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Núñez A., Lautaro, 1996. “Movilidad Caravánica en el Área Centro Sur Andina. Reflexiones y Expectativas.”
En La Integración Surandina Cinco Siglos Después, 43-61. Cuzco: Centro de Estudios Regionales Andinos
“Bartolomé de las Casas”.

04-009-228 - América I (Presta) - 20 copias

Movilidad Caravánica en
el área centro sur andina:
Reflexiones y expectativas


Lautaro Núñez Atencio
Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo
Universidad Católica del Norte
San Pedro de Atacama-Chile

En uno de los primeros manuscritos que guardamos sobre tráfico pre-


histórico andino escrito en 1974, señalábamos que era necesario intentar: ''un
esquema de reconstrucción dinámico, capaz de reproducir las complejas si-
tuaciones de movilidad humana, más allá del estático criterio arqueocentrista.
Hombres que neutralizan espacios. Hombres que perciben la residencia a través
del desplazamiento. Hombres andinos en movimiento para subsistir y exceder,
que se especializan en el tráfico con recuas de llamas y transforrnan la ecología.
Aparejan lo de arriba con lo de abajo( ... ) Contactan el altiplano con el Pacífico.
La puna con los valles serranos, gentes con gentes'' (Núñez, 1974).
En un estudio posterior (1976) las evidencias circunscritas a variables
del arte rupestre, rutas y movimiento de bienes del norte de Chile, llamaron
la atención sobre el cómo se expandió entre montañas, valles y costa vecinas,
bajo una región árida dominante, un tráfico de productos diferenciados de
data preincaica. Las vinculaciones caravánicas entre excedentes, asenta-
mientos, rutas, especialización en tráfico de corta y larga distancia, crecimiento
demográfico y señoríos prestigiosos se comienzan a detectar más nítidamente,
cerca de veinte años después de las primeras propuestas.

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LAUTARO Nú~EZ A.

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1909 · "ElcomercioprecolombinoenChileyotrospaísesdeAmérica",Anales
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Nuñez, L. y T. Dillehay '
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Polanyi, K. •

1976 "La economía como actividad institucionalizada", en Comercio y mer-


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Tomoeda,H.
1973 "La llama es mi chacra: un mundo metafórico del pastor andino",
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Santoro, C.
1980 ''Estudio de un yacimiento funerario arqueológico del extremo norte
de Chile, 1,300 d. C." Memoria de Título, Universidad del Norte,
Antofagasta, Chile.

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LAUTARO Nú¡qe.z A.

. En un ensayo más reciente (Núñez y Dillehay 1979) hemos detallado


con mayores variables las relaciones de tráfico entre tierras altas y bajas,
configurando un corpus de sugerencias que otros autores han desarrollado
aun con mayores expectativas (verbigracia: Taller de Tilcara, Argentina).
En general, nuestras hipótesis no han intentado segregar de la historia
andina los episodios de interacción socioeconómica como una ''esfera'', un
''s11bsi<:terna'', o i1n ''modelo'' de análisis., Simplemente hemos deseado ver
más de cerca las redes de tráfico de complementación insertas en el proceso
histórico andino del centro-sur. Visto así el tráfico de bienes, como un com-
ponente de la historia de los pueblos andinos, sólo hemos detectado aquellos
episodios regionales, que configuran segmentos de un ''mundo de
interacciones'', parcialmente conocido. Como conocemos los datos arqueo-
lógicos en un territorio de los Andes, podemos establecer diferencias y se-
mejanzas regionales con mayor confiabilidad, pero no nos sentimos autori-
zados para extrapolar nuestras observaciones. En este sentido el principio
giratorio de interacción que a continuación se explicitará es una noción re-
cobrada y tal vez cargada del espíritu andino a raíz de mi visión regional
''afectada'' por los viajes caravánicos del pasado y presente. Sería esta una
desviación a lo más emocional.
Sin embargo, la unidad de la sociedad andina a partir de su diversidad,
y su notable capacidad para procesar internamente bienes y valores de los
pisos de costa, valles, altiplano y oriente, tiende a documentarse mejor con
nuevas tácticas arqueológicas actualmente en curso orientadas a explicitar la
naturaleza de estas conexiones.
El flujo de tráfico centro-sur proporcionó mayor coherencia e identidad
interna a la sociedad andina, adhiriendo distintos componentes socioculturales,
económicos e ideológicos, no advirtiéndose situaciones dicotómicas entre
asentamientos fijos y móviles, entre aldeas altas y bajas, entre pisos ecológicos.
En reversa, notarnos una orientación integradora que se incrementa a lo largo
de distintas modalidades a través de la secuencia prehistórica, no como me-
canismos rígidos de dominio. Se trata más bien de actos motu proprio de
complementariedad de recursos compatibles con los pe1111anentes ideales
andinos de girar entre distintos y distantes ejes de la red de interacción
caravanera, configurando episodios voluntarios que merecen un tratamiento
arqueológico más adecuado, sobre el cual han surgido análisis estimulantes a
partir de esta visión (Lynch 1981) y de varios jóvenes investigadores de Perú,
Argentina y Chile, vinculando patrones de tráfico caravanero con arte rupestre
y asentamientos específicos.
El proceso de complementariedad de recursos entre las tierras altas y
la ~·ertiente occidental, a lo largo de la secuencia de episodios en el área
centro-surandina, se llevó a cabo de diversas maneras: apropiación
trashurnántica de recursos, emigración, factoría, trueque, colonias y territorios
¿trucos con recursos integrados en el sentido de Harris (1983).

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MoVUJDAD CARAVÁNICA

En este proceso hemos detectado una constante, esto es el desplaza-


miento de grupos que giran a lo largo de la diversidad ecológica tras la
obtención de bienes complementarios. En este contexto el rol del movimiento
giratorio caravánico fue relevante, a través de asentamientos-ejes desde las
tierras altas a los valles inter111edios y costeños. El factor clave es que la
dirección y distancia del movimiento desde estos ejes fijos depende de la
compulsión o restricción del mantenimiento de caravanas, de los espacios
insulares vacantes y de la disposición de productos trasladados a través del
paisaje natural y social.
Para que el movimiento giratorio entre poblaciones complejas pueda
mantener su medio rotante en equilibrio, éste debe ser balanceado por los
~fijos o asentamientos relativamente homogéneos en términos de ''captura
de tráfico'' (trueque), incluyendo por cierto la delimitación de recursos dis-
ponibles para su explotación directa (colonias) y sus combinaciones posibles
al margen de transacciones comerciales ortodoxas.
Los asentamientos sedentarios vinculados al acceso de grupos
caravaneros pueden responder de distintas maneras: a) proporcionar suelos
o recursos locales, b) abastecer a los grupos caravaneros y recibir productos
foráneos, estableciéndose redes locales de redistribución, c) fortalecer vínculos
de mutuo beneficio para la continuación del movimiento a través de su
espacio étnico con contactos de larga distancia.
Dadas estas condiciones, los asentamientos-ejes semi-sedentarios y se-
dentarios son polos de estabilidad, los cuales definen sus puntos ter1ninales y
la dirección del movimiento giratorio caravánico. Esto implica un mesurado
desarrollo de altas jerarquías sociopolíticas entre estos asentamientos-ejes. Sin
embargo, este puede diferir en tamaño y complejidad de acuerdo a la capacidad
de transporte de las caravanas, de las diferentes densidades de población en
cada eje, de los niveles de a1·1nonía y escala de los beneficios mutuos.
El conjunto de ecosistemas diferenciados de los Andes centro-sur es-
timularon múltiples circuitos de movimientos giratorios con fuerzas inter-
nas que generaron otros desplazamientos a través de la extensión gradual
de rutas que trasladaban bienes e ideologías. De esta manera cada conexión
que contactaba dos o más asentamientos era sólo un segmento de un conjunto
de conexiones que integraban a su vez a diversos grupos culturales y étnicos,
con más o menos complejidad aldeana. Cada asentamiento incorporado, sea
cual sea su localización es un eje con su propio movimiento productivo
interno que entra en contacto con un sistema mayor hacia donde vierte sus
excedentes y se conecta con el universo total, absorbiendo técnicas, alimentos,
ideologías, etc., sin constituir en sí mismo un centro autárquico de plena
autosuficiencia.
Así, diversas etnias con producciones y culturas diferentes conectaban
sus excedentes y valores a través de movimientos de interacción social,
cultural, económica y litúrgica. Esta movilidad integró a diversas poblacio-
nes dispersas en los Andes del centro-sur, pero a su vez rechazó el modelo

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LAUTARO Nút\IEZ A. •

de desarrollo urbano, por la intensificación de relaciones interétnicas en ar-


monía social, con un desarrollo más equilibrado y logros más efectivos en
tértninos de mayor distribución demográfica, manejo más extensivo de es-
pacio y acceso más igualitario a los bienes en movimiento.
El patrón giratorio se compone de movimientos caravánicos entre
asentamientos-ejes, cuyas ideas matrices emergieron a través de los múltiples
circuitos precerámicos o arcaicos, entre diversos pisos contrastados del área
centro-surandina. Ya en este estadio se fijaron los puntos de mayor prestigio
para el posterior desarrollo más especializado del tráfico interpisos. De zonas
globales de atracción para los grupos de cazadores-recolectores se transitó
hacia la localización de asentamientos-ejes incipientes, en la medida que
ocurre la expansión de los primeros loci de vida sedentaria. Sólo cuando se
definieron los asentamientos-ejes, con un carácter más permanente, entre
diversos núcleos de producciones diferenciadas, el principio giratorio comenzó
a demostrar eficiencia gradual y progresiva, a través de distintas modalida-
des de acceso a recursos que variaron en tiempo y cultura.
Estos desplazamientos se han definido a través de diversas etapas,
constituyendo un medio eficiente para estimular, inicialmente a larga dis-
tancia, a diversos modos de interacción y cambios económico-culturales, cuya
máxima expresión alcanza el clímax Tiahuanaco. Posteriormente el proceso
de emergencia de múltiples reinos y señoríos periféricos estrechó el espacio
de estos desplazamientos, dentro de un contexto de diversificación cultural
y política, incrementándose el cruzamiento de bienes complementarios en
una escala variable, pero no centralizada en té1111inos urbanísticos.
Hemos establecido que en los Andes del centro-sur hay distintos modos
básicos y dominantes de acceso a bienes complementarios: emigraciones,
''
colonias, factorías, trueque e integración de territorios, manifestados a lo
largo de las rutas trans-caravánicas en el perfil tierras altas-costa. La combi-
nación de estos modos y el dominio de uno sobre los otros no sólo reper-
cutieron eficientemente en los valles altos y el altiplano-puna, sino que además
articuló espacios distantes entre el litoral y las selvas orientales. Estos patro-
nes basados en el tráfico de caravanas encadenaron un mosaico de zqnas
ecológicas complementarias configurando una verdadera unidad integrada
por diversas formas de producción. Aun más, la movilidad integradora
caravánica per1nitió la mayor complejidad sociocultural que se haya conectado
en el medio de vida agrario-sedentario, otorgando nuevas expectativas de
desarrollo a las tierras bajas y altas respectivamente.
Se ha planteado que la movilidad socioeconómica es el tema dominante
de la adaptación agroganadera-caravanera. Sin embargo, estos grupos estaban
fuertemente vinculados con los asentamientos agrarios en donde se proveían
de dieta, suelos y recursos adicionales, actuando como puntos de destino de
los ejes del movimiento caravánico. Estos articulaban su movilidad con los
, segmentos sedentarios dispuestos como una red de asentamientos-ejes, hacia
los cuales establecían tradicionalmente sus circuitos.

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MoVIUDAD CARAV ANicA

Dentro de la perspectiva de los alteños, el stock de camélidos radicó en


donde se situaron los mejores espacios de forraje y agua. De esta manera
crearon inicialmente una movilidad interna de naturaleza trashumante, des-
nnada a optimizar la provisión de estos recursos en las tierras altas. El manejo
;:'05terior de caravanas funcionó en relación directa con el acceso a la ganadería
de llamas, de modo que el potencial del tráfico es proporcional al mayor o
menor desarrollo ganadero, redistribuyéndose este potencial en zonas
deficitarias a base de conexiones en el mismo espacio altiplánico.
Es probable que las actividades agroganaderas-caravaneras se inicia-
ran antes del desarrollo de las poblaciones agrarias en las tierras bajas
· \Vheeler et al. 1977, Núñez 1982). De modo que ciertas aldeas agrarias tem-
pranas pudieron levantarse bajo el estímulo de las necesidades de producir
alimentos agrarios y mantener relaciones primarias de complementariedad
con comunidades de alteños. Tardíamente, cuando la adaptación creciente
del patrón caravanero se amplió, la agricultura pudo acelerarse en diversos
enclaves periféricos a las tierras altas, con el objeto secundario de ''capturar''
circuitos de caravanas, tendientes a estabilizar la expansión del tráfico de
trueque y colonización a niveles locales y/ o regionales.
La localización de grandes concentraciones fijas de poblaciones agra-
rias en pisos medios y bajos, sustentó la extensión regulada del tráfico
interregional. De esta manera, el déficit de agricultura de los territorios de
puna-altiplano era opuestamente balanceado por el desarrollo creciente de la
economía marítima y agraria de la vertiente occidental, hacia donde se ex-
tendía más eficientemente el movimiento giratorio, compensándose así un
balanceado perfil de interacción.
En consecuencia, los asentamientos agrarios, sustancialmente conside-
rados como asentamientos-ejes, no sólo establecen su desarrollo en función
de sus necesidades locales, sino que definen su comportamiento en calidad
de: 1. mediadores geográficos del paso trans-caravánico, 2. como enclaves de
rutas, 3. depositarios de excedentes transportables y 4. dadores de espacios
insulares para el establecimiento de conexiones interregionales. Esta com-
binación de intereses puede explicar la convergencia de diversos bienes
productivos y culturales, provenientes de diversas regiones, sin alterar el
régimen sociopolítico y cultural local. Estos asentamientos-ejes bajos y altos
actúan como puntos geográficos de sincronización de los movimientos
interpisos en una trama interregional y no reflejan una centralización
, .
econom1ca per se.
Si un asentamiento se mueve hacia una dirección jerárquica local y
centralizada, al margen de las interconexiones de la macro-red de interacción,
puede extralimitarse, marginarse y quedar fuera de circuito. De ser así, al-
gunas aldeas pudieron perder parte de su rol prestigioso durante el tráfico
interregional tardío, reflejando un corto tiempo de desarrollo amparado en
el estatus y poder que otorga el manejo de excedentes económicos en una
amplia esfera de tráfico debidamente controlada. Cada asentamiento fijo

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LAulARO NC~EZ A.

debe consecuentemente evaluarse a la luz de su participación mayor o menor


en los diversos segmentos de las rutas dinámicas de complementación de
recursos.
La conjetura de que el régimen sociopolítico de la sociedad ''giratoria''
del centro-surandino requiere necesariamente de estructuras geográficamente
separadas y demográficamente poco densas, parece ser correcta. Para este
efecto los segmentos móviles de cada comunidad funcionan a través del
apoyo de por lo menos dos asentamientos-ejes, cuyos extremos o inter11le-
dios contactan a un conjunto de múltiples pisos ecológicos de apoyo. Dadas
estas condiciones, podríamos señalar que diversos asentamientos ''acompa-
ñantes'' constituyen un verdadero patrón de subsistencia giratorio basado en
la integración de recursos complementarios. Esto explicaría el registro de
numerosos sitios que evidencian rasgos ''alteños'' y ''costeños'' y aun patrones
co-residenciales, como resultado del movimiento giratorio establecido por
rutas tradicionales, otorgando un alto nivel de ar111onía, estabilidad e inte-
gración a lo largo del transecto, a pesar de las diferencias morfológicas y
culturales de los asentamientos.
La especialización de ''arriba'' y ''abajo'' no se orientó a satisfacer la
entrega y/ o producción directa de bienes diversificados, en el orden de
reforzar diferentes accesos a la jerarquización de grupos. Más bien por el
contrario, la diversificación productiva pudo primariamente actuar como
estímulo para definir geográficamente el tráfico, en términos de armonía,
para acentuar acceso mutuo a recursos complementarios. Es decir, no se
trató de sobredimensionar la concentración de poder político en deterrninados
segmentos del equilibrado movimiento interregional. De este modo, la di-
versidad productiva tendió a la búsqueda de una pax interétnica, vinculada
con la sustentación del patrón caravanero, eliminando conflictos territoriales
y debilitando el desmesurado desarrollo de autoridades centralizadas.
Estas conexiones giratorias implicaron un trazado de rutas fijas que
integraban a diversos asentamientos en el transecto, con ascensos y descensos
entre dos o más asentamientos ejes, ya sea a lo largo de un ambiente alto
homogéneo o por las pendientes occidentales y orientales que descienden
tanto a la costa como a los valles y selva del oriente. Otro factor clave se
vincula con la logística de las rutas y la capacidad de transporte de los
grupos en movimiento. Esta dependía de las limitaciones del tamaño de la
recua, del potencial de las transacciones, de la capacidad de explotación
vertical y de la adecuada infiltración social a lo largo de ejes más o menos
complejos, colocados en distintos enclaves aislados del inhóspito paisaje
natural de los Andes centro-sur.
Dentro del medio de vida articulado por el principio giratorio avan-
zado (1000-1450 d.C.), parece que ninguna sub-área fue más dominante que
otra, ni tampoco hubo persistencia temporal de altas jerarquías sociopolíticas.
En consecuencia, los niveles adecuados de ar·monía y cohesión social se
' mantuvieron por la sincronización del movimiento caravanero entre múlti-

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MüVJUDAD CARAVÁNICA

ples zonas conectadas. Así, la adecuación del régimen archipelágico, asocia-


da a factorías e integración de territorios, fue un rasgo dominante en tér111inos
de desplazamientos de grupos. Los ideales de armonía y cohesión del patrón
caravanero fueron debidamente concertados para optimizar la eficiencia del
traslado de bienes, proporcionando estabilidad a las organizaciones internas
y aumento del tráfico interpisos. Esto mantuvo un activo desarrollo de los
diversos asentamientos-ejes que per1nitían el normal funcionamiento de los
movimientos caravánicos fijados entre las tierras altas, valles y costas. (
En términos generales, toda sociedad aspira a encontrar en su natu-
raleza todos los recursos posibles (Hopkins 1976). Sólo bajo situaciones ideales
esto puede ser válido. La tendencia es que se establezcan vías pacíficas para
proveerse de bienes no locales, con beneficios bilaterales y con cierta regu-
laridad, de manera que la idea de botín tienda gradualmente a quedar ex-
cluida. En este sentido se tiende a aceptar que toda conexión de tráfico se
adjudica a los principios de comercio ortodoxo (Polanyi 1976). Siendo así,
amplias extensiones de América donde no existió comercio dominante han
quedado excluidas de análisis. Por otra parte, si éste existió, no siempre
hubo libre cobertura para su ejercicio. Las autoridades andinas del centro-
sur se cuidaron de neutralizar alternativas de poder comercial a base del
enriquecimiento de linajes ''no oficiales''.
Ambas estrategias giratorias -colonias y transacción de trueque sin
mercado-, no sólo aceleraron las labores productivas, sino que ampliaron el
control de paisajes diversificados con mayores recursos y acentuaron la
conducción política de los señores étnicos. No en vano se ha señalado que
la mayoría de los Estados prístinos fueron gestados en parte por la
intensificación del acceso a recursos distantes. La acumulación de riqueza en
manos de comerciantes, independientes del linaje autoritario también apoyó
el surgimiento de Estados, pero esto fue coartado en los Andes sureños. Se
percibió el mercado como un aparato antagónico a los intereses de los señoríos.
En reversa,_el tráfico administrado caravanero dependiente de las cabeceras
étnicas favoreció la acumulación de riqueza de los propios linajes principales.
Precisamente, si se recuerda el listado de los Lupacas se aprueba que
la elite había acumulado riqueza a través del manejo local y extra-local (co-
lonias), controlando varias rutas más allá del altiplano. Engels (1971), al
describir a los mercaderes como clase que no se ocupa de la producción,
''sino únicamente al cambio de los productos'', notifica su gradual ascenso
y dominio sobre el aparato productivo, hasta lograr un poder político sobre
los estamentos que los sustentaron. Esta situación pasó a ser neutralizada
bajo las instituciones sociopolíticas andinas del centro-sur, donde el acceso
directo a recursos disminuyó el surgimiento de mercaderes. En reversa, en
la periferia norte, en el valle de Chincha, parece que el estamento de comer-
ciantes ya había creado una cobertura política notable, con mayor autonomía
de gestión económica, al margen del régimen.,
archipelágico .

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LAUTARO NOOEZ A.

Sin embargo, en sociedades insuficientemente estratificadas, bajo un


régimen de trueques sin colonizaciones, la noción de ''comercio'' pasa a ser
un instrumento efímero, con escasa gestión sociopolítica. Los cazadores-
recolectores pehuenches de la región piemontana de los Andes del sur de
Chile, al decir del cronista Gómez de Vidaurre (citado en Latcham 1909: 266)
eran: ''los más traficantes de todos los chilenos''. Es decir, movían bienes
desde los Andes al Pacífico y viceversa (verbigracia: sal, conchas marinas,
piñones, cueros de guanaco, pescado seco y flechas). Aunque efectivamente
haya sido el trueque su mayor fuente de desarrollo, tal categoría de ''co-
mercio'' no logró las expectativas económicas del modelo sofisticado de los
mercaderes chinchas. Precisamente la percepción de estos desarrollos histó-
ricos desiguales, con distintas estrategias de trueque, da cuenta de las di-
ferentes modalidades creadas por sociedades con estructuras sociales distintas.
Latcharn (1909: 283) alcanzó a intuir esta situación en una frase sencilla, pero
llena de resonancia: ''Que este espíritu comercial torna más incremento a
medida que progresan los pueblos y aumentan sus necesidades ...".
La experiencia de las poblaciones del centro-sur se situó a distancia de
los comerciantes del valle de Chincha y de los más meridionales corno el
caso extremo de los pehuenches.
Hay distintas categorías de sociedades no centralizadas, desde agru-
paciones no leales y hostiles (Benet 1976) a aquellas tendientes a configurar
\ confederaciones a base de decisiones pacíficas múltiples a nivel de alianzas
socioeconórnicas. En efecto, corno estos territorios andinos eran dernográ-
ficarnente no centralizados y políticamente segregados, los traslados para
transar u ocupar espacios directamente son viables y requieren de ciertos
tratos de neutralidad. Si es necesario crear un espacio dedicado al trueque,
este puede instaurarse en cualquier lugar propicio, donde se han acumulado
bienes suficientes y necesidades mutuas. Hay arreglos multiétnicos para
alcanzar etapas de paz prolongadas, sin necesidad de esperar períodos de
·treguas. Terminada la etapa de transacción, el lugar puede quedar inactivo
hasta un próximo encuentro, o una siguiente ocupación directa puede llegar
o volver al enclave-colonia.
Estas modalidades carentes de urbanismo y de mercados fijos, tienden
a crear relaciones giratorias a1·111ónicas e interdependientes, como lo es la
combinación de colonias y trueques. Se suman las ferias ''móviles'' o tran-
sitorias, soportadas también por las relaciones de reciprocidad a nivel de
grupo, bajo la conducción de líderes étnicos. Se trataría de contactos ocasio-
nales o de temporadas, con un carácter itinerante. Estas modalidades se
apoyan en la dispersión demográfica, obtención de bienes no locales y las
necesidades creadas por la variación de los ciclos productivos en el perfil
transversal del centro-sur. Esto explica la ausencia de intercambio comercial
y la presencia de trueque y colonias, como rasgos dominantes en relación
coherente con una sociedad altamente segmentada sin urbanismo, en reversa
a los Andes centrales. Las ferias móviles, encuentros en puertos o nudos de

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MOV!LlDAD CARAVÁNICA

tráfico (trueque) y la tradicional ocupación vertical en mayor o menor escala,


pudieron ser aplicados por una misma población. Esto es de acuerdo a las
diversas condiciones internas y externas existentes en la alta diversidad
sociopolítica de reinos y señoríos al margen de la centralización urbana por
una parte y al nivel de mayor o menor complejidad sociopolítica de la
población receptora del tráfico caravanero.
En el área centro-sur andina no existen tardíamente casos locales de
sociedades expansivas o urbanizadas en gran escala (comercio de intercam-
bio), pero sí una vasta movilidad, particular111ente entre grupos que habitaban
' en las tierras altas y moderadas, con los oasis y valles del desierto incluyendo
los hábitat costeros. Estos movimientos representan complejas operaciones
(colonia-trueque y territorios étnicos integrados) que no pueden simplificarse
como meros contactos ''comerciales'' con intercambios dominantes entre dos
o más diferentes zonas ecológicas, dete1111inadas y dirigidas por un locus
citadino. Fue más bien un movimiento interpisos de diversos bienes que
favoreció la ubicación de múltiples asentamientos conectados por movi-
mientos giratorios de interacción, queriendo decir con esto que el momento
de armonía social y cambio del desarrollo económico fue regulado por la
dirección e intensidad del tráfico interregional, con desplazamientos
caravánicos que retornan a sus cabeceras étnicas. En consecuencia, el tráfico
se percibe como un medio de acelerar el desarrollo de las elites, estabilizando
e incrementando el potencial excedentario y un mayor acceso a recursos
complementarios, dentro y fuera de cada territorio étnico. En este sentido la
diversidad ecológica estimuló altos niveles de complementación interregional,
estableciendo diversos patrones de tráfico e integración te1·1·itorial de acuerdo
a las condiciones sociopolíticas de cada etnia.
Estas modalidades no urbanas de interacción económica han sido in-
suficientemente estudiadas en los Andes, en especial en el área centro-sur,
donde el déficit de urbanismo va asociado a una densa red de movimientos
caravánicos interregionales, cuya naturaleza deseamos discutir a continua-
. ,
c1on.
En el área centro-surandina al tiempo del contacto histórico se pueden
constatar dos situaciones sociopolíticas interactuantes: a. La existencia de los
así llamados reinos post-Tiahuanaco (Lumbreras 1974) con estructuras polí-
ticas a nivel de Estado primario sin urbanismo sofisticado, tal como lo
ejemplifica la etnia lupaca, u otras dispuestas en territorios con igual acopio
de recursos naturales (verbigracia: puna nor111al); b. La formación de flore-
cientes señoríos regionales y/ o Estados embrionarios, dispuestos en la ver-
tiente occidental (Hidalgo 1981). Estos se fundamentan en sistemas de pa-
rentesco local y ejercicio de un dominio intervalles de precordillera al mar
a través de comunidades económicamente bien estructuradas sobre otras
aisladas y demográficamente más débiles, con mayores necesidades de pro-
tección y anexión a los sistemas de circulación de bienes y servicios
reciprocados. Los señoríos de las sub-áreas valle occidentales y circunpuneña,

V
51
'

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LAUTARO Nú~EZ A.

. habrían configurado un régimen de Estados prístinos o muy incipientes, en


donde el caso de los valles ariqueños parece ser el más elocuente. En efecto,
aquí después de un largo proceso de labor agropesquera (Santoro 1980, Muñoz
1981), ya por el tiempo de contacto Tiahuanaco, hay evidencias del
surgimiento de clases por interacción económica multirregional, aldeas
complejas (verbigracia: San Lorenzo) y producción de excedentes, que hablan
·, a favor del establecimiento de linajes autoritarios antes del período de De-
sarrollo Regional (100-1450 d.C.). La evidencia arqueológica y antropológica
física sostiene esta hipótesis, en el sentido que ya a partir de la fase Cabuza
(380-800 d.C.) hay por lo menos cerca de 20 individuos enterrados con ajuares
de status, con una constitución física sana (fuera de lo normal), que represen-
tan su distinción de clase a través de los lóbulos de las orejas, donde se han
introducido gruesos adornos como envoltorios. Estos suelen ocultar frag-
mentos de plumas de parina (''orejones''), y sin lugar a dudas sugieren que
antes de la fase regional San Miguel, había señores locales suficientemente
jerarquizados (Allison s/ O. Durante el período de Desarrollo Regional las
cabeceras sociopolíticas de la llamada ''Cultura Arica'' se habían emplazado
eventualmente en alguna de las aldeas tardías del tramo bajo del valle de
Azapa. Desde estos núcleos se activó la circulación de bienes, como la cerámica
San Miguel (1000 d.C.) por los territorios típicos de valles costeños, incluyendo
algunos enclaves serranos, a través de instalaciones defensivas de altura
(Dauelsberg, comunicación personal; Santoro y Chacama 1982). Este patrón
de distribución abarcaba con seguridad tres unidades ecológicas básicas:
valles serranos, costeños y litoral, con el objetivo de integrar internamente
recursos diferenciados, bajo un aparato administrativo incipiente que man-
tenía una amplia esfera de interacción económica, sin necesidad de centra-
lización urbana. Así, estos territorios bajos del área centro-surandina, como
el tarapaqueño y ariqueño, no configuraron desarrollos estatales más
expansivos comparables con aquellos del área andina septentrional y central.
Más bien mantenían fronteras blandas en las tierras altas, en donde
interdigitaban asentamientos caravaneros multiétnicos cuyas recuas y ex-
cedentes se infiltraban hasta las poblaciones del litoral.
Los datos arqueológicos de los Andes centro-sur revelan que las prác-
ticas trashumánticas de caza-recolección estacional de larga distancia en el
perfil Andes-costa, durante el período arcaico (domesticación y especializa-
ción de camélidos), gradualmente se transfor·r11aron en circuitos de carava-
nas. Estos movimientos fueron más frecuentes y más cortos entre
asentamientos, en la medida en que gradualmente surgían nuevos brotes
aldeanos a lo largo de valles y oasis integrados al circuito durante los perío-
dos posteriores. Acompañando este temprano esparcimiento geográfico y
económico, se detecta la aparición de asentamientos-ejes, con excedentes
basados en actividades marítimas y agrarias hacia donde se consolidan las
rutas caravánicas descendientes desde las tierras altas. Este proceso define
una red aldeana eficiente donde los agroganaderos-caravaneros y

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MovnJDAD CARAV ÁNICA

a:.entamientos agrarios de valles no fueron dominados por alguna cobertura


urbana tardía.
Puede señalarse que durante el último milenio, múltiples asentamientos
del área del centro-sur estaban involucrados en una amplia red giroscópica de
interacción caravánica, continuamente cambiante, entre comunidades-ejes y
satélites, incorporando nuevos territorios productivos cada vez más distan-
tes. Para estos fines no era necesario que proliferara un estilo de vida urbano.
Tampoco se requería de una extensa red comercial o de sistemas autoritarios
muy centralizados y expansivos. Esto es, porque la demanda de movilidad
económica y social era más adecuada para integrar en armonía y cohesión
socioeconómica a distintas comunidades que percibían su desarrollo a través
de una visión andina del control ''cruzado'' de recursos complementarios.
Se podría argumentar que la aparición de los asentamientos agrarios
ínterdependientes y su productividad excedentaria fueron también estimu-
ladas por estos grupos de alteños. Inicialmente estos agriculturizan los valles
incultos e inician las relaciones de interacción entre las aldeas fijas junto al
Pacífico y sus cabeceras agroganaderas establecidas en las tierras altas. Pero
más tardíamente los asentamientos de valles se transfor111aron gradualmente
en zonas semiautónomas que se mostraban como puntos geográficos fijos de
referencia económica y social para las comunidades agroganaderas. Algunos
de estos asentamientos-ejes fueron más prominentes (señoríos regionales de
Arica y Tarapacá) ubicados en espacios ecológicamente eficientes, asociados
a densas poblaciones sedentarias y rutas de interacción. De manera que los
más densos asentamientos aldeanos (agromarítimos), periféricos al altiplano,
se desarrollaron bajo las necesidades de establecer conexiones interregionales,
básicamente como el resultado de combinaciones de intereses que incluían
a las poblaciones del transecto in toto.
En este sentido se sugiere que el movimiento giratorio se amplió con-
siderablemente con la emergencia y desarrollo ''expansivo'' de Tiahuanaco,
a la vertiente occidental. Este punto fue considerado como un asentamiento-
eje a gran escala, ubicado céntricamente en un espacio donde el pastoreo
altamente diversificado, el tráfico de caravanas y una adecuada base agraria
de apoyo, contribuyeron a su crecimiento. Se postula que la autoridad cen-
tralizada en Tiahuanaco no ejerció control sociopolítico sobre las sub-áreas
vecinas del centro-sur. Era más bien un gran asentamiento-eje que estaba
''centralizado'' por múltiples rutas de caravanas convergentes, que tenían
necesidad logística de sincronización de sus crecientes actividades de pastoreo,
agricultura, movimiento de artesanías, materias primas y bienes de status,
en un contexto de productividad excedentaria y especializada. Provenían de
asentamientos distantes que aceptaban un centro común de interacción, en
té111tlnos de satisfacer encuentros multiétnicos en el marco de logros de bienes
bajo necesidades litúrgicas comunes fijadas en Tiahuanaco.
Las similitudes del estilo Tiahuanaco en los bienes de status y culto
desplazados interregionalmente, tales como cerántlca, textiles, tabletas de

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LAUTARO Nú~ A.

alucinógenos, etc., representan altos niveles de lealtad socioeconómica y


litúrgica entre las regiones sureñas y el punto de convergencia en Tiahuanaco.
No se advierte esto como un estilo estatal de un arte institucionalizado,
emanado de una organización autoritaria con imposición socioeconómica
desde este centro ceremonial.
Entonces, insistimos en que uno de los factores claves que impidieron
el mantenimiento de un sistema socioeconómico centralizado en las sub-
áreas referidas fue la constante movilidad giratoria inherente a un estilo
disperso de vida. Aquí el rol de las caravanas como agentes de comunica-
ción, integración y complementariedad deseada, marchaba acorde a la na-
turaleza del poblamiento segmentado y disperso en una amplia extensión
con recursos localizados entre cubiertas áridas. Así, cada comunidad man-
tiene sus grupos móviles para aplicar distintas estrategias de acceso a bienes
extra-locales. Ya que los asentamientos agrícolas en los Andes centro-sur
fueron comparativamente pequeños y más dispersos geográficamente, en
comparación con aquellos de los Andes centrales, los intentos de centralización
habrían presentado además ciertos problemas logísticos obvios (Núñez y
Dillehay 1979).
Los asentamientos-ejes mayores dispuestos en el transecto, pudieron
mantenerse equilibrados en la medida c11 que buscaban armónicamente re-
laciones de interacción con numerosos asentamientos-ejes más pequeños de
sus contornos. Estos colectivamente igualaban o sobrepasaban ''la carga
transportable'' y la actividad del asentamiento mayor. En conclusión, lo que
hacía funcionar la red caravánica era el acceso de grupos étnicamente
diversificados, en un mosaico ecológico, dentro de operaciones giratorias
ar1nónicas de colonización y trueque, dentro y fuera de los ter1·itorios étnicos
integrados. Así, se proveían de diferentes bienes y servicios desde diferentes
zonas ecológicas a través del paisaje andino percibido como un todo, al cual
se accede de acuerdo a la información existente sobre suelos disponibles,
tiempos de cosecha, minas, etc. Estos ascensos y descensos de grupos en la
pendiente andina que bajan al Pacífico constituyeron un ritmo giratorio tí-
pico. Hemos observado, en este sentido, que existió una relación giratoria
complementaria y armónica entre los segmentos sedentarios y móviles de
gran parte de las poblaciones de los Andes centro-sur. Tal situación se
tipifica por la falta de una jerarquización sociopolítica dominante y descen-
tralización de la redistribución de bienes económicos como ocurrió en los
centros urbanos efectivamente jerarquizados localizados en los territorios
más norteños.
El modelo de ''verticalidad'' de Murra (1972) es uno de los temas más
dominantes de la antropología andina, porque refleja una de las formas más
efectivas para establecer conexiones de complementariedad entre las tierras
altas y los valles bajos periféricos (incluye la costa). Es decir, este modelo se
compatibiliza con nuestras propuestas en el sentido que verticalidad es una
respuesta específica, entre otras, de desarrollo creciente, que forma parte de

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MoVILIDAO CARAv ÁNICA

una de las modalidades más dominantes en el largo proceso de opciones de


complementariedad interpisos.
Los sugestivos ensayos de Browman (1980) obviamente que se insertan
en el contexto del tráfico de complementariedad en los Andes centro-sur.
Sin embargo, su tendencia a desconocer el rol dominante de verticalidad, su
percepción ''urbanista'' y ''comercial'' de los Andes in toto; además de la
integración del fenómeno Tiahuanaco en este contexto, hacen que sus pro-
puestas tengan probablemente mayor validez en el ámbito altiplánico nuclear,
donde registró sus datos de campo. Posteriorn1ente al iniciar la búsqueda de
compatibilización del modelo ''altiplano'', concebido para explicar situaciones
netamente nucleares, esta vez hacia las regiones periféricas, los resultados
explicativos no han sido suficientes.
Por otro lado, la distribución demográfica parece ser distinta según sea
la modalidad observada de acceso a recursos, en términos de las cuotas desti-
nadas al flujo de gentes. En el modelo de verticalidad, basta un pequeño por-
centaje de la población transferida a la ínsulas coloniales, mientras que la mayor
parte de la población vivía en asentamientos complejos, en los ámbitos más
estimulantes (verbigracia: sub-área circuntiticaca). Por otro lado, en el resto de
las sub-áreas pudo combinarse el régimen colonial con operaciones de trueque,
a través del traslado de grupos menores, paralelo al desplazamiento de factorías
que implicaron a densas poblaciones trasplantadas. Esta discusión es de suma
importancia para comprender los tamaños de los grupos integrados al tráfico
con el fin de calibrar las urgentes indagaciones arqueológicas que deberán
contrastar las propuestas evaluadas aquí, con mayor nivel de detalles implícitos,
a través de excavaciones en paskanas tal como hoy lo hacemos junto a los
geoglifos con el colega Luis Briones de la Universidad de Tarapacá.
Por otra parte, no hemos logrado explicitar ciertos fenómenos anóma-
los en la mayor o menor activación económica de ciertos segmentos de las
sub-áreas, como pudo ser la regresión (o reversión) de más de algún
asentamiento-eje en deter111inadas regiones, en ciertos períodos, que podrían
reflejarse en tipos de asentamientos colapsados, crisis de hábitat, desplaza-
mientos de rutas, etc. Otro tema merecedor de mayor atención, lo constituyen
las relaciones recíprocas y obvias entre el crecimiento de las caravanas y la
especialización durante el clímax de la movilidad giratoria. Una ilustración
de este reforzamiento mutuo podría verse entre la creciente distancia que
cubría las caravanas y la diversidad de los recursos recuperados desde los
hábitats incorporados en la red de interacción. La especialización productiva
sería un incentivo para alentar la expansión de las rutas de interacción a
nuevas regiones sociales o naturales. Debemos saber más cómo la sociedad
del centro-sur, a través del tráfico de larga distancia y sus rutas giratorias
logra conocer hasta los mínimos microclimas ocultos en un medio desconocido
hasta ahora. Allí donde los arqueólogos no han llegado están las paskanas,
sus rutas, recintos residenciales, los retazos de cultivos, los testimonios de
ocupación de recolecciones oportunas, etc.

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LAUTARO NúJiffiZ A.

En nuestras hipótesis nos hemos apoyado casi enteramente en


indicadores gruesos: rutas, asentamientos, ideología rupestre, cierta cultura
material, etc. Pero es obvio que este tipo de evidencia por sí sola es insu-
ficiente. Se necesita más investigación en el examen de los patrones de
asentamientos derivados de tráfico interregional; de los productos derivados
y movilizados, tales como textiles, metales, lana sin elaborar, etc., como
también en la cerámica misma, para evidenciar rasgos estilísticos y estruc-
turales peculiares en el contexto de complementariedad y los desplazamientos
implicados (contrastación de laboratorio), conciliando la inforn1ación selec-
tiva de origen funerario con aquella más plural proveniente de los depósitos
residenciales.
En conclusión, una de las debilidades tradicionales de la arqueología
andina ha sido su sobrevaloración de la dirección casi obligada entre
sedentarismo y urbanismo. Cerca de 10.000 años de actividades humanas al
sur de la cuenca del Titicaca no culminaron con un clímax urbano. Más bien
se crearon las condiciones favorables para el surgimiento de un patrón al-
deano más o menos sofisticado, con asentamientos dispersos y aislados en
una trama ecológica variable que estimuló una amplia red de tráfico de
interacción de recursos complementarios en relativa armonía interétnica.
Esta orientación inhibió el surgimiento de centralización urbana por
un flujo macrorregional de bienes, en donde los segmentos móviles de la
población lograron un rol relevante, tras la búsqueda de una complemen-
tariedad ''deseada''.
No existió pues un enfrentamiento entre lo urbano y lo rural. Simple-
mente, la sociedad buscó una vía de desarrollo típicamente ''centro-sur'', en
donde el rol centralizador y hegemónico del urbanismo no marchaba acom-
pañado con las aspiraciones de acceso a los distintos valores ideológicos y
productivos diseminados en una alta variabilidad social y ecológica. El mo-
vimiento de bienes complementarios sirvió para integrar distantes partes de
un universo único y multifacético, que fue percibido como una unidad a
pesar de sus contrastes étnicos y ambientales. Como estas aspiraciones aún
tienen valor en el desarticulado espacio andino del sur, su trascendencia se
compromete no sólo como uno de los factores básicos del surgimiento de
desarrollo y complejidad en el pasado, sino con la actual supervivencia de
comunidades en donde las aldeas y los vínculos de tráfico siguen teniendo
una vigencia relevante.
Desde un punto de vista holístico no se debería exagerar la importan-
cia de la movilidad complementaria, en términos de que el total del universo
de continuidad y cambio cultural se deriva sólo del tráfico andino. El tráfico
es a su vez sólo un segmento de los diversos patrones culturales andinos y
una forma de evitar una deforr·nación de nuestras propuestas, es tener pre-
cisamente la certeza de que el total de las actividades andinas son resultan-
tes de la combinación de diversos procesos, no necesariamente vinculados
exclusivamente con los modelos de acceso a recursos. Sin embargo, mien-

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MOVILIDAD CARAVÁNICA

tras la agricultura y el pastoralismo-caravanero se han reforzado mutua-


mente, lo último ha ejercido mayor gestión movilidad y ca111bio en el transecto
Andes-costa del área centro-surandina.
Las conexiones socioeconómicas entre la costa, las aldeas fijas agrarias
y las rutas de acceso a los asentamientos altos adquieren una revalorización
en estas reflexiones y por aquí hay un enorme campo poco investigado en
tér·rninos de definir mayor o menor complejidad cultural entre las tierras
altas y las zonas periféricas de interacción, a raíz de la ubicación de pasadizos
de traslados de gentes y recursos.
También desearíamos ampliar en el futuro, la hipótesis que admite el
desarrollo del modo de vida agrario aldeano, situado en la periferia de las
tierras altas de esta área, como un efecto inicial del traslado caravánico de
gentes, tecnologías y cultígenos, desde ambientes distantes. Parece que des-
pués de la estabilización aldeana, estos loci siguieron respondiendo favora-
bleme11te al mantenimiento de los movimientos giratorios, proporcionando
las condiciones que los grupos caravaneros aspiraban a encontrar, dentro de
un contexto de complementariedad o de beneficios mutuos.
Tampoco hemos atendido las relaciones entre el tráfico de caravanas
y el desarrollo consecuente de ciertas formas de especialización económica,
que pueden ejemplificarse a través del incremento de recuas y ciertos pro-
ductos, mayor control de grandes espacios, y acceso a mayor diversidad de
recursos. De esta manera, el éxito de la agricultura sería equivalente al mejor
manejo de la red de tráfico interregional. Diversas culturas (Desarrollos
Regionales) de esta área contactaron su potencial productivo, cultural y étnico
a través de los distintos patrones de acceso a bienes deseados. Pero deberemos
definir mejor el rol del tráfico interregional como parte de la acción formativa
del traslado de tempranos grupos ganaderos-caravaneros, cuando las so-
ciedades locales aún no se estratificaban intensamente. El temprano desarrollo
que crea el tráfico con las tierras altas ayuda a romper los modelos aldeanos
autárquicos, estimulando el paso hacia la economía de excedentes, como una
forma andina capaz de incorporar gentes y bienes a un paisaje variado, pero
comprendido como un todo social y productivo. Visto así el problema, el
tráfico debe estudiarse más como un cambio dinámico que apoya la emer-
gencia de señoríos y subordinados, en el marco de culturas regionales que •
'
difieren entre sí. En verdad, el tráfico en los Andes del sur, no actuó como
• un ''catalizador cultural'' ni menos como factor de homogeneidad en las
zonas intercaladas en la red de interacción. Deberemos además conocer mejor
cuál es la naturaleza del proceso del tráfico en relación a sus variaciones,
puesto que hay varios ''eslabones'' no identificados o imperfectamente reco-
nocidos en tiempo, espacio, patrones de acceso a recursos y reconstitución
de sus valores simbólicos (Tomoeda 1983).
Tomando en cuenta el fondo de estas reflexiones se esperaría ampliar
i
el conocimiento de una for111a andina de interacción, diferente a las conclu-
siones comunes derivadas de otras áreas en donde el rol de las influencias •

••

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LAtrrARO NúJQF.Z A.

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religiosas, migraciones, estímulos difusivos, presiones militares, se advierten
aquí como explicaciones ambiguas. Dentro de este contexto de interacción
socioeconómica, el conocimiento de los remanentes arqueológicos de tráfico
caravanero, surge como un medio de trascendental importancia para lograr
una reconstrucción y explicación no estática de la sociedad pre-europea no
urbanizada del centro-sur (sur del Perú, sur de Bolivia, noroeste argentino
y norte chileno). Finalmente, necesitamos un urgente acercamiento entre las
fuentes arqueológicas y etnológicas para afinar los procedimientos
interpretativos, porque aquel día que excavamos ofrendas de maíces junto a
rutas caravaneras preincaicas cerca del Pacífico nos sentimos súbitamente
rodeados de los !lameros de Apurímac y Pampa Aullagas .

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MOVlLIDAD CARAVÁMCA •

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