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La obra de Cesare Beccaria “De los Delitos y de las Penas” (1764), aún cuando fue
escrita hace mas de 200 años, en una contexto y realidad social totalmente distinta a la
actual, presenta por primera vez una serie de postulados completamente novedosos para
la época, los cuales trascenderían y se convertirían en los principios fundamentales del
Sistema Penal Venezolano.
En primer lugar, en el Capitulo 3 de la obra se establece que: “solo las leyes pueden
decretar las penas de los delitos”, lo cual constituye en nuestra legislación el Principio de
Legalidad, establecido en el artículo 1 del Código Penal (2005), el cual consagra que “nadie
podrá ser castigado por un hecho que no estuviere expresamente previsto como punible
por la ley, ni con penas que ella no hubiere establecido previamente”.
Es decir que solo las leyes pueden fijar las penas que le correspondan a los delitos,
y ésta facultad reside en el legislador que representa a toda la sociedad unida por un
contrato social, por lo que ningún juez puede imponer penas contra otro miembro de la
misma sociedad, si no está prevista en la ley, como tampoco puede aumentarla más allá del
límite determinado por la misma.
Así mismo, en el Capitulo 12 Beccaria establece el fin de las penas: “…el fin de las penas
no es atormentar y afligir a un ente sensible, ni deshacer un delito ya cometido. El fin es
impedir al reo causar nuevos daños a sus ciudadanos y retraer a los demás de la comisión
de otros iguales”. Es decir que la pena no debe perseguir como fin único el castigo del
delincuente así como la represión de otros posibles futuros delincuentes. Es decir que el
proceso no debe considerarse que su único fin sea la obtención de una condena, sino que
debe cumplir una función preventiva, ya que como lo dice en el Capitulo 41: “es mejor evitar
los delitos que castigarlos. He aquí el fin principal de una buena legislación”. En este sentido
en la actualidad la política criminal que se está implementando en Venezuela por los
distintos organismos e instituciones del Estado, son los planes de prevención del delito, en
el cuales se busca evitar que los ciudadanos comenten un delito. De igual forma el Sistema
Procesal Penal Venezolano establece Alternativas a la Prosecución del Proceso, como los
son el Principio de Oportunidad, los acuerdos Reparatorios y la Suspensión Condicional del
Proceso.
De igual forma Beccaria, estableció en el Capitulo 14 que: “sean públicos los juicios
y públicas las pruebas del delito, para que la opinión que acaso es el solo cimiento de la
sociedad, imponga un freno a la fuerza y a las pasiones, para que el pueblo diga: nosotros
no somos esclavos, sino defendidos”. Es decir que la justicia penal debe ser pública, y en
proceso acusatorio, donde las pruebas deben ser claras y racionales. Lo cual constituye el
principio de Juicio Previo y Debido Proceso consagrado en el artículo 1 del Código Orgánico
Procesal Penal: “ Nadie podrá ser condenado sin un juicio previo, oral y público”.
Para concluir, puede observarse como las ideas de Cesare Beccaria plasmadas en su
Obra “De los Delitos y de las Penas”, conducen a una serie de reformas éticas y políticas en
el Derecho Penal, caracterizado por la humanización del Proceso Penal y de las penas, la
abolición de la tortura y tratos crueles, la igualdad de todos los ciudadanos ante la Ley, el
Principio de Legalidad, el Derecho a la Defensa, El Principio de Proporcionalidad, Juicio
Publico, La Finalidad de la Pena, la Presunción de Inocencia, la Excepcionalidad de la
Privativa de Libertad y la Prevención del Delito, por mencionar algunos de sus aportes que
influenciaron el Sistema Penal Venezolano.
Este tratado del filósofo y jurista milanés Cesare Beccaria fue escrito entre marzo de 1763
y enero de 1764 y se imprimió en Liorna en el verano de 1764. Beccaria se propuso en esta
obra revelar las carencias de la legislación judicial de su tiempo, exponiendo sus puntos de
vista al respecto y arguyendo en pro de la corrección de los defectos.
En los capítulos I, II y III parte del concepto, ya expuesto por Rousseau en el Contrato Social,
según el cual los hombres por libre acuerdo se determinaron a la convivencia común,
sacrificando una parte de su libertad, la menor posible, en vista de una utilidad mayor; esta
concepción influye sobre toda su manera de examinar la cuestión, induciéndole a
considerar al derecho penal como fundado no en el clásico principio de la "restitutio juris",
a tenor del cual "punitur qui peccatum est" (hay que castigar porque se ha pecado), sino
sobre el principio relativista y pragmático "punitur ne peccetur" (hay que castigar para que
no se peque).
de Cesare Beccaria
Pero más que esta discutible y nada nueva tesis inicial (cuyas fuentes pueden remontarse
hasta la sofística griega), lo que en esta obra importa es la ruda energía con que se examina
una cuestión tan grave como la reforma de la legislación penal, y, en muchos casos, la
oportunidad práctica (más allá de cualquier consideración teórica de principio) de los
remedios propuestos. Para Beccaria, es necesario que la determinación de los delitos y de
las penas se haga según un código bien claro y definido de leyes: nada debe dejarse al
arbitrio del juez, que como hombre puede dejarse llevar o influir por sus instintos. Debe por
tanto cesar el perjudicial abuso de las "interpretaciones", como de ordinario se dice, según
el espíritu de las leyes, interpretación quebradiza, más o menos arbitraria, que en realidad
obedece al espíritu de quien juzga. Todos los hombres deben conocer plenamente los
límites de su responsabilidad; de aquí que los códigos deban divulgarse de modo que no
sea posible la ignorancia o la incertidumbre (capítulos IV-V).
Beccaria condena luego abiertamente (cap. XII) el uso de la tortura, resto de inhumana
barbarie, que, por lo demás, es de utilidad bastante dudosa para esclarecer la verdad. Las
penas no deben ser despiadadas: para que una pena surta su efecto (cap. XV), basta que el
mal que procura supere al bien que nace del delito: todo lo demás es superfluo y por tanto
tiránico.
La pena ha de ser asimismo rápida (cap. XIX), con el doble fin de que los imputados salgan
pronto del penoso estado de incertidumbre sobre su suerte, y de aclarar bien en las mentes
de los ciudadanos la relación causal entre culpa y castigo. Con una buena legislación, no
tiene razón de existir la gracia, que parece como si quisiera reparar posibles torpezas de la
ley, debilitando así en cierto modo su autoridad (cap. XX). Las penas deben ser (caps. XXI-
XL) siempre proporcionadas a los delitos, pero en general es mejor tratar de prevenir los
delitos (cap. XLI), haciendo de modo que las leyes resulten claras para todos y sean
respetadas y temidas, instruyendo al pueblo de modo que "el conocimiento acompañe a la
libertad" y recompensando a la virtud.
En conclusión, la justicia debería tener siempre presente este teorema general: "Para que
toda pena no resulte una violencia de uno o de muchos contra un ciudadano particular,
debe ser esencialmente pública, rápida, necesaria, la mínima de las posibles en las
circunstancias dadas, proporcionada a los delitos y dictada por las leyes".