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Preparación para recibir el

VESTIDO LITÚRGICO
Fray Nelson Medina, O.P.

Los apuntes siguientes quieren servir de apoyo para llegar con mayor
conciencia y fruto a la recepción del vestido litúrgico, un paso especialmente
significativo en el camino de las vírgenes seglares dominicas. Trataremos
cinco cuestiones:

1. Vestidos en la sociedad y en la Iglesia

2. Dimensiones teológicas del Vestido Litúrgico.

3. Sentido Litúrgico de los Colores en la Iglesia.

4. Los Colores Dominicanos

5. Algunos Aspectos Prácticos.

1. Vestidos en la sociedad y en la Iglesia

1.1 Significado antropológico del vestido


El vestido es nuestro modo de presencia ante las demás personas. Es el
mensaje con el que abrimos nuestra comunicación, el marco en que queremos
encuadrar nuestras ideas, aspectos y palabras.

El vestido exterioriza nuestras preferencias, gustos, generosidad, condición


social y en muchos casos la ocupación laboral. Con nuestros vestidos salimos
del ámbito de lo estrictamente privado o íntimo. Es que además el vestido
nos inscribe en determinado grupo de personas. El medico en su consultorio
no sólo esta manifestando su profesión sino también el hecho de que
pertenece a un “gremio” —grupo de personas que ejercen una determinada
función en la sociedad—.

En la Iglesia —que desde una perspectiva es sociedad de personas


humanas— podemos decir que hay dos tipos de vestidos: los habituales y los
celebrativos.
Los habituales son aquellos que acompañan toda la jornada, como por
ejemplo la sotana, o el hábito en los religiosos. Los celebrativos son propios
de los momentos litúrgicos de la comunidad; es el caso de los roquetes de
los acólitos, las casullas de los sacerdotes o las cogullas de los monjes.

1.2 El Vestido en la Biblia


El vestido es una condición primordial de la vida humana[1] El vestido protege
al cuerpo no sólo de la intemperie sino también de ser reducido a un
objeto[2], pues la mirada suele ser mensajera de la codicia y de la
concupiscencia[3]. Según la mente bíblica, el hombre no se apodera de la
mujer, sino que entra en su secreto, resguardado por el velo prenupcial [4].
¡Incluso el Santuario es "revestido" y recibe su velo[5]!

El vestido facilita la distinción de los sexos y así refleja la vida en la


sociedad como algo querido por el orden que Dios ha creado[6]. Cambiar de
vestido puede significar el paso de lo profano a lo sagrado[7]. Los reyes
tienen vestidos propios[8], los profetas utilizan también sus distintivos, y
desde luego los sacerdotes[9].

Lo normal en nuestro tiempo es tener muchos vestidos; antiguamente, en


cambio, vestían básicamente una túnica, que apretaban a su cuerpo con un
cinto o cinturón, especialmente a la hora de la faena. Por ello, entre otras
cosas, "ceñirse", o expresamente "ceñirse los lomos" es un modo de llamar al
careo, a la labor y al servicio[10].

1.3 Resonancias espirituales


La desnudez es señal de oprobio y humillación. Recibir un vestido significa
por eso ser acogido, como el esposo a la esposa[11]. Ciertos vestidos, los
propios de soldados, son mencionados repetidas veces en la escritura como
prendas de victoria. Así Yavé se reviste de la justicia como coraza; de la
venganza, como túnica; y envuelto en celo va a revestir a su esposa [12]. Esta
imagen se prolonga en el nuevo testamento: Cristo que murió despojado de
todo[13], una vez resucitado está vestido de Gloria que es como su único
vestido[14], cual sucede con los ángeles[15]. También los cristianos vamos a
ser revestidos de esplendor y de incorruptibilidad[16]. Ya nos hemos
revestido del hombre nuevo[17] por la fe y por el bautismo[18]. El Apóstol
Pablo nos invita a protegernos con la armadura de Dios[19], para que al final
de los tiempos nuestras túnicas resplandezcan blanqueadas por la Sangre
del Cordero[20] esta blancura es el esplendor de la Esposa de Cristo[21].
2. Dimensiones Teológicas
del Vestido Litúrgico
El vestido litúrgico de las vírgenes seglares dominicas tiene tres
dimensiones teológicas: bautismal, virginal-esponsal y escatológica.

2.1 Dimensión Bautismal


La Biblia describe al bautismo como la llegada de la luz[22]; el que está en
pecado, está como sepultado y su herencia son las tinieblas; si recibe a
Cristo es como si resucitara, sale entonces de su sepulcro como Cristo salió
del suyo y recibe una herencia de luz[23]. En los primeros siglos del
cristianismo, encontramos que el sacramento bautismal se celebra
preferentemente en la noche de la pascua, una noche iluminada por el
inmenso cirio, que representa la victoria del Señor resucitado.

Los neófitos eran vestidos de blanco, el color que más se parece a la luz; por
eso en las antiguas predicaciones de los padres de la iglesia, alcanzamos a
sentir los ecos emocionados que tenían que despertar estos hombres y
mujeres convertidos en reflejo de la luz eterna de Cristo. Era tanta esta
alegría, que en más de un lugar se concedía a los neófitos permanecer
revestidos de día y de noche durante una semana, la semana de octava de
pascua. Semejante experiencia tenía que quedar profundamente grabada en
los recuerdos fervorosos de los buenos cristianos.

El vestido litúrgico de las vírgenes es como una memoria, discreta pero muy
viva, de las gracias bautismales. Cuando en medio de la asamblea litúrgica la
virgen se presenta revestida, su traje a todos habla del amor primero y de
esa misericordia salvadora de Cristo, que nos hizo nacer a todos[24].

2.2 Dimension Virginal-Esponsal


Con su cabeza cubierta, a gusto de San Pablo[25], la virgen seglar oculta y en
cierto modo reserva su belleza para los ojos del Altísimo. Su túnica,
completamente sobria, hace que la mirada suya y la de sus hermanos en la fe
a nada atienda sino a los misterios divinos y su arcana hermosura[26]. En
cuanto prefiere que la atención no recaiga sobre ella, obra virginalmente; en
cuanto quere que la atención de todos vaya hacia Cristo, su amado, obra
esponsalmente.
Por esto hablamos del vestido litúrgico como un vestido virginal, porque
expresa el candor de ese amor que Cristo despierta en las almas vírgenes:
ser todo en El y para El[27].

Mas ya sabemos que la opción virginal cristiana es esencialmente esponsal.


Una virgen seglar es una mujer que movida por el Espíritu Santo hace lo que
Cristo hizo: aplazar, en razón de la llegada del Reino de Dios, sus bodas [28],
dando un cauce inusitado pero posible a su capacidad de amor y de amar.
Debe quedar claro que la virgen seglar no es inepta para casarse, pues en
este caso nunca tendría bodas, sino llamada a un género de esponsalidad
diferente: el modo de esponsalidad apropiado para unirse a su Esposo.

Por esto hay que afirmar que el vestido litúrgico es un vestido nupcial. Le
faltan los adornos del lujo, de la sensualidad y de la vanidad, pero a cambio
de ellas tiene de Cristo el esplendor que le gusta a Cristo[29], y esto basta
para las almas verdaderamente enamoradas de la castidad. cada novia se
viste para su novio; si el Novio es Cristo, el vestido, tanto interior como
exterior, será el que convenga ante la mirada de Cristo.

2.3 Dimensión Escatológica


El adjetivo "escatológico" viene de la lengua griega y hace referencia a las
cosas que habrán de suceder en último lugar.

Nosotros sabemos especialmente por el Apocalipsis que en el final de la


historia humana habrá grandes tribulaciones y persecuciones, pero sobre
todo estamos convencidos de una cosa: más allá de la oposición de los reinos
de esta tierra, Cristo y sólo Cristo, puede y debe ser llamado "Rey de reyes
y Señor de señores"[30].

Lo maravilloso es que en ese triunfo final de Nuestro Señor El no estará


solo: La Iglesia purificada y embellecida por su amor, será aquella Novia
radiante de hermosura que se una a El en las bodas sin fin del cielo[31]. La
gloria de santidad de cada bautizado[32] llegado a esa boda será destello en
el vestido que llevará la Iglesia presta a recibir el abrazo y beso de Cristo.

Estas preciosas realidades de nuestra fe no tienen muchos ojos que las


anhelen, porque la mirada de los hombres, apresada en el laberinto de sus
intereses inmediatos, suele carecer del tiempo y el gusto para extasiarse
ante la interna manifestación de Jesucristo[33].

Es aquí donde el vestido litúrgico revela su dimensión escatológica: Cuando


la virgen se reviste para la celebración de la fe y pone ya su mirada en el
encuentro con Cristo, es una imagen muy pequeña pero muy elocuente de lo
que tiene que hacer toda la iglesia; abrigarse en la esperanza, ceñirse de la
fe y ser bella en la caridad, hasta que el Señor vuelva[34].

3. Sentido Litúrgico
de los Colores en la Iglesia
Hemos visto que el color blanco es imagen de la luz y de la gloria. En su
transfiguración Cristo quiso que fuera especialmente este color, elevado a
la máxima potencia, el que penetrare por los ojos de los discípulos[35]. No es
el único caso de la Biblia en que los colores son portadores de significado,
por eso no nos parece extraño que a lo largo de los siglos nuestra Iglesia
Católica haya aprobado y fomentado el uso de ciertos colores en los
vestidos y ornamentos.

Si observamos los colores y matices de los hábitos y vestidos encontramos


que se pueden agrupar en tres grandes "familias": en torno al blanco, en
torno al negro y en torno a la tierra. Vamos a examinar brevemente estas
familias.

3.1 Familia del Color Blanco


El blanco alude a la gracia, pureza, gloria, resurrección y luz.

Aquí están incluidos —además del blanco, desde luego— el dorado, el habano
y en mucho menor grado el amarillo. El tema central de esta familia es
obviamente la luz. Su claridad habla de la victoria del día sobre la noche, del
triunfo de la vida del resucitado sobre la muerte del sepulcro[36]. Cuando
llegamos a entender algo solemos decir: "Ahora veo..", con lo cual es
evidente la relación que tiene este color con el deseo de inteligencia que hay
por naturaleza en el alma humana.

La idea de luz nos infunde además confianza porque es vecina de lo que hoy
llamamos "transparencia", es decir la certeza de que no hay nada oculto,
cosa que infunde paz y confianza[37]. La Iglesia en sus orígenes ha apreciado
muchísimo este color blanco. Es el color de los bautizados, como ya dijimos,
el color de la Hostia Eucarística, y el color del vestido de las novias. Además
blanco en latín es "albus" de donde viene "alba", aquella túnica que los
sacerdotes y demás ministros suelen llevar en todas las celebraciones.
Muchas comunidades religiosas han integrado este color a la parte principal
de su vestido cotidiano (vestido habitual). Aquí desde luego recordamos a
nuestro padre Santo Domingo, que llevando por todas partes su
túnica alba (blanca) obraba como si estuviera siempre presentando la
ofrenda y ejerciendo el servicio sacerdotal. Cosa que no era pura metáfora
porque nada puede unirse mejor al sacrificio de Cristo Redentor que las
almas redimidas por el testimonio y la predicación[38].

3.2 Familia del Color Negro


El color negro alude a silencio, penitencia y vigilia.

Después de expresar las virtudes y bellezas del color blanco, puede parecer
extraño que en la Iglesia tenga tanto lugar el color negro, a veces como
complemento en el hábito, a veces como casulla de luto, a veces como
vestido talar (sotana). Ciertamente nuestro destino está en la luz gloriosa
del cielo, pero no podemos negar que antes de la aurora de la gracia es
necesario reconocerse humildemente en aquello que Santo Tomás llamaba la
"doble tiniebla": el pecado y la ignorancia.

Por eso el negro, lo mismo que el morado, que tiene sabor de atardecer,
predica una aptitud de humildad y sobre todo de arrepentimiento. Cristo
dijo a los fariseos que si reconocían que estaban ciegos podrían llegar a ver
alguna vez[39]. Este es el consejo que sigue el que se viste de negro:
reconoce su ceguera y se vuelve una súplica viva, eco de aquella oración del
ciego de Jericó "Señor, que vea"[40].

En otro sentido, el morado, y más aún el negro, son los colores que
recuerdan el final de la vida terrena. Vestirse con ellos es una invitación a
que los ojos propios y ajenos se cierren a las vanidades de este mundo
mientras permanecen despiertos y vigilantes para que la luz de Cristo los
abra y despierte a la eternidad[41].

3.3 Familia del Color Tierra


El color tierra alude a nuestra condición humana, nuestra fragilidad, es una
imagen de humildad, discreción y anonimato.

La tierra, el suelo, no tiene un color definido: es gris, pardo, marrón. Tierra


en latín se dice "humus", de donde viene la palabra humildad. Por eso muchos
santos, enamorados de esta virtud, que según dice Santa Catalina de Siena,
es la nodriza de la caridad, quisieron vestirse de "humus" como cuando una
persona hace un acto externo de abajamiento y se extiende sobra la tierra
casi confundiéndose con ella. Es un modo de tomar en profundidad aquella
expresión bíblica: "acuérdate que eres polvo..."[42]. Quien acepta ser tierra
acepta "ser paisaje" y permitir con humilde caridad que otros ocupen el
primer lugar en la escena.

Esto nos ayuda a entender por qué hombres santos como Francisco de Asís
quisieron un hábito de color tierra. No se trata aquí de una predilección de
color café, sino de un modo de expresar la condición pequeña y necesitada
del hombre peregrino. A esta familia entonces pertenecen los diversos
matices del marrón, del gris, e incluso, en menor grado, el azul.

***

Como notamos, pues, cada una de estas familias de colores indica algo de la
relación entre los hombres y el Dios que está mas allá de lo que se puede
ver[43].

4. Los Colores Dominicanos


El vestido litúrgico de las Vírgenes Seglares está inspirado en el hábito
dominicano; conviene por ello "revestirnos" del espíritu de los Predicadores
para asumir con mayor conciencia este vestido[44].

4.1 Orígenes del hábito dominicano


La Orden de Predicadores, cuya creación se debe a las oraciones de la
gloriosa Virgen, según reza un antiguo relato, debe también a Ella el hábito
que llevan sus miembros.

El episodio que nos narra esta intervención de la Sma. Virgen ocurrió en


Roma, y fue contado por el mismo Santo Domingo al Beato Jordán de
Sajonia, su inmediato sucesor.

El Beato Reginaldo, deán del Capítulo de San Aniano, de Orleans, y profesor


de Derecho Canónico en París, había sido traído a la Orden por el Santo
Fundador, quien le apreciaba a causa de su eminente ciencia y de su gran
pureza.

Poco tiempo después, Reginaldo cayó gravemente enfermo. Domingo se puso


a orar, y vio cómo la Virgen se apareció al enfermo, y habiéndole ungido,
recobró la salud. Luego le mostró la dulce Madre un hábito religioso
completo, diciendo: «He ahí el hábito de tu Orden».

Tres días después, la misteriosa ceremonia se repitió, esta vez en presencia


del Bienaventurado Padre; y el Beato Reginaldo recibió de manos de Santo
Domingo el hábito dominicano, tal cual la Virgen misma se lo había
presentado.

A partir de aquel momento el escapulario reemplazó al sobrepelliz de los


canónigos regulares, y el hábito dominicano fue adoptado tal como es
ahora. Ordinis Vestiaria, la modista de la Orden Dominicana, es el nombre
que se ha dado a la Virgen María en recuerdo de este gran acontecimiento.

4.2 El blanco y el negro en la Orden de


Domingo
El hábito dominicano funde en una maravillosa unidad el blanco y el negro; el
blanco que es un color perfecto, y el negro que no lo es; el blanco, símbolo
de pureza, y el negro, de la penitencia; el negro cubriendo el blanco, como la
penitencia protege la pureza; la pureza y la penitencia cubriendo al caballero
de Cristo con una armadura invencible y capaz de desafiar el poder del
infierno.

Sobre las vestiduras blancas, el dominico lleva una amplia capa negra. Es una
capa negra que la Iglesia no da a los recién bautizados. ¿Por qué razón se le
impone esta capa? Porque no es posible pasar por este mundo durante
dieciocho años, que son los que se requieren para empezar la vida
dominicana, sin que más o menos se manche la blancura del bautismo.

La capa negra simboliza la penitencia, sin la cual no se puede recuperar la


perfecta inocencia. Con la esperanza de recobrarla de nuevo se ingresa en
la Orden fundada por Santo Domingo, que tiene a la penitencia como una de
sus características.

La capa negra, también, protectora de la túnica blanca, ha de recordarnos


continuamente: que el deseo de permanecer limpio de toda mancha debe ir
acompañado, para que sea verdaderamente eficaz, de igual deseo de la
mortificación. Sin ésta, no será posible expiar los pecados cometidos; ella
es necesaria además para evitar los pecados que puedan cometerse.

4.3 El hábito y la protección de la Santísima


Virgen
El hábito dominicano representa, en lo que tiene de blanco, las gracias de
pureza que dispensará la protección especial de la Virgen María a quienes lo
vistan. Bajo su sombra el dominico encontrará una suave frescura contra los
ardores de las pasiones, y hasta el momento de su muerte le servirá de
escudo y de defensa contra los ataques del demonio y los peligros de esta
vida.

El buen dominico recordará siempre que la verdadera mujer fuerte que ha


tejido para su Orden esta tela blanca, es nuestra Madre celestial.
Ciertamente, es gracias a Ella como nuestros santos y santas se han
distinguido por su pureza. En el Oficio Divino se hace destacar con
satisfacción la brillante virginidad de Domingo. Es un don otorgado por la
Virgen María.

Cabe aquí recordar la historia de aquella piadosa mujer de Lombardía de que


hablan nuestras antiguas crónicas. Era al principio de la Orden. La buena
mujer vio por primera vez a dos jóvenes religiosos «vestidos con un hábito
elegante y muy hermoso». Y empezó a poner en duda su virtud. «¡Jamás —se
dijo ella— podrán guardar su pureza!» A la noche siguiente se le apareció la
Virgen con rostro severo: Tú me has ofendido en la persona de estos
religiosos que son mis hijos —le dijo—. ¡Crees tú que yo no me preocupo de
ellos!» Y abriendo su manto le mostró una multitud de frailes, entre los que
se encontraban los dos religiosos que había visto el día antes.

Cuando a cada mañana el hijo o hija de Santo Domingo se ponga el hábito


blanco, dirá con respeto filial a la Santísima Virgen: «Mostrad que sois mi
Madre y haced que yo me muestre hijo vuestro». Después besará el
escapulario con la misma veneración con que besaría la santa túnica
inconsútil que María tejió para su Hijo. También nosotros, como el Santo de
los santos, hemos recibido de sus manos este hábito.

Pero si queremos que la protección de María sea abundante y eficaz,


debemos conservarnos humildes, muy humildes. La gracia se da a los
humildes. Nuestra capa negra nos recordará sin cesar esta humildad que es
indispensable. «Recibid esta capa negra —se nos dijo cuando nos la
impusieron por primera vez—, símbolo de la humildad en que debéis
mantenemos». El día en que olvidáramos que la pureza es un don de María; el
día en que nos atribuyéramos el mérito de la misma, la perderíamos muy
pronto.

Es digno de notar cómo los Padres de la Iglesia, que nos han dejado varios
sermones dirigidos a las vírgenes cristianas, insisten sobre esta virtud de la
humildad. Si comprendemos el lenguaje de los símbolos, nuestra capa negra
nos dirá continuamente lo que San Ambrosio y San Agustín decían en su
tiempo a las vírgenes cristianas.

4.4 Resonancias teológicas del hábito


dominicano
Todo el ideal de nuestra Orden se ha resumido en la
palabra Veritas (Verdad) y en esta fórmula tan completa de Santo Tomás
de Aquino: contemplar y dar a otros el fruto de la contemplación.

Sin duda alguna nuestro hábito blanco es un símbolo de esta verdad


luminosa, a la que se consagra la Orden de Santo Domingo, y de la luz de la
contemplación, y de la irradiación del celo apostólico. Tiene el mismo
significado que tenía aquel maravilloso resplandor que despedía la cara de
nuestro bienaventurado Padre.

Pero para conservar una fe pura, para poseer un conocimiento profundo de


la Verdad, para dedicarse con amor a la contemplación de la misma, para
poder difundir en torno de sí el resplandor de esta verdad y el brillo de una
sólida virtud, hay que cumplir también con ciertas condiciones, que están
simbolizadas en la capa negra.

Así como el blanco es el color que más despide la luz, así el negro es el que
más la absorbe. Es necesario que nuestro espíritu absorba primero la luz
que le viene de Dios, autor de la revelación, y también de la Iglesia, que nos
la propone en nombre del mismo Dios, y de nuestros maestros que nos la
explican. Es necesario que todas nuestras facultades se absorban en la
oración, en el estudio, en la meditación, rumiando y asimilando la verdad. Y
para que todo esto lo hagamos con provecho es necesario evitar toda
disipación, reprimir la sensibilidad, saber mantener el recogimiento. Y todo
esto está simbolizado en la capa negra.

Es muy conocido el famoso cuadro del Beato Angélico en el que pintó a


Santo Domingo admirablemente joven, sentado, con un libro sobre sus
rodillas. Está envuelto en su capa negra. Su cara está ligeramente apoyada
sobre la mano derecha; lee, medita y contempla; su rostro está iluminado;
una aureola resplandece en torno a su cabeza, brilla la estrella sobre su
frente.

Muy distinta será su actitud cuando se levante para hablar de Dios a las
almas. Sus brazos se abrirán en un gesto generoso, mostrando a los ojos de
todos la blancura de su túnica, oculta en gran parte ahora bajo la capa
negra. Después de haber absorbido la luz, la difundirá en torno suyo...

Todos nosotros, incluso las Hermanas Predicadoras, debemos imitar a


nuestro Padre, derramando la luz en torno nuestro por la palabra y el
ejemplo, y preparándonos por medio del recogimiento y las austeridades
necesarias.

4.5 Gozo y dolor de amor


Los vestidos blancos significan gozo y alegría. Este simbolismo que el color
blanco tiene aquí parece que lo conserva en el cielo. Cuando nuestro Señor,
en el día de la Transfiguración, quiso dar a sus discípulos una idea de su
gloria y de su felicidad eterna, se les mostró revestido con una túnica de
una blancura que brillaba.

Este gozo celestial, ¿no lo saborearon ya aquí en la tierra, en la práctica de


la caridad que les facilitaba el cumplimiento de las santas observancias de
su Orden, en la contemplación de la belleza divina, en cuya contemplación se
expansionaba a su placer la caridad, en la seguridad que les infundía esta
contemplación de que su Dios amable era infinitamente perfecto y que todas
las cosas, en definitiva, se realizaban conforme a su beneplácito?

Por esta razón el corazón de nuestro bienaventurado Padre se inundaba de


gozo y se iluminaba su rostro, como nos lo atestigua el Beato Jordán. La
Beata Cecilia nos dice que siempre parecía estar alegre y sonriente. Santa
Catalina de Sena asegura que «su religión es alegre; es como un jardín de
delicias». A unos novicios que hacía poco habían sido admitidos en la Orden
y que se tentaron de la risa durante las Completas, Jordán de Sajonia
les dijo: «Reíd, reíd, queridos», y reprendió a un fraile anciano que daba
muestras de impaciencia ante la risa de aquellos jóvenes.

Sin embargo, hay que pensar que la alegría dominicana debe estar velada de
cierta melancolía, como la túnica blanca está cubierta con la capa negra. El
sentimiento de la propia imperfección y la consideración de los males del
mundo, son motivos más que suficientes para atemperar nuestra alegría. De
Santo Domingo se cuenta que, cuando de lejos divisaba los apretados techos
de un pueblo, el pensamiento de las miserias humanas y de los pecados de los
hombres le sumergía en tristes reflexiones que ensombrecían su rostro. Y
por la noche derramaba abundantes lágrimas por los pecados del género
humano.
Santa Catalina sufría también por la miseria del mundo. Se consideraba
culpable de todos sus males, y terminaba sus oraciones diciendo: «¡He
pecado, Señor, tened piedad de mí!» Recomendaba insistentemente a sus
discípulos el conocimiento de sí mismos y de sus miserias, pero con la
condición de que no lo separaran del conocimiento de la misericordia divina.
Ella compuso un tratado sobre las lágrimas, y se ha podido afirmar que «sus
hijos espirituales fueron educados en la escuela de las lágrimas; la tristeza,
pero una tristeza cristiana, es el sello de la familia de los que fueron hijos
de sus deseos y de sus Plegarias».

Si el Beato Jordán aprobaba la risa de los novicios, era porque al mismo


tiempo les daba el motivo siguiente: «Tenéis mucha razón de manifestar
vuestro gozo, porque habéis sido libertados de la esclavitud del demonio que
os retenía con sus cadenas durante varios años». Y Gerardo de Frachet
termina el relato diciendo que: «El alma de los novicios recibió gran consuelo
de estas palabras, y ocurrió que a partir de aquel momento rechazaron toda
risa intempestiva».

Con una sola palabra el Beato Jordán los había establecido en la verdad. Y
esta verdad que pone la alegría en el fondo de nuestros corazones, tempera
también la compunción.

Felizmente estamos unidos con Dios, pero lo estamos solamente en las


sombras de la fe. No lo vemos, lo conocemos poco, participamos muy
imperfectamente de su felicidad. Nuestro gozo es particularmente un gozo
de esperanza, como dice San Pablo, «nos gozamos en esperanza»[45].

«No hay más que una tristeza, se ha dicho, y es la de no ser santos». Sí; no
hay otra razón más que esta para estar tristes. Pero realmente tenemos
motivos para ello. Tristeza de no ser todavía un santo beatificado en la
gloria; tristeza, para los mejores, de haberse santificado tan poco en la
tierra; tristeza, para muchos, de encontrarse lejos de la santidad. «Santa
María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pobres pecadores, ahora y en la
hora decisiva de nuestra muerte». ¡Ah! ¡Cuánta razón tenemos de repetir
esta oración ciento cincuenta veces al día!

Y ¡cómo nos conviene ahora velar de negro nuestro hábito blanco que nos
cubre interiormente! En algunos países a los dominicos se les llama «los
Padres negros».

Pero día vendrá, esta es nuestra esperanza, en que se establecerá el


reinado del gozo completo y «nosotros, vestidos de blanco,
estaremos con Cristo en el Reino de los cielos».
5. Algunos Aspectos Prácticos
La hermosura y la capacidad de significado de los colores dominicanos,
presentes en el vestido litúrgico de las Vírgenes Seglares, tiene mucho que
decirle al alma cristiana, especialmente si se ha formado en la piedad, la
sensibilidad espiritual y el deseo de alabar a Dios.

Sin embargo, debemos admitir con dolor que éste no será el caso siempre, ni
tal vez el más frecuente. Y como este vestido aparece como una novedad
ante tantas personas, incluyendo a muchos sacerdotes y ministros
ordenados, la virgen seglar debe ser realista, prudente y audaz [46] a la vez,
sin lastimar ni perturbar innecesariamente, pero también sin acomplejarse
ni dejarse llevar por lo más cómodo —que siempre será omitir el uso del
vestido—.

No es fácil discernir algunas situaciones y por eso conviene expresar


algunos criterios específicos.

5.1 En la soledad
La experiencia nos ha mostrado que el uso del vestido litúrgico adquiere o
pierde fuerza y significado dependiendo en primer lugar de su uso en la
soledad, es decir, a solas ante Dios[47].

Los primeros ojos que deben familiarizarse con el sentido de este vestido
son los de la misma virgen. Es ella antes que nadie quien empieza a
agradecer y aprobar el uso de un traje que no es "práctico" sino festivo[48] y
nupcial. Por ello toda virgen mediocre notará que su cobardía empezó en una
mezcla de pereza e incredulidad cuando estaba sola ante Dios. Al contrario:
si en sus experiencias de oración personal siente que la mirada del Señor la
viste del blanco de la pureza y el negro de la penitencia, no le faltaran
corazón ni palabras para hacer valer sus derechos de consagrada sin
molestar a nadie.

5.2 Ante la Familia y los Amigos


La familia a veces ayuda y a veces estorba en el servicio a Dios. No es
extraño que ellos, lo mismo que nuestros amigos, unos días se sientan
orgullosos y agradecidos con Dios por el regalo recibido en la vocación de la
hija, hermana o amiga, y que, sin embargo, al poco tiempo, como si un ángel
malo les hubiera susurrado una burla al oído, muestren ironía, agresividad o
indiferencia.

Hay que saber entenderlos, lo cual no significa necesariamente


complacerlos[49]. Ellos han visto con demasiada cercanía y demasiada
frecuencia que somos inconstantes, vanidosos, egoístas o soberbios; podrían
fácilmente hacer un larga lista de razones por las que no cabe duda de que
somos indignos de llevar el vestido.

Sucede a menudo, además, que recuerdan muy bien las historias afectivas
que de pronto hubo en nuestra vida pasada; tienen en su memoria pasajes
escabrosos o escenas desobligantes que les nublan la mirada y les hacen
difícil creer que esa persona, a quienes ellos recuerdan, ahora quiere
pertenecer totalmente a Dios. ¿Qué hacer entonces? No debemos dar
marcha atrás[50]. La Biblia nos anima cuando muestra que aquella gran
pecadora Maria Magdalena fue acogida por Cristo como primera testigo de
la noticia gloriosa de la resurrección[51]. Y Pedro, a quien todos reconocían
como el cobarde que negó a Cristo ante una sirvienta[52], no por ello dejó de
levantar la voz predicando a Cristo en el día de Pentecostés[53]. En la Iglesia
no somos lo que hemos sido sino lo que Dios hace con nosotros[54]. Por eso
hay que ser humildes pero también perseverantes[55]. Los mismos que hoy no
nos creen mañana nos pedirán una oración o la luz de algún consejo.

5.3 En el Grupo de Vírgenes


Hay tres momentos en que nuestras sanas costumbres invitan, salvo fuerza
mayor, a llevar el vestido litúrgico.

Ante todo en las vigilias, momentos de oración por excelencia en los que
todos nuestros anhelos de amor por Cristo se vuelven un solo haz de
plegaria. En esos encuentros de fe la noche prolonga al negro y la luz hace
brillar al blanco del vestido. Una virgen seglar así revestida puede y debe
mirarse como la esposa que aguarda al Esposo. Su oración, en la que habla
toda la Iglesia, es la de aquella novia lista para las bodas.

También es nuestra costumbre el uso del vestido litúrgico cuando llega


la lectio virginalis. La razón en este caso es que la lectio es como una
pequeña liturgia en la cual, movidos por el Espíritu Santo, saboreamos la
Palabra que nos mueve a esperar, agradecer y amar.

El tercer momento corresponde a las renovaciones de votos, usualmente en


los meses de agosto y enero. No se necesita una explicación para el uso del
vestido en estas ocasiones. Sólo hay que decir que en cada celebración, a
medida que se multiplican las túnicas que expresan esta consagración,
encontramos más numerosos motivos de alabanza a Dios.

5.4 En la Vida Litúrgica de la Iglesia


Es verdad que una consagración seglar tiene siempre algo de privado, porque
quien nos viera en la calle, en el trabajo, en el parque o en el restaurante, no
se imaginaría todo lo que Cristo ha hecho y está haciendo. Pero la Iglesia,
que es nuestra Madre, sí tiene el derecho de conocer y reconocer los dones
que el Espíritu Santo le va regalando a manera de medicinas, herramientas y
ornamentos.

Por eso lo normal es que una virgen seglar participe de la liturgia de las
horas y de los sacramentos y sacramentales portando su vestido litúrgico.

No se nos oculta que esto entraña dificultades prácticas, que pueden


reducirse a tres:

1. Dónde y cómo revestirse;

2. Cómo explicar a los sacerdotes u otros ministros el uso del vestido;

3. Qué hacer en algunas celebraciones en la que la mayor parte de la


gente espera un determinado vestido civil (por ejemplo bodas de
parientes o amigos, exequias, bautismos).

Sobre lo primero la recomendación es esta: Si el sacerdote que va a presidir


ya conoce y acepta sin violencia el vestido, lo ideal es revestirse en la
sacristía; en caso contrario es preferible evitar altercados y más bien
revestirse rápida y discretamente cerca de alguna de las puertas. Puesto
que quien puede autorizar este género de vida en la Iglesia es el Prior
Provincial, quien ha manifestado en repetidas veces su aval a esta forma de
asociación, no es buena idea omitir el uso del vestido sólo por no ver malas
caras de sacerdotes.

Con respecto a lo segundo, conviene no hacerse ilusiones: un buen número de


sacerdotes sienten que lo que no ha sido organizado por ellos no está bien
organizado, y por consiguiente es "sospechoso". Es explicable, porque
vivimos en tiempos en que se dan muchos abusos.

Mas aquí surge otra dificultad: Una vez que el sacerdote está contrariado
fácilmente considerará una humillación para su hombría y su ministerio
dejarse convencer de una mujer que no ha estudiado lo que él ha estudiado.
Por eso hay que ser humildes y audaces. Siempre será preferible ante un
sacerdote desconocido que la virgen seglar aparezca simplemente revestida.
El pensará seguramente que se trata de alguna religiosa. Si hay tiempo y
lugar se le podrá explicar algo cuando pregunte. En todo caso nuestro
propósito es que, a partir del momento que sea posible, cada una lleve algún
genero de identificación y/o copia de la autorización explícita del Prior
Provincial de la Orden Dominicana en Colombia.

En cuanto a lo tercero, no hay mucho que agregar: Puesto que en un


encuentro de fieles el primer lugar lo tiene la fe, ninguna razón servirá a la
virgen que ha puesto otras razones primero.

5.5 A la Hora de la Muerte


El momento más solemne para llevar el vestido litúrgico es en la muerte y la
sepultura. Es necesario que los ángeles y los hombres sepan cuál es el amor
que hizo posible nuestra vida[56] y con cuánto agradecimiento y esperanza
cerramos los ojos a este vestido terreno[57], para abrirlos en el cielo y
descubrir que ese mismo amor nos da el vestido nuevo[58] para los bodas
eternas.

¡Así lo conceda Dios, en quien hemos puesto nuestra confianza, para la gloria
y honor de su Nombre[59]! Amén.

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[1]
«Lo primero para vivir es agua, pan, vestido, y casa para abrigarse» (Sir 29,21).

[2]
Recordemos el episodio bochornoso en el que Noé se despoja de su vestido en medio de
la embriaguez (Gén 9,20-27). De ahí los preceptos del Lev 18,6-19 bajo la fórmula «No
descubrirás la desnudez...»

[3]
La horrible cadena de pecados que cometió David, siendo ya rey, empieza con estas
palabras: «Un atardecer se levantó David de su lecho y se paseaba por el terrado de la casa
del rey cuando viodesde lo alto del terrado a una mujer que se estaba bañando. Era una
mujer muy hermosa» (2 Sam 11,2). En 1 Jn 2,16 leemos sobre la concupiscencia de los
ojos como algo que «no viene de [Dios] Padre».

[4]
Por ello Rebeca se vela antes de su encuentro con Isaac (Gén 24,65). Este velo no apaga
sino que despierta al amor: «¡Qué bella eres, amada mía, qué bella eres! Palomas son tus
ojos a través de tu velo» (Ct 4,1; cf. 4,3; 6,7).

[5]
Éx 26,31; 27,21. Recordemos asimismo el velo que viste al rostro de Moisés, el
contemplativo de Yavé, Éx 34,33ss. Entendamos de aquí la fuerza inmensa de la expresión
de los Evangelios: «Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu. En esto, el
velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo; tembló la tierra y las rocas se
hendieron» (Mt 27,50-51).

[6]
«La mujer no llevará ropa de hombre ni el hombre se pondrá vestidos de mujer, porque el
que hace esto es una abominación para Yahveh tu Dios» (Dt 22,5).

[7]
«Yahveh dijo a Moisés: "Ve donde el pueblo y haz que se santifiquen hoy y mañana; que
laven sus vestidosy estén preparados para el tercer día; porque al día tercero descenderá
Yahveh a la vista de todo el pueblo sobre el monte Sinaí"» (Éx 19,10). «Retirad los dioses
extraños que hay entre vosotros. Purificaos, y mudaos de vestido»(Gén 35,2).

[8]
Cf. 1 Re 22,30.

[9]
Cf. Lev 21,10; Éx 28,29.

[10]
Cf. Job 38,3; 40,7; Prov 31,17; Is 5,27; Dan 10,5; Nah 2,2; Lc 12,35; 1 Pe 1,13.

[11]
«Entonces pasé yo junto a ti y te vi. Era tu tiempo, el tiempo de los amores. Extendí
sobre ti el borde de mi manto y cubrí tu desnudez; me comprometí con juramento, hice
alianza contigo —oráculo del señor Yahveh— y tú fuiste mía» (Ez 16,8).

[12]
Is 59,17; 61,10.

[13]
Mt 27, 35.

[14]
Cf. Hch 22,6-11.

[15]
Cf. Hch 10,30.

[16]
«¡Sí!, los que estamos en esta tienda gemimos abrumados. No es que queramos ser
devestidos, sino más bien sobrevestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida» (2
Cor 5,4).

[17]
Cf. Col 3,10; Ef 4,24.

[18]
«En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo» (Gál 3,27).

[19]
Cf. Ef 6, 11-18.

[20]
Ap 7,14; 22,14.

[21]
Ap 19,7; 21,2.

[22]
«Pues el mismo Dios que dijo: De las tinieblas brille la luz, ha hecho brillar la luz en
nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de
Cristo» (2 Cor 4,6). «Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el
Señor. Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y
verdad» (Ef 5,8-9). «Pues todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día. Nosotros no
somos de la noche ni de las tinieblas» (1 Tes 5,5).
[23]
«Todo lo que queda manifiesto es luz. Por eso se dice: Despierta tú que duermes, y
levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo» (Ef 5,14).

[24]
«Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, descendiente de David,
según mi Evangelio» (2 Tim 2,8).

[25]
1 Cor 11,4-10.

[26]
«Enderezará su consejo y su ciencia, y en sus misterios ocultos hará meditación» (Sir
39,7).

[27]
«Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado: él pastorea entre los lirios» (Ct 2,16).

[28]
Hay que esperar al Apocalipsis para que resuene aquel texto maravilloso: «Y oí el ruido
de muchedumbre inmensa y como el ruido de grandes aguas y como el fragor de fuertes
truenos. Y decían: "¡Aleluya! Porque ha establecido su reinado el Señor, nuestro Dios
Todopoderoso. Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas
del Cordero, y su Esposa se ha engalanado y se le ha concedido vestirse de lino
deslumbrante de blancura"» (Ap 19,6-8).

[29]
«Que vuestro adorno no esté en el exterior, en peinados, joyas y modas, sino en lo
oculto del corazón, en la incorruptibilidad de un alma dulce y serena: esto es precioso ante
Dios» (1 Pe 3,3-4).

[30]
Cf. 1 Tim 6,15; Ap 17,14; 19,16.

[31]
Cf. Ap 19,7-8.

[32]
«Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre» (Mt 13,43). «Y la luz
brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron» (Jn 1,5).

[33]
«Por eso, también yo, al tener noticia de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestra
caridad para con todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros recordándoos en mis
oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda
espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente; iluminando los ojos de
vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él;
cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos, y cuál la soberana
grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza
poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su
diestra en los cielos por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación y de todo
cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero. » (Ef 1,15-21).

[34]
«Tomad, también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de
Dios; siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu» (Ef 6,17-18).

[35]
«Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero
en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo» (Mc 9,3).

[36]
«Así, lo mismo que el pecado reinó en la muerte, así también reinará la gracia en virtud
de la justicia para vida eterna por Jesucristo nuestro Señor» (Rom 5,21)
[37]
«No les tengáis miedo. Pues no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni
oculto que no haya de saberse» (Mt 10,26).

[38]
«Ejerciendo el sagrado oficio del Evangelio de Dios, para que la oblación de los gentiles
sea agradable, santificada por el Espíritu Santo» (Rom 15,16).

[39]
«Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: "Vemos" vuestro pecado
permanece» (Jn 9,41).

[40]
Lc 18,41.

[41]
«Aparta mis ojos de mirar vanidades, por tu palabra vivifícame» (Sal 119,37).

[42]
«Recuerda que me hiciste como se amasa el barro, y que al polvo has de devolverme»
(Job 10,9).

[43]
«El único que posee Inmortalidad, que habita en una luz inaccesible, a quien no ha visto
ningún ser humano ni le puede ver. A él el honor y el poder por siempre. Amén» (1 Tim 6,16).
Además de lo ya dicho, conviene recordar aquí el sentido de algunos otros colores que se
usan en la liturgia católica: Rojo: Sangre, Martirio, Espíritu Santo, Apóstoles; Azul:
Asociado a la Virgen María, Cielo, Serenidad; Verde: Color Primavera, Vida,
Esperanza; Rosado: (Rojo – Blanco) Dominio de sí.

[44]
Para esta parte seguimos, muchas veces textualmente, a F. D. Joret, O.P.

[45]
Rom 12,12.

[46]
«Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las
serpientes, y sencillos como las palomas» (Mt 10,16).

[47]
«Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la
puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te
recompensará» (Mt 6,6).

[48]
«Has trocado mi lamento en una danza,me has quitado el sayal y me has ceñido de
alegría» (Sal 30,12).

[49]
«¿Busco yo ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O es que intento agradar a los
hombres? Si todavía tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo» (Gál
1,10).

[50]
«Le dijo Jesús: Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el
Reino de Dios» (Lc 9,62).

[51]
Jn 20,17.

[52]
Mt 26,69-75.

[53]
Hch 2,14ss.

[54]
«Pues también nosotros fuimos en algún tiempo insensatos, desobedientes,
descarriados, esclavos de toda suerte de pasiones y placeres, viviendo en malicia y envidia,
aborrecibles y aborreciéndonos unos a otros. Mas cuando se manifestó la bondad de Dios
nuestro Salvador y su amor a los hombres, él nos salvó, no por obras de justicia que
hubiésemos hecho nosotros, sino según su misericordia, por medio del baño de regeneración
y de renovación del Espíritu Santo» (Tt 3,5).

[55]
«Dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta
a todo el que os pida razón de vuestra esperanza. Pero hacedlo con dulzura y respeto.
Mantened una buena conciencia, para que aquello mismo que os echen en cara, sirva de
confusión a quienes critiquen vuestra buena conducta en Cristo» (1 Pe 3,15-16).

[56]
«Todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria
del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es
como actúa el Señor, que es Espíritu» (2 Cor 3,18).

[57]
«Sabemos que si esta tienda, que es nuestra morada terrestre, se desmorona, tenemos
un edificio que es de Dios: una morada eterna, no hecha por mano humana, que está en los
cielos. Y así gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra
habitación celeste» (2 Cor 5,1-2).

[58]
«Se pusieron a gritar con fuerte voz: "¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar
sin hacer justicia y sin tomar venganza por nuestra sangre de los habitantes de la tierra?"
Entonces se le dio a cada uno un vestido blanco y se les dijo que esperasen todavía un poco,
hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos que iban a ser muertos
como ellos» (Ap 6,10-11).

[59]
«Yo sé bien en quién tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para
guardar mi depósito hasta aquel Día» (2 Tim 1,12).

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