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La ciencia-ficción
Ella misma ofrecería su versión sobre el origen de su novela: una noche, durante
el lluvioso verano de 1916, a orillas del lago Ginebra, impresionada por la
discusión entre Shelley y Byron sobre un experimento de Erasmus Darwin,
abuelo de Charles Darwin, según el cual un fragmento de verme conservado en
un frasco de cristal había conseguido moverse por si solo, Mary se retiró a su
habitación. Una vez allí tuvo la visión de un monstruo que, tendido, se levantaba
torpemente bajo la mirada horrorizada del estudiante que lo había construido.
Con la narración de esa visión empezó a escribir la novela. Y esa visión se
convertiría en el eje de su creación.
¿Te pedí,
Por ventura, creador, que transformaras
En hombre este barro del que vengo?
¿Te imploré alguna vez que me sacaras
de la oscuridad?
Tanto Ariel, el ángel rebelde, como Prometeo –que ya había sido objeto de
atención por parte de Calderón de la Barca, y que protagonizará el Prometeo
(1916) de Byron, y el Prometeo desencadenado (1819) de Percy B. Shelley–, o
como el mismo Frankenstein, se convertirán en figuras claves del romanticismo.
En modo alguno me siento indiferente ante cómo puedan afectar al lector los
principios morales que existan en los sentimientos o caracteres que contiene la
obra. Sin embargo, mi principal preocupación en este punto se ha centrado en
la eliminación de los efectos enervantes de las novelas de hoy en día, y en
exponer la bondad del amor familiar, así como la excelencia de la virtud
universal, escribió Percy B. Shelley en el Prólogo a la edición anónima de 1818.