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Si los dominicanos tuviéramos un destino infernal, no tengo dudas que Vincho sería la sombra. Si
nuestro sino fuera terminar en el inframundo, no tengo la menor duda, que Cancerbero se asustaría. Si
nuestras almas
cuando medulas
anduvieran por el
camino Estigio, no
dudaría en pensar,
que Vincho
condujera la nao;
Cerbero conduciría
las almas y por unas
cuantas monedas
nos defraudara en la oscura travesía. ¿Quién, oh dioses del Olimpo, nos ha sido la sombra de nuestras
desgracias? ¿Quién si no él ha sabido de fabulosa conspiraciones solo creídas por los argonautas?¿
Quién si no él ha sido un fauno, mitad caballo mitad gente? ¿Como el que hunde la mano en el fuego y
no se quema; como la Medusa que se mira a sí misma y se hiela? Si nuestro destino de mortales fuera
pasar el famoso río, estoy seguro que pensaríamos en el extraviado sendero; que ninguna fiera nos
asustaría en el camino tanto como esa fiera de pozo que entre la luz y la sombra a Cancerbero le roba el
nombre.
1
Ay, amigos, no hay cosa peor para un hombre que ver los muros de su patria, no en ruinas como la vio
Quevedo, sino en la ausencia de todo lo que pudo ser su esplendor. Y entre aquellas jugarretas del ser,
la sombra de Cerbero se levanta. Vicho se encuentra ya en la barca, ¿no hay Parca que ilumine esta
desolada oscuridad? Si cual alma platónica penamos, como reminiscencia de un pasado que no pasa, de
unos pasos que no hemos dado, confabulados,
fabulando y fabulados, Vincho se encuentra en la
chalana; Cerbero quiere unas monedas.
2
el pantano humeante de todas las penas y angustias del mundo. ¡Oh, hermanos, aquí estamos una vez
más varados, sin vituallas; ya no hay vientos, ni se oye a lo lejos ningún tambor. La esperanza verdosa es
pasto de perversos. ¡Qué pobre y endeble
democracia; gobernada por los oligarcas luminosos!
3
Delfos mora y defiende a tirios y troyanos. Solo a Cerbero le encantan las monedas de oro, a Vincho le
complace, la fabula, la sombra.
¡Oh, muchachos, no he venido a decirles adiós! Pero, por si acaso, deseo anotar en mi cartera, la gracia
de las ramas verdecidas. Aquellas que alguna vez eran, a hacia la luz y hacia la vida, un nuevo milagro de
la primavera. Y ligero de equipaje, me iré, espero que allí no esté Cancerbero y su sombra; realizando
fábulas y plebiscitos. Y para que nadie les cuente lo que pienso, oh, amigos, ¡aquí se lo dejo, por escrito!