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¡Chile tiene fiesta!

Primera parte Paginas 7-90:


Las tradiciones que actualmente forman parte del presente, tuvieron que ser construidas en
algún momento del pasado.
Se postula que las celebraciones nacionales que actualmente se conocen bajo el apelativo
de fiestas patrias, fueron pensadas al momento de su creación como un vehículo de difusión
capaz de transmitir el sentimiento patriótico y nacional que los grupos dirigentes deseaban
inculcar en la población. En otras palabras hay tras estas celebraciones nacionales un
intento por justificar el establecimiento de un régimen político original y moderno.
El mundo popular cumplió un papel preponderante, en el sentido de construirse como una
colectividad creativa, que aportó a las festividades nacionales un carácter lúdico.
Capítulo 1 fiesta y nación:
Para comenzar es necesario establecer una premisa básica con respecto a la fiesta, esto
es que el acto de celebrarlas es exclusivamente humano, se puede argumentar así
entonces que la fiesta no es ajena a la existencia humana sino que, forma parte de la vida
misma.
En primer lugar la fiesta se presenta como un sistema de medición del tiempo, ya que
entrega al ser humano una manera de registrar su transcurso de una forma novedosa, esto
es vivenciándolo.
En la fiesta se está en presencia del pasado mediante el acto de conmemorar, del presente
a través del acto de vivirla y del porvenir en cuanto se renueva y refuerza el diario vivir, es
así como la experiencia festiva constituye una temporalidad efímera y momentánea, tiene
principio y fin, como cualquier tipo de temporalidad.
De esta manera, las festividades fijas e institucionalizadas se van convirtiendo en hábitos
colectivos que poseen una periodicidad establecida, que va siendo incorporada en la
memoria colectiva, con lo cual el individuo se acostumbra a la espera consciente del retorno
a la experiencia festiva, una vez que esta es repetida una y otra vez en un lapso
relativamente corto de tiempo, inevitable se torna habitual, regular y ordinaria.
El hecho que este tipo de instancia no sea “pan de cada día”, hace que el ánimo de los
participantes sea eventualmente distinto al que se presentan generalmente. En la fiesta se
percibe un grado de exaltación por parte de la comunidad que vive la fiesta, el cual puede
ser definido como un “estado excepcional” o también como un “ambiente festivo” original y
diverso en relación al diario vivir.
El ámbito ya existente es transformado para la ocasión mediante elementos estéticos, como
lo son un decorado original y un ceremonial único, con lo cual muestra una apariencia
distinta a la cotidiana.
Los adornos, los juegos, las diversiones, las ceremonias, en una palabra el espectáculo, se
manifiestan en esta demarcación espacial, o en todo lugar que sea propuesto para celebrar
la fiesta. En otras palabras para que una fiesta sea efectivamente fiesta, es fundamental
que proporcione una instancia a la comunidad en la cual rijan reglas diferentes a las del
diario vivir y les otorgue la oportunidad de experimentar colectivamente la liberación de
ciertas normas culturales.
Al interior del espacio comunitario festivo, el individuo cede su posición en favor de la
igualdad del festejo común. Dado que el acto de festejar produce la reunión de individuos y
grupos dentro de un sistema establecido, en un tiempo y espacio fijados, se convierte en
un momento privilegiado para que la persona interactúe con otras y se agrupe en
colectividades, produciéndose así una “sociabilidad festiva”.
Desde una mirada económica la fiesta es definida como una instancia en la cual el
individuo asume la pérdida económica que trae consigo el acto de festejar, a cambio de los
beneficios logrados en el plano espiritual, el acto de festejar implica una renuncia
momentánea al trabajo, pero no se trata de un gastar por gastar, sino de una donación, de
una ofrenda que trasciende al mero derroche.
Sin embargo al experimentarse pérdidas por una parte, debe existir otra parte que perciba
utilidades. De ahí que, para el caso especifico de la fiesta cívica republicana, se deba
considerar el hecho que muchos comerciantes, pirotécnicos, cocineros, cantineros,
chinganeras, etc. Lucraran en dicha festividad y se beneficiaran económicamente de su
existencia
El carnaval la gran fiesta de la inversión social: este se transformaba en un tiempo de
disfrute de aquellos placeres de los que más tarde los habitantes se verían privados durante
cuarenta días, es decir, mientras durase la cuaresma. Por ende, esta festividad significaba
un desenfreno general, dado que después vendrían ayunos, penitencias y contriciones.
En teoría, durante el carnaval reina un ambiente de alegría y libertad. Esta situación ha sido
recurrentemente descrita bajo el concepto de “inversión del orden social” donde “lo
prohibido se vuelve permisible y los roles sociales y sexuales, intercambiables.
Así se entiende por inversión la transformación momentánea del ordenamiento social,
donde solo ciertas figuras se hallan invertidas con respecto a la posición que ocupan en las
demás épocas del año. Por unas horas, días o semanas, el individuo puede acceder a un
universo feliz que tarde o temprano se desvanece, debido a la caducidad del espacio
temporal festivo, pero que deja en el espíritu un recuerdo imborrable de alegría.
La fiesta oficial a diferencia del carnaval mira hacia el pasado con el único fin de reafirmar
el orden social existente. El hecho que tenga una frecuencia determinada e el tiempo y que
ésta se encuentre fijada mediante una calendarización, permite la conservación y constante
renovación de todo orden ya sea político, religioso, social o cultural. Así este tipo de fiestas
no sacaría al pueblo del orden establecido y no sería capaz de crear una “segunda vida”.
Siempre la fiesta oficial apunta a lo histórico, a lo que alguna vez sucedió, todos los
elementos presentes en una ceremonia de este tipo, es decir. Su fecha de celebración. El
homenaje a quienes participaron en los hechos que se conmemoran sean “caídos”, “héroes”
o “testigos vivenciales” y los ritos que la constituyen se convierten en un “volver” a los
sucesos históricos significativos que han forjado y, a la vez, legitimado a la comunidad que
se aglutina con el fin de festejar.
La jerarquía cumple un papel clave, pues la forma en que se agrupan los individuos es
disciplinada.
En la fiesta se produce una unión indisoluble entre mito y rito, puesto que este último es el
instrumento mediante el cual el individuo es capaz de retornar a la tradición de repensarla,
revivirla y volver a relatarla.
La fiesta permite al ser humano rememorar, revivir, regenerar, renovar, revitalizar,
reactualizar, revalorar un hecho significado para él y su comunidad. Mas aún, la ceremonia
logra preservar la memoria, alabar, venerar y recordar por medio de la reiteración cíclica.
Nación cívica y nación étnica
Existe consenso que fue con la revolución francesa, iniciada en 1789, que se consolidó el
concepto de nación. La nación era entendida como un cuerpo de ciudadanos iguales ante
la ley, quienes jurídicamente, poseían una serie de derechos y deberes claramente
estipulados. La nación se planteaba como un colectivo humano cuya conexión se
sustentaba en la creencia de compartir una memoria común, como también un presente y
un futuro auspicioso.
Anderson, Gelner y Hobsbwm señalan que tanto que la nación como el nacionalismo son
“artefactos culturales”, vale decir, creaciones construidas por la humanidad. En un periodo
específico la modernidad, y que han generado apegos emocionales sumamente profundos,
el fenómeno nacionalista no emanaría de la esencia humana como muchos han creído, sino
que correspondería a una invención histório-cultural, su legitimación se basa en la tradición.
Otra característica que también presenta la nación es la necesidad imperiosa de compartir
una memoria histórica común, presente dentro de la ideología nacional.
La comunidad nacional, requería necesariamente ser revestida de singularidad, de
aspectos que exaltaran las diferencias con respecto a otras colectividades, la unidad estaría
dada por la condición política de ciudadanos al interior de un territorio delimitado, sino
también, por un sinfín de rasgos culturales -preexistentes o creados- con connotaciones
emocionales.
Los principios revolucionarios de libertad, igualdad y fraternidad propios de la “nación
ciudadana”, se conjugaron con símbolos culturales e históricos capaces de generar
sentimientos de pertinencia, los que, en su conjunto, convergieron en la construcción de
una colectividad nueva y prometedora. Por lo tanto se puede decir que hubo un proceso de
migración deliberada y voluntaria de la idea de nación, reproduciéndose en realidades que
se diferenciaban unas de otras.
Fue la elite dirigente la que impulsó el movimiento emancipador, pues de ella surgieron los
principales artífices y mentores, fueron mayoritariamente los criollos los que se alzaron
frente al control español, por lo que el conflicto se concentró en dos ejes fundamentales: el
criollo-peninsular y el de criollos contra criollos, siendo este último el que le otorgó al
proceso de independencia el sentido de guerra civil con el cual ha sido, en parte, definido.
La reconquista pretendía controlar a los criollos, fortaleciendo la administración y
debilitando la iglesia, generando de esta manera, un aparato de control capaz de
restablecer el poder que progresivamente había ido perdiendo la corona. La nueva
esencialmente una aplicación de control, que intentaba incrementar la situación colonial de
América y hacer más pesada su dependencia. De esta modo la reforma imperial plantaba
las semillas de su propia destrucción. A lo anterior se suma el proceso de concientización,
por parte de los criollos, de las diferencias a las que estaban sujetas en relación a los
peninsulares, pues fueron siendo marginados progresivamente de los altos cargos
administrativos mediante las políticas estatales.
El colapso de la monarquía a comienzos del siglo XlX y la adquisición accidental de libertad
con respecto a la corona, presentó la oportunidad de apoderarse totalmente del poder
político y, a la vez de consolidar aquel control social que de hecho ya estaba operando, se
produjo así un vacío de legitimidad, por lo que se hizo necesario crear una nueva
justificación de la autoridad política. De esta manera, se alzó el régimen republicano como
opción legitimante del poder total y absoluto que había adquirido el grupo dirigente. La
república otorgó un nuevo marco de acción, un novedoso conjunto de principios abstractos
modernos que fueron aceptados por la elite chilena, a cambio de una concesión que era
justamente la transformación. Así, el nuevo orden republicano se presentó como una
oportunidad excepcional de hacer valer jurídicamente el poder que de hecho ya poseían.
La condición de ciudadano, en contraposición a la de súbdito, implica una conversión del
individuo en un nuevo sujeto político, ilustrado por la razón y poseedor de derechos y
deberes amparados por el imperio de la ley.
La elite deseaba mantener y consolidar el orden tradicional, el cual se contraponía a los
ideales del soberanía popular e igualdad ante la ley presentes en la noción de la republica.
Con el advenimiento de la republica se establecieron una serie de principios liberales y
democráticos, los que en un comienzo fueron dirigidos exclusivamente a un grupo
sumamente pequeño, pero que lenta y gradualmente, se irían ampliando al resto de la
población.
El orden que imperaba en la época no emanaba del régimen republicano. Este sistema era
más buen una meta a alcanzar en el futuro, una vez que se lograsen las condiciones
básicas, como son las virtud y la conciencia ciudadana.
La confirmación de un “sentimiento nacional”, se convertía en un instrumento fundamental,
pues permitía la canalización de sentimientos y fuerzas alternativas a las oficiales, las
cuales estaban presentes en la sociedad y podían servir para los fines que perseguía la
elite dirigente.
La idea de “nación” fue asimilada tiempo después, a pesar de poseer puntos en común con
la “patria”, como lo era el hecho de que ambas concitaban sentimientos de lealtad con lo
territorial.
La invasión napoleónica y sus consecuencias determina la toma de conciencia, por parte
de la elite hispanoamericana, de la injusta institucionalidad que presentaba, el régimen
colonial, en especial por las desigualdades a las que estaban sometidos en comparación
con los habitantes de la metrópoli.
Los elementos simbólicos creados en función de difundir las nuevas ideas, debían
responder a identificaciones culturales previas, para que, de esta forma, tuviesen “sentido”
en la población a la cual estaban dirigidos y se enraizaran más fuertemente como elementos
identitarios. Las primeras décadas del siglo XlX, la nación se presentaba más como un ideal
digno de ser construido que como una realidad tangible y alcanzada, fue la elite dirigente la
que asumió la tarea de esta construcción mediante el instrumento estatal.
La elite dirigente fue confiriéndole al pueblo la posibilidad de aportar algunos elementos que
su propia cultura, los que finalmente fueron cooptados a los términos de la nación, pero a
partir de la segunda mitad del siglo XlX esta relación se fue haciendo más dura, ya que el
estado estaba lo suficientemente fortalecido y no tenía la necesidad de negociar.
Institucionalización del “dieciocho como fiesta nacional”
En un lapso relativamente corto de tiempo, esto es aproximadamente treinta años las
autoridades, fueron suprimiendo numerosos días decretados como “festivos” evidenciando
de esta manera una clara estrategia de “hacer nación”
El 18 de septiembre de 1810 era comprendida bajo los términos de “crecimiento e infancia”,
puesto que a partir de este instante Chile dio sus primeros pasos encaminados hacia la
emancipación política, la idea más difundida en el discurso oficial fue la de la regeneración
este concepto se refiere a la transformación física, política, moral y social experimentada
por una determinada comunidad “un segundo nacimiento”. Era considerado el día en que
nació la libertad chilena. Se suponía que fue en ese entonces cuando por primera vez brotó
ese espíritu en el territorio.
Con respecto al 12 de febrero, es una fecha conmemorativa ya que a partir de 1810 se
inició en el territorio chileno un proceso revolucionario que, con el correr de los años, se
convirtió en la lucha por lograr la autonomía completa de España y presentarse ante el
mundo como una comunidad de carácter nacional, esta fecha evoca tanto la batalla de
Chacabuco de 1817 como la jura de la independencia realizada un año más tarde,
convirtiéndose ambos momentos en razones de festejo.
El período transcurrido entre 1810-1818, era considerado un momento de transición, en
donde el principal resultado fue la progresiva toma de conciencia.
Al 5 de abril se le atribuyó el concepto de consolidación del proceso
Efectivamente 1824 fue un año clave, pues marcó el inicio de la preocupación
gubernamental de combatir el exceso de fiestas cívicas, evidenciándose la voluntad política
del gobierno por institucionalizar un solo día nacional
Las razones de esta reducción de fiestas cívicas fueron razones de índole económica. Una
de las aspiraciones del sector dirigente era conformar una sociedad moderna que propiciara
el desarrollo de la nación chilena mediante una nueva ética que valoraba por sobre todo el
trabajo y la producción, de ahí que el exceso de días feriados, característico de los tiempos
coloniales, fuese visto como un factor contraproducente para los deseos de modernidad
que se proponían.
El grupo dirigente era consciente que restringiendo la posibilidad de ocio mediante la
reducción de ciertos feriados, lograría ejercer un fuerte control en los pocos días que iban
quedando como tales y probablemente evitar que éstos derivaran en desórdenes. El valor
del trabajo fue siendo progresivamente estimado por el grupo dirigente llegando incluso a
relacionarlo con la completa felicidad, así la reducción de días festivos apuntaba a evitar el
continuo cierre de los centros administrativos y aminorar las posibilidades de ocio de la
sociedad en su conjunto.
En febrero de 1837, la festividad del 12 de febrero quedó reducida a pequeñas
demostraciones, las cuales perecieron con el correr de los años. Es a partir de dicho
momento que el 18 de septiembre se consolidó como el único día nacional, jornada en la
cual se focalizarían las energías encaminadas a solventar y fomentar el sentimiento
patriótico.
A partir de ese año, la situación de la fiesta cívica del 18 de septiembre ya no fue la misma
de antes. Ahora se alzaba como la gran fiesta de carácter nacional.
La intención de consolidad el sentimiento de nacionalidad en el pueblo chileno comenzó a
dificultarse, puesto que existían diferentes celebraciones con fines muy similares. En varias
ocasiones los motivos particulares que cada una de las fiestas conmemoraba fueron siendo
confundidos, atribuyéndosele muchas veces a una fiesta las “las cargas simbólicas” de la
otra.
La dicotomía festiva característica de las décadas del veinte y treinta, generaba en Chile
una serie de prejuicios económicos y simbólicos, lo que finalmente determinó la eliminación
de una de las fiestas cívicas.
La actitud del cabildo de Santiago de endeudarse para costear las fiestas fue reiterativa a
través del tiempo, siendo sus principales prestamistas el gobierno y los mismos
arrendatarios de los ramos municipales.
Cada conmemoración festiva recordaba “augustos hechos” del proceso republicano. Sin
embargo, es posible que, con el pasar de los años, esta claridad inicial haya comenzado a
tornarse difusa, puesto que las fiestas cívicas presentaban estructuras y mecanismos muy
similares unos con otros, como también buscaban conmemorar ideales muy parecidos.
El dieciocho no solo era considerado un momento de renacer político, sino que además se
le atribuía la idea de independencia política del imperio español, se ubicaba en una estación
importante dentro de la vida santiaguina, era el mes en que, luego de un encierro de varios
meses debido a lo crudo del invierno, las condiciones climáticas finalmente cedían y abrían
paso a los encantos del renacimiento de la naturaleza. El 18 calzaba mejor con la imagen
de una nación gobernada bajo el imperio de las leyes, del orden y la tranquilidad.
Se puede aventurar que la idea de que la opción por mantener al 18 de septiembre como
fiesta nacional en desmedro del 12 de febrero respondiese a una estrategia política del
gobierno de otorgarle más años de existencia independiente a la nación chilena, buscando
con este acto un respaldo en sus relaciones con el mundo europeo y norteamericano, esto
es relevante debido que confería a dicha “comunidad imaginada” una imagen de civilización
y experiencia,
Las autoridades fueron capaces de percibir el poder que conformaba el “bajo pueblo” y lo
necesario que era para la consolidación nacional, reclutar las pasiones y sentimientos del
mundo popular. En suma lo que se planteó como una celebración de carácter “oficial”
progresivamente fue absorbiendo ciertos elementos aportados por el pueblo a través del
tiempo.
Dentro de los medios con que contaba el gobierno en su afán por difundir el “carácter
chileno”, la fiesta se presentaba como uno tremendamente eficaz, pues no solo podía
propiciar una oportunidad real para vivir los principios de la chilenidad sino que además
reunía en su interior otras herramientas que potenciaban su capacidad persuasiva. En
efecto las fiestas cívicas otorgaban un espacio en donde podían converger, de forma
simultánea, los alcances que cada uno de los instrumentos.
Por ende mediante la fiesta, el movimiento patriótico adquiría una fuerza considerable, dada
la sumatoria de cada uno de los efectos producidos por las diversas herramientas.
Se puede afirmar entonces, que las fiestas cívicas republicanas cumplieron dos funciones
durante la época estudiada. Por una parte fueron vehículos transmisores creados con el fin
de difundir el sentimiento patriótico y nacional que se anhelaba plasmar en la sociedad. Por
otra parte fueron pensadas como herramientas legitimadoras, capaces de generar adhesión
popular hacia el sistema político elegido tras las guerras de independencia.
Frente a la necesidad del grupo dirigente de construir sentimientos de pertenencia hacia la
nueva comunidad imaginada, dichas festividades se transformaron en espacios
privilegiados para transmitir y legitimar los ideales nacionales que los sucesivos gobiernos
desearon inculcar en la población.
La autoridad se vio en la necesidad de desplegar una serie de mecanismos lo
suficientemente atractivos, que invitasen a la población a participar del nuevo proyecto
comunitario. Los recursos articulados entre sí, debían generar un impacto visual y emotivo
que invitase al ciudadano común a sentirse parte fundamental de la identidad nacional que
comenzaba a forjarse en tierras chilenas. De ahí que los esfuerzos tendiesen, mientras
durase la fiesta, a transformar el espacio en el cual cotidianamente hombre y mujeres se
desenvolvían.

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