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Yo no he venido a decir adiós a los muchachos:

¡Oh, Cancerbero, Vincho es la sombra!

Miguel Ángel Fornerín


fornerin.blogspot.com

Si los dominicanos tuviéramos un destino infernal, no tengo dudas que Vincho sería la sombra. Si
nuestro sino fuera terminar en el inframundo, no tengo la menor duda, que Cancerbero se asustaría. Si
nuestras almas
cuando medulas
anduvieran por el
camino Estigio, no
dudaría en pensar,
que Vincho
condujera la nao;
Cerbero conduciría
las almas y por unas
cuantas monedas
nos defraudara en la oscura travesía. ¿Quién, oh dioses del Olimpo, nos ha sido la sombra de nuestras
desgracias? ¿Quién si no él ha sabido de fabulosa conspiraciones solo creídas por los argonautas?¿
Quién si no él ha sido un fauno, mitad caballo mitad gente? ¿Como el que hunde la mano en el fuego y
no se quema; como la Medusa que se mira a sí misma y se hiela? Si nuestro destino de mortales fuera
pasar el famoso río, estoy seguro que pensaríamos en el extraviado sendero; que ninguna fiera nos
asustaría en el camino tanto como esa fiera de pozo que entre la luz y la sombra a Cancerbero le roba el
nombre.

¡Oh, muchachos! Yo no sé si he venido a decirles adiós! No estoy seguro de volverlos a encontrar en


una esquina del viejo parque. No sabía que el tiempo y el eterno retorno bañarían de melancolía mis
días. Y que pudiera dar como pasado lo no venido. No sabía que nada permanezca tanto como el llanto
de una vida condenada a la falda de la montaña, derrumbado en nuestros propios errores y horrores.
Yo, no he venido a decirles hasta luego; pero si acaso no llego, por esas casualidades del destino, sepan
que nunca había pensado que la tiniebla nos arropara en un Caribe de tanta luz.

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Ay, amigos, no hay cosa peor para un hombre que ver los muros de su patria, no en ruinas como la vio
Quevedo, sino en la ausencia de todo lo que pudo ser su esplendor. Y entre aquellas jugarretas del ser,
la sombra de Cerbero se levanta. Vicho se encuentra ya en la barca, ¿no hay Parca que ilumine esta
desolada oscuridad? Si cual alma platónica penamos, como reminiscencia de un pasado que no pasa, de
unos pasos que no hemos dado, confabulados,
fabulando y fabulados, Vincho se encuentra en la
chalana; Cerbero quiere unas monedas.

Ya el pobre Orfeo no canta; su instrumento es de


caña, como si le hubiese arrebatado a Pan su dulce
canto. Ya no espera a la amada Eurídice. Nunca el
infierno ha sido tan temido. Plutón, espera a los
cobardes. A las manadas que aguardan en la otra
orilla: medula, oh, polvo, oh amores. Vincho es la
sombra. Como un pasajero que viaja en la barca del
pasado. Todo lo conoce: la risa de Calipso; los bordes
de las batas de las bacantes; los cantos de las sirenas;
el crac del mástil de la nave de Odiseo; los vericuetos
del mar; las sábanas olorosas de Circe y el gozo del
griego perdido en el mar de sábanas calientes... ¿qué
maldito Poseidón, se ensañó contra nosotros! Por culpa de una
mujer casquivana; de un estúpido que se dejó engañar por los
dioses. Oh, pobre Príamo, viejo indefenso. ¡Oh, triste Héctor, el del
casco brillante!

¡El Cancerbero te busca para que deposite un voto! Un nuevo voto


de hambre y triunfe la confederación de los aqueos. Pobre libertad
que teje el mato. Ya el niño ha crecido. Los pretendientes esperan a
que el manto termine de ser tejido por las pacientes manos. Vicho
es la sombra. No tengo la menor duda. El mal y el bien existen.
Cargado de cuernos Thor no ilumina el Averno. Vicho es Thor. Con
la cabeza llena de cuernos, el dios de los gélidos pantanos, de los
fiordos, atrapa con su voz el caballo blanco y Atreyu se hunden en

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el pantano humeante de todas las penas y angustias del mundo. ¡Oh, hermanos, aquí estamos una vez
más varados, sin vituallas; ya no hay vientos, ni se oye a lo lejos ningún tambor. La esperanza verdosa es
pasto de perversos. ¡Qué pobre y endeble
democracia; gobernada por los oligarcas luminosos!

Cancerbero nos espera a la entrada del Hades.


¿Cerbero tiene ayudante? ¿Tiene su propia sombra?
¿Es Vncho a quien a columbro a lo lejos o estoy
soñando? ¿Quién me recuerda a Balaguer? Ese
viejito que no fue al Palacio a ensartar agujas; pero
dejó la página en blanco para proteger a un grupo de
canallas; pobre democracia con semejante padre;
qué hideputa; que no tiene la culpa. ¿Solo somos
sombras de lo que fuimos? ¿Pero a poco, Señor, no
hemos sido nada? No hay incendio que pueda
asolarnos; no tenemos profesión de ruinas. El viejito
que hoy tiene un aeropuerto en El Higüero y calles y
fundaciones, ese Barón del Cementerio de Cristo
Rey, tenía su sombra. No sé porqué pienso en un
inexistente Igor, el jorobado que con abluciones
sanguíneas conseguía resucitar a su amo, en un
escenario parecido al grandioso castillo de la Transilvania, El Peleș); no sé, pero el viejito que se sentaba
en una silla de alfileres y enhebraba el hilo en la agujas de nuestros ojos como el Chien Andalou, le ha
dejado a un Pincipecito sus sombra para que alguna vez pensemos, oh Señor de las luces y todos los
caballos que marchan al son de las trompetas del
Juicio Final, para que pensemos que estamos
condenados a pasar el Estigio (o el Niágara en
bicicleta); para que encontremos a un salvador,
que comprando en el supermercado de la
esquina del hambre, pueda plebiscitarnos, y
fabular la fabula del hombre necesario e
imprescindible (sin el cual no habría elevados, ni
tren de Villa Mella a la Feria, ni los policías que
matan impunemente en intercambio de disparos,
ni banqueros impunes, ni políticos millonarios).
Porque así lo dice el Oráculo, la Pitonisa que en

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Delfos mora y defiende a tirios y troyanos. Solo a Cerbero le encantan las monedas de oro, a Vincho le
complace, la fabula, la sombra.

¡Oh, muchachos, no he venido a decirles adiós! Pero, por si acaso, deseo anotar en mi cartera, la gracia
de las ramas verdecidas. Aquellas que alguna vez eran, a hacia la luz y hacia la vida, un nuevo milagro de
la primavera. Y ligero de equipaje, me iré, espero que allí no esté Cancerbero y su sombra; realizando
fábulas y plebiscitos. Y para que nadie les cuente lo que pienso, oh, amigos, ¡aquí se lo dejo, por escrito!

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