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La Villa 31 es uno de los vecindarios más interesantes y vibrantes de Buenos Aires. Posee
la granularidad y la escala de los asentamientos medievales a los que acuden en masa los
turistas en lugares como Siena, Italia. Posee esa vida en la calle, con niños corriendo y
jugando, a las que ciudades como Nueva York o Melbourne aspiran alcanzar a través de
iniciativas Play Streets - en las que las calles se cierran al tráfico por períodos definidos
para así abrirlas a la comunidad y promover la actividad física. Con las calles repletas de
ciclistas y peatones, la villa posee una división modal más parecida a la de Copenhague
y otras ciudades a la vanguardia en materia de transporte que a la de otros barrios
bonaerenses.
Junto con un dedicado equipo —Diego, Lucho, Licho, Nacho y Juani— Gehl ha ideado
estrategias para conectar el vecindario, el cual ha estado aislado por mucho tiempo, con
su entorno formal. El objetivo de hacer que la comunidad sea físicamente más accesible
se complementa con el complejo proceso de integración formal de la villa en el tejido
social y económico de la ciudad. Hemos ayudado a diseñar calles y espacios para
interconectar las microcomunidades que conforman la villa y así reforzar la noción de
que el espacio público realmente constituye la base común y la esencia del distrito.
A medida que nuestros diseños han evolucionado, nos hemos vuelto más conscientes de
los riesgos que implica la reurbanización. En la villa, adherirse a los códigos de
construcción modernos significa ensanchar las calles, restringir el afán emprendedor de
los residentes y, posiblemente, incrementar los costos de construcción. Para cumplir con
las normas, la comunidad se vería obligada a renunciar a algunos de sus más potentes
atributos.
Los arquitectos de la Villa 31, es decir, sus habitantes, han creado un lugar cuyas
características es necesario preservar al mismo tiempo que los arquitectos se unen al
proyecto. A continuación, exponemos las cinco lecciones de diseño más importantes que
hemos aprendido de la Villa 31, ilustradas por el artista local Fernando Neyra.
Construida por los residentes mismos en terrenos de propiedad pública situados cerca del
principal centro de tránsito de la ciudad, la Villa 31 les ha proporcionado a los migrantes
y las familias de bajos recursos algo que ni el mercado ni la mayoría de los programas
gubernamentales han podido: la oportunidad de habitar en la proximidad de las fuentes
de empleo, servicios y demás comodidades que la ciudad brinda. En Argentina, al igual
que en los Estados Unidos y Europa, existe una demanda no satisfecha de vivienda
asequible cerca de los centros de trabajo. Lamentablemente, la oferta de viviendas
asequibles, incluidas las de asistencia social, a menudo se limita a las zonas residenciales
de la periferia, las cuales carecen de acceso al transporte público y a puestos de trabajo
adecuados. Esto restringe las oportunidades para los residentes y, al obligarlos a
desplazarse a diario al lugar de trabajo, los condena a desperdiciar innecesariamente
tiempo valioso.
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En una ciudad marcada por rascacielos y el movimiento rápido del tráfico en avenidas de
ocho carriles, las calles estrechas y la forma compacta de la villa proporcionan un
descanso del ruido y el ajetreo de la vida urbana. A pesar de que la Villa 31 es uno de los
barrios más densos de la ciudad, la mayoría de los edificios tiene menos de cinco plantas
de altura. El ancho de la calle oscila entre los tres y los 16 metros, generando así una red
de callejuelas compartidas caracterizadas por un agradable microclima. Con dinámicas
plantas inferiores y balcones abiertos, las angostas edificaciones que conforman las
densas manzanas, garantizan que siempre haya un par de ojos vigilando la calle. En lugar
de ajustarse a una cuadrícula perfecta, estas callejuelas se curvan alrededor de las
estructuras, generando una red de pasajes ondulantes que descubre distintas vistas del
distrito y sus alrededores. Estos pasajes irregulares varían en anchura, lo que permite que
surjan pequeñas plazas y espacios de reunión. Los callejones se convierten en atajos entre
las vías paralelas, permitiéndole a los peatones tomar trayectos más cortos y directos que
los vehículos.
Las callejuelas angostas, junto con la actividad constante, obligan a los conductores a
circular lentamente a través del tejido de la villa. El ritmo lento del tráfico genera un
entorno social más seguro y sosegado que otras áreas de la ciudad que han sido diseñadas
específicamente para el flujo de automóviles. Las calles de la villa se convierten entonces
en punto de convergencia —un espacio para intercambios casuales y encuentros
frecuentes. Incluso desde muy temprana edad, los niños se reúnen a jugar fuera del hogar
sin supervisión, pero siempre a meros pasos de los adultos. Al transitar por las calles de
la villa, se puede observar a las familias sentadas al frente de las casas, reunidas para
conversar con los vecinos o vigilar a los niños. Es posible ver a los residentes de la tercera
edad entablar, desde el balcón o la ventana del salón, conversación con los transeúntes.
En la villa, una pequeña unidad en la planta baja permite que una persona mayor viva de
manera independiente y participe en la vida de la comunidad.
En la villa, la casa es mucho más que una vivienda —es una plataforma para el progreso
económico. Una familia de inmigrantes puede comenzar, por ejemplo, con una estructura
de dos habitaciones en una sola planta. Una puerta o ventana que dé hacia la calle es lo
único que hace falta para establecer una pequeña tienda. Las iniciativas empresariales
pueden ponerse a prueba sin los riesgos ni los costos que implica el alquilar un espacio
comercial. Si el negocio falla, es posible transformarlo y ensayar otra vez con una idea
nueva y mejor. Si el negocio tiene éxito, puede expandirse y ocupar la primera planta,
mientras que los ingresos del negocio se pueden utilizar para costear la construcción de
una segunda planta destinada a la vivienda. Asimismo, una tercera planta con acceso
independiente se puede convertir en un apartamento para alquilarle a un primo o a una
pareja de inquilinos. La casa constantemente se adapta y se ajusta; puede subdividirse
cuando la familia crece o ponerse en alquiler cuando un miembro de la familia se muda.
Muchos de los residentes de la villa habitan al margen del sistema bancario formal, por
lo que una casa más grande representa una forma de ahorrar lo mismo que una fuente de
ingresos. Con el tiempo, una empresa exitosa puede convertirse en un valioso activo para
el barrio, el cual les permite a los vecinos satisfacer sus necesidades a la vuelta de la
esquina. En la actualidad, una de cada cinco edificaciones en la villa aloja un negocio. En
una sola de estas callejuelas se encuentran un mercado de verduras, un cibercafé, una
peluquería, una lavandería, una sandwichería y hasta un consultorio dental. Cada uno de
estos negocios se erige como testimonio del impulso empresarial de los residentes.
Un nuevo paradigma
Durante dos décadas, los residentes de la villa han exigido cambios. Hoy en día, muchos
agradecen las mejoras que el gobierno realiza en el barrio. Mas es imprescindible recalcar
que no debemos idealizar estas condiciones, surgidas de la escasez y la necesidad. Sin
embargo, también es preciso que reconozcamos los valores y las fortalezas de la
comunidad, con el fin de preservarlos en el barrio tras el redesarrollo, y que apliquemos
las lecciones allí aprendidas a otros proyectos de diseño urbano.