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El Salvador fue uno de los primeros países en ratificar la Convención sobre los Derechos
del Niño (CDN) y, como tal, ha recorrido un largo camino de reformas y esfuerzos
encaminados a dar la centralidad y prioridad que la niñez y la adolescencia salvadoreña
merecen.
La CDN ha sido recogida a nivel nacional para su implementación sistémica por la Ley de
Protección Integral de la Niñez y Adolescencia (LEPINA), donde se refleja el
agrupamiento de los derechos de la niñez en cuatro áreas: Supervivencia, Desarrollo,
Protección y Participación. El país ha visto grandes avances en cada una de las áreas de
derechos en estos casi 25 años, y con un nivel de aceleración creciente durante ese
tiempo. Sin embargo, a medida que los logros se acercan al objetivo del efectivo ejercicio
de los derechos de este grupo poblacional, el que representa el 35% de la población, el
esfuerzo requerido por parte de las instituciones públicas, las comunidades, las familias y
la sociedad misma, se hace también más grande. Persisten aún brechas que hay que
cerrar en el agregado de cada área de derecho, y desigualdades que hay que atender en
derechos específicos para que los beneficios y oportunidades lleguen a todas y todos por
igual, sin dejar a nadie atrás.
La paz y la cohesión social que tanto anhela y necesita El Salvador pasa por el
posicionamiento de los derechos de la niñez y de la adolescencia en todas las políticas
públicas estatales. Para comprender de mejor manera la situación actual de la niñez y
adolescencia en El Salvador, es necesario primeramente contextualizar el escenario
socioeconómico que ha dibujado las dinámicas y relaciones sociales e
intergeneracionales en el país.
Por otro lado, El Salvador ha vivido una cultura autoritaria y de violencia a lo largo de su
historia. Un país que ha sido gobernado durante más de medio siglo por regímenes
autoritarios lleva a una naturalización de la violencia en la sociedad, pues al final ésta se
convierte en el patrón de relación no solamente en el nivel público, sino también en las
relaciones institucionales, privadas y familiares. La represión social en distintas etapas de
la historia del país también ha fragmentado la sociedad y ha debilitado los tejidos que
fortalecen la participación y explica, en parte, que el involucramiento activo de la
población en temas de interés comunitario o social, como es la protección de la niñez y
adolescencia (NNA), sea relativamente baja en la actualidad.
Abonando a lo ya indicado, la debilidad del Estado como responsable principal del
bienestar y desarrollo de todos los ciudadanos ha limitado las posibilidades de construir
un proyecto de nación amplio donde el Estado escuche a los ciudadanos, discuta con
ellos y diseñe estrategias para satisfacer sus necesidades. Ha prevalecido un Estado
alejado de la población que organiza la legislación y la política pública al margen de la
sociedad civil y sin considerar el ciclo de vida o las diferentes demandas y necesidades de
la población según su sexo, lugar de residencia o discapacidad, por ejemplo.
La conformación del Sistema de Protección Integral de la Niñez y Adolescencia, por
ejemplo, ha implicado reformas institucionales que progresivamente se van consolidando.
Así, el Instituto Salvadoreño para el Desarrollo Integral de la Niñez y Adolescencia (ISNA)
ha ajustado sus funciones a lo que dispone la LEPINA, el Consejo Nacional de la Niñez y
de la Adolescencia (CONNA) está conformado y ejerciendo sus funciones, y se han
conformado también las Juntas de Protección a nivel departamental, por mencionar
algunos. En el lado de la inversión, si bien es aún insuficiente, se ha evidenciado un
incremento sostenido en las asignaciones a programas y servicios para la niñez y
adolescencia en los últimos años, lo que debe mantenerse e intensificarse en la medida
de las posibilidades fiscales y de la prioridad que la niñez y adolescencia cobre para la
sociedad y el Estado.
Al final de la niñez, la mayoría de las personas han llegado hasta un tipo de cognición adulta plena,
incluida la capacidad de razonar utilizando conceptos abstractos. Al final de la etapa de las
operaciones concretas el niño adquiere la capacidad para representar las cosas mediante
símbolos, como el lenguaje y las imágenes mentales. Además, adquiere las operaciones del
pensamiento, que aún se basan en sus propias acciones. Ya a partir de los 7 años – etapa de las
operaciones concretas – las operaciones del pensamiento se coordinan entre sí, permitiendo,
paulatinamente, un pensamiento más flexible y general.
Entre los 2 y los 7 años – cuando el niño ve las cosas sólo desde su propio punto de vista – se va
haciendo cada vez más consciente de sí mismo como persona, lo que lleva a conflictos y
problemas con los demás. Para comprender los puntos de vista ajenos necesita las estructuras de
las operaciones concretas. En el nivel de pensamiento preoperativo el niño se ve obligado a
obedecer las reglas establecidas por quienes tienen autoridad sobre él, fundamentalmente sus
padres. Los valores y las obligaciones morales se vinculan con la obediencia a las reglas y no tanto
con las propias intenciones. En la etapa de las operaciones concretas, entre los 7 a 11 años, el
pensamiento es más flexible y general y los niños se comportan de acuerdo con las convenciones
y expectativas de los demás. Está claro que muy pocos pensamientos o acciones con netamente
intelectuales; casi todos tienen un contenido emocional.
Poco a poco los niños van aprendiendo a expresar lo que piensan y sienten
mediante las palabras y las imágenes. Sin embargo, les cuesta mucho distinguir
su punto de vista del de los demás, lo que los hace tener creencias falsas a esa
edad. Por esta razón, es muy probable que nuestros hijos a los cinco años crean
en Dios si nosotros creemos en él, aunque luego cambien de opinión.
Por otra parte, los niños aprenden a controlar su conducta solos, sin que nadie se
lo indique. Ya han aprendido las normas por parte de los padres, y ahora hay que
ponerlas en práctica sin recordatorios.
Un ejemplo claro es la llamada etapa fálica -calificada así por Sigmund Freud-, en
la que los niños se masturban como forma de exploración. Luego de haber sido
reprendidos por los padres, dejarán de hacerlo (en público).
El trabajo infantil y la niñez
se refiere a cualquier trabajo o actividad que priva a los niños de su infancia. En efecto, se
trata de actividades que son perjudiciales para su salud física y mental, por lo cual
impiden su adecuado desarrollo.
El trabajo infantil incluye:
• Trabajo infantil antes de la edad legal mínima: la edad legal mínima en
la que los niños están autorizados a trabajar es de 15 años (14 en los
países en desarrollo). Para trabajos ligeros (sólo unas horas de vez en
cuando) el límite mínimo de edad es de 13 a 15 años (12 a 14 en los
países en desarrollo). Finalmente, para realizar trabajos arduos el límite
asciende a los 18 años (16 años bajo ciertas condiciones en los países
en desarrollo).