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Los círculos de silencio sirven precisamente para no ser indiferentes, para no callarnos, para
que nuestro silencio sirva de denuncia. La comunidad internacional puede hacer más por
evitar o terminar con los conflictos de Oriente Medio y de África, que provocan millones de
refugiados.
Denunciamos una vez más la producción y venta de armas a países en conflicto, en la que
también España participa, mientras mueren de hambre diariamente 60.000 personas.
Denunciamos que la Unión Europea y sus países miembros reaccionan ante la crisis de
refugiados levantando más barreras, que provocan muertes, o externalizando las fronteras,
dando dinero a los países de alrededor para que sean ellos quienes frenen a las personas que
quieren ejercer su derecho a la protección internacional.
Pedimos una mayor implicación de los gobiernos con la ayuda al desarrollo, que mire más a las
personas que a los intereses financieros. Pedimos una mayor implicación en la resolución de
los conflictos bélicos y un trabajo comprometido por la paz de todos los pueblos.
¿Y qué hacer con las personas que ya están aquí, o a las puertas? Podemos tender la mano con
la acogida y hospitalidad, con la solidaridad. Sin mirar su condición de regular o irregular, sino
pensando en la dignidad de la persona. Abramos los ojos a experiencias de integración que
previenen la discriminación, el racismo y la xenofobia.
¿Cuántas muertes más en el camino hacen falta? Que hoy y siempre tengamos ánimos y
lucidez para denunciar la falta de derechos humanos, contribuir a trasformar la sociedad,
desde lo más cercano en nuestras casas, escuelas, ciudades, hasta la valla o en barca al pie de
las fronteras.