You are on page 1of 3

En busca de un lenguaje cada vez más

inclusivo: ¿qué hacemos con el neutro?


El género gramatical masculino para designar plurales o colectivos comenzó a hacerle
ruido a mucha gente y por eso todxs, todes y tod@s son las variables que, de a poco,
logran ganarse un lugar en el habla cotidiana de los argentinos Fuente: LA NACION
Mariana Fusaro
0 17 de marzo de 2018

Esta nota va a tener muchas x. Más que nada, x como símbolo de incógnita, igual que en
las ecuaciones matemáticas, solo que aquí van a quedar todas sin despejar. ¿Qué tal si,
por ejemplo, la fórmula común y corriente para denominar al conjunto de habitantes de
Buenos Aires fuera "las porteñas"? ¿Y, entonces, en las publicidades del gobierno de la
ciudad en la vía pública viéramos campañas como "Cuidémonos de la gripe entre todas"
o "Juntas hagamos realidad las ideas de las vecinas"? ¿Cómo sería el mundo si el botón
del homebanking dijera "atención a la clienta", las redes sociales mostraran "usuaria" y
"seguidoras" o si "las millennials", "las consumidoras" y, ya que viene al caso, "las
hablantes del castellano" fueran las formas naturalizadas para referirnos a grupos que
contienen a todos los géneros? Si hace ruido, se entendió la idea. Tener la sensación de
quedar fuera del lenguaje es, por lo menos, raro. Si googlean van a encontrar muchos
estudios especializados, y no solo feministas, sobre el tema.

Es que el hecho de que sigamos usando el género gramatical masculino para designar
plurales o colectivos que no abarcan únicamente a personas de género masculino le está
haciendo ruido a mucha gente. Si sumáramos a las mujeres -se llamen o no a sí mismas
feministas-, y a las personas que se llaman a sí mismas LGBTTIQNB+ (lesbianas, gays,
bisexuales, trans, travestis, intergénero, queer, no binarios y más denominaciones por
cristalizar), estaríamos hablando de la mayoría de quienes utilizan cualquiera de las
lenguas de este planeta.

Las ideas y la comprensión de la humanidad sobre el género, tanto desde el punto de


vista científico como social y también individual, íntimo, están atravesando una
transformación formidable. Una prueba contundente es la cantidad de gente que se
considera no binaria, una categoría amplia, donde caben muchas otras, que hasta hace
muy poco ni siquiera tenía nombre. Y que significa que hay una generación, o quizá dos
-comenzando en la infancia-, que ya no solo se está cuestionando el género que le fue
asignado al nacer: se niega a meterse en el sistema basado en la dicotomía fija mujer-
hombre. "Existe una revolución del género", dice Adrián Helien, el médico psiquiatra
que coordina el Grupo de Atención a Personas Transexuales del Hospital Durand, donde
los últimos diez años la edad promedio de consulta bajó de los 35 a los 17 años, y sigue
en descenso. "Es algo que está sucediendo de manera vertiginosa y en realidad muy
brutal; es un súper cambio que el binario varón-mujer, el modelo héteronormativo, haya
estallado en pedazos. Lo hétero era la norma, y todo lo demás no existía. O estaba
socialmente mal visto, o era patologizado. Lo más importante, para mí, es que el binario
hoy claramente no alcanza para definir a las personas, que no quieren entrar en esos
cajones que hasta hace poco marcaban 'lo normal'. Entonces, la gente empieza a
adueñarse del género y hay infinitos cajones, infinitas denominaciones". Fluido,
antigénero, bigénero, multigénero, pangénero, ultigénero; todas van más allá del
binario.

Así que, para contextualizar algo más la incógnita central de esta nota: entre la lucha
imparable de las mujeres por la igualdad en todos los frentes; las nuevas identidades de
género que desbordan todos los patrones y también dan batalla (la ley argentina de 2012
fue pionera en el reconocimiento de sus derechos); y una cultura digital global,
democratizando el acceso a la información y a la expresión a la velocidad del rayo;
francamente, ¿alguien creía que todo el mundo se iba a quedar en el molde de un
masculino gramatical como única opción para denotar 'plural universal'?

Tiempo de polisemias
"El hecho de que el masculino se haya puesto a sí mismo como referencia neutra del
mundo no me parece casual", dice Santiago Kalinowski, director del departamento de
investigaciones lingüísticas y filológicas de la Academia Argentina de Letras. "Para mí
es legítima la pregunta de por qué pasó que el género gramatical femenino solo es
femenino, mientras el masculino también es no marcado. Y es algo que se puede
responder al cabo de una larga investigación antropológica, pero hunde sus causas en la
prehistoria de la humanidad. Tal vez es una continuidad de la situación en la que la
fuerza física era la condición principal de la supervivencia, en un momento, que es
sumamente reciente para la especie, en el cual ese paradigma cambió. Para la gramática,
que lleva con nosotros cientos de miles y acaso algún millón de años, estos cambios en
la sociedad son del último segundo. Y por eso la cosa está codificada como está".

Así es como la cultura popular contemporánea convirtió, por su cuenta, a esa x que
reemplaza a la a y la o en el símbolo de la polisemia por excelencia: significa "no
femenino ni masculino", pero también una fractura, un llamado de atención. Un desafío:
completame como quieras. "Lejos de cerrar, la x abre", resume Sasa Testa, activista,
docente e investigadorx queer. "Yo tengo esta política; y como tengo que recurrir al
lenguaje, escribo con x. Ahora, atendiendo a lo que la misma academia dice, que leemos
de manera gestáltica, no hago una nota al pie aclarando por qué uso la x. Yo apelo a
priori a la Gestalt y a la estructura profunda chomskiana para que quien lee reponga en
esa x lo que quiera, lo que sepa, lo que pueda. En una aclaración se sigue sosteniendo la
lógica de la norma; te estoy diciendo 'perdón por correrme de la norma'. Yo no siento
que le tenga que aclarar nada a ninguna norma. Porque la norma es el eufemismo del
poder".

Los pronombres personales él y ella pueden transformarse en le o elle/elles. Y la x en e,


sobre todo en la oralidad, para poder pronunciarse. "Estas formas que estamos viendo
son recursos de intervención del discurso público, que persiguen el fin de denunciar y
poner en evidencia una injusticia en la sociedad", dice Kalinowski, aclarando siempre
que se trata de su mirada, ya que la Academia Argentina de Letras no se expidió sobre
la materia. "Desde el punto de vista de las organizaciones sociales que buscan la
corrección de esa injusticia, es perfectamente legítimo valerse de los recursos que
provee la lengua. Lo que no podemos pretender es que estén codificados en la gramática
inmediatamente".

La RAE, sin embargo, se apuró a poner el grito en el cielo, aunque solo contra el
lenguaje inclusivo feminista (sus definiciones se basan en los conceptos de sexo y
colectivo mixto). El debate tiene un nivel de violencia importante, a pesar de que los
cambios lingüísticos son procesos, llevan tiempo y no dependen de que una institución
ni un grupo de organizaciones los decida. Son tan difíciles de controlar como de
predecir, así que nadie puede decir dónde terminará esto. ¿Una lengua que invisibilice
toda marca de género -binarixs, no binarixs- será la expresión de una sociedad
igualitaria? ¿O encontraremos formas de que todxs nos volvamos igual de visibles?
Mientras muchxs están expectantes de cómo seguirá interviniendo la policía del género
(humano y gramatical), no les quepa duda de que la lengua, como la vida, siempre va a
abrirse camino. Porque lxs que tenemos el poder sobre ella somos nosotras, nosotros y
nosotres, que la hacemos todos los días.

https://www.lanacion.com.ar/2117655-en-busca-de-un-lenguaje-cada-vez-mas-inclusivo-que-
hacemos-con-el-neutro

You might also like