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el poder potencial (riqueza, recursos naturales, población, etc.) en poder militar
(FF.AA.). Y por estrategia de balance a aquellas políticas del Estado destinadas
a balancear un poder o una amenaza, real o percibida por la dirigencia política
y se incluirán tanto las alianzas con otros Estados como los esfuerzos hacia
dentro del Estado por incrementar su poder militar.
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Moscú canceló todos los programas de cooperación bilateral que beneficiaban
a Beijing y así la relación bilateral comenzó mostrar un sesgo de rivalidad.
La relación con la URSS siguió empeorando y entre los años 1968/1969 llegó a
su punto más álgido. Desde Moscú, se hizo una convocatoria internacional – a
través de una revista - para apoyar a las fuerzas que se mantenían “leales al
marxismo-leninismo” en China y resistían la persecución de Mao. En Beijing la
publicación fue entendida como el anuncio de un inminente golpe de Estado
pro soviético. El panorama se volvió más sombrío cuando la URSS invadió a
Checoslovaquia y destituyó a su dirigencia política bajo los cargos de haberse
desviado ideológicamente.
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encontrarse amenazada por una de las superpotencias del sistema
internacional.
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necesidad de dejar de lado los matices ideológicos, centrarse en el interés
nacional de cada Estado y trabajar bajo un enfoque cooperativo.
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Si bien la alianza con EE. UU. cumplió su objetivo de balancear a la URSS,
también es cierto que no fue una panacea para la RPCh. Con la salud de Mao
en declive, el régimen comenzó a experimentar tensiones como producto de la
lucha intestina para sucederlo. En paralelo a este proceso doméstico, en el
plano internacional se sucedieron una serie de hechos que congelaron el
progreso de las relaciones sino-estadounidenses. En primer lugar, se produjo la
retracción del liderazgo estadounidense como producto de la derrota en
Vietnam (1973) y la renuncia del presidente Nixon, tras el escándalo de
Watergate (1974). Y en segundo lugar, y más importante, la URSS experimentó
el apogeo de su poder; al cual había arribado tras haber invertido cuantiosos
recursos en sus FF.AA. De esta forma a finales de la década de 1970, la Unión
Soviética – por sí sola – representaba una potencia militar mucho más fuerte
que la que en su momento representó la alianza sino-soviética. En paralelo,
Moscú pudo desarrollar una política exterior expansiva que supo ampliar su
influencia política, en cada oportunidad que se le presentó. Consecuentemente,
la renovada expansión soviética volvió a generar en Beijing la percepción de
hallarse rodeados. En efecto, la influencia soviética limitaba con la RPCh en
cinco fronteras: la propia URSS, Mongolia, India, Vietnam y, a partir de 1979,
Afganistán.
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Paralelamente, en EE. UU. el expansionismo soviético – transcurrido durante
la década de 1970 – convenció a la Administración Carter de retomar el
acercamiento a China. De esta forma, en mayo de 1978, Zbigniew Brzezinski –
asesor de Seguridad Nacional – viajó a Beijing con el objetivo de normalizar las
relaciones y establecer las bases para re-edificar la alianza (Kissinger, 2011).
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En 1981, con la llegada de Ronald Reagan, la alianza sino-estadounidense
experimentó su auge. En primer lugar, el nuevo líder de la Casa Blanca se
decidió por una estrategia internacional más ambiciosa: Ya no bastaba con
contener la expansión soviética, ahora se debía hacerla retroceder (Roll Back
Strategy). Dicha estrategia resultó afín con la disuasión ofensiva de Deng,
quien – justamente – aguardaba un mayor liderazgo estadounidense en la
lucha contra la URSS. En segundo lugar, la continuación del expansionismo
soviético y la Guerra de Afganistán reforzaron e incentivaron una mayor
cohesión en la relación sino-estadounidense.
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Capítulo II: El poderío militar de China y su estrategia internacional
en la Post Guerra Fría (1991-2008).
Dicha estrategia tenía por objetivo facilitar el ascenso de la RPCh sin generar
temores – y por consiguiente políticas de balance – ni en sus vecinos, ni en EE.
UU. La nueva estrategia tenía un enfoque mayoritariamente cooperativo,
buscaba llevar buenas relaciones con Washington y solo admitía que se debía
balancear a EE. UU., si sus intereses vitales se encontraban en juego 1. A pesar
de haber logrado mejorar las relaciones con EE. UU. y sus vecinos; a partir de
la década de 2000, las relaciones con Washington se vieron sistemáticamente
perjudicadas por divergencias y problemas que no pudieron ser administrados.
La dificultad en administrarlos se explica por dos motivos: En primer lugar, a lo
largo de la década de 1990, China percibió que EE. UU. se encontraba en un
proceso de expansión que se corroboraba en acciones como: ampliación de la
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Por intereses vitales, suele comprenderse a la estabilidad política doméstica, la integridad
territorial y la unificación nacional, lo que significa: la recuperación de Taiwán, la absorción de
las islas Paracel y Spratly en el Mar Meridional Chino (disputadas con varios Estados del
ASEAN) y las islas Pratas y Senkaku/Diao Yu Tai (disputadas con Japón). Así no es casualidad
que las mayores confrontaciones con EE. UU. se dieran en relación a los incidentes en la Plaza
de Tiananmen – que podrían haber afectado a la estabilidad política – y a la figura del Dalai
Dama – la cual se asocia a la independencia del Tíbet –.
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OTAN hacia el ex espacio soviético, revitalización de las alianzas en Asia
Pacífico, intervención en conflictos étnico-religiosos en la periferia, etc.
El punto culminante fue la Guerra de Kosovo (1999), cuando EE. UU. y sus
socios europeos de la OTAN crearon un Estado Nación en desmedro de
Serbia. Para la dirigencia política china, Washington podría jugar una carta
similar pero con las distintas minorías étnicas de China. A partir de entonces,
EE. UU. no solo era un rival sino también una potencia agresiva y poderosa.
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No le correspondería a Jiang reevaluar la estrategia internacional de la RPCh
sino a la siguiente camada de líderes denominada la cuarta generación,
encabezada por el presidente Hu Jintao y el primer ministro Wen Jiabao;
quienes ascendieron al poder entre los años 2002 y 2004. A ellos les
concernió, por primera vez en la historia moderna, gobernar una China cuyo
poderío era más real que potencial. Tras casi 30 años de ininterrumpido y
acelerado crecimiento económico, la cuarta generación se hizo con una nueva
auto-percepción de su poder relativo que alimentó una mayor confianza, orgullo
y autoestima (Kissinger, 2011).
El optimismo de los líderes de la cuarta generación, no solo se basaba en los
logros cumplidos sino también en las expectativas a mediano y largo plazo. En
ese sentido, la mayoría de los economistas e investigadores predecían la
continuación del crecimiento; inclusive pronosticaban que hacia el 2020 la
RPCh superaría el PBI de EE. UU. (Elwell, Labonte y Morrison, 2007;
Maddison, 2007 y The Economist, 2010).
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observó que a las “tradicionales preocupaciones” en cuanto a las
negociaciones con Corea del Norte, el programa nuclear iraní y la activa
diplomacia china en el Sudeste Asiático, debieron sumarse el activismo chino
en Europa, Latinoamérica, África y Medio Oriente; regiones que históricamente
escapaban a la esfera de intereses geoestratégicos de China.
Como resultado, Beijing comenzó a sentirse con una mayor confianza, orgullo y
autoestima. Consecuentemente, la dirigencia política china experimentó una
mayor propensión a optar por una nueva estrategia, más próxima al balance;
dado que cree que cuenta con los recursos o que pronto los tendrá. Como
contracara de la misma moneda, China se volvió menos partidaria de una
estrategia cooperativa; tal como lo es la nueva diplomacia de seguridad.
Conclusiones.
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la evolución de su estrategia internacional, los cambios ocurridos en su
estrategia de balance, la relación con las superpotencias, las percepciones de
su dirigencia política sobre las amenazas y su auto-percepción sobre su poder
relativo.
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años de distancia de rivalizar de igual a igual con EE. UU. (Cliff, 2006 y Tai,
2009). Este creciente poderío militar le dio una mayor independencia en su
política exterior y, aún en el marco de una estrategia internacional cooperativa
– tal como es la “nueva diplomacia de seguridad” –, Beijing decidió que cuando
sus intereses vitales se hallasen en juego (Taiwán, Mar Meridional Chino, etc.)
debía balancear a Washington. Así el segundo momento de la investigación
permite corroborar la segunda hipótesis auxiliar: “A mayor poder militar del
Estado, mayor independencia de su política exterior y menor propensión a
establecer alianzas”.
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UU. Este tipo de alianza es lo que Randall Schweller denomina “plegarse por
beneficios” (bandwagoning for profit) (Schweller, 1994).
Rusia sería un Estado que podría entrar en esta categoría. Por un lado, Moscú
podría capitalizar la distracción de Washington para hacer avanzar sus
intereses en regiones como el Cáucaso, Medio Oriente y quizás en las zonas
de Europa Oriental que no fueron cubiertas por la OTAN. Siguiendo a
Schweller, Rusia podría comportarse como un “chacal” que se alimenta de las
oportunidades que brindan las cacerías del “lobo”, personificado en este caso
por China (Schweller, 1998). Por otra parte, Rusia como aliada significaría para
China que su mayor frontera terrestre se encontraría estabilizada, no
demandaría recursos militares y así podría concentrarlos contra EE. UU.
Otro país que podría establecer una alianza con China podría ser Myanmar,
que podría contribuir significativamente por su localización geográfica. El país
se encuentra en el Océano Índico, sobre el Golfo de Bengala y es el paso
previo al Estrecho de Malaca, principal punto de estrangulamiento de las líneas
marítimas de comunicación que conectan al Índico con el Pacífico.
Actualmente, Beijing se encuentra fuertemente vinculado con Rangún y
distintos analistas especulan que Myanmar podría transformarse en una base
naval china. Teniendo en cuenta que la rivalidad con EE. UU. es – y será más
fuerte en el futuro – naval, las bases que la RPCh pueda colocar en distintos
puntos estratégicos y le permitan ganar proyección son de capital importancia
(Holmes y Yoshihara, 2008 y Mearsheimer, 2010).
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