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Conferencia: “Pluralismo moral, ética de mínimos y ética de máximos”

Cortina, Adela.

CONFERENCIA «ÉTICA, CIUDADANÍA Y MODERNIDAD»

PROFESORA ADELA CORTINA (Universidad de Valencia, España)

Presentador

Señoras y señores, muy buenas tardes.

Estamos reunidos en esta oportunidad para dar a conocer a ustedes la


creación del Centro de Estudios de Ética Aplicada de la Facultad de
Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, y para escuchar la
Conferencia de la profesora Adela Cortina, titulada “Ética, Ciudadanía y
Modernidad”.

Preside la ceremonia el Sr. Vicerrector de Investigación de la


Universidad, profesor Camilo Quezada, y lo acompañan en la testera el
Vicedecano de la Facultad de Filosofía y Humanidades, profesor
Bernardo Subercaseaux, la Directora del Centro de Estudios de Ética
Aplicada, profesora Ana Escribar, el Director de la Oficina Técnica de la
OEI-Chile y profesor de la Facultad de Ciencias Sociales, Sr. Juan Ruz, y
la académica de la Universidad de Valencia, España, profesora Adela
Cortina.
Hace aproximadamente una década, un grupo de académicos del
Departamento de Filosofía comenzó a reflexionar en torno a temas
éticos relacionados, entre otros, con la biología, la medicina, la
educación y la política, compartieron sus reflexiones con especialistas de
otras disciplinas, y proyectaron su quehacer a través de publicaciones y
programas de formación, de postgrado y de postítulo, en áreas como la
Bioética y la Educación en Valores. En el año 2002, ya consolidado un
equipo de trabajo, se crea el Centro de Estudios de Ética Aplicada,
dependiente de la Facultad de Filosofía y Humanidades, por decreto
universitario 0010738.

Iniciaremos este acto con las palabras de quien dirige el Centro de


Estudios de Ética Aplicada, la profesora Ana Escribar.

Ana Escribar

Profesor Camilo Quezada, Vicerrector de Investigación de la


Universidad de Chile, profesor Bernardo Subercaseaux, Vicedecano de la
Facultad de Filosofía y Humanidades, profesor Juan Ruz, Director
Técnico de la Oficina de la Organización de Estados Iberoamericanos
para la Educación, la Ciencia y la Cultura en Chile, académicos,
alumnos, señoras y señores.
La destacada filósofa española, Adela Cortina, nos hace el honor de
acompañarnos hoy, día en el que tenemos el agrado de presentar ante la
opinión pública el Centro de Estudios de Ética Aplicada (CEDEA), nueva
unidad académica dependiente de la Facultad de Filosofía y
Humanidades de la Universidad de Chile.

La presencia de Adela Cortina entre nosotros, en esta fecha, es


especialmente significativa, por cuanto ella, junto a su importante
investigación relativa a los fundamentos de la ética, ha desarrollado
también un amplio y valioso trabajo en el ámbito de la ética aplicada, en
el que precisamente esperamos centrar la investigación, la docencia y las
publicaciones de nuestro Centro. Por consiguiente, vemos en Adela
Cortina a una de nuestras más distinguidas maestras. Quienes
programamos, creamos y actualmente trabajamos en el CEDEA
consideramos que la ética aplicada está actualmente llamada a
desempeñar funciones de la mayor relevancia tanto en nuestro país
como a nivel internacional.

En primer lugar, porque durante un largo período, por lo menos en


nuestro medio, la ética filosófica, al fijar su atención casi exclusivamente
en el problema -importantísimo, por cierto- de los posibles fundamentos
para normas de validez universal, dejó prácticamente de lado la reflexión
sobre los procedimientos para la solución de conflictos. Como
consecuencia de ello, poco a poco, la ética fue enclaustrándose entre los
muros de la academia; fue perdiendo presencia en el debate público y en
la formación de la juventud. Quedó así un espacio abierto para la
promoción de conductas y modelos irracionales, espacio que -pensamos-
es hoy urgente que sea abordado por la reflexión de la ética aplicada.
En segundo lugar, porque el carácter trágico de la vida moral de la
humanidad, en la que el conflicto está siempre presente, hace que
principios y normas, aun si su validez está respaldada por fundamentos
suficientes, no basten para orientar eficazmente la acción. Los
inevitables conflictos entre principios, y los conflictos entre la
generalidad de esos principios y la particularidad de las situaciones
concretas, exigen además una preocupación por las consecuencias de la
aplicación de aquellos en los distintos ámbitos del quehacer humano.

En tercer lugar, porque la ampliación de los alcances de la acción


derivados del actual nivel de desarrollo científico-técnico puede llegar a
tener efectos tan graves que, como lo plantea Jürgen Habermas en El
Futuro de la Naturaleza Humana, no resulte ya legítimo que el filósofo,
por muy posmetafísico que se considere a sí mismo, ignore las
interrogantes provenientes de la preocupación por una vida buena.

En torno a estas inquietudes se fueron estructurando los estudios e


investigaciones de un pequeño número de académicos, que finalmente
desembocaron en la creación de nuestro Centro de Estudios de Ética
Aplicada, cuyos objetivos centrales quedaron definidos en los siguientes
términos:

- contribuir a la reflexión y el debate en temas de ética aplicada,


mediante la investigación teórica de alto nivel en ética filosófica y la
formulación y desarrollo de metodologías y procedimientos de
deliberación y resolución de dilemas o situaciones morales conflictivas
- contribuir al desarrollo integral de la ciudadanía, a través de la
promoción de valores, actitudes, procedimientos y conceptualizaciones
que, desde una perspectiva ética, combinen las dimensiones individual y
colectiva, global y local, de las problemáticas morales, propiciando así
cambios en las actitudes y en las conductas, que conduzcan a la
materialización de una estructura social más justa, equitativa,
democrática, tolerante y solidaria

- proponer públicamente, mediante los instrumentos apropiados y


acciones específicas, un diálogo amplio y un debate regulado acerca del
conjunto de particularidades y situaciones conflictivas de diverso sello
que conforman el sistema de valoraciones que definen nuestro entorno
social actual.

En función de estos objetivos -en función de su realización-, nuestro


CEDEA, recién nacido, ha iniciado un programa de Postítulo en Bioética
Fundamental que, mediante la acción conjunta de las Facultades de
Filosofía y Humanidades y de Medicina, esperamos se convierta, desde
el próximo año, en un programa de Magister en Bioética. Además, con la
colaboración de la OEI, Organización de Estados Iberoamericanos para
la Educación, la Ciencia y la Cultura, y de la Universidad de Barcelona, el
Centro está dictando un Postítulo en Educación en Valores para
educadores que, mediante un convenio con el Ministerio de Educación,
pretende hacer llegar a las regiones con un programa virtual.
También, mediante un convenio con el Ministerio de Educación, está
efectuando un estudio sobre el estado actual de la Educación en valores
en centros de formación pedagógica a nivel nacional e internacional, y
desarrollando un curso piloto de Educación en valores en el Centro de
Estudios Pedagógicos de nuestra Facultad. Está dictando cursos de
bioética en pregrado en la Facultad de Filosofía y Humanidades y en la
de Ciencias. Ha creado una publicación, de aparición trimestral:
Perspectivas Éticas, que pretende abordar -desde fundamentos y
mediante procedimientos filosóficos- problemas morales presentes en el
debate público nacional. Han aparecido ya cinco números, cuyos temas
han sido los siguientes: “La píldora del día después”, “La esterilización
voluntaria en Chile”, “La pérdida del sentido de lo político. Espacio
público e identidad ciudadana en Chile”, “Articulación ética de la
economía chilena. El acuerdo pendiente”, “Matrimonio indisoluble y
legalización del divorcio. Análisis desde la perspectiva de una ética
mínima”. El número seis, que está en preparación, tiene como tema el
problema de la corrupción. En este momento, el Ministerio de
Educación reparte esta publicación en más de trescientos planteles
educacionales del país. Además, se está elaborando el proyecto para una
publicación anual de ética. Y tenemos a punto de ser entregado a la
editorial un libro, cuyo título es: Bioética. Fundamentos y dimensión
práctica.
Uno de nuestros logros -y no precisamente el menor- es poder recibir
hoy en el Salón de Honor de nuestra Universidad a Adela Cortina,
catedrática de Filosofía del Derecho, Moral y Política de la Universidad
de Valencia, España. Ella ha desempeñado una importante labor, junto a
Karl-Otto Apel y Jürgen Habermas, principales exponentes de la llamada
«ética dialógica» o «ética del discurso». Esta distinguida filósofa
española ha desarrollado, además, un extenso y destacado trabajo en el
ámbito de la fundamentación moral y de la ética aplicada. En el tema de
los fundamentos, Adela Cortina -entre otras importantes
contribuciones- ha hecho aportes de gran interés para la distinción entre
mínimos y máximos morales, distinción que resulta indispensable en las
actuales sociedades pluralistas, donde “extraños morales”; esto es,
personas que tienen distintos ideales de perfección y felicidad, deben
vivir armónicamente en el respeto de esas diferencias. En el ámbito de la
ética aplicada, por otra parte, Adela Cortina ha desarrollado trabajos
referentes a la democracia, a la ciudadanía, a la empresa, a la educación
moral y a la bioética. Su investigación en estas materias ha dado lugar a
la publicación de numerosas obras, entre las que destacan: Ética
Mínima, Razón Comunicativa y Responsabilidad Solidaria, Ética
Aplicada y Democracia Radical, Ética de la Empresa, Ética de la Sociedad
Civil, Quehacer Ético. Guía para la educación moral, etc.
En nombre del CEDEA, de la Facultad de Filosofía y Humanidades y de
la Universidad de Chile, agradezco a la OEI el apoyo que ha hecho
posible que escuchemos hoy a quien -con toda seguridad- es
actualmente la filósofa más destacada del mundo hispanoparlante.
Agradezco a Adela Cortina por su presencia, la que aporta una especial
solemnidad y significación a la presentación de nuestro Centro. Y le
agradezco muy especialmente la oportunidad que nos brinda de
escucharla en un tema de tanto interés y actualidad como el que hoy
desarrollará ante nosotros: «Ética, ciudadanía y modernidad».

Muchas gracias.

Presentador

La Facultad de Filosofía y Humanidades agradece a la Oficina Técnica de


la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la
Ciencia y la Cultura, por cuanto hizo posible la venida de la académica
Adela Cortina.

Escuchemos al Director de dicha Oficina Técnica, el profesor Juan Ruz.


Juan Ruz

Muy buenas noches, y muy brevemente.

Señor Vicerrector de Investigación, profesor Camilo Quezada,


autoridades de la Facultad de Filosofía y Humanidades, don Bernardo
Subercaseaux y profesora Ana Escribar, permítanme, muy brevemente,
entregar un saludo a todos los presentes y destacar entre nosotros lo que
ya ha sido destacado, la presencia de la profesora Adela Cortina en Chile.

Curiosamente, la profesora Adela Cortina no había estado nunca en


Chile, y, sin embargo, en los últimos treinta días ha estado dos veces. No
sé si esto signifique algo en relación a si los chilenos estamos
descubriendo las implicaciones, los asuntos, las profundidades de los
problemas éticos; pero no es un azar que, en un mes, haya sido invitada
dos veces a Chile.

El perfil intelectual de la profesora Adela Cortina ya ha sido presentado.


Yo quiero decir que la profesora Adela Cortina viene en el marco de un
convenio entre la Organización de Estados Iberoamericanos para la
Educación, la Ciencia y la Cultura, y la Universidad de Chile. Este
convenio se expresa en un Postítulo en Educación en Valores que está en
desarrollo, por segunda vez, en la Facultad de Filosofía y Humanidades
de la Universidad de Chile.
Espero que tengamos muchas otras oportunidades, a través de la agencia
de cooperación que es la Organización de Estados Iberoamericanos, de
tener presente aquí, en la Universidad de Chile, a muchos otros
catedráticos, no solamente de España, sino que de cualquier otro país
iberoamericano, puesto que la OEI está instalando una sede permanente
en Chile, que tengo el honor de dirigir.

Profesora Adela Cortina, sea Ud. muy bienvenida.

Presentador

A continuación, se dirigirá a ustedes la académica de la Universidad de


Valencia, la profesora Adela Cortina.
Adela Cortina

Bueno, yo quiero empezar agradeciendo -como es de ley- a la


Universidad de Chile en la figura de sus autoridades, a la directora del
Centro de Ética Aplicada, y también a la OEI, el honor que me hacen de
acompañar lo que, yo creo, es un bautizo del Centro, porque creo que ya
lleva como un año de vida, y creo que es siempre un honor que se
permita a alguien acompañar en un acontecimiento tan gozoso como un
bautizo. Y en este caso, el de una criatura tan valiosa como es un Centro
de Ética Aplicada, que creo que es una de las dimensiones más
importantes, actualmente, de la filosofía.

Desde los años 70 del siglo XX, van surgiendo las éticas aplicadas como
una nueva forma de saber y se han ido extendiendo paulatinamente a los
distintos lugares del mundo. Y es una buena noticia siempre que surja
un nuevo Centro, porque creo que se trata de unir la filosofía a la vida
pública, a la vida social, a la vida cotidiana, y eso siempre me parece que
es una excelente noticia. Por eso, muchas gracias por el honor que me
hacen de estar aquí esta tarde, y es para mí, de verdad, una alegría poder
hacerlo.

El tema que se me había encomendado era el de ética y ciudadanía:


«Ética, Ciudadanía y Modernidad», y quería empezar recordando, a la
hora de hilvanar algunas palabras sobre este tema, qué quiere decir la
palabra ethos. La palabra ethos viene del griego y quiere decir “carácter”.
Y así, nos estamos dando cuenta, poco a poco, que lo más importante
para una sociedad es el carácter de las personas que la componen, el
carácter de sus organizaciones, el carácter de un pueblo. De hecho, la
filosofía, en su dimensión ética, desde el comienzo se fue ocupando de la
forja del carácter, y sabemos que son importantes las leyes, que es
importante la legalidad, pero que lo más importante para una sociedad
es la forja del carácter de sus personas, de sus organizaciones y de su
pueblo. Forjar el carácter es siempre una apuesta, y no una apuesta a
corto plazo, sino a medio y largo plazo; las leyes pueden crearse e
incumplirse, lo que realmente es una verdadera apuesta de futuro es la
creación, la forja, de un buen carácter, de las personas, de las
organizaciones y de los pueblos. Por eso, creo que es importante hablar
de la ética de la ciudadanía. Y nuestro tema va a ser el del carácter del
ciudadano, la ética de la ciudadanía, qué tipo de ciudadanos queremos
forjarnos, en la sociedad chilena, en la sociedad española y en el
conjunto de las sociedades, qué tipo de ciudadanos queremos ser.

Es un tema fundamental, y lo está siendo sobre todo desde los años 70


del siglo XX. Y esa necesidad de forjar de nuevo el carácter de los
ciudadanos surge de dos lados fundamentales, de dos raíces
fundamentales. Por una parte, la necesidad de civilidad, y, por otra
parte, la necesidad de que la sociedad civil asuma su protagonismo. Yo
voy a referirme en esta charla de esta noche a estos dos lados, a estas dos
raíces.
En primer lugar, la necesidad de civilidad para las sociedades, y, en
segundo lugar, la necesidad de que la sociedad civil asuma su
protagonismo, de que salga de su minoría de edad, asuma su mayoría de
edad y tome el lugar que le está correspondiendo en una sociedad
pluralista.

En primer lugar, la necesidad de civilidad. Yo quisiera remitirme aquí a


la obra de Daniel Bell: Las Contradicciones Culturales del Capitalismo,
en la que, al analizar cuáles son las contradicciones del capitalismo
tardío pone sobre el tapete un diagnóstico que a mí me parece muy
acertado. El diagnóstico es -entre otros aspectos fundamentales- el de
que, en esas sociedades, la ética fundamental es la ética del
individualismo hedonista. A fin de cuentas, la clave de nuestras
sociedades es el individualismo. Cada persona siente que él y sus
allegados son el centro de la sociedad, el núcleo de la sociedad. Y
además, cada uno de ellos siente que tiene deseos, deseos de
determinados placeres; los deseos son infinitos y cada uno entiende que
él, sus deseos y la satisfacción de sus deseos constituyen la clave de su
sociedad.

Cuando esa es la clave ética de una sociedad, lo que es evidente que


ocurra a continuación es que se merma totalmente toda capacidad de
civilidad. ¿Qué quiere decir civilidad?
La capacidad de sacrificarse, de alguna manera, la capacidad de
involucrarse en las tareas públicas, la capacidad de involucrarse en las
tareas de la sociedad en su conjunto. Y ocurre que, cuando el
individualismo hedonista es la clave de una sociedad, la civilidad queda
totalmente socavada.

Yo creo que el diagnóstico de Bell es muy lúcido y que, en nuestras


sociedades con democracia liberal, uno de los grandes males es que
efectivamente el individualismo hedonista se ha convertido en la ética,
en la lógica y en la cultura de nuestra sociedad. Y yo añadiría que no sólo
el individualismo hedonista, sino también lo que Mac Pherson ha
llamado el individualismo posesivo, es decir, la convicción de que cada
uno es el dueño de sus facultades y del producto de sus facultades, sin
deber por ello nada a la sociedad. En último término, todos entendemos
que somos los dueños de nuestras capacidades y de lo que producimos, y
que no debemos nada a la sociedad de aquello que tenemos y de aquello
que producimos. Y por eso, cuando llega el momento de pagar los
impuestos -yo no sé lo que pasa en Chile, pero por lo menos en España
nadie siente que lo que está haciendo es devolver a la sociedad lo que, de
alguna manera, le pertenece- ocurre que todo el mundo dice
taxativamente: «me están quitando, me están quitando de lo mío». Pues
se entiende que el impuesto no es devolver parte de lo que uno ha
recibido de una sociedad, sino sencillamente que a uno le detraen de lo
que, a fin de cuentas, es suyo.
Cuando esa es la clave de una sociedad, es evidente que la civilidad se
socava y es evidente también que esa sociedad empieza a entrar en
crisis. Porque una democracia no se sostiene con un individualismo
hedonista ni con un individualismo posesivo. Una democracia, en el
orden político, reclama una ciudadanía que está muy impregnada de
virtudes cívicas, muy dispuesta a involucrarse en la vida pública, a
trabajar en la vida pública.

El diagnóstico de Daniel Bell llevó a pensar en distintas soluciones. Una


de ellas fue la religión civil, en la que yo no voy a entrar. Creo que la
solución más lúcida es la de que necesitamos en nuestras sociedades,
como un antídoto, tener una idea de justicia compartida por toda la
sociedad. En unas sociedades en las que la noción de justicia no es una
noción que favorece a todos los ciudadanos y en la que todos los
ciudadanos pueden estar de acuerdo, es imposible pedirles a todos que
colaboren, que cooperen, porque ¿a quién se le puede pedir que coopere
cuando él se siente injustamente tratado? Es necesario elaborar una
teoría de la justicia que sea compartida por toda la sociedad.

Desde estos años 70, cuanto Daniel Bell dio este diagnóstico y también
esta solución, se empezó a gestar en el terreno de la filosofía política un
conjunto de teorías de la justicia, la primera de las cuales -la más
famosa- fue la teoría de la justicia de John Rawls, en el año 1971. Pero,
desde ella, empezaron a aparecer Las Esferas de la Justicia, de Michael
Walzer, y un conjunto de otros tratamientos, todos ellos sobre el tema
de la justicia, en la versión o de un liberalismo más exagerado o de un
liberalismo más social.
Es verdad que las teorías se hicieron, sobre todo, desde la vertiente
liberal. La clave seguía siendo la individualista, porque el liberalismo
tiene como clave el individualismo, y un individualismo que defiende
sus derechos. La clave de nuestras sociedades sería el individualismo con
sus derechos, y las teorías de la justicia se tejieron sobre la trama del
individualismo con sus derechos. Un individualismo que es
universalista, que se plasma en la Declaración de Derechos Humanos:
«todo ser humano tiene derecho a la vida». Todo ser humano tiene
derecho, pero siempre es un individuo con sus derechos y la teoría de la
justicia está establecida sobre esta base.

En los años 70, se escribieron una gran cantidad de teorías de la justicia


en el ámbito de la filosofía política. Y fue en los años 80 cuando el
filósofo norteamericano MacIntyre escribió su famoso libro Tras la
Virtud, en el que -entre otras cosas- lo que hacía era criticar esta
posición de los liberales, el exceso de teorías de la justicia, que, a su
juicio, se habían hecho desde una perspectiva de procedimentalismo y
racionalidad que dejaba absolutamente en la ignorancia un lado
fundamental de los seres humanos, que es el lado del sentimiento de
pertenencia. Se ha dicho habitualmente que la tradición filosófica
occidental se ha centrado en exceso en la dimensión racional y ha
olvidado también en exceso la dimensión sentimental, que es una
dimensión fundamental para los seres humanos. No sólo somos razón,
sino también sentimiento.
Y los comunitarios vinieron a decir, siguiendo la teoría de MacIntyre -
aunque MacIntyre dice no ser comunitario-, que los liberales se habían
fijado excesivamente en una teoría desencarnada y racional de la justicia,
y que era fundamental complementarla con una teoría del sentimiento
de pertenencia a una comunidad concreta. A fin de cuentas, los seres
humanos no solamente pretendemos justicia, sino que nacemos en una
comunidad concreta, vivimos en una comunidad concreta; en ella
aprendemos a valorar, en ella aprendemos a vivir. Y creo que es muy
importante que se pueda desarrollar un programa de educación en
valores, porque son los valores que valoramos en una sociedad los que
intentamos transmitir en la educación. Los comunitarios, por eso,
entendieron que era fundamental complementar la idea de justicia con
la idea de pertenencia a la comunidad, con la idea de lealtad a la
comunidad

¿Qué pasó en los años 90? En los años 90 pasó -como decía Hegel- que
siempre en la historia vamos pasando de un lado a otro de las
cuestiones. Y en un tercer momento nos damos cuenta de que los dos
lados tenían su buena parte de razón, y que hemos de llegar a un tercero
que contenga lo mejor de los dos anteriores, superándolo. En los años
90, se volvió a poner sobre el tapete de la reflexión la noción de
ciudadanía. Y la noción de ciudadanía pretende ser una síntesis de
justicia y de pertenencia. En último, término, ¿quién es un ciudadano?
Un ciudadano es alguien que se sabe perteneciente a una comunidad
política, que sabe que está inscrito en su comunidad política, pero -y a
mí me parece que esto es fundamental- que quiere que esa comunidad
sea justa.
La idea de ciudadanía pretende unir los dos lados, entendiendo que
ciudadano no sólo es el que se sabe perteneciente a la comunidad
chilena, o se sabe perteneciente a la comunidad española, sino que se
preocupa porque esa comunidad sea justa, porque no le basta con decir
que es la suya, sino que quiere que sea, si no la mejor, por lo menos una
sociedad justa. Por eso, en los años 90, se puso sobre el tapete la idea de
ciudadanía y empezaron a elaborarse un conjunto de teorías de la
ciudadanía, cada una de las cuales se fijaba en alguna de las dimensiones
de la ciudadanía.

Más adelante voy a ocuparme de cuáles creo que son las dimensiones de
un ciudadano auténtico, porque -y vuelvo a citar a Hegel- hay una idea
de verdad que es muy importante. Y es la idea de verdad referida a qué
tipo de actuaciones realiza nuestro ideal impregnado en un concepto o
plasmado en un concepto. Cuando alguien dice de alguien que es un
verdadero amigo, lo que está queriendo decir es que realiza la idea que
tenemos de la amistad. Y a mí me importa, en esta tarde, pensar con
todos ustedes qué es lo que entendemos que es un ciudadano auténtico,
aquel que realizaría la idea que tenemos de lo que es un buen
ciudadano, alguien que está realmente involucrado en su comunidad
política. ¿Qué sería un buen ciudadano y cuáles tendrían que ser las
dimensiones de ese buen ciudadano?
Pero antes de pasar a ello, voy a referirme al segundo lado que había
dejado pendiente, que era el lado de la necesidad de que la sociedad civil
asuma su protagonismo. Porque esa es la razón que hace que la idea de
ciudadanía se ponga efectivamente en la primera plana de los
periódicos. Hacen falta ciudadanos auténticos y hace falta que la
sociedad civil asuma su protagonismo.

Esta idea surge también en los años 70, que fueron enormemente
prolíficos. Y precisamente porque hasta entonces habíamos vivido, de
alguna manera, todas nuestras sociedades -porque todas somos
enormemente iguales, aunque parezca lo contrario-; todos vivíamos una
idea de sociedad civil que tenía mucho que ver con la relación que
establecía Hegel entre la idea de sociedad civil y la de Estado. Todos
nosotros nos educamos en la universidad con una idea hegeliana de lo
que es la sociedad civil. En los Principios de la Filosofía del Derecho dice
Hegel que la sociedad civil es aquel lado de la sociedad en el que cada
uno es fin para sí mismo y todos los demás no son nada para él.
Tomando las teorías del contrato como base -la teoría de Hobbes, la
teoría de Kant, la teoría de Rousseau-, piensa Hegel que las teorías del
contrato han plasmado lo que es la sociedad civil. Y la sociedad civil es
aquel lugar en el que cada uno, buscando su interés egoísta, no tiene
más remedio que apelar de alguna manera a la universalidad, aunque
siempre instrumentaliza la universalidad en su propio servicio, porque
en la sociedad civil cada uno es fin para sí mismo y los demás no son
nada para él.
A fin de cuentas, lo que afirman las teorías del contrato es que sellamos
el pacto por un interés egoísta y sacrificamos parte de nuestros intereses,
precisamente, para satisfacer mejor nuestro interés egoísta. Nos interesa
la ley sólo en esa medida. Y Hegel entiende -y yo creo que muy
adecuadamente- que si la sociedad civil es sólo un lugar de egoísmos en
conflicto, que únicamente utiliza las leyes como instrumentos en su
propio servicio, entonces es imposible llegar al momento de lo universal.
Y el momento de la justicia es el momento de lo universal, no el
momento de lo singular. Por eso entendía Hegel que las teorías del
contrato no habían hablado de un pacto para llegar a un Estado, sino
que a lo único que habían llegado era a la sociedad civil. Había que dar
un paso más, había que llegar al Estado. La sociedad civil tenía que
complementarse con un Estado que fuera realmente el lugar de lo
universal, el lugar de la justicia, el lugar de la solidaridad.

Yo no conozco tanto la realidad chilena como para saber cómo se sentía


en las universidades chilenas esto que yo voy a decir, pero cuando yo
estudiaba la carrera -y, por mi aspecto, se darán cuenta de que, más o
menos, soy de aquellos de la generación del 68-, cuando se hablaba de
transformar la sociedad, todo el mundo entendía que transformar la
sociedad quería decir meterse en política. Y meterse en política no
quería decir deliberar sobre lo justo y lo injusto -como decía Aristóteles-,
sino que meterse en política quería decir, de alguna manera, meterse en
algún partido político, en algo que tuviera que ver con el gobierno del
Estado.
Creo que teníamos la idea hegeliana de que cambiar la sociedad había
que hacerlo desde la política, y desde la política estatal, y que no se
podía transformar la sociedad desde la sociedad civil, porque la sociedad
civil era el lugar de los egoísmos en conflicto, el lugar de la singularidad,
y, por lo tanto, la sociedad civil era un lugar deplorable.

Curiosamente, en los años 70 del siglo XX, la noción de sociedad civil


empieza a cambiar. Es verdad que estuvo la noción de Gramsci y otras,
pero lo curioso de los años 70 es que se empieza a reclamar
expresamente que la sociedad civil asuma su protagonismo, y se reclama
desde sectores que son netamente progresistas. Los trabajos de
Habermas, que llevan a reclamar que la sociedad civil asuma su
protagonismo, creo que vienen de una experiencia negativa de lo que es
disolver la sociedad civil. Una sociedad sin sociedad civil es una sociedad
que está perdida. La experiencia de los países del Este fue que quedó
únicamente el Estado y el individuo, sin ninguna trama mediadora de
asociaciones, de redes sociales. Las redes sociales desaparecieron y
quedaron únicamente el individuo y el Estado. Y en una sociedad en que
quedan únicamente esos dos polos, los males están todos preparados.

Se pensó que era necesario fomentar esas redes sociales que componen
la trama de la sociedad civil, y que para un pueblo representan su
principal capital social. La idea de capital social es la que estudió
Putnam viendo la diferencia entre la Italia del norte y la Italia del sur,
viendo cómo en la Italia del norte hay una mayor red de capital social, y
por eso han funcionado mejor los gobiernos, y por eso ha funcionado
mejor la economía.
Mientras que en la Italia del sur había menos redes asociativas, y
además las redes que había eran redes verticales y no horizontales; esto
ha hecho que los gobiernos sean menos fecundos y que la economía
tampoco funcione. Era fundamental trabar redes sociales, porque son el
principal capital de los pueblos. Y por lo tanto, se reclamaba que la
sociedad civil se adensara, generara fuerza y asumiera su protagonismo.

A mí me parece que es fundamental que la sociedad civil asuma su


protagonismo, y que no se esté esperando siempre que sea el poder
político el que resuelva los problemas. Lo que ocurre es que, a la hora de
determinar qué es la sociedad civil, creo que hay que preguntarse muy
exactamente qué es, porque creo que hay tres interpretaciones, por lo
menos. Una interpretación entiende que la sociedad civil es
fundamentalmente el mercado, y esto sería volver a la interpretación
hegeliana, sería la interpretación neoliberal. Y como ustedes
comprenderán -por lo menos así lo comprendo yo-, no es la sociedad
civil que estoy yo proponiendo que asuma el protagonismo. Habermas,
Cohen y otros, entienden la sociedad civil como aquel lugar que se
encuentra entre el Estado y el mercado. En una sociedad, entre el lugar
del Estado y el del mercado, se encontraría la sociedad civil, que es el
lugar de la solidaridad. Yo, sin embargo, encuentro que la sociedad civil
es el otro lado del Estado, es decir, que en una sociedad tenemos la
sociedad civil, compuesta por todas las tramas asociativas, incluidas las
mercantiles, y, en el otro lado, el poder político, que sería el Estado, es
decir, el lugar de la coacción estatal.
Por eso, me parece que resulta muy fecunda la distinción, dentro del
conjunto de la sociedad, de tres sectores, cada uno de los cuales creo que
tiene que asumir su responsabilidad, en este momento, en nuestras
sociedades. Me estoy refiriendo al sector político, al sector económico y
al sector social. Me parece que son tiempos de articular los tres sectores
de cada una de las sociedades, de manera que cada uno de ellos reclame
al otro que ejerza la responsabilidad que le corresponde.

Creo que al sector político le corresponde la tarea de hacer justicia en


una sociedad. Si a cada uno de los sectores se le pudiera adjudicar un
valor, creo que al sector político le corresponde hacer justicia en una
sociedad. Las instituciones políticas tienen que ser justas. Y hacer
justicia -a estas alturas de nuestra vida- quiere decir procurar, para todos
los ciudadanos, que sean protegidos los derechos de primera, segunda y
tercera generación. Creo que esos son unos mínimos de justicia que son
tarea del poder político.

El poder empresarial, el segundo sector, tiene que asumir su


responsabilidad social. Cuando vine hace un mes a Chile, fue justamente
a participar en un seminario sobre responsabilidad social de las
empresas -que organizaba la Fundación Prohumana y el Programa de
Naciones Unidas para el Desarrollo-, porque es fundamental que las
empresas asuman su responsabilidad social, no sólo internamente a la
empresa, sino también por el lugar en que están enclavadas y por el
medio ambiente.
Y creo que en un lugar como Chile, que creo que es una sociedad
realmente emergente y prometedora, en la que el mundo empresarial
cada vez va a estar más vivo, creo que hay que intentar que haga la
apuesta -lo que voy a decir me parece incluso obsceno- no del
neoliberalismo, sino de la responsabilidad social. Creo que la alternativa
a un neoliberalismo desenfrenado, preocupado nada más por el
crecimiento, es la asunción de la responsabilidad social, que es una
manera de asegurar la viabilidad de la empresa, al mediano y al largo
plazo; y no entrar en la lucha por la vida que, a lo que puede llevar
también al final, es a no generar capital y acabar con la empresa. Creo
que la empresa tiene que asumir su responsabilidad social.

Y hay un tercer sector, que es el sector social, el sector de todos los


ciudadanos, que tiene que asumir su tarea de denuncia, de protesta, de
actuación en las asociaciones profesionales. Cada uno de nosotros está
en el terreno de las profesiones. Hay una ciudadanía civil que ejercer, y
hay que ejercerla dentro del ámbito de las profesiones, dentro del
ámbito de la universidad, dentro del ámbito en el que cada uno se
encuentre y se siente. Por eso me parece fundamental las éticas
aplicadas en todos esos ámbitos. Hay que ejercer la ciudadanía en todos
esos ámbitos, y además, tareas de solidaridad y tareas de denuncia,
cuando los demás sectores no cumplen su función.
Ésta debiera ser la articulación entre los tres sectores en una sociedad,
de tal manera que cada uno ejerciera su función, como dice el famoso
refrán -que aquí no sé si se utiliza-, «cada palo aguante su vela». Lo que
me parece que es muy importante, es decir, que cada sector haga su
tarea, porque si no al final acaba ocurriendo lo que ocurre con el sector
político y el sector económico, que uno busca votos, y el otro busca
dinero, y después se genera una serie de desgraciados a los que acoge el
sector social, que son aquellos voluntarios de buen corazón que recogen
lo que cae de un lado o lo que cae del otro. Ésa no es la cuestión, la
cuestión es que los tres sectores se articulen y cada uno cumpla su tarea
para que haya una ciudadanía auténtica.

Y paso ya a hablar de los dos últimos puntos que quería tratar -para no
cansarles-. ¿Cuáles creo que deben ser las dimensiones de un ciudadano
auténtico y cuáles creo que deben ser los valores de un ciudadano
auténtico? Cuando nos adentramos en el terreno de la ciudadanía, nos
encontramos con un conjunto de problemas. El primero de ellos es
caracterizar qué entendemos por ciudadano, qué es un ciudadano. Y yo
voy a aventurar una caracterización. Entiendo que ciudadano es aquel
que es su propio señor -o su propia señora, evidentemente-, con sus
iguales, en el seno de la comunidad política. Aquél que es su propio
señor -o su propia señora-. ¿Qué quiero decir con eso? Quiero decir que
ciudadano es el que no es esclavo, el que no es siervo, el que no es
súbdito, el que es el dueño de su propia vida; porque eso es lo que quiere
decir ciudadano, al que no le hacen la vida, sino que se hace su propia
vida. Pero la hace con los que son sus iguales, es decir, con sus
conciudadanos.
La idea de ciudadanía siempre va más allá del individualismo. El
ciudadano no es un individuo. El ciudadano es alguien que es con otros,
y esos otros son sus iguales en el seno de la ciudad, y la ciudad hay que
hacerla conjuntamente. En el primer libro de la Política, decía
Aristóteles que los seres humanos, a diferencia de los animales, no
tienen sólo voz, sino que tienen logos, tienen palabra. Y la palabra o
razón -decía Aristóteles- es lo que les sirve no sólo para significar el
dolor o el placer, sino para deliberar conjuntamente sobre lo justo y lo
injusto. Y acababa diciendo Aristóteles: «y ésta es la casa, y ésta es la
ciudad». La ciudad, la comunidad política, no es el lugar de la coacción,
sino que es el lugar en el que los ciudadanos se reúnen conjuntamente
para deliberar sobre lo que piensan que es justo y sobre lo que piensan
que es injusto. Por eso el ciudadano es el que delibera con otros, el que
hace con otros conjuntamente, el que no es súbdito, el que no es vasallo,
el que asume su protagonismo, el que asume el protagonismo de su
propia vida.

A mí me parece que es fundamental hacer una especie de bando, para


que todos los que somos ciudadanos -por lo menos de carné de
identidad- asumamos nuestra ciudadanía como protagonistas de nuestra
propia vida con los que son nuestros iguales, recordando que son
nuestros iguales, porque realmente creo que nuestras comunidades
políticas están más hechas de la desigualdad que de la igualdad, cuando
en realidad los ciudadanos son todos iguales y eso es lo que los hace
verdaderamente ciudadanos.
Después de esta caracterización, ¿cuáles serían las dimensiones de la
ciudadanía? Yo les voy a lanzar un reto, un programa de estudios, un
programa de trabajo -si -ustedes quieren. Creo que, para llegar a un
ciudadano auténtico, hay que ir cubriendo distintas de las dimensiones
de la ciudadanía, que tienen que quedar bien cubiertas. Es el programa
que lancé en mi libro Ciudadanos del Mundo, porque cuando entré en el
tema de la ciudadanía me di cuenta de que hay distintas dimensiones y
que hay que intentar ir cubriéndolas todas para no dejar ninguna sin que
sea perfeccionada.

La primera dimensión que me parece sería fundamental -que es para


resolver también un problema- es si cuando vamos a hablar del
ciudadano nos vamos a referir a la tradición de la noción griega de
ciudadanía o a la tradición latina de ciudadanía. En los orígenes de la
tradición occidental hay dos nociones, la del polites griego, el ciudadano
griego, y la del civis latino, el ciudadano latino. Son siempre dos
tradiciones que se entremezclan y la cuestión es por cuál de las dos
queremos optar, o si es necesario recogerlas las dos.

La tradición latina es la del ciudadano que lo es cuando la ley se


compromete a protegerlo. Recordarán muchos de ustedes cómo, en los
Hechos de los Apóstoles, cuando San Pablo es detenido y el centurión
quiere quitarle la vida, San Pablo dice: «no puedes hacerlo, porque soy
ciudadano romano». Entonces es ciudadano el que, esté donde esté en el
Imperio, tiene que ser protegido por la ley, y el Imperio tiene el deber de
protegerlo.
La noción de ciudadanía latina se ha plasmado en la noción de
ciudadanía legal, y alguien es legalmente ciudadano cuando su
comunidad política se compromete a proteger sus derechos, sobre todo
los derechos de primera generación, es decir, las libertades civiles y
políticas, y también el derecho de participación ciudadana.

Pero hay otra noción de ciudadanía, que es la de la ciudadanía política,


que es la de quien puede ir a participar en la plaza pública para tomar las
decisiones con sus conciudadanos. No puede el esclavo, no puede la
mujer, no puede el niño, porque ellos no son ciudadanos, pero
ciudadano es que el que sí que puede ir a participar. Creo que es
necesario unir, por lo menos, esas dos nociones de ciudadanía.
Ciudadano no sólo es aquel a quien protege la ley, sino que es aquel que
participa en las cuestiones públicas. Y en ese sentido, creo que hay que
hacer también algún tipo de revolución de la ciudadanía para participar
en las cuestiones públicas, porque -como se ha dicho de otras materias-
la política es demasiado importante para dejársela sólo a los políticos.
Igual que se ha dicho que la economía es demasiado importante para
dejársela sólo a los economistas. Y creo que es verdad. Creo que los
ciudadanos tienen que participar, que auténtico ciudadano es el que no
sólo tiene un carné, sino que también participa.

Una tercera dimensión sería la de ciudadanía social. Cuando vamos a


hablar de la noción de ciudadanía, la que se ha hecho paradigmática en
el mundo occidental es la noción de ciudadanía social, que es la que
propone Thomas Marshall, en su libro Ciudadanía y Clase Social. En este
libro, entiende Marshall como ciudadano a aquel que ve protegidos sus
derechos de primera y segunda generación
.

Les recuerdo que los derechos de primera generación son la libertad de


expresión, asociación, reunión, etc., y los de segunda generación serían
los derechos económicos, sociales y culturales. Alguien es ciudadano
social cuando se protegen sus derechos de primera y segunda
generación. Y en todas nuestras sociedades políticas, en todas nuestras
comunidades políticas, existe el compromiso de considerar a los
ciudadanos como ciudadanos sociales.

Yo proponía en mi libro Ciudadanos del Mundo que no solamente se


protejan los derechos de los ciudadanos de cada comunidad política,
sino que en un mundo global es necesario proteger una ciudadanía
social cosmopolita. Es una obligación de justicia -por debajo de la cual
no se puede caer, sin caer bajo mínimos de humanidad- que sean
protegidos los derechos de primera y segunda generación de todos los
seres humanos, porque todos son ciudadanos de nuestra cosmo-polis, y
es una obligación moral y una obligación política proteger la ciudadanía
social de todos los ciudadanos. Una cuarta dimensión sería la ciudadanía
económica -como ven, es un programa de trabajo que creo que hay que
proponer para todas nuestras sociedades-. Recuerden que las grandes
preguntas de la vida económica son: ¿qué se produce, quién lo produce y
quién decide lo que se produce?. Y mientras quien decide lo que se
produce no son los ciudadanos, sino que son gentes más allá de la
ciudadanía, no estamos realizándonos como ciudadanos económicos. Es
fundamental la dimensión de ciudadanía política, pero creo que es
fundamental la noción de ciudadanía económica.
Tenemos también que realizarnos como ciudadanos económicos, porque
tenemos que decidir qué se produce y para quién se produce, porque si
no seguiremos siendo súbditos, seguiremos siendo vasallos, en este caso,
de la producción económica. Por eso, mi último libro, Por una Ética del
Consumo, lo que propone -a los consumidores- es algo así como:
«consumidores de todo el mundo, unios». En el sentido de que creo que
los consumidores tenemos un enorme poder, porque según orientemos
el consumo también se orientará la producción. Entonces tenemos en
nuestras manos un poder enorme para orientar una ciudadanía
económica, que me parece que es fundamental.

Y ya por acabar con estas dimensiones de la ciudadanía, la quinta sería la


ciudadanía civil. Cada uno de nosotros está inscrito en esferas sociales,
en universidades, en profesiones, en la opinión pública, que es un sector
de la sociedad civil en el que deberíamos de estar presentes. La sociedad
civil debería de estar presente en la opinión pública, y si hay dificultades
-porque es difícil entrar en los medios de comunicación- es por lo que
hay que hacer redes sociales que permitan entrar en la opinión pública,
para transmitir a través de ella todo lo que debe ser transmitido. Y en el
ámbito de las profesiones, creo que hay que ejercer también la
ciudadanía

Y de las dos últimas que quisiera ocuparme es de la intercultural y de la


cosmopolita. En una sociedad con distintas culturas -y todas nuestras
sociedades tienen distintas culturas- es imposible hablar de auténtica
ciudadanía si unos, por pertenecer a una cultura, son ciudadanos de
segunda, y otros son ciudadanos de primera.
Y no estoy pensando sólo en la realidad chilena -que es una realidad
multiétnica, obviamente-, sino que estoy pensando también en la
realidad española, en la que nos hemos encontrado con el problema del
multiculturalismo, sobre todo debido a la inmigración. Hasta ahora, la
única cultura diferente que teníamos era la cultura gitana, pero ahora,
merced a la inmigración, está viniendo todo un mundo magrebí, que
trae una cultura musulmana. Cómo organizar una ciudadanía que no sea
una ciudadanía únicamente de la cultura dominante, sino ciudadanos
que se sientan todos ciudadanos de primera, porque su cultura está
siendo tratada como una cultura de primera. La única solución posible
es la de generar una ciudadanía intercultural, que es una tarea
enormemente difícil, pero creo que es una tarea enormemente urgente.

Y por último, considero que todo esto debe realizarse en el marco de una
ciudadanía cosmopolita. A fin de cuentas, estamos en tiempos de
globalización, y creo que la globalización es la gran ocasión que dieron
los siglos para realizar por fin el gran ideal de la ciudadanía cosmopolita.
Desde los orígenes de la filosofía occidental, se vino pergeñando la idea
de la cosmo-polis, la idea de una ciudad en la que todos se supieran y
sintieran ciudadanos. Y la verdad es que esto, durante mucho tiempo,
fue imposible, por falta de medios. Pero justamente la globalización hace
posible que haya una ciudadanía cosmopolita por primera vez en la
historia. Y la globalización se puede utilizar para abrir el abismo entre
los países pobres y los países ricos, o la globalización se puede utilizar
para por fin crear esa ciudadanía cosmopolita que es el viejo sueño de la
humanidad.
En ese sentido yo creo que es en el que habría que ir generando
ciudadanos auténticos, ciudadanos comprometidos con su comunidad,
que desarrollan -lo que llamaría Aristóteles- una amistad cívica, la de
aquellos que no necesitan ser amigos personales, pero sí amigos en la
ciudad que están construyendo juntos. Creo que es hacia esa ciudadanía
hacia la que hay que ir caminando.

Y por eso -para terminar- yo propondría, como valores para esa


ciudadanía, los siguientes cinco valores fundamentales: el valor de la
libertad, el valor de la igualdad, el valor de la solidaridad, el valor del
respeto activo y el valor del diálogo. Yo creo que estos cinco valores
componen el núcleo de lo que podríamos llamar -lo que hemos venido
llamando estos días- una “ética cívica”, que es la ética que pueden
compartir todos los ciudadanos de una comunidad pluralista. Estos
valores están presentes en todas las éticas de máximos, todas los
comparten, y creo que son los que componen el bagaje que tiene que
llevar en la mochila todo buen ciudadano.

En primer lugar, el valor de la libertad. Y yo diría -como Aristóteles decía


del ser, que se dice de muchas maneras- que la libertad también se dice
de muchas maneras. Y por lo menos se dice de cuatro maneras: la
libertad se puede entender como independencia, la libertad se puede
entender como participación, la libertad se puede entender como
autonomía, la libertad se puede entender como no dominación.
La libertad se puede entender como independencia, como ese perímetro
que yo tengo en el que puedo actuar sin que otros interfieran, que creo
que es la idea de libertad que suele defender una sociedad liberal. Creo
que la libertad como independencia es fundamental, pero es demasiado
restringida. Hay que complementar la libertad como independencia con
la libertad como participación -que hablábamos del polites griego-. Ser
libre es participar en la toma de decisiones de mi comunidad política.

Pero ser libre es también ser autónomo, es decir, tener la capacidad de


dirigir la propia vida, y no que se nos dirija la vida desde fuera. Yo, sobre
todo esto, he reflexionado mucho tiempo y creo que nuestras sociedades
son más heterónomas que nunca. A fin de cuentas, los ciudadanos, que
estamos diciendo que la Edad Media fue sumamente oscurantista y que
hemos llegado por fin a la Ilustración y a la mayoría de edad, al final
acabamos haciendo lo que nos hacen hacer, desde medios de
comunicación, desde la propaganda, desde la publicidad. Pero asumir la
propia vida desde la autonomía, no lo hace prácticamente casi nadie. Por
eso la libertad no tiene que ser sólo de independencia; tiene que ser
también de participación y tiene que ser de autonomía. Tenemos que
tomar nuestras propias decisiones, desde nuestros propios criterios y
desde nuestra propia vida

Y esta tiene que ser complementada con la libertad entendida como no


dominación.
Es la noción que han puesto sobre el tapete, últimamente, los
republicanos de la línea de Philippe Petit, diciendo que hay una libertad
que consiste -y a mí me parece que eso es un sueño dorado- en aquel
momento en que los seres humanos nos podamos mirar todos a los ojos
y nadie tenga que bajar la mirada con servilismo ante otro, porque no
haya nadie que sea vasallo de otros.

La libertad entendida como no dominación -quiere decir él- consiste en


crear una sociedad en la que podamos realmente mirarnos como iguales,
y que nadie tenga que recurrir al servilismo, a la adulación, para
conseguir aquello que necesita, sino que con la frente bien alta pueda
ver satisfechos sus deseos. Creo que tenemos que tender a una libertad
de no dominación y a una sociedad de ciudadanos que puedan mirarse a
los ojos.

La igualdad es el segundo de los grandes valores, igualdad de


oportunidades, igualdad ante la ley, igualdad -como vienen discutiendo
los distintos filósofos- de bienes primarios, de recursos, igualdad de
capacidades, igualdad en la satisfacción de necesidades y la distinción
entre las desigualdades y las diferencias

En tercer lugar, la solidaridad, que entiendo que tiene que ser una
solidaridad lúcida. Y aquí querría brindarles una expresión que a mí me
parece que es sumamente española, y que es sumamente adecuada, que
es la expresión de que hay que utilizar una solidaridad diligente. La
palabra “diligente” es una palabra preciosa.
Para los que sepan latín -que cada vez, desgraciadamente, son menos-,
diligente viene del verbo diligo, que quiere decir «amar». La solidaridad,
cuando es diligente, intenta ser lúcida, porque la razón, cuando es
diligente, no puede quedarse parada, no puede quedarse quieta, tiene
que hacer cosas y tiene que hacer cosas con los otros, precisamente
porque desde una actitud que sea una actitud de amor y preocupación
por otros no cabe sino la solidaridad.

Y en ese sentido yo querría recordar aquel anarquismo solidario -no soy


anarquista, que conste, soy kantiana, y los kantianos no somos
anarquistas, ni muchísimo menos, no podemos ser anarquistas- porque
creo que había una gran verdad en el anarquismo solidario cuando
decían, con experimentación científica, que las especies que prevalecen
en la lucha por la vida no son las que luchan en la competencia brutal -
como creían algunos darwinistas-, sino que la especie que mejor
sobrevive no es aquella que lucha con otras para acabar con ellas, sino
que es aquella que utiliza el apoyo mutuo. Si recuerdan aquella
expresión del «apoyo mutuo», la idea es que cuando una especie se
apoya, coopera, permanece mucho más en la lucha por la vida que aquel
que está intentando luchar con otros y desalojarlos. Creo que el valor de
la solidaridad es el valor del ciudadano que sabe que el apoyo mutuo es
el que consigue la supervivencia en esta lucha por la vida.
Y por último, el respeto activo y el diálogo. A mí me parece que la
tolerancia es una gran virtud, es un gran valor -es mejor que la
intolerancia, evidentemente-, pero puede acabar también siendo
impotencia. Yo no sé qué les ocurre a ustedes, pero en España, al final,
los padres acaban siendo tolerantes con sus hijos sencillamente porque
no pueden hacer otra cosa, porque los hijos van a hacer lo mismo de
todas maneras, entonces el padre proclama urbi et orbe que es
enormemente tolerante, pero sencillamente es impotente, no puede
hacer absolutamente nada, entonces por lo menos dice que es tolerante.
Yo creo que la tolerancia es una gran virtud, pero puede ser
sencillamente impotencia. O puede ser indiferencia, cuando ya me da
exactamente igual: «haga usted lo que quiera, pero a mí no me moleste».
Creo que la virtud del ciudadano es el respeto activo, el respeto a que
alguien pueda pensar algo distinto. Y aunque piense algo distinto,
siempre que ese algo sea razonable, en sentido amplio, es sumamente
respetuoso, es algo sumamente respetable. El respeto activo es uno de
los cimientos necesarios de una sociedad, sin el cual no funciona.

Y el último valor sería el diálogo para resolver las diferencias y para


resolver los conflictos. Creo que la actitud dialógica de la persona que
siempre está dispuesta a esgrimir sus argumentos, a escuchar los
argumentos de otros, en la esfera pública, en la esfera privada, creo que
es un auténtico ciudadano.
Me parece que el siglo XXI -si queremos ponernos proféticos- será el de
los ciudadanos o no será. Creo que la gran tarea del siglo XXI, la gran
tarea del tercer milenio, es que los ciudadanos asuman su protagonismo,
que la sociedad civil asuma su protagonismo, porque efectivamente en
sociedades con individualismo hedonista, en sociedades con
individualismo posesivo, la civilidad se socava y no queda sino la crisis. Y
no una sociedad plena, en la que -como diría Kant- cada ser humano sea
tratado como un fin en sí mismo, que tiene dignidad y no tiene precio,
que no es intercambiable por un precio, que tiene un valor absoluto, que
vale por sí mismo, que vale toda la dedicación de la economía, de la
política y de la ciudadanía.

Muchas gracias.

Presentador

Agradecemos enormemente las iluminadoras palabras de la profesora


Adela Cortina. Ahora, para finalizar, escucharemos el himno de la
Universidad, y, posteriormente, les invitamos a compartir un Vino de
Honor en el patio Domeyko de nuestra Casa Central.

Muchas Gracias y hasta luego.

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