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ERNEST HEMINGWAY

Las nieves
del Kilimanjaro

GALERÍA LITERARIA

Caralt
u

tirantez de su relación con su esposa se va desvelando a


11 través de los pensamientos que su febril imaginación hace
:1 brotar a borbotones. Este relato tiene justa fama de ser el
:¡·
paradigma.ejemplar de la narración breve.

La corta y feliz vida de Francis Macornber está en la mis-

ma línea, de Las nieves del Kilirnanjaro, narrando las relacio-
·nes de pareja en un marco exótico y con un final trágico,
como trágicas son también las situaciones en El anciano Las nieves del Kilimanjaro
11 del puente y La capital del mundo, dos relatos ambientados
·i en España. El primero es cronológicamente el último de
~ los relatos del libro y fue enviado por telégrafo desde Bar-
El Kilimanjaro es una montaña cubierta de nieve, de
celona a la redacción de la revista Ken-que lo publicó
5.913 metros de altura, y dicen que es la más alta d e
por primera vez- y narra la huida de la población civil
tras la llegada de l as tropas franquistas al Mediterráneo, África. Su nombre en masai es «Ngaje Ngai», L a Casa
en abril de 1938. El segundo ahonda en el tema taurino, de Dios. Cerca de la cima se encuentra el esqueleto seco y
una de las pasiones del escritor. helado de un leopardo, y nadie ha podido explicar nun-
Para terminar, Alfa en Michigan es la historia de una ca qué buscaba el leopardo por aquellas alturas.
ilusión amorosa, es la historia de Liz y Jim.

-Lo sorprendente es que no duele -dijo-. Así se


sabe cuándo empieza.
-¿De verdad?
-Absolutamente. Aunque siento mucho lo del olor.
No se puede evitar, y debe molestarte, ¿no?
-¡N ol No digas eso, por favor.
-Míralos. ¿Será la vista o el olor lo que los atrae?
El catre donde yacía el hombre estaba situado a la
somb ra de una ancha mimosa. Ahora dirigía su mirada
hacia el resplandor de la llanura, mientras tres de esas
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grandes aves se agazapaban en posición obscena y otras Así p odemos discutir y eso no deja de ser un buen pasa-
doce atravesaban el cielo> provocando fugaces sombras tiempo.
al pasar. - P ara mí no. Yo nunca quiero discutir, y será me-
-No se h an movido de allí desde el día en que nos jor que no lo hagamos más. No demos más importancia
quedamos sin camió n - dij o-. Hoy, por primera vez, a mis nervios , tampoco. Quizá vuelvan h oy mismo con
han hajado al suelo. H e observado que al principio h an otro camión. Tal vez llegue la avioneta ...
volado con precaución> com o si temieran que quisiera -No quier o moverme -manifestó el h ombre-.
cogerlas para mi despensa. Y es gracioso> porque ocurri- Ahora ya no vale la pena; ú nicam ente lo haría si supiera
rá justo lo contrario. que con ello te ibas a sentir mejor.
-Ojalá no fuese así. -Eso es h ablar por cobardía.
-Es un decir. Si h ablo, m e resulta más fácil sop or- -¿No p uedes dejar que un h ombre muera lo más
tarlo. Pero n o lo hago para molestarte>por supuesto. tranquilamente posible, sin insultarlo? ¿Qué ganas con
- Y a sabes que n o me m olesta -contestó ella-. ¡Me abroncarme?
pone tan n erviosa no poder hacer nada! Creo que d ebe- -Es que no te vas a morir.
ríamos calmarnos h asta que llegue la avioneta. -No seas tonta. Ya me estoy muriendo. Pregunta a
-O hasta que n o llegue ... esos cabrones - y levan tó la vista hacia los enormes y
-Dime qué puedo hacer. T e lo ruego. Ha de haber repugn antes pájaros> con las cabezas peladas hundidas
algo que yo pueda hacer. entre las abultadas plumas_. En aquel inst ante baj ó otro
-Puedes llevarte la pierna, eso los detendría> pero Y> después de correr con rapidez> se acercó lentamente
lo dudo. Tal vez será m ejor que m e mates. Aprovecha h acia el grupo.
ahora que tienes m ejor puntería. Y o te enseñé a dispa- -Siempre están cerca de los campamentos. Ni te das
rar> ¿no? cuenta de que están. Además, no te morirás si no t e aban-
-No me hables así, por favor. ¿Quieres que te lea donas ...
algo? - ¿Dónde has leído eso? ¡Eres rematadamente estú-
-¿Leerme qué? pida!
-Cualquier libro de los que n o hayamos leído. Han -Podrías pensar en los demás.
quedado algunos. - ¡Por el amor de Dios! - exclamó-. Eso es lo que
-No podría prestar atención. Hablar es más fácil. he estado haciendo.
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Luego se quedó quieto y callado durante un rato y -Al contrario. Me sentará bien.
miró, a través de la cálida luz trémula de la llanura, la «Al fin y al cabo, ya ha terminado todo -pensó-.
zona cubierta de arbustos. Por momentos, parecían ga- Ahora no tendré oportunidad de acabarlo. Así conclui-
tos salvajes, y, más lejos, divisó una manada -de cebras, rán para siempre las discusiones acerca de si la bebida es
blanca contra el verde de la maleza. Era un campamento buena o mala.»
precioso, sin duda. Estaba situado bajo grandes .árboles y Desde que le empezó la gangrena en la pierna dere-
al pie de una colina. El agua allí era bastante buena y en cha no había sentido dolor, y también el miedo había de-
las cercanías había un manantial casi seco por donde los saparecido, de modo que lo único que sentÍa era un gran
guacos de las arenas volaban por la mañana.· cansancio y la rabia que le provocaba saber que eso era el
-¿No quieres que te lea, entonces? -preguntó la mu- _ fin. Tenía muy poca curiosidad por lo que ocurriría lue-
jer, que estaba sentada en una silla de lona, )unto al ca- go. Durante años le había obsesionado, sí, pero ahora no
tre-. Se está levantando brisa. representaba esencialmente nada. Lo raro era la facilidad
-No, gracias. con que se soportaba la situación estando cansado.
-Quizá venga el camión ... Y a no escribiría nunca las cosas que había dejado para
-Al diablo con el camión. Me importa ~n comino. cuando tuviera la experiencia suficiente para escribirlas.
_:_Pues a mí sí me importa. Y tampoco vería su fracaso al tratar de hacerlo. Quizá
-A ti también te importan un bledo muchas cosas fuesen cosas que uno nunca puede escribir, y por eso las
que para mí tienen valor. va postergando una y otra vez. Pero ahora nunca podría
-No tantas, Harry. saberlo con certeza.
-¿Qué te parece si bebemos algo? -Ojalá no hubiera venido a este lugar -dijo la mu-
-Te hará daño. Te dijeron que debías evitar todo jer. Le estaba observando mientras sostenía el vaso con
contacto con el alcohol. No te conviene. la mano y se mordía los labios-. En París no te hubiera
-¡Molo! -gritó él. ocurrido nada semejante. Siempre has dicho que París
-Sí, Bwana. te gustaba. Podríamos habernos quedado allí o haber ido
-Trae whisky con soda. a cualquier otro sitio. Y o hubiera estado dispuesta a ir a
-Sí, Bwana. otra parte. Dije que iría adonde tú quisieras. Pero si te-
-No deberías beber -le reprochó la mujer-. Eso nías ganas de cazar podríamos haber ido a Hungría y
es lo que yo entiendo por abandono. Sé que te hará daño. vivir con más comodidad y seguridad.
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-¡Tu maldito dinero! -No -respondió el hombre-. Creo gu e n unca te
-Eso n o es justo. Bien sabes que siempre ha sido tan h e querido .
tuyo como mío. Lo h e abandonado tod o, te h e seguido -¿Qu é estás dicien do, Harry? ¡Has perdido la ca-
p or todas partes y h e h echo todo lo que tú has querido beza!
que hiciese. P ero ojalá jamás hubiera pisado estas tierras. -Ni siquiera tengo cab eza que perder.
-Dijiste que esto te gustaba mucho. -No bebas eso. No b ebas más, cariño. Te lo r uego.
-Sí, p ero cuando tú estabas bien. Ahora lo odio. T enemos que hacer todo lo que podamos.
Y n o entiendo p or qué tuvo que sucederte lo de la pier- -Hazlo tú. Yo estoy cansado.
na. ¿Qué h emos hecho para m erecer esto?
-Creo que lo que hice fue o lv idarme de ponerle
yodo a la pierna en seguida. Entonces no le di. importan- Ahora veía mentalmente una estación de tren en
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cia porque nunca había tenido ninguna infección. Y des- Karagatch. El estaba de pie junto a su equipaje. La p oten-
pués, cuando ·emp eor ó la herida y tuvimos que utilizar te luz delantera del Orient Express atravesó la oscuridad
esa débil solución fénica, p o r haberse acabado los otros y abandonó Tracia después de la retirada. Ésta era una
antisépticos, se paralizaron los vasos sang~Íneos y co- de las cosas qu e se había reservado para escribir en otra
menzo' 1a gan gren a -y, miran
• d o 1a, agrego-:¿ Q ue mas!'
I I I I "\ ocasión, lo mismo qu e lo ocurrido aquella mañana, a la
-No me refiero a eso. hora del desayuno, cu ando estaba mirando por la v enta-
-Si hubiésemos contratado a un buen mecánico en na las mon tañas búlgaras cubiertas de nieve, y la secreta-
vez de a un imbécil condu ctor kikuyú, hubiera compro- ria del viejo Nansen le preguntó al anciano si eso era
b ado si había combustible y no hubiera dej ado que se nieve. Éste la miró y le dijo: «No, no es nieve. Aún no ha
gastara ese COJlnete ... llegado la época de las n evadas». Entonces, la secretaria
-No estoy hablando de eso. informó a las otras ch icas. «No. Corno ven, n o es nieve.»
-Si no te hubieses separado de tu gente, de tu maldi- Y todas decían: «No es nieve. Estábamos equivocadas».
ta gente de Old Westbury, de Saratoga, de Palm Beach, P ero lo cierto es q u e sí era nieve y él las hizo salir cuando
para seguirme ... efectuó algún cambio en el plan de poblaciones. Y era
-Es que te quería. No tienes razón al hablar así. nieve lo que pisaron ese inviern o, h asta que m urieron ...
Sigo queriéndote y te querré siempre. ¿Es que tú no me Y era nieve también lo que cayó durante toda la se-
quieres? mana de Navidad, aquel año en que vivían en la casa del
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nieve, jugaban; y si había mucha, también. Pensó en que
leñador, con aquel gran horno cuadrado de porcelana
gran parte de su vida se la había pasado jugando.
que ocupaba la mitad del cuarto, y dormían sobre col-
Pero nunca había escrito una línea acerca de aque-
chones rellenos de hojas de haya. Fue la época en que
llo, ni de ese claro y frío día de Navidad, con las mon ta-
llegó aquel desertor con los pies sang;ando en la nieve
ñas a lo lejos, a través de la llanura que había recorrido
para decirle que la policía estaba siguiéndole el rastro.
Barker después de cruzar las líneas para bombardear el
Le dieron calcetines de lana y entretuvieron a los gen-
tren que llevaba a los oficiales austríacos licenciados,
darmes con la charla hasta que las huellas hubieron
ametrallándolos mientras ellos se dispersaban y huían.
desaparecido. Recordó que Barker se reunió después con ellos y empe-
En Schrunz, el día de Navidad·, la nieve brillaba tan-
zó a relatar lo sucedido, con toda tranquilidad, y luego
to que hacía daño a los ojos cuando uno miraba desde
dijo: «¡Asesino de mierda!».
la taberna y veía a la gente que volvía de la iglesia. Fue
Y con los mismos austríacos que había matado había
entonces cuando subieron por la carretera surcada de
esquiado después. No; no con los mismos, no. Hans, con
huellas de trineos y de un color amarillento como la
quien esquió durante todo el año, estaba en los Kaiser-
orina> que se extendía a lo largo del río, con empinadas
Jaggers, y cuando fueron juntos a cazar liebres al valle,
colinas cubiertas de pinos, mientras llevaban los esquíes
conversaron encima del aserradero sobre la batalla de
al hombro. Fue allí donde efectuaron ese desenfrenado
Pasubio y el 'ataque a Perticara y Asalone, y jamás escri-
descenso por el glaciar, para ir a la Madlener-Haus. La
bió una palabra de todo eso. Ni tampoco del Monte Ca-
nieve parecía una tarta helada que se desmenuzaba c·omo
rona, ni de lo que ocurrió en Sette Communi, ni de lo de
una capa de azúcar .. Recordaba el silencioso Ímpetu de la
• I I' . Arsiero.
carrera> mientras ca1an como paJaros.
¿Cuántos inviernos había pasado en el Vorarlberg
La ventisca los hizo permanecer una semana en la
y en el Arlberg? Fueron cuatro, y recordó la escena del
Madlener-Haus, jugando a las cartas y fumando a la luz
hombre que quería vender un zorro, cuando fueron a
de un quinqué. Las apuestas iban en aumento a medida
pie a Bludenz, esa vez para comprar regalos, el gusto
que Herr Lent perdía. Finalmente, lo perdió todo. Todo:
a cereza de un buen kirsch y el Ímpetu de la corrida a
el dinero que ganaba con la escuela de esquí, las ganan-
través de la nieve blanda mientras cantaban: «¡Hi! ¡Ho!,
c ias de la temporada y también su capital. Lo veía ahora
¡dij o Rolly!».
con su nariz larga mientras recogía las cartas ·y las descu-
Así recorrieron el último trecho que los separaba
bría, «Sans Voir». Se pasaban el día jugando. Si no había
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del empinado declive y siguiero~ ·en línea recta pasando -Está bien. M e callaré; no quiero ofenderte.
tres veces por el huerto; luego salieron y cruzaron la zanja - Y a es un poco tarde, ¿no?
. para entrar por el último camino helado, detrás de la ta- -De acuerdo. Entonces seguiré hiriéndote. Es más
berna. Allí se desataron los esquíes y los apoyaron con- divertido, ya que ahora no p u edo h acer lo único que
tra la pared de madera del edificio. Por la ventana salía la realmente me ha gustado hacer contigo.
luz del quinqué y se oían las n otas de un acordeón que -No, eso n o es verdad. Te gustaban muchas cosas y
alegraba el ambiente interior, cálido, lleno de humo y de yo h ac1a 1o que tu quenas.
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aroma a vino fresco. -¡Por el amor de Dios! Deja ya de fanfarronear,


¿quieres?
La miró y vio que· estaba llo rando .
-¿Dónde nos alojábamos, en París? -preguntó a 1a -Escucha - le dijo-. ¿Crees que me resulta diverti-
mujer, que seguía sentada a su lado en la silla de lona; en do hacer esto? Francamente, no sé por qué lo hago. Será
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Africa. · para tratar de mantenerte viva, me imagino. Me encon-
-En el Crillon, ya lo sabes: traba muy bien cuando empezamos a charlar. No tenía
-¿Por qué tengo que saberlo? intenció n de llegar a esto, y ahora me comporto como
-Porqu e siempre paramos:en el mismo sitio. un loco idiota y te trato con crueldad. P ero no me hagas
-No. No siempre. caso, cariño. No le des ninguna importancia a lo que
-Bueno, allí y en Pavillon Henri Quatre, en Saint digo. Te quiero. Bien sabes que te quiero. Nunca h e que-
Germain. Decías que estabas enamorado de ese sitio. rido a n adie como te quiero a ti.
-El amor es una basura -dijo Harry-, y yo no soy. Y d eslizó esa mentira tan familiar que le había servi-
más que la rata que escarba en ell a. do de apoyo en tantas ocasio n es.
-Si h as de morir, ¿es absolutamente necesario des- -Eres tan cariñoso ...
truir todo lo que dejas atrás? Quiero decir, si tienes que - ¡Zorra! -dijo él- . ¡Zorra rica! ¡Eso es poesía! Aho-
deshacerte de todo: ¿debes matar a tu caballo y a tu espo- ra estoy repleto de poesía. De poesía y podredumbre.
sa y quemar tu silla y tu armadura? De poesía podrida.
-Sí. T u podrido dinero era mi armadura. Mi Corcel -Cállate, Harry. ¿Por qué h as de ser cruel, ahora?
y mi Armadura. -No me gusta dejar nada -comentó el hombre-.
- No digas eso. No me gusta dejar n ada detrás de mí.
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Cuando se despertó, ya anochecía. El sol se había vida cuando empezó una nueva existencia, con gente dis-
ocultado detrás de la colina y la sombra se extendía por tinta y de más dinero, en los mejores sitios que conocía y
toda la llanura, mientras los animales se alim~ntaban muy en otros que constituyeron la novedad.
cerca del campamento, con rápidos movimientos de ca- «Un o deja de pensar y todo es maravilloso. Uno se
beza y fuertes coletazos. Observó que sob!esalían por cuida para que esta vida no lo arruine, como le ocurre a
completo de la maleza. Los pájaros, en cambio, ya no la mayoría, y adopta la actitud de indiferencia hacia el
esperaban en tierra. Se habían encaramado· todos a un - trabajo que solía hacer cuando ya n o es posible hacerlo.
árbol y eran muchos más que antes. El asistepte personal Pero, en lo más Íntimo de mi espíritu, pensé que podría
de Harry estaba sentado al lado del catre. , escribir sobre esa gente, los millonarios, y diría que yo
-La Memsahib se ha ido a cazar -le dijo- . ¿Quiere no era de esa clase, sino un simple espía en su país. Pensé
algo, Bwana? en abandonarles y escribir todo eso, para que, aunque
-Nada. sólo fuera una vez, lo escribiera alguien bien compe-
Ella se había ido a cazar algún animal para tener car- netrado con el asunto.» Pero luego se dio cuenta de que
ne fresca para comer, y como sabía que a .él le gustaba no podía llevar a cabo tal empresa, pues cada día que
observar a los animales, se alejó lo bastante para no per- pasaba sin escribir, rodeado de com odidades y siendo lo
turbar la paz de aquel espacio de llanura q1i'e el hombre que despreciaba, embotaba su habilidad y reblandecía su
abarcaba con la mirada. voluntad de trabajo, de modo que, finalmente, no hizo
«Siempre tan considerada-pensó Harry-. Reflexio- absolutamente nada. Y la gente que conocía vivía ahora
na sobre cualquier cosa que sabe, que ha leído o que ha '
mucho más tranquila si él no trabajaba. En Africa había
oído alguna vez. Y no tiene la culpa de haberme conoci- pasado la temporada más feliz de su vida; por eso se le
do cuando yo ya estaba acabado. ¿Cómo puede saber ocurrió volver y empezar de nuevo. Fue así como se rea-
una mujer que uno no quiere decir nada con lo que dice lizó el safari, con el mínimo de comodidad. No pasaban
y que habla sólo por hablar y para sentirse bien?» penurias, pero tampoco podían permitirse lujos, y él
Desde que empezó a expresar lo contrario de lo que pensó que podría volver a vivir así, de una manera que le
sentÍa, sus mentiras le procuraron más éxitos con las mu- permitiese eliminar la grasa de su espíritu, igual que los
jeres que cuando les decía la verdad. Y lo grave no eran boxeadores que van a trabajar y a entrenarse en las mon-
sólo las m entiras, sino el hecho de que ya no quedaba tañas para quemar la grasa de su cuerpo.
ninguna verdad para contar. Estaba acabando de vivir su La mujer, por su parte, se h abía mostrado muy
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complacida. Decía que le gustaba. Le gustaba todo lo que enamo.r ado d e una nueva mujer, ésta siempre tenía más
era atractivo, lo que implicara un cambio de escenario, dinero gue la anterior. Después dejó de en am orarse y lo
donde hubiera gente nueva y las cosas fuesen agradables. único que h acía era m en tir, como por ejemplo con su
Y él sintió la ilusión d e las ganas de trabájar, ·que habían actual mujer; con ésta, que tenía m ás dinero que todas
vuelto con fuerza. las d em ás, que tenía todo el dinero que existía, que h abía
«Y ahora que se acerca el fin - pensó-, po rque sé tenido marido e hij os, y amantes que no la satisfacieron,
que esto es el fin , n o tengo p or qué volverme como esas y que lo amaba como escritor, como hombre, corno com -
serpientes que se muerden a sí mismas c-uando les quie- pañero y con o rgullosa posesión. Eso era lo raro que le
bran el espinazo. Esta muj er no tiene la culpa, después ocurría: a pesar de que no la amaba y seguía mintiendo,
de todo. Si no fuesé ella sería otra. Si he vivido .de una sería capaz d e darle m ás que a n adie por su dinero gue
mentira trataré de morir d e igual manera.» cuando amaba de verdad. Todos ten emos que estar pre-
En aquel m om en to oyó un estampido más allá de parados para lo que h acemos. El talento consiste en cómo
la colina. T enía muy buena puntería esa zorra rica, esa vive uno la vida. Durante toda su existen cia, h ab ía rega-
amable guardiana y destructora de su talento. ¡Qué bo- lado v italidad en una u otra form a, y cuando sus afectos
bada! É l mismo h abía d estruido su talento. ¿Po r gué n o estaban comprometidos, como ocurría ahora, uno
culpar a esa muj er, si lo mantenía? Había destruido su v alía much o más para el dinero. Hab ía h ech o ese descu -
talento por n o u sarlo, por traicionarse a sí mismo y olvi- brimiento, pero nunca escribiría so bre él. No, no podía
dar sus antiguas creen cias y su fe, por beber tanto que el escribir tal cosa, aunque ciertamente valía la pena.
alcohol h abía emb otado el límite de sus percepcion es, Entonces apareció ella, caminando h acia el cam-
por la pereza y por la holgazanería, p or las ínfulas, el p am ento a través de la llanura. Llevaba pama] ones de
orgullo y los prejuicios y, en fin, por tantas cosas buenas m ontar y cargaba el rifle al h o mbro. Detrás ven ían los
y malas. ¿Qué era eso? ¿Un catálogo de libros viejos? dos criados con un animal muen.o cada uno. «Todavía
¿Qué era su talento, a fin de cuentas? Era un talento, de es una mujer atractiva - pensó Harry-·, y tiene un cuer-
acuerdo, pero en vez de usarlo había comerciado con él. po precioso.» Tenía un gran talent o y en la c ama era
Nunca se h abía reflejad o en las obras que h abía h ech o, muy agradecida. No es que fuera guapa, pero a é l le gus-
sino en ese problemático «lo que podría h acer». Por otra taba su cara. Leía muchísimo, era aficion ada a cabalgar
parte, había preferido v iv ir con otra cosa que con un y a cazar y, sin duda algun a, bebía demasiado. Su m arido
lápiz y una pluma. Era curioso; cada vez que se h abía había muerto cuando ella era aún relativam ente joven,
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y durante un tiempo se dedicó a sus dos hijos , que no la El sabía que ella tenía mucho dinero, muchísimo, y
necesitaban y a quienes les molestaban sus cuidados; a que la condenada era una mujer muy atractiva. Al poco
sus caballos, a sus libros y a la bebida. L_e gustaba leer tiempo se acostó con ella, mejor que con cualquier otra,
por la noche, antes de cenar, y mientras tanto bebía porque era más rica, porque era deliciosa y muy sensi-
whisky escocés con soda. Al acercarse la hora de la cena ble, y porque nunca montaba numeritos. Y ahora, toda
ya estaba borracha y, después de una botella de vino con esa vida que la mujer se forjó estaba a punto de terminar
la cena, ya se encontraba lo bastante ebria como para. por el solo hecho de que él n o se puso yodo, dos semanas
dormirse. antes, cuando una espina le hirió la rodilla mientras se
Eso ocurrió mientras no tuvo amantes.Luego, cuan- acercaba a una manada de antílopes con el objeto de sa-
do los tuvo, no bebió tanto, porque no necesitaba estar carles una fotografía. Los animales, con la cabeza ergui-
borracha para dormir ... P ero esos amantes la aburrían. da, atisbaban y olfateaban sin cesar, las orejas alertas para
Se había casado con un hombre que nunca la fastidiaba, escuchar el más leve ruido que les haría huir hacia la
y los otros hombres le resultaban extraordinariamente maleza. Y así fue: huyeron antes de que él pudiese sacar
pesados. la fotografía.
Poco después, uno de sus hijos murió en acciden- Y ahora ella estaba aqu í.
te de aviación. Cuando aquello sucedió, no quiso saber Harry giró la cabeza para mirarla.
nada de amantes, y como la bebida ya n o le servía de -¡Hola! -le dijo.
anestésico, pensó en empezar una nueva vida. De repen- -He cazado un buen morueco -manifestó la mu-
te, se sintió aterrorizada por su soledad. Pero necesitaba jer-. Te haré un poco de caldo y les diré que preparen
a alguien a quien corresponder. puré de patata. ¿Cómo te encuentras?
Empezó del modo más simple. A la mujer le gustaba -Mucho mejor.
lo que Harry escribía, y envidiaba la vida que llevaba. - ¡Maravilloso! Te aseguro que pensaba encontrarte
Pensaba que él llevaba a cabo todo lo que se proponía. mejor. Estabas durmiendo cuando me fui .
Los medios a través de los cuales trabaron relación y el -He dormido muy bien. ¿Has andado mucho?
modo de enamorarse de ese hombre formaban parte de -No. Llegué un poco más allá d e la colina. Tuve
una constante progresión que se desarrollaba mientras suerte con la puntería.
ella construía su nueva vida y se desprendía de los resi- -Te aseguro que disparas extraordinariamen te bien.
duos de su anterior existencia. -Es que me gusta. Y África también .me gusta. De
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entonces podremos destrozarnos el uno al otro. No ocu-
verdad. Si mejorases, ésta sería la mejor época de mi vida.
rrirá ninguna de esas cosas horribles que has dicho.
No sabes cuánto me gusta salir de caza ·contigo. Así, el
-Tomemos algo. El sol se ha puesto ya.
país me ha gustado mucho más. ·~
-¿No crees que te hará daño?
-A mí también.
- Voy a beber.
-Cariño, no sabes lo estupendo q~e es ver que te
-Beberemos juntos, entonces. Molo, letti dui whis-
encuentras mejor. No podía soportar lo de antes. Y no
key-soda! -gritó la mujer.
volverás a hablarme otra vez como hoy ; ¿verdad? ¿M e lo
-Será mejor que te pongas las botas. Hay muchos
prometes? mosqmtos. .
-No. No recuerdo lo que dije.
-Lo haré después de bañarme.
-No hace falta que me destroces,':¿entiendes? No
Bebieron mientras las sombras de la noche lo envol-
soy nada más que una mujer madura que te ama y quie-
vían todo, pero un poco antes de que reinase la oscuri-
re que hagas lo que se te antoje. Y a me hari _destrozado
dad, y cuando no había luz suficiente para disparar, una
dos o tres veces, y tú no querrás destrozarme otra vez,
hiena cruzó la llanura y dio la vuelta a la colina.
¿verdad? -Esa asquerosa cruza por allí todas las noches -dijo
-Te destrozaría unas cuantas veces más en la cama
el hombre-. Ha estado haciendo lo mismo durante dos
-contestó él. semanas.
-Sí, ésa es una buena manera de destruirse. Así se
-Es la que hace ruido por la noche. A mí no me im-
supone que es como hemos de destrúirnos. La avioneta
porta, aunque son unos animales asquerosos.
llegará mañana. -
Y mientras bebían juntos, sin que él experimentara
-¿Cómo lo sabes?
ningún dolor excepto el malestar de estar siempre pos-
-Estoy segura. Se verá obligada a at_e rrizar. Los cria-
trado en la misma posición, y los criados encendían un
dos tienen la leña y el pasto preparados para hacer una
fuego que proyectaba sombras sobre las tiendas, Harry
h oguera. Hoy he ido a echarles un vistazo. Hay sitio de
pudo advertir el retorno de la sumisión en esta vida de
sobra para aterrizar y tenemos las hogueras preparadas
agradable entrega. Francamente, ella era muy buena con
en los dos extremos.
él. Aquella tarde había sido demasiado cruel e injusto.
-¿Y por qué piensas que vendrá mañana?
Era una mujer delicada, maravillosa de verdad. Y en aquel
-Estoy segura de que vendrá. Hoy se ha retrasado.
preciso instante se le ocurrió pensar que iba a morir.
Y cuando estemos en la ciudad te curarán la pierna y
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La idea le llegó con Ímpetu; no como un torrente o había podido acostumbrarse a estar solo. Le contaba
un huracán, sino como una repentína vacuidad que apes- cómo, en :una ocasión que le pareció verla salir del Re-
taba, repugnante, y lo raro era que la hiena merodeaba gence, la siguió ansiosamente, y que siempre hacía lo mis-
mo al ver pasar por el Bulevar a cualquier mujer que se
sigilosamente por el borde.
le. pareciera, temiendo que no fuese ella, temiendo per-
-¿Qué te pasa, Harry?
-Nada. Será mejor que te coloques al otro lado. der esa esperanza. Le decía cómo la extrañaba cada vez
que se. acostaba con otra; que no le importaba lo que
A barlovento.
-¿Molo te ha cambiado ya la venda? ella hiciera, pues sabía que no podría curarse de su mal
-Sí. Ahora llevo la que tiene ácido bórico. de amor. Escribió esta carta en el Club, estando sobrio,
-¿Y cómo te encuentras? y la envió a Nueva York, pidiéndole que le contestara a
-Un poco mareado. su oficina en París. Aquel procedimiento le pareció más
-Voy a bañarme. Enseguida vuelvo. Comeremos seguro. Y aquella noche en Constantinopla la añoró tan-
juntos y después haré que entren el catre. to que le pareció sentir un vacío en su interior. Entonces
«Me parece. -se dijo Harry- 'que hicimos bien de- salió a pasear, sin rumbo fijo, y al pasar por Taxim's
jando de discutir.» Nunca había discutido mucho con recogió a una chica y la llevó a cenar. Fueron a un sitio
esta mujer y, en cambio, con las que amó de verdad siem- donde se pudiera bailar después de la cena, pero la mujer
pre discutÍa, de tal modo que, finalmente, lo corrosivo bailaba muy mal y la cambió por una zorra armenia que
de las disputas destruía todos los vínculos de unión. Ha- se restregaba contra él. Se la quitó a un subalterno bri-
bía amado demasiado, pedido muchísimo y acabado con tánico de artillería después de una pelea. El artillero le
sugirió que salieran a ajustar las cuentas y entonces se
todo.
encontraron en la calle, en plena oscuridad. Le golpeó
dos veces con fuerza, en la mandíbula, y al ver que el
Se acordó de aquella ocasión en que se encontró solo otro ni siquiera se tambaleaba se dio cuenta de que iba a
en C¿nstantinopla, después de haber discutido en París ser una pelea muy reñida. El artillero le pegó en el cuer-
po y junto a un ojo.· El' le respondió con un puñetazo
justo antes de irse. Se pasaba las noches con prostitutas y
cuando se dio cuenta de que no podía matar su süledad, con la izquierda y el otro se lanzó sobre él y lo agarró
sino que cada vez era peor, le escribió una carta a la pri- por la chaqueta, arrancándole una inanga. Entonces le
mera mujer, a la que lo abandonó. Le decía que nunca golpeó en plena cara con la derecha, echándole hacia
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delante. Al caer, el inglés s_e hizo una herida en la cabeza turcos seguían atacando con la misma furia. Luego vio
y Harry salió corriendo con la mujer al oír que llegaba la cosas que ahora le dolía recordar, y después aún fue
policía. Tornaron un taxi y se dirigieron a Rimmily Hissa much o peor. Así pues, cu ando regresó a P arís, no quería
por la orilla del Bósforo, y después dieron la vuelta. Era hablar de aquello, ni tan sólo oír que lo m encionaran . Al
una n oche bastante fresca y se acostaron enseguida. Ella pasar p or el café vio a aquel poeta americano delante de
parecía más bien madura,_ pero tenía la piel suave como un montón de platillos, con aquel estúpido rostro apa-
un pétalo de rosa, dulce, el vientre liso y los pechos gran- tatado, mientras hablaba del dadaísmo con un r umano
des , y no necesitaba cojín bajo las nalgas. La abandonó que decía llamarse Tristan T zara y que siempre usaba
antes de que despertase, y con la primera luz del día se monóculo y tenía jaqueca. Por último, volvió a su apar-
fue al Pera Palace. Tenía u~ ojo morado y llevaba la cha- tamento con su esposa y, una mañana, en una bandeja,
queta bajo el brazo, y a que había perdido una manga. recibió una carta en respuesta a la suya. Cuando v io la
Aquella misma noche partió hacia Anatolia.y recor- letra le invadió un sudor frío y trató de ocultar la carta
dó que, en la última parte del viaje, cabalgaban por cam- debajo de otro sobre. P ero su esposa se dio cuenta y le
pos de adormideras que re.colectaban para obtener opio, preguntó : «¿De quién es esa carta, cariño?», y ése fue el
y las extrañas sensaciones, que éste dejaba; recordó que principio del fin.
las distancias parecían alargarse cada vez más hasta llegar Recordaba las buenas épocas que pasó con todas sus
al sitio donde se efectuó el ataque con los oficiales que mujeres, y también las discusiones. Siempre elegían los
marcharon a Constantinopla, que no sabía una puñera m ejores sitios para discutir. ¿Y por qué tenían que reñir
de nada, y que la artillerí~ acribilló a las tropas, y que el precisamente cu ando él se encon traba mejor? N u nca
observador británico lloró como un niño ... h abía escrito nada referente a aquello porque, al princi-
Aquella fue la primera vez que vio h omb res muer- pio, no quiso ofender a nadie, y después, porque le pare-
tos ataviados con tutús y zapatos con pompones. Los ció que tenía m uchas otras cosas para escribir y que no
t urcos se personaron con firmeza y .en tropel. Entonces tenía la necesidad de añadir éstas. Pero siempre acababa
observó que los hombres del tutú huían, perseguidos por pensando que,. al final, también escribiría sobre eso. Ha-
oficiales que hadan fuego sobre ellos, y él y el observa- bía tanto para escribir... Había visto los cambios que se
dor británico también tuvieron que escapar. Corrieron producían en el mundo; n o sólo los acon tecimientos,
hasta sentir una aguda punzada en los pulmones y tener aunque observó con detención gran cantidad de ellos y
la boca seca. Se refugiaron detrás de unas rocas, y los de gente; también sabía apreciar ese cambio más sutil
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que hay en el fondo y podía recordar cómo era la gente y y tan admirada por los lectores de Spur y Town and
cómo ésta se comportaba en épocas distintas, Había es- Country; aquella cara ahora desmejorada por la bebida y
tado allí, lo observaba de cerca, y tenía el_tleber de escri- por la cama. Pero Town and Country nunca habíamos-
birlo. Pero ya no podría hacerlo. trado aquellos pechos tan herm osos, ni aquellos muslos
tan eficientes, ni aquellas manos que acariciaban tan
suavemente.
-¿Cómo te encuentras? - preguntó' la mujer, al salir Y al mirarla y observar su agradable sonrisa, sintió
de la tienda después de bañarse. que la muerte se acercaba de nuevo, pero esta vez no fue
- Muy bien. una ráfaga. Fue un soplo, como los que hacen oscilar la
-¿Te apetece comer algo? luz de una vela y extienden la llama con su gigantesca
Vio a Molo detrás de la mujer, con la mesa plegable, sombra proyectada hasta el techo.
mientras el otro sirviente llevaba los platós. -Después pueden traer mi mosquitero, colgarlo del
-Quiero escribir. árbol y encender el fuego. No voy a entrar en la tienda
-Será mejor que tomes un poco de ·caldo. Para for- esta noche. No vale la pena moverse. Es una noche clara
talecerte. y no lloverá.
-Si voy a morirme esta noche, ¿para:qué quiero for- «Así es como uno muere, entre susurros que no oye.
talecerme? Pues bien, no habrá más discusiones.» Incluso podía pro-
-No seas melodramático; te lo ruego. meterlo. No iba a echar a perder la única experiencia
-¿Por qué diablos no usas la nariz? ¿No te das cuen- que le faltaba vivir. Aunque probablemente lo haría.
ta de que estoy podrido hasta la cintura? ¿Para qué dian- «Siempre he acabado estropeándolo todo.» Pero tal vez
tres serviría el caldo ahora? Molo, trae whisky con soda. ahora fuese diferente.
-Tómate el caldo, por favor - dijo ella con ternura. -No puedes escribir al dictado, ¿verdad?
-Bueno. -Nunca he sabido -contestó ella.
El caldo estaba demasiado caliente. Tuvo que dejar- -Está bien.
lo enfriar en la taza y, por último, se lo bebió sin sentir Por supuesto, no había tiempo, pero en aquel mo-
I
nauseas. mento le pareció que el tiempo se alargaba tanto que se
-Eres muy buena -dijo él-. No me hagas caso. podía concentrar todo en un párrafo, si se sabía hacer
Ella lo miró con aquella preciosa cara tan conocida bien.
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Por encima del lago, en una colina, veía una cabaña valle desde Triberg, seguir por el camino entre árboles y
de troncos que tenía las hendiduras t ap·adas con argama- luego su bir p or otro que atravesaba las colinas y que unía
sa. Junto a la puerta había un palo coil'una campana que las numerosas granjas pequeñas con las grandes casas de
servía para llamar a la gente a comer. Detrás de la casa, Schwarzwald, h asta ·atravesar el río. A llí fue donde em-
campos; y más allá de los campos, el monte. U na hilera pezamos a pescar.
de álam os se extendía desde la casa hasta el muelle. Un La otra manera de llegar consistía en subir por una
camino que bordeaba el monte llevaba ·hasta las colinas, cuesta hasta el límite del bosque, atravesando luego las
y a lo largo de ese camino él solía recoger moras. P oco cimas de las colinas p or el pinar, y después bajar hasta
después, la cabaña se incendió y todos los fusiles que había una pradera, desde donde se llegaba al puente. Había abe-
en las perchas, encima del hogar, también se quemaron. dules a lo larg.o del río, que no era muy grande sino es-
Las cajas y los cañop.es de las escopetas, fundido el plo- trecho, claro y rápido, con pozos provocados por las
mo de las cámaras para los cartuchos, fueron destruidos raíces de los abedules. El propietario del hotel de T riberg
lentamente p or el fuego, y ahora sobresalían por entre el tuvo una buena temporada. El lugar era muy agradable
montón de cenizas, que luego fueron usadas para hacer y todos éramos grandes amigos. Pero al año siguiente se
lejía en grandes calderas de hierro, y cuando le pregunta- p resentó la inflación y todo el dinero que h abía gan ado
m os al abuelo si podíamos utilizarla para jugar, nos dijo el año anterior n o le llegó para comprar provisiones y
que no. Allí estaban sus fusiles, quemados, y ya nunca abrir el hotel. Poco después se ahorcó.
volvió a comprar otros. Tampoco volvió a cazar. La ca- Aquello era fácil de dictar. En cambio, uno no podía
baña fue reconstruida en el mismo ·sitio, esta vez con dictar lo de la Plaza Contrescarpe, donde las floristas
tablones de madera. La pintaron de blanco. Desde la teñían sus flores en plena calle y el tinte corría por el
puerta se seguían viendo los álam os y, más allá, el lago; adoquinado hasta la parada del autobús; los ancianos y
pero ya no h abía fusiles. L os cañon es· de las escopetas las mujeres siempre borrach os de vino; los niños con las
que habían colgado de las perch as de 1a cabaña estaban narices goteando por el frío. Ni tampoco lo del olor a
ahora fuera, sobre aquel montón de cenizas que nadie se sudor, pobreza y borrachera del Café des Amateurs; ni
• I • I
atrev10 a tocar pmas. lo de las fulanas del Bal Musette, encima del cual vivía.
En la Selva Negra, después de la guerra, solicitamos Ni lo de la con cierge que se divertía en su cuartucho con
un permiso para pescar tru chas en un río. Había dos un soldado de la Garde Républicaine, que había dejado
maneras de llegar hasta aquel lugar. Una era bajar por el el casco adornado con cerdas de caballo sobre una silla.
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~

Ni lo de la locataire del otro lado del r~llano, cuyo ma- tanto como aquélla, con sus enormes árboles, las viejas
rido era ciclista y que aquella mañana; en la cremerie, casas de argamasa blanca con la parte baja pintada de
sintió una dicha inmensa al abrir un ejepiplar de L 'Auto marrón, los autobuses verdes que daban vueltas alrede-
y ver la fotografía de la prueba París-T?urs, b primera dor de la plaza, el color púrpura de las flores que se ex-
carrera importante que disputaba y en l~ que se clasificó tendían por el adoquinado, la repentina pendiente de la
tercero. Enrojeció, se echó a reír, y luégo subió arriba calle Cardenal Lemoine hasta el río y, del otro lado, la
llorando, mientras mostraba por todas: partes la página apretada muchedumbre de la calle Mouffetard. La calle
de deportes. El marido de la encargada1del Bal Musette que llevaba al Panteón y la otra que él siempre recorría
era taxista, y cuando él, Harry, tenía que tomar un avión en bicicleta, la única asfaltada en todo el barri o, suave
a primera hora, el hombre aporreaba su·puerta para des- para los neumáticos, con aquellas casas altas y aquel h o-
pertarlo y luego se bebían juntos un vaso de vino blanco tel, grande y barato, donde había muerto Paul V er laine.
en el mostrador de la cantina, antes de salir . Conocía a Como los apartamentos que alquilaban sólo contaban
todos los vecinos de ese barrio, pues todos, sin excep- con dos habitaciones, él tenía una habitación aparte en
ción, eran pobres. el último piso, por la cual pagaba sesenta francos men-
Frecuentaban la Place dos clases de personas: los suales. Desde allí podía ver, mientras escribía, los techos,
borrachos y los deportistas. Los borraéhos mataban su las chimeneas y todas las colinas de París.
pobreza bebiendo; los deportistas iban para hacer ejerci- Desde el apartamento sólo se veía el bosque y la casa
cio. Eran descendientes de los comuneros y resultaba fácil del carbonero, donde también se vendía vino, pero de
descubrir sus ideas políticas. Todos sabían cómo habían mala calidad; la cabeza de caballo de oro que colgaba
muerto sus padres, sus parientes, sus _!hermanos y sus frente a la Boucherie Chevaline, en cuyo escaparate se
amigos cuando las tropas de Versailles tomaron la ciu- exhibían los dorados trozos de res muerta; y la coopera-
dad, después de la Comuna, y ejecutarqn a toda persona tiva pintada de verde, donde compraban el vino, bueno
que tuviera las manos callosas, que usara gorra o que lle- y barato. Lo demás eran paredes de argamasa y ventanas
vara cualquier otro signo que revelase su condición de de los vecinos; unos vecinos que, por la noche, cuando
obrero. Y en aquella pobreza, en aquel barrio del otro algún borracho se sentaba en su portal, gimiendo y gru-
lado de la calle de la Boucherie Chevaline y la cooperati- ñendo con la tÍpica ivresse fra.nr;aise que la propaganda
va de vinos, escribió el comienzo de todo lo que iba a ha- hace creer que no existe, abrían las ventanas y se oía el
cer. Nunca encontró otra parte de París que le gustase murmullo de la conversación. «¿Dónde está el policía?
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Cuando no se le necesita siempre está ~llí, el muy ca- cansado, demasiado cansado. Dormiría un rato. Ahora
brón. Debe de estar acostado con alguna portera. Que estaba tranquilo porque la muerte ya se había ido;
venga el agente.» Hasta que alguien arrojaba un cubo de seguramente habría tomado otra calle. Iba en bicicleta,
agua desde otra ventana y los gemidos c·esaban. «¿Qué acompañada, y marchaba en absoluto silencio por el
es esto? ¡Ah! Agua. A eso lo llamo yo ser inteligente.» adoquinado ...
Y entonces se cerraban todas las ventanas.·
Marie, su femme de ménage, protestapa contra la jor-
nada de ocho horas diciendo: «Si un marido trabaja has- No. Nunca escribió nada sobre París. Nada del Pa-
ta las seis sólo se emborrachará un poqufto al salir y no rís que le interesaba. Pero, ¿y todo lo demás sobre lo que
derrochará demasiado dinero. Pero si sólo trabaja hasta n o había escrito? ¿Y lo del rancho y el gris plateado de
las cinco, estará borracho todas las noches y una se que- los arbustos de aquella región; el agua rápida y clara
dará sin dinero para la casa. Es la esposa del obrero la de los canales de riego, el verde oscuro de la alfalfa? El
que sufre la reducción de la jornada laboral». sendero subía hasta las colinas. En verano, el ganado era
tan asustadizo como los ciervos. En otoño, entre gritos
y rugidos estrepitosos, lo llevaban lentamente hasta el
-¿Quieres un poco más de caldo? -le preguntó la valle, levantando una gran polvareda con sus pezuñas.
ffiUJer. Por detrás de las montañas se levantaba el limpio perfil
-No, muchísimas gracias, aunque está muy bueno. del pico a la luz del atardecer, y también cuando cabalga-
- Torna un poquito más. ba por el sendero bajo la luz de la luna. Ahora recordaba
-Prefiero un whisky con soda. .··· la vez que bajó atravesando el monte, en total oscuridad,
-No te sentará bien. y tuvo que llevar al caballo agarrado por la cola porque
- Y a lo sé. Me hace daño. Cole P~rter escribió la no se veía nada. Y todos aquellos cuentos y anécdotas,
música y la letra de eso; este convencimiento de que te en fin, que había pensado escribir .
estás volviendo loca por mí. ¿Y aquel peón imbécil que dejaron a cargo del ran-
-Bien sabes que me gusta que bebas, pero ... ch o en aquella época con la consigna de que no dejara
- ¡Oh, sí! Ya lo sé. Pero me sienta mal. tocar el heno a nadie? ¿Y aquel viejo cabrón de los Forks
«Cuando se vaya - pensó- , tendré todo lo que quie- que castigó al chico cuando éste se negó a entregarle de-
ra. No todo lo que quiera sino todo lo que haya.» Estaba terminada cantidad de forraje? El peón se negaba y el
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«P ero si vivo -pensó Harry-, nunca escribiré nada so-
viejo le decía que le volvería a pegar. El peón tomó en-
bre ella ni sobre los otros. » Los ricos eran unos vagos y
tonces el rifle de la cocina y le disparó cuando el viejo
bebían muchísimo, o bien jugaban demasiado al back-
iba a entrar en el granero. Y cuando volvieron a la gran-
ga,mmon . Eran vagos; por eso siempre repetían lo mis-
ja, el viejo llevaba ya una semana muerto. Su cadáver
mo. Recordaba al pobre J ulián, que sen tía un respetuoso
congelado estaba en el corral y los perros lo habían me-
temor por todos ellos, y que en una ocasión había escri-
dio devorado. A pesar de todo, envolviste los restos en
to una historia que empezaba así: «Los muy ricos son
una manta que ataste con una cuerda. Le pediste al peón
gente distinta de ti y de mÍ». Y alguien le había dich o :·
que te ayudara en la tarea. Luego, entre los dos, trans-
«SÍ. Tienen más dinero» . Pero eso a Julián no le hizo
portasteis el cadáver con esquíes por el camino, recorrien-
ninguna gracia, porque pensaba que los ricos fo rmaban
do los noventa kilómetros que os separaban del pueblo.
una clase social de singular encanto. Por eso, cuando
Entregaste al chico y éste no tenía ni idea de por qué lo
descubrió lo contrario, sufrió un tipo de decepción que
arrestaban. Pensaba que había cumplido con su deber,
jamás había sentido antes.
que tú eras su amigo y que le iban a recompensar por
Harry siempre había despr eciado a la gente que se
lo que había hecho. I

desilusionaba, y eso era fácilmente comprensible. El creía


Ayudó a llevar el cadáver creyendo que de ese modo
que podía vencerlo todo y a todos, y que nada podría
todo el mundo sabría lo malo que había sido el viejo al
hacerle daño ya que nada le importaba.
intentar robar un heno que n o era suyo. Por eso, cuando
Muy bien. Pues ahora le importaría un comino la
el sheriff le puso las esposas, no se lo podía creer. Luego
I muerte. El dolor era una de las pocas cosas que siempre
se echó a llorar. Esa era una historia que se había reserva-
había temido. Podía aguantarlo como cualquier mortal,
do para escribirla más adelante. Conocía, por lo menos,
siempre que no fuera demasiado prolongado ni agota-
veinte historias parecidas a aquélla, igual d e buenas, per o
dor, pero en esta ocasión había algo que le h ería espan-
nunca había escrito ninguna. ¿Por qué?
tosamente, y cuando iba a abandonarse a su suerte, el
dolor cesó.

- Tú dirás por qué.


-¿Por qué qué, cariño?
Recordaba aquella lejana noche en que Williamson,
- Nada.
el oficial del cuerpo de los bombarderos, fue herido por
Desde que estaba con él, la mujer no bebía mucho.
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una granada lanzada por un patrullero alemán, cuando la anfitriona. Estoy tan asqueado de este asunto de la
él atravesaba las alambradas; y cómo, llorando, nos pi- muerte como de t odo lo demás.»
dió a todos que lo matáramos. Era un hombre gordo,
muy valiente y buen oficial, aunque demasiado amigo
de las exhibiciones fantásticas. Pero, aquella noche, un - Es un asco -dijo en voz alta.
fogonazo lo iluminó entre las alambradas y sus tripas -¿El qué, cariño mío?
quedaron enredadas entre los alambres, de modo que, -Todo lo que dura mucho.
cuando lo trajeron, todavía vivo, tuvimos que soltarlo. Harry miró el rostro de la mujer, que estaba entre
«Mátame, Harry. ¡Mátame, por el amor de Dios!» Una el fuego y él. Ella se había recostado en la silla y la luz de
vez tuvieron una discusión acerca de si Nuestro Señor la -h oguera brillaba sobre su cara de agradabl~s rasgos.
nos manda lo que no podemos_aguantar o no. Alguien En~onces se dio cu enta de que ella tenía sueño. Oyó que
expuso la teoría de que, diciendo eso en un determina- la hiena hacía ruido algo más allá del límite del fuego.
do momento, el dolor desaparece automáticamente. - H e estad o escribiendo-dijo-, pero ya me he can-
Pero ya nunca podría olvidarse del estado en qué quedó sado.
Williamson aquella noche. Nada pudo h acer que William- -¿Crees que podrás dormir?
·son p erdiera el conocimiento hasta que Harry le dio to- -Casi seguro que sí. ¿Por qué no te vas dentro?
das las pastillas de m orfina que se guardaba para él mis- -Me gusta quedarme aquí sentada, contigo.
mo, pero no le hicieron ningún efecto. -¿Te encuentras mal? -le p reguntó a la mujer.
Lo que él tenía ahora no era nada y, a n o ser que -No. Tengo un poco de sueño.
empeorara con el tiempo, no había gran motivo de preo- - Y o también.
cupación; era sólo que le hubiera gustado tener mejor En aquel m omento sintió que la m uerte se acercaba
NI
compama. de nuevo.
Pensó un poco en la compañía que le hubiera gus- - T e aseguro que lo único que no he perdido nunca
tado tener. es la curiosidad - le dijo al cabo de un rato.
«No -reflexionó-, cuando lo que haces dura mu- -Nunca has perdido nada. Eres el h ombre m ás com-
cho o lo empiezas a hacer demasiado tarde, no puedes pleto que he conocido.
tener la esperanza de que la gente se quede allí. Se han - ¡Por Dios! ¡Qué poco saben las m_ujeres! ¿Qué es
ido todos. La fiesta ha terminado y te quedas solo con esto? ¿Tu intuición?
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Porque en aquel instante Harry sintió que la muerte Parecía muy pequeña. Los criados corrieron a en cender
apoyaba la cabeza sobre los pies de su catre y que su las hogueras, usando keroseno y amontonando la hierba
aliento le llegaba hasta la nariz. hasta formar dos grandes humaredas en cada extremo
-Nunca te creas eso que dicen de la guadaña y la del terreno que ocupaba el campamento. La brisa mati-
calavera. Igual podrían ser dos policías en bicicleta, o un nal llevaba el -humo hacia las tiendas. La avioneta dio dos
pájaro, o un hocico ancho corno el de la· hiena. vueltas más, esta vez a menor altura, y luego planeó y
Ahora avanzaba sobre él, pero n o tenía -forma. Ocu- aterrizó su~vemente. Después, Harry vio que se acerca-
paba espacio, simplemente. · ba el viejo Compton, vestido con pantalones, chaqueta
-Dile que se marche. de tweed y sombrero de fieltro oscuro.
Pero no se fue, sino que avanzó aún más. -¿Qué te pasa, amigo? -preguntó el aviador.
-¡Tienes un aliento apestoso! -le dijo a la muer- -La pierna - le respondió Harry-. Anda muy mal.
te-. ¡Zorra asquerosa! ¿Quieres desayunar?
Se acercó otro poco y él ya no podía hablarle. Cuan- -Gracias. Voy a tomar un poco de té. Traje el Puss
do la muerte se dio cuenta, se aproximó todavía más mien- Moth que ya conoces, y como sólo hay sitio para una
t ras Harry intentaba echarla, sin palabras. Todo su peso persona, no podré llevar a la Mernsahib. Tu camión está
estaba sobre el pecho del hombre y, mientras se acucli- en camino.
llaba allí y le impedía moverse, oyó que su mujer decía: Helen llamó aparte a Cornpton para decirle algo.
-Bwana ya se ha dormido. Levanten el catre y llé- Luego, él volv ió más animado que antes.
venlo a la tienda, pero con cuidado. -Te llevaré enseguida -dijo-. Luego volveré a bus-
No podía decirle que la hiciera marcharse, y allí es- car a la Mem. Lo que me temo es que tendré que parar
taba la muerte, sentada sobre su pecho, cada vez más pe- en Arusha para reponer combustible. Convendría salir
sada, impidiéndole incluso respirar. Y justo cuando le- ahora mismo.
vantaban el catre se sintió repentinamente bien, ya que -¿Y el té?
el peso dejó de oprimirle el pecho. -No importa; no te preocupes.
Los peones levantaron el catre y lo llevaron a través
de las verdes tiendas hasta la avioneta, pasando por entre
Y a era de día y fue después de haber transcurrido las hogueras que ardían con todo su resplandor. La hier-
vanas horas de la mañana cuando oyó la avioneta. ba se había consumido por completo y el viento atizaba
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el fuego hacia el pequeño aparato. Costó mucho trabajo Por último, en vez de dirigirse a Arusha, viraron hacia
meter a Harry, pero una vez dentro, se acostó en el asiento la izquierda. Supuso, sin duda alguna, que al piloto le
de cuer~ y ataron su pierna a uno de los brazos del asien- alcanzaba el combustible. Al mirar hacia abajo, vio una
to que ocupaba Compton. Saludó con la mano a Hden nube rosada que se movía sobre el terreno, y en el aire
y a los criados. El motor rugía con aquel .sonido tan fa- algo semejante a las primeras nieves de esas ventiscas que
miliar. Después giraron rápidamente, mientras Compie aparecen de improviso, y entonces supo que eran las lan-
vigilaba y esquivaba los agujeros hechos p9r los jabalíes. go~tas que venían del sur. Luego empezaron a subir.
Así, a trompicones, atravesaron el terreno, entre las fo- Parecían dirigirse hacia el este. Después, todo se volvió
gatas, y alzaron el vuelo con un último ch?que. Harry oscuro y se encontraron en medio de una tormenta de
vio a los otros abajo, agitando las manos; el campamen~ lluvia torrencial, dando la impresión de estar volando a
to, junto a la colina, se veía cada vez más pequeño; la trayés de una cascada, hasta que salieron de ella. Compie
amplia llanura, los bosques, la maleza y las huellas de los volvió la cabeza, sonriendo, y señaló algo. Harry miró y
animales que llegaban h asta los charcos secos, y vio un todo lo que pudo ver fue la cima cuadrada del Kiliman-
nuevo manantial que no conocía. Las cebras, ahora con jaro, ancha como el mundo entero, gigantesca, alta e in-
el lomo diminuto; y las bestias, con sus enormes cabezas creíblemente blanca bajo el sol. Entonces supo que era
reducidas a puntos, parecían subir, mientras la avioneta allí adonde iba.
avanzaba a grandes trancos por la llanura, dispersándose
cuando la sombra se proyectaba sobre ellos. Cada vez
eran más pequeños, el movimiento no se notaba, y la ; En aquel instante la hiena cambió sus lamentos noc-
llanura parecía estar lejos, muy lejos, como de un color turnos por un sonido· raro, casi humano, como un sollo-
gris amarillento. Volaban por encima de las P:1"imeras co- zo. La mujer lo oyó y se estremeció de inquietud. No se
linas, y las bestias les seguían el rastro. Luego cruzaron despertó, sin embargo. En su sueño se veía en la casa de
unas montañas con profundos valles de _selva verde y Lo~g Island, la noche antes de la presentación en socie-
declives cubiertos de bambúes, y después, de nuevo, los da4 de su hija. Por alguna razón estaba allí su padre, que
bosques tupidos y las colinas que parecían casi chatas. se portó con mucha descortesía. Pero la hiena hizo tanto
Luego, otra llanura, caliente ahora, morena y púrpura · ruido
1
que ella se despertó y, por un momento, llena de
por el sol. Compie miraba hacia atrás para ver cómo se- te~or, no supo dónde estaba. Luego tomó la linterna e
guía. Enfrente se elevaban otras oscuras montañas. ilu.iriinó el catre que habían entrado después de dormirse
i
¡
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.,.

Harry . Vio el bulto bajo el mosquitero, pero ahora le


parecía que él había sacado la pierna, qu~ colgaba a lo
largo de la cama con las vendas sueltas. No aguantó más.
- ¡Molo! - llamó-. ¡Molo! ¡Molo! -
Y después dijo: "·.
- ¡Harry! ¡Harry! -y gritando-: ¡H:arry! ¡Contés-
tame, te lo ruego! ¡Harry, por Dios! : La corta y feliz vida
No hubo respuesta y tampoco le oyó"respirar. de F rancis Macomber
·Fuera de la tienda la hiena seguía lanz~ndo el mismo
gemido extraño que la despertó. Pero losüatidos del co-
razón le impedían oírlo. Era la hora del almuerzo y todos estaban sentados bajo
el doble toldo verde a la entrada de la tienda que usaban
.. como comedor, intentando aparentar que nada había ocu-
rrido.
-¿Van a tomar zumo de lima o de limón exprimi-
do? -preguntó Macomber.
- Y o prefiero un gimlet -respondió Robert Wilson.
., - Y o también tomaré un gimlet. Necesito algo -ex-
presó la esposa de Macomber.
-Creo que es lo mejor que podemos hacer -convi-
no su marido-. Dlle que prepare tres.
El sirviente había empezado ya a preparar las be-
bidas y sacaba las b-otellas de unas frescas bolsas de lona,
que rezumaban humedad, expuestas al viento que so-
plaba a través de los árboles que daban sombra a las
tiendas.
-¿Qué podría darles? -preguntó Macomber.
-Un 1")edazo de tabaco de mascar será más que
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