Las tradiciones que actualmente forman parte del presente, tuvieron que ser construidas en algún momento del pasado. Se postula que las celebraciones nacionales que actualmente se conocen bajo el apelativo de fiestas patrias, fueron pensadas al momento de su creación como un vehículo de difusión capaz de transmitir el sentimiento patriótico y nacional que los grupos dirigentes deseaban inculcar en la población. En otras palabras hay tras estas celebraciones nacionales un intento por justificar el establecimiento de un régimen político original y moderno. El mundo popular cumplió un papel preponderante, en el sentido de construirse como una colectividad creativa, que aportó a las festividades nacionales un carácter lúdico. Capítulo 1 fiesta y nación: Para comenzar es necesario establecer una premisa básica con respecto a la fiesta, esto es que el acto de celebrarlas es exclusivamente humano, se puede argumentar así entonces que la fiesta no es ajena a la existencia humana sino que, forma parte de la vida misma. En primer lugar la fiesta se presenta como un sistema de medición del tiempo, ya que entrega al ser humano una manera de registrar su transcurso de una forma novedosa, esto es vivenciándolo. En la fiesta se está en presencia del pasado mediante el acto de conmemorar, del presente a través del acto de vivirla y del porvenir en cuanto se renueva y refuerza el diario vivir, es así como la experiencia festiva constituye una temporalidad efímera y momentánea, tiene principio y fin, como cualquier tipo de temporalidad. De esta manera, las festividades fijas e institucionalizadas se van convirtiendo en hábitos colectivos que poseen una periodicidad establecida, que va siendo incorporada en la memoria colectiva, con lo cual el individuo se acostumbra a la espera consciente del retorno a la experiencia festiva, una vez que esta es repetida una y otra vez en un lapso relativamente corto de tiempo, inevitable se torna habitual, regular y ordinaria. El hecho que este tipo de instancia no sea “pan de cada día”, hace que el ánimo de los participantes sea eventualmente distinto al que se presentan generalmente. En la fiesta se percibe un grado de exaltación por parte de la comunidad que vive la fiesta, el cual puede ser definido como un “estado excepcional” o también como un “ambiente festivo” original y diverso en relación al diario vivir. El ámbito ya existente es transformado para la ocasión mediante elementos estéticos, como lo son un decorado original y un ceremonial único, con lo cual muestra una apariencia distinta a la cotidiana. Los adornos, los juegos, las diversiones, las ceremonias, en una palabra el espectáculo, se manifiestan en esta demarcación espacial, o en todo lugar que sea propuesto para celebrar la fiesta. En otras palabras para que una fiesta sea efectivamente fiesta, es fundamental que proporcione una instancia a la comunidad en la cual rijan reglas diferentes a las del diario vivir y les otorgue la oportunidad de experimentar colectivamente la liberación de ciertas normas culturales. Al interior del espacio comunitario festivo, el individuo cede su posición en favor de la igualdad del festejo común. Dado que el acto de festejar produce la reunión de individuos y grupos dentro de un sistema establecido, en un tiempo y espacio fijados, se convierte en un momento privilegiado para que la persona interactúe con otras y se agrupe en colectividades, produciéndose así una “sociabilidad festiva”. Desde una mirada económica la fiesta es definida como una instancia en la cual el individuo asume la pérdida económica que trae consigo el acto de festejar, a cambio de los beneficios logrados en el plano espiritual, el acto de festejar implica una renuncia momentánea al trabajo, pero no se trata de un gastar por gastar, sino de una donación, de una ofrenda que trasciende al mero derroche. Sin embargo al experimentarse pérdidas por una parte, debe existir otra parte que perciba utilidades. De ahí que, para el caso especifico de la fiesta cívica republicana, se deba considerar el hecho que muchos comerciantes, pirotécnicos, cocineros, cantineros, chinganeras, etc. Lucraran en dicha festividad y se beneficiaran económicamente de su existencia El carnaval la gran fiesta de la inversión social: este se transformaba en un tiempo de disfrute de aquellos placeres de los que más tarde los habitantes se verían privados durante cuarenta días, es decir, mientras durase la cuaresma. Por ende, esta festividad significaba un desenfreno general, dado que después vendrían ayunos, penitencias y contriciones. En teoría, durante el carnaval reina un ambiente de alegría y libertad. Esta situación ha sido recurrentemente descrita bajo el concepto de “inversión del orden social” donde “lo prohibido se vuelve permisible y los roles sociales y sexuales, intercambiables. Así se entiende por inversión la transformación momentánea del ordenamiento social, donde solo ciertas figuras se hallan invertidas con respecto a la posición que ocupan en las demás épocas del año. Por unas horas, días o semanas, el individuo puede acceder a un universo feliz que tarde o temprano se desvanece, debido a la caducidad del espacio temporal festivo, pero que deja en el espíritu un recuerdo imborrable de alegría. La fiesta oficial a diferencia del carnaval mira hacia el pasado con el único fin de reafirmar el orden social existente. El hecho que tenga una frecuencia determinada e el tiempo y que ésta se encuentre fijada mediante una calendarización, permite la conservación y constante renovación de todo orden ya sea político, religioso, social o cultural. Así este tipo de fiestas no sacaría al pueblo del orden establecido y no sería capaz de crear una “segunda vida”. Siempre la fiesta oficial apunta a lo histórico, a lo que alguna vez sucedió, todos los elementos presentes en una ceremonia de este tipo, es decir. Su fecha de celebración. El homenaje a quienes participaron en los hechos que se conmemoran sean “caídos”, “héroes” o “testigos vivenciales” y los ritos que la constituyen se convierten en un “volver” a los sucesos históricos significativos que han forjado y, a la vez, legitimado a la comunidad que se aglutina con el fin de festejar. La jerarquía cumple un papel clave, pues la forma en que se agrupan los individuos es disciplinada. En la fiesta se produce una unión indisoluble entre mito y rito, puesto que este último es el instrumento mediante el cual el individuo es capaz de retornar a la tradición de repensarla, revivirla y volver a relatarla. La fiesta permite al ser humano rememorar, revivir, regenerar, renovar, revitalizar, reactualizar, revalorar un hecho significado para él y su comunidad. Mas aún, la ceremonia logra preservar la memoria, alabar, venerar y recordar por medio de la reiteración cíclica. Nación cívica y nación étnica Existe consenso que fue con la revolución francesa, iniciada en 1789, que se consolidó el concepto de nación. La nación era entendida como un cuerpo de ciudadanos iguales ante la ley, quienes jurídicamente, poseían una serie de derechos y deberes claramente estipulados. La nación se planteaba como un colectivo humano cuya conexión se sustentaba en la creencia de compartir una memoria común, como también un presente y un futuro auspicioso. Anderson, Gelner y Hobsbwm señalan que tanto que la nación como el nacionalismo son “artefactos culturales”, vale decir, creaciones construidas por la humanidad. En un periodo específico la modernidad, y que han generado apegos emocionales sumamente profundos, el fenómeno nacionalista no emanaría de la esencia humana como muchos han creído, sino que correspondería a una invención histório-cultural, su legitimación se basa en la tradición. Otra característica que también presenta la nación es la necesidad imperiosa de compartir una memoria histórica común, presente dentro de la ideología nacional. La comunidad nacional, requería necesariamente ser revestida de singularidad, de aspectos que exaltaran las diferencias con respecto a otras colectividades, la unidad estaría dada por la condición política de ciudadanos al interior de un territorio delimitado, sino también, por un sinfín de rasgos culturales -preexistentes o creados- con connotaciones emocionales. Los principios revolucionarios de libertad, igualdad y fraternidad propios de la “nación ciudadana”, se conjugaron con símbolos culturales e históricos capaces de generar sentimientos de pertinencia, los que, en su conjunto, convergieron en la construcción de una colectividad nueva y prometedora. Por lo tanto se puede decir que hubo un proceso de migración deliberada y voluntaria de la idea de nación, reproduciéndose en realidades que se diferenciaban unas de otras. Fue la elite dirigente la que impulsó el movimiento emancipador, pues de ella surgieron los principales artífices y mentores, fueron mayoritariamente los criollos los que se alzaron frente al control español, por lo que el conflicto se concentró en dos ejes fundamentales: el criollo-peninsular y el de criollos contra criollos, siendo este último el que le otorgó al proceso de independencia el sentido de guerra civil con el cual ha sido, en parte, definido. La reconquista pretendía controlar a los criollos, fortaleciendo la administración y debilitando la iglesia, generando de esta manera, un aparato de control capaz de restablecer el poder que progresivamente había ido perdiendo la corona. La nueva esencialmente una aplicación de control, que intentaba incrementar la situación colonial de América y hacer más pesada su dependencia. De esta modo la reforma imperial plantaba las semillas de su propia destrucción. A lo anterior se suma el proceso de concientización, por parte de los criollos, de las diferencias a las que estaban sujetas en relación a los peninsulares, pues fueron siendo marginados progresivamente de los altos cargos administrativos mediante las políticas estatales. El colapso de la monarquía a comienzos del siglo XlX y la adquisición accidental de libertad con respecto a la corona, presentó la oportunidad de apoderarse totalmente del poder político y, a la vez de consolidar aquel control social que de hecho ya estaba operando, se produjo así un vacío de legitimidad, por lo que se hizo necesario crear una nueva justificación de la autoridad política. De esta manera, se alzó el régimen republicano como opción legitimante del poder total y absoluto que había adquirido el grupo dirigente. La república otorgó un nuevo marco de acción, un novedoso conjunto de principios abstractos modernos que fueron aceptados por la elite chilena, a cambio de una concesión que era justamente la transformación. Así, el nuevo orden republicano se presentó como una oportunidad excepcional de hacer valer jurídicamente el poder que de hecho ya poseían. La condición de ciudadano, en contraposición a la de súbdito, implica una conversión del individuo en un nuevo sujeto político, ilustrado por la razón y poseedor de derechos y deberes amparados por el imperio de la ley. La elite deseaba mantener y consolidar el orden tradicional, el cual se contraponía a los ideales del soberanía popular e igualdad ante la ley presentes en la noción de la republica. Con el advenimiento de la republica se establecieron una serie de principios liberales y democráticos, los que en un comienzo fueron dirigidos exclusivamente a un grupo sumamente pequeño, pero que lenta y gradualmente, se irían ampliando al resto de la población. El orden que imperaba en la época no emanaba del régimen republicano. Este sistema era más buen una meta a alcanzar en el futuro, una vez que se lograsen las condiciones básicas, como son las virtud y la conciencia ciudadana. La confirmación de un “sentimiento nacional”, se convertía en un instrumento fundamental, pues permitía la canalización de sentimientos y fuerzas alternativas a las oficiales, las cuales estaban presentes en la sociedad y podían servir para los fines que perseguía la elite dirigente. La idea de “nación” fue asimilada tiempo después, a pesar de poseer puntos en común con la “patria”, como lo era el hecho de que ambas concitaban sentimientos de lealtad con lo territorial. La invasión napoleónica y sus consecuencias determina la toma de conciencia, por parte de la elite hispanoamericana, de la injusta institucionalidad que presentaba, el régimen colonial, en especial por las desigualdades a las que estaban sometidos en comparación con los habitantes de la metrópoli. Los elementos simbólicos creados en función de difundir las nuevas ideas, debían responder a identificaciones culturales previas, para que, de esta forma, tuviesen “sentido” en la población a la cual estaban dirigidos y se enraizaran más fuertemente como elementos identitarios. Las primeras décadas del siglo XlX, la nación se presentaba más como un ideal digno de ser construido que como una realidad tangible y alcanzada, fue la elite dirigente la que asumió la tarea de esta construcción mediante el instrumento estatal. La elite dirigente fue confiriéndole al pueblo la posibilidad de aportar algunos elementos que su propia cultura, los que finalmente fueron cooptados a los términos de la nación, pero a partir de la segunda mitad del siglo XlX esta relación se fue haciendo más dura, ya que el estado estaba lo suficientemente fortalecido y no tenía la necesidad de negociar. Institucionalización del “dieciocho como fiesta nacional” En un lapso relativamente corto de tiempo, esto es aproximadamente treinta años las autoridades, fueron suprimiendo numerosos días decretados como “festivos” evidenciando de esta manera una clara estrategia de “hacer nación” El 18 de septiembre de 1810 era comprendida bajo los términos de “crecimiento e infancia”, puesto que a partir de este instante Chile dio sus primeros pasos encaminados hacia la emancipación política, la idea más difundida en el discurso oficial fue la de la regeneración este concepto se refiere a la transformación física, política, moral y social experimentada por una determinada comunidad “un segundo nacimiento”. Era considerado el día en que nació la libertad chilena. Se suponía que fue en ese entonces cuando por primera vez brotó ese espíritu en el territorio. Con respecto al 12 de febrero, es una fecha conmemorativa ya que a partir de 1810 se inició en el territorio chileno un proceso revolucionario que, con el correr de los años, se convirtió en la lucha por lograr la autonomía completa de España y presentarse ante el mundo como una comunidad de carácter nacional, esta fecha evoca tanto la batalla de Chacabuco de 1817 como la jura de la independencia realizada un año más tarde, convirtiéndose ambos momentos en razones de festejo. El período transcurrido entre 1810-1818, era considerado un momento de transición, en donde el principal resultado fue la progresiva toma de conciencia. Al 5 de abril se le atribuyó el concepto de consolidación del proceso Efectivamente 1824 fue un año clave, pues marcó el inicio de la preocupación gubernamental de combatir el exceso de fiestas cívicas, evidenciándose la voluntad política del gobierno por institucionalizar un solo día nacional Las razones de esta reducción de fiestas cívicas fueron razones de índole económica. Una de las aspiraciones del sector dirigente era conformar una sociedad moderna que propiciara el desarrollo de la nación chilena mediante una nueva ética que valoraba por sobre todo el trabajo y la producción, de ahí que el exceso de días feriados, característico de los tiempos coloniales, fuese visto como un factor contraproducente para los deseos de modernidad que se proponían. El grupo dirigente era consciente que restringiendo la posibilidad de ocio mediante la reducción de ciertos feriados, lograría ejercer un fuerte control en los pocos días que iban quedando como tales y probablemente evitar que éstos derivaran en desórdenes. El valor del trabajo fue siendo progresivamente estimado por el grupo dirigente llegando incluso a relacionarlo con la completa felicidad, así la reducción de días festivos apuntaba a evitar el continuo cierre de los centros administrativos y aminorar las posibilidades de ocio de la sociedad en su conjunto. En febrero de 1837, la festividad del 12 de febrero quedó reducida a pequeñas demostraciones, las cuales perecieron con el correr de los años. Es a partir de dicho momento que el 18 de septiembre se consolidó como el único día nacional, jornada en la cual se focalizarían las energías encaminadas a solventar y fomentar el sentimiento patriótico. A partir de ese año, la situación de la fiesta cívica del 18 de septiembre ya no fue la misma de antes. Ahora se alzaba como la gran fiesta de carácter nacional. La intención de consolidad el sentimiento de nacionalidad en el pueblo chileno comenzó a dificultarse, puesto que existían diferentes celebraciones con fines muy similares. En varias ocasiones los motivos particulares que cada una de las fiestas conmemoraba fueron siendo confundidos, atribuyéndosele muchas veces a una fiesta las “las cargas simbólicas” de la otra. La dicotomía festiva característica de las décadas del veinte y treinta, generaba en Chile una serie de prejuicios económicos y simbólicos, lo que finalmente determinó la eliminación de una de las fiestas cívicas. La actitud del cabildo de Santiago de endeudarse para costear las fiestas fue reiterativa a través del tiempo, siendo sus principales prestamistas el gobierno y los mismos arrendatarios de los ramos municipales. Cada conmemoración festiva recordaba “augustos hechos” del proceso republicano. Sin embargo, es posible que, con el pasar de los años, esta claridad inicial haya comenzado a tornarse difusa, puesto que las fiestas cívicas presentaban estructuras y mecanismos muy similares unos con otros, como también buscaban conmemorar ideales muy parecidos. El dieciocho no solo era considerado un momento de renacer político, sino que además se le atribuía la idea de independencia política del imperio español, se ubicaba en una estación importante dentro de la vida santiaguina, era el mes en que, luego de un encierro de varios meses debido a lo crudo del invierno, las condiciones climáticas finalmente cedían y abrían paso a los encantos del renacimiento de la naturaleza. El 18 calzaba mejor con la imagen de una nación gobernada bajo el imperio de las leyes, del orden y la tranquilidad. Se puede aventurar que la idea de que la opción por mantener al 18 de septiembre como fiesta nacional en desmedro del 12 de febrero respondiese a una estrategia política del gobierno de otorgarle más años de existencia independiente a la nación chilena, buscando con este acto un respaldo en sus relaciones con el mundo europeo y norteamericano, esto es relevante debido que confería a dicha “comunidad imaginada” una imagen de civilización y experiencia, Las autoridades fueron capaces de percibir el poder que conformaba el “bajo pueblo” y lo necesario que era para la consolidación nacional, reclutar las pasiones y sentimientos del mundo popular. En suma lo que se planteó como una celebración de carácter “oficial” progresivamente fue absorbiendo ciertos elementos aportados por el pueblo a través del tiempo. Dentro de los medios con que contaba el gobierno en su afán por difundir el “carácter chileno”, la fiesta se presentaba como uno tremendamente eficaz, pues no solo podía propiciar una oportunidad real para vivir los principios de la chilenidad sino que además reunía en su interior otras herramientas que potenciaban su capacidad persuasiva. En efecto las fiestas cívicas otorgaban un espacio en donde podían converger, de forma simultánea, los alcances que cada uno de los instrumentos. Por ende mediante la fiesta, el movimiento patriótico adquiría una fuerza considerable, dada la sumatoria de cada uno de los efectos producidos por las diversas herramientas. Se puede afirmar entonces, que las fiestas cívicas republicanas cumplieron dos funciones durante la época estudiada. Por una parte fueron vehículos transmisores creados con el fin de difundir el sentimiento patriótico y nacional que se anhelaba plasmar en la sociedad. Por otra parte fueron pensadas como herramientas legitimadoras, capaces de generar adhesión popular hacia el sistema político elegido tras las guerras de independencia. Frente a la necesidad del grupo dirigente de construir sentimientos de pertenencia hacia la nueva comunidad imaginada, dichas festividades se transformaron en espacios privilegiados para transmitir y legitimar los ideales nacionales que los sucesivos gobiernos desearon inculcar en la población. La autoridad se vio en la necesidad de desplegar una serie de mecanismos lo suficientemente atractivos, que invitasen a la población a participar del nuevo proyecto comunitario. Los recursos articulados entre sí, debían generar un impacto visual y emotivo que invitase al ciudadano común a sentirse parte fundamental de la identidad nacional que comenzaba a forjarse en tierras chilenas. De ahí que los esfuerzos tendiesen, mientras durase la fiesta, a transformar el espacio en el cual cotidianamente hombre y mujeres se desenvolvían.