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Eventos Revistas Estudios de Cultura Náhuatl 49
302 p.
987. Volumen 49
Artículos
Estudios clásicos
Traducción del náhuatl al español del capítulo once del libro XI del Códice florentino
Reseñas bibliográficas
995. José Rubén Romero Galván, sobre Eduardo Matos Moctezuma et al., 100 años del Templo Mayor. Historia de un
descubrimiento
996. Mario Alberto Sánchez Aguilera, sobre Miguel Sabido, Teatro sagrado. Los “coloquios” de México
997. Sylvie Peperstraete, Nathalie Ragot, Guilhem Olivier y Élodie Dupey García
DR © 2013, Universidad Nacional Autónoma de México - Instituto de Investigaciones Históricas [ISSN en trámite]. Esta página puede ser reproducida con fines no lucrativos, siempre y cuando no se mutile,
se cite la fuente completa y su dirección electrónica. De otra forma, requiere permiso previo por escrito de la institución. Fecha de publicación: 27 de mayo de 2013. Dirección: Circuito Mario de la Cueva s/n,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510, México, D. F.
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VOLUMEN 49 ENERO-JUNIO 2015 ISSN 0071-1675
n n
Toda correspondencia relacionada con esta revista, dirigirla a: Estudios de Cultura Náhuatl, Instituto de Investigaciones
Históricas, Ciudad de Investigación en Humanidades, Circuito Maestro Mario de la Cueva, Ciudad Universitaria, 04510,
México, D. F. nahuatl@unam.mx
Diseño de obra: Ónix Acevedo Frómeta. Tipografía: Sigma Servicios Editoriales. Cuidado de la edición: Israel Rodríguez
DR © 2015. Universidad Nacional Autónoma de México. Estudios de Cultura Náhuatl es una publicación semestral del
Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México, Circuito Maestro Mario de la
Cueva s/n, Ciudad Universitaria, 04510, México, D. F. Editora responsable: doctora Ana Carolina Ibarra González. ISSN:
0071-1675. Reserva de derechos al uso exclusivo: 04-2003-061812295600-102. Certificado de licitud de título 10480
y certificado de licitud de contenido 7394 otorgados por la Comisión Certificadora de Publicaciones y Revistas Ilus-
tradas de la Secretaría de Gobernación. Impreso en Formación Gráfica, Matamoros 112, Colonia Raúl Romero, Neza-
hualcóyotl, Estado de México. Tiraje: 500 ejemplares. Distribuido por el Instituto de Investigaciones Históricas. Precio
del ejemplar $320.00 MN; 30.00 USD. Precios sujetos a cambio sin previo aviso. Enviar cheque a nombre de: Univer-
sidad Nacional Autónoma de México. Intercambio publicitario y venta de números atrasados: área de ventas y pro-
moción editorial + 52 (55) 5622-7529 y + 52 (55) 5622-7536 / nahuatl@unam.mx / www.historicas.unam.mx
5 volumen 49
ALFREDO LÓPEZ AUSTIN 161 Los gigantes que viven dentro de las piedras.
Reflexiones metodológicas
MIGUEL LEÓN-PORTILLA 199 Una carta inédita de don Antonio Valeriano, 1578
estudios clásicos
paleografía y traducción
del códice florentino
ÉLODIE DUPEY GARCÍA 223 Traducción del náhuatl al español del capítulo once
del libro XI del Códice florentino
JOSÉ RUBÉN ROMERO GALVÁN 251 Eduardo Matos Moctezuma et al., 100 años
del Templo Mayor. Historia de un descubrimiento
MARIO ALBERTO SÁNCHEZ AGUILERA 256 Miguel Sabido, Teatro sagrado. Los “coloquios”
de México
obituario
GUILHEM OLIVIER
INTRODUCCIÓN
1 Queremos agradecer el apoyo de numerosos colegas y amigos, entre ellos Frances Berdan,
Fernando Carrizosa, Michelle De Anda, Manuel Hermann, Timothy King, Alfredo López
Austin, Bertina Olmedo, Julia Pérez, Óscar Ruiz, Carlos Santamarina, Néstor Santiago,
Nicklas Schulze, Scott Sessions y Enrique Vela. También damos gracias por su apoyo
técnico a Mayra Manrique Ortega, Valentina Aguilar Melo y María Angélica García
Bucio, estudiantes del Posgrado de Ciencia e Ingeniería de Materiales de la unam. Esta
investigación fue financiada por el Proyecto Templo Mayor del inah, el Institut d’études
avancées de Paris, el Instituto de Física de la unam, así como por los proyectos de inves-
tigación conacyt 131944 móvil ii y pappiit unam in402813 andreah ii.
2 Este mismo pasaje histórico es narrado, entre otros, por Hernán Cortés (1963: 69-70) y
Andrés de Tapia (1866: 579) que fueron testigos presenciales; fray Bernardino de Sahagún
(1950-1982, bk. 12: 45-46; 2000: 1191), quien abreva de sus informantes indígenas; fray
Diego Durán (1984, 2: 542-544), quien se basa en el dicho de Francisco de Aguilar,
y Francisco López de Gómara (1552: xlir, xlixr, livr-v), quien recoge el testimonio de
Cortés y otros conquistadores.
Y desde que fue abierta y Cortés con ciertos capitanes entraron primero
dentro y vieron tanto número de joyas de oro y en planchas, y tejuelos
muchos, y piedras de chalchihuis y otras muy grandes riquezas, quedaron
elevados y no supieron qué decir de tantas riquezas. Y luego lo supimos
entre todos los demás capitanes y soldados y lo entramos a ver muy se-
cretamente; y desde que yo lo vi, digo que me admiré, y como en aquel
tiempo era mancebo y no había visto en mi vida riquezas como aquéllas,
tuve por cierto que en el mundo no se debieran haber otras tantas. Y
acordóse por todos nuestros capitanes y soldados que ni por pensamien-
to se tocase en cosa ninguna de ellas, sino que la misma puerta se torna-
se luego a poner sus piedras y cerrase, y encalase de la manera que la
hallamos, y que no se hablase en ello porque no lo alcanzase a saber
Montezuma, hasta ver otro tiempo (Díaz del Castillo, 1969: 164-165).
y para verlo y quitarlo [el oro] de sus bordaduras y donde estaba en-
gastado tardamos tres días, y aun para quitarlo y deshacer vinieron los
3 López de Gómara (1552: xlir) habla del tesoro de “padres, y abuelos, guardados de grandes
tiempos a esta parte, como es costumbre de reies”. De acuerdo con Durán (1984, 2: 543),
“no era cosa adquirida por Montezuma, ni cosa de que él se pudiese aprovechar, porque era
el tesoro que todos los reyes sus antepasados iban dexando… y así muriendo el rey, ese mes-
mo día que moría todo el tesoro que dexaba de oro, piedras, plumas y armas, finalmente toda
su recámara se metía en aquella pieza y se guardaba con mucho cuidado, como cosa sagrada
y de dioses, procurando el rey que entraba á reinar adquirir, para sí, y que no se dixese de él
que se ayudaba de lo que otro abía adquirido; y así se estaba allí aquello como tesoro de la
ciudad y grandeza de ella”. Véase también Díaz del Castillo (1969: 188).
Algunas de estas barras fueron marcadas con las armas reales y ateso-
radas con celo, en tanto que otras fueron convertidas en crucifijos, meda-
llas, joyas y utensilios de mesa. Como vimos, según Díaz del Castillo, el
valor total del oro ascendía a 600 mil pesos, cifra bastante superior a la
que nos dan Cortés y su capellán Francisco López de Gómara, quienes
estiman el equivalente a alrededor de 162 mil pesos.4 Cualquiera que sea
el caso, a la hora de la repartición Cortés adjudicó el consabido quinto
para el monarca español, otro tanto para sí y una suma indeterminada
para subsanar los gastos de la expedición hechos en Cuba, el costo de dos
caballos muertos en tierra firme, además del pago para los procuradores
que regresaron a Europa, para la gente que se quedó en la Villa Rica y para
dos clérigos que acompañaban a la expedición. Finalmente, y basándose
en la jerarquía individual, Cortés repartió el remanente entre todos y cada
uno de sus hombres. Como era de esperarse a los soldados de a pie les tocó
una suma irrisoria, por lo que algunos se negaron a recibir una dádiva que
nada tenía que ver con sus mayúsculos esfuerzos en la empresa conquista-
dora y, sobre todo, con sus expectativas.5
Este conocido pasaje histórico pone de manifiesto que el conquistador
actuó con gran inequidad ante su propia gente, pero también nos revela
4 Mencionan también 500 marcos en plata y 100 mil ducados en obras de gran maestría
sin fundir. De acuerdo con Haring (1915: 441), el cálculo de Cortés es más creíble que el
de Díaz del Castillo. El historiador norteamericano aclara que un peso de minas equiva-
lía a 4.18 g de oro (Haring, 1915: 435, nota 1), por lo que 600 mil pesos corresponderían
a 2 508 kg de este metal y 162 mil pesos a 677 kg.
5 Véase Feldman (2012) para una descripción de los escasos 33 objetos de oro que Cortés
pudo rescatar en Tenochtitlan tras la caída final de la ciudad.
6 El oro obtenido por Cortés en Tenochtitlan no fue suficiente ni para compensar los gastos
de la expedición (Bargalló, 1955: 54).
7 De acuerdo con Eugen Friedrich Mayer (1998: 65, apud. Schulze, 2009: 170), ambos
tesoros sumaban 7 900 kg de oro. Marfounine (1988: 152) calcula la cifra más conser-
vadora de 6 752 kg, lo que equivaldría a 1 615 311 pesos.
[…]”. El problema aquí es conocer cuánto pesa una “carga”. Si el soldado se refiere a las
cargas de mula propias de las diversas regiones de la España de su tiempo, estaríamos
hablando de entre 214.6 y 297.2 kg de oro, lo cual suena a todas luces excesivo. Es posible,
sin embargo, que Díaz del Castillo esté hablando de la carga que un hombre solía llevar a
cuestas en territorio mesoamericano y que él menciona en su obra cuando alude a las
cargas de oro, mantas y ropa algodón, gallinas, casquillos de cobre, maíz y carne seca.
Según él, el peso que soportaba un tameme a lo largo de una jornada era de dos arrobas,
lo que implicaría que un chalchihuite valdría 46 kg de oro. Esta cifra, a nuestro juicio,
sigue siendo muy elevada. De acuerdo con Frances Berdan (comunicación personal, mayo
de 2014), es posible que un desesperado Motecuhzoma haya exagerado el valor de las
piedras verdes para impresionar a un Cortés que sólo mostraba interés por el oro. Por otra
parte, señalemos que en Chichicapa se podía obtener un esclavo a cambio de un peso y
medio de polvo de oro (Relaciones geográficas del siglo xvi: Antequera, 1984, 1: 77).
12 Los primeros hallazgos arqueológicos de objetos de oro en la isla de Tenochtitlan-Tlate-
lolco datan del momento mismo de la Conquista. Tapia (1866: 586) refiere que a Cortés,
cuando ascendió por primera vez al Templo Mayor, “le pareció que habia poco hueco en
la casa […] é mandó cavar en la pared frontera, donde se halló el mason de sangre é se-
millas é la tinaja de agua, é se deshizo, é le sacaron las joyas de oro, é hubo algund oro
en la sepultura que encima de la torre estaba”.
13 De este total, 30 piezas completas y 267 fragmentos no tienen información contextual.
Posiblemente proceden de la ofrenda 3, excavada por el Departamento de Salvamento
Arqueológico (García Cook y Arana, 1978: 51-53, fig. 45; González Rul, 1997: 21). En
nuestro análisis tomaremos en cuenta únicamente aquellos objetos que tienen una proce-
dencia bien documentada, los cuales suman 237 piezas completas y 823 fragmentos.
LA INFORMACIÓN HISTÓRICA
Hasta ahora, buena parte de nuestro conocimiento sobre el papel que jugó
el oro en la civilización mexica proviene tanto de pictografías como de
14 De manera significativa, México no cuenta con un museo del oro asociado a una entidad
bancaria, como es el caso de Costa Rica, Colombia, Ecuador, Perú o Bolivia.
15 Sobre los distintos tipos de placeres existentes en la naturaleza, véase Boyle (1987: 455-
457) y Sánchez Nava (2009: 27). Sobre las técnicas de obtención del oro en placeres,
véase Boyle (1987: 23-24), Grinberg (1990: 23-24), Goossens (1998: 75) y Guha y Dubé
(2008: 148-149).
16 El oro de placeres contiene pocos elementos traza, pero puede poseer un porcentaje ele-
vado de plata, a veces de hasta el 45% (Schulze, 2008: 79).
17 Véase también, Cortés (1963: 64) y The Drake Manuscript (1996: 99-101).
18 Un excelente mapa de distribución de los placeres de oro en territorio mesoamericano fue
publicado por Torres (2011: 123-124).
19 Según Schultze (2008: 112), el Estado mexica parecería nunca haberse involucrado de
manera directa en estas actividades, tal y como lo hacen vislumbrar algunos pasajes his-
tóricos (e.g. Durán, 1984, 2: 225).
20 En el folio 44r del Codex Mendoza (1992) se representa el topónimo de Teocuitlatlan
como un brazo que sostiene un disco amarillo inscrito con el símbolo del oro, y del cual
salen tres corrientes de agua rematadas por chalchihuites y caracoles. El nombre de esta
población pudiera traducirse como “lugar donde se colecta el oro”, por lo que quizás
sería un placer (James Cooper Clark en Codex Mendoza, 1938, 2: 48). Pertenecía a la
provincia de Coyolapan, la cual tributaba a Tenochtitlan tejuelos de oro. De manera
interesante, Coyolapan tiene como topónimo en el mismo folio un cascabel de oro su-
mergido en un apaxtle lleno de agua.
21 Estas poblaciones tributaban oro en polvo, rodelas o varas macizas del “gordor” de tres dedos.
22 Tlapan, Coaixtlahuacan y Tlachquiauco (Codex Mendoza, 1992: 38v-39r, 42v-43r, 44v-
45r; Berdan, 1992: 310).
23 Tlapan, Yoaltépec y Coyolapan (Codex Mendoza, 1992: 38v-40r, 43r-44v; Berdan, 1992:
310).
24 Xoconochco, Cuetlaxtlan y Tochtépec (Codex Mendoza, 1992: 45v-49r; Berdan, 1992:
310-311).
25 Recordemos que el oro fue utilizado en esta forma como medio de cambio (Torres, 2011:
15-22).
26 Alonso de Santa Cruz (2013: 259) dice lo siguiente acerca de los barrios de Tenochtitlan:
“La ciudad está distribuyda y estaba en tiempo de Monteçuma casi al modo de España,
sus oficios distintos y apartados unos de otros que hay casi no menos que la más grande
ciudad de España, porque son tan ingeniosos en las artes mecánicas que no dan ventaja
a ningunos otros, así en labrar todas cosas de madera y barro como de oro, plata, estaño,
plomo, cobre, que son metales de que abunda mucho la tierra […]”.
27 Véase al respecto, Saville (1920: 117, 176), Carrasco (1950: 70, 158-159) y Berdan
(1992: 307).
28 Estos pasajes de la obra de Sahagún son analizados por Seler (1892: 401-418), Lothrop
(1952: 16-19), Easby (1957; 1969: 348, 361-365), Caso (1969: 75-80), León-Portilla
(1978: 26-27) y Torres (2011: 169-172).
29 Los productos de oro servían para la creación y reforzamiento del estatus y la riqueza
(Paris, 2008: 44). En época de Motecuhzoma Ilhuicamina se crearon ordenanzas en las
que se acotaba su uso: “Y, así, lo primero que se ordenó, fue […] que solo el rey se pu-
siese corona de oro en la caueça, en la ciudad, y que en la guerra, todos los grandes se-
ñores y valientes capitanes se la pudiesen todos poner, y fuera de allí, no; los quales en la
guerra representauan la persona real, y así podian en la guerra ponerse coronas de oro y
insignias Reales […] Salió determinado que solo los grandes señores pudiesen usar de
beçotes de oro y de piedras preciosas y de orejeras y nariceras de oro y de piedras ricas,
y no otros, ecepto que los valientes hombres, capitanes y soldados de valor y estima po-
dian traer beçotes y orejeras y nariceras de hueso, ó de palo, ó de otra materia baxa y no
preciosa. Iten, que solo el rey y los reyes de las prouincias y grandes señores pudiesen usar
de braçaletes de oro y de calcetas de oro á las gargantas de los piés y ponerse en los bai-
les cascabeles de oro á los pies y guirnaldas y cintas de oro á la caueça con plumas, á la
manera quellos quixese y no otros: á estos les fue concedido sacar caderas de oro al cue-
llo y joyeles de oro y piedras de rica hechura y usar de piedras quellos llaman chalchiuites
y no otros” (Durán, 1984: 2: 212).
LA INFORMACIÓN ARQUEOLÓGICA
Tras esta rápida revisión, veamos ahora lo que nos enseñan del tema la
arqueología y la ciencia de materiales. Es sabido que, tras el arribo de los
españoles a Tenochtitlan, la enorme mayoría de los objetos metálicos en
circulación terminó fundida en los crisoles. En realidad fueron muy con-
tadas las piezas de alta calidad estética que sobrevivieron a la sed de oro
30 En un caso muy conocido, los pochtecas fueron enviados por el soberano a los puertos
de intercambio del Golfo para que adquirieran en su nombre una larga serie de artícu-
los de lujo. Lo significativo es que llevaron también consigo varios productos (incluidos
collares, rosetas frontales y orejeras de oro) para hacer sus propias transacciones (Saha-
gún, 1950-1982, bk. 9: 17-18; Berdan, 1992: 313-315).
Digamos una vez más que, de las 204 ofrendas encontradas de 1948 a la
fecha en la zona arqueológica del Templo Mayor,32 únicamente catorce
contenían objetos de oro. De este limitado grupo de depósitos rituales,
nueve se encontraron en el Templo Mayor,33 cuatro más frente a la fachada
principal de dicha pirámide y en torno al monolito de la diosa Tlaltecuhtli,34
y el depósito restante en el acceso sur de la Casa de las Águilas (figura 2).35
31 A Leopoldo Batres (1902: 22-23; Saville, 1920: 179-182) se deben los primeros hallaz-
gos de objetos de oro en excavaciones arqueológicas controladas. El 16 de octubre de
1900 encontró dos discos de 13 cm de diámetro, seis ornamentos anulares de 5 cm
de diámetro y una nariguera en forma de mariposa de 7.8 por 7.5 cm. En el Museo
Nacional de Antropología se encuentran estos y otros objetos de oro recuperados en el
centro histórico de la ciudad de México durante salvamentos arqueológicos (Mateos
Higuera, 1979: 245-246).
32 Esto incluye dos ofrendas exploradas por Elba Estrada Balmori (1979) en 1948; una por
Jorge Angulo (1966) y Eduardo Contreras (1979) en 1966; cinco por la Dirección de
Salvamento Arqueológico (García Cook y Arana, 1978) en 1978; 169 por el Proyecto
Templo Mayor (López Luján, 1993, 2006) entre 1978 y 2015, y 27 por el Programa de
Arqueología Urbana entre 1994 y 2015.
33 Las ofrendas 1, 2, 3, 13, 34, 39, 60, 87 y la cámara 2, equivalentes al 64.3%. Estas
ofrendas reunían el 57% de las piezas completas y el 96.7% de los fragmentos con pro-
cedencia de nuestra colección.
34 Las ofrendas 122, 123, 125 y 149, equivalentes al 28.6%. Conjuntaban el 28.3% de las
piezas completas y el 0% de los fragmentos con procedencia.
35 La ofrenda v, equivalente al 7.1%. Este depósito contenía el 14.8% de las piezas com-
pletas y el 3.3% de los fragmentos con procedencia.
36 Las ofrendas 60, 122, 123, 125, 149 y v, equivalentes al 42.9%. Reunían el 43.5% de
las piezas completas y el 6.7% de los fragmentos con procedencia de nuestra colección.
37 Las ofrendas 1, 2, 3, 13, 87 y la cámara 2, equivalentes 42.9%. Conjuntaban el 56.1%
de las piezas completas y el 93.3% de los fragmentos con procedencia.
38 Las ofrendas 34 y 39, equivalentes 14.3%. Contenían el 0.8% de las piezas completas y
el 0% de los fragmentos con procedencia.
39 Las ofrendas 1, 2, 3, 13, 34, 39, 60, 87, 123, 122, 125 y 149, equivalentes al 85.7%.
Estos depósitos reunían el 77.2% de las piezas completas y el 96.8% de los fragmentos
con procedencia de nuestra colección.
40 La cámara 2, equivalente al 7.1%. Este depósito contenía el 8% de las piezas completas
y el 0% de los fragmentos con procedencia. Para una descripción detallada de esta ofren-
da, véase López Austin y López Luján (2009: 336-338).
41 La ofrenda v, equivalente 7.1%. Encerraba el 14.8% de las piezas completas y el 3.3%
de los fragmentos con procedencia.
42 El oro se asocia directamente con el Sol y con Nanahuatzin (Sahagún, 1950-1982, bk.
11: 233-234; Klein, 1993: 25; Schultze, 2008: 334; Torres, 2011: 35-40). Recordemos
que, en la Tollan mítica, Quetzalcóatl tenía un palacio de cuatro aposentos, uno de los
cuales era de oro y se orientaba hacia el amanecer (Sahagún, 2000: 950). Para Graulich
(1982: 225), este metal simboliza tanto la tierra abrasada por el Sol como el color del
maíz maduro y de la vegetación al comienzo de la temporada de secas.
43 Las ofrendas 34 y 39, equivalentes al 14.3%. Reunían el 0.8% de las piezas completas y
el 0% de los fragmentos con procedencia de nuestra colección.
44 Las ofrendas 1, 2, 3, 13, 60 y la cámara 2, equivalentes al 42.9%. Conjuntaban el 53.6%
de las piezas completas y el 96.7% de los fragmentos con procedencia.
45 Las ofrendas 87, 122, 123, 125, 149 y v, equivalentes al 42.9%. Sumaban el 45.6% de
las piezas completas y el 3.3% de los fragmentos con procedencia.
46 Las ofrendas 1, 2, 13, 60, 122, 123, 125, 149 y la cámara 2, equivalentes al 64.3%.
Conjuntaban el 37.6% de las piezas completas y el 7.3% de los fragmentos con proce-
dencia de nuestra colección. Normalmente, este tipo de ofrendas se inhumaban con mo-
tivo de la inauguración de un edificio o un monumento escultórico.
47 Las ofrendas 3, 34, 39 y v, equivalentes al 28.6%. Reunían el 59.9% de las piezas com-
pletas y el 92.7% de los fragmentos con procedencia. Por lo común, estas ofrendas se
enterraban cuando el edificio estaba en pleno funcionamiento.
48 La ofrenda 87, equivalente al 7.1%. Contenía el 2.5% de las piezas completas y el 0%
de los fragmentos con procedencia. Este tipo de ofrendas se colocaban durante el proce-
so de construcción o ampliación de un edificio.
49 Para una explicación de la técnica, véase Easby (1969: 391) y Torres (2011: 144-146).
50 Para una explicación de la técnica, véase Easby (1969: 348-350), Schultze (2008: 109-
110) y Torres (2011: 132-144, 149).
Tienen, además, una perforación central circular que pudo haber servido
para fijarlos a una prenda de vestir de textil o a una insignia de plumaria.
13) Aplicación discoidal para orejera (figura 4): 13 piezas (10 de la
ofrenda 3 y 3 sin contexto). Al igual que en el tipo anterior, estos objetos
circulares tienen repujada una ranura delgada y concéntrica, quedando re-
alzados el disco central y el borde. Pero poseen aparte sendas aletas rectan-
gulares en los flancos que se doblaban en ángulo recto y servían para fijar la
pieza al centro de una orejera de carrete, a manera de tapón. Sus medidas
oscilan entre 8.65 y 22.92 mm de diámetro, 0.76 y 0.14 mm de espesor, y
0.1 y 0.6 g de peso. Este tipo se encontró en un depósito funerario.
14) Ornamento en forma de roseta de papel plisado (figura 5): 2 pie-
zas completas (ofrenda 123). Tienen forma discoidal, si bien les fue recor-
tada a ambas piezas una sección de círculo de alrededor de 55 grados.
Están plisadas en sentido radial y a manera de acordeón, de forma que se
alternan pliegues elevados con pliegues deprimidos. Una pieza tiene 38
pliegues y la otra 40. La pieza pequeña mide 59.94 por 65.24 por 0.38 mm
y pesa 3.1 g, mientras que la grande tiene 62.35 por 64.09 por 0.20 mm y
un peso de 2.7 g. Poseen un par de pequeñas perforaciones circulares al
centro, las cuales servían para atarlas a un cuchillo de pedernal. Ambas
representan la divisa conocida como ixcuatechimalli (“rodela de la fren-
te”), que distingue a las imágenes de Mictlantecuhtli y otras deidades de
su complejo, a los ofrendadores del fuego y al xiuhmolpilli o atado de varas
que materializa la compleción del ciclo de 52 años (e.g. Codex Telleriano-
Remensis, 1995: 15r; Códice borbónico, 1991: 10, 34, 36; Sahagún, 1993:
262v, 265r, 266v; Códice Vaticano A. 3738, 1996: 2v; Klein, 1984). Este
tipo se halló en un depósito votivo.
15) Ornamento en forma de hueso (figura 5): dos piezas completas
(ofrenda 125). Se trata de las representaciones convencionales de los hue-
sos largos, tanto de los brazos como de las piernas (e.g. Códice borbónico,
1991: 10). El extremo proximal de estas piezas es recto, lo que denota que
el hueso está cortado: la diáfisis está figurada como una banda alargada;
cuenta al centro con una banda longitudinal realzada, la cual simboliza
la médula y en los códices suele estar pintada de rojo. El extremo distal
figura la epífisis: tiene el extremo hendido a manera de “cola de golon-
drina”, así como una protuberancia lateral de forma circular, con un
51 Para una explicación de la técnica, véase Schultze (2008: 127-128) y Torres (2011: 149-166).
21) Broche (figura 6): dos piezas completas (ofrenda 87). Se trata de
dos láminas aproximadamente rectangulares que fueron dobladas y per-
foradas para introducir por una o dos cavidades un alambre de sección
circular o cuadrada. La pequeña mide 22.49 por 23.21 por 27.74 mm y pesa
10.7 g, mientras que la grande tiene 38.26 por 14.83 por 5.61 mm y un
peso de 4.2 g. Quizás fueron utilizadas a manera de broches o fíbulas para
sujetar prendas de vestir. Este tipo se encontró en un depósito votivo.
Siguiendo la taxonomía sahaguntina, el segundo grupo tecnológico es
el de los artefactos fundidos por medio del procedimiento de la cera perdi-
da practicado por los teocuitlapitzque. Nuestra colección cuenta con 74 pie-
zas completas, lo que equivale al 27.7% del total.52
22) Disco con espiga (figura 7): dos piezas completas (sin contexto).
Estos extraños objetos están compuestos por un disco liso, de cuyo centro
emerge una esbelta espiga cilíndrica. La pieza más pequeña mide 7.90 mm de
diámetro por 7.99 mm de longitud, y pesa 0.8 g; la más grande tiene 8.30 mm
de diámetro, una longitud de 7.86 mm y un peso de 1.1 g. Desconocemos la
función de este tipo, aunque pudiera tratarse de aplicaciones de esculturas.
23) Cuenta esférica de falsa filigrana (figura 7): una pieza completa
(ofrenda 3). Este bello objeto está decorado con falsa filigrana y calados
que figuran grandes círculos de hilos trenzados y motivos florales. Tiene
perforaciones circulares de sujeción en sus polos. Mide 16.25 mm de diá-
metro y pesa 4.4 g. Este tipo procede de un depósito funerario.
24) Cascabel globular simple (figura 7): 23 piezas (dos en la ofrenda
2, veinte en la ofrenda 125 y una sin contexto). Este tipo de cascabel se
define por su resonador esférico, dotado de una abertura grande, recta y
sin reborde (cf. Códice Magliabechi, 1996: 68r). Su argolla de suspensión
es mediana y curva. Por lo común, son de dimensiones reducidas: el más
pequeño mide 7.98 por 7.05 por 7.06 mm y pesa 0.3 g, en tanto que el
más grande tiene 14.13 por 9.37 por 9.36 mm y 0.9 g de peso. Este tipo
únicamente se recuperó en depósitos votivos.
25) Cascabel globular compuesto (figura 7): una pieza completa
(ofrenda 2). Este cascabel diminuto tiene un resonador compuesto por una
esfera y un cilindro, en cuya unión hay una decoración de falsa filigrana
61 En forma sugerente, Hosler (1997: 36) propone que el sonido de los cascabeles de cobre
estaba vinculado tanto con la fertilidad como con los ruidos del trueno, la lluvia y la
serpiente de cascabel.
62 Como simple especulación, propongamos que estas piezas estarían asociadas con el fue-
go de la cremación y el posible carácter guerrero del individuo cremado.
63 En el folio 68r del Códice Magliabechi (1996) se observa el bulto funerario de un alto
dignatario. Está acompañado de una rica ofrenda de objetos de oro, uno de los cuales
tiene forma de glifo ollin.
Un aspecto crucial del estudio de nuestra colección tiene que ver con la
determinación de la procedencia de los artefactos. Aclaremos que éste es
un asunto sumamente difícil de resolver, ya que hasta la fecha no se han
ubicado en el mapa las diversas fuentes de oro nativo explotadas por los
mesoamericanos a lo largo del tiempo. Lo anterior significa que no conta-
mos con caracterizaciones químicas de elementos mayores, menores y tra-
za de los numerosos placeres donde el metal era obtenido.64 Para subsanar
esta enorme carencia, desde mediados de los años setenta se han realizado
estudios sistemáticos de la composición química de varias colecciones ar-
queológicas, poniendo énfasis en su contenido porcentual relativo de oro,
plata y cobre (Grinberg et al., 1976). Esto ha permitido generar diagramas
de equilibrio ternario y descubrir a través de ellos claras diferencias com-
posicionales entre el oro mixteco de los Valles Centrales de Oaxaca, el
zapoteco de la Sierra de Juárez, el del Tesoro del Pescador descubierto en
las costas veracruzanas,65 el del cenote sagrado de Chichén Itzá y el de
algunos artefactos mexicas hallados en la ciudad de México. De tal forma
se han podido definir diversas “zonas geográficas de uso del oro”.
Así las cosas, decidimos determinar la composición ternaria Au-Ag-Cu
de todas las piezas completas y de buena parte de los fragmentos que in-
tegran nuestra colección (apéndice). Nos valimos para ello del análisis por
Fluorescencia de Rayos x (xrf), una probada técnica multi-elemental de
67 La misma tendencia fue registrada por Schulze (comunicación personal, junio de 2013)
en su análisis por xrf de los cascabeles de cobre provenientes de los mismos contextos
que nuestras piezas de oro.
del grupo de piezas recuperadas por el Proyecto Templo Mayor. Más inte-
resante aún es que se localiza perfectamente en la región ocupada por
nuestras piezas más tardías, las de la etapa VI (1486-1502 d.C.), y parti-
cularmente por las halladas en torno al monolito de la diosa Tlaltecuhtli
(ofrendas 122, 123,125 y 149; figura 12). Lo anterior es significativo, pues
el lingote habría sido fundido entre 1519 y 1520 d.C.
Una de las preguntas cruciales que quedan por responder es de dónde pro-
cede la tradición orfebre practicada en Tenochtitlan y Azcapotzalco. De
acuerdo con los mismos mexicas, sus orígenes se trazaban hasta la Tollan
mítica, ciudad arquetípica habitada por “gente mágica” y diestra en todos
los “oficios mecánicos”, incluido el trabajo de los metales (Sahagún, cap.
XXIX, párrafo primero; López Austin y López Luján, 2004). Por el contra-
rio, casi todos los autores modernos dirigen su mirada hacia el área oaxa-
queña y en particular hacia la Mixteca. En efecto, desde hace muchas
décadas domina la idea de que los artefactos hallados en la Cuenca de Mé-
xico, si no son importaciones de la Mixteca oaxaqueña o poblana, fueron
elaborados por orfebres mixtecas acogidos en capitales como Tenochtitlan,
Texcoco y Azcapotzalco (e.g. Emmerich, 1965: 141-142; Easby, 1969: 393;
Cardós et al., 1988: 373; Young-Sánchez, 1996: 107; Carmona, 2001: 132;
Paradis, 2008: 99). A juicio de varios especialistas, esto se confirmaría en el
estilo mixteca del oro mexica, el cual habría sido hecho por artesanos de la
misma escuela de quienes crearon las joyas de la Tumba 7 de Monte Albán.
Por ello, cada vez que se exhiben o publican piezas de oro mesoamericano
que no son mayas pero cuyo origen exacto se desconoce, se les aplica el vago
apelativo de “mixtecas-aztecas” (e.g. Emmerich, 1965: figura 182).68
69 Años antes, Caso (1969: 82) señaló que los orfebres mesoamericanos “parecen haberse
inspirado en las características ideas toltecas que se encuentran en la Cultura Mixteca-
Puebla.”
70 La información sahaguntina demuestra que los orfebres de la Cuenca de México estaban
igualmente dotados técnicamente que sus colegas de la Mixteca (Nicholson y Quiñones
Keber, 1983: 152).
71 Otros objetos de oro hallados en Tenochtitlan y que difieren del llamado estilo mixteca
son dos chicahuaztli y un amacuexpalli (Mateos Higuera, 1979, cat. 21-57 y 21-50).
72 Tal y como nos comenta Manuel Hermann Lejarazu (comunicación personal, junio de
2014), en los códices mixtecos no hay propiamente representaciones de divinidades del
pulque. En el Nuttall y el Vindobonensis tan solo aparece una mujer llamada 11-Serpiente
que podría estar relacionada con el origen y la preparación de esta bebida, pues se le pintó
decapitada y con vasijas de pulque en las manos. Otras señoras que quizás estén relaciona-
das a la bebida son 2-Flor y 3-Lagarto. Ninguna de ellas porta el adorno frontal en cuestión.
73 De acuerdo con varios autores (e.g. Hosler, 1994: 201, 207, 222, 224; Schulze, 2008: 81-
82, 211, 228-229, 429-431, 521), en la Cuenca de México se producían grandes cantidades
de objetos de cobre, principalmente cascabeles, los cuales se caracterizan por su alto con-
tenido de plomo. En el caso de nuestros artefactos de oro, tienen un mucho mayor conte-
nido de plata que los artefactos de oro mixtecas, especialmente los de las ofrendas 3 y 60
del Templo Mayor, y los de la ofrenda v de la Casa de las Águila (ver apéndice).
74 En Azcapotzalco y sus alrededores se podían obtener muchos de los insumos necesarios
para la producción orfebre: madera, arcilla de buena calidad, carbón, cera y tequesquite,
este último empleado para reducir el punto de fusión y eliminar rápidamente la escoria
(véase Martínez, 1897: 434).
75 De acuerdo con Castañeda (2013: 243), esto explicaría por qué el bulto de Huitzilopochtli
que se resguardaba en el Templo Mayor de Tenochtitlan fue escondido en Mexicapan en
el momento de la conquista española.
76 Alfredo López Austin nos previene (comunicación personal, agosto de 2014) que esta frase
es de difícil traducción y que la palabra tlapítzac no parece un locativo, que sería tlapitzcan,
sino un verbo en tercera persona del singular y en pretérito perfecto que significaría “sopló”,
“tañó” o “fundió”. Además, parece que se refiere a una acción realizada por San Miguel.
77 Según Carrasco (1950: 138), Otonteuctli era dios del fuego y de los muertos. El investi-
gador señala que el comentarista del Códice Vaticano A. 3738 (1996: 4v), nos permite
identificarlo con Huehuetéotl, puesto asegura que éste fue el antepasado de los tepanecas,
mientras que por otras fuentes sabemos que tal antepasado fue Otontecuhtli. Sahagún
(1950-1982, bk. 2: 115; 2000: 226) dice en su columna en náhuatl que la veintena de
xócotl huetzi era la fiesta de Otontecuhtli, mientras que en la columna en español la
atribuye a Xiuhtecuhtli.
78 Hay noticia de que para 1616, algunos de tales objetos fueron hechos para el uso perso-
nal de la familia del virrey Márquez de Guadalcázar.
Ofrenda 1
Au Ag Cu
1 fragmento amorfo
142, caja 38 7.51 × 5.82 × 0.03 mm 0.0 g 73.9 22.9 3.21
Ofrenda 2
2 cascabeles globulares simples (citados por García Cook y Arana, 1978: 50, fig. 45; González Rul, 1997: 21)
S/n no medido no medido no medido
1 cascabel globular compuesto
410, 10-263413 11.16 × 5.45 × 5.45 mm 0.5 g 73.9 21.0 5.10
Ofrenda 3
10 cuentas esféricas de cerámica con recubrimiento de oro
172, 10-262497-1/8 11.82 mm 2.0 g 57.6 32.5 9.90
172, 10-262497-1b/8 no medido no medido 67.8 27.5 4.71
173, 10-262497-2/8 13.38 mm 2.2 g 64.1 34.4 1.51
174, 10-262497-2b/8 9.56 mm 1.1 g 51.3 45.9 2.84
175, 10-262497-3/8 11.07 mm 1.6 g 55.9 40.3 3.79
176, 10-262497-4/8 11.40 mm 1.5 g 55.8 38.5 5.67
177, 10-262497-5/8 11.11 mm 1.3 g 50.7 43.5 5.77
178, 10-262497-7/8 10.71 mm 0.9 g 56.1 38.8 5.07
179, 10-262497-8/8 11.11 mm 1.2 g 58.7 35.8 5.52
128, sin datos no medido no medido 68.1 27.1 4.81
Ofrenda 13
31 fragmentos de lámina
143, 13-19 1871, 31f mayor 14.96 × 12.44 × 0.58 mm 0.4 g 58.7 32.4 8.90
144a, 13-19 1871, fb menor 3.48 × 2.63 × 0.10 mm 0.05 g 49.9 23.2 26.95
144b, 13-19 1871, fc no medido peso total 2.4 g 56.0 22.3 21.68
Ofrenda 34
1 cascabel oliváceo compuesto
368, 168844 27.41 × 21.74 × 10.54 mm 7.1 g 80.1 13.9 5.96
Ofrenda 39
1 cascabel periforme simple (con reborde en la abertura)
370, 10-768053 21.40 × 10.28 × 9.53 mm 1.6 g 48.4 37.1 14.54
Ofrenda 60
28 fragmentos
139, 36, sección 1, 28f, fa mayor 10.86 × 7.36 × 0.12 mm 0.1 g 59.9 35.6 4.53
140, 36, sección 1, fb menor 3.13 × 2.19 × 0.09 mm 0.0 g 32.7 59.4 7.90
141, 36, sección 1, fc no medido peso total 1.8 g 62.1 34.0 3.99
Ofrenda 87
4 ornamentos en forma de doble voluta
375, 10-263393 31.47 × 45.72 × 0.27 mm 3.1 g 78.1 21.2 0.77
373, 10-263394 60.81 × 47.44 × 0.40 mm 3.6 g 78.2 20.6 1.15
376, 10-263395 56.19 × 66.37 × 0.34 mm 3.4 g 78.1 20.9 1.02
374, 10-263396 61.73 × 65.65 × 0.15 mm 4.0 g 78.4 20.9 0.75
2 broches
406, 10-252890, parte 1 38.26 × 14.83 × 5.61 mm 4.2 g 80.4 19.5 0.18
407, 10-252890, parte 2 38.26 × 14.83 × 5.61 mm 71.6 27.8 0.60
415, 10-266049 22.49 × 23.21 × 27.74 mm 10.7 g 76.8 22.9 0.36
Cámara 2
19 cuentas esféricas de cerámica con recubrimiento de oro
418a, A1 10.81 mm 1.2 g 45.3 42.9 11.8
418b, A2 10.48 mm 1.2 g 44.3 44.9 10.8
418c, A3 10.93 mm 1.3 g 42.8 42.9 14.3
418d, A4 11.01 mm 1.2 g 47.3 43.1 9.6
418e, A5 13.00 mm 2.4 g 47.8 43.4 8.84
418f, A6 11.04 mm 1.4 g 45.9 42.3 11.8
418g, A7 11.05 mm 1.3 g 45.7 42.8 11.6
418h, A8 10.71 mm 1.4 g 63.4 27.2 9.43
418i, A9 11.03 mm 1.3 g 45.1 42.1 2.8
418j, A10 11.04 mm 1.3 g 47.9 43.1 8.98
418k, A11 10.97 mm 1.3 g 48.2 41.9 9.84
418l, A12 10.99 mm 1.3 g 46.3 44.8 8.93
418m, A13 10.81 mm 1.3 g 52.5 35.8 11.7
418n, A14 11.19 mm 1.4 g 45.3 44.4 10.3
418ñ, A15 11.04 mm 1.3 g 47.7 40.5 11.9
418o, A16 11.21 mm 1.4 g 46.9 41.5 11.6
418p, A17 11.20 mm 1.4 g 53.8 38.7 7.47
418q, A18 11.00 mm 1.4 g 45.6 42.8 11.6
418r, A19 12.71 mm 2.1 g 40.1 43.8 16.2
ÁREA DE LA TLALTECUHTLI
Ofrenda 123
1 ornamento en forma de roseta de papel plisado (nivel 1, cuchillo A8)
3, A88 59.94 × 65.24 × 0.38 mm 3.1 g 65.7 31.3 3.03
1 ornamento en forma de roseta de papel plisado (nivel 1, cuchillo A15)
4, A102 62.35 × 64.09 × 0.20 mm 2.7 g 65.3 31.8 2.84
Ofrenda 125
1 ornamento en forma de hueso (cuchillo A750)
6, A215 65.74 × 23.47 × 0.15 mm 1.4 g 77.0 22.0 1.03
1 ornamento en forma de hueso (cuchillo A489)
15, A507 65.36 × 23.50 × 0.13 mm 1.3 g 77.2 21.8 1.02
1 pendiente en forma de caracol cortado (cuchillo A67)
2, A68 37.44 × 31.85 × 0.22 mm 1.2 g 76.7 22.2 1.09
1 ornamento frontal de las divinidades del pulque (piel de mono A1007)
1, A13 56.44 × 59.71 × 0.24 mm 3.5 g 77.2 21.9 0.90
2 orejeras de las divinidades del pulque (piel de mono A1007)
8, A11 27.97 × 24.64 × 0.25 mm 1.4 g 73.8 25.2 1.02
7, A12 42.96 × 25.03 × 0.14 mm 1.9 g 74.5 24.5 0.97
10 cascabeles globulares simples (cuchillo A460)
30, A461 13.75 × 8.69 × 8.71 mm 0.9 g 68.5 29.2 2.29
29, A462 13.35 × 8.70 × 8.82 mm 0.8 g 69.2 28.9 1.91
28, A463 12.81 × 8.93 × 8.49 mm 0.7 g 70.7 28.0 1.32
27, A464 14.12 × 8.95 × 8.96 mm 1.0 g 83.6 14.4 2.05
26, A465 13.17 × 9.07 × 9.05 mm 0.7 g 64.3 33.0 2.73
24, A466 13.69 × 9.09 × 8.64 mm 0.9 g 68.9 28.8 2.30
23, A467 13.57 × 9.31 × 8.45 mm 0.8 g 65.9 32.4 1.68
22, A468 14.13 × 9.37 × 9.36 mm 0.9 g 67.9 29.8 2.24
21, A469 13.98 × 9.37 × 9.37 mm 0.8 g 61.9 34.9 3.17
25, A470 13.47 × 8.96 × 9.07 mm 1.2 g 83.2 14.2 2.57
10 cascabeles globulares simples (cuchillo A581)
45, A589 13.35 × 8.95 × 8.79 mm 1.0 g 85.2 13.6 1.19
43, A590 13.27 × 8.84 × 8.64 mm 0.9 g 73.5 25.3 1.17
Ofrenda 149
2 pendientes discoidales con una perforación central (niveles 3 y 6)
420a, A62 15.98 × 0.21 mm 0.2 g 68.8 29.4 1.78
420b, A105 15.77 × 0.34 mm 0.2 g 67.7 30.5 1.80
Ofrenda V
7 esferas de cerámica con recubrimiento de oro
84, v93 2.74 mm 0.1 g 47.6 50.7 1.73
90, v121 2.35 mm 0.1 g 69.8 25.9 4.32
85, v165 2.43 mm 0.1 g 60.5 37.2 2.34
87, v302 3.26 mm 0.2 g 70.9 26.1 3.01
86, v473 2.66 mm 0.2 g 71.9 26.5 1.55
88, v523a 3.41 mm 0.3 g 70.2 14.5 15.28
89, v523b 2.66 mm 0.2 g 69.5 27.1 3.46
14 pendientes discoidales con una perforación central
66, v23 12.50 × 0.13 mm 0.2 g 69.2 28.2 2.65
67, v24 12.65 × 0.12 mm 0.2 g 70.0 28.0 2.04
68, v25 12.47 × 0.14 mm 0.2 g 69.5 28.5 2.01
75, v260 12.88 × 0.16 mm 0.3 g 71.1 28.0 0.90
73, v273 12.39 × 0.11 mm 0.2 g 81.5 16.8 1.66
76, v278 12.67 × 0.09 mm 0.2 g 69.2 28.4 2.37
74, v279 12.65 × 0.13 mm 0.2 g 69.7 27.8 2.50
77, v338 12.62 × 0.12 mm 0.2 g 70.7 28.0 1.27
78, v339 12.57 × 0.15 mm 0.3 g 70.2 27.2 2.56
76.5, v396 11.79 × 0.17 mm 0.2 g 68.6 28.5 2.97
69, v408 12.67 × 0.12 mm 0.2 g 69.5 28.5 0.71
70, v409 12.37 × 0.14 mm 0.2 g 70.9 27.0 2.07
71, v420 12.57 × 0.14 mm 0.2 g 70.3 28.9 0.81
72, v481 12.53 × 0.10 mm 0.2 g 69.5 28.2 2.34
8 pendientes discoidales con una perforación distal
104, v211 6.67 × 0.11 mm 0.0 g 59.8 38.7 1.52
105, v212a 6.31 × 0.17 mm 0.0 g 59.8 38.8 1.49
106, v212b 6.23 × 0.16 mm 0.0 g 59.9 39.1 0.97
107, v483 6.35 × 0.09 mm 0.0 g 60.9 38.5 0.65
108, v574 6.26 × 0.05 mm 0.0 g 59.8 39.4 0.78
109, v598a 6.44 × 0.13 mm 0.0 g 60.9 37.8 1.37
109, v598b 6.18 × 0.07 mm 0.0 g 60.1 38.3 1.52
110, v609 6.51 × 0.12 mm 0.0 g 59.4 39.8 0.83
6 hemiesferas huecas
101, v264 9.14 × 6.11 × 4.13 mm 0.1 g 73.0 23.7 3.29
99, v268 7.06 × 6.07 × 3.53 mm 0.1 g 57.4 40.8 1.74
103, v337 9.35 × 7.82 × 3.93 mm 0.1 g 55.2 42.7 2.04
102, v343 10.33 × 7.49 × 5.12 mm 0.1 g 57.3 40.8 1.95
98, v407 10.06 × 6.11 × 4.13 mm 0.1 g 55.7 41.7 2.55
100, v484 10.06 × 7.53 × 4.26 mm 0.1 g 74.7 21.9 3.39
27 fragmentos
80, v91 4.53 × 4.03 × 0.14 mm 0.0 g 60.9 36.3 2.84
81, v166 6.81 × 4.08 × 0.43 mm 0.1 g 61.2 36.3 2.52
83, v193 5.97 × 3.32 × 2.56 mm 0.3 g 47.7 50.7 1.61
82, v449a 8.81 × 1.46 × 0.67 mm 0.0 g 47.1 51.3 1.62
82, v449b 3.96 × 3.80 × 0.33 mm 0.0 g 47.9 50.3 1.68
S/n, v449c 2.65 × 1.24 × 0.12 mm 0.0 g no medido
79, v70 9.85 × 4.35 × 1.84 mm 0.3 g 46.6 50.9 2.47
96, v236a 6.34 × 5.72 × 2.40 mm 0.2 g 47.8 51.0 1.18
97, v236b 8.52 × 4.96 × 0.78 mm 0.1 g 47.8 50.6 1.53
S/n, v236c 2.62 × 2.57 × 0.30 mm 0.0 g no medido
S/n, v236d 2.96 × 2.48 × 0.25 mm 0.0 g no medido
92, v252 6.90 × 1.50 × 0.79 mm 0.0 g 63.4 34.9 1.72
111, v265 12.32 × 5.09 × 0.46 mm 0.2 g 59.1 38.0 2.90
112, v267 9.76 × 9.54 × 0.26 mm 0.1 g 48.3 50.3 1.37
114, v281a 9.39 × 8.61 × 0.37 mm 0.2 g 47.6 50.9 1.51
114, v281b 11.66 × 6.87 × 0.23 mm 0.1 g 53.0 44.9 2.10
93, v297a 10.38 × 4.99 × 0.23 mm 0.2 g 49.5 49.2 1.23
93, v297b 5.60 × 3.56 × 0.20 mm 0.0 g 49.3 49.8 0.92
94, v297c 5.53 × 2.49 × 0.30 mm 0.0 g 48.7 50.3 1.00
95, v297d 4.11 × 3.14 × 0.10 mm 0.0 g 60.8 36.5 2.74
S/n, v297e 3.09 × 2.56 × 0.31 mm 0.0 g no medido
91, v474 5.02 × 3.50 × 0.92 mm 0.0 g 61.8 35.7 2.49
117, v497 18.80 × 9.90 × 0.24 mm 1.0 g 49.0 49.9 1.11
116, v501 12.77 × 12.18 × 0.08 mm 0.4 g 62.2 35.4 2.44
115, v542a 20.53 × 11.80 × 0.98 mm 0.9 g 59.4 38.0 2.57
115, v542b 2.84 × 1.07 × 0.23 mm 0.0 g 61.4 36.3 2.28
91, v474: 5.02 × 3.50 × 0.92 mm 0.0 g 61.8 35.7 2.49
WELTMUSEUM, VIENA
Análisis por REM/EDS de Wilhem P. Bauer (apud. Feest, 1990: nota 11)
Penacho de Moctezuma
cat. 10,402 1160 × 1750 mm 88.4 9.2 3.0
Chimalli del cánido emplumado
cat. 43,380, muestra 1 700 mm 87.8 10.2 2.7
cat. 43,380, muestra 2 78.1 16.5 4.7
WELTMUSEUM, VIENA
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26/06/15 17:11
ECN v. 49_LUJAN-Fuera de folio.indd 3
Figura 3. Distribución de las ofrendas con objetos de oro por etapa constructiva. Dibujo de Michelle De Anda, ptm
26/06/15 17:11
Figura 4. Tipos morfofuncionales de los objetos del Templo Mayor: 1) esfera de cerámica con recubri-
miento de oro; 2) cuenta de cerámica con recubrimiento de oro; 4) pendiente discoidal con perforación
central; 5) pendiente discoidal con perforación distal: 6) pendiente discoidal con dos perforaciones
distales; 7) pendiente lengua bífida; 8) pendiente tocado de plumas de águila; 11) hemiesfera hueca;
12) pendiente con ranura concéntrica; 13) aplicación para orejera. Fotografías de Néstor Santiago y
Michelle De Anda, ptm
26/06/15 17:11
Figura 9. Cuchillo Ehécatl-Quetzalcóatl con ornamento de oro. Fotografía de Jorge Vertiz, ptm
Figura 11. Objetos de la Casa de las Águilas: distribución ternaria Au-Ag-Cu. Gráfica de José Luis
Ruvalcaba, if-unam
Figura 13. Objetos por tipo de ofrenda (funeraria y votiva): distribución ternaria Au-Ag-Cu. Gráfica
de José Luis Ruvalcaba, if-unam
Figura 15. Objetos de ofrendas funerarias por cronología (etapas ii, ivb y vi): distribución ternaria Au-
Ag-Cu. Gráfica de José Luis Ruvalcaba, if-unam
Figura 17. Objetos por grupo tecnológico (martillados y fundidos): distribución ternaria Au-Ag-Cu.
Gráfica de José Luis Ruvalcaba, if-unam
Figura 19. Objetos mesoamericanos y de Tenochtitlan por zonas geográficas de uso: distribución
ternaria Au-Ag-Cu. Gráfica de José Luis Ruvalcaba, if-unam
Figura 21. Dios del pulque y personaje ataviado como mono araña (Códice Magliabechi, 1996: 55r)
Patrick Johansson K.
Lugar mítico donde Quetzalcóatl llevó los huesos para crear a la humani-
dad, donde fue a dejar el grano de maíz, donde el murciélago llevó las
partes íntimas de Xochiquétzal para que nacieran las flores y donde nació
Cintéotl, entre muchos otros sucesos, Tamoanchan tiene sin duda alguna
un carácter simbólico matricial. Es también, según ciertas fuentes,1 un
lugar situado en la Huasteca, donde estuvieron los mexicas antes de sepa-
rarse de los pueblos que los acompañaban. Paradigma esencial en los mitos
cosmogónicos, es evocado reiteradamente también en cantos floridos (xo-
chicuicatl) o cantares sagrados (teocuicatl).
El lugar y el concepto correspondiente están representados en los có-
dices mediante un lenguaje “icono-gráfico” que confiere una forma espe-
cífica a la idea y permite su aprehensión visual. La imagen emblemática de
Tamoanchan (figura 1) es la de una planta o un árbol quebrado (tlapani)
del que mana sangre (eztli). Cabe preguntarse, en la parte liminar de este
artículo, si existe una relación entre la imagen visual de Tamoanchan y la
imagen acústica que constituyen sus tres (o cuatro) sílabas, debidamente
pronunciadas, con el probable predicado semántico que entrañan.2
3 “le son produit par l’action des forces mouvantes qui le constituent”. Avalon, citado por
Chevalier y Gheerbrant p. 675.
4 Cf. Johansson, “La fecundación del hombre en el Mictlan y el origen de la vida breve”,
Estudios de Cultura Náhuatl, 27, p. 68-88.
6 También en este contexto el ruido producido representaba una luz sonora en la oscuridad,
la cual propiciaba la reaparición de la luz del día. Hoy en día, los indígenas de la Sierra
Norte de Puebla golpean botellas o latas mientras dura un eclipse de sol para lograr un
efecto similar.
7 Cf. Johansson, “La imagen del ruido y el ruido de la imagen en la pintura mural de Ta-
muin”, en La pintura mural de la Huasteca (en prensa).
El sonido y la palabra
Según se colige de los relatos que lo evocan, Tamoanchan es sin duda al-
guna un lugar mítico, un nexo de sentido en una trama textual mediante
la cual las colectividades nahuas interiorizaban y organizaban su percep-
ción del mundo. El concepto, y el vocablo que le corresponde, no sólo no
se pueden aislar de su “con-texto”, sino que se ven determinados por la
configuración diegética a la que se integran. A continuación evocaremos
algunos textos en los cuales figura Tamoanchan.
8 Idem.
9 Cf. Johansson, “La imagen del huasteco en el espejo de la cultura náhuatl”, Estudios de
Cultura Náhuatl, 44, p. 113-116.
Un lugar en el inframundo
La casa donde se baja, el lugar donde nacen las flores, la cifra nueve,
el lugar de vientos fríos remiten, según lo confirman las fuentes, a una
región del inframundo, el Mictlan, el cual representa un espacio de ge-
neración y regeneración para los antiguos nahuas, un verdadero vientre
materno.
Auh niman ye connechicoa, conpe- Luego los reúne, los recogió, los en-
pen, conquimillo; niman ic quitquic volvió, luego los llevó a Tamoanchan,
in Tamoanchan, auh in oconaxiti y cuando llegó luego ya los muele la
niman ye quiteci itoca Quilachtli ye- que se llama Quilaztli, ella es la Ci-
huatl in Çihuacoatl niman ye ic qui- huacóatl; luego ya entonces llena el
tema in chalchiuhapazco, auh niman barreño de jade y luego ya sobre ellos
ye ipan motepoliço in Quetzalcoatl.11 [los huesos] sangra su miembro.
zzz11
Figura 3. Atl yayahuican, Tlacapillachihualoyan “el lugar del agua negra, lugar de la descendencia
de los hombres”, Códice Borgia, lámina 31
por el murciélago.20 Los dioses lavaron esta parte del órgano sexual de la
diosa y derramaron el agua de la que salieron flores que no huelen bien.
El murciélago la llevó luego al Mictlan donde se lavó otra vez: “y del agua
de ello salió, salieron rosas olorosas que ellos llaman suchiles […] y así
tienen que las rosas olorosas vinieron del otro mundo”.21
Aun cuando no lo precisa el texto, la región del inframundo donde se
realizó la transmutación mitológica del clítoris cercenado de Xochiquétzal
en flor es muy probablemente Tamoanchan.
Así como Quetzalcóatl llevó los huesos a Tamoanchan para que fuera
creado el hombre, el grano de maíz descubierto por el dios fue llevado al
mismo lugar donde se formó su cuerpo.ZZZ 22
No está del todo claro cuál es la identidad tribal de este primer grupo
que se separa, pero su atributo principal era el de ser “sabios” y, más ge-
neralmente, portadores de la cultura. Cuatro de ellos, sin embargo, per-
manecieron en Tamoanchan. Se llamaban Oxomoco, Cipactónal,
Tlaltetecui, Xochicahuaca. Se reunieron y dijeron:
Tonaz, tlatviz: quen nemjz, quen Habrá luz, amanecerá. ¿Cómo vivi-
onoz in maceoalli: ca oia, ca oqujt rá, cómo se establecerá la gente? Se
quique, in tlilli, in tlapalli: auh quen fue, se llevaron lo negro y lo rojo
onoz in maceoalli, quen manjz in (tinta negra, tinta roja). Ahora
tlalli, tepetl, quen onoaz, tlê tlaotlat ¿cómo se establecerá la gente?,
qujz, tlê tlamamaz, tleh tlavicaz, tlê ¿cómo se extenderá la tierra, el mon-
tlaotlatoctiz, tlê machiotl, tlê oc- te?, ¿cómo se establecerá el agua?,
tacatl iez, tlê neixcujtilli iez, tlê itech ¿qué se tributará?, ¿qué se cargará?,
peoaloz, tlê ocutl, tlê tlaujlli mo- ¿qué fines se alcanzarán?, ¿qué es lo
chioaz.31 que seguiremos en el camino?, ¿cuál
será el modelo?, ¿cuál será la vara
para medir?, ¿cuál será el ejemplo?,
¿a partir de qué se comenzará?, ¿qué
ocote, qué luz se hará?32
ZZZ 31 ZZZ32
33 “Romances de los Señores de la Nueva España”, fol. 41r. en Poesía náhuatl, t. I, p. 96-97.
34 Códice florentino, libro X, capítulo 29.
35 En su traducción al inglés, Dibble y Anderson expresan implícitamente que los que en-
tonces permanecían en Tamoanchan habían salido de manera definitiva a Teotihuacan
(“And they departed from there, from Tamoanchan”, Florentine Codex, book X, p. 191).
Sin embargo, el verbo oneooaia (onehuaya) está conjugado en tiempo imperfecto, por lo
que se debe de traducir “iban” o “salían”, lo que sugiere por tanto que “iban y venían”
de Tamoanchan a Teotihuacan. La duplicación del morfema tla- en tlatlatlautiloya ma-
nifiesta asimismo la iteración de las ofrendas rituales efectuadas en Teotihuacan, lo que
podría implicar idas y vueltas desde Tamoanchan más que muchas ofrendas realizadas
en distintos lugares del centro ceremonial teotihuacano.
xuchitl ycacan que quiere decir en romance alli es su casa donde abaxaron
y donde estan sus rosas”.36 Esta glosa es sin duda la versión en español de
la explicación en náhuatl de un informante. En esta misma lámina, otra
anotación alfabética completa la primera: “En este lugar que se dice ta-
moanchan y xuchitl ycacan es el lugar donde fueron criados los dioses que
ellos tenian y asi es tanto como decir el parayso terrenal”.37
La asimilación de Tamoanchan al paraíso terrenal resulta probable-
mente una interpretación del anotador en función de lo que decía el infor-
mante. Sin embargo, la asimilación desvirtúa probablemente el significado
tanto de la palabra como de la imagen cuando ubica en Tamoanchan el
lugar donde “pecó” un numen indígena llamado Oxomoco. En la lámina
asociada a la imagen de Tamoanchan se observa a Itzpapálotl (fol. 18v),
deidad que preside a la trecena 1-calli (1-casa), en la cual se sitúa la escena
del árbol quebrado. La glosa correspondiente a la imagen de Itzpapálotl
dice lo siguiente: “Deziase Xomoco y despues que peco se dize Itzpapalotl
o cuchillo de mariposas”.38
En este mismo contexto interpretativo, según otra glosa de la lámina
13r del Códice telleriano remensis (figura 1), los dioses que habitaban
aquel lugar cortaron las “rosas y las ramas de los árboles”, provocando la
ira de Tonacatecuhtli y de su mujer Tonacacíhuatl, quienes los echaron de
Tamoanchan. La comparación con la expulsión de Adán y Eva del paraíso
cristiano es flagrante, pero más allá de la asimilación abusiva, corrobora
el carácter originario de Tamoanchan.
Ahora bien, si la ruptura del árbol y la savia hemática que sale de la
herida no tienen nada que ver con el pecado (noción desconocida por los
indígenas antes de la conquista), ¿qué representan?
dios joven del maíz y del hombre, una oposición cromática negro/rojo
(tlilli/tlapalli), una configuración rectangular abierta por un lado que de-
nota “la casa” (chantli) y, más generalmente, un “bullicio” actancial que
remite en última instancia a la fecundación. En este mismo Códice Borgia
(figura 5), una representación de Tamoanchan sugiere que el hecho de
“descender” (temoa) podría constituir el núcleo léxico del nombre que
refiere el lugar. En efecto, el personaje abrazado de la planta quebrada está
en una posición de descenso.
Los distintos contextos aquí aducidos definen el carácter semántico de
Tamoanchan como un lugar matricial situado en la geografía interior del
indígena donde se originan seres, alimentos, plantas y naciones.
Segun que affirman los viejos, en cuyo poder estavan las pinturas, y
memorias de las cosas antiguas: los que primeramente venieron a po-
blar, a esta tierra, desta Nueva España: venieron de hazia el norte, en
demanda del parayso terrenal. Traian por apellido, Tamoanchan: y es
lo que agora dicen, tictemoa tochan; que quiere decir, buscamos nues-
tra casa natural […].40
Los topónimos
Los topónimos nahuas, como los de otras partes del mundo, representan
frecuentemente la lexicalización de complejos gramaticales de diversa ín-
dole. Cuando estos lugares tienen un tenor mítico, la iconicidad sonora del
nombre puede resultar de suma importancia.
El lugar de la travesía
48 Supra, p. 72.
51 Recordemos que la etimología de “origen” es precisamente “lo que sale de (o se gesta en)
la boca” (os, oris).
BIBLIOGRAFÍA
PALABRAS CLAVE ilhuitl, día, veintena, noche, partes del día, cempo-
huallapohualli
Marc Thouvenot
Basta con consultar los diccionarios para darse cuenta de la riqueza se-
mántica de esta palabra (tabla 1). Aunque las traducciones encontradas en
los diccionarios parecen de una comprensión que no implica mayor difi-
cultad, debe notarse que la combinación de todas estas palabras genera
muchas ambigüedades.
La primera ambigüedad resulta del hecho de que la palabra “día”,
fuera de todo contexto, como en estos diccionarios, es totalmente ambigua
o tiene un significado variable. No se puede saber si se trata de un día
completo de 24 horas (es decir con sus partes diurna y nocturna), o si
alude solamente a la parte diurna. Este término, combinado con el de
“fiesta”, genera también ambigüedad, pues no es lo mismo decir “día o
fiesta” que “día de fiesta”. En el primer caso, la palabra fiesta se refiere a
un evento social, pero sin mencionar ninguna duración, mientras que en
el segundo caso, el evento se inscribe en la duración de un día, con toda la
ambigüedad vista antes.
Estas traducciones, que tampoco abarcan todos los sentidos o signifi-
cados de la palabra ilhuitl –como lo veremos más adelante– generan mu-
chas preguntas: ¿un ilhuitl corresponde a la parte diurna del día, o a las
partes diurna y nocturna?, ¿cuándo empieza un día?, ¿se puede llamar il-
huitl a cualquier día o solamente a los días en los cuales hay fiesta?, ¿ilhuitl
se refiere solamente a una fiesta sin idea de duración?, ¿puede ser una
fiesta de medio día, un día, cinco días, veinte días, etcétera?
En una primera parte trataremos de determinar cómo, gracias a los
contextos de uso, se puede saber a cuál de los diversos sentidos posibles se
refiere la palabra ilhuitl.
Una parte importante de las imprecisiones mencionadas se debe a que,
en las dos lenguas (náhuatl y español), la misma palabra (ilhuitl/día) se
puede utilizar para designar dos periodos diferentes: un periodo diurno o
la suma de una parte diurna y una nocturna. Veremos más adelante que no
solamente el ilhuitl se divide en dos periodos, sino que cada uno de éstos a
su vez se subdividen en muchos momentos singulares. De esta manera, el
ilhuitl, entendido como un periodo que va de la medianoche a la mediano-
che siguiente, presenta muchos momentos sobresalientes.
In aqujn qujqua in, in anoço quj: Los que la comen o beben ven visio-
itech qujça, iuhqujn nanacatl: no nes espantosas o de risas. Dura este
mjec tlamantli qujtta in temamauhti, emborrachamiento dos o tres dias,
anoço tevetzqujti aço cemjlhujtl, y despues se quita […]
anoço omjlhujtl in jtech qujça, tel
çan no concaoa:5
zzz 5
2 Uno, dos tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez […], veinte, cuarenta, sesenta,
ochenta, ciento veinte, ciento ochenta.
3 Todos los ejemplos vienen con el texto náhuatl en la primera columna y en la segunda se
transcribe el texto castellano de Sahagún que se puede equiparar. El texto de Sahagún fue
tomado de internet, por esta razón no se indican páginas. Se trata de la versión de Juan
Carlos Temprano, Universidad de Wisconsin-Madison, Estados Unidos, http://www.ar-
tehistoria.jcyl.es/cronicas/contextos/11500.htm En pocos casos tuvimos que traducir el
náhuatl, en estos casos se puso nuestra traducción entre comillas.
4 cf (Códice florentino), VIII, 1, 4.
5 cf, XI, 7, 129.
6 El autor a decidido no acentuar ninguna palabra en náhuatl de acuerdo a la ortografía
española, por consideración a la lengua original.
7 Molina 2, f. 16r.
8 cf, II, 25, 70.
los cinco primeros días, se menciona que se hace algo en el sexto, y en este
caso se puede notar que la cifra viene con el clasificador tlamantli. zzz 11
Duración y ritmos
La duración se marca por la adjunción de un sufijo -tica al numeral; los
ritmos, por la reduplicación de la primera silaba además del sufijo -tica.
Cuando se trata de días, generalmente no se indica la palabra ilhuitl. Si se
trata de ritmos anuales, entonces hay que integrar la palabra xihuitl.
Ritmos zzz 15
ZZZ 16
Vimos antes que la palabra cemilhuitl, entendida como “un día”, puede re-
ferirse a un día completo, pero el término cemilhuitl también puede designar
la parte diurna del día.17 Dentro del Códice florentino se localizaron dos tipos
de contextos para esta acepción: el primero es cemilhuitl (parte diurna de un
día) frente a yohualli (parte nocturna de un día); el segundo es en contextos
que especifican cuántas veces se debe de hacer alguna actividad en la parte
diurna del día. Enseguida se mostrarán estos dos tipos de contextos. En todos
estos casos cem- da el sentido de completitud y, a diferencia de lo que se
puede imaginar en este sentido, se refiere solamente a la parte diurna del día
y no a lo que nosotros concebimos como un día completo.
Cemilhuitl / yohualli
Ya en su diccionario, Molina18 introduce la entrada cemilhuitl cenyohual,
dando como significado en castellano “día y noche”; significación que se
No
Nacazqualiztli: Contra la dolencia y enfermedad de
ipaio coioxochitl, chillo iamanquj oidos, cuando sale materia, los re-
önmochipinia in tonacazco expa ce medios seran tomar el çumo tibio
mjlhujtl. no ivi in iooaltica21 de la yerva llamada en la lengua
coyoxachitl, mezclado con chile, y
echar tres vezes al dia algunas gotas
del çumo de la dicha yerva, y por el
consiguiente otras tantas vezes de
noche
Amo ZZZ 23
Auh inic nenemi, amo cemilhuitl: in Y yendo por la tierra de los enemi-
otlatoca: çan ioaltica.23 gos, iban de noche y no de dia.
in cemjlhujtl expan tlaqua. Injc ce- Comen tres veces al dia: la primera
ppa iquac in aiamo valqujça, tona- vez cuando aún no sale el sol; la se-
tiuh. Injc vppa: nepantla tonatiuh. gunda vez a medio día; la tercera vez
Injc expa: iquac in oncalac26 al meterse [el sol]
Itech monequj, in aqujn eztli qujno- Hase de moler tanto como una uña
quja, anoço tlaelli : conj, oc iova- para un dia, y han de rebulverla con
tzinco: expa in mjz cemjlhujtl: ioa- agua tibia, de manera que se encor-
tzinco, nepäntla tonatiuh: oc ceppa pore. Hase de beber en ayunas. Y si
ei tzilinj, anoço navi horas.27 se bebe despues de comer, hase de
beber mezclada con un poco de tinta.
ZZZ27
Veintena
ilhuia (decir)
Mientras que el texto que se encuentra en frente dice “al cabo de qua-
tro dias […]. Entonces no hay duda que se trata de una duración de cuatro
días completos, con sus partes diurnas y nocturnas.
corte de los cuatro troncos y el ombligo del mundo”. Los mitos del tlacuache, 1990,
p. 95.
Hipótesis
Vimos que en la tercera parte del Códice mendocino, cuatro glifos il-
huitl corresponden a una duración total de cuatro días. En la segunda
parte del mismo códice, que corresponde a los tributos que las diversas
provincias tenían que pagar al poder central, aparecen los mismos cuatro
glifos y aquí la glosa dice “estas quatro como flores / significan ochenta
dias / cada una flor veinte dias […]”, mientras que en el texto que se en-
cuentra en frente de las imágenes se puede leer “todo lo cual […] lo daban
de tributo de ochenta en ochenta dias […]”. Además de las glosas, sabemos
que un ritmo de pago de tributo de ochenta días era algo habitual. Enton-
ces tenemos que admitir que, como lo expresa la glosa, un glifo ilhuitl,
además de representar la duración de un día completo y la parte diurna
del día, también simboliza la duración de veinte días.36
que cada uno de estos elementos corresponde a una duración de veinte días.
En otras palabras, un glifo ilhuitl puede corresponder a una veintena. ¿Ocu-
rre lo mismo en la lengua? Los diccionarios no permiten confirmar este
punto. Ninguno ofrece la traducción “veintena”38 o “mes”, y la palabra
“mes” nunca se traduce con otra que no sea metztli. Esto indica que la
noción de “veintena” no formaba parte de los significados explícitos de
la palabra ilhuitl. Sin embargo, tampoco se puede rechazar este vínculo que
nos propone la escritura pictográfica entre la palabra ilhuitl y la idea de una
duración de veinte días. Existen varias razones para pensar que la palabra
ilhuitl se utilizaba para referir esta duración.
Tributo
La relación entre los nombres de las veintenas y la cifra veinte se ve tam-
bién claramente en la manera de escribir pictográficamente los periodos de
pago. Existían varios ritmos para el pago de los tributos, pero estos ritmos
siempre se expresan a través de glifos que corresponden a los nombres de
las veintenas. Así, en diferentes documentos se encuentran los glifos de Tla-
caxipehualiztli, Etzcalcualiztli, Ochpaniztli y Panquetzaliztli.42 Los ritmos
son diversos, pero todos son múltiplos del número veinte. No se sabe en
qué momento de la veintena se hacía el pago del tributo, lo cierto es que
se realizaba dentro de un periodo de veinte días (tabla 2).
Traducciones de Sahagún
Finalmente, esta relación estrecha entre la palabra ilhuitl y la noción de
veintena se encuentra en la traducción que hizo Sahagún en el Códice
florentino, en particular en el libro II que trata de las 18 veintenas. Al
inicio de varias veintenas se encuentra una fórmula de este tipo, donde se
ve claramente que Sahagún asociaba la palabra “mes” (que era el equiva-
lente, en esa época, de lo que ahora entendemos por veintena) con la pa-
labra ilhuitl: “Inic chicunauhtetl ilhujtl: moteneoa tlasuchimaco,
nocempoalilhujtl / Al nono mes llamavan tlaxuchimaco”.43
Esta fórmula y equivalencia se encuentra al inicio de las veintenas
Tecuilhuitl, Huey Tepeilhuitl, Tlaxochimaco, Xocotl Huetzi, Ochpaniztli,
Teotleco, Tepeilhuitl, Quecholli, Panquetzaliztli e Izcalli. En varias ocasio-
nes, como en el ejemplo anterior, el texto náhuatl hace énfasis en el hecho
que no cempoalilhuitl “también [tiene] veinte días”.
El clasificador -tetl
La misma lengua náhuatl nos enseña que se empleaba, en relación con la
palabra ilhuitl, un clasificador particular: –tetl.44 Este clasificador apa-
rece exclusivamente en el libro II del Códice florentino en relación con
la fórmula expuesta anteriormente y también frente a la palabra metztli,
utilizada a manera de mes.45 Es decir, en los dos casos se hace referencia a
la duración de veinte días.46 Fuera del libro II hay solamente un solo em-
pleo de este mismo clasificador, el cual se aplica a cada uno de los días que
47 cf, IV, 1, 1.
48 cf, XII, 28, 81 huei cf, IV, 25, 87 / cf, IV, 25, 87 / Anales de. Cuauhtitlan / cf, II, 6, 66.
Auh yn aiamo aci in iquac ie uel il Andados diez dias de este mes cele-
hujtl, yn moteneoa vei tecujlhujtl, bravan la fiesta que llamavan uey
yn iquac tlamatlacti, iquac miquja, tecuilhuitl
in xilonen cioatl50
ZZZ50
49 cf, II, Ap., 214 huehuei / cf, II, Ap., 180 / cf, IX, 2, 7 / cf, IX, 2, 7.
50 cf, II, 27, 103 huel / cf, II, 6, 66 / cf, I, 12, 26 / cf, II, 26, 93 / cf, II, 27, 103 / cf, XII,
27, 80 / cf, II, 30, 118.
51 cf, VI, 11, 57 -zol: cf, VI, 24, 138 / cf, VI, 27, 152 / cf, VI, 34, 186 / cf, VI, 11, 57.
Matlacpoaltica, ipan epoalli, in il Hacian fiesta al sol una vez cada
huiuhquiçaia: in ilhuichiuililoia, ilhui- año en el signo que se llama naui
quistililoia: ipän quimattiuia, in ito- olin, y antes de la fiesta ayunaban
nal itoca naolin. Auh in aiamo quiça cuatro dias, como vigilia de la fiesta.
ilhuiuh: achtopa, nauilhuitl, neçaoa- Y en esta fiesta del sol ofrecian en-
loia. Auh in icoac ie ipan ilhuiuh, in cienso y sangre de las orejas cuatro
icoac iancuican, oalquiza, oalmo- vezes: una en saliendo el sol, otra al
mana, oalpetzini: tlenamacoia, tla- mediodia, y a la hora de vísperas, y
totonilo, neçoa. In hin, muchioaia cuando se ponia.
nappa, cemilhuitl: icoac in ioatzin-
co, ioän nepäntla tonatiuh, ioan
icoac in ie onmotzcaloa, in ie onmo-
piloa; ioän icoac in oncalaqui, in
onaqui, in ommotzineoa.53
ZZZ53
52 cf, I, 10, 19 –uh: cf, XII, 19, 51 / cf, I, 10, 19 / cf, II, Ap., 179 / cf, IX, 17, 79 / cf, IX,
17, 80 / cf, IX, 19, 88 / cf, X, 29, 181.
53 cf, VII, 1, 1 y también / cf, IX, 10, 45 / cf, IX, 15, 69 / cf, IX, 19, 87.
Auh injc aqujlo piltontli in teupan, Y cuando el niño o niña era prome-
in jquac netoltilo: ilhvitl quiça, mo- tido de meterle en el monasterio, los
cencaoa in atl, in tlaqualli.54 padres hazian fiesta a los parientes:
dávanlos a comer y bever.
ZZZ54
Jnic. 20. capitulo, ytechpa tlatoa yn De la fiesta y sacrificios que hazian
ilhuitl, yoan in nextlaoaliztli: in qui en las calendas del primero mes, que
chioaia, ynipan vel ic cemilhuitl se llamava atlcaoalo o cuauitleoa.
metztli: in qujtocaiotiaia, inqujtoaia
atl caoalo, anoço quauitleoa. Quauitl
eoa, ynin ilhuitl quiçaia: auh yn
iquac y, vncan ilhujqujxtililoia in tla-
loque: nextlaoaloia, in noujan tepe-
ticpac, yoän neteteuhtiloia.55
ZZZ 55
54 cf, VI, 39, 209 y también quiza cf, VI, 39, 209 / cf, IX, 20, 91 / cf, II, Ap. , 193 / cf,
II, 6, 66 / cf, VII, 1, 1 / cf, IV, 21, 77.
55 cf, II, 1, 1 y también chihua cf, II, 23, 64 / cf, VII, 1, 1 / cf, X, 29, 176.
56 cf, I, 13, 30 / cf, II, 26, 91.
57 “regocijarse por razón de una fiesta, hacer fiesta”.
58 cf, VI, 11, 57 / cf, IX, 17, 80 / cf, II, 26, 95.
59 gdn: Molina 2.
60 gdn: Sahagún Escolios.
61 gdn: Molina 2, Carochi.
62 gdn: Molina 1.
Los datos
Día completo
A_a
Auh injc tlenamacoia, nappa in Ofrecianle incienso cuatro vezes
cemjlhujtl, auh macujlpa in iovalti- cada dia y cinco vezes de noche: una
ca. Injc ceppa iquac in valmomana vez a la salida del sol, otra vez a la
tonatiuh. Injc vppa iquac in tlaqua hora de la tercia, otra vez a la hora
lizpan, auh injc Expa iquac in ne del mediodia, la cuarta vez a la
päntla tonatiuh, auh injc nappa puesta del sol; de noche le ofrecian
iquac in ie oncalaquj tonatiuh. Auh encienso: la primera vez cuando ya
Parte nocturna
B_a ZZZ68
Auh in hin tlenamacoia, espa in mu- Tres vezes ofrecian encienso, y deve
chioaia: icoac in tlapoiaoa, tla ser porque ellas son tres estrellas: la
quauhtlapoiaoa, yoan netetequi una vez a prima noche, la otra vez a
zpan, tlatlapitzalizpa. Icoac, y, hora de las tres; la tercera cuando
neçoaia, neuitzmanaloia: ic espa tle- comiença a amanecer.
namacoia, icoac in tlauizcaleoa,
tlauizcalli moquetza: in tlatlalchi
paoa, in ie tlathuinaoac.68
B_b
1. Mamalhuaztli.(1) 1: Las estrellas que Capitulo tercero
Yn iquac valneci, val- se llaman mastelexos. De las estrellas llama-
motema tlenamacoya. / 2: este es el nombre das Mastelejos
tlatotoniloya. yc mitoa- de aquellas estrellas. / Hazia esta gente par-
ya, ovalhuetz in yoalte- 3: p’ma noche. escure ticular reverencia y par-
cutli (2), in yacauiztli: cerse la noche. p. otla ticulares sacrificios a los
quen vetziz in youalli poyauac. / 4: mucho. Mastelejos del cielo que
quen tlathuiz. Auh yn o rezio. / 5: la hora de andan cerca de las Cabri-
hin tlenamacoya expa echarse a dormir. ca. llas, que es en el signo del
ÿn muchiuaya, yqüac yn nonetequizpan / 6: la Toro. Hacian estos sacri-
tlapoyava (3), tla hora de tocar las bozi ficios y cerimonias cuan-
quauhtlapoyaua (4), nas. ca. notlapitzali do nuevamente parecian
yoan netetequizpän (5), zpâ. / 7: la hora de por el oriente, despues de
tlatlapitzalizpan (6),(yo- ofrecer sangre de las la fiesta del sol. Despues
valnepantla: borrador) orejas. / 8: la hora de de haver ofrecidole en-
yquac hin neçoaya (7) ofrecer puntas de ma cienso, dezian: “Ya ha
neuitzmanaloya (8): guey ensangrentadas. salido Yoaltecutli y Ya-
(yoan yquac y valcholoa / 9: asuma el alua. p. cauiztli. ¿Que acontecera
citlallin: borrador) yc otlauizcallleuac. / 10: esta noche? o ¿Que fin
expa tlenamacoya, quando el alua esta ya havra la noche, prospero
yquac yn tlavizcalleua bien demostrado. p. o adverso?” Tres vezes
(9), tlauizcalli (10) mo otlauizcalli moquetz. / ofrecian encienso, y deve
qüetza, yn tlatlalchipaua 11: parecerse la tierra ser porque ellas son tres
(11), yn ye tlathuinavac con la luz del alua ya estrellas: la una vez a pri
(12) muy clara. p. otlatlal ma noche, la otra vez a
chipauac. / 12: ante hora de las tres; la terce-
amanecer. o junto al ra cuando comiença a
alua. amanecer.
70 B_c: mamalhuaztli. Jn iquac oya tonatiuh y ye tlayacavi icuac çeppa tlenamaco ic mitoa-
ya ovalvetz y iovaltecutli yacaviztli ye tequitiz ye tlacotiz. Auh inic opa tlenamaco iquac
Parte diurna
C_a ZZZ71
Auh in icoac ie ipan ilhuiuh, in Y en esta fiesta del sol ofrecian en-
icoac iancuican, oalquiza, oalmo cienso y sangre de las orejas cuatro
mana, oalpetzini: tlenamacoia, tla- vezes: una en saliendo el sol, otra al
totonilo, neçoa. In hin, muchioaia mediodia, y a la hora de visperas, y
nappa, cemilhuitl: icoac in ioatzin cuando se ponia. Y cuando a la ma-
co, ioän nepäntla tonatiuh, ioan ñana salia, dezian: “Ya comiença el
icoac in ie onmotzcaloa, in ie onmo sol su obra. ¿Que sera? ¿Qué acon-
piloa; ioän icoac in oncalaqui, in tecera en este dia?” Y a la puesta
onaqui, in ommotzineoa71 del sol dezian: “Acabó su obra o su
tarea el sol.”
C_b
Auh (20) yn iquac (21) 20: y / 21: cuando / Y en esta fiesta del sol
ye ipan ylhuiuh, yn 22: primeramente / ofrecian encienso y
iquac yancuicän (22) 23: salir pt. oniquiz. sa[n]gre de las orejas
valquiça (23). valmo oninoman / 24: aso quatro vezes: vna en sa
mana. Valpetzini (24): mar pt. onipetzin / 25: liendo el sol, otra al me
tlenamacoya (25). tla- echar encienso con la dio dia, y a la hora de
totonilo. Neçoa (26). mano de barro en que visperas y qñ se ponia.
Jn hin (27) muchiuaya están brasas. pt. onitle-
(28) nappa (29) cemil namacac / 26: untarse
huitl (30) : yquac in con sangre de las ore-
youatzinco (31),(borra- jas las maxillas pt. oni-
dor: tlaqualizpan) yoan nizoc / 27: esto / 28: se
nepäntla (32) tonatiuh, hacia pt. onicchiuh /
yoan yquac in ye ön 29: cuatro veces / 30:
motzcaloa (33), in ye un dia / 31: (de) maña
önmopiloa: yoan iquac na / 32: medio dia /
yn oncalaqui (34), yn 33: pasar el sol de me
onaqui, yn önmotzi dio dia pt. ömotzcalo /
neua. 34: entrarse pt. ocalac,
onac, ômotzineuh.
D_a ZZZ75
que pueden ser explícitos o implícitos. Por explicito nos referimos a los
casos en los cuales se hace una cuenta seguida y completa de estas divisio-
nes (en la primera parte de la noche, en la segunda, en la tercera…), mien-
tras que los otros casos, que mencionan solamente hechos que ocurren en
el transcurso de una noche, se consideran como implícitos. Si reunimos la
información encontrada podemos proponer las divisiones siguientes para
la noche, organizadas por orden cronológico (tabla 7).
Entonces se puede decir que para los nahuas la noche tenía siete mo-
mentos principales (en negritas), sin tomar en cuenta lo que se considera
como sinónimos (entre corchetes). En esta lista, establecida con las dife-
rentes listas presentados anteriormente, se añadieron tres términos (entre
paréntesis), encontrados en las descripciones de los rituales descritos en los
textos relativos a las veintenas en el libro II del Códice florentino. Toman-
do en cuenta estos momentos, se puede considerar que la noche se podía
dividir en ocho periodos principales y quizás algunas subdivisiones.
Tlapoyahua / tlacuauhtlapoyahua
El periodo nocturno empieza, en todas las listas, con el verbo tlapoyahua,
que aparece en el diccionario de Molina con el sentido de “prima noche”
o “anochecer” y, bajo la forma de tlatlapoyahua, con el sentido de “ha-
cerse ya de noche. pre: otlatlapoyauac”78 y “oscurecerse la tarde”.79 Sa-
hagún, en sus Escolios, lo traduce por “oscurecerse la noche”. La
proximidad de este momento con el ocaso del sol se nota por la siguiente
traducción de Sahagún: “ie tlapuiaoa80 / Ivan a enterrar a esta defuncta a
la hora de la puesta del sol”. Y también en: “yn oc achi tonatiuh, anoço
ie tlapoiaoatiuh81 / a la puesta del sol”.
A veces tlapoyahua viene acompañado de tlaixcuecuetzihui,82 que sig-
nifica “anochecer y escurecerse el dia por se auer puesto el sol”,83 lo que
78 gdn: Molina 2.
79 gdn: Molina 1.
80 cf, VI, 29, 161.
81 cf, III.
82 Según Andrea Figueroa párrafos 21-91, hay un binomio: ye tlapoyahua ye tlaixcuecuetzihui.
83 Molina 2. f. 122r. cf, II, 21 , 55 y cf, XI, 2, 51.
Netetequizpan
Esta palabra viene con el sufijo -pan que expresa el momento en el cual se
realiza una acción, indicada por el sufijo -z. La raíz verbal viene de teca,
mo (acostarse), con el sufijo -pan que marca que se trata de una indicación
temporal. Este momento viene en todas las secuencias (A_a, A_b, B_a, B_b)
en segunda posición, después de tlapoyahua o tlacuauhtlapoyahua. Saha-
gún, en sus Escolios, lo traduce como “la hora de echarse a dormir”. Para
los religiosos se trata de un momento particular porque corresponde al
momento en el que “todos se querían echar a dormir”86 y, más precisamen-
te, “cuando se empezaba el ayuno de la cuaresma”.87 Se debe mencionar
que en el capítulo 27 del libro II del Florentino se introduce en el mismo
texto náhuatl el momento en el cual se iba a descansar; esto, con una for-
mulación mixta: ZZZ 88
84 gdn: Molina 2.
85 gdn: Olmos_G.
86 gdn: Molina 1.
87 gdn: Molina 2 : netequizpa: “hora, o tiempo de acostarse a dormir, o de començar a
ayunar la quaresma.
88 cf, II, 27, 101.
Tlacuauhyohuac
Esta palabra no aparece en las secuencias registradas, aunque sí en otras
partes del Códice florentino. Según Molina, significa “noche cuando se
acuestan todos”.89 En el ejemplo siguiente se nota toda una secuencia que
empieza cuando todavía hay un poco de sol, cuando comienza a entrar la
noche, cuando se hace de noche y, finalmente, cuando se llega a la noche
profunda. A este último momento parece corresponder la indicación de
Sahagún de “a las onze horas”. ZZZ 90
Jnjc. 5. çan cuel in quicaoa, in tla- La quinta era que cesavan del traba-
tequjpanoliztli quioalmati, yn jn- jo un poco tempranillo, y luego ivan
teutequjuh in calmecac tequjtl, in derechos a su monasterio a entender
tlamaceoaliztli; yn oc achi tonatiuh, en el servicio de los dioses y exerci-
anoço ie tlapoiaoatiuh mjtoa cios de penitencia, y bañávanse pri-
vitztequi, yn ovellaiooac, in ie tla mero, y a la puesta del sol comença-
quauhiooa. 90 van a aperejar las cosas necessarias,
y a las onze horas de la noche toma-
van el camino, llevando consigo las
puntas de maguey.
Auh in peoa in qujntoçavia, ie tla Alli los estavan guardando los mes-
quauhiova in qujça: iehoantin in cal- mos dueños y velavan todos y ha-
polvevetque, in calpoleque, in vncan zian velar a los captivos, y acerca de
povi: auh in mocacaoa in tetoçavia, la medianoche ivanse todos los vie-
iovalnepantla, iovalli itic, ioalli xe- jos vezinos de aquel barrio a sus
livi […]92 casas. Llegada la medianoche […]
Tlatlapitzalizpan ZZZ 92
Nezohuaya, nehuitzmanaloya
Probablemente en el mismo lapso que tlatlapitzalizpan viene el momento
expresado por las palabras ne-zo-hua-ya y ne-huitz-mana-lo-ya, verbos
impersonales en imperfectos97 que Sahagún en sus Escolios traduce como
“la hora de ofrecer sangre de las orejas” y “la hora de ofrecer puntas de
maguey ensangrentadas”. La primera expresión viene del verbo zo, nino:
“sangrarse. pretérito: oninoçoc”98 o “espinarse”.99 Mientras que la segun-
da deriva del verbo mana, nino “ponerse”100 en composición con huitztli
(espina). En sus traducciones, Sahagún establece una correspondencia con
el sistema europeo diciendo: “a hora de las tres” (B_a y B_b). No sabemos
a cuál hora del sistema actual hace referencia Sahagún.
95 El texto paralelo de los Primeros memoriales indica que se trata bien de la palabra ticatla
y no de titlaca: Jnic muchivaja tlaticatlaviliztlj yn icoac ye ticatla y[n] yovalnepantla oaçic
no tlapitzalo Primeros memoriales, f. 257v. p. 80.
96 cf, II, Ap. 205.
97 Se puede preguntar si se debería leer Nezohuaya[n], nehuitzmanaloya[n] con el locativo -yan.
Pero por un lado los textos son todos claros sobre la ausencia de la n final y además el uso
del sufijo -yan después de una marca del pasivo indica generalmente el lugar y no el tiempo.
98 gdn: Molina 2.
99 gdn: Olmos_V.
100 gdn: Carochi.
Yohualnepantla
Una división que aparece con mucha frecuencia en los textos es la que
corresponde a la de la noche por la mitad, que se expresa a través de la
palabra yohualnepanta traducida por “media noche” o “a media noche”
en todos los diccionarios. Viene de yohualli (noche) y nepantla (en medio).
Esta palabra viene a veces reforzada por una expresión de tipo in iquac
xelihui yohualli, que significa “cuando la noche se divide”, con el verbo
xelihui, que en este contexto significa “dividirse”. Yohualnepantla también
se asocia con la palabra itic (adentro). ZZZ ZZZ 101 102
Ticatla
En las listas no aparece la palabra yohualnepantla sino ticatla. Esta palabra
es de un uso raro pero aparece en el diccionario de Molina con la traduc-
ción “media noche o a la media noche”.105 Ticatla tiene un sentido muy
semejante al de yohualnepantla. Esto se ve confirmado por una cita de
Diego Muñoz Camargo106 que retoma Gabriel Kruell: “Siendo media no-
che, que llamaban los naturales yohualnepantlaticatla”,107 donde Muñoz
Camargo junta las dos palabras en una sola.
En el Florentino (A_a), Sahagún traduce ticatla por “un poco después
de medianoche”: “injc Nappa ticatla / la cuarta vez un poco después de
medianoche”.
Si suponemos que en este caso Sahagún se refiere al sistema temporal
europeo, esto significa que yohualnepantla/ticatla tenía lugar un poco des-
pués la medianoche europea.
Hualcholoa citlalin
La expresión temporal siguiente es hual-choloa citlalin. Aquí encontramos
el verbo choloa, ni, que significa “saltar o arremeter o huir”,108 y citlalin
(estrella) con el prefijo hual- que marca un movimiento de acercamiento.
Es una expresión muy gráfica para designar el momento en el cual una
104 Quizás se pueda observar otros glifos yohualnepantla en el Códice borbónico (11) o en
el Borgia (57-69), pero se necesitaría hacer un estudio particular para determinarlo.
105 gdn: Molina 2.
106 Diego Muñoz Camargo, Historia de Tlaxcala, cap. XX, p. 174 o 1998 p. 168.
107 Gabriel Kenrick Kruell, 2013, “Las horas en la vida cotidiana de los antiguos nahuas”,
Estudios Mesoamericanos 13, p. 33-58.
108 gdn: Sahagún Escolios. A propósito Citlalpul o Vey citlalin es decir Venus.
Tlatlayohua y cuicuichehua
Los verbos tlatlayohua y cuicuichehua, traducidos por Sahagún como “po-
nerse oscuridad por razon de muchos nublados” hacen referencia a un
momento en el cual todavía hay un poco de obscuridad. Idea que se en-
cuentra también en la cita siguiente: ZZZ 112
109 En el borrador de los Escolios (B_b) aparece también, pero tachada, la fórmula valcholoa
citlallin antes de tlahuizcalehua.
110 gdn: Molina 2.
111 cf, IX, 4, 41.
112 cf, II, 34, 145.
Tlathui
La palabra tlathui, traducida como “amanecer” por la mayoría de los
diccionarios (a excepción de Olmos que dice “esclarecer”), es la palabra
que con más frecuencia aparece en el libro II del Florentino. Generalmen-
te aparece en pretérito (otlathuic), lo que indica que las actividades
rituales tenían lugar después de este momento. Aunque nos quedamos
en la parte nocturna del día, parece una frontera temporal importan-
te. Gracias a los contextos de empleo se puede precisar un poco este
momento. Z 115
Los textos indican al mismo tiempo una gran proximidad entre los
momentos descritos por las palabras o expresiones tlathui, tlahuizcalli y
hualcholoa uei citlalin. Por su parte, la tabla de “Los momentos de la
113 Mitoa (8) yn oc youayän (9), in ayamo (10) tona, in ayamo (11) tlathui: antes de que
comenzase el dia (9).
114 cf, III, Ap. 8, 65.
115 cf, II, 30, 121.
116 cf, II, 37, 160.
Tlathuinahuac
La última palabra tla-thui-nahuac recibe también una traducción literal de
parte de Sahagún: “ante amanecer, o junto al alba / junta al alba”.131 Por la
composición se puede suponer que existía un sustantivo (tlathuitl), pero esta
forma no aparece en los diccionarios y tampoco en las fuentes. Solamente
existe el verbo tlathui: “amanecer”132 o “esclarecer”.133 Tampoco existe un
verbo (ithui). Quizás las palabras tlahuizcalehua, tlahuizcalli moquetza, tlatlal-
chipahua y tlathuinahuac corresponden a un solo momento. Lo que es cierto
es que tlathuinahuac es el último momento de la noche (A_a, A_b, B_a, B_b).
De la misma manera que las fuentes nos indican que la noche se podía di-
vidir, encontramos informaciones paralelas para la parte diurna del día. La
Yohuatzinco
El primer momento del día (C_a, C_b, D_a) corresponde a la palabra
yohuatzinco (muy a menudo precedida de oc), que Sahagún traduce como
“mañana” en sus escolios, y como “saliendo el sol” en C_a. Este término
se compone de yohuatl (noche), -tzin (sufijo diminutivo) y -co (sufijo loca-
tivo). Es el único momento que aparece con el sufijo locativo espacial -co.
Molina propone la traducción siguiente: “de mañana, o por la mañana, o
mañana, o de madrugada.”134 Según Carochi, se trata de un momento antes
de la salida del sol: “Huel oc yohuatzinco, ayamo huälquïça in tönatiuh in
önitënìçac / muy de mañana almorçe, antes que saliesse el sol (5.2.6)”.135 El
diccionario 362 propone la traducción “madrugada”.136 En la primera par-
te de su diccionario, Molina traduce “mañana del dia” por “yohuatzinco,
tlahuizcalpan, tlachipahua y nonchipa”. Es difícil precisar el momento cabal
del yohuatzinco. Algunos ejemplos sugieren que se trata de un momento
antes de la salida del sol, mientras que otros parecen juntar los dos eventos,
lo que no deja de sorprender. ZZZ ZZZ 137 138
Tlacualizpan
En el tercer momento de la parte diurna del día encontramos la palabra
tla-cua-liz-pan. Esta palabra se traduce, tanto en los Escolios como en Ol-
mos o Molina, como “hora de comer”, lo que corresponde perfectamente
con el análisis morfológico que se puede hacer. Un diccionario, el bnf_362,
proporciona una información más precisa: “Medio dia, que es hora de
Nepantla tonatiuh
El momento siguiente está indicado por la expresión nepantla tonatiuh que
significa, según todas las fuentes, mediodía, y que se asocia muy a menudo
con el hecho de comer: “Auh inoacic nepantla tonatiuh, injquac tlaqua-
lizpan […] / A la hora del comer, que era al mediodia […]”.143
Teotlac, pepetzcatica
Teotlac, que significa “la tarde del dia. s. la puesta de sol.”,146 no aparece
en ninguna de las secuencias, aunque sí en muchos de los textos, en par-
ticular en el libro II del Florentino. Por los contextos y las informaciones
dadas en los diccionarios, parece designar un momento un poco vago
antes del ocaso del sol: “teutlacpa, oc achiton tonatiuh, iquac yn aiamo
vncalaquj tonatiuh / en teotlac, hay todavía un poco de sol, cuando todavía
no se ha puesto el sol”.147
En sus traducciones, Sahagún no toma en cuenta la expresión oc achi
tonatiuh, y traduce simplemente “puesta del sol”: ZZZ ZZ 148
Oya tonatiuh
Oya es el pretérito del verbo yauh, ni (ir). Entonces, este momento hace
referencia a aquel en el cual el sol se va. Por esto consideramos la expresión
como sinónima de calaqui tonatiuh, es decir, que este momento es al mis-
mo tiempo el último del día y el primero de la noche (B_c).
Las listas que acabamos de analizar empiezan por el alba o por el inicio de
la noche. Si queremos juntar las dos, podríamos empezar por una o por
otra, suponiendo que se trata del inicio del ilhuitl o día completo. Podría-
mos también empezar por nepantla tonatiuh, argumentando que el día
completo parece divido en dos partes que sugieren las expresiones paralelas
nepantla tonatiuh y yohualnepantla, y que el mediodía se puede observar
con mucha más facilidad que la medianoche. Y también nos podríamos
apoyar en una glosa del Códice telleriano remensis que dice: “ellos tanvien
cuentan el día desde mediodía hasta otro día a mediodía”.155 Pero el mismo
Códice florentino nos ofrece una respuesta precisa.
155 Códice telleriano-remensis. f. 48v. Paleografía de Eloise Quiñones Keber con la colabo-
ración de Michel Besson, 1995, Sup-infor.com
159 Aurora, alba, madrugada, de mañana, salida del sol, hora del desayuno, mediodía,
hora de comer, tarde, hora de merendar, crepúsculo, puesta del sol, tarde-noche, al
oscurecer, de noche…
CONCLUSIÓN
los otros casos un contexto más amplio permite superar la duda, y a veces
hay que asumirla.
Los textos sahaguntinos nos enseñan que el día (ilhuitl) se pensaba
como la sucesión de alrededor de catorce momentos principales, más diez
subdivisiones (o quizá sinónimos), empezando por la medianoche.
Toda la información reunida, con la sola excepción del medicamento
cocopi (D_a), se relaciona con momentos rituales, es decir, que conocemos
los momentos principales religiosos, pero no tenemos idea de los momen-
tos sobresalientes en el caso de los otros grupos de la sociedad nahua.
Tlacaxipehua-
liztli
No hay No hay
Etzalcualiztli imagen imagen
1 Las palabras y sus traducciones vienen de los diferentes diccionarios reunidos en el gdn
(Gran Diccionario del Náhuatl).
Tabla 2. Continuación
Ochpaniztli
2 Jesús Bustamente García, Fray Bernardino de Sahagún una Revisión Crítica de los Ma-
nuscritos y de su Proceso de Composición, 1990, p. 411.
3 Bustamente García, p. 424.
4 Bustamente García, p. 452.
tlapoyahua anochecer 15
[tlacuauhtlapoyahua] ser ya muy noche 1
netetequizpan la hora de echarse a dormir 2
(tlacuauhyohuac) noche cuando se acuestan todos 3
tlatlapitzalizpan6 la hora de tocar las bocinas 4
[nezohuaya] la hora de ofrecer sangre de las orejas 4
[nehuitzmanaloya] la hora de ofrecer puntas de maguey 4
ensangrentadas
(yohualnepantla, xelihui yohualli, medianoche 5
yohualli itic)
ticatla un poco después de medianoche 5
hualcholoa citlalin salir el lucero del alba 6
(tlatlayohua, cuicuichehua) ponerse oscuridad por razón de muchos 7
nublados
(tlathui) amanecer 8
tlahuizcalehua cuando el alba esta ya bien demostrado 8
[tlahuizcalli moquetza] cuando el alba esta ya bien demostrado 8
[tlatlalchipahua] parecerse la tierra con la luz del alba ya muy 8
clara
tlathuinahuac ante amanecer o junto al alba 8
5 Los números indican el orden consecutivo de los momentos; cuando los números se re-
piten, se refieren a la presencia de sinónimos.
6 Torquemada (II), IX, 34, 227: “Tañían de noche estos instrumentos o Campanas otras
vez, fuera de las que era para despertar a las horas de su reçado, y esto hacían a honra
de la noche; a la qual llamaban Yohualtecuhtli, que quiere decir: Señor de la noche…”.
7 Los números indican el orden consecutivo de los momentos; cuando los números se re-
piten, se refieren a la presencia de sinónimos.
Tabla 9. Continuación
23 tlathui amanecer 4
22 yohualnepantla medianoche 1
14 teutlac(pa) la tarde del día, puesta del sol 14
11 yohuatzinco saliendo el sol, mañana 9
8 nepantla tonatiuh la hora del mediodía 12
5 oncalaqui tonatiuh la puesta del sol 16
5 onmotzcaloa tonatiuh la tarde 13
4 tlatlalchipahua parecerse la tierra con la luz 7
del alba ya muy clara
3 ioalli xeliuj medianoche 1
3 tlayohua hacerse tinieblas u oscuridad 3
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Bibliografía
LOS PARADIGMAS
1 Es indispensable recalcar este carácter de los paradigmas, sobre todo para marcar distan-
cia frente al interesante concepto propuesto por Kuhn, sobre todo a partir de 1962 en su
libro clásico The Structure of Scientific Revolutions, en el que expone su teoría del para-
digma en relación con las transformaciones históricas del pensamiento científico. En esta
obra (Kuhn 1971: 13-14, 33-34, 51-62, 70-71, 78-79, 80-84, etcétera) define, explica y
ejemplifica sus paradigmas como complejos de realizaciones que incluyen, al mismo tiem-
po, leyes, teorías, aplicaciones, instrumentaciones y aun creencias. Estos complejos cons-
tituyen compromisos compartidos por una comunidad de científicos para la selección de
los problemas y la solución de los mismos en una de las etapas históricas de que el autor
ñalamos entonces (López Austin y López Luján 2009: 36) que un paradig-
ma cosmológico debería ser definido de la siguiente manera:
califica como propias del ejercicio de la “ciencia normal”. Según Kuhn, en toda revolución
científica se produce la sustitución del paradigma aceptado por otro que, a juicio de miem-
bros disidentes de la comunidad científica, debe ser aceptado como válido frente a la in-
eficacia del anterior. Años más tarde, compelido por las críticas a los paradigmas en su
obra, sobre todo a que el término tuviera en ella más de veinte significados, Kuhn acentuó
su carácter de constelación de acuerdos de grupo (1971: 278-287) y de ejemplos compar-
tidos (1971: 287-293). El concepto de paradigma que hemos propuesto López Luján y yo
nada tiene que ver con la concepción kuhniana de la transformación de la ciencia: se re-
fiere a un instrumento analítico cuya caracterización queda descrita en las siguientes líneas.
culturales, sino que revela las posibilidades del enlace entre los dis-
tintos complejos culturales que forman parte de un complejo mayor
y permite ensayar el valor de equivalencias de diferentes elementos
simbólicos de las formas de expresión.
f) Es provisional, siempre perfectible. Dados sus caracteres heurístico e
hipotético, es modificado en su permanente confrontación con el ob-
jeto de estudio, que lo adapta y corrige constantemente, aunque ha de
conservar, durante el cambio, su coherencia interna y su estructura.
EL EJEMPLO
llamaban cuddo cajoo. Soustelle traduce estas palabras a partir del pame
moderno, y concluye que significan respectivamente “piedra” y “mago”.
Una información muy rica acerca de este complejo –se mencione o no
directamente a los gigantes– proviene de la segunda mitad del siglo pasado.
Si se hace una rápida revisión es necesario mencionar, sin detallar aquí el
contenido de sus informes, a Soustelle (1969; 1993) cuando dice que los
otomíes colocaban comida en la boca de ídolos de barro; a Jacques Gali-
nier (1987; 1990), quien registra que los ancestros eran gigantes que fueron
convertidos en piedras; que los megalitos contienen gigantes, y que los
ancestros hicieron “iglesias”2 que quedaron inconclusas; a Lydia van der
Fliert (1986), que no habla de los gigantes, sino de los enanos que viven
en las piedras y que registra que son los seres que existieron al principio
del mundo; y a James W. Dow (1994), quien afirma que se rinde culto a
los “antiguos” (yogi o bo’meti) que están dentro de piedras, y que éstas se
poseen cuando se encuentran o se heredan.
1. La creencia parte
de la concepción de eras
anteriores al tiempo-
espacio actual y de su
sucesiva destrucción
Figura 3. Elementos para la formulación del paradigma otomiano de las piedras habitadas
Y los túmulos que hicieron al Sol y a la Luna son como grandes mon-
tes, edificados a mano, que parecen ser montes naturales, y no lo son.
Y aun parece ser cosa increíble decir que son edificados a mano; y
cierto, lo son, porque los que los hicieron entonces eran gigantes, y aun
esto se ve claro en el cerro o monte de Cholollan, que se ve claro estar
hecho a mano porque tiene adobes y encalado.
El segundo Sol que hubo y era signo del 4 océlotl, se llama Ocelotona-
tiuh. En él sucedió que se hundió el cielo; entonces el Sol no caminaba
La caída debió ser tan grave que cuando se representan las imágenes
de los soles en el Códice Vaticano A 3738 (1996: fol. 4v) (figura 4), el gi-
gante dibujado se encuentra no de pie, sino derribado en el suelo.
El segundo ejemplo se refiere a una creencia de los antiguos nahuas:
los seres primigenios –en este caso el protector o patrono de los peces– se
albergaban en imágenes de piedra, dentro de las cuales protegían a su
clase. La noticia viene de fray Gerónimo de Mendieta, quien en su Histo-
ria eclesiástica indiana (1945, I: 95) narra este episodio:
los gigantes khuanhári, seres de gran fuerza que antecedieron a los hom-
bres en el mundo. Los khuanhári habían sido seres de gran fuerza; en su
momento construyeron los sitios prehispánicos y las iglesias, e instalaron
en éstas las campanas. En su papel de civilizadores, señalaron los linderos
de los pueblos y les dieron sus nombres. Sin embargo, no profesaban la
verdadera religión. Andaban desnudos y eran caníbales. Cuando Dios
bendijo el mundo, su raza quedó destruida por un cataclismo; quedaron
sepultados, convertidos en piedra. Pueden verse en la actualidad como
restos que surgen a la tierra cuando se excavan los sitios arqueológicos.
Gente muy parecida a los khuanhári de los tarascos son los zayamuini-
cob de los mayas, según nos los describe Thompson (1975: 408-409). Fueron
los zayamuinicob seres ancestrales, enanos, jorobados, que vivieron antes de
que saliera el sol. Su fuerza era tal que podían llevar a cuestas grandes pesos.
Ellos construyeron los sitios arqueológicos; pero no tenían que cargar las
piedras: simplemente silbaban y los materiales se movían. Sin embargo, fue-
ron gente mala que fue castigada y destruida con una inundación.
Entre otros pueblos mayenses, los tzotziles afirman que los hombres
de las etapas anteriores eran imperfectos. No sabían morir, y esto no
agradó a los dioses, por lo que les enviaron el diluvio (Holland 1963: 71).
No eran realmente hombres, sino seres que pueden ser catalogados como
demonios, monos y judíos (epítetos aplicables a los antecesores humanos),
hostiles al orden y al Sol (Gossen 1979: 53). Actualmente los enanos viven
debajo de la tierra (Thompson 1975: 416).
Los tzeltales creen que aquellos hombres no tenían articulaciones. Para
descansar tenían que dejarse caer en la cama, ya que no podían doblarse.
Esto tuvo que remediarlo un santo, que les hizo sus coyunturas para que
se hicieran hombres. Los protohombres no trabajaban y movían las cosas
con simples silbidos (Hermitte 1970: 23). Carecían de vestidos y no sabían
cómo hacer fuego (Thompson 1975: 417). Todos estos hombres murieron
cuando vino la destrucción del mundo anterior. Las piedras estaban vivas;
pero hirvieron cuando se destruyó el mundo (Hermitte 1970: 23). Al igual
que los tzotziles, los tzeltales creen que los enanos viven debajo de la tierra,
y que son muy morenos (Thompson 1975: 417).
Los quichés afirman que seres sobrenaturales, a quienes llaman los
antiguos reyes, viven en las ruinas arqueológicas (Tax 1947: 471). Entre
los mayas peninsulares se considera que las costumbres de los antiguos
enanos se volvieron muy relajadas, y que por esto Dios les envió el diluvio
(Villa Rojas 1978: 439); que los sitios arqueológicos están poblados por
el arux (Villa Rojas 1978: 297), y que los protohombres, a los que llaman
itzás, hacían construcciones durante la noche: silbaban, y las piedras se
acomodaban solas. A la postre, se fueron a vivir bajo la tierra y sus ciuda-
des quedaron encantadas. Por eso en Cobá durante la noche se oyen cor-
netas, tambores, aplausos y vocerío (Villa Rojas 1978: 439).
Las creencias de los actuales nahuas son muy semejantes. Así, en el
centro del país se afirma que los tepalcates son en realidad gentiles3 soli-
dificados por su mala conducta (Fagetti 1998: 23-24). Para los nahuas
veracruzanos, los chaneque4 viven bajo la tierra y, como mencionan los
otomíes, en familias. Son de baja estatura; comen carne humana; cuando
el sol se pone arrean a los animales con silbidos, y emiten sonidos como
3 El nombre de “gentiles” o xantiles se aplica tanto a los protoseres como a las figuras
arqueológicas que los contienen.
4 La palabra chane y su plural chaneque designan a los seres sobrenaturales protectores de
los sitios naturales.
Para ilustrar la cercanía entre las creencias de los pueblos del Noroeste
mexicano y las de la tradición mesoamericana, se mencionan aquí sintéti-
camente los registros obtenidos entre los yaquis y los pimas. Los yaquis se
refieren a los sures, seres muy pequeños, peludos y barbones. En su tiempo
eran extraordinariamente longevos. Vivían como animales y comían carne
cruda. Sus vestidos se limitaban a pieles de animales. Después vino el gran
cambio, que entre ellos es llamado “el bautismo”, tras el cual muchos
sures huyeron y se convirtieron en animales. Los que decidieron permane-
cer aquí se transformaron en hombres, o conservaron su antigua natura-
leza. Actualmente estos últimos viven bajo la tierra o en el fondo del mar
(Mondragón et al. 1996: 11-33; Olavarría et al. 2007: 17).
5 Isidoro de Sevilla (San Isidoro de Sevilla [libro XI, cap. III] 1983, II: 51) registra: “Cuen-
tan que en la Escitia viven los panotios, con orejas tan grandes que les cubren todo el
cuerpo. En griego pân significa ‘todo’ y óta ‘orejas’.”
6 Cayo Plinio Segundo [libro VII, cap. II]) 1966, I: 307) les llama monoscelos: “Y que hay
otro linaje de hombres llamados monoscelos, de una sola pierna y maravillosa ligereza
en el salto, los cuales se llaman también sciápodas porque en el tiempo de grande calor,
echados en el suelo boca arriba, se amparan con la sombra de los pies, y que no están
muy apartados de los trogloditas.” Agustín de Hipona (San Agustín [Libro XVI, cap.
VIII] 2000: 367) repite esta información de Plinio el Viejo: “Asimismo afirman que hay
una nación en que no tienen más que una pierna, y que no doblan la rodilla, y son de
admirable velocidad, a los cuales llaman sciópodas, porque, en el estío, a la hora de siesta,
se echan boca arriba y se cubren con la sombra del pie.”
Figura 6. Panotio
Figura 7. Esciápodo
a) Los dioses son seres proteicos en el tiempo del mito. Sus aventuras los
van transformando hasta que adquieren las características que deberán
conservar como entes de naturaleza firme.
b) Las aventuras míticas producen un estado de desorden creciente al cual
se refieren algunas narraciones míticas como una etapa pecaminosa
(ingestión de carne cruda, ignorancia, canibalismo, incesto, asesinato,
etcétera). Se hace necesaria la drástica intervención del Sol, quien or-
dena la muerte de todos los dioses.7 Su acción queda definida como un
gran cataclismo que destruye a los seres premundanos.
c) El Sol crea las leyes que regirán en el mundo por crear. Renacen los
dioses destinados a él; pero lo hacen ya en formas sujetas al orden
mundano. Para ello adoptan distintas formas y funciones:
1) Tras el gran cataclismo, algunos de los dioses se transforman en par-
tes del aparato cósmico. Podemos señalar como ejemplo el caso de
Can Chicchán, que fue convertido en el “quemador” del oriente (Li-
bro de Chilam Balam de Chumayel 1973: 100).8
7 En el caso del mito de la sucesión de los cinco soles, este movimiento se produce al esta-
blecerse el dominio del último: el Quinto Sol.
8 Los cuatro “quemadores” eran entre los antiguos mayas los dispositivos indispensables
para el tránsito de los dioses-tiempo, provenientes del ámbito divino (anecúmeno) al
Transformaciones
míticas de los dioses
El desorden final
y la intervención ordenadora
del Sol
Dioses patronos
Partes del Tiempos y otros
de cada clase de Meteoros
aparato cósmico flujos divinos
criaturas
Seres Dioses
Guardianes Criaturas
humanos en latencia
Figura 8. Elementos para la formulación del paradigma mesoamericano de las piedras habitadas
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de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2014, p. 235-264.
Por huir del pésimo vicio de la ingratitud que es uno de los que más Dios
Nuestro Señor aborrece, me pareció, humil[de]mente, en nombre de todo
este pueblo y ciudad de México, rendir a vuestra majestad las gracias de
uno y del más singular beneficio que se nos podía hacer jamás como el que
vuestra majestad, con su acostumbrada piedad y gran cristiandad, hizo a
esta su ciudad y pueblo y naturales, en darnos por padres y ministros a los
religiosos de la orden del gran padre santo Agustín, doctor de la Santa
Iglesia. Estimamos y habemos estimado este beneficio por muy grande.
Porque el barrio de Sant Pablo, donde vuestra majestad mandó entrar a
los religiosos, estaba muy perdido y muy falto de doctrina y muy ajeno del
conocimiento de Nuestro Señor, porque aunque los arzob[i]spos desta
ciudad ponían clérigos, no tenían ni han tenido el cuidado que fuera razón
tuvieran. Porque los más dellos no eran lenguas, y algunos que lo eran
sabían poco y no predicaban a los naturales, que es una de las causas que
ellos más han menester y que ellos más buscan y quieren donde toman
documento para el aprovechamiento de sus almas y cristiandad.
Agora yo que soy, por mando del presidente y visorrey que en estas
partes vuestra majestad tiene proveído, el cacique y gobernador y todos
los principales y pueblos tenemos sumo contento y consuelo con lo pro-
veído por vuestra majestad y confirmado por su Real Audiencia. Y así
como vasallos verdaderos y criados de vuestra majestad besamos los pies
y reales manos de vuestra majestad. Y vese claro que esta m[erce]d y be-
neficio que vuestra majestad hizo a su pueblo y vasallos fue providencia
del cielo para el trabajo y mortandad que luego la majestad del cielo, por
nuestros pecados, fue servido enviarnos. Donde estos padres mostraron
muy deveras el celo y deseo de la salvación de las almas en tanto grado que
por la misericordia de Dios ninguno, con haber tantos enfermos y morir
tanta multitud de gente, murió sin haber recibido todos los sacramentos,
penitencia eucaristía, extremaunción que ha causado en todos nosotros un
consuelo muy es[pirit]ual y verdadero.
El padre provincial de la orden hizo en esto tanta instancia que, como
padre, proveyó bastantemente de ministros todo el tiempo que duró la
pestilencia que jamás entonces, ni ahora después de pasada, ha habido
Besamos las reales manos y pies de vuestra majestad, sus criados, vasallos
y siervos.
Robert Barlow
1 Estos apuntes constituyen la segunda parte de una conferencia sostenida ante la Sociedad
Mexicana de Antropología el 15 de junio de 1944. Para la primera parte de la misma
conferencia véase “Materiales para una cronología del imperio de los mexica”, Revista
Mexicana de Estudios Antropológicos, t. VIII, n. 1-3, enero-diciembre de 1946. A estos
materiales debe agregarse el Códice Azcatitlan.
2 Como hemos hecho notar, el Mendocino no observa orden cronológico en las conquistas
que cita, así es que debe emplearse solamente como documento suplementario a los de-
más.
3 “12-tecpatl xiuitl yc poliuhqui achioteca”, párrafo 284.
4 Véase “Materiales para una cronología...”.
5 Francisco de gurgoa, Geográfica descripción, v. 1, p. 352.
6 Notamos de paso la semejanza que guarda esta narración con la de Torquemada con
respecto a la guerra que Moteczuma hizo a Tlaxiaco, cuya narración citaremos en su
lugar.
7 “çe tochtli ypan inyn xihuitl çoçollan tlapoliuh ypan çemilhuitonalli 13-acatl”, párrafo
1239.
8 2:318.
9 253.
10 Únicamente una fuente no está de acuerdo: Unos anales, doc. V, párrafo 284 coloca la
conquista de los zozolteca en 13-calli (1505) “13-calli (xihuitl) yquac poliuhqz ço
çolteca…”.
11 Tecuitepec en Unos anales, doc. II es claramente una mala transcripción.
12 Párrafo 1257: “yn ipan in xihuitl 2-acatl teuctepec tlalpoliuh yuan yztitlan tlalpoliuh”.
¿Sería este Itztitlan el postrero de nuestra serie?
13 Párrafo 285: “omacatl xiuitl yquac molpi xiuitl yquac poliuhqz tecuhtepeca”.
14 La proximidad de este pueblo a Tecuhtepec en las listas, y la versión de este último como
Teotepec, crearon una confusión en la mente del historiador Bancroft que lo dejó deses-
perado, y motivó la primera investigación por el que habla que ha conducido al tema
actual. Quizá simbolice la vida del investigador, el hecho de que aún no he logrado acla-
rar el problema de Tecuhtepec y Tototepec.
15 Capítulo LXXI.
16 ¿Sería el Quetlauistlan del Epistolario, 14:122?
17 García Pimentel, Tlaxcala, 20.
18 I: 213. izquitl es maíz reventado, tlaolli es maíz.
19 Códice de Yanhuitlan, 3.
20 Párrafo 1275: “çan no ypan inyn xihuitl (5-tochtli) huillohuaya yoaquixohuato ycpatepec
yhuan yzquixocitepec ypan çemilhuitonalli 2-maçatl yn poliohuac”.
21 Párrafo 285: “5-tochtli xiuitl yquac yaque ycpatepeca”.
22 “6-acatl nican polihque ycpatepeca ihuan yzquixchitepeca”.
23 Párrafo 1284: “9-tochtli ypan inyn xihuitl yztectlallocan huilohuaya yuan macuilloctlan
huilohuaya”.
24 Párrafo 285: “10-acatl xiuitl […] no yquac tlalpoliui yztactlalloca”.
25 Número 248.
tés –acontecimiento que arrojó una sombra centenaria sobre los episodios
menores de ese tiempo.
La conquista número 142 fue Chichihualtatacallan, y debe haber ini-
ciado la campaña, porque es el primer pueblo conquistado en 1512, según
Chimalpáhin. Lo hemos identificado con Chichihualtepec Santa María, en
el valle de Atoyac al sur de la ciudad de Oaxaca.
Sigue como el 143 Texotlan, pueblo tal vez identificado con Tezoatlan
al poniente de Tamazulapan.
Piaztlan es el número 144. Está ubicado en la mixteca baja, y debe
identificarse con el Huehuepiaztlan (Piaztla el viejo) actual.
Sobre el número 145 hay división de opinión. Pablo Nazareo y los
Anales de Cuauhtitlan lo llaman Ollan; los equívocos Unos anales, doc.
II, y el Códice mendocino, dicen Mollanco. El glifo que se aprecia en este
último documento, no obstante, consiste en una bola de hule (ol-li) y unos
dientes humanos (tlan-tli) y por lo tanto debe leerse Ollan, resultado equi-
vocado el comentario del Mendocino. Para leerse Mollanco, tendría que
tener un molcajete, lo cual ostenta en otra sección de la citada recopilación.
No hemos podido localizar a Ollan, cuya ubicación sería de especial inte-
rés en vista de la importancia de las gentes llamadas olmecas en las fuentes.
El número 146 es Huitztlan, y es digno de observarse que éste es el
primer pueblo del reinado del joven Moctezuma que figura en la fuente
Acolhua llamada “Pintura de México”.26 Huitztlan parece haber sido so-
metido con anterioridad por Axayácatl, conquistador de Coyolapan y
fundador de la guarnición de Uaxacac. Desconocemos su ubicación.
Tzinacantlan fue la conquista número 147 de Moctezuma II, y figura
en versión errónea en Unos anales, doc. II, que da la lectura Tzihuactla.
Es difícil que sea el pueblo chiapaneco, puesto que lo demás de las con-
quistas de este señor se ciñen a una zona bastante circunscrita. No lo he-
mos colocado en el mapa, con la esperanza de encontrar un Tzinacantlan
oaxaqueño.
Tlatlayan, el 148 de la serie, presenta el mismo problema con compli-
caciones. Hay un Tlatlayan de Veracruz, quizá el sitio de la autoinmolación
26 Véase “Materiales paa una cronología...” para los detalles sobre este documento, don-
de figura bajo el número 78.
27 Número 274.
acabamos de mencionar tiene que esperar una etapa más adelantada de los
estudios de la historia prehispánica.
Después del camino pedregoso que acabamos de pasar, es grato poder
notar que próxima la conquista es lo mismo en todos las fuentes, hasta en
Pintura de México, que vuelve a proporcionar datos, asignándole el 79 (es
el 163 de nuestra cuenta) y aún más: se puede localizar, y sabemos la fecha
de su caída. Es Tlachquiyauhco, el moderno Tlaxiaco. En otra parte,28 y
con base en varios documentos, llegamos a la conclusión de que Tlachqui-
yauhco cayó en 1511 o 1512, y no en 1503 como dice el comentario, pero
no los dibujos, del Códice telleriano. Ahora, en vista de la fecha uniforme
de 1512 que se da para esta serie de conquistas, podemos ceñirnos más a
la segunda fecha. Era Tlaxiaco uno de los señoríos mixtecos más fuertes,
y según la Relación de Teozapotlan “poco antes que los españoles viniesen
solo auian los de Tututepec que estos eran guerreros por si, y los de tla-
chiaco que también eran guerreros por si, y Montecçuma que era el señor
de México […]”.29 Otra relación declara que los de Tototepeque y Achiutla
se combinaron con los de Tlaxiaco para tiranizar Iztepexi, pueblo de los
zapotecos,30 y su glifo figura entre la conquistas que pormenoriza el Ms.
Mex. 59-64 de París.
Sobre la guerra de Tlachquiyauhco tenemos algunos detalles pintores-
cos. Se dice que Moctezuma codiciaba un árbol para sus colecciones bo-
tánicas, el tlapalizquixochitl de pétalos irresistibles manchados de rojo,
que conservaba el señor mixteco Malinal en sus jardines. Los ejércitos de
Moteczuma le entregaron tanto el árbol como al señor que lo poseía, y éste
pereció sacrificado.31
La conquista número 164 fue Malinaltepec. Figura este nombre en
todas las listas, incluso la Pintura de México, donde lleva el número 80 de
la serie completa. Hay cierta abundancia de homónimos, pero aquí se
trata de uno que existía al sureste de Tlaxiaco, la conquista anterior. La
28 Anderson y Barlow, “The Maize Tribute of Moteczuma’s Empire”, Annales of the Missori
Botanial Garden, 30: 413-420, 1943.
29 Papeles de Nueva España, 4:193.
30 Papeles de Nueva España, 4:16.
31 Torquemada I, 196, 215. Ixtlilxóchitl I: 258.
32 Número 364.
33 “7-tecpatl (1512) y pan inyn quimichtlan huillohuaya yoaquixhuato”.
34 “çan no ypan ynin xihuitl (10-acatl) poliuhque çemilhuitonalli 7-cozcaquautli”.
35 Tezozómoc 602-610, Durán 442-450. También aseveran estos cronistas que las tropas
de los mexica pasaron por Xaltianquizco al dirigirse a estos pueblos, y por Izúcar al re-
greso. Hay un Xaltianquiz y un Tototepec que fue guarnición de los mexica en el sur de
Guerrero, y otros dos en Oaxaca. El Xaltianquiz de Oaxaca todavía no era sometido a
los mexica, según nuestras listas, donde figura más abajo. Tezozómoc y Durán mencionan
también un río grande de Quetzalatl, que había que atravesar en balsas. Aunque no pre-
tendemos aclarar estos detalles incidentales aquí es posible que la crónica confunda este
Quetzaltepec con otro que citamos en el texto.
36 Itinerario de México, Apan, etc. Ms Mex núm. 274 de la Biblioteca Nacional de París.
37 Párrafo 285: “9-tochtli xihuitl yquac poliuhqz cuezcomayxtlauaque”.
38 Parece que dicha pintura cae en el error que hemos procurado evitar, porque como su
número 82, menciona precisamente a Izquixochitepec, versión que no aceptamos. Sigue
la Pintura con dos pueblos más que no mencionan las otras listas: 83, Tlacotepec y 84
Mitlatzinco.
39 Papeles de Nueva España, 4:20.
40 I: 332.
41 Mitlantzinco no figura en las otras listas, pero precede a Xaltianquizco en la Pintura de
México, como hemos dicho, con el número 84. Dicha pintura termina con cuatro pueblos,
dos con variantes que no son fáciles de explicar, a saber: “86, Tlatlauhquitepec; 87,
Ocotepec; 88, Toxtepec (Icpatepec); 89, Ozelotepec (Nopaltepec)”.
INTRODUCCIÓN
1 La autora agradece a Berenice Alcántara Rojas por su cuidadosa revisión de esta traduc-
ción y sus valiosas sugerencias para mejorarla.
Huitzcuahuitl: huitztli, ihuan cuahuitl: itech quiza in itoca inin huei cua-
huitl: auh huel yehuatl in inacayo, in itlac, in tlapalli mochihua inic tlapalo,
tetzotzonaloni, tzatzayanaloni, ciyahualoni, ciyahuani, maquixtiani in zan
mixcahuiya, zan oc achi cuichehuac, achi ixtlilehuac; quin quitlachiyaltia
in tlalxocotl; ihuan in oc cequi quineloa chichiltic, chichilpatic, chiltic, chil-
patzcaltic, chilpatic, tlapaloni: amo tlacuiloloni. Nitlahuitzcuahuiya, huitzcuauh
tica nitlapa, nitlahuitzcuauhaquia, nitlahuitzcuauhyotia, nihuitzcuauhtequi,
nihuitzcuauhcui, nihuitz cuauhnamaca.
Nacazcolotl: tonayan in mochihuaya [f. 218v], huei cuahuitl itlaaqui-
llo, in itoca itech quiztica nacaztli, ihuan colotl, quitoznequiyohquin na-
caztontli, colochtontli, copiltontli, ilacatzpil, melactontli, melahuacatontli,
tlatlacpil, cuichehuac: i zan ipan cualli texyo, tetexyo, i cenca cualli in iyac,
in tlacahua o[n]xyo, o[n]oxyo, zazalic, zazaltic, zazalpatic, zazaltic, tlatlil-
paloni, tlahuitztecolpaloni, ipaloca in huitztecolli, in yapalli, tlacuiloloni,
letrachihualoni. Nitlapa, nitlayapa, nitlayapalpa, nihuitztecolpa, nihuitz-
tecolchihua, nitlahuitztecolaquia, nitlahuitztecoltilia.
Tezuatl: cuauhxihuitl tlatotoya mochihua; inin tezuatl, tlapalli mocue-
pa, mopitzinia in nocheztli, monamictia in tezuatl motlalxocohuia, motla-
Tlalxocotl: in itoca itech mitoa tlalli, ihuan xocotl: ipampa catlalli, tete-
petlatic, tetequixquitic: auh inic xocotl, caxococ, xocopatic, teiztlacmealtic,
tetlanmimicti, tetlacecepouh, texo[n]xocoli; iztac, ixiztac, tlatlapalchipahua
loni tlaixchipahualoni, tlayectiloni. Nitlatlalxocohuia, nitlaixchipahua,
nitlaixiectia.
Tetlilli: anozo tezcatetlilli, in itoca itech quiztica tetl, ihuan tlilli: ipam-
pa ca tetl tlacuahuac, auh tliltic, tlilpatic; auh inic itech onca tezcatl: ipampa
pepetlaca. Nitlatetlilhuia, [f. 221r] nitlatezcatetlilhuia, nipepetlaca.
Tlahuitl: acan quizqui in itoca, tetl, tepetlatl, tepetlatlalli, tepetlatic,
tlatlahuic, tepeyo, oztoyo, moneccayo, monequi, neconi, tlacualnextiloni,
tlatlahuiloni, nitlatlahuiya, nitlatlauhyotia, tlauhtica nitlaoza.
Tizatl: inic tzahua cihua, iztac, mimiltic, ololtic: inin zoquitl, ca ye-
huatl in atizatl: niman moxca texcalco ic chipahua, tizati, ninotizahuiya,
nitlatizahuiya, nitlaztallalia.
Tetizatl: in itoca, tetl, itech quiza, ihuan tizatl: ipampa ca tetl, moteci,
micequi, mocuechoa, ic tlacuilolo. Nitlatetizahuiya.
In xicaltetl: zan atlauhco in mochihua, ompa in tolla[n] zan mopepena:
auh zatepan moteci, huel mocuechoa: auh in icuac ye ic miquiliz in tecomatl;
niman ic moneloa in michoacayotl texotli, motocayotia texotlalli, niman ic
moneloa in chiyamatl, ic zazalia, ic miqui in tecomatl, anoco xicalli.
In chimaltizatl: ompa quiza in oaxtepec, iuhquin texcalli motlapana:
auh in icuac ye ic tlacuiloloz moxca, cenca yamanqui mochihua; niman
moteci, tzacutli moneloa, ic tlacuilolo, ic tlatizahuilo.
Iyappalli: in itoca, itech quiztica iyauhtli, anozo yayauhqui, ihuan [f. 221v]
tlapalli, iuhquin quitoznequi yayactic, iyauhtic tlapalli, zan tlachihualli,
tlanelolli, tlanamictilli, tlanenelolli. Inic tlachihualli, zacatlaxcalli texotli
quinamiqui, texotli mominaltia, texotli monamictia in zacatlaxcalli: amo
cenca xoxoctic, amo no coztic, cancan poyahuac in coztic itech neci. Ni-
yappalchihua, niyappallalia, texotli, zacatlaxcalli nicneloa, nicminaltia,
nicneneloa, nitlaiyappalhuia, nitlaiyappalaquia, nitlaiyappalpoyahua,
iyappaltica nitlacueponaltia, nitlacehuallotia.
Camopalli: tlapalpoyahuac, tlacualnextiloni, tlacueponaltiloni, tlatla-
nexiotiloni, tlacuiloloni, tlapallacuiloloni. Inic mochihua, i, nocheztli, tla-
lxocotl monamiqui, moneloa, mominaltia. Nicamopalchihua,
nicamopalpatla, nicamopallacuiloa, nicamopalpa.
Quiltic: in itoca, itech quiztica in quilitl, ihuan tic, quitoznequi:
iuhquin quilitl, achi xoxouhqui [f. 222r], achi ixcoziayauhqui cencan achi.
Inic mochihua, i, in texotli, zacatlaxcalli monamictia. Nitlaquilaquia,
nitlaquiltizaaquia, nitlaquiltizapo yahua.
Huitztecolli: in itoca huitztli itech quiztica, ihuan tecolli: iuhquin qui-
toznequi huitzcuahuitl, tecoltic, camiltic. Inic mochihua ontlamantli in
mone[n]neloa, [glosado: huitztexolli][testado: chichiltic] ihuan [glosado
tlaliyac], [testado: texotli ihuan tlili]ic mochihua in tliltic, tlapalcamilpo-
yahuac, nihuitztecolchihua, nitlahuitztecolaquia, nitlahuitztecolpa.
Leonado
Cuappachtli: in itoca, itech quiztica cuahuitl, ihuan pachtli: yehica ca
in ipachiyo cuahuitl, in no itto[glosado: ca]cuappachtli, ca moteci, mopal-
2 La traducción de la voz tlapalli varía a lo largo de este texto porque esta palabra es po-
lisémica. Su significado literal era “lo teñido”, pero los nahuas empleaban tlapalli y sus
derivados para referirse al color, así como para designar todo tipo de materias colorantes,
es decir, pigmentos, tintes y cosméticos. Además de transmitir los significados de “color”
y de “materia colorante”, tlapalli se usaba frecuentemente para nombrar o describir cosas
rojas. Aprovechando la polisemia de este vocablo, los nahuas recurrían también a él para
nombrar el material colorante por excelencia para pintar y teñir de rojo: la grana cochi-
nilla (Dupey García 2009; 2010: 22-60; véase infra, p. 231, nota 13).
3 En esta traducción, las palabras que se mantienen en náhuatl se normalizan con base en
el Gran Diccionario Nahuatl (2012).
4 Por la descripción que se ofrece en este párrafo y las traducciones de la palabra nocheztli
propuestas en el siglo xvi (Molina 1970: 1: 66r; 2: 72r; Motolinía 1971: 198; Sahagún
2000: 1130; Hernández 1959: 2: 315-316), está claro que esta palabra se refiere a la
grana cochinilla, pero se trata del material en bruto, sin refinar (Anderson 1963: 75-76;
Dupey García en prensa), es decir, la hembra del insecto Dactylopius coccus que vive
como una herida sangrante. [f. 216] Este nocheztli es un insecto, un gusa-
no. El nocheznopalli (nopal del nocheztli) es el lugar donde se da el no-
cheztli, sobre el nopal nace, ve la luz, como pequeñas moscas, numerosos
insectos. Luego se crían, luego crecen, luego engordan, luego se vuelven
gordos, luego engordan, se vuelven gordos, se vuelven redondos. Luego de
que se envuelven en su propia grasa, los gusanos sufren,5 se asientan, así
como heridas sangrantes. Luego se envuelven en una tela de araña, luego
mueren, se caen o se amontonan, se barren, se amontonan con una escoba.
Este material colorante no está limpio, sólo es de superficie oscura,6 sigue
como sangre seca, redondo, pequeño y redondo, un poco blando, un poco
cascarudo.7 Es una materia colorante que colorea de rojo, que hace algo rojo.8
Yo tiño algo, yo aplico nocheztli a algo, yo cubro algo con nocheztli, yo
pinto algo con grana cochinilla, yo aplico grana cochinilla a algo, yo os-
curezco algo con grana cochinilla [yo matizo algo con grana cochinilla],9
sobre las pencas del nopal (Opuntia spp.). Sobre la grana refinada y preparada como
tinte o pigmento se habla a continuación en el capítulo.
5 El verbo ellelaci que aparece aquí tiene el significado de “pasar o tener pena o aflicción”,
“llorar”, “angustiarse”, etcétera (Gran Diccionario Nahuatl 2012). En este contexto, es
posible que se refiera al proceso de transformación que sufren los insectos y que los va a
conducir a la muerte.
6 El adjetivo tlilectic, al igual que tlilehuac, pertenece a un grupo de términos en náhuatl –el
cual incluye también yayactic y yayauhqui, catzahuac y catzactic, cuichehuac y cuichectic,
poctic, pochtic, pochehuac y pochectic, poyahuac, poyectic y poyauhqui– que designa
colores oscuros, cuyos matices abarcan el negruzco, el gris, el café e incluso el verde oscu-
ro, pues la luminosidad, más que la tonalidad, es el criterio que prevalece en la definición
de la categoría cromática designada por este léxico (Dupey García 2010: 287-292). En
cuanto a la presencia de ix- en ixtlilectic, Danièle Dehouve (1978: 294) señala que los
nahuas contemporáneos utilizan el modificador ix-, que se traduce como “un poco” o como
“medianamente” (Karttunen 1983: 110), para evocar la falta de intensidad de los colores.
Mi investigación del uso del léxico cromático en el Códice florentino me ha permitido
observar numerosos casos de incorporación de ix- a términos cromáticos, pero en este caso
se trata al parecer de la palabra ixtli, “el ojo”, “el rostro”, cuya presencia sirve para de-
signar los colores de estas partes del cuerpo o de la superficie de ciertos objetos (Dupey
García 2010), como ocurre entre los kaqchikeles contemporáneos (Maxwell 2004: 41).
7 La palabra huahuacalpil significa “un poco como huacal” y se refiere tal vez al cascarón
del insecto Dactylopius coccus muerto, de ahí la traducción de “cascarudo” que se pro-
pone aquí.
8 Acerca de la traducción de los verbos cromáticos en -oa –como chichiloa– por “hacer
algo de un color”, véanse: Launey 1988: 912, 958-959; Dupey García 2010: 249-251.
9 De acuerdo con Alonso de Molina (1970: 2: 83 r), el verbo poyahua significa “matizar
en pintura”, en tanto que el adjetivo poyahuac, que se deriva de esta forma verbal, se
15 Otros textos explican que este pigmento se vendía en forma de pastillas o panecillos re-
dondos como tortillas para que lo compraran los pintores y los tintoreros de pelo de
conejo (tochomitl) (Sahagún 1953-1982: 10: 77; 2000: 906, 1130; Hernández 1959: 2:
315; 1998: 1: 306-307) y es así, efectivamente, como aparece en la ilustración del Códi-
ce florentino que acompaña esta descripción (Sahagún 1979: 3: 368r).
16 Por la descripción que se ofrece en este párrafo y la forma en que Sahagún (2000: 1130)
y sus colaboradores caracterizan el tlapalnextli, no cabe duda de que se trata de un ma-
terial de baja calidad elaborado con grana cochinilla.
17 Sobre el tizatl y su identificación con la diatomita, véase infra, p. 239, nota 62.
18 Acerca de la traducción de los términos cromáticos nexehuac y nexectic –procedentes de
nextli (ceniza)– por “grisáceo”, “ceniciento”, y de ticehuac por “blanquecino”, véase:
Dupey García 2010: 304-309.
19 Un tinte y un pigmento laca amarillos de flores de Cosmos sulphureus y posiblemente de
otras especies cercanas. Acerca de esta caracterización del xochipalli, véanse: Anderson
1963: 82; Wallert 1995: 657-659; Torres Montes 2001: 346-348; Roquero 2006: 107-
108; Falcón Álvarez 2014: 37. En cuanto a la identificación del xochipalli como un ma-
terial utilizado por los pintores, los informantes de Sahagún indican que es “un
pigmento”, y las ilustraciones del Códice florentino muestran a un artista pintando con
xochipalli (Sahagún 1979: 3: 369r). Hernández (1959: 3: 212-213; 1998: 598-599; tam-
bién Dupey García en prensa) confirma que se trata de un pigmento laca al señalar que
la flor de xochipalli “se cuece agregándole nitro”.
Este segundo párrafo habla todavía acerca de otros colores, así se ve cómo
se teñía.
26 Como se indica en la nota 24, el colorante no se extrae de la flor, sino de las semillas.
27 Es interesante subrayar que los informantes de Sahagún, al utilizar términos cromáticos
que designan distintos matices de rojo (Dupey García 2010: 280-284), señalan la dife-
rencia de tonalidad que perciben entre los materiales colorantes preparados con achiote
y los elaborados con grana cochinilla. Para la grana cochinilla se utiliza el campo léxico
de tlapalli, pero también chichiltic y eztic; mientras que para el achiote se recurre del
verbo tlatlahuia y de los adjetivos tlatlauhqui y tlatlactic, que se derivan del sustantivo
tlahuitl (almagre) (infra, p. 239). Esta diferencia tonal podría explicar por qué, según
Motolinía (1971: 218), la grana cochinilla y el achiote se mezclaban para preparar un
pigmento rojo.
28 Para la caracterización del huitzcuahuitl (árbol de espinas) como un árbol que pertenece
a la amplia familia del palo Brasil (Haematoxylon brasiletto), véanse: Hernández 1959:
2: 375; también Anderson 1963: 77; Torres Montes 2001: 346-348; Roquero 2006: 119-
129. Con el nombre huitzcuahuitl también se designaban el tinte y el pigmento-laca que
se extraen del palo Brasil (infra, p. 242, nota 81).
29 Para la traducción de cuichehuac e ixtlilehuac, véase supra, p. 230, nota 6.
30 Sobre el tlalxocotl y su identificación con el alumbre, véase infra, p. 238, nota 57.
31 Sobre el significado del sufijo -patic, véase supra, p. 233, nota 23. El sufijo -patzcaltic,
presente en la voz chilpatzcaltic, también expresa la intensidad del color y se relaciona
probablemente con el verbo patzca, que Molina (1970: 2: 80r) traduce como “exprimir
o sacar zumo de alguna cosa, o torcer ropa mojada”. Alfredo López Austin (1974: 92-93)
se basa en esta información cuando traduce chilpatzcaltic por “como si se exprimiera el
color rojo”. Por mi parte, pienso que si -patzcaltic expresa la intensidad del color es
porque esta palabra remite a la eliminación del agua, por ejemplo cuando se exprime la ropa
mojada. En náhuatl contemporáneo se utiliza la palabra atl (agua) para expresar la falta de
intensidad de un color, porque el agua diluye (Castillo Hernández 2000: 94-96). Las
43 El uso del término mohuitic –que designa el color azul oscuro tirando a violeta (Dupey
García 2010: 284-286)– para calificar el color del tlacehuilli confirma que se trata del
índigo.
44 Se puede interpretar la yuxtaposición de tlillacuiloloni y tlapallacuiloloni en este pasaje
como una manifestación del difrasismo in tlilli in tlapalli, que transmite varios significa-
dos pues remite a los códices, pero también a una serie de conceptos asociados con ellos:
por un lado, el conocimiento, la memoria y la herencia de la tradición ancestral; por el
otro, la ejemplaridad de los que tienen acceso al contenido de los manuscritos pintados
(Dupey García 2009; 2010: 35-40). Como consecuencia, la yuxtaposición de tlillacuilo-
loni y tlapallacuiloloni en el pasaje que nos ocupa podría significar también que el índigo
“es algo para pintar códices.”
45 Nombre genérico de los pigmentos-laca azules que se obtenían precipitando un tinte azul
sobre una arcilla, entre ellos el azul maya. Para esta identificación del texotli, véanse:
Dupey García 2010: 83-85; en prensa.
46 En realidad sí se puede rastrear el origen etimológico de texotli, pues se reconoce en esta
palabra la presencia de tetl (piedra) y xotl (azul-verde) (Molina 1970: 2: 29v, s. v. exotl;
Guerra 2006, s. v. xopan; Campbell 1985: 417; Bierhorst 1985: 399; Dupey García 2010:
83-85, 94, 260, 273). Literalmente, texotli significa entonces “piedra azul-verde”.
47 Acerca de la traducción de xoxoctic, xoxohuic y xoxouhqui como “azul-verde” y de
xoxoxohuic como “muy azul-verde”, véase: Dupey García 2010: 263-269, 271-280,
343-347, 355-367.
48 Acerca de la traducción de camiltic y camiliuhqui como “café”, “castaño”, o “moreno”
en español del siglo xvi, véase: Dupey García 2010: 295-299. Sobre la incorporación de
ix- en estos términos cromáticos, véase p. 230, nota 6.
49 Nombre genérico de los pigmentos laca amarillos que se obtenían precipitando un tinte
amarillo sobre una arcilla. Para esta identificación del tecozahuitl véanse: Dupey García
2010: 83-85; en prensa; Dupey García y Olivier 2014: 190-191.
El tlilli.50 Es el humo del pino, el hollín del pino.51 Es algo para enne-
grecer las cosas, es algo para teñir de negro, es algo para dibujar con negro,
es algo para oscurecer.52 Es molido, muy molido, molido muy fino. Es algo
que se conoce en el agua, se aumenta con agua, se deja en el agua.53
[f. 219v] Yo tiño algo con tlilli, yo ennegrezco algo, yo oscurezco algo, yo
trazo líneas con tlilli,54 yo ennegrezco algo, yo oscurezco algo.55
El tlaliyac (el aceche).56 Su nombre viene de tlalli (tierra) y de iyac
(apestoso), porque es una tierra, es tepetate, está desmoronándose.
Este tercer párrafo habla acerca de [aquello] con que se hace el color,
[aquello con que] lo mejoran.
50 El negro de humo y la tinta que se deriva de él. Acerca de este doble significado de la
palabra tlilli, véanse: Molina 1970: 2: 147v; Sahagún 2000: 1133; Dupey García 2010:
35; en prensa.
51 En su traducción de este pasaje, Sahagún (2000: 1132) y sus colaboradores explican cómo
se obtenía el negro de humo en “vasos que llaman tlilcomalli […] que son a manera de
alquitaras”. Hernández (1959: 3: 409) es más preciso, pues explica que tlilli es el “humo
de astillas de cualquier pino […], que dentro de vasijas cerradas se condensa en pelotillas,
las cuales arrancadas luego se venden con frecuencia en los mercados”.
52 Si bien el verbo poyahua significa “matizar”, algunos contextos exigen que se traduzca
más bien como “oscurecer” (supra, p. 230, nota 9). Aquí, al incorporarse el sustantivo
tlilli –que se refiere a la tinta elaborada con negro de humo– al verbo poyahua, la segun-
da traducción parece más oportuna.
53 Cabe señalar que las palabras atlamatini, atlamahuani, atlacauhqui, que traduzco como
“es algo que se conoce en el agua, se aumenta con agua, se deja en el agua”, presentan
una aparente y curiosa reduplicación de la palabra atl (agua), que aparece como atla-, es
decir, atl + a-.
54 Está mención del trazo de líneas con tlilli es interesante porque estudios científicos han
revelado que en los códices prehispánicos del México Central el trazo de contorno de las
figuras era efectuado con negro de humo. Véanse, por ejemplo: Miliani et al. 2012: 675;
Domenici et al. 2014: 104.
55 Es interesante que el verbo utilizado para expresar la idea de oscurecer algo con negro de
humo sea catzahua, pues este verbo, así como los adjetivos que se derivaban de él, signi-
fican no sólo ennegrecer, sino también ensuciar, y se utilizan para hablar de cosas a la vez
negras y sucias (Dupey García 2010: 348-350; 2011). Ahora bien, el negro de humo es
un producto que se recoge sobre vasijas que la combustión de la madera ha ensuciado.
56 Para la identificación del tlaliyac como aceche, o caparrosa, y una descripción de sus usos,
véanse: Molina 1970: 1: 24 v; Sahagún 2000: 1132; Roquero 2006: 92, 103.
57 Para la identificación del tlalxocotl como alumbre, o piedra lumbre, y una descripción de
sus usos, véanse: Sahagún 2000: 1132; Hernández 1959: 3: 409; Roquero 2006: 91, 101.
cuanto a xocotl, [es porque] es ácido [agrio], muy ácido [agrio]. [El tlalxo-
cotl] hace salivar a la gente, hiere los dientes de la gente, adormece los
dientes de la gente, deja un sabor ácido [agrio] a la gente.58 Es blanco, su
superficie es blanca. Es algo para purificar los colores, algo para limpiar la
superficie de las cosas, algo para mejorar las cosas.59 Yo aplico tlalxocotl
en algo, yo limpio la superficie de algo, yo mejoro la superficie de algo.
El tetlilli o tezcatetlilli.60 Su nombre viene de tetl (piedra) y tlilli (negro
de humo o tinta), porque es una piedra dura y negra, muy negra. Y de
tezcatl (espejo) porque brilla. Yo ennegrezco algo con tetlilli, [f. 221r] yo
hago algo de color tezcatlilli, yo brillo.
El tlahuitl (el almagre).61 Su nombre no viene de ninguna parte. Es una
piedra, es tepetate, una tierra de tepetate, como tepetate, es rojo. Es de las
montañas, de las cuevas. Es útil, necesario, provechoso. Es algo para em-
bellecer las cosas, es algo para enrojecer las cosas. Yo enrojezco algo, yo
hago algo color tlahuitl, yo unto algo con tlahuitl.
El tizatl (la diatomita).62 Con éste hilan las mujeres. Es blanco, rollizo,
redondo. Éste es un lodo, porque éste es el atizatl (tizatl de agua). Luego
obstante lo anterior, puede ser que la palabra tizatl haya sido también un término gené-
rico que servía en la época prehispánica para nombrar tierras, piedras o pigmentos blan-
cos (López Austin y García Quintana 2000: 1324; Decqlerc 2013: 161).
63 Un pigmento blanco, posiblemente a base de yeso. No cabe duda de que el tetizatl es un
pigmento blanco, porque su nombre incorpora el sustantivo tizatl que designa minerales
de este color (véase nota precedente) y porque los informantes de Sahagún indican que
sirve para “hacer dibujos”. Hernández (1959: 3: 408) añade que “es una piedra blanca
que usan los pintores, calcinada, para dar el color blanco.” En cuanto a la caracterización
del tetizatl como un material derivado del yeso (un mineral de las series sedimentarias
compuesto de sulfato dihidratado de calcio), tanto Sahagún (1953-1982: 10: 94; 2000:
920) como Molina (1970: 1: 74r) atribuyen a la palabra tetizatl el significado de “yeso”.
Además, el yeso es un material cuya preparación requiere de un proceso de combustión,
igual que el tetizatl descrito aquí.
64 Acerca de la traducción de tizatl como “mineral blanco”, véase supra, p. 239, nota 62.
65 Hasta donde tengo noticia, este material colorante no se ha identificado. Este pasaje, así
como los testimonios de Hernández (1959: 3: 410) y Clavijero (1991: 269), permite sin
embargo averiguar que el xicaltetl era un mineral blanco aplicado como base de prepa-
ración sobre los tecomates y las jícaras, de ahí su nombre. Tal vez se trata de una arcilla
blanca por su origen en el lecho de los ríos y porque, según lo apunta Tatiana Falcón
(2014: 70-71), en la actualidad los artesanos productores de maque de Michoacán em-
plean una arcilla blanca que combinan en seco con colorantes orgánicos; el polvo resul-
tante se amalgama con aceite de chía y con ello decoran las jícaras.
66 Coincido con Arthur J. O. Anderson (1963: 81) en que la utilización aquí del verbo
“hacer mate” se refiere al hecho de apagar el lustre natural de las jícaras al aplicarles una
base de preparación mineral antes de decorarlas.
67 Sobre el texotli, véase supra, p. 237, nota 45.
68 Aquí parece haber un error, pues aparece anoco en vez de anoço (que queda como anozo
en la versión normalizada del náhuatl). De ahí la traducción de “o la jícara” que se ofre-
ce para este pasaje.
69 Acerca del chimaltizatl (tizatl escudo), Hernández (1959: 3: 405) señala que se trata de
“una especie de piedra diáfana y de blancura brillante, que fácilmente se divide en lámi-
nas delgadísimas y membranas numerosas, de donde se desprende su nombre, pues es el
mismo mineral blanco y divisible en láminas que los antiguos llamaron especular. Que-
mado proporciona una especie de yeso, así como un tinte blanco”. Estos rasgos, así como
el nombre de “especular”, permite identificar este mineral blanco como la selenita, una
variedad cristalina y laminar de yeso, que en el siglo xvi se llamaba “piedra especular
(lapis especularis)” o “yeso de espejuelo” (Molina 1970: 1: 18v; 2: 21r).
70 El tzacutli es un aglutinante hecho de goma de orquídea que se solía usar para vehicular
pigmentos en la época prehispánica (Hernández 1959: 2: 118; González Tirado 1996).
71 Yappalli significa literalmente “tinte de maíz negro”, porque combina el verbo pa (teñir),
con el sustantivo yahuitl (mazorca de maíz negro) (supra, p. 236, nota 38). La palabra
aparece a menudo como yapalli, pero opto por escribir yappalli con dos “p” porque esta
ortografía refleja la transformación que afecta la terminación de yahuitl cuando este
sustantivo se asocia al verbo pa (Dehouve 2003: 56). Este pasaje del Códice florentino
deja claro que el yappalli es un pigmento verde de tonalidad oscura, porque se deriva de
la mezcla de un pigmento azul (texotli) con un pigmento laca amarillo (zacatlaxcalli) y
porque se califica de materia “negruzca, oscura”. Además, Sahagún (2000: 1133) y sus
colaboradores califican el yappalli de “color verde escuro”, en tanto que Molina (1970:
2: 31v) define a yappalli como un “color negro”.
72 La explicación que ofrecen los informantes de Sahagún acerca del significado de la pala-
bra yappalli no corresponde con el origen etimológico de dicha palabra (véase nota
precedente).
73 Acerca de la traducción de los adjetivos cromáticos yayauhqui y yayactic por “muy os-
curo” y yauhtic por “verde oscuro”, véase: Dupey García 2010: 287-295.
74 Acerca del zacatlaxcalli, véase supra, p. 233, nota 22.
75 Acerca del texotli, véase supra, p. 237, nota 45.
76 Aunque el verbo poyahua significa “matizar”, de nuevo aparece más oportuno aquí
traducirlo por “oscurecer” (supra, p. 230, nota 9).
77 Un pigmento-laca rojo oscuro preparado precipitando grana cochinilla sobre alumbre.
En la traducción del franciscano y sus colaboradores (Sahagún 2000: 1133), se añade que
el camopalli se mezclaba con tzacutli, el aglutinante comúnmente utilizado como vehícu-
lo de los pigmentos (supra, p. 241, nota 70).
78 Como se indicó (p. 230, nota 9), la incorporación de los adjetivos poyahuac y poyactic
a un término cromático significa que el color designado es “claro” u “oscuro”. Aquí no
cabe duda de que la presencia de poyahuac oscurece el color rojo designado por tlapalli,
porque en la traducción de este pasaje, Sahagún (2000: 1133) y sus colaboradores inter-
pretan tlapalpoyahuac como “morado”.
79 Este pasaje se puede interpretar también como “yo bato camopalli”.
80 Un pigmento verde claro, tirando sobre el amarillo. Sahagún (2000: 1133) y sus colabo-
radores describen la preparación del pigmento quiltic de la manera siguiente: “mezclando
color azul claro, que se llama texotli, con amarillo, que se llama zacatlaxcalli, echando
más parte del amarillo, que no dél, hace un color verde claro fino que se llama quíltic”,
lo que sugiere que este material verde tiende hacia el amarillo.
81 La información proporcionada revela que el huitztecolli procede del palo Brasil llamado
huitzcuahuitl (supra, p. 234, nota 28) en náhuatl y es de color entre rojo y café, muy
oscuro, tirando a negro. No cabe duda de que el huitztecolli era un tinte, por el conteni-
do de este pasaje, pero también porque Sahagún (2000: 1133) y sus colaboradores indican
que “Para hacer una tinta negra con que se tiñen el tochómitl, toman la tinta el bresil, y
mezclan con ello la tierra que se llama tlaliyac.” Ahora bien, es posible que, al igual que
en el caso del tlacuahuac tlapalli (supra, p. 231, nota 12), la receta descrita aquí haya
Aquí se mencionan los colores principales [f. 222v], los nombres de los
verdaderos colores.
específicamente para oscurecer el color que designaban (Dupey García 2010: 290-291).
Es el caso aquí de coztic, “amarillo” y de camiltic, “moreno”, “castaño”.
90 Palli es el nombre de un lodo negro con virtudes tintóreas (Molina 1970: 2: 79 r; Sahagún
1953-1982, 8: 47-48; 10: 91-92, 139-140; 11: 258; también López Luján et al. 2005:
24-25), el cual, sin embargo, no se describe en este capítulo sobre tintes y pigmentos
porque servía principalmente para el cuidado del cabello.
91 Las diferentes traducciones de las palabras que presentan la raíz -cuil en este pasaje se
deben a que el verbo ihcuiloa significa “pintar”, pero también realizar motivos y aplicar
colores cuando uno esculpe, graba, borda, etcétera (Molina 1970: 2: 26 v, s. v. cuiloa, 86
v, s. v. quauh icuiloa, 100 v, s. v. teocuitla icuiloa; también Dupey García 2010: 33).
92 Acerca de la traducción de la raíz cuicuil- que aparece en cuicuilchampotic y cuicuilcham-
pochtic como “multicolor”, véase: Dupey García 2010: 24-25.
93 Acerca de la traducción de iztacpaltic y de aztapiltic por “muy blanco”, véase: Dupey
García 2010: 311, 313-314; Dupey García y Olivier 2014: 190.
94 Acerca de la traducción de xoxoctic como “azul-verde”, véase: Dupey García 2010:
271-277.
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y sus fiestas, capítulo V.
cuidado que se adecua estéticamente al texto. Todo ello hace de este libro
un objeto bello, agradable a la vista, además de las aportaciones de incues-
tionable valor de los artículos que contiene.
En el universo de este libro, el Templo Mayor constituye el elemento
central. Cubierto por construcciones novohispanas y decimonónicas, con-
denado a mostrarse sólo en partes, el antiguo recinto sagrado se revela
como una fuente extraordinaria de conocimientos que poco a poco han
fluido para integrarse a aquello que se sabía por los cronistas. Es así que
gracias a sus vestigios se sabe más sobre la religión, la sociedad y la eco-
nomía mexicas. Esta aventura del conocimiento sobre el México de antes
de la conquista inició precisamente gracias a los empeños de Manuel Ga-
mio, el otro elemento nodal en el texto que nos ocupa.
Los artículos que forman este volumen abordan uno u otro polo de
ese universo: el Templo Mayor y Manuel Gamio. Abre el libro un trabajo
de Carlos Javier González González titulado “Manuel Gamio y las exca-
vaciones en las calles de Santa Teresa”. En él, el autor da cuenta porme-
norizada y cuidadosa tanto de los trámites que realizó Manuel Gamio para
llevar a cabo las excavaciones arqueológicas que la demolición de una casa
novohispana permitía, como de los cuidadosos trabajos que realizó, mis-
mos que abrieron una brecha de incuestionable importancia para la ar-
queología mexicana y para el conocimiento no sólo de la materialidad del
antiguo recinto mexica, sino, lo más importante, para el conocimiento de
la realidad mexica: su religión, su sociedad, sus estructuras económicas y
políticas y sus alcances artísticos. Por supuesto, lo que bajo la dirección de
Manuel Gamio surgió del subsuelo de aquella casa vino a complementar
los datos que al respecto habían consignado los cronistas. Este trabajo de
Carlos Javier González, producto de una cuidadosa investigación en ma-
teriales originales, permite aquilatar la importancia de los trabajos de Ma-
nuel Gamio para las excavaciones del Templo Mayor, tanto como para la
arqueología mexicana.
Ángeles González Gamio escribió el artículo “Manuel Gamio: el hom-
bre, el intelectual y… el abuelo”, segundo de esta publicación. En él, la
autora, nieta de Gamio, incursiona en la vida de este personaje. Al hacerlo
transita del intimismo a la esfera de lo público. De esta suerte, el lector
entra en contacto con diferentes facetas de don Manuel, vinculadas con su
BIOGRAFÍA2
ra a los “Mitos y rituales del México antiguo prehispánico”, tesis que de-
fendió el 10 de enero de 1980 y por la que fue distinguido en 1982, en el
concurso anual de la Academia Real de Bélgica (Clase de las Letras). Sus
“Mitos y rituales del México antiguo prehispánico” se conocieron en el
mundo entero y significaron una importante contribución en el conocimien-
to de la religión azteca. Poco después, Michel Graulich sucedió à Annie
Dorsinfang-Smets en la impartición de clases sobre la América antigua en
la ulb. A sus clases y seminarios especializados de historia del arte y ar-
queología, se sumaron luego clases de historia de las religiones. En 1990,
el investigador fue nombrado también Director de Estudios en la Escuela
Práctica de Altos Estudios (ephe) de París, Sección de las Ciencias de las
Religiones, en la cual impartiría su seminario durante quince años. En el
marco de esta actividad docente en la prestigiosa ephe, Michel Graulich
desarrolló sus investigaciones sobre Motecuhzoma II y sobre el sacrificio
humano entre los aztecas, un tópico al que dedicaría finalmente un libro en
2005, treinta años después de su tesis de licenciatura sobre el mismo tema.
En ese momento, de alguna manera, se cerró el círculo.
Durante casi treinta años, la enseñanza de Michel Graulich influyó de
manera profunda a generaciones de estudiantes, tanto en Bruselas como
en París. Varios de ellos se han orientado también hacia la investigación,
siguiendo los pasos del maestro. Todos han guardado el recuerdo de la
erudición fuera de lo común de este profesor, que podía usar la crítica de
manera terrible, pero también de la extraordinaria amabilidad de este
hombre, siempre a la escucha, disponible y dotado de un asombroso sen-
tido del humor.
8 En su libro Le sacrifice humain chez les Aztèques, París, Fayard, 2005, p. 61-74; Michel
Graulich respondía a las críticas que había recibido sobre la autenticidad prehispánica
del mito de Tamoanchan. Demostraba tendidamente la universalidad temporal y espa-
cial del mito del paraíso perdido y del árbol roto, citando ejemplos procedentes de Babi-
lonia y de América, pasando por la India y África.
9 Véanse Alain Ichon, La religion des Totonaques de la Sierra, París, CNRS, 1969; Rober-
to Williams García, Mitos Tepehuas, Xalapa, Universidad Veracruzana, 1972; George M.
Foster, Sierra Popoluca Folklore and Beliefs, Berkeley, University of California, 1945,
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Pajapan, Veracruz”, Estudios de Cultura Náhuatl, v. 8, p. 279-311, 1969; Isabel Kelly,
“World View of a Highland Totonac Pueblo”, en Antonio Pompa y Pompa, Summa an-
thropologica en homenaje a Roberto J. Weitlaner, México, Instituto Nacional de Antro-
pología e Historia, 1966, p. 395-411; John Eric S. Thompson, Ethnology of the Mayas
of southern and central British Honduras, Chicago, Field Museum of Natural History,
Anthropological Series 17, n. 1, 1930, etc.
preta la sucesión de los soles como una lucha fratricida entre Quetzalcóatl
y Tezcatlipoca, uno como agente destructor del Sol del otro, con el propó-
sito de volverse sol en su lugar. La introducción de un quinto sol por par-
te de los mexicas se traduce entonces como una permutación entre el Sol
de Agua y el Sol de Tierra. Esta permutación en el orden de los soles aca-
rrea un fuerte cambio en la lógica de sucesión de las eras, así como una
evolución de los alimentos y de las transmutaciones de los humanos, las
cuales reflejaban hasta entonces una idea de progresión. Los mexicas hi-
cieron que su sol naciera en Coatépec, cerca de Tula, e impusieron a su
dios Huitzilopochtli en los ritos y los templos en el lugar que antes ocupa-
ba Quetzalcóatl, pero la historia no les dio el tiempo de difundir su refor-
ma al resto de Mesoamérica.
Después de analizar los mitos y los rituales del México antiguo, Michel
Graulich se dedicó a uno de los personajes más fascinante de la historia
prehispánica, Motecuhzoma II. Publicado en Francia en 1994, su libro
Montezuma ou l’apogée et la chute de l’empire aztèque, acaba de ser tra-
ducido al español.12 Esta obra se inscribe en el renacimiento de los estudios
biográficos en Francia en la década de 1980, después del auge de la historia
de las mentalidades. Como ilustración de este cambio de tendencia histo-
riográfica, podemos citar las reflexiones de Pierre Bourdieu, quien subrayó
la necesidad de superar la supuesta oposición entre historia individual e
historia colectiva.13 Para citar un solo ejemplo, al narrar la vida de San Luis
de los franceses, Jacques Le Goff reconstituye la sociedad, la religión, el arte
y el imaginario del siglo xiii francés.14 Sin embargo, el brillante medieva-
lista dedica la mayor parte de su libro a la difícil búsqueda de la personali-
dad de Luis IX, más allá del estereotipo del rey y del modelo del santo.
Con la biografía de Motecuhzoma, de un cierto modo, Michel Grau-
lich, estudioso meticuloso e inspirado en los mitos y en los ritos del Méxi-
co antiguo, sigue un camino parecido al de Le Goff. Resulta interesante
que ambos historiadores se pregunten en qué medida se puede conocer a
su sujeto de estudio, un rey francés del siglo xiii en un caso, y un sobera-
no mexica del final del siglo xv y principio del xvi, en el otro. El carácter
oficial o hagiográfico de la mayoría de los documentos relativos a San
Luis, en una época en la cual apenas se vislumbra el concepto de indivi-
duo, conducen a Le Goff a preguntarse: ¿existió Saint Louis? De la misma
manera, Graulich se cuestiona sobre la posibilidad de hacer un retrato
fidedigno de un personaje prehispánico a partir de fuentes a menudo
partidistas y contradictorias.
11 Guilhem Olivier. Una primera versión de este texto fue publicada como reseña en la re-
vista Trace, v. 31, p. 70-73, 1997.
12 Montezuma ou l’apogée et la chute de l’empire aztèque, París, Fayard, 1994; Moctezuma.
Apogeo y caída del imperio azteca, México, Ediciones Era, Instituto Nacional de Antro-
pología e Historia, 2014.
13 Pierre Bourdieu, Choses dites, París, Le sens commun, Minuit, 1987, p. 43.
14 Jacques Le Goff, Saint Louis, París, Gallimard, 1996.
15 Véase por ejemplo su artículo intitulado “‘La mera verdad resiste a mi rudeza’: for-
geries et mensonges dans l’Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de
Bernal Díaz del Castillo”, Journal de la Société des Américanistes, París, v. 82, p. 63-
95, 1996.
17 Guilhem Olivier. Una primera versión de este texto fue publicada como reseña en la re-
vista Historia Mexicana, v. 221, 2006, p. 287-301.
ción tanto de los españoles en el siglo xvi –que nos dejaron numerosos
testimonios– como de los especialistas modernos. El interés de Michel
Graulich por este tema se remonta a sus primeros años de investigación.18
Años después, Michel Graulich impartió una serie de clases sobre el sacri-
ficio humano en la École Pratique des Hautes Études,19 clases que desen-
cadenaron la publicación de su libro en 2005, una verdadera “Suma”
sobre un tema polémico y apasionante a la vez.20
El autor revisó de manera sistemática no solamente todas las fuentes
disponibles –arqueológicas, iconográficas y escritas– sobre los mexicas,
sino que acudió a informaciones procedentes de otras regiones mesoame-
ricanas. Además, la erudición del autor se manifiesta en las numerosas
citas concernientes a los autores modernos quienes, desde el siglo xix,
estudiaron tal o cual aspecto del sacrificio en México y en otras regiones
del mundo.
A lo largo de Le sacrifice humain chez les Aztèques, Graulich adopta
un método comparativo tanto en el marco de las diferentes culturas meso-
americanas, como en otras civilizaciones. Cuanto más nos enfrentamos
con la híper-especialización de los estudios y la fragmentación de los cam-
pos de investigación, esta metodología comparativa, que Graulich ha ido
ampliando a lo largo de su obra, nos parece sumamente necesaria. En su
famoso Mitos y rituales del México antiguo, el autor había retomado, y
sobre todo sistematizado, las intuiciones de especialistas como Eduard
Seler, Konrad Theodor Preuss, Alfredo López Austin y otros más, que en
18 En efecto, le dedicó su tesis de licenciatura “Le sacrifice humain chez les Aztèques de
Mexico”, Universidad Libre de Bruselas, 1970, bajo la dirección de Annie Dorsinfang-
Smets.
19 “Le sacrifice aztèque I”, Annuaire de l’École Pratique des Hautes Études, Section des
Sciences Religieuses, v. 104, p. 51-60, 1995-1996; “Le sacrifice humain aztèque”, An-
nuaire de l’École Pratique des Hautes Études, Section des Sciences Religieuses, v. 106, p.
33-44, 1997-1998; “Le sacrifice humain aztèque (suite)”, Annuaire de l’École Pratique
des Hautes Études, Section des Sciences Religieuses, v. 107, p. 41-49, 1998-1999; “Le
sacrifice humain aztèque (suite)”, Annuaire de l’École Pratique des Hautes Études, Section
des Sciences Religieuses, v. 108, p. 65-74, 1999-2000; “Monuments religieux du Mexique
Central postclassique”, Annuaire de l’École Pratique des Hautes Études, Section des
Sciences Religieuses, v. 109, p. 65-72, 2000-2001.
20 Le sacrifice humain chez les Aztèques, París, Fayard, 2005. Una traducción al español
está en prensa en el Fondo de Cultura Económica.
simbólica a través del sacrificio de éstos. Graulich rastrea los indicios que
manifiestan la identificación sacrificante/sacrificado; por ejemplo, el hecho
de que los sacrificantes se ataviaban como las futuras víctimas, identifi-
cadas con los Mimixcoa, primeros sacrificados ofrecidos al Sol y a la Tie-
rra. El autor constata que los mexicas, en primera instancia, integran a
los cautivos de guerra a la comunidad durante los rituales: en algunos
casos se les proporcionaba esposas rituales como sucedía entre los tupi-
nambas de Brasil. Otro grupo importante de sacrificantes son los pochte-
ca o mercaderes. Algunos de ellos fueron informantes de fray Bernardino
de Sahagún, lo que nos valió descripciones precisas de su participación
en importantes rituales, por ejemplo, durante la fiesta de Huitzilopochtli,
la deidad tutelar mexica. Un texto náhuatl precisa que el mercader sacri-
ficante acompañaba a la víctima hasta la cúspide del templo de Huitzilo-
pochtli y que ahí podía “ver de frente al dios”. Esta expresión significaba
la muerte del sacrificante, quien compartía entonces simbólicamente el
destino del esclavo ofrecido a la deidad.
Graulich no descuida la dimensión social de estas prácticas sacrificia-
les –descuido que ha sido una crítica común respecto a los estudiosos de
historia de las religiones–. En efecto, el autor subraya el aspecto público
de los ritos, donde el sacrificante está expuesto a la vista de varios grupos
sociales con los cuales establece lazos de reciprocidad, por ejemplo a través
de dones. Explica Graulich que “el sacrificante recibe sobre la tierra gloria,
prestigio, promoción y relaciones [sociales]. Se propicia su afán por la
guerra y su espíritu guerrero; el botín, las dádivas y los galardones lo en-
riquecen, se sirve al interés del Estado”. Percibe también el autor una
verdadera carrera de prestigio entre los mexicas, tanto a nivel individual
como estatal, por medio de la destrucción-sacrificio de víctimas, la osten-
tación de riquezas y su despilfarro durante banquetes. Todo este sistema,
cuyo propósito era aplastar a los rivales –al interior de la misma comuni-
dad o bien respecto al exterior (se invitaban a los enemigos para que pre-
senciaran el sacrificio de sus compatriotas)–, recuerda a los famosos
potlach de los indios de la costa noroeste de América del Norte.
Después de los actores del rito sacrificial, el capítulo IV está dedicado a
las principales y diversas etapas del sacrificio. Examina el autor los muy di-
versos lugares donde se llevaban a cabo los sacrificios (templos, cuauhxicalli,
22 Michael Harner, “The Ecological Basis for Aztec Sacrifice”, American Ethnologist, v. 4,
p. 117-135, 1977.
23 Yolotl González Torres, El sacrificio humano entre los mexicas, México, Fondo de Cul-
tura Económica, p. 282-295, 1985.
24 Marcel Detienne y Jean-Pierre Vernant (coords.), La cuisine du sacrifice en pays grec,
París, Gallimard, 1979.
26 L’art précolombien. Les Andes (“Grammaire des Styles”), París, Flammarion, 1992; L’art
précolombien. La Mésoamérique (“Grammaire des Styles”), París, Flammarion, 1992;
con Michèle Doppée, “Une grande statue en terre cuite du Veracruz (Mexique)”, Bulletin
des Musées Royaux d’Art et d’Histoire, v. 48, p. 35-48, 1978; con Michèle Graulich
Doppée, Sculptures mayas, olmèques et de la Côte du Golfe aux Musées Royaux d’Art
et d’Histoire, Bruselas, Union Académique Internationale, “Corpus Antiquitatum Ame-
ricanensium”, 1990; con Lin Crocker, Chefs-d’œuvre inédits d’art précolombien. Mexi-
que, Guatemala, París, Payot, 1985.
27 Con Annie Dorsinfang-Smets, “Nouvelles découvertes d’archéologie mexicaine : les pein
tures murales de Cacaxtla et les fouilles du Grand Temple de Mexico”, Annales d’Histoire
de l’Art et d’Archéologie, v. 2, p. 53-65, 1980; “Templo Mayor, Coyolxauhqui und Ca-
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simbolismo del Templo Mayor de México y sus relaciones con Cacaxtla y Teotihuacán”,
Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, v. 79, p. 5-28, 2001.
29 Con Pierre Petit, “Art primitif et troisième dimention”, Baessler Archiv, Berlín, v. 37,
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Gustavo Curiel, Renato González Mello y Juana Gutiérrez Haces, Arte, historia e
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30 “Vues obliques et troisième dimension dans l’art maya”, Baessler Archiv, v. 31, p. 185-
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31 “Einige Anmerkungen zu den mesoamerikanischen Skulpturen mit der Bezeichnung ‘Chac
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Artículos en colaboración