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PRINCIPIOS INSPIRADORES

DEL PROCESO CANÓNICO ORDINARIO*


ZENON GROCHOLEWSKI

_______ s U M A R I O _ _ _ _ _ __

INTRODUCCIÓN: DELIMITACIÓN DEL TEMA. 1 e PRINCIPIOS INSPIRA-


DORES FUNDAMENTALES. 1. Centralidad de la potestad judicial del
Papa y del Obispo diocesano. 2. Centralidad del concepto de certeza
moral. 3. Preferencia por las soluciones extrajudiciales. U e OTROS
PRINCIPIOS INSPIRADORES DE GRAN IMPORTANCIA. 1. Sustancial
uniformidad de la ley procesal. 2. Ejercicio común de la potestad judicial
en las Iglesias particulares. 3. Procedimiento claro, breve, simple y al
mismo tiempo seguro. 4. Centralidad del proceso contencioso ordinario.
S. Proceso sustancialmente escrito. 6. Proceso público para las partes y
secreto para los demás. e CONCLUSIÓN.

INTRODUCCIÓN: DELIMITACIÓN DEL TEMA

Antes de entrar en materia, quisiera observar que en los Principia,


aprobados por el Sínodo de Obispos el 7 de octubre de 1967, según los
cuales habría debido realizarse la reforma del Código de derecho canó,
nico, se afirmó que existía una fuerte carencia en lo relativo a la justicia
administrativa y, por tanto, se auspició una reforma radical en ese
ámbito, mientras que sobre el proceso referido a la justicia ordinaria se
constató que «los recursos y las apelaciones judiciales parecen suficien'
temente regulados según las exigencias de la justicia en el Código de
derecho canónico [de 1917]»1. Pero me abstendré de tratar aquí de la jus'
ticia administrativa (tanto en sentido amplio, que se desenvuelve en el
ámbito de la propia autoridad administrativa, como en sentido estricto,
que se realiza ante la autoridad judicial)2 -así como prescindiré de tra,

* La versión original italiana de este artículo se publicó en GRUPPO ITALIANO DoCENTI


DI DlRITTO CANONICO (a cura di), 1 giudizi nella Chiesa. 1 processi contenzioso e matrimoniale,
Quaderni della Mendola, vol. 6, Milano 1998, pp. 9-33.
1. PrinciPia quae Codicis Iuris Canonici recognitionem dirigant, en «Communicationes» 1
(1969), 77-85, n. 7.
2. A este respecto, cfr. mi artículo Treinta años de justicia administrativa canónica. Balance
y perspectivas, en «Fidelium Jura» 8 (1988) 267-306.

IUS CANONICUM, XXXIX, N. 78, 1999, págs. 473-501


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tar todos los procedimientos de naturaleza administrativa que se regulan


en el Libro VII- y me limitaré al proceso judicial en los tribunales ordi,
narios. Sólo mencionaré otros procedimientos marginalmente.
Considero oportuno también advertir que no me propongo enu,
clear simplemente los principios inspiradores de la reforma del proceso
ordinario llevada a cabo en 1983, sino los principios inspiradores del
actual Libro VII (en cuanto trata del proceso ante los tribunales ardina,
rios) , aunque no sean un resultado patente de la última reforma del
Código. Sólo una mirada al proceso canónico con esa perspectiva nos
permitirá captar las principales claves de lectura de las normas procesa,
les vigentes.
El tema me ha parecido amplio, y he debido hacer una elección. En
consecuencia, no pretendo tratar aquí de todos los principios inspirado,
res del actual derecho procesal canónico. Sin embargo, no he encon,
trado una clara línea de separación entre los principios que debía tratar
y los que debía omitir en este estudio. Sea de ello lo que fuere, he deci,
dido dejar sin examinar algunos principios inspiradores -aun algunos
fundamentales, como la salvaguardia del derecho de defensa y del con'
tradictorio, la búsqueda de la verdad objetiva, las tentativas pastorales,
etc.- en la medida en que me han parecido comúnmente conocidos, ya
ampliamente tratados en la literatura y en las alocuciones de los Pontífi,
ces a la Rota Romana y/o afirmados también en el derecho civil (aunque
acentuados en el canónico). Y he escogido algunos otros que, por una u
otra razón, me han parecido dignos de ser puestos de relieve.
Dividiré la exposición en dos partes. En la primera indicaré tres
principios inspiradores del Libro VII del Código que me parece que se
encuentran entre los fundamentales. En la segunda parte, en cambio, tra,
taré de algunos otros principios inspiradores de ese libro que aparecen,
en todo caso, como de gran importancia.

l. PRINCIPIOS INSPIRADORES FUNDAMENTALES

El primero de estos principios fundamentales que examinaré se


refiere a las estructuras judiciales de la Iglesia, el segundo a la dinámica pro,
cesal, y el tercero al recurso al procedimiento judicial.
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De todos modos, estos principios caracterizaban también al derecho


procesal del Código anterior y pueden deducirse fácilmente del mismo
Libro VII.

1. Centralidad de la potestad judicial del Papa y del Obispo


diocesano

En primer lugar es preciso subrayar que las estructuras judiciales de


la Iglesia están claramente determinadas por la doctrina teológica acerca
de la potestas sacra, y específicamente acerca de la potestad judicial.
De modo acorde con esa doctrina, todas las estructuras judiciales de
la Iglesia se fundan sobre el hecho de que el juez, en el nivel de la Igle~
sia universal, es el Romano Pontífice (cfr. c. 1442); y en el nivel de la
Iglesia particular es el Obispo diocesano (cfr. c. 1419). Estos dos sujetos
son los puntos de apoyo de todas las estructuras judiciales. Cada uno de
ellos, por ley divina, es juez por el solo hecho de estar investido del res~
pectivo oficio.
Tanto el Romano Pontífice en el nivel de la Iglesia universal, como
el Obispo diocesano en el ámbito de su propia diócesis, pueden juzgar de
los tres modos siguientes: a) personalmente (cfr. cc. 1442 y 1419 § 1); b)
a través de su propio tribunal ordinario (cfr. cc. 1442 y 1419~1420),que
en todo caso ejerce de manera vicaria la potestad del Romano Pontífice
o del Obispo diocesano, respectivamente (el Código habla, acertada~
mente de «tribunal Episcopi», «tribunal Metropolitae»: cfr. c. 1438, 1);
o bien c) por medio de un tribunal o juez delegado (cfr. cc. 1442 y 1419
§ 1p.

3. Aunque algunos autores, basándose en el c. 135 § 3, sostienen distinta opinión (cfr.,


por ejemplo, J.1. ARRIETA, ad c. 135, en Codigo de Derecho Canónico, ed. anotada, Pamplona
11992; P. V. PINTO, en Commento al Codice di Diritto Canonico, Roma 1985,82; H . PREE, en
Handbuch deskatholischen Kirchenrechts, Regensburg 1983, 136; K. LÜDICKE, en Münsterischer '
Kommentar zum COdeX Iuris Canonici, Essen seit 1985 , Loseblattwerk, Stand: 22. November
1993, Einführung vor 1419,3, 11; 1419,7; 1442,5), el c. 135 § 3, en cuanto habla de la
imposibilidad de delegar la potestad judicial, no se refiere a la persona del Obispo diocesano
(cfr. F. J. URRUTIA, De normis generalibus, Romae 1983,93; M. J. ARROBA CONDE, Diritto pro-
cessuale canonico, Roma 31996, 129; P. A. BoNNET, 1 tribunali neUa loro diversitd di grado e di
specie, en AA.VV., Il processo matrimoniale canonico [Studi Giuridici, 29], Citta del Vaticano
21994, 187).
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Así pues -prescindiendo de los tribunales religiosos, que en el


Código y en la realidad eclesial constituyen una cuestión casi marginal
y, por tanto, no considero necesario detenerme aquí sobre ella4- , todas
las estructuras judiciales de la Iglesia tienen su origen o en el Romano
Pontífice o en el Obispo diocesano (y, obviamente, en los equiparados a
este último: cfr. c. 381 § 2)5, y están condicionadas por ellos.
También el poder del Romano Pontífice de avocar a sí cualquier
causa (c. 1417) y la exclusión de algunas causas de la competencia del
Obispo (cfr. c. 1419 § 1) son reflejo de las normas generales (que son de
naturaleza teológica) sobre las relaciones entre la potestad del Papa (cfr.
c. 331) y la de los Obispos (cfr. c. 381 § 1).

Cuanto llevo dicho pone de relieve una gran responsabilidad per,


sonal del Papa, y quizá especialmente del Obispo diocesano, en cuanto a
la recta administración de la justicia6 j responsabilidad, quizá, no siempre
suficientemente sentida.

4. Vide, al respecto, mi comentario al c. 1442, en AA.VV., Comentario Exegético al Código


de Derecho Canónico, Pamplona 21997, IV/1, 803-805.
5. Más ampliamente respecto al Romano Pontífice, cfr. Z. GROCHOLEWSKI, Il Romano
Pontefice come giudice supremo nella Chiesa, en «Ius Ecclesiae» 7 (1995) 39-64; en cambio,
respecto al Obispo diocesano, cfr. ID., comentario al c. 1419, en AA.VV., Comentario Exegé-
tico ... , IV/1, 766-769.
6. En otro lugar he precisado: «Aunque el Obispo diocesano ejerza ---como sucede ordi-
nariamente- la potestad judicial por medio de su tribunal, le están reservados personal-
mente por ley los siguientes actos: nombrar al Vicario judicial (c. 1420 § 1), a los Vicarios
judiciales adjuntos (c. 1420 § 3), a otros jueces diocesanos (c. 1421 § 1), al promotor de jus-
ticia y al defensor del vínculo (c. 1435), así como a los demás que componen e! tribunal (c.
470); remover a esas personas (vide comentario a los cc. 1422 y 1436 § 2); sancionar a los
jueces a tenor de! c. 1457 § 1 (cfr. cc. 1341 y 1717 ss.); confirmar o no en su oficio al Vica-
rio judicial y a los Vicarios judiciales adjuntos después de tomar posesión de la diócesis (c.
1420 § 5); aprobar a los abogados que desean ejercer en su foro (c. 1483) y excluirlos de!
elenco (c. 1488); aprobar a las personas que han de ejercer la función de auditores (c. 1428
§§ 1-2); reservarse algunas causas (c. 1420 § 2); encomendar causas más difíciles o de mayor
importancia a un número mayor de jueces (c. 1425 § 2); asignar una causa a los jueces sin
seguir e! tumo previsto (c. 1425 § 3); si lo permite la Conferencia episcopal, confiar a un
juez único las causas reservadas al colegio de tres jueces (c. 1425 § 4); decidir la cuestión de
recusación del Vicario judicial (c. 1449 § 2); permitir que un juez de otra diócesis recoja
pruebas en e! territorio de su jurisdicción (c. 1469 § 2); ser informado de que va a juzgar en
su territorio un juez que ha sido expulsado por la fuerza de su circunscripción o que ha sido
impedido para ejercitar en ella su jurisdicción (c. 1469 § 1); establecer normas sobre las tari-
fas que han de aplicarse en su tribunal (c. 1649 § 1); a no ser que la ley particular establezca
otra cosa, mandar ejecutar la sentencia, personalmente o por medio de otros (c. 1653 § 1);
por lo que se refiere al proceso penal: realizar personalmente o designar a una persona para
que realice la investigación previa (c. 1717 § 1), decidir posteriormente si ha de procederse
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2. Centralidad del concepto de certeza moral

Por lo que se refiere a toda la dinámica procesal, y de modo espe,


cial a la fase probatoria y discusoria, un principio primario inspirador de
las normas del Libro VII es, sin duda, la exigencia, establecida explícita,
mente en el CIC 17 (C. 1869) Y confirmada en el c. 1608 del actual
Código, de alcanzar la certeza moral para poder pronunciar una senten,
cia favorable al actor.
El concepto de certeza moral -como sabemos- fue delineado de
manera v~rdaderamente magistral por Pío XII sobre todo en la alocución
ala Rota Romana de 1942 7, aunque fue tratado también en alguna otra
alocución8 , y confirmado con fuerza por Juan Pablo 11 en la alocución a
la Rota Romana de 19809• Aun tratándose de discursos anteriores al
Código actual, poseen plena validez. En efecto, el mencionado c. 1608
reproduce (salvo alguna diferencia en la formulación literaria) la dispo,

y de qué modo (c. 1718), encargar al promotor de justicia que presente e! escrito acusatorio
(C. 1721 § 1), tomar las oportunas precauciones durante e! proceso penal (c. 1722), mandar
o permitir que e! promotor de justicia renuncie a la instancia (c. 1724 § 1) (... ) En todo caso,
la responsabilidad de! Obispo diocesano hacia su propio tribunal no se agota en estos actos,
sino que es de carácter general:·a él corresponde diiigir e! tribunal (<<tribunal moderari»: c.
1649 § 1; «tribunali praeesse»: ce. 1449 § 2,1488 § 1). En otras palabras, es responsable, con
su potestad administrativa relativa al tribunal, de la recta administración de justicia en la
diócesis (preparación de! personal, observancia de la ley por parte del tribunal, etc.). El
Obispo diocesano es llamado, sobre todo constantemente por la Signatura Apostólica, mode-
rador (moderator) del tribunal, y ese tribunal apostólico, al que entre otras cosas se ha con-
fiado la vigilancia sobre la recta administración de justicia en la Iglesia (PB, 124,1 Q [ ... ] ) , se
dirige frecuentemente de manera directa al Obispo, a propósito de los problemas concretos
de los tribunales. Sólo al Obispo diocesano corresponde ponerse de acuerdo con otros Obis-
pos para formar un tribunal interdiocesano (c. 1423 § 1). También es el Obispo, de modo
particular, quien debe empeñarse para que, quedando a salvo la justicia, en cuanto sea posi-
ble se eviten los litigios en e! Pueblo de Dios yse resuelvan cuanto antes pacíficamente (c.
1446 § 1)) (AA.W., Comentario Exegético ... , IVI1, 768-769) .
7. Alocución a la Rota Romana, l.X.1942, en AAS 34 (1942) 338-343. O. GIACCHI habla
de una enseñanza «mirabile di chiarezza, valido per il suo contenuto di scienzia giuridica, a
parte ogni considerazione dell'altissimo seggio spirituale da cui veniva pronunciato» (La cer-
tezza morale nella pronuncia del giudice ecclesiastico, en AA.VV., Ius Populi Dei, Miscellanea in
honorem R. Bidagor, II, Roma 1972, 611).
8. Alocución a la Rota Romana, 3.X.l943, en AAS 33 (1941) 421-426. Para comprender
e! iter de formación de la certeza moral en e! ánimo del juez considero importante también
la Alocución a la Rota Romana, de 2.X.l944, en AAS 36 (1944) 281-290. En la Allocuzione
ai partecipanti del VI Convegno nazionale dei Giuristi Cattolici Italiani, de 5.XII.l954, en AAS
48 (1955) 60-71, Pío XII propuso el concepto de certeza moral también al dictar sentencia
en e! campo del derecho estatal (ibid., 65) .
9. AAS 72 (1980) 172-178, nn. 4-6.
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sición del anterior, y por tanto, a tenor del c. 6 § 2, ha de interpretarse


«teniendo en cuenta también la tradición canónica».
Se trata de un concepto fundamental en el proceso canónico. E.
McCarthy dice, justamente, que es «punto central y síntesis de todo el
derecho procesal» canónico l0.
En un reciente estudio, al que remito para ulteriores consideraciones ll ,
he constatado al respecto: «Por una parte [... ] las normas procesales han sido
elaboradas a fin de que, cuando las pretensiones del actor sean justas, el juez
pueda alcanzar la certeza moral objetiva acerca de ellas. El momento crucial
del proceso es, precisamente, aquel en que el juez debe decidir si hayo no
certeza moral. Todo el resto está ordenado a preparar adecuadamente ese
momento. Esto resulta patente, por ejemplo, cuando la ley vela por que par,
ticipe en el proceso la parte convenida ejerciendo sus derechos; exige cier,
tas cualidades al juez; prescribe la participación de algunas personas (pro,
motor de justicia, defensor del vínculo, notario, abogados) y requiere tam,
bién en ellas las apropiadas cualidades; determina el modo de reunir las prue,
bas (con el afán de que sean seguras) y establece ciertas normas sobre su
valor; se preocupa de que cuantos participan en: el proceso puedan examinar
las actas; impone una adecuada discusión entre ellos; especifica los modos de
impugnar las decisiones. Ésa es también, en cierto modo, la orientación de
todas las demás normas procesales, excluyendo quizá solamente las que
miran a evitar las controversias judiciales buscando una solución pacífica de
los conflictos, o a poner fin a la instancia sin que se dicte sentencia.
Si esto es verdad, como lo es en efecto, el concepto de certeza
moral aparece, por otra parte, también como una importante y apropiada
clave de lectura y de interpretación de las normas procesales: éstas deben
interpretarse de modo que realmente sirvan para asegurar la búsqueda de
la verdad objetiva, o sea, para conseguir la certeza moral auténtica, esto
es objetivamente fundada»12.

10. «Punctum centrale ac synthesis totius iuris processualis est certitudo moralis quam
iudex assequi debet» (De certitudine morali quae in judicis animo ad sententiae pronuntiationem
requiritur, Romae 1948, 3).
11 . La certezza morale come chiave di lettura delle norme processuali, en «In charitate iusti-
tia» 5 (1997) 41-77; ldem, en TRIBUNALE ECCLESIASTICO REGIONALE PIEMONTESE,lnaugura-
zione deil'Anno Giudiziario 1997, Torino 1997, 25-48; ldem (texto corregido), en «Ius Ecclesiae»
9 (1997), 417-450; ldem, en inglés, en «Forum» 8 (1997) I, 45-80; en alemán en «De pro-
cessibus matrimonialibus» 4 (1997) 11-44; en polaco en «Jus matrimoniale» 3 (1998),9-43.
12. lbidem: osservazioni conclusive, 2.
PRINCIPIOS INSPIRAOORES DEL PROCESO CANÓNICO ORDINARIO 479

En consecuencia, en el derecho procesal canónico no se puede


prescindir del estudio, y por tanto de la recta comprensión, de ese con-
cepto fundamental.

3. Preferencia por las soluciones extrajudiciales

La legislación canónica demuestra preferencia por buscar solucio-


nes extrajudiciales a los conflictos11, en lugar de recurrir al proceso judi-
cial. Esto se expresa muchas veces en el Código.
a) Por lo que se refiere a los procesos contenciosos, es fundamental
en esta materia el c. 1446, que -a diferencia del correspondiente canon
del ele 17 (c. 1925)- sale fuera de los estrechos confines del derecho
procesal y subraya la obligación de todos los fieles de procurar con dili-
gencia que, «sin perjuicio de la justicia, se eviten en lo posible los litigios
en el pueblo de Dios y se arreglen pacíficamente cuanto antes» (§ 1).
Esta obligación, según el mismo canon, se hace particularmente
vinculante para los Obispos [diocesanos] (§ 1), evidentemente, no sólo
por su especial responsabilidad en materia judicial, sino también por
razón de su oficio pastoral en general.
La obligación de la que hablamos se extiende también al juez -y
aquí entramos claramente en el campo propio del derecho procesal- «al
comenzar el litigio, y en cualquier otro momento, siempre que abrigue
alguna esperanza de éxito» (§ 2).
Además de indicar los sujetos de esa obligación, el c. 1446 prevé
también una amplia gama de posibles intervenciones en esta dirección
(aquí limitadas sólo al juez, puesto que estamos en el campo del derecho
procesal), como: exhortación, ayuda para buscar de común acuerdo una
solución equitativa de la controversia, indicación de los medios idóneos
para ello, un eventual recurso a la mediación (§ 2 y también § 3).
Además, en los cc. 1713-1716, el ele establece las normas sobre
dos medios específicos de evitar los litigios judiciales, la transacción y el

13. Seguiré principalmente mi artículo La tutela dei diritti dei fedeli e le composizioni stTa-
giudiziali delIe contToversie, en «Quaderni di Diritto Ecclesiale» 8 (1995) 273-286. A él me
remito para ulteriores consideraciones.
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juicio arbitral, que pueden emplearse en las controversias que versan


sobre el bien privado del que las partes pueden disponer.
Esta normativa de carácter general, encuentra resonancia después
en otros cánones, que se refieren específicamente: al proceso conten,
cioso oral (c. 1659 § 1), al proceso contencioso especial de nulidad de
matrimonio (c. 1676), al proceso contencioso especial de separación
conyugal (c. 1695), y al proceso penal (cc. 1341, 1718).
Me parece oportuno mencionar que dicha normativa tiene una
fuerte resonancia también en 10 que se refiere al proceso contencioso,
administrativo (cc. 1733,1734).
b) No es difícil adivinar el porqué de esa preferencia por las solu,
ciones extrajudiciales y de una cierta desconfianza hacia las soluciones
judiciales. Así 10 pide la naturaleza de la Iglesia, que requiere que «los
conflictos ( ... ) se resuelvan con espíritu de caridad, de amor, de sincero
perdón y de verdadera conciliación, no contentándose tampoco con un
mero compromiso. Y esto se puede conseguir más fácilmente con las solu,
ciones pacíficas que con un verdadero proceso»14. En otras palabras, «en
la Iglesia, no se trata simplemente de que venza quien tiene razón, sino
que se trata: de devolver la salud a la communio herida (. .. ); de restaurar y
hacerefió.z la debida colaboración entre los miembros del Cuerpo Mís,
tico de Cristo (. .. ); de hacer valer los bienes espirituales, que tienen par,
ticular importancia a la luz de la fe. Todo esto se puede alcanzar con
mayores posibilidades de éxito en las soluciones extrajudiciales»15.
Estas finalidades que se traslucen en la preferencia por las solucio,
nes extrajudiciales -y esto querría subrayarlo fuertemente- postulan
claramente su búsqueda también en la misma actividad judiciaP6.
c) En cualquier caso, respecto a las soluciones extrajudiciales, es
preciso advertir que los cc. 1446 § 3 y 1715 § 1 distinguen entre las cau,
sas de bien público (y otras sobre materias de las que las partes no pue-
den disponer libremente) y las causas de bien privado. En efecto, es
obvio que en las causas de bien público no pueden utilizarse todos los

14. Ibid .,282.


15. Ibid .,282-283.
16. Cfr. ibid., 286.
PRINCIPIOS INSPIRADORES DEL PROCESO CANÓNICO ORDINARIO 481

tipos de soluciones extrajudiciales. Así, por ejemplo, ante la cuestión de


nulidad de un matrimonio se puede eventualmente convalidar el matri,
monio y restablecer la convivencia o, atendiendo a la importancia de la
cuestión, examinar judicialmente si se da o no esa nulidad (cfr. cc. 1676
y 1674 n. 2). De modo semejante, en un caso de graves delitos, si el
delincuente no quisiera cambiar de actitud, para evitar daños espiritua'
les podría ser necesario incoar el proceso judicial (cfr. cc. 1341, 1342 §
2, 1718 § 1).

II. OTROS PRINCIPIOS INSPIRADORES DE GRAN IMPORTANCIA

Los principios que me propongo presentar ahora se diferencian de


los precedentes tambien por el hecho de que han sido específicamente
tenidos en cuenta por la Pontificia Comisión al elaborar el Libro VII del
actual Código de Derecho Canónico.

1. Sustancial uniformidad de la ley procesal

La estructura de la potestad en la Iglesia, y sobre todo el poder del


Romano Pontífice en materia judicial, ha hecho poco aplicable el prin'
cipio de subsidiariedad en el derecho procesal canónico.
Efectivamente, en los mencionados Principia, al mismo tiempo que
se manifestaba el deseo de una mayor aplicación del principio de subsi,
diariedad, se advertía: «Por lo que se refiere al derecho procesal, existen
serias dudas sobre la oportunidad de admitir la llamada descentralización
en esa materia con mayor amplitud que en la disciplina actual». A este
propósito se recordó que «en virtud del primado del Romano Pontífice,
se reconoce a todo fiel, en todo el orbe católico, la facultad de deferir su
causa a la Sede Apostólica en cualquier grado del juicio o en cualquier
momento del litigio» 17; y se constató: «es bien sabido que, para la admi,

17. Este principio, que el CIC 17 recogía en el c. 1569 § 1 Y el actual en el c. 1417, no


está formulado del todo correctamente: cfr. Z. GROCHOLEWSKI, Diritto dei fedeli di deferiTe e di
introdurre le cause presso la Santa Sede, en I diritti fondamentali del Cristiano nella Chiesa e nella
Societii (Actas del IV Congreso Internacional de Derecho Canónico: Fribourg 6-11.X.l980),
Fribourg Suisse-Freiburg LBr.-Milano 1981, 599-567; más brevemente en ID., comentario al
c. 1417, en AA.W., Comentario Exegético ... , IVj1, 760-762.
482 ZENON GROCHOLEWSKI

nistración de justicia, es necesario respetar en los diversos grados una


cierta organización unitaria; de lo contrario se daría ocasión o pábulo a
la falta de certeza en los juicios, o a engaños y otros inconvenientes ver,
daderamente numerosos, o a que fueran deferidos a la Sede apostólica».
Pero, por otra parte, los PrinciPia advirtieron también la conve,
niencia de dejar a las autoridades locales la redacción de algunas normas
secundarias y «la adaptación de las leyes del Código a la índole y al estilo
de las leyes vigentes en cada lugar»18.
Encontramos los mismos principios tanto en los Praenotanda al
«Schema canonum de modo procedendi pro tutela iurium seu de pro'
cessibus», enviado en noviembre de 1976 por la Pontificia Comisión
para la Revisión del Código a los órganos de consulta l9 , como en las ante'
riores relaciones de la misma Comisión, de 197020 y de 197421 .
En realidad, el Libro VII del Código concede poco a la legislación
local. Permite que la ley particular disponga en sentido distinto a lo pre,
visto en el Código solamente en cuanto a: las personas que han de admi,
tirse en el aula del tribunal durante el tratamiento de la causa (c. 1470 §
1); los términos para la caducidad de la instancia (c. 1520); el modo
como las partes, el promotor de justicia, el defensor del vínculo, o los
abogados pueden hacer las preguntas durante el interrogatorio de las par'
tes o de los testigos (c. 1561 en relación con el c. 1534); la autoridad que
debe ejecutar la sentencia (c. 1653 § 1); el tratamiento de las <::ausas
sobre los efectos meramente civiles del matrimonio (c. 1672). Además
remite a la ley particular la determinación del modo absolutamente
seguro para notificar citaciones, decretos, setencias y otros actos judicia,

18. PrinciPia ... , n.5. Cfr. también Z. VARALTA, De princiPio subsidiarietatis relate ad ordi-
nandam administrationem iustitiae in Ecclesia, en Acta Conventus Internationalis Canonistarum
Romae diebus 20-25 maii 1968 celebrati, Typis Polyglottis Vaticanis 1970,334-355.
19. «Insuper negari nequit quod mores alicuius nationis, leges civiles loC¡ influxum exer-
ceant praesertim circa modum et qualificationem mediorum probationis et actuum iudicia-
lium. Ex alia parte, attentis hierarchica structura tribunalium et iure fidelis deferendi sem-
per suam causam ad Sedem Apostolicam, leges processuales in universa Ecclesia debent
substantialiter inter se congruere. Commissionis hic fuit labor: iustam invenire aequilibrita-
tem inter decentralizationem (quam vocant) et unitariam iustitiae organizationem ( ... )"
«<Communicationes» 8 [1976]184, n. 2). Sobre el juicio al respecto de los órganos de con-
sulta, cfr. «Communicationes» 10 (1978) 210-211.
20. «Communicationes» 2 (1970) 183, n. 7: se trata de un texto casi idéntico al citado
en la nota precedente.
21. «Communicationes» 6 (1974) 39.
PRINCIPIOS INSPIRADORES DEL PROCESO CANÓNICO ORDINARIO 483

les (c. 1509 § 1); y confía al Obispo, a quien corresponde la dirección del
tribunal, el establecimiento de las normas sobre las cuestiones financie,
ras de las causas (cc. 1649 § 1 Y 1580); Y asimismo menciona el regla,
mento del tribunal, en el cual, entre otras cosas, deberían incluirse nor,
mas sobre «la extensión de las defensas, el número de ejemplares [de las
defensas que deben entregarse] y otras circunstancias semejantes» (c.
1602 § 3). Prevé también la posibilidad de que la Conferencia episcopal
establezca normas sobre la transacción, el compromiso y el arbitraje,pero
esas normas no serían las únicas que se aplicaran (c. 1714).
No es difícil darse cuenta de que se trata de normas que no afectan
a la estructura judicial de la Iglesia, ni a los principios generales o sus'
tanciales del proceso canónico.
A esta observación sobre la muy limitada aplicación del principio
de subsidiariedad, es preciso añadir que el c. 87, al otorgar a los Obispos
diocesanos amplias facultades de dispensa de las leyes, incluso universa'
les, excluye, sin embargo, esa posibilidad respecto a las leyes procesales.

2. Ejercicio común de la potestad judicial en las Iglesias


particulares

Quedando firme el principio teológico de que el juez en la Iglesia


particular es el Obispo diocesano (c. 1419 § 1), el Código actual ha aco-
gido la idea -ya experimentada desde hacía algún tiempo en algunas
naciones y prevista para toda la Iglesia en la Consto Ap. Regimini Eccle,
siae universae de 1967 22- de un ejercicio común de la potestad judicial

22. Los primeros tribunales interdiocesanos fueron erigidos en Italia por el Santo Padre
(MP Qua cura de 8.XIl.1938, en AAS 30 [1938] 410-413), los sucesivos por la Congrega-
ción para la disciplina de los Sacramentos (en Filipinas, Canadá, Argentina, Brasil, Argelia,
algunas regiones pastorales de Francia, Colombia, Chile). Una vez traspasada, con la Regi-
mini Ecclesiae universae (art. 105, en AAS 59 [1967] 921), esa competencia a la Signatura
Apostólica, ésta emitió en 1970 las Normae pro Tribunalibus interdioecesanis, ve! regionalibus
aut interregionalibus (AAS 63 [1971] 486-492), en las que -atendiendo a la doctrina del
Concilio Vaticano 11 sobre la potestad de los Obispos (cfr. especialmente LG, 27)- se esta-
blece como principio que son los Obispos interesados quienes erigen los tribunales interdio-
cesanos (a. 2 § 1), norma que ha sido acogida en el Código. Sobre el origen de los tribuna-
les interdiocesanos cfr. C. ZAGGIA, I tribunali interdiocesani o regionali ne!la vita della Chiesa,
en AA.W. , Dilexit iustitiam (Studia in honorem Aurelii Cardo Sabattani), Citta del Vati-
cano 1984, 119-138.
484 ZENON GROCHOLEWSKI

por parte de varios Obispos diocesanos, que pueden erigir, en lugar de los
tribunales diocesanos, o sea, en lugar de los tribunales de cada uno de los
Obispos diocesanos, un único tribunal común, en cuyo caso «el grupo de
Obispos o el designado por ellos, tienen todas las potestades que corres'
ponden al Obispo diocesano sobre su tribunal» (cc. 1423 y 1439).
Así, junto a la debida colaboración entre los tribunales (c. 1418)
-prevista ya en el c. 1570 § 2 del CIC 17-, el Código vigenté3 prevé
también un ejercicio común de la potestad judicial, que ha tenido una
amplia aplicación.

3. Procedimiento claro, breve, simple y al mismo tiempo seguro

La Pontificia Comisión para la revisión del Código de derecho


canónico se propuso claramente elaborar un procedimiento claro, breve,
simple, que al mismo tiempo garantice una segura defensa del bien
público y del bien privado24 •
a) Por lo que se refiere en especial a la simplificación del procedi,
miento, en realidad las partes del Libro VII son más breves que las partes
respectivas del Código anterior, sobre todo las más importantes. Así: la
parte «De iudiciis in genere» comprende 101 cánones (1400,1500), mien,
tras que esa materia en el CIC 17 ocupaba 154 (1552,1705). También en
la parte que se refiere al jucio contencioso ordinario el número de cánones
-155 (1501,1655)- es notablemente menor que en la parte cortespon'
diente del Código anterior, que contenía 219 (1706,1924). Hay también
menos cánones relativos a los procesos especiales: del proceso especial de

23. Por eso la Pontificia Comisión hizo notar que, gracias a la norma sobre los tribuna-
les interdiocesanos, «extenduntur ubique, et quoad omnia negotia iudiciaria, indubia bene-
ficia quae, hisce novissimis decenniis, ex regionalibus foris nonnullis nationibus provene-
runt» (<<Communicationes» 2 [1970)184; 8 [1976)186).
24. En los Praenotanda al «Schema canonum de modo procedendi pro tutela iurium seu
de proc~ssibus», enviado en noviembre de 1976 por la Pontificia Comisión para la Revisión
del Código a los órganos de consulta, se lee: "rus processuale, ut optatis omnium respondeat,
hoc praestare debet, quod nempe iustitia tuto et celeriter administretur, quod unusquisque
de populo Dei fidere possit tuitioni suorum iurium per procedurale systema citatum et per-
spicuum ( ... ) Commissionis hic fuit labor: iustam invenire aequilibritatem ( ... ) inter agilem,
brevem processus typum et securam publici priva tique boni tuitionem» ("Communicatio-
nes» 8 [1976)184, n. 2; sobre la reacción de los órganos de consulta cfr. ¡bid., 10 [1978)210-
211). Lo mismo se lee en las relaciones de la misma Comisión de 1970 (<<Communicatio-
nes» 2 [1970)183, n. 7) y de 1974 (.Communicationes» 6 [1974)39).
PRINCIPIOS INSPIRADORES DEL PROCESO CANÓNICO ORDINARIO 485

,
nulidad de matrimonio tratan en el nuevo Código 21 cánones (1671-
1691), frente a los 33 precedentes (1960-1992); al proceso penal se dedican
en el nuevo Código sólo 15 cánones (1717-1731), mientras que en el ante-
rior se le dedicaban 27 (1933-1959); el título sobre los medios para evitar
el juicio tiene actualmente sólo 4 cánones (1713-1716), yen el Código de
1917 tenía 8 (1925- 1932); respecto a las causas para la declaración de nuli-
dad de la sagrada ordenación, en el Código vigente se encuentran 5 cáno-
nes (1708-1712), cuando en el anterior se encontraban 6 (1993-1998).
Evidentemente, la simplificación no resulta sólo del número de
cánones, sino principalmente del hecho de que se han simplificado, pre-
cisado y aclarado muchas normas (por más que no se hayan conseguido
evitar algunos puntos inciertos), haciendo más ágil la defensa de los
derechos y el modo de proceder25 •
Así, se ha reducido a la mitad el tiempo disponible para finalizar una
causa (según el c. 1453 una causa en primera instancia no deb~ría pro-
longarse más de un año, y en segunda instancia más de seis meses; en el
Código anterior, el c. 1620 establecía la duración de dos años y uno, res-
pectivamente). Se ha abreviado también el plazo para la caducidad de la
instancia cuando las partes no realizan ningún acto procesal (el c. 1520
establece un plazo de seis meses; el c. 1736 del CIC 17 establecía dos años
en primera instancia y uno en segunda). En las causas de nulidad matri-
monial se ha introducido la posibilidad de un procedimiento breve des-
pués de una sentencia afirmativa en primera instancia (c. 1628).
Con todo, considero sinceramente que el derecho procesal canó-
nico es verdaderamente simple. Esto resulta patente si se compara con
las legislaciones estatales sobre la materia.
Las afirmaciones contrarias, pronunciadas a veces, sobre la com-
plejidad del derecho procesal canónico demuestran poco conocimiento
de la problemática. En efecto, ha de tenerse presente que asegurar una
adecuada defensa de los derechos no es cosa fácil; es una cuestión de suyo
muy compleja que requiere tomar en consideración elementos de diversa
naturaleza. Por lo que se refiere al derecho canónico, hay que tener espe-

25. A este respecto remito a mi artículo Panoramica delle novitd del nuovo diritto pro-
cessuale canonico, en Z. GROCHOLEWSKI-M. POMPEDDA-C. ZAGGIA, Il matrimonio nel nuovo
Codice di Diritto Canonico, Padova 1984, 167-201; 187-197.
486 ZENON GROCHOLEWSKI

j/'

cialmente en cuenta que en la Iglesia se trata principalmente de los pro~


cesos de nulidad matrimonial, y la actividad judicial exige también un
conocimiento profundo de problemas de derecho matrimonial canónico,
hoy en día más complejos que nunca (al menos en la literatura y en la
jurisprudencia), así como una concepción genuina de la actividad pasto~
ral en la que se inserta la actividad de los tribunales.
Es completamente absurdo sostener que sea posible elaborar un
derecho procesal tan simple que se pueda aprender en poco tiempo; y que
ese derecho sea capaz de asegurar una eficaz administración de justicia en
la Iglesia.
Si la administración de justicia en la Iglesia no funciona correcta~
mente, el motivo no es, por cierto, la complejidad de las normas procesales,
sino principalmente la deficiente preparación del personal ~uiero decir
la falta de preparación en derecho procesal, o/yen el derecho sustantivo del
que se trata en los procesos, o/yen la genuina comprensión teológica de la
actividad pastoral- y, a veces, la falta de las estructuras necesarias.
Limitándome al derecho procesal, he señalado en otro lugar: «El
modo simplificado de proceder requiere precisamente una mejor prepa~
ración de los administradores de justicia, es decir, un mejor conoci~
miento de los principios fundamentales que están en la base del proceso
canónico, un conocimiento más profundo del espíritu de las normas
canónicas, la capacidad de interpretarlas a la luz de la tradición y del
contexto. De otro modo, se corre el riesgo de un formalismo jurídico ina~
ceptable en derecho canónico, de extravagantes innovaciones interpre~
tativas y de la consiguiente desnaturalización de la actividad ·de los tri~
bunales, con un perjuicio pastoral inevitable»26.
Considerando la administración de justicia en toda la Iglesia, lo
que parece urgente es precisamente la mejor preparación de los operado~
res de la justicia27 •

26. Cause matrimoniali e «modus agendi» dei tribunali, en AA.VV., rus in vita et in missione
Ecclesiae, Acta Symposii Internationalis Iuris Canonicioccurrente X anniversario promul-
gationis Codicis Iuris Canonici die bus 19-24 aprilis 1993 in Civitate Vaticana celebrati,
Citta del Vaticano 1994,964; idem en «Ephemerides Iuris Canonici» 49 (1993) 148.
27. Cfr. Z. GROCHOLEWSKI, Cause matrimoniali ... , 950-964 (en «Ephemerides Iuris Cano-
nici» 134-150); ID., Pregi e diffetti nell' attuale amministrazione de/la giustizia ne/la Chiesa, en
AA.VV., La giustizia nella Chiesa: fondamemo divino e cultura processualistica moderna (Studi
Giuridici, 45), Citta del Vaticano 1997, 167-175.
PRINCIPIOS INSPIRADORES DEL PROCESO CANÓNICO ORDINARIO 487

b) En todo caso, la simplificación que venimos considerando apun~


taba a hacer más expedito el tratamiento de las causas, y no a hacerlo
menos serio.
Que se ha querido más bien intensificar la seriedad y la seguridad
de juicio lo demuestran, entre otras cosas, los cánones que -a diferen~
cia del derecho anterior (cc. 1573 § 4, 1574 § 1, 1589 §l)- exigen
expresamente para el Vicario judicial, para los Vicarios judiciales adjun~
tos, para los demás jueces y para los defensores del vínculo y promotores
de justicia, además de otras cualidades, el doctorado o al menos la licen~
ciatura en derecho canónico (cc. 1420 § 4, 1421 § 3, 1435)28.
La intención de proveer a una mayor tutela de los derechos y a una
mayor seriedad de la, actividad judicial puede entreverse expresamente
también en algunas otras novedades del actual Código; por ejemplo, en
la omisión del procedimiento «ex informata conscientia» (cc. 2186~
2194, CIC 17); en la desaparición de la norma según la cual las senten~
cias de la Signatura Apostólica podían no expresar los motivos (c. 1605
§ 1, CIC 17)29; en la precisión de que el tutor y el administrador de una
persona jurídica no pueden renunciar a la instancia sin el consejo o el
consentimiento previsto para los actos que exceden de la administración
ordinaria (c. 1524 § 2); en la introducción de normas sobre algunas cau~
sas que ni siquiera se mencionaban en el CIC 17, esto es, las de separa~
ción conyugal (cc. 1692~ 1696), las de muerte presunta del cónyuge (c.
1707), y las de dispensa de matrimonio rato y no consumado (cc. 1697~
1706), aunque en estos últimos casos no se trate de una novedad abso~
luta, puesto que esas causas ya venían siendo conocidas por los tribuna~
les o por las autoridades administrativas y estaban reguladas en gran
parte por otras disposiciones legales.

28. A las propuestas de decir «...doctores ve!licenciati ve! saltem in eademdisciplina


sufficienter periti» o «saltem vere periti», o «ceteroquin periti», «quia difficillime omnibus
in reglonibus doctores vellicenciati numero sufficientes inveniuntur», la Pontificia Comi-
sión respondió: «Non admittitur. Dignitas et ipsa efficacia officii iudicandi postulant quod
iudex ius canonicum bene calleat ideoque quod seriis studiis iuridicis operam det. Secus gres-
sus ex "vere" peritus ad imperitum facillime datur. Si tamen absolute impossibile sit licen-
ciatos invenire, recurratur ad Signaturam Apostolicam» (<<Communicationes» 15 [19841
55).
29. Cfr. Z. GROCHOLEWSKI, La Segnatura Apostolica neU'attuale fase di evoluzione, en
AA.VV., Dilexit iustitiam, Studia in honorem Aurelii Card; Sabattani, curantibus Z. Gro-
cholewski et V. Cárcel Ortí, Citta del Vaticano 1984, 218-219.
488 ZENON GROCHOLEWSKI

Pero es principalmente el análisis de las mismas normas procesales


el que revela la voluntad expresada en ellas de que los derechos de los
fieles y el bien público sean tutelados con la debida seriedad. Obvia'
mente -repito-- a ello contribuyen no sólo las normas procesales, sino
también la preparación y la seriedad de los mismos operadores de la jus,
ticia.

4. Centralidad del proceso contencioso ordinario

a) En el Libro VII, junto al proceso contencioso ordinario (cc.


1501,1655), se encuentran el proceso contencioso oral (cc. 1656,1670),
diversos procesos especiales (cc. 1671,1716) y, finalmente, el proceso
penal (cc. 1717,1731).
Mientras que el proceso contencioso ordinario está bien elaborado
en 155 cánones, la normativa sobre todos los demás procesos se contiene
en sólo 76 cánones, muchos de los cuales, por otra parte, no se refieren
al procedimiento" judicial.
El proceso contencioso ordinario no sólo aparece como el más ela,
borado, sino también como central en la ordenación sistemática del
Libro VII, en la medida en que las normas que 10 regulan se aplican
ampliamente también en los demás procesos mencionados, es decir, en
el proceso contencioso oral (cfr. c. 1670), en los diversos procesos espe'
cia1es -como los de nulidad matrimonial (cfr. c. 1691), separación de
cónyuges (cfr. c. 1693), disolución del matrimonio rato y no consumado
(cfr. c. 1702), nulidad de la sagrada ordenación (cfr. c. 1710)-, y tam,
bién en el proceso penal (c. 1728)3°, para completar las respectivas nor,
mas específicas.
b) Como sabemos, durante la preparación del Código, algunos, par,
tiendo del hecho de que en la Iglesia las causas que se tratan son princi,
pa1mente matrimoniales, propusieron que -por razones prácticas- se
elaborara el proceso matrimonial, en vez del contencioso ordinario, como

30. Y también en las causas de beatificación y canonización (cfr. c. 1403 § 2). Acerca de
esas causas cfr. Consto Ap. Divinus perfectionis magister, de 25.1.1983, en AAS 75 (1983) 349-
355; Normae servandae in inquisitionibus ah Episcopis facierulis in causis sanctorum, de 7.II.1983,
ibid. 396-403.
PRINCIPIOS INSPIRADORES DEL PROCESO CANÓNICO ORDINARIO 489

proceso principal y típico para los otros procesos. La cuestión se discutió


ampliamente entre los consultores3l . Pero se decidió que el proceso con~
tencioso ordinario quedase como procedimiento básico, principalmente
por razones de lógica de la metodología: «Desde el punto de vista cientí~
fico, primero se debe tratar de lo que es general y después de lo que es
especial. El proceso matrimonial, aunque sea usadísimo, no puede ser
tomado como género, porque otros procesos, que siempre se dan, aunque
sean pocos, no pueden encontrar en él una colocación apropiada»32.
c) E. Corecco -después de haber señalado que el «nuevo CIC, de
manera aún más evidente que el CIC de 1917, sitúa el proceso conten~
cioso ordinario como procedimiento base sobre el cual se organizan todos
los demás procesos, denomindos procesos especiales» (entre los cuales
dicho Autor enumera también el penal)- pone objeciones de carácter
doctrinal a ese planteamiento: no correspondería a la naturaleza del
derecho sustantivo, o sea, al criterio epistemológico de la fe, único que
debe seguirse en el derecho canónico, en cuanto que la ley canónica no
sería una ordinario rarionis, sino una ordinario fidei. Por tanto, según
Corecco, el proceso contencioso ordinario, «canónicamente poco apre~
ciable», «en vez de ser el proceso típico y fundamental del ordenamiento
canónico, tiene, a pesar de las apariencias, el carácter de proceso espe~
cial. Es más, a diferencia de los procesos previstos por el CIC como espe~
ciales, éste no posee ni siquiera el carácter de imperatividad, por ser sólo
subsidiario. En efecto, se puede recurrir a él sólo cuando no haya sido
posible componer los litigios mediante el recurso a la mediación, a la
transacción o al compromiso, previstos en los cc. 1713 ~ 1715. Que el
contencioso ordinario no puede ser considerado ( ... ) como piedra angu~
lar de toda la estructura procesal canónica, lo demuestra también el
hecho de que es teóricamente pensable que la Iglesia pueda renunciar a
la promulgación de un proceso contencioso ordinario propio. Podría

31. Cfr. «Communicationes •• 10 (1978) 212-213. Yespecialmente 11 (1979) 80-81,15


(1984) 53.
32. «Communicationes» 15 (1984) 53. En otro lugar se lee: «Quinque Consultores sunt
omnino contrarii huic propositioni. Ratio est sive quia ipsa prospectiva processualis defor-
maretur tamquam si in Ecclesia administratio iustitiae ordinaretur pro causis matrimonialibus
tantum, sive quia difficultates quae moventur contra actualem systematicam potius manife-
stant quandam carentiam studii iuris canonici in Ecclesia, sive quia praeoccupati esse debe-
mus de consequentiis quae nova systematica haberet in ordine scientifico, tum in ordine ad
praxim processualem tribunalium ecclesiasticorum •• (<<Communicationes» 11 [1979]81).
490 ZENON GROCHOLEWSKI

optar por canonizar los respectivos procesos civiles estatales, sin renun,
ciar al principio del juez propio ( ... ) El contencioso ordinario canónico
( ... ) no pertenece al núcleo inalienable del proceso canónico. Por el con,
trario, no es pensable que la Iglesia pueda renunciar a los procesos actual,
mente definidos por el CIC como proceos especiales, porque pertenecen
a la esencia misma del proceso canónico». Entre éstos se cuentan, según
Corecco, «por una parte ( ... ) los procesos relativos al status personarum
(el matrimonial, el de validez de la sagrada ordenación y el penal); por
otra, los procesos para la canonización de los santos y para el examen de
la doctrina de la fe, no incorporados al Cle. Todos estos procesos, ade,
más de ser de hecho también, con mucho, los más frecuentes numérica,
mente, son los que distinguen inconfundiblemente el proceso canónico
del estatal o de cualquier otra forma de proceso »33 .

Aun compartiendo las observaciones sobre la importancia de los


procesos denominados especiales y sobre su especificidad canónica, me
parece que este Autor, al hacer esas objeciones a la actual sistemática,
confunde el objeto del tratamiento procesal con el procedimiento. Sus
observaciones se refieren a causas diferentes por su objeto. Pero las cau,
sas de objeto diverso pueden tratarse también con el mismo procedi,
miento. Con la actual ordenación metodológica se ha querido responder
de manera sencilla y lógica a la pregunta sobre el procedimiento que
haya de adoptarse en los diversos géneros de causas. Puesto que se ha
querido que las causas llamadas especiales (y también las penales) sean
tratadas sustancialmente con un procedimiento contencioso, ha pare,
cido lógico y oportuno elaborar primero un procedimiento contencioso,
como procedimiento base, válido en principio también para los diversos
géneros de causas típicas del derecho canónico.

Por lo demás, así como la teología no puede prescindir del soporte de


la filosofía, tampoco una ordinatio fidei puede prescindir de un criterio de
racionalidad. Además, es de notar que la denominación «procesos especia'
les» no significa, de suyo, que se trate de los procesos de menor importancia
eclesial, sino que puede referirse también precisamente a los procesos espe,
cíficos del ordenamiento canónico (como, por lo demás, sucede de hecho) . .

33. E. CORECCO, La sentenza nell'ordinamento canonico, en La sentenza in Europa: metodo,


tecnica estile (Atti del Convegno internazionale per l'inaugurazione della nuova sede della
Facolta, Ferrara 10-12 ottobre 1985), Padova 1988,268-271.
PRINCIPIOS INSPIRADORES DEL PROCESO CANÓNICO ORDINARIO 491

Respecto al razonamiento de Corecco, querría observar también,


marginalmente, lo siguiente: a) No se entiende bien en qué sentido el
proceso contencioso ordinario sería, según él, especial respecto a los otros:
ciertamente, no en el sentido que actualmente posee la relación entre el
proceso contencioso y los procesos especiales en cuanto judiciales34 • b)
Dejando a salvo cuanto he dicho más arriba (1,3 in fine), según el sentido
delineado por Corecco, no parecen «imperativos» tampoco, por ejemplo,
el proceso de nulidad matrimonial o el penal, porque al primero se puede
recurrir sólo si no es posible u oportuno proceder a la convalidación del
matrimonio (c. 1676), y al segundo sólo si otros medios «no bastan para
reparar el escándalo, restablecer la justicia y conseguir la enmienda del
reo» (c. 1341, cfr. también c. 1718). c) También en las legislaciones esta,
tales están previstas las causas sobre el estado de las personas, como las de
nulidad matrimonial o la de separación de cónyuges. d) Hablando en tér,
minos absolutos, es pensable que la Iglesia pudiera también canonizar un
procedimiento elaborado en el campo de algún ordenamiento estatal para
emplearlo en el proceso de nulidad matrimonial en los tribunales ecle,
siásticos. e) No es pacífico en la doctrina que todas las causas penales pue,
dan ser reducidas a las que versan sobre el estado de las personas.

5. Proceso sustancialmente escrito

Como es sabido, hacia el final del siglo XVIII, y sobre todo en el


siglo pasado, se observa en el campo del derecho laico en Europa una
fuerte reacción doctrinal contra el proceso escrito, que se había afirmado
de modo muy constante en los siglos XIII,XVIII, y se revaloriza cada vez
más el proceso oral, en el que el juez hace acopio de las pruebas directa'
mente y de manera más concreta. En consecuencia, el sistema oral
resultó acogido, más o menos decididamente, en todos los códigos laicos
de Europa de nuestro sigl035 •

34. La Pontificia Commisión definió los procesos especiales como: «ill[ae] nempe proce-
dur[ae] quae in aliquo deflectunt a typo vel a typis in quibus inscribuntur» (<<Communica-
tiones» 8 [1976]185).
35. Cfr. F. ROBERTI, De processibus, vol. J, in Civitate Vaticana 19564, 467; A. NICORA,
Il princiPio di oralitd nel diritto processuale italiano e nel diritto processuale canonico, Roma
1977, 3-13, A. DZIEGA, Koscielny proces ustny (Processo orale canonico), Lublin 1992,
20-25.
492 ZENON GROCHOLEWSKI

Aparece también .con una fuerte presencia en el Código deProce,


dimiento Civil del Estado de la Ciudad del Vaticano de 194636 • También
el proceso «coram uno iudice» (cc. 453,767) del m.p. Sollicitudinem no'
stram (es decir, del Código de derecho procesal de las Iglesias orientales)
de 1950 estaba inspirado por el principio de oralidad37 •

El CIC 17 -aun conteniendo algunos elementos de oralidad- se


basaba sustancialmente en el principio de escritura38 •

La cuestión estuvo presente en el iter de preparación d~l Código


actuaP9, pero se decidió dejar el procedimiento del proceso canonico
construido principalmente sobre el principio de escritura. En efecto, en
el proceso contencioso ordinario --que como se ha dicho es central en
el derecho procesal canónico- no se han impreso los elementos es en'

36. Cfr. A . NICORA. Il PrinciPio .... 546-561; A. DzIEGA. Koscielny .... 59-96.
37. Cfr. A NICORA. Il PrinciPio .... 562-570; así como M. CABREROS DE ANTA. El princiPio
de oralidad ~ su aplicación en el nuevo proceso oriental. en «Miscelánea Comillas» 16 (1951)
127-154; J. ZillEK. Trials before a Single Judge in the Eastem Canon Law. en «Orientalia Chris-
tiana Periodica» 30 (1964) 510-525; A. DZIEGA. Koscielny .... 97-133.
38. A. NICORA. Il PrinciPio .... 465-544. Este Autor. tras haber analizado todos los ele-
mentos de escritura y de oralidad en el proceso contencioso del CIC 17. concluye: «Costretti
ad una valutazione globale e perentoria. non ne sapremmo negare il carattere di tipico pro-
cesso scritto. E tuttavia ( ... ) [s]i deve almeno ammettere che esso contiene alcuni "germi" di
oralid¡» (ibid .• 544). F. ROBERTI dice: «Codices latinus et orienta lis exhibent processum
scriptum quibusdam formis oralibus temperatum» (De processibus. 469). Cfr. también J. M.
PINTO GÓMEZ. La procedura nel processo contenzioso sommario. en «Ephemerides luris Cano-
nici» 41-42 (1985-1986) 127.
39. Especialmente con referencia a la introducción del «proceso contencioso oral». del
que hablaré enseguida. Al respecto cfr. «Communicationes» 4 (1972) 60-65; 8 (1976) 191-
193; 11 (1979) 247-255; A SABATTANI. Praecipuae innovationes in schemate iuris processualis
novi Codicis Iuris Canonici. en «Kosciól i prawo» 3 (1984) 22-23; A. NlCORA. Il Principio ... ;
Z. GROCHOLEWSKI. Natura ed oggetto del processo contenzioso sommario. en «Ephemerides luris
Canonici» 34 (1978) 114-143; ID .• Ulteriori note circa la natura e l'oggetto del processo con-
tenzioso «sommario». ossia orale. en «Ephemerides luris Canonici» 41-42 (1985-1986) 11-
126 (ídem. en AAVV.. Cause incidentali e processo contenzioso sommario ossia orale nella dina-
mica della revisione del diritto processuale canonico •. Roma 1988. 105-120); ID.• Alcune osserva-
zioni sulla procedura del processo sommario proposta dalla Pontificia Commissione. en «Epheme-
rides luris Canonici» 41-42 (1985-1986) 141-158 (idem. en AAW.• Cause .... 135-152);
ID .• Illegittimo uso del processo sommario come motivo di nullitd della sentenza. en «Ephemerides
luris Canonici» 41-42 (1985-1986) 175-181 (idem, en AAVV.. Cause .... 169-175); J. M.
PINTO GÓMEZ. La procedura nel processo contenzioso sommario. en «Ephemerides luris Cano-
nici» 41-42 (1985-1986) 127-140 (ídem. en AAVV.. Cause ... . 121-134); L. MATTIOLl.
Decisione e impugnativa nel processo sommario. en «Ephemerides luris Canonici» 41-42
(1985-1986) 159-173 (idem en AAVV. . Cause ... . 153-167). También respecto al derecho
procesal canónico en general la Pontificia Comisión refirió: «Est qui censeat extollendam
esse proceduram oralem prae proceduram scriptam» «<Communicationes» 10 [1978]211).
PRINCIPIOS INSPIRADORES DEL PROCESO CANÓNICO ORDINARIO 493

ciales de la oralidad procesal, o sea: la audiencia como momento centr~l


de la asunción de las pruebas, de la discusión y de la decisión; la relación
inmediata entre el juez, las partes y las fuentes de prueba; la identidad de
juez durante la instrucción y en la fase de discusión; la concentración de
los actos y su forma oral; etc. 40 • Estos elementos no se encuentran tam,
poco en las normas específicas sobre las causas matrimoniales.
De todos modos, no se puede negar que se haya acogido más amplia,
mente que en el pasado el principio de oralidad, tanto en el mismo pro'
ceso contencioso ordinario (cfr. sobre todo el c. 1602 § 1, según el cual
la discusión oral ante el juez puede bastar para sustituir a las defensas y
observaci~nes escritas)41, como especialmente con la introducción, junto
al proceso contencioso ordinario (cc. 1501,1655), del proceso conten,
cioso oral (cc. 1656,1670), en el que aparecen, «de manera simple y
clara, los más típicos elementos de la oralidad procesal» 42.
Sin embargo, ese proceso tiene, en realidad, escasa relevancia prác,
tica, ya que no puede usarse para tratar las causas de nulidad matrimo,
nial (c. 1690), que constituyen casi toda la actividad de los tribunales
eclesiásticos. Debe emplearse el proceso oral para las cuestiones inciden'
tales que se han de resolver por sentencia -también las que se suscitan
en las causas de nulidad matrimonial-, pero «salvo que el juez estime
otra cosa, teniendo en cuenta la gravedad del asunto» (c. 1590 § 1).
Debe emplearse también para las causas judiciales de separación conyu,
gal, pero «si una de las partes o el promotor de justicia no solicitan el
proceso contencioso ordinario» (c. 1693 § 1). La misma formulación
condicional presenta también la norma general al respecto: «Por el pro,
ceso contencioso oral ( ... ) pueden tratarse todas las causas no excluidas
por el derecho, salvo que una de las partes pida que se siga el proceso
contencioso ordinario» (c. 1656 § 1).
Para valorar el hecho de que el proceso canónico haya permane,
cido como un proceso principalmente escrito me parece oportuno poner
de relieve que:

40. Sobre los elementos esenciales del principio de oralidad, cfr. A. NICORA, Il PrinciPio ... ,
13,340-360; J. M. PINTO GÓMEZ, La procedura ... , 128-131; A. DZIEGA, Koscielny ... , 44-54.
41. Cfr. también A. NICORA, Il PrinciPio ... , 586-588.
42. A. NICORA, Il PrinciPio ... , 589; Z. GROCHOLEWSKI, Natura ed oggetto ... , 125-127; J. M.
PINTO GÓMEZ, La procedura... , 135-138; A. DZIEGA, Koscielny ... , 170-179.
494 ZENON GROCHOLEWSKI

- J. M. Pinto Gómez observa acertadamente: «Nadie niega que el


proceso oral es el que permite tener una justicia más rápida y más eco'
nómica. En cambio, se discute mucho si con el proceso oral se obtiene
una justicia más segura»; y cita al respecto las palabras de E Camelutti:
«El slogan de la justicia rápida y segura ( ... ) contiene, lamentablemente,
una contradicción in aaiecto: si la justicia es segura no es rápida, si es
rápida no es segura». Añade Pinto Gómez: «El beneficio derivado de la
oralidad es el mejor conocimiento de la prueba, por el contacto directo,
inmediato, personal, con sus fuentes; pero la ventaja de la escritura es la
ponderación y seguridad de juicio que ofrece»43.
- Además, se ha hecho notar correctamente que el proceso oral,
para dar los frutos deseados, exige de los jueces «agilitatem mentis et ala'
critatem synthesis» 44 y, ciertamente no menos, un conocimiento más
perfecto del derecho y de la jurisprudencia45 ; que su éxito «depende ante
todo del juez, al que se pide rapidez y facilidad de percepción, memoria,
capacidad de síntesis, mucha agilidad, mayor preparación y experien,
cia»46. Teniendo en cuenta la deficiente preparación en la actualidad de
los operadores de la justicia en la Iglesia, a la que he aludido más arriba,
no creo que estemos preparados para afrontar un proceso de ese tipo,
especialmente en causas de la importancia de las matrimoniales.
- Cuando se oyen las cifras espantosas de procesos pendientes
ante los tribunales estatales de Italia, se entiende la necesidad de
emplear, en lo posible, los procedimientos rápidos (que, a la postre, en
realidad no son tan rápidos), pero en la Iglesia el número de procesos,
ciertamente, no es alto; y tratándose principalmente de causas de gran

43. J. M. PINTO GÓMEZ, La procedura... , 139. De modo semejante F. ROBERTI (discípulo


y entusiasta de Chiovenda, que era el principal fautor del principio de oralidad en los códi-
gos italianos de procedimiento): "Processus scriptus maiore diligentia conficitur, et magis
perpenso iudicio terminatur ( ... ) in eo accuratius evitantur errores; eiusque acta, integra
servata, facilius subsequentibus possunt examinibus subici» (De processibus, 469). Observa
F. DANEELS: "In fact ( ... ) in the canonical trialthere is no question of creating a fact by elo-
quence, but it is for the judge a question of diligent study of and reflection on the acts of
the case to ascertain the truth» (Sorne Remarks conceming the Concept of Fair Trial according
to Canon Law, en «Forum» 6 [1995] 60). Cfr. también, por ejemplo, A. NICORA, Il Princi-
pio ... , 85-101.
44. «Communicationes» 4 (1972) 65; A. SABATTANI, Praecipuae innovationes ... , 23.
45. Z. GROCHOLEWSKI, Natura ed oggetto ... , 143.
46. J. M. PINTO GÓMEZ, La procedura... , 139. Cfr. también A. NICORA, Il PrinciPio ... , 376-
381,622-624.
PRINCIPIOS INSPIRADORES DEL PROCESO CANÓNICO ORDINARIO 495

impronta teológico~pastoral, podemos -pienso--- permitirnos el «lujo»


de un procedimiento más seguro.

6. Proceso público para las partes y secreto para los demás

En los ya varias veces mencionados PrinciPia de 1967, según los


cuales habría debido llevarse a cabo la reforma del Código, se lee: «Es
deseable que se tenga por regla general que todo proceso sea público, a
no ser que el juez, por las particulares circunstancias de las cosas y de las
personas, en casos bien determinados, considere que se debe proceder en
secreto. Y se pide que en el proceso (. .. ) judicial (. .. ) se pongan en cono~
cimiento del recurrente o del reo todos los argumentos que se invocan
en su contra» 47.
Este principio se ha acogido fielmente. Pero ha de observarse que
aquí se trata de la publicidad del proceso hacia las partes, y no hacia los
demás.
a) El proceso canónico es público para las partes. Esta publicidad está
estrechamente relacionada con la esencia del proceso, o sea, con el prin~
cipio del contradictorio y con el derecho de defensa.
Es fundamental en esta materia el c. 1598 § 1, que se refiere a la
publicación de las actas: «Una vez recibidas las pruebas, el juez,
mediante decreto, debe permitir, bajo pena de nulidad, que las partes y
sus abogados examinen en la cancillería del tribunal las actas que aún no
conocen; e incluso se puede entregar copia de las actas a los abogados
que la pidan; no obstante, en las causas que afectan al bien público, el
juez, para evitar peligros gravísimos, puede decretar que algún acto no
sea manifestado a nadie, teniendo cuidado de que siempre quede a salvo
el derecho de defensa».
Este canon -que, en comparación con el Código anterior (cc.
1858~1859)48, por una parte es más decidido al establecer claramente la

47. «Communicationes» 1 (1969) 83, n. 7.


48. Y también en comparación con: arto 120 de las Normae Sacrae Romanae Rotae Tribu-
nalis de 1934, en AAS 26 (1934) 449-491; arto 175 de la Instr. Provida Mater de 1936, en
AAS 28 (1936) 313-361.
496 ZENON GROCHOLEWSKI

sanción de nulidad y, por otra, contiene una excepción-, fue objeto de


vivas discusiones durante el iter de preparación del actual Códig049 y, en
consecuencia, aparece formulado muy ponderadamente.
Es una norma de gran importancia, y probablemente por esto el
Santo Padre mismo, en la alocución a la Rota Romana de 1989 -ha'
blando del derecho a la defensa, que «exige de suyo la posibilidad con,
creta de conocer las pruebas aducidas tanto por la parte contraria como
ex officio»- advirtió: «Respecto a la posible excepción mencionada, es
necesario observar que sería una tergiversación de la norma, a la vez que
un grave error de interpretación, si se hiciese de la excepción norma
general. Por eso es preciso atenerse fielmente a los límites indicados en
el canon»50.
Los límites a la excepción de que hablamos son los tres siguientes:
a) la excepción se refiere sólo a «algún acto», y no a algunos o a todos
los actoSj b) el único motivo para no permitir el acceso a algún acto es la
necesidad de evitar «gravísimos peligros», y no el deseo «de evitar cual,
quier peligro vago y genérico u ordinario, o que, en todo caso, no sea gra,
vísimo concreta y actua1mente»51 j e) en todo caso, se debe garantizar que
quede «siempre íntegro» el derecho a la defensa.
Este tercer límite tiene una gran relevancia, y -teniendo también
presente todo el texto de la citada a10cución- se presenta como una

49. Cfr. «Communicationes» 16 (1984) 68; PONTIFICIUM CONSILIUM DE LEGUM TEXTI-


BUS INTERPRETANDIS, Acta et documenta Pantificiae Commissianis Codici Iuris Canonici Recog-
noscendo: CongTegatio plenaria diebus 20-29 octobris 1981 hobita, Typis Polyglottis Vaticanis
1991,469-479. La discusión era necesaria, también porque en las Normas particulares con-
cedidas en 1970 a los Estados Unidos de América se encontraba al respecto una fórmula dis-
cutible: «When, after consultation with the advocate and the defender, the judge has deci-
ded that al! necessary and available evidence has been obtained, the principals wil! be per-
mitted to read the acts unless, in the opinion of the judge, there is danger of violation of the
rights of privacy. The judge will consider the requests by the principals for further instruc-
tion before bringing the case to a conclusion» (X. OCHOA, Leges Ecclesiae, vol. IV, col. 5812,
Norm.18).
50. AAS 81 (1989) 922-927: n. 6. Cfr. al respecto E DANEELS, De iure defensianis. Brevis
commentarius ad al1ocutionem Summi Pantificis diei 26 ianuarii 1989 ad Rotam Romanam, en
«Periodica» 79 (1990) 243-266; 256-258; idem, en inglés, en «Studia Canonica» 27 (1993) 77-
95; 87-89; y sobre todo, ID., De tutela iurium subiectivorum: quaestiones quaedam quoad admini-
strationem iustitiae in Ecclesia, en AA.W., Ius in vita et in missione Ecclesiae, Acta Symposii Inter-
nationalis Iuris Canonici occurrente X Anniversario promulgationis Codicis Iuris Canonici
diebus 19-24 aprilis 1993 in Civitate Vaticana celebrati, Citta del Vaticano 1994, 189-192.
51. E DANEELS, De iure defensionis ... , 257 (en la versión inglesa, 88).
PRINCIPIOS INSPIRADORES DEL PROCESO CANÓNICO ORDINARIO 497

regla general que ha de observarse siempre: «ius defensionis semper inte,


grum maneat». F. Daneels anota, al respecto: «si aquel acto realmente
tiene importancia en orden al pronunciamiento de la sentencia y per,
manece en las actas, parece necesario que pueda conocerlo el patrono
--que, si es el caso, ha de nombrarse de oficio- de la parte o de las par,
tes a cuyo conocimiento deba sustraerse por decreto del juez, al menos
en la medida en que de hecho dañe su posición procesal. El patrono,
como es obvio, en ese caso no puede serlo sólo pro forma, sino que debe
defender a la parte realmente»52.

Pienso que esa excepción, rectamente entendida dentro de sus


límites (teniendo presente sobre todo el tercero), no inficiona el princi,
pio general de la publicidad del proceso para las partes, sino que incluso,
en cierto modo, lo ilumina.
La publicidad del proceso para las partes se refiere también a los
motivos de la decisión; esto está conectado asimismo con el derecho a la
defensa. Pienso que basta citar a este propósito las palabras de la men,
cionada alocución de Juan Pablo 11 que resumen la cuestión: «No puede
sorprender que se hable también, en relación con el derecho de defensa,
de la necesidad de publicación de la sentencia. En efecto, ¿cómo podría
una de las partes defenderse en la apelación contra la sentencia del tri,
bunal inferior, si se viese privada del derecho de conocer su motivación
tanto in iure como in facto? El Código exige, pues, que a la parte disposi,
tiva de la sentencia se antepongan las razones sobre las que se apoya (c.

52. L.c. Cfr. también ID., De tutela ... , 192; ID., Sorne Remarks ... , 76; C. GULLO, La pubbli-
cazione degli atti e la discussione della causa, en AA.W., Il processo matrimoniale canonico
(<<Studi Giuridici», 29), Citta del Vaticano 21994, 677-693; 684. Además, F. DANEELS
observa, con razón: «Aliquando asseritur ad ius defensionis partis conventae in causa nulli-
tatis matrimonii tuendum sufficere -si haec pars contra nullitatem militat- ut defensor
vinculi suum munus exercere possit, atque, proinde ius defensionis partis conventae inte-
grum manere, si defensor vinculi acta inspicere valeat. Ad quam obiectionem haec dicenda
sunt: si res ita se haberet, erronea esset iurisprudentia rotalis in re, nam Rota Romana plu-
ries nullitatem insanabilem sententiae declaravit ob ius defensionis parti conventae resi-
stenti denegatum, quamvis defensor vinculi in causa intervenerit; defensor vinculi utique pro
munere suo publico vinculum defendere debet, atvero id non facit de mandato partis con-
ventae, quae proprio iure defensionis gaudet, quo privari nequit; defensio vinculi, si et qua-
tenus pars conventa exercitio iuris defensionis renuntiayit, utique a solo defensore vinculi
exercetur, qua casu adhuc habetur aliquod contradictorii exercitium, de facto et sui generis,
inter partem actricem et defensorem vinculi; solummodo in hac facti specie non requiritur
ut pars conventa resistens acta inspicere valeat, nam ipsa in casu exercitio suae facuLtatis
renuntiavit» (De iure defensionis ... , 257-258; vide también ID., De tutela ... , 190-191).
498 ZENON GROCHOLEWSKI

1612 § 3), y ello no sólo para hacer más fácil su acatamiento, una vez que
sea ejecutiva, sino también para garantizar el derecho de defensa en una
eventual instancia ulterior. El c. 1614 dispone, consecuentemente, que
la sentencia no tiene eficacia alguna antes de su publicación, aunque la
parte dispositiva, con consentimiento del juez, ya se haya dado a cono~
cer a las partes. No se entiende, por eso, cómo podría ser confirmada la
sentencia en grado de apelación sin la debida publicación (c. 1615)>>53.
b) El proceso canónico es de suyo secreto para todos los demás. Hace
notar el Papa en la alocución ya varias veces citada: «Ante todo debe
quedar claro que la "publicidad" del proceso canónico para las partes no
afecta a su naturaleza reservada para todos los demás»54. Juan Pablo II
cita a este respecto: el c. 1455 §§ 1 y 3, sobre el secreto de oficio en el
proceso judicial por parte de los jueces y de los auxiliares del tribunal, y
sobre la facultad del juez de vincular con juramento de secreto a los tes~
tigos y peritos, a las partes y a sus abogados o procuradores; el c. 1475 §
2, sobre la prohibición impuesta al notario y al canciller de proporcionar
copias de las actas judiciales y de los documentos del proceso sin man~
dato del juez; y el c. 1457 § 1, sobre la posibilidad de sancionar al perso~
nal del tribunal por la violación de la ley del secreto.
El Santo Padre indica también el motivo de ese carácter secreto:
«Los fieles, en efecto, se dirigen ordinariamente al tribunal eclesiástico
para resolver su problema de conciencia. En orden a eso dicen, con fre~
cuencia, ciertas cosas que en otro caso no dirían. También los testigos
testifican a menudo bajo la condición, al menos tácita, de que su decla~
ración sirva sólo para el proceso eclesiástico. El tribunal-para el que es
esencial la búsqueda de la verdad objetiva- no puede traicionar su con~
fianza, revelando a extraños 10 que debe permanecer reservado»55. Si, por
ejemplo, para resolver su problema de conciencia, las partes refieren
hechos por los que podrían ser penados en el fuero civil, ¿cómo podría,
en tal caso, el tribunal eclesiástico traicionar su confianza y exponerlos a

53. JUAN PABLO I1, Alloc. 1989, n. 7.


54. Ibid., n. 8.
55. Ibid., n. 9. Añade E DANEELS: «Videtur quod ( ... ) iudex in casu particulari ad evi-
tandum grave et vere imminens periculum illud secretum urgere valeat ut v. gr. a partibus
earumve procuratoribus praeviam scriptam declarationem iuratam ad rem exigere possit,
antequam eis probationes collectas inspicere permittat» (De iure defensionis ... , 265; en la ver-
sión inglesa, 94).
PRINCIPIOS INSPIRADORES DEL PROCESO CANÓNICO ORDINARIO 499

sanciones civiles por haber dicho la verdad en orden a la solución justa


del problema de conciencia?
Por lo demás, el problema del carácter secreto del proceso está tam-
bién presente, aunque en menor medida, en las legislaciones estatales 56 •
En la línea de evitar el peligro de que las actas judiciales del tribu-
nal eclesiástico sean utilizadas para fines extraños a la causa canónica, la
Signatura Apostólica ha debido recordar más de una vez que el c. 1598
§ 1, comentado más arriba: a) permite a las partes, ciertamente, tomar
conocimiento de las actas en la cancillería del tribunal, pero no permite
que se les entreguen copias (lo que llevaría consigo el riesgo de su uso
impropio y de la violación del secreto); b) que a los abogados que lo soli-
citen se les puede entregar copia de las actas -los abogados, en efecto,
son personas de confianza (cfr. c. 1483), no sólo pueden ser obligados al
secreto mediante juramento, como las partes, sino que pueden ser tam-
bién sancionados o excluidos del elenco (cfr. cc. 1487 y 1489)-, pero
éstos no tienen derecho a obtenerlas57 •
Este carácter secreto vale también respecto a las autoridades estatales
(civiles o judiciales), a las que no puede reconocerse un derecho de obte-
ner de los tribunales eclesiásticos las actas judiciales. N i tampoco se
entiende, en las naciones en las que rige la democracia y la separación
entre la Iglesia y el Estado, cómo podría en realidad la jurisdicción ecle-
siástica estar sometida a la estatapa . También de esto ha debido ocuparse

56. Hace notar F. DANEELS: «[I]n the procedurallaw of several nations there are provi-
sions for trials "behind closed doors" to protect the privacy of those involved in the process.
One should remind that the arto 6 of the "European Convention on Human Rights" al so
makes provisions for proceedings where the public is excluded: "... the press and public may
be excluded from all or part of the trial... where the interest of juveniles or the protection
of the private life of the parties so require ..... » (Sorne Remarks ... , 61).
57. Cfr. en la Signatura Apostólica, por ejemplo, prot. nn. 14.393/82 VT, carta de
29.VIlI.1983j 15.229/83 CO, carta de 13.XIl.1983j 20.530/88 VT, carta de 25.1.1989j
21.222/89 VT, carta de 12.IX.89j 21.667/90 VT, decreto de 16.V1.1990j 23.659/92 VT,
decreto de 8.VIlI.92. Cfr. también 27.827/97 VT. Puede ser interesante, en este sentido, la
actitud de la Signatura Apostólica ante un recurso contencioso administrativo interpuesto
por las Hnas. XY contra un decreto de la Congregación para los Religiosos e Institutos Secu-
lares, retirado incluso antes de que se iniciase el tratamiento de la causa. En el caso el Obispo
diocesano pidió a la Signatura Apostólica una copia del recurso. La Signatura Apostólica,
sin embargo, consideró que no podía facilitársela al Obispo, que no era parte en la causa (en
la Signatura Apostólica, prot. n. 19.624/87 CA).
58. Cfr. también F. DANEELS, De iure defensionis ... , 265-266 (en la versión inglesa,
94).
500 ZENON GROCHOLEWSKI

alguna vez la Signatura Apostólica59 , incluso respecto a las autoridades esta,


tales italianas que pretendían obtener las actas de un tribunal eclesiástico60 •
Obviamente este secreto no es absoluto. No significa que el tribunal
eclesiástico no pueda, en uso de su propia discrecionalidad, entregar, por
motivos válidos, las actas o algunos actos a la parte --con el consenti,
miento de la otra parte y de otras personas (por ejemplo, un testigo) cuya
privacy, que debe respetarse, pudiera ser violada; y respetando asimismo el
bien público de la Iglesia- para que pueda usarlos en el fuero civil. El tri,
bunal puede también, con las debidas cautelas, permitir a personas ajenas
a la causa que inspeccionen las actas por motivos de estudio. Este secreto,
además, no prohíbe que el tribunal, eliminando el riesgo de revelar lo que
debe permanecer secreto, publique sus decisiones.

CONCLUSIÓN

Precisamente en el Libro VII se encuentra la afirmación de que la


salvación de las almas debe ser siempre en la Iglesia la suprema ley (cfr.

59. , En un caso, la Corte de Apelación de Nouméa (Nueva Caledonia) ordenó al Arzo-


bispo de aquella ciudad, como moderador del tribunal eclesiástico, que entregara las actas de
una causa de nulidad matrimonial para que pudieran ser usadas en un proceso civil de divor-
cio. Interpuesto recurso contra ese mandato, la Corte de Casación de Francia, con senten-
cia de 29.III.1989, confirmó su propia jurisprudencia respecto a la naturaleza reservada de
las actas del proceso canónico, o sea, sobre el secreto de oficio de las autoridades eclesiásti-
cas respecto a los hechos conocidos por razón del ministerio eclesiástico. Cfr. al respecto O.
ECHAPPÉ, A propos d'un arrét récent de la Cour d'Appel de Nouméa du 28 septembre 1987, en
«L'Année Canonique» 30 (1987), 307-318; ID., Le secret professionnel des juges et des autres
membresdes offzcialités devant la Cour de cassation, en «L'Année Canonique» 32 (1989) 221-
228; en la Signatura Apostólica prot. n. 19.612/87 VAR.
60. En la Signatura Apostólica cfr. prot. nn.: 6643/75 EC, carta de 3.11.1976; 14.393/82
VT, decreto de 2.VI1.l982 y carta de 29.VIII.1983; 26.006/95 VAR; 27.979/95 VT. Qui-
siera añadir que, puesto que se trata evidentemente de actas redactadas en el ámbito del
ejercicio del ministerio religioso, están expresamente tuteladas -por lo que se refiere a Ita-
lia- también por el secreto profesional del que se trata en el arto 200, letra a, del «Codice
italiano .di Procedura Penale», así como por el Acuerdo entre la Santa Sede y la República
Italiana, que introduce modificaciones en el Concordato Lateranense, de 18 de febrero de
1984, el cual en el arto 1 reafirma que el Estado y la Iglesia católica son, cada uno en su pro-
pio orden, independientes y soberanos; y en el arto 4, n. 4, establece: «Oli ecclesiastici non
sono tenuti a dare ai magistrati o ad altre autorita informazioni su persone o materie di cui
siano venuti a conoscenza per ragione del proprio ministero» (AAS 77 [1985]521-531; 522
y 524. En ese sentido, por ejemplo, han respondido a las autoridades judiciales los Vicarios
judiciales de Torino (en la Signatura Apostólica prot. n. 26.006/95 VAR) y de Perugia (en
la Signatura Apostólica prot. n. 27.979/95 VT).
PRINCIPIOS INSPIRAOORES DEL PROCESO CANÓNICO ORDINARIO 501

c. 1752). Por tanto, podría parecer extraño que no la haya mencionado


entre los principios inspiradores de este Libro. Pues bien, además de que
esa afirmación se refiere a todo el Código y expresa el principio funda~
mental de todo el derecho canónico, ha de tenerse en cuenta que ya
estaba presente también cuando se imprimían en el derecho procesal
canónico los principios expuestos, que deben ser interpretados a su luz,
al igual que todas las normas procesales.

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