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El Logos de Europa: catástrofe y el horizonte de un nuevo comienzo

Febrero 12 de 2018

Autor: Alexander Dugin

Traductor del ruso al inglés: Jafe Arnold


Tradcutor del inglés al español: Miguel Cabrera

De la revista académica Katehon, número 2 (2016), pp. 13-27.

Europa según Dumézil

La civilización europea es la continuación histórica de la otrora civilización mediterránea.


El elemento indo-europeo es predominante en esta continuidad pues la tradición indo-
europea constituye su principal matriz cultural y lingüística. Si recordamos la reconstrucción
de Dumézil de su sistema trifuncional, obtenemos entonces inmediatamente el mapa
sociológico de Europa, es decir, la estructura social que está determinada y que es
reproducida constantemente según un principio de tres castas primordiales: sacerdotes,
guerreros y productores. En efecto, no encontramos nada aparte de esta estratificación de las
sociedades europeas a lo largo de sus etapas históricas y según nombres diferentes.

La expresión clásica de esta categorización fue la antigua época de las sociedades


mediterráneas que comenzaron con las conquistas aqueas y la Grecia homérica. Ese sistema
fue característico de Grecia y Roma con la excepción de los períodos de decadencia
distinguidos por el fortalecimiento de las posiciones políticas conocidas como los “habitantes
urbanos” que representó una mezcla de castas altas con campesinos empoderados que dio luz
a un nuevo tipo de mercader hasta ese momento desconocido a las sociedades indoeuropeas.
Este tipo de mercader pudo haber tomado su forma a través de la degradación y
materialización de la clase guerrera (que Platón describe en su República como el fenómeno
de la timocracia), o desde las otras dos castas a través de una desviación específica de corte
social desde los campesinos o artistas urbanos. No puede ser afirmado que esto fue el
resultado de la influencias externas y comunes al círculo cultural indo-europeo, tal como el
fenicio o, para ser más abarcadores, el de la cultura semítica, para quienes el comercio era
una ocupación ampliamente difundida. En las ciudades-estado de Grecia, los “habitantes
urbanos” y “ciudadanos”, es decir, “la gente citadina” encontró su manifestación más
decadente (parodical). Esto es lo que Aristóteles representó en su Política. La autoridad de
los sacerdotes-reyes (la monarquía sagrada) se transformó en tiranía. La dominación de la
aristocracia guerrera dio paso a la dominación de la oligarquía financiera. La autarquía de
comunidades étnicamente homogéneas y solidarias tornó en “democracia”, o el poder de la
multitud esporádica e irracional, unificada solamente por el territorio de su vecindad urbana.

En el decurso de su ascenso, Roma restauró y equilibró nuevamente las proporciones de la


jerarquía trifuncional indoeuropea. Sin embargo, períodos de decadencia in el Imperio
Romano se caracterizaron por fenómenos similares del ascenso de una mayoría urbana
indiferenciada. La difusión del cristianismo, que en sí mismo no es un fenómeno cultural

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indoeuropeo, no obstante motivó el renacimiento de las sociedades indoeuropeas del mundo
grecorromano, cuya culminación fue la Edad Media europea.

Al final de la Edad Media, “la sociedad civil” nuevamente asomó la cabeza y creció el rol de
la “casta de mercaderes” y, finalmente, la burguesía europea de Inglaterra, Holanda y Francia
reconstruyeron el modelo de la democracia normativa y social. Es importante que la figura
principal de esta Europa de la modernidad es el burgués (el mercader, el empresario, el
hombre de negocios), quien en las sociedades clásicas indoeuropeas se encontraba ya sea en
la periferia o totalmente ausente. Análisis sociológicos detallados del rol y la función del
burgués han sido presentados en los trabajos programáticos de los célebres sociólogos Max
Weber [1] (defendiendo al burgués) y Werner Sombart [2] (criticando al burgués).

Entonces, según Dumézil, la civilización moderna europea occidental es indoeuropea en su


naturaleza y estructura inicial, lo que significa que sostiene en su fundamento el modelo
trifuncional. Lo que sucede es que la modernidad se introdujo en su estructura y estableció
gradualmente en su esencia un elemento que es genéticamente externo a la civilización
indoeuropea y que pone en conflicto conceptual su matriz clásica.

La decadencia de Europa según Spengler, Danilevsky y Sorokin

Si el análisis trifuncional de Dumézil muestra la divergencia de la Europa de la modernidad


de su paradigma indo-europeo, hay otros autores que han procurado una aproximación de
corte civilizacional – Spengler, Danilevsky, Sorokin, etc – quienes son de la opinión de que
el ciclo de la civilización europea ha entrado en su fase de decadencia. El mundo romano-
germánico, según Danilevsky, se encuentra en su etapa de senetud, y pierde su vitalidad y
energía, desitegrándose en el sensualismo y vanalismo. Spengler, por otra parte, construyó
toda su teoría para remarcar la noción de que el espíritu occidental faustiano [del Fausto de
Goethe] le ha llevado a su catástrofe espiritual, con la vida de su cultura desapareciendo y
siendo reemplazada por una civilización alienada completamente tecnológica. Pitirim Soroki,
por su parte, argumentó que Europa en la modernidad ha alcanzado el fin de su etapa sensible
en el desarrollo de su sistema sociocultural y que está al borde del abismo.

Todos estos testimonios sugieren que la situación contemporánea de la civilización europea


(sin importar el abordaje personal de cada diferente autor) se encuentra en su fase terminal,
en una era de decrepitud, decadencia, degradación y sufrimiento. Esto significa que el Logos
europeo se encuentra en su etapa final de su manifestación cíclica, justamente en lo opuesto
de su infancia durante la antigüedad greco-romana y madurez en la Edad Media.
La desacralización de Europa (según Guénon y Evola)

Un diagnóstico aún más radical de la Europa de la modernidad lo ofrecieron los


tradicionalistas. De acuerdo a Guénon, la modernidad europea se ha vuelto una
anticivilización, es decir, una encarnación de todo que es contrario al espíritu, la tradición y
la sacralidad. La secularización, humanismo, naturalismo, mecanicismo y racionalismo, para
Guénon, no son sino las manifestaciones esenciales del espíritu de perversión que afecta a
todas las sociedades, pero que solamente en la Europa moderna adquirió una encarnación tan
absoluta y completa y que fue elevada al nivel de norma y principio. Las sociedades
tradicionales también entraron en períodos de degradación, pero la Europa moderna ha

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construido una antisociedad en el sentido más amplio de la palabra, en que todas las
proporciones normales son invertidas: la dimensión divina y trascendental ha sido rechazada;
la religión ha sido empujada a la periferia social, y la materia, la cantidad, lo efímero, el
sensualismo, individualismo y egoísmo han sido entronizados como los más altos valores.

Guénon argumenta que todo lo que aún se relaciona con la tradición en Europa no es, de
hecho, europeo, y que puede ser encontrado de manera más pura y completa entre la gente
del Oriente. Lo que es genuinamente europeo es la fragmentación de la tradición, su
distorsión y perversión, y su reducción a un nivel inferior de lo humano y racional. Guénon
trata a Occidente literalmente como la tierra donde desaparece el sol de la espiritualidad y
donde ocurre “la noche de los dioses”. Casi la misma afirmación de la Europa moderna la
encontramos en Evola, quien sin embargo creyó que la tradición europea que existió en la
Antigüedad y en la Edad Media con sus raíces en la era heroica aún puede ser rescatada, y
que Occidente puede ser salvado del abismo en que ha sido encausado por la modernidad.

La restauración de este espíritu heroico de Occidente fue la meta más acérrima en la vida de
Evola. Pero en relación a la modernidad de Europa, Evola exhaló las interpretaciones más
brutales y negativas, creyendo que en este período estamos lidiado con una anti-Europa y su
respectiva degeneración y parodia autorreferencial. Evola consideró al burgués como una
clase decadente, a la democracia, racionalismo, cientifismo y humanismo como formas de
una enfermedad socio-política.

Guénon y Evola observaron una Europa completa y profundamente desacralizada, pero Evola
mantuvo la esperanza de una oportunidad para resacralizarla, mientras que Guénon mantuvo
la opinión contraria, prediciendo así para Europa una muerte inminente e inevitable.

La raíz de género de la Europa moderna

Diferentes autores divergen profundamente cuando se trata de determinar la “raíz de género”


de la civilización europea moderna. Por una parte, según Bachofen y la lógica de Wirth,
Europa está cimentado en el patriarcado y en las tendencias patriarcales (apolonialismo, la
dominación de la racionalidad masculina) que solamente se incrementan al alejarse del
matriarcado antiguo. La modernidad, en la forma de filosofía racionalista y de ciencia,
aparentemente confirma ello a primera vista. En verdad, muchos filósofos de la vida han
procedido de este análisis (desde Nietzsche hasta Bergson, Ludwig Klages, Max Scheler,
Georg Simmel, Theobald Ziegler, Hermann Keyserlingi, etc.) y así llamado a la “liberación
del paternalismo” en la cultura europea. Por otra parte, Julius Evola y otros pensadores como
Otto Weininger han señalado que la modernidad elevó a la posición de prioridad
precisamente esos valores materialistas, sensuales y empíricos que son más bien típicos del
cosmos femenino. Evola por tanto insistió en sus hipótesis de que vivimos en la era de Kali-
Yuga, en que los principios de la “oscuridad femenina”, caos, confusión y muerte, que
corresponden a los aspectos negativos del elemento femenino, son entronizados.

En este sentido, Europa es el punto focal de la “ginecocracia oscura”, el reino de la diosa


Kali donde no hay espacio para el elemento verdaderamente masculino y heroico. Si los
orígenes de la tradición europea se basan, según Evola, en el fenotipo masculino heroico,
entonces la modernidad europea es directamente la antípoda a ello. Sobre esto, sin embargo,
los teoristas de la civilización expresaron los más contradictorios puntos de vista.

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Euro-optimismo

Todos estos puntos de vista son típicos de esos autores que tienden a considerar a la
civilización europea como una entre múltiples. Incluso aquellos que se definen a sí mismos
como aliados de la Europa moderna (como Toynbee o Huntington) refirieron que la
modernidad no es simplemente la antítesis del fundamento clásico de la cultura europea, sino
uno de los escenarios de su desarrollo. Por tanto, propusieron fortalecer y defender a Europa
y sus valores en el espíritu de un conservadurismo moderado occidental.

La vasta mayoría de europeos comprendieron la modernidad de forma totalmente distinta,


convencidos como sólo ellos que Europa fue el primero en tomar el camino más certero y
universal sobre el único posible de desarrollo histórico, es decir, que los valores europeos
son los mejores y que son universales, y por tanto obligatorios; que sólo existe una
civiliación, la europea, y que el resto son la esencia de civilizaciones a medio hacer, es decir,
barbáricas o salvajes, así como que la modernidad promete un nivel de cultura, filosofía,
conocimiento, tecnología, moralidad, derecho, economía y desarrollo sociocultural que
sobrepasa, fundamentalmente, no solamente todas las etapas históricas de las sociedades no
europeas, sino todo lo que antes fue Europa. Suelen considerar los orígenes de la civilización
europea en sí misma como positivos sólo en la medida en que han desembocado en la
“bendita modernidad”, mientras que lo contrario a ello será, comparado con la modernidad,
imperfecto, ingenuo o inservible largamente superado por la modernidad, cuyos atributos son
lo mejor, además de haber rechazado y superado todo lo peor.

Para esta versión oficialista del Occidente moderno, el hecho de apelar a la antigüedad
europea o a las sociedades no europeas no tiene sentido, en la medida en que la verdad se
encuentra contenida en el presente de la historia occidental (estadounidense y europea) que
ha desarrollado la máxima vanguardia para toda la humanidad. Mañana esta verdad debe
necesariamente volverse más perfecta y completa de lo que es hoy en día. Esta teoría del
progreso, aún cuando ha sido descartada considerablemente por la élite intelectual, filosófica
y humanitaria de Occidente desde el siglo pasado, permanece como el mito dominante de la
política occidental, de su cultura de masas, de su economía, de su educación y la cosmovisión
cotidiana del hombre de Occidente.

La estructura inicial del Logos mediterráneo: la victoria radical de Apolo

Relacionemos ahora estos modelos de evaluar la civilización moderna occidental europea a


la estructura de los tres Logos de la Noomaquia. Pero primero deberíamos considerar un
hecho importante. La civilización mediterránea, que Occidente moderno considera su
antecesor, contenía no solamente un carácter grecorromano e indoeuropeo (si consideramos
las tribus barbáricas medievales). Incluso el logos griego inicialmente contenía influencias
semítico-fenicias, y el origen etnocultural de los cultos de Medio Oriente hacia la Gran Madre
permanecen una interrogante abierta. Hemos visto que Herman Wirth rastreó el matriarcado
hasta raíces protoindoeuropeas con su respectivo centro en el Atlántico Norte. Según
Frobenius, este (talaso-oceánico) círculo cultural, que hace énfasis en el número cuatro, el
simbolismo del espacio, y el matriarcado, representa la antítesis del sentido civilizatorio

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indoeuropeo que considera al sol femenino y al mes masculino. Spengler (y Frobenius)
rastrearon el código cultural indoeuropeo y lo encontraron en patriarcalismo de Turán [una
región mítica pero real], mientras que Evola observó el heroísmo patriarcal en el inicio del
clasicismo europeo. En cualquier caso, la influencia semítica y todo lo que motiva al
matriarcado puede (contrario a la opinión de Herman Wirth) ser considerado un factor
externo al código cultural normativo europeo. Esto es confirmado indirectamente por las
enseñanzas gnósticas que identificaron al “perverso demiurgo” en la figura del Dios judío
del antiguo testamento. Los seguidores del gnóstico Basílides, que hicieron un llamado para
ser conscientes de la prisión demiúrgica se dijeron a sí mismos: Ya no somos judíos pero
todavía no somos helenos. [3]

El esparcimiento de la cristiandad a través del Imperio Romano, con la incorporación del


Antiguo Testamento como el componente teológico más importante de la nueva religión,
aumentó sin lugar a dudas el impacto de la cultura semítica en el contexto europeo, aunque
la mira y profundidad de la influencia de este elemento semítico puede ser puesta en
consideración de varias formas. A final de cuentas, en un primer momento en la
cristianización del Imperio Romano y en la Edad Media, este elemento no se manifestó a sí
mismo tan vívidamente y activamente, aunque más tarde la fundación de la cristiandad
terminó por ser determinada por la filosofía helénica y la cultura legal romana, que
continuaron la línea principal de la civilización indoeuropea.

En general, podemos ubicar el ciclo del logos occidental desde el inicio del segundo milenio
a.C. (la invasión aquea por el mediterráneo) hasta los 2000 d.C., es decir, hasta nuestro
tiempo, lo que nos da un total de cuatro mil años aproximadamente. Es completamente
natural que a lo largo de este gran período de tiempo, el logos de la civilización mediterránea,
incluso en su dimensión indoeuropea, haya cambiado varias ocasiones. Sin embargo, algunos
parámetros han permanecido inalterados o transformados a lo largo de la trayectoria peculiar
de esta civilización, la in indoeuropea y mediterránea, por un lado, y la europea occidental
moderna, por otra parte.

Podríamos decirse que estamos lidiando con dos secciones opuestas de la noomaquia:
comienzo y final. Lo mismo puede ser dicho sobre otras civilizaciones que pueden ser
tratadas cada una de manera amplia pero independiente. Aquí nos interesa por ahora Europa
desde sus inicios hasta nuestros días.

No hay ninguna duda de que los próceres de la cultura aquea originaria y de las tribus
indoeuropeas asociadas a ella en ínsulas occidentales (Italia) y orientales (Anatolia [hoy
Turquía]) del Mediterráneo han sido vívidas representaciones de la ideología trifuncional, es
decir, de la civilización del tipo heroico y masculino, patriarcal, sagrada y conocedora de la
verdadera importancia de la guerra. Podría decirse que su logos era primordialmente el logos
de luz, y Apolo (o sus advocaciones) y Zeus actuaron como su principal personificación en
el ámbito del mito. Esta era una ideología uránica dominada por el principio de lo vertical,
una serie de símbolos masculinos, y de un estricto modo de vida diurno (según Gilbert
Durand). Por tanto, debemos asumir que un elemento apolíneo debe situarse en el
fundamento y comienzo de la civilización mediterránea. Esto no fue el resultado o evolución
o el producto de influencia externa. Los ancestros de los griegos que colonizaron esta región
fueron (según Guénon y Evola) portadores del culturalismo solar hiperbóreo. A final de
cuentas, este logos solar fue el eje nodal de la élite política y de clase de la civilización del

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Mediterráneo, es decir, de sus dos castas más elevadas, sacerdotes y guerreros. La
dominación del logos de luz también afectó a aquellos de la tercera casta quienes, con la
helenización, absorbieron las estructuras de la ideología olímpico-uránica.

Pero los aqueos no arribaron a un espacio vacío. Esta zona [Grecia] se encontraba habitada
por personas con una cultura e ideología diferentes (los pelasgos, los minoicos, etc.). Estas
culturas estaba arraigada en concordancia con un código cultural matriarcal, es decir, las
mismas manifestaciones que encontramos en el logos de Cibeles en épocas posteriores.

Los estudios de Bachofen, Wirth y Frobenius mostraron claramente que la misma área del
Mediterráneo fue una vez un espacio cultural dominado por las estructuras de la Gran Madre.
Por tanto, el logos patriarcal indoeuropeo, aqueo y apolíneo consolidaron su dominio en un
espacio que hasta ese momento era una cultura estructuralmente matriarcal. La colisión
resultante entre estos dos tipos de logos, es decir, el logos apolíneo de los colonizadores y el
logos matriarcal indígena, este particular episodio de la noomaquia, concluyó con el triunfo
total y abierto del logos de Apolo. La cultura del Mediterráneo, como una matriz cultural
europea, fue en su fundamento, en un sentido externo, estrictamente una cultura del logos de
luz. Puede ser dicho que el pitagorismo y el platonismo fueron momentos de una revolución
conservadora, cuando la élite intelectual del mundo helénico se percató de la necesidad de
sistematizar, clasificar y “enciclopedizar” su código fundamental. Pero este código cultural
apolíneo/platónico ya era existente mucho antes de Pitágoras y Platón, que fue desde siempre
la constante fundamental de toda esta civilización como tal, desde el principio hasta el final
(es decir, hasta su momento contemporáneo).

La civilización mediterránea fue entonces fundada como la institución de la victoria


olímpica irreversible de los dioses sobre los titanes; de Apolo y Zeus sobre las criaturas de
la Gran Madre; de la victoria del logos de luz sobre el logos negro, del mundo de las ideas
sobre una locación terrenal (χώρα).

En esta situación, es crucial localizar algo que denomino logos intermedio, es decir, el logos
negro de Dionisos. En la victoria radical de Apolo sobre Rea-Cibeles, de Apolo sobre Pitón,
y de los dioses sobre los titanes, Dioniso fue entendido como el personaje que apoyó la causa
de los dioses. A través de él es canalizada la comunicación entre lo ontológico, teleológico,
cosmológico y gnoseológico tanto de los estratos divinos superiores como los terrenales
inferiores pero según la naturaleza superior de los dioses. La dominación de Apolo en la
civilización del Mediterráneo determinó el destino de Dioniso a su vez, pues fue
conceptualizado como un rayo divino apuntando hacia la tierra y el inframundo, como el hijo
querido de Zeus olímpico, como el sol descendiendo en la noche. Se explica así el género de
este dios. Toda vez que andrógino en virtud de su posición intermedia, se le dimensiona
siempre como un dios masculino, como un ordenador y salvador. Su trayectoria es desde allá
hasta acá: él es el testigo de los dioses y un dios entre los dioses.

El logos de Dioniso es la matriz de guerreros y campesinos. Por tanto su campaña en la India


los cultos primaverales que lo acompañan. Pero su guerra y sus cultos agrarios están
conectados no a esfuerzos materiales y de trabajo diario, sino con el juego y la fiesta. Es el
dios de los misterios que eleva lo terrenal a lo divino y abre el camino de lo eterno a los
mortales. Apolo abraza el orden divino que no conoce el caos. Él es el dios de reyes y

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sacerdotes, un dios que no tolera la impureza. Es el dios del horizonte superior. No trae orden
al mundo porque él es el orden.

Dioniso desciende al caos, listo a luchar contra lo que es imperfecto, pero traduce el caos en
orden, y perfecciona lo imperfecto. Su rol en la civilización mediterránea del logos de luz es
también luminosidad, aunque cualitativamente más oscura que la de Apolo.

Dioniso actúa así como el guía de la segunda y todavía más de la tercera casta de la sociedad
indoeuropea, así como guía de las mujeres que se encuentran a sí mismas en la periferia del
sistema patriarcal pero que a través del culto de Dionisos son integradas en el tejido
civilizatorio completo.

Esta es la estructura inicial y fundamental de la noomaquia de la región del Mediterráneo (en


su versión helenística y luego grecorromana occidenetales). Tal es el componente primario
del logos de la civilización mediterránea, que es dominada por Apolo; Cibeles se encuentra
completamente subordinada a ello; y Dionisos complementa la comunicación entre el estrato
superior e inferior de la topografía noética y cosmológica, quien transmite vectores eidéticos
de origen divino desde el cielo hasta las multitudes de la tierra y las criaturas que lo habitan.

Tres opiniones sobre el destino de Occidente

El arreglo original de la civilización mediterránea predeterminó las proporciones básicas de


su ser histórico hasta el tiempo presente. Por tanto, cuando hablamos del “declive de Europa”,
o la crisis de la civilización occidental, consciente o inconscientemente tenemos en mente la
crisis del logos de luz, que es la tragedia de Apolo. Esto es completamente discutido por
Julius Evola, pero sin duda algo análogo ha sido tenido en mente por todos los autores que le
han proporcionado a la civilización occidental ese diagnóstico fatal. Ya sea libremente o
intuitivamente, al hablar sobre la crisis de Occidente hablamos aquí de la crisis del Occidente
apolíneo, el Occidente que conocemos de la Antigüedad y la Edad Media. Estamos ante la
lamentación por Apolo de los que han registrado la catástrofe de la cultura occidental
moderna.

Si esto es así, entonces el episodio final del ciclo histórico de la civilización mediterránea
debería ser considerada como “la huida de Apolo”, su “salida”, “desaparición” o “vuelo”. En
este caso, el momento de inicio de la civilización mediterránea es el momento radical de la
victoria de Apolo sobre Cibeles, y el momento final es aquel en que nos encontramos
nosotros ahora con su debilitamiento, la caída de Apolo, el final de su presencia. Los mitos
enigmáticos sobre el inminente fin del reinado de Zeus, que están relacionados con las
narraciones del momento en que devora a la titán Metis y del consecuente nacimiento de
Atenea, bien podría estar relacionado con esto. El fin de la civilización occidental es el fin
del gobierno de la luz del logos de Apolo.

Por tanto, desde el punto de vista del logos de Apolo mismo, esta historia es una de
movimiento descendente con momentos de expansión y retracción. El momento alto es el
inicio de la civilización mediterránea, y el más bajo es el momento actual occidental. Si
imaginamos este esquema de manera más natural, entonces en la primera fase (el segundo
milenio d.C.) tenemos una etapa primera, que es el de la infancia de Apolo, desde la mitad

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del primer milenio a.C. hasta la Edad Media europea, donde encontramos la madurez del dios
(de manera coincidente con la consolidación del platonismo), y el debilitamiento y
degeneración del logos luminoso en el racionalismo de la modernidad hasta la agonía
irracional de la postmodernidad.

Pero si ahora seguimos y comparamos la misma trayectoria pero desde el punto de vista del
logos negro de Cibeles, la panorámica resulta ser completamente otra. Primero encontramos
la subordinación de lo femenino a lo masculino, por lo que para el logos de Cibeles este
comienzo apolíneo no es realmente lo que quiere. El logos de Cibeles se remonta al lejano
pasado preindoeuropeo o no indoeuropeo de locaciones adyacentes como Egipto o el mundo
semítico (si nos restringimos al Mediterráneo). Por tanto, Cibeles observa la invasión de
Apolo como un episodio que es reciente en comparación con el profundo y arcano origen de
la Gran Madre. Ella acepta la derrota en la Titanomaquia y la Gigantomaquia y llora sus
hijos quienes cayeron en las manos de los dioses olímpicos. En la medida en que se debilita
el poder de Apolo, ella se libera gradualmente, se curan las heridas de los titanes y lentamente
comienzan a dirigirse hacia la superficie de la Tierra.

El primero de los titanes que se encamina hacia el Olimpo es Prometeo. Este titán busca
imitar a los dioses, busca compartir su conocimiento ctónico con ellos, y tomar sus
habilidades sagradas de gobierno. Para la Gran Madre, el tiempo es progreso, y esto se
justifica completamente tanto como la fuerza de los titanes crezca en relación al
debilitamiento de los dioses. La Modernidad (el “Nuevo Tiempo”) es el tiempo de los titanes.
Por “progreso” puede entenderse únicamente el progreso de fuerzas ctónicas e hipoctónicas,
la liberación de poderes antiguos aprisionados en el Tártaro. Esta es la revancha del Monte
Otris, el contraataque de los gigantes en los campos Flégreos. Tal es el humanismo de la
Modernidad. El final de la civilización occidental y la ruta hacia este fin son las fuerzas
ctónicas, el desarrollo, la sustentabilidad, el progreso y la cercanía de la victoria tan anhelada.

Por otra parte, el final de ese progreso podría ser el “reino de la mujer” [4]. Esto coincide con
la definición tradicional hindú de nuestra era como el tiempo de Kali-Yuga, el reino de la
diosa negra Kali. Los libros sibilinos [5] contienen una profecía que específicamente se
relaciona con la civilizción occidental:

Y entonces [6]
El mundo entero será gobernado por la manos
De una mujer
A la que obedecerán en todas partes.
Entonces cuando una viuda tenga al mundo
Y adquiera mandato en él, y haga desaparecer
En las profundidades del mar el oro y la plata,
El cobre y el hierro [7]
Enviará a las profundidades del mar a los hombres
Y todos los elementos serán despojados del orden
Cuando el Dios que mora en las alturas
Sea envuelto en las alturas como un rollo es envuelto;
Y entonces los poderosos mar y tierra fenecerán
Y el entero cielo multiforme; entonces caerá
Una catarata sin fin de fuego ardiente

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Que quemará la tierra y el mar,
Y el cielo despejado, y la noche, y el día, y derretirá
La creación misma toda ella y desvanecerá
Lo que es puro. No más esferas sonrientes de luz,
Ni noche, ni atardecer, no más días tranquilos,
Ni primavera, ni invierno, ni verano,
Ni otoño. Y entonces del Dios poderoso
Vendrá el juicio en una era portentosa
Cuando todas estas cosas terminarán. [8]

Para los que piensan que la civilización occidental no está en crisis simplemente no
pertenecen a ella por descontado. No son la voz de la Occidente, sino la voz del logos negro.
Hoy solamente un no-europeo puede ser euro-optimista.

Ahora en lo que toca a Dioniso. Cómo es que él observa el destino de Occidente hoy en día?
Aquí es donde todo se complica. La región de Dionisos, su reino, se encuentra entre el logos
de luz de Apolo y el logo negros de Cibeles. Es idéntico a sí mismo tanto en el cielo como
en la tierra, se encuentra cercano a ambas naturalezas: divina y humana. Dioniso comprende
la lógica tanto del patriarcado como del matriarcado, pero en la cultura mediterránea, como
hemos visto, Dioniso se encuentra integrado a la estructura de orden apolíneo y es el
distribuidor de este orden a los niveles ctónicos del ser. Dionisos es el salvador, el iniciador.
Su lugar está en el ejército de los dioses. Tiene su batalla propia con los titanes, quienes lo
despedazan. El destino de Dioniso en Occidente en inseparable del de Apolo. Por tanto, al
seguirle en ello, él también percibe la Modernidad como “Edad Oscura”, y comparte el
destino del resto de dioses olímpicos. En este sentido, es posible hablar del “vuelo de
Dionisos” (la huida de este dios se parece a la historia de Licurgo, que se retira en una
embarcación al mar).

Sin embargo, Dioniso no se encuentra tan rígidamente atado a Apolo. En el reino apolíneo,
actúa como el Hijo del Padre, pero si lo observamos desde otro punto de vista, también puede
ser visto como el Hijo de la Madre. Su vínculo a Cibeles, quien se recupera de la locura, se
establece desde esa otra conexión. Aquí nos aproximamos a un tema muy complejo y
peligroso que puede ser formulado como “Dioniso y su doble”. [9] El logos oscuro que
proporciona luz a todas esas áreas donde el sol de Apolo no penetra puede al “ocaso” adquirir
un tratamiento muy perturbador. En estos “ocasos” (El “ocaso de los dioses” de Wagner, el
“ocaso de los ídolos” de Nietzsche o “el ocaso de los héroes” de Evola), él puede ser percibido
como un titán. Después de todo, Heráclito mencionó en el fragmento 15: “Hades es lo mismo
que Dioniso” [10] El significado del logos de Dioniso es que “no es el mismo”. Pero la
semejanza persiste… Esto se encuentra relacionado con “las sombras de Dioniso” [11] y la
ambigüedad de ciertos tópicos “dionisíacos” decadentos que Gilbert Durand distingue en la
posmodernidad como atributos propos de esta etapa [12]. De aquí se explica la intuición de
Julius Evola en torno a la figura de Dioniso y su legado de cultura dionisíaca con matiz
decadentista que desemboca en la era de hierro (la era de Kali-Yuga). Aquí también podemos
recordar la de de Guénon, la “gran parodia” y “la apertura del cascarón del mundo inferior”,
así como sus advertencias contra el peligro particular dispuesto por ciertas tradiciones
sagradas que enfatizan el nivel cósmico intermedio y que son capaces de descubrir su
potencial destructivo en esta era crítica del final del ciclo. [13]

9
En este sentido es importante lo que hemos dicho en torno al campo de Dioniso en la
civilización mediterránea y su destino. Desde el punto de vista de la Gran Madre, este espacio
está en disputa, tal como en el caso de la mitad “masculina” de la andrógina femenina
Agdistis. También podríamos observar todo lo contrario y observar que en vez de que
Dioniso sea el salvador lo sea la imagen ascendente de la Salvadora [14]. Este sería “otro
Dioniso”, uno no Europeo, no el que conocemos de la historia de la edad clásica. Este sería
“otro Dioniso”, un “proto-Dioniso” o “post-Dioniso”.

Si para el Dioniso solar el declive de Europa hace referencia al estado actual de la noche de
esta civilización seguida por un nuevo amanecer, es decir, el retorno de Dioniso, entonces
para su doble ctónico se trata del logro secreto de llegar al centro del inframundo, y la meta
última es restablecer el tiempo en su clímax más oscuro, clímax que pretende hacer eterno su
legado infernal.

En este caso, a diferencia de la visión franca y catastrófica del logos de luz y el ascenso del
titanismo progresivo del logos oscuro, la relación del logos oscuro de Dionisos a la cultura
occidental (occidental europea) moderna se vuelve ampliamente ambigua, pues depende de
la compleja ontología de la “diferenciación de dos Dionisos”.

Notas:

[1] Weber, M. Protestanskaiia etika i dukh kapitalizma. Izbrannye proizvedeniia. Moscow:


Progress, 1991.
[2] Sombart, W. Burzhua. Moscow: Nauka, 1994.
[3] Dugin, A. V poiskakh temnogo Logosa. Moscow: Akademicheskii Proekt, 2013.
[4] The Christian apocalypse describes this with the symbol of the Babylonian harlot,
the “purple woman.”
[5] Knigi Sivill (Sobranie pesen-prorochestv, napisannykh neizvestnymi avtorami II v. do
n.e.-IV v.n.e. Moscow: Engima, 1996.
[6] After the coming of the titan Beliar.
[7] This is a clear allusion to the four ages of gold, silver, bronze, and iron, which end with
the “kingdom of the woman.”
[8] Dugin produces his own translation and reproduces (in this footnote) for comparison the
translation by M. Vitkovskaya and V. Vitkovsky found in Knigi Sivill, op. cit., pp. 50. The
English translation provided here is from “The Sybilline Oracles” translated by Milton S.
Terry in 1899 and published by sacred-texts.com in December 2001, lines 90-111.
[9] Dugin, A. Radikalnyi subekt i ego dubl. Moscow: Evraziiskoe Dvizhenie, 2009.
[10] English Heraclitus translation from heraclitusfragments.com
[11] Maffessoli, M. L’Ombre de Dionysos, contribution à une sociologie de l’orgie. Paris:
Méridiens-Klincksieck, 1985.
[12] Durand, G., Figures mythiques et visages de l’œuvre . De la mythocritique à la
mythanalyse. Paris: Berg International, 1979.
[13] It is in this sense that Guénon describes the degradation of the Egyptian tradition, some
of the currents of which he calls “perverted Hermetism.”
[14] The theory of a “female messiah” can be found in the Jewish sect of Jacob Frank, who
influenced a whole number of mystical organizations in Europe in the 18-20th centuries.
See Novak, Ch. Jacob Frank: Le faux Messie. Paris: l’Harmattan, 2012.

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