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Introducción
La política de la virtud
Desde el principio se puede responder que el sabio estoico no se aparta de la política, sino
que actúa en ella, a menos, dice Crisipo que algo se lo impida, ¿qué se lo puede impedir?
Quizá como le pasó Zenón, el cual nunca intervino en la política de Atenas, lo imposibilitaba
su condición de extranjero. Por otro lado, el sabio al participar en la política buscará contener
o erradicar el vicio e invitar a la conducta virtuosa. Una política de la virtud requiere de
entender la parte ética del estoicismo, pero antes es importante señalar que hay una
equivalencia entre la vida concorde a la naturaleza y la vida virtuosa: vivir de acuerdo a la
virtud es vivir de acuerdo a la naturaleza.
La ética está dividida “en la doctrina del impulso (instinto, hormé), y en la sección de
los bienes y los males, en la de las pasiones, la de la virtud, la del fin, la del valor primordial,
la de las acciones y los deberes, y la de elecciones y rechazos.”1. La Virtud (areté) es, en
general, una cierta perfección en cualquier cosa,
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D. Laercio, Vidas de los filósofos ilustres, (trad. C. García), ed. Alianza, Madrid, 2007, 84.
recta razón, o bien una disposición que no pueden vencer los placeres. La paciencia
es la ciencia o el hábito de las cosas en las que hay que mantenerse firme, o no, y de
las neutras. La perspicacia es la disposición para descubrir al punto nuestro deber. El
buen consejo es la ciencia que advierte qué cosas hacer y cómo, para actuar
convenientemente. De modo semejante también de los vicios los unos son primarios,
y los otros, subordinados. Por ejemplo, la insensatez, la cobardía, la injusticia y la
intemperancia están entre los primeros; la incontinencia, la estupidez y la mala
intención entre los secundarios. Los vicios son ignorancias de aquellas cosas cuyo
conocimiento forma las virtudes.2
A su vez la virtud está relacionada con el bien que se entiende como “la perfección según
naturaleza de lo racional en tanto que racional”3, por ello la virtud es ella misma un bien y
todo lo que participe de ella también es bueno. Lo bueno puede ser tanto el objeto, la acción
o el agente de la acción. Lo bueno que es perfecto se llama bello y son cuatro las especies de
lo bello: lo justo, lo valeroso, lo armónico y lo sabio porque hacia estas especies se dirigen
las acciones virtuosas. Hasta este punto virtud, naturaleza, bien y racionalidad guardan
relaciones reciprocas.
En cuanto a la naturaleza y la concordancia o el acuerdo con ella, que ya está
implicado en la virtud y en donde se puede ver de qué naturaleza se trata, es preciso afirmar
que una vida virtuosa lleva a buscar el acuerdo con la naturaleza propia, es decir, la humana,
pero también con la del mundo y lo que hay en él. Y es que la racionalidad es parte de la
naturaleza del ser humano. A este conocimiento se llega por el estudio de la física, pues
gracias a ella se sabe que el alma humana tiene ocho partes: nuestros cinco sentidos, nuestra
naturaleza generativa (seminal), nuestra facultad del habla y la del razonamiento. Las plantas
tienen una función vegetativa, los animales también más el movimiento, pero el ser humano
tiene, además de lo anterior, la racionalidad. Este atributo del ser humano es también atributo
del mundo pues el mundo es algo divino y racional que ordena todo. De todo esto se sigue
que el hombre tiene que conocer el orden de las cosas para poder actuar con sabiduría.
Cualquier organización política tendría que tomar sus decisiones respetando la physis,
incluso tendría que decirse que la poli debe estar fundada en esta. Sin embargo, es preciso
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Íbidem 92-93
3
Ibidem 94
tener en cuenta la especificidad de la naturaleza humana y lo que no va de acuerdo a ella; en
este punto es fundamental la doctrina de las pasiones y la de lo indiferente.
Las pasiones pueden entenderse como un movimiento irracional del alma o como impulsos
excesivos. Hay cuatro géneros de pasiones: la pena, el temor, el deseo y el placer, a su vez
estas tienen diversas especies. Sin embargo, aun cuando hay afecciones malas, como estas
pasiones, hay también tres géneros de afecciones buenas: la alegría, la cautela y la decisión.
El sabio estoico es desapasionado, apático. Ser libre en cuanto a las pasiones es estar liberado
de ellas.
Por su parte lo indiferente es aquello que no es ni bueno ni malo. Pero entre lo
indiferente hay cosas que son preferibles y no preferibles y tiene dos sentidos “En uno a las
cosas que no contribuyen ni a la felicidad ni a la desdicha, como son riqueza, fama, salud,
vigor y las parecidas. En otro sentido se dicen indiferentes las cosas que no provocan ni
atracción ni rechazo”4.
Tomando en cuenta estos aspectos de la ética estoica ¿qué tipo de idea de política nos
podemos formar de manera provisional? El papel del estoico en la política al promover la
virtud, los bienes y la apatía es un esfuerzo para contribuir a la felicidad de los ciudadanos.
Pero, además, para el estoico no se trata de hacer ciudadanos y una política de lo particular
sino una universal pues en la república de Zenón
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Íbid 104
democrática, aristocrática o monárquica? “El mejor régimen de gobierno es una mezcla de
democracia, monarquía y aristocracia”5. Sin embargo, esta respuesta no aclara en que
proporción debería ser esa mezcla, ni siquiera suponiendo que sea una mezcla equilibrada.
Tomando en cuenta que solo los sabios “son los únicos magistrados, jueces y oradores, y no
lo es ninguno de los necios”6 , pero que también trata de educar a todos en vistas a la vida
buena estoica la aspiración del estoico sería democrática, pero una democracia en la que el
pueblo es virtuoso.
Conclusión
El sabio en la política no hará otra cosa que enseñar y ver que se cumpla la doctrina estoica
tanto en la lógica, la física y la ética en vistas a un Estado universal. Además, el estoico no
se conforma ni resigna ante el poderoso si este es irracional y está dominado por las pasiones.
Con la doctrina estoica se puede suponer que el sabio tendría que ser prudente y valiente
frente a situaciones en las que se confronta con algún poderoso irracional o colectivos
humanos irracionales. La política estoica sería en primera lugar una política de la virtud y se
promovería en primer lugar este bien. Que el pueblo sea rico y saludable sería algo indiferente
pero preferible.
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Íbidem 131
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Íbidem 124
Bibliografía
D. Laercio, Vidas de los filósofos ilustres, (trad. C. García), ed. Alianza, Madrid, 2007