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ORACION PARA TODOS LOS DIAS

Hecha la señal de la santa cruz.


¡benignísimo dios de infinita caridad que tanto amáistes a los hombres, que
le dísteis en vuestro unigénito Hijo la mejor prenda de vuestro amor, para
que hecho hombre en las entrañas de una Virgen, naciese en un pesebre
para nuestra salud y remedio: Yo, en nombre de todos los mortales, os doy
infinitas gracias por tan soberano beneficio. En retorno de él os ofrezco la
pobreza, humildad y demás virtudes de vuestro hijo humanado,
suplicándoos por sus divinos méritos, por las incomodidades con que nació
y por las tiernas lágrimas que derramó en el pesebre que dispongáis
vuestros corazones con humildad profunda, con amor encendido, con total
desprecio de todo lo terreno, para que mi Jesús recién nacido tenga en ellos
su cura y more eternamente. Amen…

(se reza tres veces gloria al padre).

PRIMERA JORNADA
El César romano ha dejado su edicto de empadronamiento, pues quiere
saber, al levantar el censo, cuántos son los habitantes que forman su
imperio. María y José, como súbditos de Roma, preparan su viaje a Belén;
las jornadas son largas y pesadas, el camino lleno de peligros y
contratiempos, y la pobreza de los Santos Esposos es alarmante; pero no
importa, es precioso obedecer. Sin más provisiones que un poco de pan y
frutas, emprenden su camino. José adelante lleva en sus hombros el ajuar
del Niño, y conduce la Virgen en el humilde jumento por aquellos senderos
tristes y solos; el cielo los guía, los ángeles les sonríen; marchan con paso
lento en medio de oraciones que salen de sus labios llenos de amor y
esperanza. Entre plegarias y santas conversaciones adelantan su camino; la
noche se acerca y ya han visto la cumbre del monte Tabor. Allá está su
posada, pero en qué lugar?, sólo Dios lo sabe; llegan al morir la tarde; la
virgen por inspiración divina ve que en ese monte se va a obrar más tarde el
Misterio de la transfiguración; vaga una sonrisa por sus labios, su corazón
late entusiasmado, y eleva al cielo sus ojos; comprende que allí tienen que
pasar la noche; baja de su cabalgadura, y mira sonriente a su Santo Esposo
como para decirle que le prepare el lecho para descansar en esta primera
jornada; José mira por todas partes, por ver si observa un lugar donde
pueda acomodar a su casta esposa, y no viendo nada para este fin, se quita
el manto, lo extiende sobre las ramas de algún árbol y forma un pabellón
donde los Santos Esposos pasan tranquilos su primera noche.
Dormid venditos esposos el sueño de la inconciencia pues la divina
Clemencia vigila vuestro reposo; El Tabor esplendoroso os dará dulce
posada; la noche es triste y helada y con Dios la dormiréis, pues mañana
emprendereis vuestra segunda jornada.

(Padre nuestro, Ave María y Gloria.)


ORACIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN
Soberana María que por tus grandes virtudes, principalmente por tu pureza y
humildad, mereciste ser Madre de todo un Dios; infinitas gracias doy al
mismo Señor porque te escogió para tan alta dignidad, y te adornó con
infinitos dones de naturaleza y gracia, suplícote señora, nos alcances
ardientes deseos de ver al hermoso Niño, y heróicas virtudes para recibirlo
en nuestras almas, por la dulce ternura que sintió tu alma al tenerlo en tus
brazos, besarle su divino rostro y adorarlo como tu hijo. Amen.

(Tres Avemarías.)

ORACIÓN AL SR. SAN JOSÉ


Oh Santísimo José, Esposo de María y padre nutricio de Jesús; infinitas
gracias doy a Dios porque te escogió para tan altos ministerios, y te adornó
con todos los dones proporcionados a tan excelente grandeza; por el
inexplicable gozo que tuviste al ver nacido al Niño Dios, y por las encendidas
lágrimas que vertieron tus ojos al verle en un establo, te suplico me alcances
de este señor fervorosas ansias de verlo y recibirlo. Amén.

(Padre nuestro, Ave María y Gloria.)

ASPIRACIONES
Dulce Jesús mío mi Niño adorado,
Ven a nuestras almas Ven no tardes tanto.

Ven hermoso Niño que mi alma te adora,


ven que el mundo llora de temor y espanto;
ven que ya las almas quieren tu venida,
borra ya la herida que desangra tanto.
ven…
Ven que ya los hombres van con alegría
donde está María con su Esposo Santo;
ven Niño precioso oh lumbre del cielo,
oh paz y consuelo de la tierra encanto.
Ven…
Desciende del cielo luz de eterna vida
que en mi pecho anida un deseo santo;
ven que ya mi pecho te guarda un abrigo,
ven mi dulce amigo ven no tardes tanto!
Ven…
Ven que yo deseo, bello Jesús Niño,
darte mi cariño cual tesoro santo;
ya mi alma te busca con ansia infinita,
y potente grita que enjugues su llanto.
Ven...
Los hombres te esperan con inmenso anhelo,
pues quieren consuelo para su quebranto;
Niño de mi vida dame ya la calma,
ven hasta mi alma que te quiere tanto.
Ven....
La tierra te llama, el mundo suspira,
el ángel su lira rasga con encanto;
la Virgen te aguarda para sonreírte,
y José cubrirte con su pobre manto.
Ven....
Los ángeles quieren cantar tu llegada,
la tierra postrada prepara su canto;
también los pastores irán a adorarte,
para así enjugarte tu gemido y llanto.
Ven....
Tiritas de frio, tu llanto es muy triste,
por qué así quisiste calmar mi quebranto?
oh, yo con mis besos Jesús, Niño mío
caliento tu frio y enjugo tu llanto.
Ven....
Ven, pues a mis brazos, ven, pues a mi pecho,
allí está tu lecho y no llores tanto;
perdona mis faltas y dame consuelo
pues quiero en el cielo vivir con tus santos.
Ven....
Dulce Jesús mío mi Nino adorado
Ven a nuestras almas ven no tardes tanto.

ORACIÓN AL NIÑO JESÚS


Acordaos, ¡oh dulcísimo Niño Jesús!, que dijisteis a la venerable Margarita
del santísimo Sacramento, y en persona suya a todos vuestros devotos,
estas palabras tan consoladoras para nuestra pobre humanidad agobiada y
doliente: "Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y
nada te será negado". Llenos de confianza en vos, ¡oh Jesús!, que sois la
misma verdad, venimos a exponeros toda nuestra miseria. Ayúdanos a llevar
una vida santa, para conseguir una eternidad bienaventurada. Concédenos
por los méritos infinitos de vuestra infancia, la gracia de la cual necesitamos
tanto. Nos entregamos a vos, ¡oh Niño omnipotente!, seguros de que no
quedará frustrada nuestra esperanza, y de que, en virtud de vuestra divina
promesa, acogeréis y despacharéis favorablemente nuestra súplica. Amén.

(dulce Jesús mío tres veces.)

SEGUNDA JORNADA
Amanece el día diez y siete de diciembre y el sol, desde el cielo, parece sonreír a
los Santos Esposos; en la Ciudad de Naín tienen que pernoctar; alzan su humilde
tolda, José sacude su manto, que no ha sufrido ningún desperfecto, sube a la
Virgen a su cabalgadura, y emprenden su marcha. A poco andar experimentan
lluvias frio y muchas penalidades. Grandes caravanas van pasando y dejan atrás a
nuestros queridos caminantes, quienes al pasar cerca de ellos los atropellan
creyéndolos de baja esfera. La Virgen no puede afanar, San José está anciano, y
el paso del borrico es tardo y perezoso. Así, van andando, poco a poco, puesta su
mirada en Dios y su pensamiento en el Divino Niño que les sonríe desde el
purísimo seno de María. El sol va declinando y los divinos viajeros miran ya muy
cerca aquella ciudad, donde su Jesús, ya hombre, dará la vida a un joven que
llevan a la última morada; esto lo sabe la Virgen y una sonrisa asoma a sus labios,
más pura y santa que la sonrisa de los ángeles. Allá no habrá posada para ellos
pues son demasiado pobres y son rechazados. Bendicen a Dios, adoran sus
designios, y en las puertas de Naín encuentran un cobertizo que les sirve de
albergue. Allí descansan, toman algún alimento, bendicen a Dios nuevamente y
duermen su dulce y divino sueño. Dulce y divino es el sueño San José y de María
pintada está la alegría en su frente y en su ceño. El Eterno que es su dueño pone
en ellos su mirada; a la ruta está marcada, y un poco lejos ya van, mañana
madrugarán a la tercera jornada.

(Padre nuestro, Ave, Gloria.)

TERCERA JORNADA
El sol del día diez y ocho deja caer sus rayos sobre la ciudad de Naín, que ignora
que dos lumbreras del cielo despiertan en su comarca para seguir su penoso
camino. A Samaria llegarán esta noche, y es preciso andar bajo frecuentes lluvias,
rutas intransitables, crudo invierno y nuevas penalidades. Ven pasar delante de
ellos multitud de hombres en magníficos corceles, con ricas vestiduras, y paso
precipitado; son los grades de la tierra que atropellan a los grandes del cielo;
desprecian los Santos viajeros, quizás se burlan de ellos, y alegres siguen
adelante. La Virgen va cansada en su jumentillo, y se ve obligada a andar a pie;
más se alarga la jornada, mas sufrimientos y penalidades, pero no importa, van
alegres y sonrientes porque va cumpliendo la voluntad divina, en medio de aquella
dulce resignación alzan sus ojos, y no muy distante ven los Campos de Samaria
donde van a pasar la noche; tampoco tendrán donde alojarse, pero el cansancio y
la incomodidad los obliga a quedarse allí, donde su dulce y querido Niño, ya
hombre, curará los diez leprosos, y perdonará los pecados del mundo. Otro
pabellón forma San José con su manto, y ese será el lecho para descansar esta
noche. Duerme la Virgen María en los campos de Samaria; es su sueño una
plegaria que hasta los ciclos envía. También José bendecía a Dios en esta
morada; la noche está muy helada los caminos son bravíos necesitan nuevos
bravíos para la cuarta jornada.

(Padre nuestro, Ave María, Gloria.)

CUARTA JORNADA
El diez y nueve de diciembre el sol madruga a despertar a nuestros queridos
caminantes, quienes arreglando su equipo lo mejor posible, emprenden su
fatigosa marcha; nuevos trabajos para la Virgen y más penalidades para San
José; ella unos ratos a pie, él con sus de los pies ampollados, tira del jumentillo al
que dentro de poco volverá a subir María; ¡cuántos trabajos para ellos! Adelantan
su camino cambiando sonrisas y modulando una oración, sonrisas y oraciones con
que perforan los cielos, y hacen descender una lluvia de consuelos y esperanzas
que refrescan sus corazones. Así van andando los Santos Esposos, cuando la
Virgen contempla, no muy lejos, el pozo que Jacob hizo cavar para abrevar sus
rebaños. Comprende allí, María, que se acerca su día, busca ropitas preparadas
para su Divino Niño, lava los pañales que han de servir de abrigo, y observando
que la noche ya se acerca, se alistan para pasarla allí dónde, si no hay lugar
propio, si no hay posada...!, no importa, José lo verá, qué hace?, su manto va a
servirle otra vez; se despoja de él, fabrica una tienda, y volviéndose a su tierna
esposa, le dice entre esperanzado y sonriente: No puedo más Señora, perdona a
su José que tanto te ama; descansemos aquí, adoremos al Señor, y soñemos
dulcemente para mañana emprender la marcha. Bendigámoslos nosotros, y
acompañémoslos en tan penoso camino. Cerca al pozo tranquilas dos almas de
Jacob duermen con una infinita calma, y el pecho lleno de amor porque el Nino
Redentor les anuncia su llegada. La Virgen está extasiada en un cielo nunca visto,
y San José ya está listo para la quinta jornada.

(Padre nuestro, Ave María y Gloria.)

QUINTA JORNADA
Hoy es veinte de diciembre, esta jornada va a ser para nuestros amados
peregrinos llena de temores y fatigas; los fértiles campos de Necmas, están muy
lejos y como los caminos son rocosos y son muchas las lluvias y crudo el invierno,
se ven obligados a andar con lentitud No los perdamos de vista, sigámoslos con el
pensamiento, acompañémoslos con el alma, miradlos, allá van fatigados sí, o
sonrientes; nada los atemoriza, nada los acobarda, nada les detiene en su camino;
enrededor de ellos reina un silencio como de tumba; pero no van solos; con ellos
va el divino Niño que, desde el purísimo seno de María les hace dulce compañía;
con ellos van los ángeles del cielo que con su aleteo suavizan los ardores de esta
jornada; con ellos van la Divina Mirada que desde las les envía el Eterno Padre.
Andad, pues Santos peregrinos; no importa que pasos que déis por aquellos
ásperos Senderos sean cortos; ya, váis a llegar a la posada que no se sabe cómo
será; ya estáis cerca a los campos de Necmas allá aguarda Dios para fabricar
vuestra posada entre un pesebre de ovejas, porque vuestro Hijo, que pronto
nacerá, es el Cordero sin manchas y el Divino Pastor que apacienta los rebaños.
Alégrate Virgen bendita que cuando desciendas de tu jumentillo vas a verte
rodeada de ovejitas que, haciendo rueda al Pastor Eterno, te acompañarán a Ti y
a tu Santo Esposo, y con su aliento calentarán tus helados miembros; duerme en
paz con tu Divino Cordero; sueña ternuras y bellezas, y.... hasta mañana. Entre
corderos y ovejas está la Virgen sonando San José se encuentra orando sin
temores y sin quejas porque el cielo no los deje con el alma desolada Alzan a Dios
su mirada, y les piden con amor que les dé nuevo vigor para la sexta jornada.

(Padre nuestro, Ave María y Gloria.)

SEXTA JORNADA
¡Qué despertar tan triste el de los Santos viajeros! Temprano dejan los campos de
Necmas y principian a andar. La situación de la Virgen no la deja acelerar el paso;
el camino que van a atravesar está cubierto de nieve, y tienen que andarlo bajo
torrenciales aguaceros, se han agotado las provisiones y pesan sobre ellos
nuevas molestias y fatigas. San José no puede aliviar el frío intenso que penetra
los miembros de su castísima Esposa; siente pena por no poderle dar algún alivio;
y notando esto María, se vuelve a él, lo mira dulcemente, le regala una sonrisa
angelical y pura, y hablándole con sin igual ternura, le dice: no te aflijas José mío,
no te apenes dulce Esposo de la Madre de Dios; tú has sido bueno conmigo,
haces lo que puedes, y con esto estoy muy agradecida; si nada tenemos, Dios
proveerá a todas nuestras necesidades: sigamos adelante que el hijo de mi
corazón nos guía, el Padre eterno nos cubre con su sombra, y acatemos su divina
voluntad. Los Santos caminantes han dejado atrás los campos de Necmas, y no
muy distante esta ya Jerusalén; pero como la jornada hasta allá les es demasiado
dura, tienen que pernoctar en las Altas Montañas que los separa de la Santa
ciudad. Al morir la tarde llegan a un lugar donde convergen dos caminos que
llevan a Jerusalén. José alza allí su tolda y le prepara a la Virgen su descanso;
María se postra a adorar a Dios, y ve allá en lontananza, que en ese mismo sitio
notará la pérdida de su querido Niño, doce años después, llora con dolor, pero se
duerme resignada… José vela aquel sueño, recoge aquel llanto, y… se duerme
también para ambos soñar encantos y maravillas. Bajo montañas de hielo está la
Virgen durmiendo, y San José está sintiendo nostalgias de luz y cielo; en su pecho
hay un anhelo de una dicha deseada. La Virgen está extasiada, San José la está
mirando, y al mismo tiempo pensando en la séptima jornada.

(Padre nuestro, Ave María y Gloria.)

SEPTIMA JORNADA
Hoy veintidós de diciembre, el despertar de nuestros Santos viajeros está repleto
de amor, de luz y de esperanza, porque dentro de dos días van a ver los cielos
abiertos derramando luz y resplandores; porque dentro de dos días el Esperado
de las naciones, va a transformar la tierra; todo esto hace que los Santos
caminantes emprendan su camino con vigor, confianza y alegría. Siguen su viaje
que los ha de llevar a Jerusalén; allá; ven la ciudad Santa, pero tan ingrata a los
beneficios de Dios; lloran como llorará más tarde Jesucristo cuando vio que en ella
se iba a consumar el más horrendo de todos los crímenes. Así van andando su
camino, pensando cuáles de sus parientes tendrán la dicha de recibirlos en su
casa, y quiénes tendrán la felicidad de guardar esa noche aquellas dos lumbreras
celestiales: con esta esperanza entran a Jerusalén para pasar allí la noche.
Aquella ciudad está llena de peregrinos, las calles están atestadas de gente;
transitar es difícil y llegar a la posada, más difícil todavía; al fin llegan, pero con
mucha dificultad; allí encuentran su albergue y esta esperanza los alienta; ¡eso
creen María y José, pero pobrecitos! ¡qué desilusión, que desengaño! todos los
desprecian, y todos les cierran las puertas; qué dolor para la Virgen, qué pena y
tristeza para San José: pero es preciso descansar, porque Belén fin de su camino,
está todavía lejos, y allá está el término de su viaje. Pasan pues, la noche, en
Jerusalén, Dios sabrá cómo; pero no importa, Belén los aguarda mañana porque
así lo ha dispuesto el cielo; y resignados, tranquilos y alegres se duermen bajo el
negro firmamento de la ciudad negra e ingrata. Bajo el negro firmamento de
Jerusalén deicida está la Virgen herida con el puñal del tormento; José modula un
lamento, pues su alma está atormentada; su frente está resignada porque ya se
acerca el día de emprender con su María la penúltima jornada.

(Padre nuestro, Ave María y Gloria.)

OCTAVA JORNADA
Corto es el camino que va de Jerusalén a Belén. Puestos en pie los Santos
peregrinos, emprenden su marcha que va a terminar después de tantos trabajos y
fatigas, Caravanas de viajeros llenan los caminos que conducen a la villa; voces,
risas y gritos se oyen por todas partes; corceles bien enjaezados vestidos
orientales lucen aquellos caminantes, que contrastan con la pobreza de nuestros
ilustres viajeros; ignoran aquellos, que estos llevan tesoros en el alma, grandezas
en el espíritu y sublimidades en el corazón: no saben que esa humilde Mujer lleva
en su seno virginal a la Omnipotencia Divina, al dueño de los tesoros del mundo, y
al Salvador de las almas. A las cuatro de la tarde llegan a Belén cuyas calles están
atestadas de gente; con mucho trabajo y grandes dificultades hacen escribir en el
libro del legado de César, su nombre, su edad, tribu y descendencia real, y se
dirigen a buscar la posada; allí hay muchos parientes y amigos, pero los
desprecian, y en todas partes oyen decir: "NO HAV LUGAR EN LA POSADA “.
¿Qué hacen en tantos apuros?, la noche se viene encima y con ásperas y
desabridas palabras los despiden. La nieve cae, el frio es intenso y los cubre la
oscuridad; son las siete de la noche del 24 de diciembre; Dios va a cumplir sus
designios y por eso los conduce a Belén; allí les tiene su abrigo para descansar,
sí, pero no para dormir, porque la luz eterna, el Niño Jesús repleto de luz y
resplandores, derramará sus claridades que iluminarán el Pesebre, a Belén y al
mundo entero, y es preciso estar despiertos. Oh Belén tierra bendita suspirada por
María, mañana será el gran día cuando la tierra palpita; el mundo todo se agita de
entusiasmos y lores; revientan todas las flores en perfume embriagador saludando
al Redentor, AL AMOR DE LOS AMORES.

(Padre nuestro, Ave María y Gloria.)

NOVENA JORNADA
Por fin llegaron nuestros ilustres caminantes al final de su camino, al lugar de su
esperanza; ahí van a cumplirse las profecías y a realizarse los designios del
Altísimo. Durante ocho jornadas el mundo les ha negado la posada; en esta, es
Dios quien se la ofrece; es una cueva depreciable que se encuentra al pie de la
colina; allí hay un buey dejado sin duda por algún caminante, y con su aliento
acompañará al jumento a calentar al Niño. José prepara como mejor puede el
descanso para su Santa Esposa y se retira a un rincón del portal a orar, a sentir
alegrías nunca sentidas por nadie en el mundo. Aquel pesebre se va a convertir en
un cielo en miniatura, en un palacio sublime, en una mansión de dichas y
encantos. En el reloj divino, suenan las doce de la noche del 24 de diciembre; la
Virgen se postra de rodillas, coloca sus manos sobre el pecho, levanta al cielo sus
hermosos ojos; está bella, sublime, transfigurada, casi que digo, divinizada; y con
el último golpe de las doce, da a luz a su Niño adorado; se inundan los cielos de
una luz refulgente; un perfume divino se extiende por el negro manto de aquella
memorable noche; se oscurecen las estrellas porque las apaga la luz que irradia d
pesebre; los ángeles cantan en las alturas; los pastores entonan himnos al son de
sus guitarras y tambores; el mundo se despereza y despierta a la luz de la
Redención, y el cielo parece dejar de existir arriba, para vivir todo entero en
aquella gruta majestuosa, radiante y bella, como el sol de la eternidad. El Niño es
un prodigio eterno, es un milagro infinito, es el Eterno verbo bajo el ropaje de un
recién nacido. María lo toma en sus brazos, lo mira, lo vuelve a mirar con infinita
ternura, lo aprieta contra su pecho, lo adora; y acercándolo a sus encarnados
labios le da todo su corazón, toda su alma y toda su vida en un diluvio de besos y
caricias infinitas. Con este beso de la madre, el Niño principia a llorar, y con sus
divinas lágrimas parece que dice al mundo; Si hoy te riego con mis primeras
lágrimas, mañana te ampararé con mi sangre redentora. Benditos ojos que han
visto al Niño Jesús nacer, es María la Mujer la Madre de Jesucristo. El Niño viene
provisto de perdones y dulzuras. "GLORIA A DIOS EN LAS ALTURAS" se
repercute en el cielo, y desciendan hasta el suelo delicias, paz y ternuras.

(Padre nuestro. Ave María y Gloria.)

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