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de Gatos
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Sin embargo, uno de aquellos ratones que se encontraba por las
cercanías, y que le observaba día tras día, no terminaba de confiar en él
ni de creer que el hambre le hubiese apaciguado también su frío corazón.
Un día, surgió una disputa entre dos pájaros ante la aparente mirada
impasible del gato. El ratón, que observaba la escena sin perder detalle,
estaba convencido de que el gato se lanzaría hambriento sobre los dos
pájaros, y de este modo, todo el mundo descubriría las verdaderas
intenciones del gato.
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El gato con botas
Érase una vez un viejo molinero que tenía tres hijos. El molinero solo
tenía tres posesiones para dejarles cuando muriera: su molino, un asno
y un gato. Estaba en su lecho de muerte cuando llamó a sus hijos para
hacer el reparto de su herencia.
“Hijos míos, quiero dejarles lo poco que tengo antes de morir”, les dijo.
Al hijo mayor le tocó el molino, que era el sustento de la familia. Al
mediano le dejó al burro que se encargaba de acarrear el grano y
transportar la harina, mientras que al más pequeño le dejó el gato que
no hacía más que cazar ratones. Dicho esto, el padre murió.
El hijo más joven estaba triste
e inconforme con la herencia
que había recibido. –“Yo soy el
que peor ha salido ¿Para qué
me puede servir este gato?”, –
pensaba en voz alta.
El joven no tenía muchas esperanzas con las promesas del gato, pero
tampoco tenía nada que perder. Si se quedaba en aquella casa moriría
de hambre o tendría que depender de sus hermanos, así que le dio lo que
pedía y se fueron a recorrer el mundo.
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Caminaron y caminaron durante días hasta que llegaron a un reino
lejano. El gato con botas había escuchado que al rey de aquel país le
gustaba comer perdices, pero como eran tan escurridizas se hacían casi
imposibles de conseguir. Mientras que el joven amo descansaba bajo la
sombra de un árbol, el gato abrió su bolsa, esparció algunos granos que
le quedaban sobre ella y se escondió a esperar.
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escuchó a su gato gritando: – “¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Se ahoga el Marqués
de Carabás! ¡Le han robado sus ropas!”.
El rey atraído por los gritos se acercó a ver qué pasaba. Al ver que se
trataba del Marqués que tantos obsequios le había enviado, lo envolvió
en ropas delicadas y lo subió en su carruaje para que les acompañara en
el paseo.
El gato con botas que se sentía muy complacido con su plan, se dirigió
luego al castillo del ogro, pensando en reclamarlo para su amo. Ya había
escuchado todo lo que el ogro podía hacer y lo mucho que le gustaba que
lo adularan. Así que se anunció ante él con el pretexto de haber viajado
hasta allí para presentarle sus respetos.
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Cuando estuvo solo con el ogro, el gato le dijo: – “Me han dicho que es
capaz de convertirse en cualquier clase de animal, como por ejemplo un
elefante o un león”.
Fue así como el gato reclamó aquel palacio y las tierras circundantes para
el recién nombrado Marques de Carabás, su joven amo. Allí recibió al rey,
que, impresionado ante el lujo y la majestuosidad del castillo, le propuso
de inmediato la mano de su hija en matrimonio. El hijo del molinero
aceptó y luego de que el
rey murió gobernó
aquellas tierras, al lado del
gato con botas a quien
nombró primer ministro.
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El gato soñador
Había una vez un pueblo pequeño. Un pueblo con casas de piedras, calles
retorcidas y muchos, muchos gatos. Los gatos vivían allí felices, de casa
en casa durante el día, de tejado en tejado durante la noche.
La convivencia entre las personas y los gatos era perfecta. Los humanos
les dejaban campar a sus anchas por sus casas, les acariciaban el lomo, y
le daban de comer. A cambio, los felinos perseguían a los ratones cuando
estos trataban de invadir las casas y les regalaban su compañía las tardes
de lluvia.
Y no había quejas…
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Pero Misifú no tenía pájaros sino sueños, muchos y quería cumplirlos
todos…
Muy pronto los gatos de aquel pueblo dejaron de hacerle caso. Hasta su
amiga Ranina se cansó de escucharle suspirar.
Tal vez por eso, tal vez porque la luna le dio la clave, el gato Misifú
desapareció un día del pueblo de piedra. Nadie consiguió encontrarle.
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Cambio de papeles
Mario era el humano de Zeta y Zeta, que tenía el pelo rojizo como un
zorro, era el gato de Mario. A Zeta le gustaba mucho su humano, pero
también le gustaba ir a su aire. Por mucho que el niño insistía, Zeta nunca
dormía en su cama cuando él
estaba dentro, prefería hacerlo
acurrucado en un cojín junto al
radiador. A Zeta le gustaba
descubrirlo todo, ¡era tan
curioso! y no tenía miedo a
nada, o casi a nada. Porque el
aspirador, en verdad, le
asustaba un poquito. Cuando
olía, oía o veía algo nuevo, Zeta
no se lo pensaba dos veces…
acudía sigiloso a olfatear,
escuchar y observar lo que
pasaba. Era todo lo contrario
que su humano. Y es que a
Mario no le gustaban las cosas
nuevas: le daban miedo.
Por eso cuando aquel otoño comenzó en una escuela nueva, un colegio
de mayores, que decía su abuela, Mario no paraba de quejarse. Eso a
pesar de que había muchas cosas que le gustaban de su nuevo colegio.
Para empezar ya no tenían que llevar ese babi color verde que tanto
odiaba. Además, el colegio nuevo era mucho más grande y en vez de un
patio de arena, tenían una pista de fútbol y otra de baloncesto. Sin
embargo, las clases eran cada vez más complicadas. Lo que menos le
gustaba a Mario era cuando le tocaba leer en alto delante de toda la
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clase. Se ponía tan nervioso que todas las letras comenzaban a bailar y a
mezclarse unas con otras. Al final Mario comenzaba a tartamudear y le
tocaba a otro releer lo que él había leído.
– Qué suerte tienes Zeta, tú puedes estar en casa todo el día… ¡Si yo
fuera un gato: sería tan feliz!
Y tanto quería Zeta ir al colegio y tanto quería Mario ser un gato, que una
noche de luna llena un hada traviesa que pasaba por la ventana decidió
concederles el deseo.
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mientras se chupaba la pata con su lengua aterciopelada.
Y así lo hicieron. Zeta se marchó al colegio y allí vio con sus ojos todo lo
que Mario le había contado. Lo campos de fútbol y baloncesto, los libros
repletos de letras y aquella maestra que les hacía leer en voz alta. Como
Zeta era muy curioso y no le tenía miedo a nada, estuvo observando a
todos los niños, mirando bien los libros y descubriendo en qué consistía
eso de leer. Pero, aunque todo era muy divertido, Zeta estaba agotado.
Así que cuando llegó el recreo pensó quedarse acurrucado en una
esquina y echarse una siestecita: aquello de ser niño era muy
entretenido, pero también muy
agotador. Pero cuando estaba a
punto de quedarse dormido, sus
amigos vinieron y le obligaron a
jugar un partido de fútbol con
ellos.
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Pero dormir tantas horas era aburrido, y no hablemos de jugar: perseguir
una bola de lana no era la idea que Mario tenía de diversión. Tampoco
era mejor comer: aquellas bolitas secas que Zeta solía devorar a todas
horas sabían a rayos y truenos.
Y así fueron pasando los días. Zeta en el colegio, tan observador, había
aprendido a leer. Mario, en casa, como no tenía nada que hacer, se
dedicaba a curiosear por todas
partes y a descubrir rincones en
los que nunca se había fijado.
También se estaba volviendo
más valiente: ¡hasta había
aprendido a enfrentarse al
aspirador como nunca lo había
hecho su gato! Y eso que, al
principio, cuando sintió la
máquina apuntando hacia él
casi se cae del susto, pero sabía
que no tenía nada que temer,
porque, aunque esa máquina era muy potente, él era mucho más rápido.
Así que aquella noche, cuando habían pasado ya siete días desde que se
cambiaron los papeles, Mario y Zeta empezaron a discutir cómo acabar
con aquella situación:
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– Yo no quiero ir más al colegio. ¡Vaya aburrimiento!
Pero tanto Zeta como Mario habían aprendido algo más. Zeta había
aprendido a leer y desde entonces, además de husmear por todas partes,
jugar con bolas de lana, dormir y comer, también le pedía a Mario que le
dejara abierto algún libro de cuentos para leer un ratito. Mario, a su vez,
había aprendido a ser más
curioso y a no tener miedo
cuando la profesora le pedía que
leyera en alto. Si se había
enfrentado valiente a una
máquina que absorbía pelos…
¿cómo no iba a atreverse con la
lectura?
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El gato Vladimir
Como todas las mañanas de invierno el gatito Vladimir está asomado a la
ventana. ¡Es un minino muy curioso! Le encanta ver nevar sobre los
tejados y a los niños jugando sobre el parque cubierto de blanco. A través
del cristal escucha sus risas y se entretiene observando cómo hacen
divertidos y rechonchos muñecos de nieve.
Con sus manitas protegidas con guantes de lana, los pequeños forman
dos bolas: una grande para el cuerpo y otra más pequeña para la cabeza.
Después, le ponen botones en la tripa y dos piedras redonditas en el lugar
de los ojos. La nariz es una zanahoria larguirucha y dos palitos son los
brazos. Una niña pelirroja se quita la bufanda y la enrosca en el cuello del
pasmado muñeco. En su cabeza, ponen un gorro de lana de tres alegres
colores ¡Le queda pequeño pero muy gracioso!
Los niños aplauden cuando ven el
resultado. Hacen un coro y dan
vueltas alrededor de él mientras
cantan canciones.
Vladimir bosteza y piensa en lo
resbaladiza y fría que debe estar
esa nieve. Se aleja de la ventana y
se tumba en su suave y calentito
cojín junto al radiador, satisfecho
de vivir en una casa tan
confortable.
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El gato y los ratones
En cierto lugar, hace mucho tiempo, vivía una niña llamada Ana. como ya
era un poco mayorcita, después de salir de la escuela, ayudaba a su
madre en los quehaceres de la casa.
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Pero, advertidos los ratones de la presencia del minino, ya no se dejaron
atrapar tan fácilmente. Los roedores sólo salían en contadas ocasiones,
pasándose la vida en el interior de sus agujeros.
- ¡Hum! -se dijo el gato-. Tendré que imaginar una trampa para
atraerlos.
- ¡Ja, ja, ja, ja! -se burló de uno de los ratones, asomando el hocico.
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El gato negro
En un poblado lejano vivía una pareja de novios muy enamorados y a
punto de casarse, la novia se llamaba Leticia y el novio se llamaba Miguel;
ellos estaban muy felices porque cada vez se acercaba más la fecha del
gran día de su boda, sin embargo, antes de esto ocurrió algo que sin duda
Leticia no puede olvidar.
Leticia era una joven sola y amante de los gatos, ella tenía un gato negro
al que trataba como si fuera su hijo, ella siempre lo consentía y le daba
lo mejor para brindarle mucho bienestar. Este gato parecía no querer al
novio de Leticia y cada noche que estaban en casa, el gato le mordía el
pantalón e incluso la Piel.
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demonio aterrador, él se asustó mucho y de esta casa solo se escuchó un
fuerte grito.
Al día siguiente cuando Leticia volvió a casa la imagen que vio fue de
verdad horrorosa, ella encontró a su futuro esposo muerto colgado de un
lazo, al lado de él se encontraba el felino completamente desangrado y
muerto. Nadie sabe lo que ocurrió, pero desde ese entonces la casa de
Leticia está abandonada y se dice que allí aún se escucha el grito
estremecedor de este hombre en pena.
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Palabra de gato
“Una confesión se susurra o se escribe para transformar la vida gracias a
una verdad”, escucho rebotar en la pared antes del golpe de un libro que
se cierra. ¡Pooooomm! Los bigotes se me encrespan. El crujido del papel
ha arruinado el duermevela donde
me he sumergido estas dos últimas
horas.
Purrrrrrrrrr.
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¿Cómo pretenden que dedicara mis horas a la lectura? Antes debía
aprender a sobrevivir y comer por mí mismo.
Era agosto y por la tarde. Yo tenía un mes y medio. ¡Sucio como el hollín!
Las orejas puntiagudas y tan desproporcionadas respecto a mi cuerpo
escuálido, dos cumbres nevadas destacando en la noche calma. Mi vida
era recorrer las escolleras en busca de restos de pescados junto a mi
madre y mis cuatro hermanos, todos flacos y moteados.
¡Cataplum! El estruendo de
un zapato resonó en las rocas,
nos espantó y separó. ¿Qué
estaba pasando? Tras la
carrera entre los bloques,
encontré refugio bajo un
coche; pero ya no había rastro
de mis hermanos ni de mi
madre. Era la primera vez que
estaba solo: me moría de miedo y empecé a temblar. Pero confié en que,
si esperaba, no tardarían en volver. Maullé y les llamé hasta
desgañitarme. Cayó la noche. Despertó el sol. Tenía hambre.
Llevaba dos días bajo aquel motor, y sus largas noches, cuando sucedió
algo aún peor: un par de ojos enormes aparecieron en mi refugio. Y,
¡zaaahas! Su mano me apresó el cogote y me encerró entre unas
canastillas de pan. Bufé y escupí con todas mis fuerzas. La garganta me
pinchaba. Estaba tan aterrorizado y exhausto mientras recorríamos todo
el malecón dentro de las canastillas: lo sé porque aún escuchaba el rugir
del mar.
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Gurrhrrrrrr.
¿Quiénes son estos? ¡Qué gatos tan raros! Me repetí los tres días
siguientes, mientras examinaba de cerca sus caras sin pelo. ¡Y lo más
sorprendente: sin finos bigotes! Aquellos seres hablaban sin parar, y yo
aprendí mis primeras palabras: comida, veterinario, sardinas, no, gatito,
pelusa, cuerda, calcetines, voces que rebotaban cual pelotas, y cuyos
ecos yo perseguía con entusiasmo.
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bruces contra una pared, montones de letras abandonaron las tapas que
las encerraban. ¡Tenían que haberme visto saltar detrás de todas ellas!
Cuando hoy esto escribo, han pasado siete años. Ya soy un cazador
experimentado de palabras. Y me he transformado en un colosal gato de
pelo sedoso. Los humanos me llaman amigo: “Cooper, amigo”, dicen
mientras rascan mi barbilla o atusan la piel de la nuca y me cuentan
intimidades. ¡Podría dejar que esos pulgares me acaricien para siempre!
Yo amaso sus barrigas con las garras para mostrarles mi afecto. Tampoco
me enoja no ser ya el único gato: están Cabo, un felino bonachón que
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llegó un año después de mí a casa, Martes, una princesa peluda de ojos
verdes, y Billy, el minino atigrado que da volteretas de felicidad por la
casa.
El tiempo ha pasado, aunque hay cosas que no cambian. Enfilo el sofá
con un estudiado rodeo. Oteo para atinar el salto en el hueco entre los
dos humanos, absortos en sus respectivos libros. La noche entra por la
ventana. Yo me desplomo sobre mi cojín de terciopelo, me lamo la pata,
atuso la mejilla, me lamo la panza, y disfruto del vientecillo locuaz que
mece mis bigotes. ¡No hay lugar mejor!
Mrrrooww.
Ya conocen mi secreto. Pero pido discreción. Solo así tendrá fuerza para
transformar a los humanos que merezcan llegar a alguna parte: aquellos
que caminen lo suficiente.
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Úngulo, el gato mentiroso
Úngulo era un regordete gato siamés que solía cortarse el pelo una vez a
la semana.
- No logro entender por qué no puedo tener unas uñas largas como el
resto de los felinos.
- ¿Estarás muy
contento con tus
nuevas uñas? –le
preguntó el oso.
- ¡Ya lo creo!,
ahora ya no me
falta nada. Soy el
más guapo,
elegante y
refinado de todo
el pueblo.
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- Por cierto, esta semana no se te han visto los bigotes por el barrio...
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El gato valiente
En la ciudad de México vivía un gato llamado Manchita, le decían el Gato
Valiente porque él contaba que salvaba a las personas que estaban en
apuros.
El gato valiente todos los días iba a las casas de los demás animales a
contarles sus historias, las contaba más a los niños que a los mayores.
Cuando terminaba de detallarles sus grandes hazañas, se iba por las
calles a ver la noche.
Manchita estaba en su casa sin saber qué hacer, ya que no había nadie a
quien salvar. Por este motivo buscaba a amigos a quienes contarle las
historias. De repente un día todos
desaparecieron y dejaron una
carta que decía:
– “Manchita, estamos en
peligro, nos están llevando
al cañón profundo”.
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El gato enamorado
Un día un ratón y un gato jugaban en el parque, y como siempre, se
revolcaban en el suelo e iban tras una pelotita chiquita y muy colorida
que a veces estaba tan sucia que no podía rodar.
Pasaron los días ¡Que sorpresa! llego una perrita que era el animalito más
lindo del barrio, se llamaba Bambi. El gato se enamoró completamente
de ella, pero él no se animaba a decirle ni ¡hola!; quedo admirado por su
belleza.
Cierto día se juntaron todos los animalitos del barrio e hicieron reunión,
no habían llegado todos.
- ¡Al fin llegaron todos! ¡Los estábamos esperando!, les dijo cuándo
los vio entrar.
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El gato que tenía los bigotes embadurnados de
chocolate
Érase una vez un gato que no era del todo feliz. Llevaba siempre los
bigotes embadurnados de chocolate y se burlaban de él. Chismorreaban
entre ellos haciéndole burla:
-Mi pobre gato, con lo bien que nos los pasamos compartiendo una
tableta de chocolate…
Quizás fuera esa la razón que se escondía detrás de la burla. Así que ante
la clara sospecha la niña cogió una tableta de chocolate y la compartió
una vez más con su querido gato. Y el gato, con sus bigotes llenos de
chocolate, ofreció chocolate a la mariposa. La mariposa, con sus antenas
también embadurnadas, ofreció el resto del chocolate al guacamayo. Y
el guacamayo, con el pico lleno de chocolate, exclamó:
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- Bueno ya me voy.
- ¡Adiós Pepe!
- ¡Hola Lencho!
- ¡Hola Pepe!
- Oye Lencho, ¿tú sabes
para que sirves?
- Claro Pepe, me como el maíz, cuido a mi familia y hago mucho ruido
para asustar a los intrusos. Además, a nuestros dueños les gusta vernos
flotar en el lago, somos muy elegantes.
- Pero ¿no crees que el ruido que haces molesta a los dueños?
- ¡Para nada!, todos nos imitan para divertirse, es gracioso, mira… ¡Cuack,
cuack, cuak!
- Si tú lo dices, ¡adiós Lencho!
- ¡Adiós Pepe! ¡Cuack, cuack, cuak!
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Siguió caminando y se encontró al caballo Macario. Esperaba que tuviera
una respuesta más inteligente.
- ¡Hola Mac!
- ¡Hola Pepillo!
- ¿Tú sabes para
que sirves Mac?
- ¡Claro que sí!,
paseo a la
familia, cargo
cosas pesadas y
además a los
niños les gusta
subir en mi para
pasearlos muy suavemente.
- ¡Niños!… es cierto, ¡adiós Mac!
- ¡Adiós Pepillo! (que gato tan extraño, pensó el caballo).
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Una navidad muy musical
Los gatitos estaban organizando un concurso de canto. Era ese momento
del año cuando la vecindad se quejaba de mucha bulla porque los gatitos
maullaban sin cesar.
Los gatitos primero escucharon con deleite. La melodía navideña les llegó
al corazón, y ese era el secreto: cantar con el corazón. Esa fue una
Nochebuena inolvidable.
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Mi gato travieso
Camila tenía un hermoso gato su nombre era Morita, era blanco como la
nieve con manchas color café, en forma de pequeñas moras.
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Una tarde Camila estaba muy apresurada, parecía que algo importante
iba a pasarle, Morita la miraba curioso y de pronto vio como ella colocaba
en su cama un hermoso vestido de lentejuelas, brillaba con la luz de la
lámpara.
“Camila, cariño, te dije que ese gato necesitaba más que tu amor,
necesitaba disciplina”.
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El gato que no le tiene miedo al agua
En la escuela de danza del Señor Kapil hay un famoso gato bailarín.
El señor Kapil da instrucciones en voz alta para que los pasos se repitan.
El gato se mantiene atento y luego deja escapar un suave maullido. No
quiere interrumpir la danza. Se desliza
silencioso y estira sus patitas caminando en
pas de chat.
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El señor Kapil lo encontró bajo un arbusto, cerca de la entrada de su casa,
en una caja de cartón.
“Ese día llovió mucho. Todos estaban en sus casas pero alguien lo había
dejado abandonado. El gatito no estaba asustado. Parecía atento al
sonido de la lluvia. Creo que el agua forma parte de su corazón y eso le
ha dado valor, No es como otros gatos que huyen de un baño o del primer
chapuzón. Este micifuz cada vez que llueve, salta y gira para jugar
mientras todos esperamos por turnos verlo danzar”.
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otros que juegan en los charcos de una plaza. Todos ellos formarían parte
de este primer grupo de danza.
Todos quieren ver al gato del señor Kapil. Cuando el gato no está, los
bailarines no danzan. Y es que ese gatito tan valiente y osado, va con su
música a todos lados. Siente que hay música en el agua.
Cuando llueve hay melodía y “los gatos de agua” son una maravilla,
parece decir.
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Tuco
En mi vida he tenido algunos gatos que me han hecho pasar muy duros
ratos…
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El gato Salchichón
El gato Salchichón dormía sobre la ventana de la habitación del ogro.
- Tzzsss- Un
mosquito muy
molesto lo
despertó, pero
Salchichón
estaba tan
cansado que
volvió a quedarse
dormido.
- Tzzsss- El molesto
volador volvió a
zumbarle en el oído y Salchichón, sobresaltado, se enojó tanto que
empezó a correrlo por la habitación. El mosquito se metió en la bota
del ogro que roncaba como una tormenta, y atrás, apretando el
cuerpo para poder pasar, entró Salchichón.
Cuando salió el sol, el ogro abrió apenas los ojos, se los refregó y se sentó
en la cama. Se rascó el ombligo y metió un pie en la bota. Se rascó la oreja
y cuando fue a meter el otro pie…
El impacto fue tan grande que los hizo volar bien alto y Salchichón pegó
contra la cabeza de un pájaro carpintero que descansaba en una rama.
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