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Román Reyes (Dir): Diccionario Crítico de Ciencias Sociales

Determinismo tecnoecológico

Paula Casal
Keele University, UK
>>> ficha técnica

La idea de explicar fenómenos de tipo sociocultural como la religión o la estructura política en base a factores
externos a la sociedad misma, como el clima, la geografía u otros factores de tipo material y objetivo es una
aspiración antigua. Así, por ejemplo, ya Platón y Aristóteles vincularon las formas de gobierno a determinados
climas, mientras que Montesquieu adscribió a estos ciertas formas de religión.
El determinismo ambiental disfrutó de un renacimiento temporal el siglo pasado que sobrevivió hasta comienzos de
éste. En 19O7, F. W. Hodge, por ejemplo, había llevado el determinismo ambiental a todos los rincones de la
cultura, afirmando, de los indios americanos del suroeste, que "los efectos de este medio ecológico, donde la
búsqueda de agua era la pieza clave de la lucha por la vida, influyen sobre toda la estructura social, los usos y
costumbres, los motivos y productos estéticos, el amor y el simbolismo, y sobretodo, las creencias y el culto" (1).
También el antropólogo W. H. Holmes concluía en 1919, "no son tanto las capacidades y la herencia cultural de un
grupo particular de gente lo que determina la forma de la cultura material, sino el entorno ecológico local" (2).

El determinismo tecnológico, por su parte, busca también las causas en algo dado, objetivo, material, descriptible en
un lenguaje fisicalista, en muchos casos cuantificable y que funciona como un factor independiente que actúa "desde
fuera" sobre las variables dependientes (sociales), o incluso como "primer motor" del cambio social. Esta tradición
es también muy antigua. Ya Lucrecio, por ejemplo, pensó que el desarrollo cultural dependía de la innovación
técnica, que era la clave de cambio institucional. Y, según Cole, el origen de este tipo de enfoque se remonta hasta
Demócrito (3).

Un ejemplo más reciente es la explicación de Lynn White de la aparición del feudalismo en base a la invención del
estribo. El estribo facilitó a los guerreros la cabalgadura y les permitió utilizar espadas, lanzas y otras armas pesadas
sin caerse del caballo. Ello les confirió una capacidad de ataque sin precedentes (4). El nuevo método era muy
efectivo, pero también muy costoso. Era necesario fabricar, con los medios existentes, toda la tecnología que
requería cada unidad de combate (armas, armaduras, estribos, monturas, protectores). También hacían falta caballos
de guerra, y entrenamientos intensivos de caballos y caballeros. Producir, organizar, mantener todo ello y a esta élite
especializada, requería una reorganización social que, a su vez, la capacidad guerrera contribuiría a mantener.

Otro ejemplo podría ser el de los estudios del antropólogo Symmes C. Oliver sobre los indios norteamericanos, que
le llevaron "a situar en un primer plano el papel de la tecnología como primer motor del cambio cultural." (5)

Uno de los principales atractivos de este tipo de enfoque es precisamente la posibilidad de establecer como causa
algo dado, exterior y autónomo, que a su vez no necesita ser explicado. Porque, si lo que explica cierto hecho o
comportamiento en una determinada sociedad es la existencia de ciertas normas, creencias o estructuras de poder,
todavía queda la pregunta ¿y por qué existen o existían tales normas, creencias o estructuras?. Así, cuando al final de
la cadena causal, lo que uno encuentra es la escasez de agua o la necesidad de evitar cierta enfermedad tropical,
parece que uno ha llegado realmente hasta el final. Claro que en el caso de los factores tecnológicos, al menos hasta
cierto punto, la cosa varía. Uno puede seguir preguntándose ¿y por qué se inventó y adoptó el estribo? ¿por qué
existía tal tecnología y no otra?. Pero también hay varias formas de preservar el carácter autónomo del desarrollo
tecnológico.

Una de ellas es una variante de la visión de la historia como obra de una serie de Grandes Hombres. Según esta
versión, las innovaciones técnicas que transforman la sociedad son simplemente el fruto de un momento de
inspiración de una personalidad genial. Esta interpretación popular fué criticada en los años 2O por un grupo de
autores norteamericanos, en particular William Ogburn y Dorothy Thomas, para quienes las invenciones, lejos de ser
el resultado de impredecibles momentos de inspiración, eran el inevitable resultado de una acumulación gradual. De
ahí que a veces se desarrollasen los mismos inventos de forma paralela e independiente por distintos grupos de
personas. Por ejemplo, "dado el barco y la máquina de vapor, ¿no era el barco de vapor inevitable?" (6). En otras
palabras, lo que explica la tecnología es también la tecnología. De modo análogo al que una máquina resulta de la
combinación de distintas piezas pre-existentes, ensambladas de un modo determinado para cierto fin, el desarrollo

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tecnológico es el resultado de la acumulación y combinación de innovaciones previas, adaptaciones y mejoras
parciales. Otra forma de preservar el carácter autónomo de la tecnología es consirderarla como una mera aplicación
de la ciencia, a la que se atribuye una carácter asocial y objetivo, por consistir en el descubrimiento de una realidad
pre-existente. Por último, aun admitiendo que tanto la ciencia como la tecnología son productos sociales que surgen
y se difunden en determinados contextos históricos, puede adoptarse la decisión metodológica de tomar el conjunto
de los medios materiales de que dispone una sociedad como algo dado.

El determinismo tecnológico, escriben McKenzie y Wajcman, "es la teoría de las relaciones entre tecnología y
sociedad que más influencia ha tenido. Según esta teoría, "la tecnología es un factor independiente", que actúa
"desde fuera" como "en las teorías decimonónicas del determinismo climático" (7).

Teniendo los citados rasgos en común, el determinismo ecológico y el tecnológico que primero fueron perspectivas
rivales -la una insistiendo en las inexorables imposiciones del medio, la otra en la capacidad humana de superación y
transformación del mismo (8) - terminaron fundiéndose en una sóla. Ello contribuyó a paliar algunas de las
deficiencias de cada una. El medio impone las dificultades que han de superarse (como el frío) y brinda los medios
para resolverlas (como la madera o el carbón). El factor ecológico ofrece la posibilidad de explicar los distintos
efectos que una misma técnica puede tener en distintos lugares; y el tecnológico explica las diferencias en el tiempo
y las transformaciones ocurridas en la historia, que un medio inalterado no podría explicar. Además, es difícil separa
ambos factores. Los entornos habitados por una sociedad humana suelen ser sólo en parte naturales y en parte
transformados directa o indirectamente por la actividad humana.

Volviendo sobre los ejemplos mencionados, ya Holmes había vinculado los factores ecológicos a los tecnológicos y
C. S. Oliver matiza así su antes citada afirmación: "no es la tecnología en sí misma lo que se manifiesta tan
importante, sino más bien el papel jugado por la tecnología en el sistema ecológico global" (9).

El concepto marxista de fuerzas productivas engloba ambos factores (los recursos naturales y los medios de
producción) y la versión tradicional del materialismo histórico, que afirma la primacía de estas fuerzas es una forma
de determinismo tecnoecológico. Entre los autores que al menos en alguna obra y con más o menos cualificaciones
han defendido esta interpretación están Engels, Plejanov, Kautsky, Lenin, Trotsky, Bujarin, Stalin y más
recientemente, G. A. Cohen (* marxismo analítico). En palabras de éste: "Las condiciones biológicas y geográficas,
que para Hegel no eran sino instrumentos y oportunidades para la autoafirmación del espíritu ven restaurada su
autonomía. El carácter del hombre y de la sociedad depende ahora del carácter de la naturaleza en la que vive, en un
principio y de cómo se vuelve después de las trasformaciones introducidas por el proceso de producción." (10) Este
planteamiento, que sugiere que veamos "toda la estrategia productiva de una economía compleja como una geografía
impuesta por el hombre" (11), difumina las diferencias entre ambos determinismos, y presenta al determinismo
tecnológico como una forma de determinismo ambiental aplicado a las sociedades que habitan un medio más o
menos transformado.

Esta óptica se presta especialmente bien a la adopción del modelo de Darwin para explicar la adaptación y la
evolucion de las sociedades y de "los órganos productivos del hombre...base material de toda organización particular
de la sociedad" (12). Esta tarea se ha venido intentando en muy variadas versiones, prácticamente desde la
publicación de El origen de las especies, en 1859, fecha que coincide con la del Prólogo de Marx a Una contribución
a la crítica de la economía política, que pronto se convirtió en el credo del determinismo tecnoecológico marxista.

A su vez, la combinación de la óptica tecnoecológica con el concepto de adaptación al medio y las ideas
evolucionistas proporcionaba un marco muy prometedor para satisfacer la aspiración de las ciencias sociales a
encontrar leyes generales que puedan dar cuenta de la aparente diversidad, del mismo modo que, en Biología, unos
cuantos principios dan cuenta de una gran diversidad de especies (13).

En ciencias sociales, encontrar leyes deterministas de validez universal aplicables a un buen número de casos con un
mínimo de precisión ha sido una fuente de frustración constante. Cuando se intenta ir más allá de algunas
afirmaciones más o menos vagas o triviales como "en toda sociedad existe cierta desigualdad", uno se encuentra con
que la diversidad es tal que las excepciones siempre abundan. Una posible solución a este problema es intentar
explicar lo diverso, lo culturalmente relativo e historicamente condicionado, a partir de factores ya legislados por las
ciencias naturales, empleando variables culturalmente neutras (14), de tipo físico, biológico o "material", y
preferiblemente cuantificables. Otra opción es admitir que "no hay uniformidades sociales que valgan más alla de un
periodo", pero sí "leyes que eslabonen periodos sucesivos" (15), leyes evolutivas que enuncien órdenes de cambios

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sociales inevitables y secuencias fíjas de desarrollo histórico.

Ambas opciones suelen combinarse. El materialismo histórico, por ejemplo, explica las formas sociales a partir del
nivel de desarrollo productivo y divide la historia en una serie de estadios sucesivos: "El molino movido a brazo nos
da la sociedad de los señores feudales; el molino de vapor, la sociedad de los capitalistas industriales" (16). L. H.
Morgan, que influyó en Marx y en Engels, pensó que la evolución era un movimiento lineal, inevitablemente
progresivo hacia la civilización y que los modos de subsistencia condicionaban los procesos sociales e ideológicos.
También para L. White que propuso medir el progreso por la suma energética de herramientas en uso, la tecnología
determinaba la organización social y otros aspectos de la cultura. Su evolucionismo ha sido tildado de materialismo
mecanicista y descrito como una especie de "darwinismo social vinculado a la segunda ley de la termodinámica"
(17), por su énfasis en la acumulación y liberación de energía y la noción de entropía.

El evolucionismo multilineal, más moderado, de J. Steward también otorgaba al medio un papel activo o creativo -
debido a la presión selectiva que ejercía sobre la cultura, eliminando sus elementos menos adaptativos- y atribuía a
las innovaciones tecnológicas, un papel fundamental en la explicación del cambio socio-cultural. Sobre Stewart -
como sobre muchos marxistas- pesó la influencia de El despotismo oriental de Wittfogel y su "hipótesis hidráulica"
sobre la aparición de los Estados en ciertos entornos, donde pudieron establecerse sistemas de regadíos, y
asentamientos de grandes grupos de población (18).

Entre los autores contemporáneos, hay que destacar el materialismo cultural de Marvin Harris y la ecología
funcional de R. Rappaport y A. P. Vayda. En su Piggs for the Ancestors, Rappaport sugiere una explicación
ecológico-funcional del ritual de los maring de Nueva Guinea, del que también se han ocupado Vayda y Harris (19).

Los maring gozan de una eficiente agricultura, pero se empeñan en una costosa -especialmente para las mujeres-
producción de cerdos, que los Grandes Hombres acumulan para ganar prestigio y aliados. Cuando los cerdos han
aumentado mucho, creando innumerables problemas, se consumen de golpe en grandes festines que, al parecer, -y
no sólo aquí (20) - tienen una función distributiva. Tras estos banquetes con los aliados, se entabla la guerra con una
población vencina. Luego, los ganadores se dirigen al poblado de los perdedores -que han huído a refugiarse con sus
aliados-, matan a los rezagados, destruyen sus casas, cosechas y árboles frutales, y matan o roban a sus cerdos.
Después, tras plantar un árbol que crecerá mientras dure la paz, comienza la cría de cerdos y se repite el ciclo, que
dura unos once años. Durante este tiempo se recuperan las tierras de los perdedores que se dejan en barbecho, por
miedo a los antepasados de éstos, y se roturan y utilizan las zonas limítrofes. El ritual regula también el nivel y la
distribución de la población humana y porcina, de modo que no perjudique al medio ecológico. Según estos autores,
a pesar de sus desventajas parciales, las ventajas adaptativas del ritual y la compatibilidad global del sistema con la
sotenibilidad ecológica, explican (funcionalmente) el complicado comportamiento maring. La idea básica es esta: el
tabú del incesto es cultural, pero tiene una explicación adaptativa; y lo mismo ocurre con el tabú de las vacas
hindúes y con otras prácticas e instituciones.

Las explicaciones tecnecológicas han recibido muchas críticas metodológicas. Algunas se dirigen contra
explicaciones concretas (por ejemplo, porque se apoyan en muy pocos datos o en una selección interesada de los
mismos o porque confunden el explicar la estabilidad o la permanencia de algo con explicar su origen); otras van
contra la explicación funcional (21) y esta estrategia explicativa en su conjunto. La objeción más frecuente es que
este enfoque sólo es aplicable a ciertas prácticas tradicionales y a las sociedades menos desarrolladas (22), y que aún
en estos casos, podrían darse muchas respuestas adaptivas y las existentes no son necesariamente las mejores, porque
puede haber equivalentes funcionales y porque la adaptación es cuestión de mínimos, no de óptimos. Esta es una de
las razones por las que en los años 20 el determinismo empezó a ser reemplazado por el posibilismo, que otorga al
medio un papel limitador, como expresa Kroeber con esta metáfora: "Es cierto que las culturas están enrraizadas en
la naturaleza...pero no son producidas por la naturaleza, más de lo que una planta es producida o causada por el suelo
en el que tiene sus raíces" (23). También repecto al factor tecnológico, incluso Lynn White reconoce que el estribo
no causó el feudalismo en otros lugares, pues "un instrumento sólo abre una puerta, no le obliga a uno a entrar" (24).

Las críticas más duras mantienen que probar que algo es adaptativo es trivial. "La noción de ventaja adaptativa"
escribe Marshall Sahlins, es indeterminada: estipula groseramente lo que es imposible, pero hace aceptable cualquier
cosa que sea posible" (25). O como lo expresa Godelier "desde el momento en que una sociedad existe, funciona y
es una banalidad decir que una variable es adaptativa porque cumple una función necesaria en el sistema" (26). Otras
críticas más constructivas se refieren a la confusión conceptual que rodea a los términos como "adaptación",
"supervivencia" o "necesidad funcional", y a la necesidad de encontrar definiciones, criterios e indicadores más

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precisos y operativos (27).

Otras críticas cuestionan la neutralidad axiológica de estas teorías, apuntando a un sustrato ideológico subyacente
y/o señalando ciertas implicaciones políticas. Por ejemplo, se dicho que las explicaciones tecnoecológicas convierten
a la Humanidad "en yunque del cambio, nunca en el martillo" (28); se ha detectado en ciertos ecólogos funcionales
una visión nostálgica y rousseauniana de la primitiva armonía con la naturaleza (29); se han atribuido prejuicios
sociales a ciertas explicaciones sociobiológicas (30); y se ha hablado, mucho más, del conservadurismo de la
sociología funcionalista y de los darwinismos sociales y de los peligros que entraña el determinismo tecnoecológico
marxista (31). Resumiendo mucho, la preocupación general es esta. Cuando se resalta el valor adaptativo de las
guerras, como medio de evitar la superpoblación (32), o, en términos generales, se arguye que ciertos males
temporales o suboptimalidades locales son requisitos funcionales o sacrificios necesarios para la optimalidad global,
implícitamente se está legitimando aquello que se explica o recomendando que no se altere ninguna de las piezas que
tan perfectamente encajan en el conjunto, o que se deje que la mano invisible alcance la homeostasis.

Por último, considerar al factor tecnológico como al ecológico, como algo dado, cuando se trata de un producto
social, levanta sospechas que no se plantean en el caso del medio natural. Como señala Habermas, "lo mismo antes
que ahora son los intereses sociales los que determinan la dirección, las funciones y la velocidad del progreso
técnico". No obstante, "el progreso cuasi-autónomo de la ciencia y la técnica" aparece "como variable
independiente" que determina "la evolución del sistema social... La legalidad inmanente de este progreso es la que
parece producir las coacciones materiales concretas a las que ha de ajustarse una política orientada a satisfacer
necesidades funcionales". Y lo más importante es que la tesis tecnocrática "haya podido penetrar como ideología de
fondo en la conciencia de la masa despolitizada de la población y desarrollar su fuerza legitimadora." (33)

Al Este y al Oeste el determinismo tecnológico ha tenido funciones ideológicas. Las maniobras de políticos,
militares o multinacionales para encaminar el desarrollo técnico según sus intereses, permanecen ocultas al
ciudadano, que sólo ve resultados aparentemente inevitables. Y cuando lo que resulta de esta selección tan poco
"natural" no son las tecnologías convivenciales, ecológicas o democráticas de Illich, Schumacher o Mumford, se
atribuye a que lo seleccionado era simplemente "mejor". El progreso técnico se presenta además como aquello de lo
que todo depende, como remedio a todos los males, y como sinónimo de Progreso, cuando los problemas que hacen
dudar de que este exista (hambre, guerra, intolerancia, pruebas nucleares...) no son problemas técnicos, sino
problemas políticos.

A modo de resumen podría decirse que, dada la creencia generalizada y semiconsciente en el determinismo
tecnoecológico, conviene conocer las críticas metodológicas e ideológicas que ha suscitado, sin negar por ello el
interés de muchos de los trabajos realizados en el marco de esta larga tradición. Se ha avanzado mucho en el estudio
de la interacción con el medio y no cabe duda de que, por ejemplo, gracias a Rappaport, ahora sobre los maring
sabemos más. En cuanto a la técnica, el estudio de sus efectos y el conocimiento de sus amplias repercusiones
debería fomentar, en lugar de desplazar, el interés por la investigación de sus causas y dificultar "la aceptación
acrítica de todo lo que el mecanismo productivo da como resultado" (34).

NOTAS
1.- F. W. Hodge, Handbook of American Indians North of Mexico, Smithsonian Institution, Bureau of American
Ethnology, Boletín 30, Washington DC, 1907, p. 43O.
2.-W. H. Holmes, Handbook of Aboriginal American Antiquities, Smithsonian Institute, Bureau of American of
American Ethonology, Boletín 60, Washington DC, 1907, p. 47.
3.- Cole Democritus and the Sources of Greek Anthropology, cit en S. Mooore, "Marx and Lenin as Historical
Materialists", M. Cohen, T. Nagel y T. Scanlon, Marx, Justice and History, Princeton UP, 1980, p. 218
4.- L. White Jr, Medieval Technology and Social Change, Oxford UP, 1978, p. 2.
5.- S. C. Oliver, "Ecología y continuidad cultural en la organización social de los indios de las praderas", J. R.
Llobera (ed.) Antropología económica, Anagrama, Barcelona, 1981, p. 67. Véase también en ibid., las
contribuciones de R. B. Lee y L. Sharp, y el Prólogo de J. Contreras.
6.- W. Ogburn y D. Thomas, "Are inventions Inevitable?", Political Science Quarterly 34, 1922, p. 20. Los trabajos
de sus contemporáneos A. P. Usher y S. C. Gilfillan bastaban ya para erosionar el mito ideográfico del inventor
heróico, que fué gradualmente sustituído por el estudio socioeconómico y tecnológico del contexto histórico de las
invenciones.
7.- D. McKenzie y J. Wajcman (eds.), The Social Shaping of Technology, Open UP, Milton Keynes, 1985, p. 4. Esta
obra contiene un excelente ensayo introductorio y 25 artículos que resaltan cómo la sociedad influye en la tecnología

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y no sólo viceversa.
8.- La polémica Marx-Malthus es un ejemplo de ello; aunque luego "curiosamente se refutaron las posiciones anti-
ambientales de muchos pensadores marxistas con argumentos que el propio marxismo ha contribuido a sostener", D.
Hardesty, Antropologia ecológica, Bellaterra, Barcelona, 1979, p. 2. Véase su introducción, que amplia parte de lo
dicho aquí.
9.- Ibid., p. 67.
10.- G. A. Cohen, La Teoría de la historia de Marx: una Defensa, Siglo XXI, Madrid, 1986, pp. 23-4.
11.- Ibid., p. 107.
12.- K. Marx, El Capital, cap. 13, nota 89 en la que se refiere explícitamente al paralelismo con Darwin (p. 453 de la
ed. de Siglo XXI, Madrid, 1979). Véase una visión crítica de esta relación en T. Ball, "Marx and Darwin", Political
Theory 7, 1979, y un ejemplo de marxismo darwinista en C. Bertram, "Historical Materialism and International
Competition", New Left Review 183, 1990.
13.- M. Harris señala este paralelismo en El materialismo cultural, Alianza, Madrid, 1985, p. 96.
14.- Véase E. Nagel, La estructura de la ciencia, Paidós, Barcelona, 1989, p. 420.
15.- Véase K. Popper, La miseria del historicismo, Alianza, Madrid, p. 56.
16.- K. Marx, Miseria de la filosofía, Siglo XXI, México, 1981, pp. 90-91.
17.- S. Diamond y B. Belasco, De la cultura primitiva a la cultura moderna, Anagrama, Barcelona, 1982, p. 42.
18.- Véase en J.J. Honiggmann (ed.), Handbook of Social and Cultural Anthropology, Rand McNally, Chicago,
1973, un excelente volumen, lor artículos de F. V. Voget (más descriptivo), C. Hudson (más crítico) y R. L. Carneiro
(más favorable).
19.- R. Rappaport, Pigs for the Ancestors, Yale UP, 1968; A. P. Vayda, "Phases of the Process of War and Peace
Among the Marings of New Guinea", Oceanía 42, 1971 y M. Harris, Vacas, Cerdos, Guerras y Brujas, Alianza,
Madrid, 1981, pp. 48-78
20.- Véase, por ejemplo, el potlach kwakiult y otros festines en M. Harris, ibid., cap. 5.
21.- Véase dos clásicos, C. Hempel, La explicación científica, Paidós, Barcelona, 1988, cap. 11 y E. Nagel,
"Teleology Revisited", John Dewey Lectures, Columbia UP, 1977; y un debate más reciente: G. A. Cohen, ibid.,
caps. 9-10, "Functional Explanation, Consequence Explanation and Marxism", Inquiry 25, 1982; J. Elster, El cambio
tecnológico, Gedisa, Barcelona, 1990 y las contribuciones de ambos a Political Studies 28, 1980 y a Zona Abierta
33, 1984 y 43-44, 1987.
22.-El mismo Vacas, cerdos, de Harris, presenta un progresivo alejamiento de la promesa con que comienza: ofrecer
explicaciones basadas en "tripas, sexo, energía viento", etc. Según va avanzando en la historia, recurre cada vez más
a factores tan alejados de las proteínas como las manipulaciones políticas de la Iglesia para detener tendencias
cismáticas (su explicación de las brujas).
23.- A. Kroeber, Cultural and Natural Areas of Native North America, U. of California Press, 1939, p. 1. Hoy, la
antropología ecológica ha dejado los modelos simples de causalidad lineal por otros más complejos y sofisticados y
se habla de "interacción", "medio percibido", interelaciones múltiples, feedbacks, homostasis etc. Véase D.
Hardesty, ibid., J. N. Anderson, "Ecological Anthropology and Anthropological Ecology", en J. J. Honigmann, ibid.
y en castellano, U. Martinez Veiga, Antropologia Ecológica, Adara, La Coruña, 1978.
24.- L. White, ibid., p. 28 y "El acto de la invención", en M. Kranzberg y W. H. Davenport (eds.), Tecnología y
cultura, Gustavo Gili, Barcelona, 1979, que contiene otros artículos relevantes. Véase también el final del cap. 14 de
El Capital.
25.- M. Sahlins, "Economic Anthropology and Anthropological Economics", Social Science Information 8.5, 1969.
Véase también su Culture and Practical Reason, U. of Chicago Press, 1976 y Uso y abuso de la biología, Siglo XXI,
Madrid, 1982.
26.- M. Godelier, Antropología y economía, p. 310; Instituciones económicas, 1981, p. 58; y Funcionalismo,
estructuralismo y marxismo, 1976, p. 54, todos en Anagrama, Barcelona, 1976, 1981 y 1976, resp. Véase también J.
Friedman, "Hegelian Ecology: Between Rousseau and the World Spirit", en P. Burnham y R. F. Ellen (eds.) Social
and Ecological Systems, Academic Press, Londres, 1979, que considera que emplear un modelo de termostato en el
caso de los maring, es un caso claro de sobre interpretación.
27.- Véase C. Hempel, ibid., A. Alland y B. McCay, "The Concept of Adaptation in Biological and Cultural
Evolution", en J. J. Honigmann, ibid.; y J. L. García García, "Adaptación, cultura y comportamiento", en J. Jiménez
Burillo (ed.) Psicología y medio ambiente, CEOTMA, MOPU, 1981.
28.- S. Diamond y B. Belasco, ibid., p. 44-45.
29.- J. Friedman, ibid.
30.- No obstante, hoy hay sociobiólogos de muy diversa orientación; y que , además, reconocen la naturaleza
hipotética de sus cálculos. Véase por ejemplo, J. Diamond, The Rise and Fall of the Third Chimpanzee, Vintage,
Londres, 1992, esp. las pp. 66 y ss, que son muy entretenidas.

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31.- No sólo por parte de Popper y sus seguidores, sino también desde posiciones más cercanas al marxismo. Véase,
p.e. J. Elster, Making Sense of Marx, Cambridge UP, 1986, pp. 117-8; R. Miller, Analyzing Marx, Princeton UP,
1984, p. 184 y M. Sacristán, "Algunos atisbos político-ecológicos de Marx", Mientras Tanto 21, 1984, pp. 46-49.
32.- Esto ya se le había ocurrido a Crisipo, como señala T. Domènech analizando las teodiceas en De la ética a la
política, Crítica, Barcelona, 1989, p. 45.
33.- J. Habermas, Ciencia y técnica como ideología, Tecnos, Madrid, 1984, p. 87 y ss.
34.- L. Winner, Tecnología autónoma, Gustavo Gili, Barcelona, 1979, p. 282.

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