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Nietzsche va a encontrar en sus tesis sobre la utilidad o valor de la historia en un contexto

donde la filosofía alemana de Hegel tendrá una significación social apremiada, consolidada
sobre las bases de una “cultura ulterior” de la época, donde se exaltaba el conocimiento
científico como instancia superadora y pertinente al conjunto de doctos por sobre muchos
aspectos de la vida. En ese contexto Nietzsche va a describir como la historia (su uso) va en
detrimento de lo esencialmente humano y su característica más particular: vivir. Por esa razón,
encontrara en la historia (entendida como tal en ese contexto) como el cumulo de un bagaje
propio de un sector social que se apropia de la historia en detrimento de la vida, de la
construcción y superación personal, para figurar como un elemento servil sin características
“útiles”, a menos que sea tratada y trabajada desde otro ángulo.

“Historia como enemigo de lo necesario e historia para la vida y para la acción” se configuran
como tesis en sus escritos, y por medio de ellos intenta describir el avance erudito de su
sociedad. Nietzsche encuentra una subsunción de la historia a la vida, como la subordinación
de la vida frente a una ciencia pura. Hace una relación entre lo histórico y lo ahistórico para
describir las realidades que atentan frente a la felicidad del hombre. Con ello manifiesta la
importancia del presente y del olvido, categorizando esta forma de entender la historia como
una suprahistoria, propia de un sujeto superador de la categorización especifica del presente y
del erudito atrapado en el pasado. Sobre este punto manifiesta “lo ahistórico y lo histórico son
en igual medida necesarios para la salud de un individuo, de un pueblo o de una cultura”. Esta
vivificación del presente se expresa como “una atmosfera envolvente” en la cual se manifiesta
realmente la vida, donde el autor define lo “auténticamente humano”; mientras que por medio
del exceso histórico el hombre deja de serlo. Los hombres históricos están caracterizado por
una pulsión tendiente hacia el futuro, hacia la idea de progreso, donde la justicia y la felicidad
está en el horizonte. Encuentra en esta disyuntiva una contraposición entre vida y
conocimiento. Es por ello que se opondrá a una Historia y sobre esta tesis es que circunscribe
toda la crítica y la descripción del hacer histórico de sus contemporáneos, describiendo tres
maneras sobre la cual se aborda la historia y que le pertenece al ser vivo: como alguien que
necesitar actuar y esforzarse, como alguien que necesita venerar y conservar, y como alguien
que sufre y necesita liberarse; en este sentido es que describe una historia monumental, una
anticuaria y una crítica.

El autor afirma que mediante la historia monumental el “hombre activo” logra escapar de la
resignación y del hastío que no encuentra en su presente ni en sus camaradas, mirando hacia
atrás en dirección a los grandes hombres que con su fuerte conciencia supieron significar con
una obra o una acción los momentos históricos más entrañables, prescindiendo de las causas
que lo hicieron posible y adjudicando al fenómeno un “efecto en sí”. Cuando la historia
monumental se presenta, lo hace junto a ella el olvido de grandes partes del pasado. Este
aspecto monumental del pasado no deja nacer nuevas expresiones históricas, ya que todo el
devenir quedará eclipsado sobre lo ya sucedido. Por otro lado, la historia anticuaria se reserva
el papel del pasado en tanto sirva para describirse a sí mismo como hombre, pueblo o cultura,
“perseverando en lo habitual y venerablemente antiguo” con una capacidad exacerbada de
particularismo, donde el presente no es más que el punto muerto desde donde se mira al pasado.
Nietzsche afirma que “la historia anticuaria únicamente es capaz y entiende de conservar la
vida, pero no de engendrarla”. Por último, la historia crítica es la encargada de llevar el pasado
a juicio, para finalmente condenarlo y destruirlo sin ningún ánimo o impulso constructivo. Esto
se relaciona con la aniquilación del pasado, con aquello que por alguna razón necesita ser
olvidado, convirtiéndose la historia en el espadachín de la (in)justicia. Bajo estas
características, considera al hombre moderno como “enciclopedias ambulantes” donde
contenido y forma, interior y exterior, cobra impulso, y son estas mismas manifestaciones lo
que alejarían al hombre del rompimiento de cadenas hacia la madurez del individuo, hacia
libertad, la superación, la felicidad.

La idea hegeliana de entender la historia como proceso se circunscribe en la separación de lo


histórico subordinado a una estructura configurada por la razón, y es ésta quien debe determinar
la matriz por la cual la historia puede ser aprehendida universalmente: “lo sucedido y la
independencia del concepto se oponen mutuamente”, afirma Hegel. De esta manera debe
encontrarse en la historia un fin universal, desprovisto del espíritu subjetivo y del ánimo,
contrariamente debe ser aprehendido por la razón, que no buscaría un fin particular y finito,
sino absoluto. La historia como proceso es, entonces, el curso racional y necesario del espíritu
universal, es la sustancia de la historia. Nietzsche cuestionara que este ideario de objetividad
esta contagiado por la noción de que la ciencia comienza a dominar sobre la vida, y donde
afirma que “hoy todo filosofar moderno está limitado de manera aparente erudita, policial y
políticamente, por gobiernos, iglesias, academias, costumbres y por la propia cobardía de los
hombres”.

Intentando una apropiación actual de lo expuesto por Nietzsche, podemos inferir estas maneras
sobre las que se aborda la historia como “la historia de grandes hombres” de corte positivista
(monumental), la historia erudita capaz de salvaguardar todo vestigio de humanidad “cultural”
(anticuaria), y la historia revisionista capaz de amordazar bajo un compendio de juicios y
prejuicios actuales los hechos del pasado (crítica). Uno de los aspectos interesantes que se
desprenden del escrito es cuando Nietzsche afirma que “lo que se enseña no se convierte en
vida”.

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