Professional Documents
Culture Documents
Este bello texto de Ratzinger, manifiesta de entrada la intención primaria bajo la que
ha sido escrito: “volver al profundo respeto que exige la liturgia”. La obra, hace mención a
la importancia de la liturgia en la vida de la Iglesia, viéndose como “centro animador y núcleo
de la vida cristiana”. “Cristo se hace presente en la liturgia”, y es por ello que se hace
necesario conocer y reconocer las maneras y formas como Jesús nos acerca al Padre a través
de esta.
Otro ámbito a conocerse es el movimiento litúrgico, ya que luego de acercar la liturgia
a los fieles, de manera oficial en el Concilio Vaticano II, esta hace que la liturgia misma pase
por situaciones perniciosas que invitan a redescubrir su sentido y finalidad. “Hacer más
asequible la fe y servir de ayuda en las celebración de la liturgia que es su forma nuclear de
expresión” es su gran y único interés. 1
El juego de los niños se podría ver aún más cerca de la comparación con la liturgia, ya que
este es como una anticipación de la vida que ha de venir; la liturgia es la preparación para la
vida eterna, la verdadera vida a la que el hombre se dirige, a la cual, debería acercarse siendo
como niño, lleno de una esperanza que le ayude a ser capaz de gozar de libertad que le sirva
de acercamiento a Dios y a los que le rodean. El autor en su teoría del juego lleva la liturgia
a una concepción general del juego, en donde está siempre presente el anhelo por el juego
verdadero (la vida eterna), en el cual el orden y la libertad se fusionan.
El autor relaciona a la liturgia desde lo concreto de los textos bíblicos para darle un sentido
y plenitud a la visión de Dios, sin que la vida eterna, sea solo un desierto que quede en algo
indeterminado o inalcanzable para el hombre. Empieza por mostrar dos objetivos diversos
del éxodo. Uno de ellos muestra como Dios oye al pueblo de Israel, les ayuda a alcanzar la
tierra prometida, y los lleva a su anhelada libertad; esta es lograda por otra finalidad, es por
la orden que Dios le da al faraón: “¡Deja libre a mi pueblo para que me sirva en el desierto!”
(Ex 7, 16), que se permite que el culto al Dios celebrado, y por la promesa hecha a Abrahán,
de conceder la tierra prometida, se establecen los lugares de culto a Dios.
1
RATZINGER, J. (2018), Introducción al espíritu de la liturgia, Bogotá – Colombia, San Pablo, pág. 5 – 6.
A través de la Alianza con Moisés, donde Dios da los diez mandamientos, se muestra como
Israel debe aprender a venerar a Dios de la forma que Él mismo lo quiere; la liturgia es una
parte de la veneración. “La gloria de Dios es el hombre viviente. La vida del hombre consiste
en llegar a ver a Dios”, así lo dijo San Ireneo (Ad. Haer. IV 20,7). Según esto, la verdadera
adoración del hombre se da en la vida de él mismo, cuando recibe toda su forma de la visión
de Dios. Mediante el culto que el hombre rinde a Dios, se permite tener una relación con Él
y darle gloria. Un verdadero culto a Dios no recibe únicamente normas, sino también derecho
y ethos; un derecho que no se fundamenta moralmente, se convierte en injustica, por tal
razón, una moral y un derecho que no mantengan su mirada hacia Dios, acaban violentando
al propio ser humano, dañándolo y negándolo a la visión de lo eterno.
Por otra parte, el culto y el derecho no pueden ser separados, pues Dios tiene derecho a
conocer siempre la respuesta del hombre, ya que Él tiene derecho sobre el hombre mismo.
De este modo, el culto sobrepasa a la acción litúrgica; abarca el orden de toda la vida humana
si se relaciona desde lo dicho por san Ireneo. El culto es verdadero cuando vive de la
contemplación de la divinidad. En otro sentido, ni el de derecho ni el ethos se sostiene cuando
no se hallan anclados en el medio litúrgico y reciben de ella su inspiración.
La adoración, es el modo recto por el que el hombre ejerce el culto y la relación con Dios;
por ello, el hombre no puede simplemente producir el culto, si lo hiciera de esta forma, seria
vacío, pues Dios no sería quien se lo revela; así paso cuando Moisés le dice al faraón: “No
sabemos todavía qué hemos de ofrecer a Yahveh” (Ex 10,26). En este sentido, se descubre
que la verdadera liturgia tiene que dar por supuesto que Dios responde y muestra como se le
ha de rendir culto.
Ante esta realidad, podemos ver en el relato de la creación (Gn 1, 1-2, 4), como la creación
se encamina al “Sabbat”, al día en el que el ser humano con todo el cosmos, tomará parte en
el descanso de Dios, en su libertad. En las prescripciones de la Thorá, el “Sabbat”, es el
signo de la Alianza entre Dios y los hombres, la meta de la creación es la Alianza, que se
refiere a una historia de amor entre Dios y los hombres. El hombre que se halle del lado de
Dios por la Alianza, será libre. A través de esa libertad, el hombre podrá dar a Dios una
respuesta de “amor”. Amar a Dios quiere decir adorarlo. Pero ¿qué es la adoración? Por lo
general en todas las religiones aparece el sacrificio como núcleo del culto. La idea más común
que se atribuye al sacrifico es algún tipo de destrucción. Pero, hay que tener claro que la
verdadera entrega a Dios, debe estar dotada de otras señas de identidad, así lo ven los Santos
Padres en conexión con el pensamiento bíblico, en la unión del hombre y de la creación con
Dios. Para San Agustín, el verdadero sacrificio es la Civitas Dei, esto es, la humanidad
convertida al amor que diviniza la creación y se convierte en entrega a Dios de todo. En este
sentido, se puede decir que, la finalidad del culto y la meta de la creación son la misma: la
divinización, un mundo de libertad y de amor.
Partiendo de las bases de una cosmovisión evolucionista, Teilhard describió el mundo como
un proceso de ascensión hacia la unificación; contempla a Cristo como la energía tractora
que lo lleva todo hacia la noosfera y que, por último, lo incluye todo dentro de su “plenitud”.
Según él, la Eucaristía marca la dirección del movimiento cósmico. En la tradición antigua
se puede comprender otro modelo, se piensa en un movimiento circular, con dos elementos
esenciales, el “exitus” y “reditus”, es decir, de “salida” y “regreso”. El “exitus”, hace
aflorar en el ser humano su faceta no divina, no es considerado como salida, sino como
fracaso; en ella el ser no divino se identifica con el ser caído. Por su parte, el “reditus”,
consiste en que, en lo más profundo de la caída, el movimiento muestra una dirección
ascendente. El camino del “reditus” comporta salvación, es decir, liberación de la finitud,
que es el verdadero obstáculo de nuestro ser. En la actualidad, el resultado que acontece
conforme a la enseñanza, es el conocimiento “gnosis”. Para el cristianismo, el “exitus”, es
algo positivo. Es un acto creacional libre, por el que el Creador quiere que exista algo bueno
y distinto de Él; y el “reditus”, es un regreso, que le confiere a la creación una plenitud
definitiva. Así bien, se conoce que la esencia del culto es el “sacrificio”, que como proceso
que lleva a la semejanza, al amor que se expande. Los Santos Padres encontraron una
expresión de esto en la parábola de la oveja perdida, donde el “reditus” se hace real, cuando
el Hijo de Dios, se pone en camino hacia nosotros y coloca a la oveja perdida sobre sus
espaldas, asumiendo su naturaleza humana, y lleva al hombre creado al hogar.
El culto de Israel, se encuentra con una segunda particularidad, donde el Nuevo Testamento
se pone en conexión profunda con el Antiguo. En el Génesis y el Éxodo, podemos encontrar
dos realidades acerca de ello; en primer lugar, el Génesis nos muestra el sacrifico de
Abraham, quien obediente al mandato de Dios, quiere sacrificar a su hijo Isaac, pero en un
último instante Dios mismo será quien le impedirá consumar el sacrifico, y a cambio de ello
le da un cordero para consumar el sacrificio. De este modo, el sacrificio vicario encuentra
justificación en la siguiente instrucción divina: es Dios quien pone en sus manos el cordero,
que el propio Abraham le devuelve. Mediante esta historia, podemos vivenciar la esperanza
del “Verdadero Cordero” que procede de Dios y que, es el auténtico intermediario. En la
teología del culto, se reconoce a Cristo como el verdadero Cordero entregado por Dios; así,
la liturgia celestial se hace presente en medio del mundo a través del sacrificio de Cristo. En
segundo lugar, en el Éxodo 12, se regula que el cordero pascual se contemple como centro
del año litúrgico y de la memoria de la fe de Israel. El cordero aparece como un rescate por
el cual Israel se verá libre de la muerte, y se manifiesta la necesaria santidad de los seres
humanos y de la creación, es decir, que el hombre por naturaleza está llamado a ser santo.
Por otra parte, las cartas de la cautividad presentan a Cristo como “primogénito de toda
criatura”, solo en Él se cumple la santificación de la primogenitura que a todos involucra.
El exilio de Israel se convirtió en una exigencia de formular lo positivo, lo que aún estaba
por venir. Durante este exilio, no había Templo, ninguna forma pública y comunitaria de la
veneración a Dios tal como exigía la ley. Ante esta situación, carente de culto, Israel debió
sentirse pobre y desprotegido, con sus manos vacías ante Dios. Ante este acontecimiento, los
Israelitas se convencieron que las manos vacías y el corazón lleno era un culto equivalente
interiormente a de los sacrificios del Templo. Los padres de la Iglesia, siguiendo un
desarrollo espiritual, designaron a la Eucaristía, como oratio, la oración, hecha palabra.
Finalizando este capítulo, el autor nos data resumidamente algunos resultados más claros:
Al finalizar este capítulo, se nota que hoy en día se tiene la necesidad de tener espacios
sagrados, ya que a través de ellos el hombre se capacita para reconocer el misterio de Dios
en el corazón del Crucificado. La celebración de la liturgia facilita que el tiempo terreno
penetre en el tiempo de Jesucristo y entre en su presente. Este es el punto crucial en el proceso
de la salvación del hombre. El pastor toma en sus hombros a la oveja perdida y la lleva
consigo.
En una segunda renovación aparece un elemento nuevo. El altar sobre el cual se ofrece la
Eucaristía. En él se encuentra presente aquello que antes había sido preanunciado por el
Templo, lo que lo incluye en la liturgia eterna.