al desarrollo de propuestas que intentan
superarlas, dando origen a lo que en términos generales se conoce como geografías críticas.
Si bien estos desarrollos se retomarán en el Módulo 2, cabe aquí indicar que los mismos se
han centrado, precisamente, en tratar de comprender el papel que el espacio tiene en los
procesos sociales, teniendo en cuenta su “contenido” de naturaleza e historia. Ni mero

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contenedor ni mero reflejo, el espacio geográfico seguirá, así, ubicándose en un lugar central
para la disciplina.

LOS “HUMANISMOS” GEOGRÁFICOS

La perspectiva antropocéntrica

“Los individuos entran a escena” sería una expresión útil para introducir estas perspectivas
geográficas. En efecto, y más allá de la extrema diversidad de propuestas que se engloban
bajo el rótulo de humanismos geográficos, todas ellas comparten el hecho de poner énfasis en
los individuos y en los factores subjetivos asociados a ellos. Se trata de perspectivas
antropocéntricas, esto es que colocan a los individuos en el núcleo de interés. Buscan un
enfoque holístico de la realidad, evitando las fragmentaciones temáticas mediante la centralidad
de la experiencia humana (García Ramón, 1985).

Un antecedente importante lo constituye la denominada geografía de la percepción, inscripta


originalmente en el marco cuantitativo, que buscó dar cuenta de aquellos aspectos que no
podían ser entendidos mediante la indagación de la racionalidad dominante, a través de la
captación de los aspectos vinculados con la percepción subjetiva de los individuos. Por
ejemplo, ya en la década del sesenta se realizaron estudios que permitieron captar los
valores subjetivos que los habitantes otorgaban a ciertos lugares de sus ciudades, lo que
permitía explicar los “desvíos” que el precio del suelo mostraba respecto del
comportamiento esperado según los modelos de costo-distancia. Otro tanto sucede con la
percepción de riesgos, fuertemente condicionada por valores culturales, que desvía el
comportamiento de las personas de los parámetros “racionales” esperables.

Basadas en perspectivas fenomenológicas y existencialistas, estas miradas geográficas


pondrán énfasis en la subjetividad, cuestionando la existencia de un mundo objetivo
independiente de la existencia del hombre. La experiencia es la base del conocimiento, y por lo
tanto la experiencia individual debe ser considerada. Específicamente, en geografía interesa la
relación entre la experiencia y la dimensión espacial, que se plasmará en conceptos tales como

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el de mundo vivido, que remite a la conjunción de hechos y valores que abarca la experiencia
cotidiana personal, o el de lugar, entendido aquí como un espacio concreto cargado de
significado para el ser humano, que está unido a él por una vinculación afectiva o emocional.

En algunos casos, estas perspectivas se proponen como complementarias de otras, procurando


un entendimiento más acabado del objeto de estudio. Es el caso, por ejemplo, de los trabajos
que plantean la consideración de dimensiones ideológicas o subjetivas en articulación con
las estructurales, para comprender una determinada forma de organización espacial. Se
reconoce así que, si bien un determinado espacio puede estar organizado en función de las
lógicas dominantes (por ejemplo, la capitalista) el mismo es también un lugar cargado de
significados para los individuos que lo habitan; todo junto, se especifica en ese lugar y le otorga
peculiaridad.

En otros casos, las dimensiones subjetivas cobran absoluta centralidad, dejando de lado la
consideración de las estructuras. El hombre pasa a ser el núcleo de estas indagaciones,
interesadas en comprender sus acciones a partir de como él mismo las entiende y valora,
contribuyendo con esto a que se comprenda a sí mismo.

La distinción entre sujeto y objeto, al igual que las pretensiones de objetividad y neutralidad,
pierden gran parte de su sentido en estas perspectivas. La búsqueda de explicación es
reemplazada por la comprensión. Las metodologías participativas son privilegiadas, en tanto
permiten una mayor proximidad y compromiso. Y los objetos de indagación se multiplican:
literatura, films y representaciones (pinturas, mapas, etc.) son fuentes para comprender el valor
del espacio y poder comprender, a través de esto, sus características.

A MODO DE CIERRE DESDE LA PREOCUPACIÓN POR LA ENSEÑANZA

La geografía llevada a la práctica escolar

Los contenidos que se han abordado en este Módulo remiten a lo que habitualmente se
denomina historia del pensamiento geográfico, cuyo valor reposa en general en las
posibilidades que brinda para reflexionar sobre la propia disciplina. Pero cabe preguntar aquí, y

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lo hacemos a modo de cierre, qué sentido tiene incluir este tratamiento cuando lo que nos
interesa es la geografía escolar, la enseñanza de la geografía.

Entendemos que estos contenidos resultan fundamentales a la hora de comprender nuestra


práctica docente en las escuelas y, más aún, cuando nos interesa transformarla para cumplir
mejor con nuestros objetivos educativos. Suele suceder que los docentes no tenemos acabado
conocimiento de los orígenes y fundamentos del contenido de nuestra disciplina, de los temas
que incluimos y de las perspectivas desde las cuales los abordamos. La evaluación de nuestro
quehacer, en términos del contenido disciplinar, resulta por esto muy difícil de realizar. Lo
mismo sucede con la incorporación de nuevas perspectivas y temas, muchas veces incentivada
por cambios curriculares o por tendencias y “modas”, en la medida en que no tenemos
herramientas suficientes para evaluarlas y enfrentarlas.

Gran parte de lo expuesto en este Módulo atraviesa, de múltiples y muchas veces


contradictorias maneras, nuestra práctica docente, y también nuestra formación como
profesores. Apropiarnos de estos fundamentos nos permitirá organizar mejor nuestro quehacer
y, más aún, ponerlo en relación con los desafíos que se nos presentan para resolverlos
adecuadamente. En tiempos de cambio como los actuales, los profesores de geografía hemos
enfrentado reiteradamente la sensación de que nada de lo que hacemos y sabemos tiene
relación con “lo nuevo” que nos piden que hagamos de ahora en más, lo que nos lleva a la
desvalorización y la parálisis. Frente a esto, y para hacer frente a esto, proponemos lo
contrario: sólo a partir de lo que sabemos podremos transformar. Y los contenidos aquí
expuestos se orientan a esto.

Para seguir andando, los invitamos a reflexionar en torno a su presencia o ausencia en


vuestra formación y vuestras clases, preparándonos con esto para los próximos Módulos.

BIBLIOGRAFÍA

Textos consultados

 AGNEW, John; David Livingstone & Alisdair Rogers, Human geography. An essential
anthology (1996), Oxford, Blackwell Publishers.

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 BROEK, Jan O. M. (1967) , Geografía. Su ámbito y su trascendencia, México, UTEHA.

 CAPEL, Horacio (1981) , Filosofía y ciencia en la geografía contemporánea. Una


introducción a la Geografía, Barcelona, Barcanova.

 CAPEL, Horacio y Luis Urteaga (1984) , Las nuevas geografías, Barcelona, Salvat.

 ESCOLAR, Marcelo (1997), "Exploration, cartography and the modernization of state


power", International Social Science Journal, 151: 55-75, march, Nueva York, Blackwell y
Unesco.

 ESCOLAR, Marcelo (1992), "La armonía ideal de un territorio ficticio", Boletim de


Geografia Teorética, Rio Claro, 22(43-44): 339-348.

 GARCÍA RAMÓN, María D. (1985), Teoría y método en la geografía humana


anglosajona. Barcelona, Ariel, 1985.

 GÓMEZ MENDOZA, Josefina, Julio Muñoz Jiménez y Nicolás Ortega Cantero (1994),
El pensamiento geográfico. Estudio interpretativo y antología de textos (De Humboldt a las
tendencias radicales). Segunda edición corregida y ampliada. Madrid, Alianza (Universidad
Textos).

 JOHNSTON, R.J. (1986), Geografia e geografos (a Geografia Humana angloamericana


desde 1945), San Pablo, Difel.

 LIVINGSTONE, David N. (1992), “A Brief History of Geography”, en Rogers, A., Villes,


H., Goudie, A. (eds), The Student´s Companion to Geography, Oxford, Blackwell, pp. 27-35.

 MORAES, Antonio Carlos Robert (1989), A genese da geografia moderna, San Pablo,
Hucitec/Edusp, 1989.

 QUAINI, Massino (1981), La construcción de la geografía humana, Barcelona, Oikos-


tau.

37
 SALINAS ARAYA, Augusto (2002), “Eratóstenes y el tamaño de la Tierra (S. III.
A.C.)”, Revista de Geografía Norte Grande, 29: 143-148, Pontificia Universidad Católica de
Chile, Instituto de Geografía, Santiago, Chile, ISSN: 0379-8682.

 UNWIN, Tim (1995), El lugar de la geografía, Madrid, Cátedra.

 VALCÁRCEL, José Ortega (2000), Los horizontes de la geografía. Teoría de la

geografía, Barcelona, Ariel (Geografía).

EL AUTOR

RODOLFO V. BERTONCELLO

Es profesor y licenciado en Geografía por la Universidad de Buenos


Aires, y máster en Geografía por la Universidad Federal de Río de
Janeiro.

Actualmente se desempeña como investigador independiente del


Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas -
Conicet- y como profesor adjunto regular de la cátedra de
Geografía Social de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires, donde tiene a cargo también la
cátedra Problemas Territoriales I (formación docente). Ha
realizado una amplia labor de docencia en posgrado.

Dirige proyectos de investigación acreditados por la UBA y el


Conicet, sobre la temática de valorización turística del
territorio. Ha dirigido y participado en otras investigaciones
sobre la temática y también sobre distribución y movilidad
territorial de la población. Los resultados de esta labor se
expresan en numerosas publicaciones y presentaciones a congresos.

Ha sido autor de numerosas publicaciones para la enseñanza de la


Geografía, tales como textos escolares para los distintos niveles
educativos. También ha brindado asesoramiento en la temática y ha
dictado cursos de capacitación docente.

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