You are on page 1of 1

miércoles, 11 de abril de 2012

Puede que la sonrisa sea la distancia más corta entre dos personas. Pero la risa es otra cosa... En ciertos ambientes,
el filósofo puede resultar ridículo... Legendario ridículo el que hizo Tales delante de la criada, o el que tal vez hiciera
Sócrates ante el tribunal que le juzgaba.
En un diálogo de Platón (Gorgias), Calicles le reprocha a Sócrates que la filosofía sea cosa de risa si se practica
fuera de tiempo. Le reconoce –eso sí- cierto valor educativo, “y no es desdoro filosofar mientras se es joven; pero, si
cuando uno es ya hombre de edad aún filosofa, el hecho resulta ridículo, Sócrates, y yo experimento la misma
impresión ante los que filosofan que ante los que pronuncian mal y juguetean” (485ª).
Esta risa -un tanto irritada- del libertino, del desenfrenado, delante de quien, como Sócrates, dedica su talento a la
búsqueda de la verdad y la virtud, y no a la procura de utilidades y placeres, tiene muy poco que ver con la risa
benevolente de la que nos habla Aristóteles.
El Estagirita entiende por ridículo lo feo estético y lo feo moral: lo anómalo, irregular, torpe, absurdo… El humor
cómico surge, según Aristóteles, de una forma de engaño y desconcierto ante lo que nos coge desprevenidos y no
daña. Lo ridículo puede así definirse como defecto o deformidad que no produce dolor o daño a los demás.
En su Ética a Nicómaco, Aristóteles relaciona la risa con las virtudes y el juego. Como el juego, el humor como
diversión tiene su recompensa en el placer que nos causa la actividad misma, igual que la virtud y la felicidad. Pero no
podemos estar divirtiéndonos siempre, pues la seriedad, y no la comicidad, es la virtud rectora de la vida. Los que se
exceden en lo que hace reír son considerados por Aristóteles bufones vulgares, siendo así que la mayoría de los
hombres se complacen con las bromas y burlas más de lo debido, molestando a otras personas. Tal chocarrería es tan
extremosa como la del áspero e intratable que no se ríe nunca, que carece por completo de sentido del humor. “El que
es gracioso y distinguido se comportará, pues, como si él fuera su propia ley. Tal es el término medio, ya se lo defina
por su tacto o por su viveza de ingenio” (Ética a Nicómaco, IV, 8).

Aunque la vida requiera seriedad, ¡y la economía no digamos!, más tal vez que la filosofía, el poseer sentido del
humor también me parece a mí cosa existencialmente seria. Nunca he despreciado a la protagonista de aquella copla,
quien se casó con un enano por hartarse de reír, ¡ole ahí! Mejor enano y gracioso, que alto, guapo y singracia.

Hobbes, de otro modo que Aristóteles, desarrolló una teoría de la risa como superiorioridad frente al defecto del
prójimo, una teoría de la risa malevolente. "Hiena de risa" -podríamos decir-, sin caer en solecismo. "El hombre es para
el hombre como un lobo, ¡y como una hiena!". No debe extrañar que Hobbes pensase así, teniendo en cuenta la baja
consideración que le merecían los instintos generales e innatos del pueblo llano, y del humano en general.
El estado de humor que provoca risa sería un sentimiento de superioridad, a sudden glory, una vanidad súbita
causada por un acto propio con el que uno se complace, o por “cierta deformidad en otro, con relación a la cual uno se
siente súbitamente superior” (Leviathan, I, 7ª). La risa es así "el humo" de la soberbia, que mira por encima del hombro
las debilidades e impericias de los demás, que se jacta riente –como Calicles frente a Sócrates- con afán de dominio,
de las propias “virtudes” y habilidades conducentes al éxito.
Según Hobbes, la risa adopta cuatro situaciones. 1) Se ríen los hombres deseosos de aplauso con las cosas que
hacen bien; 2) con sus propios chistes; 3) de las debilidades de los demás; y 4) de las gracias cuyo ingenio consiste en
un elegante descubrir y representar en nuestras mentes algún absurdo ajeno.
¡Menos mal que nos queda esta cuarta instancia, para reír sin vergüenza, e impunemente! Aunque, y contra
Hobbes, creo que es perfectamente posible reírse también del absurdo de sí mismo. En esto, el pueblo andaluz ha
resultado maestro.

Bibliografía
Platón. Diálogos, II, Gredos, Madrid 1983.
José Luis Suárez Rodríguez. Filosofía y humor. El guiño de la lechuza. Apis, Madrid 1988.

José Biedma en 19:13

You might also like