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Las nieves
del Kilimanjaro
GALERÍA LITERARIA
Caralt
u
cia porque nunca había tenido ninguna infección. Y des- Karagatch. El estaba de pie junto a su equipaje. La p oten-
pués, cuando ·emp eor ó la herida y tuvimos que utilizar te luz delantera del Orient Express atravesó la oscuridad
esa débil solución fénica, p o r haberse acabado los otros y abandonó Tracia después de la retirada. Ésta era una
antisépticos, se paralizaron los vasos sang~Íneos y co- de las cosas qu e se había reservado para escribir en otra
menzo' 1a gan gren a -y, miran
• d o 1a, agrego-:¿ Q ue mas!'
I I I I "\ ocasión, lo mismo qu e lo ocurrido aquella mañana, a la
-No me refiero a eso. hora del desayuno, cu ando estaba mirando por la v enta-
-Si hubiésemos contratado a un buen mecánico en na las mon tañas búlgaras cubiertas de nieve, y la secreta-
vez de a un imbécil condu ctor kikuyú, hubiera compro- ria del viejo Nansen le preguntó al anciano si eso era
b ado si había combustible y no hubiera dej ado que se nieve. Éste la miró y le dijo: «No, no es nieve. Aún no ha
gastara ese COJlnete ... llegado la época de las n evadas». Entonces, la secretaria
-No estoy hablando de eso. informó a las otras ch icas. «No. Corno ven, n o es nieve.»
-Si no te hubieses separado de tu gente, de tu maldi- Y todas decían: «No es nieve. Estábamos equivocadas».
ta gente de Old Westbury, de Saratoga, de Palm Beach, P ero lo cierto es q u e sí era nieve y él las hizo salir cuando
para seguirme ... efectuó algún cambio en el plan de poblaciones. Y era
-Es que te quería. No tienes razón al hablar así. nieve lo que pisaron ese inviern o, h asta que m urieron ...
Sigo queriéndote y te querré siempre. ¿Es que tú no me Y era nieve también lo que cayó durante toda la se-
quieres? mana de Navidad, aquel año en que vivían en la casa del
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nieve, jugaban; y si había mucha, también. Pensó en que
leñador, con aquel gran horno cuadrado de porcelana
gran parte de su vida se la había pasado jugando.
que ocupaba la mitad del cuarto, y dormían sobre col-
Pero nunca había escrito una línea acerca de aque-
chones rellenos de hojas de haya. Fue la época en que
llo, ni de ese claro y frío día de Navidad, con las mon ta-
llegó aquel desertor con los pies sang;ando en la nieve
ñas a lo lejos, a través de la llanura que había recorrido
para decirle que la policía estaba siguiéndole el rastro.
Barker después de cruzar las líneas para bombardear el
Le dieron calcetines de lana y entretuvieron a los gen-
tren que llevaba a los oficiales austríacos licenciados,
darmes con la charla hasta que las huellas hubieron
ametrallándolos mientras ellos se dispersaban y huían.
desaparecido. Recordó que Barker se reunió después con ellos y empe-
En Schrunz, el día de Navidad·, la nieve brillaba tan-
zó a relatar lo sucedido, con toda tranquilidad, y luego
to que hacía daño a los ojos cuando uno miraba desde
dijo: «¡Asesino de mierda!».
la taberna y veía a la gente que volvía de la iglesia. Fue
Y con los mismos austríacos que había matado había
entonces cuando subieron por la carretera surcada de
esquiado después. No; no con los mismos, no. Hans, con
huellas de trineos y de un color amarillento como la
quien esquió durante todo el año, estaba en los Kaiser-
orina> que se extendía a lo largo del río, con empinadas
Jaggers, y cuando fueron juntos a cazar liebres al valle,
colinas cubiertas de pinos, mientras llevaban los esquíes
conversaron encima del aserradero sobre la batalla de
al hombro. Fue allí donde efectuaron ese desenfrenado
Pasubio y el 'ataque a Perticara y Asalone, y jamás escri-
descenso por el glaciar, para ir a la Madlener-Haus. La
bió una palabra de todo eso. Ni tampoco del Monte Ca-
nieve parecía una tarta helada que se desmenuzaba c·omo
rona, ni de lo que ocurrió en Sette Communi, ni de lo de
una capa de azúcar .. Recordaba el silencioso Ímpetu de la
• I I' . Arsiero.
carrera> mientras ca1an como paJaros.
¿Cuántos inviernos había pasado en el Vorarlberg
La ventisca los hizo permanecer una semana en la
y en el Arlberg? Fueron cuatro, y recordó la escena del
Madlener-Haus, jugando a las cartas y fumando a la luz
hombre que quería vender un zorro, cuando fueron a
de un quinqué. Las apuestas iban en aumento a medida
pie a Bludenz, esa vez para comprar regalos, el gusto
que Herr Lent perdía. Finalmente, lo perdió todo. Todo:
a cereza de un buen kirsch y el Ímpetu de la corrida a
el dinero que ganaba con la escuela de esquí, las ganan-
través de la nieve blanda mientras cantaban: «¡Hi! ¡Ho!,
c ias de la temporada y también su capital. Lo veía ahora
¡dij o Rolly!».
con su nariz larga mientras recogía las cartas ·y las descu-
Así recorrieron el último trecho que los separaba
bría, «Sans Voir». Se pasaban el día jugando. Si no había
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del empinado declive y siguiero~ ·en línea recta pasando -Está bien. M e callaré; no quiero ofenderte.
tres veces por el huerto; luego salieron y cruzaron la zanja - Y a es un poco tarde, ¿no?
. para entrar por el último camino helado, detrás de la ta- -De acuerdo. Entonces seguiré hiriéndote. Es más
berna. Allí se desataron los esquíes y los apoyaron con- divertido, ya que ahora no p u edo h acer lo único que
tra la pared de madera del edificio. Por la ventana salía la realmente me ha gustado hacer contigo.
luz del quinqué y se oían las n otas de un acordeón que -No, eso n o es verdad. Te gustaban muchas cosas y
alegraba el ambiente interior, cálido, lleno de humo y de yo h ac1a 1o que tu quenas.
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Ni lo de la locataire del otro lado del r~llano, cuyo ma- tanto como aquélla, con sus enormes árboles, las viejas
rido era ciclista y que aquella mañana; en la cremerie, casas de argamasa blanca con la parte baja pintada de
sintió una dicha inmensa al abrir un ejepiplar de L 'Auto marrón, los autobuses verdes que daban vueltas alrede-
y ver la fotografía de la prueba París-T?urs, b primera dor de la plaza, el color púrpura de las flores que se ex-
carrera importante que disputaba y en l~ que se clasificó tendían por el adoquinado, la repentina pendiente de la
tercero. Enrojeció, se echó a reír, y luégo subió arriba calle Cardenal Lemoine hasta el río y, del otro lado, la
llorando, mientras mostraba por todas: partes la página apretada muchedumbre de la calle Mouffetard. La calle
de deportes. El marido de la encargada1del Bal Musette que llevaba al Panteón y la otra que él siempre recorría
era taxista, y cuando él, Harry, tenía que tomar un avión en bicicleta, la única asfaltada en todo el barri o, suave
a primera hora, el hombre aporreaba su·puerta para des- para los neumáticos, con aquellas casas altas y aquel h o-
pertarlo y luego se bebían juntos un vaso de vino blanco tel, grande y barato, donde había muerto Paul V er laine.
en el mostrador de la cantina, antes de salir . Conocía a Como los apartamentos que alquilaban sólo contaban
todos los vecinos de ese barrio, pues todos, sin excep- con dos habitaciones, él tenía una habitación aparte en
ción, eran pobres. el último piso, por la cual pagaba sesenta francos men-
Frecuentaban la Place dos clases de personas: los suales. Desde allí podía ver, mientras escribía, los techos,
borrachos y los deportistas. Los borraéhos mataban su las chimeneas y todas las colinas de París.
pobreza bebiendo; los deportistas iban para hacer ejerci- Desde el apartamento sólo se veía el bosque y la casa
cio. Eran descendientes de los comuneros y resultaba fácil del carbonero, donde también se vendía vino, pero de
descubrir sus ideas políticas. Todos sabían cómo habían mala calidad; la cabeza de caballo de oro que colgaba
muerto sus padres, sus parientes, sus _!hermanos y sus frente a la Boucherie Chevaline, en cuyo escaparate se
amigos cuando las tropas de Versailles tomaron la ciu- exhibían los dorados trozos de res muerta; y la coopera-
dad, después de la Comuna, y ejecutarqn a toda persona tiva pintada de verde, donde compraban el vino, bueno
que tuviera las manos callosas, que usara gorra o que lle- y barato. Lo demás eran paredes de argamasa y ventanas
vara cualquier otro signo que revelase su condición de de los vecinos; unos vecinos que, por la noche, cuando
obrero. Y en aquella pobreza, en aquel barrio del otro algún borracho se sentaba en su portal, gimiendo y gru-
lado de la calle de la Boucherie Chevaline y la cooperati- ñendo con la tÍpica ivresse fra.nr;aise que la propaganda
va de vinos, escribió el comienzo de todo lo que iba a ha- hace creer que no existe, abrían las ventanas y se oía el
cer. Nunca encontró otra parte de París que le gustase murmullo de la conversación. «¿Dónde está el policía?
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Cuando no se le necesita siempre está ~llí, el muy ca- cansado, demasiado cansado. Dormiría un rato. Ahora
brón. Debe de estar acostado con alguna portera. Que estaba tranquilo porque la muerte ya se había ido;
venga el agente.» Hasta que alguien arrojaba un cubo de seguramente habría tomado otra calle. Iba en bicicleta,
agua desde otra ventana y los gemidos c·esaban. «¿Qué acompañada, y marchaba en absoluto silencio por el
es esto? ¡Ah! Agua. A eso lo llamo yo ser inteligente.» adoquinado ...
Y entonces se cerraban todas las ventanas.·
Marie, su femme de ménage, protestapa contra la jor-
nada de ocho horas diciendo: «Si un marido trabaja has- No. Nunca escribió nada sobre París. Nada del Pa-
ta las seis sólo se emborrachará un poqufto al salir y no rís que le interesaba. Pero, ¿y todo lo demás sobre lo que
derrochará demasiado dinero. Pero si sólo trabaja hasta n o había escrito? ¿Y lo del rancho y el gris plateado de
las cinco, estará borracho todas las noches y una se que- los arbustos de aquella región; el agua rápida y clara
dará sin dinero para la casa. Es la esposa del obrero la de los canales de riego, el verde oscuro de la alfalfa? El
que sufre la reducción de la jornada laboral». sendero subía hasta las colinas. En verano, el ganado era
tan asustadizo como los ciervos. En otoño, entre gritos
y rugidos estrepitosos, lo llevaban lentamente hasta el
-¿Quieres un poco más de caldo? -le preguntó la valle, levantando una gran polvareda con sus pezuñas.
ffiUJer. Por detrás de las montañas se levantaba el limpio perfil
-No, muchísimas gracias, aunque está muy bueno. del pico a la luz del atardecer, y también cuando cabalga-
- Torna un poquito más. ba por el sendero bajo la luz de la luna. Ahora recordaba
-Prefiero un whisky con soda. .··· la vez que bajó atravesando el monte, en total oscuridad,
-No te sentará bien. y tuvo que llevar al caballo agarrado por la cola porque
- Y a lo sé. Me hace daño. Cole P~rter escribió la no se veía nada. Y todos aquellos cuentos y anécdotas,
música y la letra de eso; este convencimiento de que te en fin, que había pensado escribir .
estás volviendo loca por mí. ¿Y aquel peón imbécil que dejaron a cargo del ran-
-Bien sabes que me gusta que bebas, pero ... ch o en aquella época con la consigna de que no dejara
- ¡Oh, sí! Ya lo sé. Pero me sienta mal. tocar el heno a nadie? ¿Y aquel viejo cabrón de los Forks
«Cuando se vaya - pensó- , tendré todo lo que quie- que castigó al chico cuando éste se negó a entregarle de-
ra. No todo lo que quiera sino todo lo que haya.» Estaba terminada cantidad de forraje? El peón se negaba y el
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«P ero si vivo -pensó Harry-, nunca escribiré nada so-
viejo le decía que le volvería a pegar. El peón tomó en-
bre ella ni sobre los otros. » Los ricos eran unos vagos y
tonces el rifle de la cocina y le disparó cuando el viejo
bebían muchísimo, o bien jugaban demasiado al back-
iba a entrar en el granero. Y cuando volvieron a la gran-
ga,mmon . Eran vagos; por eso siempre repetían lo mis-
ja, el viejo llevaba ya una semana muerto. Su cadáver
mo. Recordaba al pobre J ulián, que sen tía un respetuoso
congelado estaba en el corral y los perros lo habían me-
temor por todos ellos, y que en una ocasión había escri-
dio devorado. A pesar de todo, envolviste los restos en
to una historia que empezaba así: «Los muy ricos son
una manta que ataste con una cuerda. Le pediste al peón
gente distinta de ti y de mÍ». Y alguien le había dich o :·
que te ayudara en la tarea. Luego, entre los dos, trans-
«SÍ. Tienen más dinero» . Pero eso a Julián no le hizo
portasteis el cadáver con esquíes por el camino, recorrien-
ninguna gracia, porque pensaba que los ricos fo rmaban
do los noventa kilómetros que os separaban del pueblo.
una clase social de singular encanto. Por eso, cuando
Entregaste al chico y éste no tenía ni idea de por qué lo
descubrió lo contrario, sufrió un tipo de decepción que
arrestaban. Pensaba que había cumplido con su deber,
jamás había sentido antes.
que tú eras su amigo y que le iban a recompensar por
Harry siempre había despr eciado a la gente que se
lo que había hecho. I