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Apología para la historia, Marc Bloch

Capítulo 1

1. ¿Cómo aborda M. Bloch el tema de “para qué sirve la historia”?

Bloch plantea el problema sobre la utilidad de la historia mediante la pregunta de un niño dirigida a
su padre, «papá, explícame para qué sirve la historia», con la que se plantea el problema de la
legitimidad de esta disciplina. Marc Bloch plantea que en principio, antes que el deseo de
conocimiento y que la pretensión de constituirse como obra científica conciente de sus fines, la
historia produce una atracción: distrae y produce placer. Sin embargo, este atractivo no basta para
justificarla y legitimar el esfuerzo intelectual que requiere.

Se plantean dos dimensiones fundamentales en la concepción de la historia: su legitimidad


(vinculada al plano cognoscitivo e intelectual) y su utilidad.

La utilidad, vinculada en el sentido pragmático con el provecho en la confrontación política y


social, se relaciona con la tendencia a buscar en la historia una guía para la acción. Bloch postula
que el valor de una investigación no se mide, al contrario de lo que postulaban los positivistas,
según su capacidad de servir a la acción, y que, por lo tanto, este sentido pragmático de la historia
no puede confundirse con su sentido propiamente intelectual, que es el vinculado con la
legitimidad: la historia se legitima más allá de su utilidad, en función de su rigurosidad y su
capacidad de establecer relaciones explicativas entre fenómenos para comprenderlos mediante una
clasificación racional y una inteligibilidad progresiva, que le permitan constituirse así como
disciplina científica.

2. ¿A qué se refiere el autor cuando plantea que en las últimas décadas del siglo XIX y los primeros
años del siglo XX las generaciones “han vivido como alucinadas por una imagen demasiado rígida”
refiriéndose a las ciencias? ¿Qué tendencias opuestas se desarrollaron a partir de estas opiniones?

Bloch se refiere a que en la concepción positivista de las ciencias del mundo físico se considera que
todo puede formularse en leyes universales por medio de demostraciones irrefutables.

Aplicada a análisis histórico, las tendencias opuestas que se desarrollaron fueron:

a. la posición de la escuela sociológica fundada por Durkheim, que creyó posible instituir una
ciencia de la evolución humana conforme al ideal positivista. En su esfuerzo por sistematizar,
muchas veces debió dejar de lado efectos del conocimiento de realidades humanas que resultaban
rebeldes al saber racional, que identificaron con el acontecimiento. Aportaron mayor profundidad al
análisis y al enfoque de los problemas.

b. La posición del historicismo clásico o historia historizante, que no lograron insertar la historia en
los marcos del legalismo físico. Tenían una preocupación archivística documental y consideraban
que la historia no ofrecía conclusiones seguras en el presente ni perspectiva en el futuro. Negó el
conocimiento científico y se enfocó en lo particular.

En la época en que Bloch escribió su Introducción a la historia, ante la importancia de teorías como
la teoría cinética del gas, la mecánica einsteniana y la teoría de los quanta, se alteró la noción de

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ciencia: se aceptó el hacer de la certidumbre y del universalismo cuestión de grados y no se
consideró necesario tratar de imponer a todos los objetos del saber un modelo intelectual uniforme,
tomado de las ciencias de la naturaleza física, porque en las mismas ciencias físicas este modelo no
se aplicaba por completo.

3. ¿Es la historia la ciencia del pasado? ¿Por qué? ¿Cuál es el objeto de la historia para Marc Bloch?

No, porque el pasado, constituido por una serie de fenómenos no contemporáneos al historiador que
no suelen tener un carácter común, sin delimitación previa, no puede ser objeto de un conocimiento
racional y constituir una ciencia. No basta con contar acontecimientos sólo unidos entre sí por la
circunstancia de haberse producido aproximadamente en el mismo momento: de los múltiples
acontecimientos pasados interesan al historiador sólo aquellos que se unen a sus preocupaciones
específicas en función de la historia problemática que se realiza. La historia estudia la obra de los
hombres; es la ciencia de los hombres en el tiempo:

... la historia quiere aprehender a los hombres. Quien no lo logre no pasará jamás, en el mejor de los
casos, de ser un obrero manual de la erudición. Allí donde huele la carne humana, sabe que está su
presa. (Bloch, p.25)

4. ¿Cómo explica el autor el tiempo histórico?

Marc Bloch explica el tiempo histórico como una «realidad concreta y viva abandonada a su
impulso inevitable, es el plasma mismo en que se bañan los fenómenos y algo así como el lugar de
su inteligibilidad» (p.26).

Esto se contrapone a las disciplinas en las que no es más que una medida dividida en fragmentos
artificialmente homogéneos, pues el tiempo histórico va más allá de lo cronológico y meramente
acontecimental: se busca romper con el tiempo histórico unilineal sostenido en la idea de progreso
que planteaba ausencia de rupturas. Así, el tiempo histórico tiene dos atribuciones: continuidad y
ruptura, es un continuo y está sometido al cambio permanente.

5. ¿Cómo analiza Bloch el tema de orígenes – principios – causas en el desarrollo del pensamiento
histórico?

Bloch explica que los orígenes son comúnmente considerados como un comienzo que basta para
explicar lo más próximo por lo más lejano. Pueden distinguirse dos sentidos:

- El origen como “principios”, comienzos cronológicos, en donde la obsesión por los orígenes da
lugar principalmente a una historia centrada en los nacimientos (los principios) en la que el pasado
cumple un papel legitimador o censor del presente, y no sólo busca explicarlo; lo que implica un
intento de enjuiciar y juzgar.

- El origen como las “causas” que constituyen una razón explicativa, en las que al estudio de la
actividad humana amenaza el error de confundir la filiación con la explicación: se reduce la
explicación a un origen, que es generalmente tranquilizador y monocausal, y está vinculado a la
concepción historicista de la historia.

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Bloch concluye postulando que «un fenómeno histórico nunca puede ser explicado en su totalidad
fuera del estudio de su momento», de su contexto.

6. ¿Es el historiador un anticuario? ¿Por qué? ¿Cómo analiza el autor la problemática de


comprender el presente por el pasado y comprender el pasado por el presente?

El historiador no es un anticuario, porque no limita su campo de estudio al pasado, sino que estudia
también el presente a fin de comprender el pasado, estudia lo viviente. Esto ocurre porque hay una
solidaridad de edades en la que la inteligibilidad del presente depende del pasado, y la del pasado,
del presente.

La incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado. Pero no es, quizás,
menos vano esforzarse por comprender el pasado si no se sabe nada del presente. (p.38)

Bloch analiza esta problemática planteando en principio que postular la autointeligibilidad del
presente supone establecer un cambio rápido y total, olvidando la fuerza de inercia propia de las
creaciones sociales y la continuidad del tiempo histórico. Tampoco se puede explicar a una
sociedad por el momento inmediatamente anterior al que vive (dado que hay una transferencia de
pensamiento entre generaciones muy alejadas, que se manifiesta más claramente en las
transferencias facilitadas por escritos, que constituyen a continuidad de una civilización), ni por los
movimientos de ideas o sensibilidad más cercanos en el tiempo. Hay una crítica a la historia que se
limita a la corta duración: no alcanza con estudiar las reacciones de los hombres frente a las
circunstancias particulares de un momento, es preciso estudiar al pasado (en la larga duración) para
comprender al presente -pero sin pretender realizar una justificación del mismo-, dado que la
ignorancia del pasado compromete el conocimiento del presente y la misma acción:

Una experiencia única es siempre impotente para discriminar sus propios factores y, por lo tanto,
para suministrar su propia interpretación. (p. 37)

Es preciso partir del conocimiento del presente para comprender el pasado, porque la observación
voluntaria y controlada de lo cotidiano da los elementos que sirven para reconstruir el pasado.
Bloch recomienda partir de lo mejor conocido a lo más oscuro, del análisis de hoy, a fin de obtener
perspectivas de conjunto que no se obtienen a partir del análisis mecánico de atrás para adelante. De
esta manera, la ciencia de los hombres en el tiempo llamada historia aúna el «estudio de los muertos
con el de los vivos» en una interdisciplinariedad donde se pretende lograr una historia universal.

Capítulo 2

1. ¿Qué quiere decir M. Bloch cuando plantea que el investigador del presente no goza de mayores
privilegios que el historiador del pasado? ¿Es para el autor la observación del pasado totalmente
“indirecta”? ¿Por qué?

Quiere decir que así como el historiador del pasado tiene un conocimiento indirecto porque se
encuentra imposibilitado de comprobar por sí mismo los hechos que estudia y debe recurrir a
testimonios de terceros, el investigador del presente elabora su información sobre cosas vistas por
otros: los interlocutores en base a los que se realizan las preguntas y se anotan las respuestas son los
sujetos de la experiencia del investigador, que no percibe más que un pequeño sector de los que

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estudia – que está limitado por sus sentidos y su facultad de atención, así como recurre a los
testimonios de otros testigos, por lo demás, parciales- para extraer gran parte de la sustancia de
investigación.

Para Bloch la observación del pasado no es totalmente indirecta, porque ese término se limita a
indicar la presencia de un intermediario, y hay casos en los que el autor se encuentra frente a una
fuente arqueológica o realidades semejantes, y con la inducción y las técnicas adecuadas, puede
explotarlas con un esfuerzo de la inteligencia personal y sin recurrir a terceros: «el simple
razonamiento que excluye toda posibilidad de una explicación diferente y nos permite pasar del
objeto verdaderamente comprobado al hecho del que ese objeto aporta la prueba [...] no exige la
interposición de otro observador». (p.45)

2. ¿Cuáles son las particularidades de la observación histórica?

La observación histórica consiste mayoritariamente en un conocimiento por huellas, es decir, todo


lo dejado por los hombres en el tiempo, la marca que deja un fenómeno y nuestros sentidos pueden
percibir.

Los hechos humanos pasados escapan a la posibilidad de una reproducción o de una orientación
voluntarias, a diferencia de disciplinas como la física donde se puede provocar la aparición de
huellas.

Cuando el historiador estudia fenómenos del presente o el pasado inmediato, puede hacer que
algunas huellas vuelvan a existir mediante a los informes de testigos, que sin embargo no siempre
están disponibles. Cualquiera sea la edad de la humanidad que se estudie, los métodos de
observación se hacen casi con uniformidad sobre rastros.

Hay una perfectibilidad constante del conocimiento del pasado por el surgimiento de nuevos
procedimientos de investigación. Hubo avances en la capacidad de análisis y las técnicas debido a la
mejora en las herramientas del explorador.

A pesar de eso, no todas las huellas se presentan fácilmente: «Los exploradores del pasado no son
hombres totalmente libres. El pasado es su tirano y les prohíbe que sepan de él lo que él mismo no
les entrega, científicamente o no» (p.50), y por eso, si o hay indicios a los que recurrir, muchas
veces es imposible evitar la ignorancia sobre determinados temas.

El historiador estudia testimonios voluntarios e involuntarios. Los primeros eran fuentes narrativas
que consistían en relatos deliberadamente dedicados a la información de los lectores que
proporcionan un encuadre cronológico casi normal y seguido. Los segundos, en cambio, no tenían
que ver con la preocupación de instruir a la opinión, y aunque no están exentos de errores o
mentiras, no fueron concebidas en función de la posteridad.

3. ¿Qué entiende Bloch por “indicios”?

Los indicios son fuentes no voluntarias que no fueron concebidas para la posteridad y para instruir
la opinión. Permiten suplir las narraciones cuando no las hay o controlarlas si su veracidad es
sospechosa.

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4. ¿Cuál es la primera necesidad de toda búsqueda histórica? Analice la siguiente afirmación: “No
se puede dar peor consejo a un principiante que el de que espere, en actitud de aparente sumisión, la
inspiración del documento”?

La primera necesidad de la búsqueda histórica es el establecimiento de un cuestionario realizado al


pasado estudiado con una actitud problemática no contemplativa, dado que según Bloch «...los
textos, o los documentos arqueológicos, aún los más claros en apariencia y los más complaciente,
no hablan sino cuando se sabe interrogarlos».

No se puede dar ese concejo porque la observación pasiva no reditúa frutos: el historiador no
recurre a los documentos, los lee, determina su veracidad y autenticidad y a partir de ello deduce
sus consecuencias; el cuestionario preexiste y en la investigación la encuesta ya tiene una duración
determinada por la inteligencia. Existe una historia problema en donde:

La facultad de escoger es necesaria, pero tiene que ser extremadamente flexible, susceptible de
recoger, en medio del camino, multitud de nuevos aspectos, abierta gracias a todas las sorpresas, de
modo que pueda atraer desde el comienzo todas las limaduras del documento, como un imán. (p.55)

En esta historia problema se debe dar en el marco de una multidisciplinariedad que incluya el
trabajo en equipo y el empleo de diversas técnicas para el estudio de los testimonios materiales
dispares, en pos de la elucidación de un tema único.

5. ¿Qué tipo de obstáculos observa Bloch para la trasmisión de los testimonios en las sociedades a
lo largo del tiempo?

No hay una organización racional para la trasmisión de testimonios en las sociedades, con lo cual la
conservación o pérdida de archivos depende de causas humanas, el azar y fuerzas históricas de
carácter general, entre las que se encuentran las catástrofes (que ocasionan la pérdida de
documentos y monumentos, pero a menudo son favorables al investigador, pues «son las
revoluciones las que fuerzan las puertas de las cajas fuertes y obligando a huir a los ministros no les
dejan tiempo de quemar sus notas secretas.»), el clima, la negligencia, y la pasión del secreto que se
vincula con intereses particulares.

Dice Bloch que:

Así seguirá ocurriendo [la pérdida de testimonios, especialmente los involuntarios] mientras las
sociedades no organicen racionalmente, con su memoria, su conocimiento propio, renunciando a
dejar este cuidado a sus propias tragedias. No lo lograrán sin o luchando cuerpo a cuerpo con los
dos principales responsables del olvido y la ignorancia: la negligencia, que extravía los
documentos, y, más peligrosa todavía, la pasión del secreto –secreto diplomático, secreto de los
negocios, secreto de las familias-, que los esconde o destruye. (p.62)

Capítulo 4

1. ¿Es correcta para el autor la pregunta ‘juzgar o comprender’ para ser planteada al historiador?
¿Cuál es la respuesta?

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Para Bloch esa pregunta sí tiene sentido, en la medida en que plantea el problema de la
imparcialidad histórica, en la que existen dos maneras de ser imparcial: la del juez y la del sabio,
que tienen una raíz común en la búsqueda de la verdad y el camino de observación y explicación
que recorren vinculándose con testimonios. Juez y sabio se diferencian en su actitud luego de la
explicación: el juez después de conocer los hechos dicta sentencia, juzga, realiza un juicio de valor
que «no tiene razón de ser sino como preparación de un acto, y sólo posee sentido en relación con
un sistema de relaciones morales deliberadamente aceptadas.» (p.109) El sabio, en cambio, debe
procurar limitarse a observar y explicar y evitar juzgar, porque está situado en un contexto histórico
diferente del momento en que ocurrió el hecho observado, y «allí donde los ideales comunes
difieren profundamente de los nuestros, ya no queda más que un problema».

Bloch propone abandonar el antropocentrismo del bien y el mal y la postura de juzga, procurando
comprender, explicar, sin que ello signifique justificar lo ocurrido.

2. ¿A qué se refiere M. Bloch cuando dice “La ciencia no descompone lo real sino para mejor
observarlo, gracias a un juego de luces cruzadas, cuyos rasgos se combinan y se interpenetran
constantemente. El peligro empieza, únicamente, cuando cada proyector pretende verlo todo él
sólo.”?

Se refiere a la necesidad de la historia de abordar con un enfoque multidisciplinario su estudio de


las conciencias humanas, donde «las conexiones que se ligan a través de ellas, las contaminaciones,
hasta las confusiones de las cuales son la base, constituyen, a sus ojos, la realidad misma» (p.117), y
de los individuos en sociedad, donde «la civilización no tiene nada de rompecabezas
mecánicamente ajustado», con lo cual el conocimiento de los fragmentos estudiados, cada uno por
sí sólo, no puede dar el conocimiento del conjunto ni el de los fragmentos mismos.

Para esto, según Bloch, primero se debe realizar un análisis centrando el estudio de la sociedad en
uno de sus aspectos particulares o de los problemas precisos que plantea alguno de esos aspectos.
De esta manera los problemas serán mejor planteados y habrá mayor claridad e los hechos de
contacto e intercambio, y luego se podrá proceder al trabajo de recomposición, que es la
prolongación del análisis.

3. Puntualice las ideas principales que desarrolla el autor a partir del subtítulo “La nomenclatura”.

· Un buen análisis requiere de un vocabulario técnico o epistemológico, un lenguaje capaz de


dibujar con precisión el contorno de los hechos y que, conservando la flexibilidad necesaria para
adaptarse progresivamente a los descubrimientos, no tenga fluctuaciones ni equívocos.

· La historia no dispone, como otras ciencias, de un sistema de símbolos aparte de todo idioma
nacional: recibe la mayor parte de su vocabulario del lenguaje conformado por los hombres, que
«para dar nombres a sus actos, a sus creencias y a los diversos aspectos de su vida en sociedad, [...]
no han esperado verlos convertirse en el objeto de una investigación desinteresada» (p.122) Estas
prestaciones carecen de unidad, pues provienen de una época diferente y son usadas por de acuerdo
a las categorías del tiempo del historiador.

·Dos orientaciones dividen el lenguaje de la historia: el cambio de las cosas no se acompaña


necesariamente de cambios paralelos en los nombres, y hay una variación de los nombres, en el

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tiempo o en el espacio, con independencia de cualquier variación en las cosas por causas propias de
la evolución del lenguaje o por las condiciones sociales que se oponen al establecimiento o al
mantenimiento de un vocabulario uniforme. Esto genera problemas en el objetivo esencial del
historiador, que es «restituir las relaciones profundas de los hechos expresándolos por medio de una
nomenclatura apropiada.» (p. 127)

Para establecer las líneas de clasificación no basta con la nomenclatura proporcionada por los
documentos, pues el vocabulario de éstos no es más que un testimonio imperfecto y sujeto a crítica.
Tampoco se puede imponer una nomenclatura al pasado si su fin o resultado es deducir sus
categorías a las del tiempo del historiador. Y como no alcanza con el estudio de la etimología de
una palabra, porque el término está desgastado por el tiempo y se debe intentar precisarlo en su
contexto, Bloch propone recurrir a la lingüística, que realizó avances en torno a la semántica
histórica, que realiza la investigación de un sistema de significados de un texto dado en función de
la historia de un contexto determinado.

· El tiempo humano es rebelde a la implacable uniformidad y al fraccionamiento rígido, y necesito


medidas concordes con la variabilidad de su ritmo La clasificación cronológica por siglos no
necesariamente coincide con los desarrollos de puntos críticos de la evolución humana, por lo que
conviene, en el estudio de cadenas de fenómenos emparentados, establecer los períodos en función
a los fenómenos mismos, es decir, adaptando la medida a la naturaleza de cada tipo de fenómeno y
no limitándose con un fechaje final que corre el riesgo de no ser riguroso y tener falsa exactitud. En
la caracterización de las etapas sucesivas de la evolución social considerada en su integridad, Bloch
propone clasificar de acuerdo al desarrollo de las generaciones y civilizaciones. Las generaciones,
que están formadas cada una de ellas por una «comunidad de huellas proveniente de una comunidad
de edades», se superponen en el tiempo histórico al que pertenecen y pueden ser contradictorias.
Ocupan un período relativamente corto del tiempo, mientras que las fases más largas son las de
civilizaciones.

4. ¿Puede ser la relación causal una herramienta del conocimiento histórico? ¿De qué manera?

Sí, mediante el empleo de una conciencia crítica en donde no se subordine la explicación de un


hecho a un monismo causal ni se lo reduzca a un problema de motivos. En la explicación histórica
hay que contemplar una multiplicidad de causas, haces de ondas causales que se buscan (y no se
postulan), y que son opuestas a la idea de una causa por excelencia –en la que generalmente se
evidencia la «manía de enjuiciar».

Comenzar esta sección de “Revisando los clásicos” con el libro de Marc Bloch Apología para
la Historia o El oficio de historiador es toda una declaración de intenciones, pues no se trata
de un libro que se encuentre entre las obras clásicas de cabecera de la Arqueología. La
ortodoxia nos indica que quizá se podría haber escogido algo más historiográficamente adecuado
como un Gordon Childe, Binford, Grahame Clarke o Karl Butzer, pero entiendo que todo libro que
trate de la Historia (en mayúsculas) es también un libro de Arqueología, aunque los métodos y
objetos de estudio puedan ser radicalmente distintos si utilizamos los documentos, la cultura
material o la etnología. Tanto la historia documental como la Arqueología comparten una
metodología basada en el planteamiento de preguntas históricas a los datos empíricos y esta base
común es la que permite, o debería permitir, establecer diálogos entre las dos formas de hacer

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Historia, exponer planteamientos, debatir análisis, etc. Es por ello que la elección de Apología de la
Historia responde a la idea de que esta obra no sólo es útil al joven arqueólogo por su contenido,
sino también un medio para enfatizar que los arquéologos, sin duda alguna y ello defiendo, hacemos
Historia, sea cual sea la cronología de los estudios, ya que, atendiendo a la base metodológica antes
expuesta, planteamos problemas históricos que han de ser contrastados con los datos arqueológicos
de los que disponemos. Sirva esto para señalar que, a partir de ahora, cada vez que se diga
“Historia” se querrá decir también “Arqueología”. Como ocurre con algunos trabajos convertidos
en “clásicos”, Apología para la Historia es un libro que Marc Léopold Benjamin Bloch (1886-1944)
nunca llegó a finalizar. Aunque tolerado durante el régimen de Vichy, momento en el que Bloch
pudo seguir dando clases en la Universidad, cuando Francia fue oficialmente ocupada por los nazis,
se vio obligado a esconderse y pasó a formar parte de la Resistencia Francesa en 1943. Finalmente,
fue capturado por la Gestapo, torturado y asesinado la víspera de la liberación, el 16 de junio de
1944, dejando algunos de sus trabajos sin terminar, incluido la Apología… Este trabajo, iniciado en
1941 en la Creuse “tratando de hallar un poco de equilibrio espiritual” (Bourdé y Martin, Las
escuelas históricas, 1992), será publicado finalmente en 1949 por su colega y cofundador de los
Annales, Lucien Febvre, quien prefirió dejarlo íntegro con las anotaciones hechas por Bloch. La
edición que aquí comentamos es una traducción al castellano de un original francés con un prefacio
de Jacques Le Goff, que en los momentos de la edición era el director de los Annales. El objetivo
con el que Bloch comenzó el libro a inicios de los años cuarenta, fue reflexionar sobre los métodos
de la Historia, como contestación a la “historia historizante” (histoire événementielle) de los
positivistas de la época. En concreto, se trataba de una contestación al manual de Introducción a los
estudios históricos publicado a inicios del siglo XX por Langlois y Seignobos dentro de un contexto
de introducción de la sociología durkheimiana en la universidad francesa (Burguière, L’École des
Annales. Une histoire intelectuelle, 2006: pp. 82-85), por lo que, en su planteamiento original, la
Apología… surgía como una contestación académica, una obra de debate metodológico e
intelectual. Sin embargo, este librito, quizá por las circunstancias de su redacción, quizá por el
hecho de estar inacabado, trascendió de su propósito inicial para convertirse en toda una apología de
la historia, como decidió titularlo finalmente Febvre, a instancias del propio Bloch. Apología… es,
por tanto, una defensa de la Historia, pero de aquella propugnada por los Annales, esto es, la
Historia como ciencia cuyo objeto “es, por naturaleza, el hombre. Mejor dicho los hombres [en el
tiempo]” (p.56-58). Con esta afirmación, Bloch no sólo adopta una posición de beligerante defensa
frente a la “historia historizante” de los positivistas alemanes y franceses, sino que marca, muy
explícitamente, algunos de los rasgos que caracterizan a aquella Historia que pretende ser una
ciencia del hombre, entre los que destaco, conscientemente, la crítica histórica. Para Bloch, la
crítica se convierte en un instrumento metodológico de primer orden a la hora de plantear los
estudios históricos, cuestión sobre la que debemos reflexionar, en mi opinión, los jóvenes
investigadores en Arqueología a la hora de enfrentarnos a los hechos arqueológicos que deben ser
convertidos en datos históricos. Esta posición crítica frente a los datos, que Bloch focaliza en las
falsaciones (tanto voluntarias como involuntarias; capítulos 2 y 3) puede extenderse a toda relación
que el historiador (léase arqueólogo) tenga con los datos manejados y el científico que los maneja,
incluido uno mismo. Si bien no nos vamos a extender en el método crítico en sí mismo, ya que
Bloch no lo plantea para la Arqueología, sí es interesante destacar algunos peligros de la crítica mal
hecha (porque la crítica puede estar mal hecha aunque sea crítica) resaltados por Bloch. En primer
lugar, la posición de falsa tolerancia derivada del “todo vale” (anything goes) que no es sino una

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falsa crítica (incluso una falta total de ella), que provoca que todo pueda ser automáticamente
aceptado. Frente a ello, Bloch aboga por la crítica exhaustiva de los métodos e implicaciones
históricas de las afirmaciones hechas por los investigadores; a partir de una crítica al uso
terminológico (tema, como se dice, siempre de “rabiosa actualidad”), Bloch afirma que “el principio
de contradicción prohíbe inexorablemente que un acontecimiento pueda a la vez ser y no ser. Hay
en el mundo eruditos que se empeñan honestamente en descubrir un término medio entre
afirmaciones antagónicas: es como imitar al chamaco que interrogado acerca del cuadrado de 2, y
como uno de sus vecinos le soplaba 4 y el otro 8, creyó atinarle contestando 6”. Con esto se recogen
algunas de las ideas de la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt para los que la “cada parte de la
teoría supone la crítica y la lucha contra lo establecido, dentro de la línea trazada por ella misma”
(Horkheimer, “Teoría tradicional y teoría crítica”, 2003 [1937]: p. 259). En el otro extremo, el
peligro de la destrucción sistemática de todas las construcciones anteriores, aún habiendo
descubierto sus errores y sin valorar sus aciertos (que en inglés corresponde a la idea de to throw the
baby with the bath water) que Bloch sintetiza afirmando que “existe el riesgo de que la historia mal
entendida finalmente ocasiones también el descrédito de la historia mejor comprendida” (p. 42). No
todo vale ni todo debe ser destruido, y sólo la capacidad crítica del investigador, su honradez
metodológica a la hora de contrastar las hipótesis, el marco teórico y los datos empíricos y la
capacidad de debate y de autocrítica es capaz de diferenciar esto y posicionarse frente a ello. El
falso miedo a la subjetividad propugnado por una ortodoxia falsamente objetiva es una quimera que
debemos eliminar. Otro punto que destaca en Apología… son las ideas en cuanto a la Arqueología
propiamente dicha desde la óptica de la relación del documento con la cultura material (problema
erróneamente enfocado como de historia documental vs Arqueología). Esta cuestión, aunque no
afecta a todas las ramas cronológicas de la Arqueología, sí tuvo que ser abordada, indirectamente,
por un estudioso de la Edad Media como Bloch; más aún desde el planteamiento de los Annales de
integración de otras ciencias al marco de estudio histórico. La relación de Bloch con la
Arqueología, aunque desde una distancia marcada por la historiografía del momento, puede
considerarse como una de las posiciones más adelantadas de la época. Partiendo de la preeminencia
de la Historia como ciencia totalizadora de los hombres “en el tiempo”, Bloch admite la necesidad
de la Arqueología para el estudio histórico, si bien no la trata aún como ciencia histórica como sí lo
hará, por ejemplo, Ian Hodder (1988), más bien como un complemento, una “ciencia auxiliar” de la
Historia basada en los descubrimientos de objetos (nunca de contextos) y de la toponimia: “Así
como del examen de las crónicas o de las cartas pueblas, nuestro conocimiento de las invasiones
germánicas depende de la arqueología funeraria y del estudio de los nombres de lugar” (p. 88). Esta
visión histórico-documentalista es complementada con una serie de reflexiones que implicaban la
incorporación de otras ciencias, entre ellas la Arqueología, para el estudio histórico; en palabras de
Le Goff, para Bloch “la historia sólo se hace recurriendo a una multiplicidad de documentos, y por
consiguiente, de técnicas” (p. 24) aunque, desde una postura condescendiente, opina Bloch que “es
bueno, a mi parecer, es indispensable que el historiador posea al menos un barniz de todas las
principales técnicas de su oficio” (p. 89), otorgando a la Arqueología un lugar relevante: “si los
teóricos más conocidos de nuestros métodos no hubieran manifestado hacia las técnicas de la
arqueología tan sorprendente y soberbia indiferencia, si no se hubieran obsesionado en el orden
documental con el relato y en el orden de los hechos con el acontecimiento, nos habrían orientado
menos hacia una observación eternamente dependiente” (p. 78-79). Esta visión, en el contexto en el
que se desarrollaba, suponía una revisión completa del paradigma científico hegemónico. Bourdé y

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Martín relacionan este posicionamiento con la influencia recibida por el desarrollo de las
excavaciones en Ostia y Pompeya o la publicación de los trabajos de E. Salin sobre las necrópolis
merovingias. De hecho, podemos considerar la escuela de los Annales, un impulsor indirecto de la
Arqueologíabloch_apologie_histoire_L30 francesa, sobre todo la medieval, cuyos primeros frutos
metodológicos y científicos de envergadura tendrán que hacerse esperar hasta los trabajos de
Bouard de los años 60 y 70 (Bourdé y Martin, 1992: pp. 154-158). Sin embargo, la posición
histórico-documentalista de Bloch (y, por extensión, de gran parte de los Annales) con respecto a la
Arqueología ha derivado en direcciones opuestas que, aún a día de hoy en ciertos contextos, como
el español, provoca la eterna e innecesaria confrontación documentos-cultura material que sólo
parcialmente estamos logrando resolver. Si bien el desarrollo de las ideas de Bloch han podido crear
la base para el pensamiento conciliador desde una posición netamente arqueológica como las de
Francovich (1985) o Miquel Barceló (1988), también es el antecedente directo de posiciones más
“conservadoras” o “clásicas” como la de Guerreau (2002) o García de Cortázar (2008), por ejemplo.
Sin embargo, más interesante quizá que la importancia que pueda tener este texto para la
incorporación historiográfica de la Arqueología como ciencia de la Historia, es su reflexión de la
relación de la Historia con el presente, estimulada por un contexto de implicación forzada en los
eventos históricos como fue la Segunda Guerra Mundial y la ocupación nazi de Francia. Sin
embargo, esto no nos debe llevar a pensar que la redacción de la Apología fue “espontánea” o fruto
de un romanticismo de última hora en los pésimos momentos que se vivían en los primeros años de
la década de los 40, si no una reflexión meditada de un hombre muy experimentado en la
investigación histórica que defendía la importancia de la Historia por su relación con el presente.
Esta paradójica relación entre la Historia (la ciencia de los hombres en el tiempo pasado) y el
presente es, quizá, y bajo mi punto de vista, una de las aportaciones más enriquecedoras y
permanentes de los trabajos de Bloch y expresado con especial énfasis en esta Apología. Ya en
enero de 1937, Bloch había delineado gran parte de su pensamiento sobre esta relación, fundamento
de la “utilidad” de la Historia, en su conferencia Que demander à l’histoire? En ella se define el
presente como “un point minuscule de la durée, un instant qui disparait aussitôt né […] le fragment
du passé le plus voisins de nous”. Definiendo de esta manera el presente, como un pasado más
cercano que otros pasados, pero igualmente pasado, lograba Bloch relacionar la Historia como
ciencia del pasado con el estudio del presente; en otras palabras, la Historia sirve también para
comprender el presente; “c’est une question, une très grave question, de savoir s’il est possible de
comprendre le moment de la durée où nous vivons sans connaître ceux qui l’ont précédé. Prenons-y
garde: croire que cela est posible équivaudrait, en somme, à nier la notion de cause, dans la mesure
où elle se confond avec celle d’antécédent”. La Historia, y por tanto, la Arqueología, sirven
entonces para comprender el presente, idea fundamental que corre el peligro de perderse de vista.
Sin embargo, para Bloch, el fin último de los estudios históricos es, y es muy explícito en ello,
comprender; “para decirlo todo, una palabra es la que domina e ilumina nuestros estudios:
‘comprender’” (p. 143). Esta idea le sirvió a Bloch como ataque a la “historia historizante” que no
buscaba comprender, sino sólo describir, y que se puede resumir, como hace el propio Bloch, con la
cita de Fustel de Coulanges “L’Histoire n’est pas l’accumulation des événements de toute nature qui
se sont produits dans le passé. Elle est la science des sociétés humaines”. Esta comprensión, para
Bloch, equivale también a mantener, en el papel, una posición neutral con el presente ya que se trata
de comprender, pero no juzgar (p. 139 y ss), bajo un paraguas de “búsqueda de verdad”, de
objetividad respaldada por los hechos documentados que acercan aún a Bloch a las posiciones del

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positivismo que él mismo rechaza. Es decir, bajo esta óptica, el autor rechaza la Historia (siga
leyéndose “Arqueología”) como ciencia transformadora, sino sólo como ciencia comprensiva;
“étant historien, je ne porte pas de jugement de valeur”. Pero la Apología… asienta ya la semilla de
la duda a este respecto cuando Bloch afirma que “comprender, pues, nada tiene de una actitud de
pasividad. Para hacer una ciencia, siempre se necesitarán dos cosas: una realidad, pero también un
hombre” (p. 143), quizá adelantando algunas de las cuestiones fenomenológicas que serán el caldo
de cultivo de algunos de los posteriores debates en las ciencias sociales de los 80 y 90. A mi
entender, Bloch no llega a resolver su idea sobre la posición del historiador con respecto a la
Historia a pesar de su firmeza en no juzgar (es decir, posicionarse frente al conocimiento generado,
base de toda pretensión de transformación) sino comprender. En efecto, frente a esta supuesta
firmeza comprensiva, el autor afirma que “es innegable que una ciencia siempre nos parecerá
incompleta si, tarde o temprano, no nos ayuda a vivir mejor” (p. 46), permitiéndose criticar a
aquellos que no entienden que la Historia del siglo XV, es idéntica en su potencialidad de estudio
histórico que el presente poniendo como ejemplo significativo (e intencionado), el estudio actual de
las fosas de la Guerra Civil; “algunos, al considerar que los hechos más cercanos a nosotros son, por
lo mismo, rebeldes a todo estudio realmente sereno, simplemente quieren evitar que la casta Clío
tenga contactos demasiado ardientes” (p. 66) y, de forma menos sutil “el erudito a quien no le gusta
mirar a su alrededor los hombres, ni las cosas, ni los acontecimientos […] haría bien en renunciar al
[nombre] de historiador (p. 22). En este sentido, la famosa pregunta que introduce el texto; “¿papá,
explícame para qué sirve la historia?” no es sino una forma de hilar el estudio del pasado con la
sociedad del presente. La Historia debe ser útil, debe “servir” para algo; una utilidad que se
relaciona directamente con la ética del historiador que puede y, bajo mi punto de vista, debe hacer
de su ciencia algo más que una pasión erudita y hedónica, aunque, quizá por los condicionamientos
académicos de la época, él mismo caiga en numerosas ocasiones un visión “erudita” y romántica del
estudio histórico. Le Goff comparte esta visión: Como punto de partida, Marc Bloch toma la
pregunta de un hijo a su padre, ¿para qué sirve la historia? Esta confidencia no sólo nos muestra a
un hombre que es tanto padre de familia como servidor de su propia obra; nos introduce en el
corazón mismo de una de sus convicciones: la obligación de la difusión y de la enseñanza de sus
trabajos por el historiador. Nos dice que debe “saber hablar, en el mismo tono, a los doctos y a los
alumnos” y subraya que “tal sencillez es el ACH000964850.0.580x580privilegio de unos cuantos
elegidos”. Aunque sólo fuera por esta afirmación, la obra seguiría siendo hoy —cuando la jerga
técnica ha invadido demasiados libros de historia— de una actualidad palpitante (p. 11).
Afortunadamente, Historia magistra vitae est. Tras la derrota de Francia ante los nazis, Bloch entra
en una especie de colapso existencial e intelectual cuyo resultado es La extraña derrota, en el que
realiza un análisis muy agudo sobre las razones sociales que provocaron la humillante derrota
demostrando así que un historiador puede historiar el presente, comprender el presente y, ¿por qué
no? posicionarse frente al presente a través del pasado. Hace tiempo ya que la idílica objetividad
neutral y omnipotente del científico (tanto social como “natural”) se ha convertido en un mito sólo
conservado por los defensores de la “ortodoxia” científica, normalmente una minoría, pero una
minoría hegemónica cuyo discurso sirve para autolegitimar y conservar su posición; y lentamente
las jóvenes generaciones de investigadores en Arqueología (y otras ciencias sociales) están
descubriendo la capacidad y potencialidad de estas ciencias para la transformación del presente, con
todas las dudas y problemas teóricos, prácticos, éticos y políticos que ello conlleva. Bloch, si bien
hubiera rechazado de pleno este tipo de ideas pública y académicamente, estoy convencido que

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dudaría en su intimidad intelectual ya que, en palabras de Bourdé y Martin: “el esfuerzo de
abstracción, el rechazo del juicio moral mismo, la exclusión de todo finalismo no significan para
Marc Bloch una huida hacia adelante ante los problemas que plantea la sociedad de su tiempo. La
reflexión sobre L’étrange défaite demuestran que este historiador no se encierra en su torre de
marfil. Según Bloch “es necesario comprender el pasado a partir del presente así como comprender
el presente a la luz del pasado”. En definitiva, explorar los nuevos caminos que la Historia
(continuamos leyendo “y Arqueología”) puede potencialmente desarrollar, incluida la
transformación social (del presente histórico), en todas sus variantes, con todos sus problemas y con
todos sus debates, fue uno de los ejes sobre los que pivotó la obra y el pensamiento de Bloch que
bien podemos leer en la Apología para la Historia, libro quizá superado e inocente en muchos
aspectos pero que, como todo clásico, merece su lectura y su revisión, cuestión que no se puede
afirmar para todas las obras. Y es que, como afirmó Bloch, “la historia, no lo olvidemos, es todavía
una ciencia que se está haciendo”.

[Carlos TEJERIZO. “Revisando los clásicos: Apología para la historia o el oficio de


historiador de Marc Bloch”, in Revista Arkeogazte (País Vasco), nº1, 2011, pp. 189-194]

Una de las obras más notables de la historiografía del siglo XX y que alcanzó mayor influencia en
este campo es Apología para la Historia o el oficio del historiador, escrita por el historiador Marc
Bloch y editado por su amigo Lucien Febvre. El libro plantea una nueva historia, fundamentada en
lo social y lo económico, con una nueva forma de acercarse a las fuentes. A través del mismo se
descubre el trabajo de un historiador.

Marc Bloch es uno de los intelectuales franceses más destacados del siglo XX. Historiador, soldado
en las dos guerras mundiales y líder de la Resistencia francesa, fue capturado, torturado y murió de
forma heroica fusilado por los alemanes. Como historiador, Bloch, fue uno de los iniciadores del
enfoque económico y social de la historia. Junto con Lucien Febvre, fundó la Escuela de los
Annales.

Las ideas de Annales se pueden resumir en: la sustitución de la tradicional narración de los
acontecimientos, por una historia analítica orientada por un problema; se propicia la historia de toda
la gama de actividades humanas en lugar de una historia primordialmente política. Al fin de poder
alcanzar los dos objetivos citados, la colaboración con otras disciplinas, con la geografía, la
sociología, economía, lingüística, etc.

Con demasiada frecuencia se ha adjudicado el movimiento a tres o cuatro personas como Lucien
Febvre, Marc Bloch o Fernand Braudel, pero lo cierto es que este movimiento de intelectuales,
represente una empresa colectiva de muchos individuos cuyas aportaciones individuales han hecho
contribuciones a la historia. Buena parte de esta nueva historia es la obra de determinado grupo de
estudiosos vinculados con la revista creada en 1929 y conocida como Annales. En el centro del
grupo están Lucien Febvre, Marc Bloch, Fernand Braudel, Georges Duby, Jacques Le Goff y
Emmanuel Le Roy Laudurie, cerca del borde se encuentran Ernest Labrousse, Pierre Vilar,
Mauricie Agulhon y Michel Vovelle, cuyo compromiso por un enfoque marxista de la historia los
coloca fuera del círculo interior.

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En 1943 Marc Bloch interrumpió su trabajo Apología para la historia o el oficio de historiador para
incorporarse a la resistencia antinazi. Su colega Lucien Febvre corrigió y preparó una edición
póstuma. Este libro está conformado por capítulos como: La historia, el hombre y el tiempo; La
observación histórica; La crítica y Análisis crítico. De manera general se analizan varios ejes
problemáticos que toda concepción histórica contemporánea se plantee, entre ellos: el objeto de la
ciencia histórica, las relaciones pasado presente, el problema de la objetividad y la neutralidad
histórica, la noción tiempo histórico, la idea de progreso y el papel de la narración histórica.

En este libro Bloch plantea el problema sobre la utilidad de la historia mediante la pregunta de un
niño dirigida a su padre, «papá, explícame para qué sirve la historia», con la que se plantea el
problema de la legitimidad de esta disciplina. Asume que en principio, antes que el deseo de
conocimiento y que la pretensión de constituirse como obra científica conciente de sus fines, la
historia produce una atracción: distrae y produce placer. Sin embargo, este atractivo no basta para
justificarla y legitimar el esfuerzo intelectual que requiere.

Se plantean dos dimensiones fundamentales en la concepción de la historia: su legitimidad


(vinculada al plano cognoscitivo e intelectual) y su utilidad.

La utilidad se relaciona con la tendencia a buscar en la historia una guía para la acción. Bloch
afirma que el valor de una investigación no se mide, al contrario de lo que postulaban los
positivistas, según su capacidad de servir a la acción, y que, por lo tanto, este sentido pragmático de
la historia no puede confundirse con su sentido propiamente intelectual, la historia se legitima más
allá de su utilidad, en función de su rigurosidad y su capacidad de establecer relaciones explicativas
entre fenómenos para comprenderlos.

Considera que la historia no es la ciencia del pasado, porque no basta con contar acontecimientos
sólo unidos entre sí por la circunstancia de haberse producido aproximadamente en el mismo
momento: de los múltiples acontecimientos pasados interesan al historiador sólo aquellos que se
unen a sus preocupaciones específicas en función de la historia problemática que se realiza. La
historia estudia la obra de los hombres; es la ciencia de los hombres en el tiempo,... “la historia
quiere aprehender a los hombres. Quien no lo logre no pasará jamás, en el mejor de los casos, de ser
un obrero manual de la erudición. Allí donde huele la carne humana, sabe que está su presa"[1].

En la obra se hace una explicación además de lo que para Marc Bloches es el tiempo histórico,
como una «realidad concreta y viva abandonada a su impulso inevitable, en el plasma mismo en que
se bañan los fenómenos y algo así como el lugar de su inteligibilidad[2]».

Esto se contrapone a las disciplinas en las que no es más que una medida dividida en fragmentos,
pues el tiempo histórico va más allá de lo cronológico: se busca romper con el tiempo histórico
unilineal sostenido en la idea de progreso que planteaba ausencia de rupturas. Así, el tiempo
histórico tiene dos atribuciones: continuidad y ruptura, es un continuo y está sometido al cambio
permanente.

El historiador no limita su campo de estudio al pasado, sino que estudia también el presente a fin de
comprender el pasado, sino que estudia también el presente a fin de comprender el pasado, estudia

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lo viviente. La incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado. Pero no es,
quizás, menos vano esforzarse por comprender el pasado si no se sabe nada del presente[3]

Tampoco se puede explicar a una sociedad por el momento inmediatamente anterior al que vive
(dado que hay una transferencia de pensamiento entre generaciones muy alejadas, que se manifiesta
más claramente en las transferencias facilitadas por escritos, que constituyen a continuidad de una
civilización), ni por los movimientos de ideas o sensibilidad más cercanos en el tiempo.

Hay una crítica a la historia que se limita a la corta duración: no alcanza con estudiar las reacciones
de los hombres frente a las circunstancias particulares de un momento, es preciso estudiar al pasado
(en la larga duración) para comprender al presente -pero sin pretender realizar una justificación del
mismo.

Es preciso partir del conocimiento del presente para comprender el pasado, porque la observación
voluntaria y controlada de lo cotidiano da los elementos que sirven para reconstruir el pasado. De
esta manera, la ciencia de los hombres en el tiempo llamada historia aúna el «estudio de los muertos
con el de los vivos» en una interdisciplinariedad donde se pretende lograr una historia universal.

Bloch además aborda brillantemente las particularidades de la observación histórica. Para él esta
consiste mayoritariamente en un conocimiento por huellas, es decir, todo lo dejado por los hombres
en el tiempo, la marca que deja un fenómeno y nuestros sentidos pueden percibir.

A pesar de eso, no todas las huellas se presentan fácilmente: «Los exploradores del pasado no son
hombres totalmente libres. El pasado es su tirano y les prohíbe que sepan de él lo que él mismo no
les entrega, científicamente o no[4]» y por eso, si no hay indicios a los que recurrir, muchas veces
es imposible evitar la ignorancia sobre determinados temas.

Según Bloch «...los textos, o los documentos arqueológicos, aún los más claros en apariencia y los
más complaciente, no hablan sino cuando se sabe interrogarlos». La observación pasiva no reditúa
frutos: el historiador no recurre a los documentos, los lee, determina su veracidad y autenticidad y a
partir de ello deduce sus consecuencias; el cuestionario preexiste y en la investigación la encuesta
ya tiene una duración determinada por la inteligencia.

Siguiendo a autores como Marc Bloch en obras como esta puede entenderse la historia como un
proceso en constante construcción y revisión, una especie de espejo imperfecto y de contornos
cambiantes en los que buscamos reflejar nuestro presente para intentar entenderlo mejor. La
apología de la historia o el oficio de historiador, constituyenuna colección de reflexiones inspiradas
en el trabajo desarrollado a lo largo de su vida.

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