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Raíces -históricas, políticas, constitucionales- del Estado mexicano

José Herrera Peña

Notas sobre el apartado I: Primer Congreso Nacional1

1) Instituciones establecidas y detonante de la crisis

“El 8 de junio de 1808 llegó a México [capital de la Nueva España] la


noticia del motín de Aranjuez, a consecuencia del cual había abdicado Carlos
IV a favor de su hijo, el príncipe de Asturias, destinado a llevar el nombre de
Fernando VII […] Una semana después llegó otra noticia totalmente
inesperada: que tanto Carlos como Fernando habían resuelto el problema de
la sucesión renunciando ambos a la corona y abdicándola en Napoleón.

“El virrey José de Iturrigaray convocó apresuradamente al «real


acuerdo»2 –a los miembros de la Audiencia- y pulsó su opinión al respecto.
¿Qué hacer ante tal situación?”. La respuesta la debieron dar las máximas

1 Colegido por Graciela Fabián y Joaquín Espinosa, INEHRM.


2
El Real Acuerdo en los virreinatos de Indias al principio tuvo un carácter informal y sólo se reunía cuando el
virrey, generalmente en situaciones de crisis, requería el consejo de los oidores de la Real Audiencia en un
determinado asunto de especial gravedad. Estas reuniones fueron más regulares a medida que los virreyes
fueron valorando la utilidad de las mismas debido a la sólida formación jurídica de los miembros de la
Audiencia. Así después de haber tratado una cuestión el virrey le pedía a los oidores que para dar fundamento
jurídico al dictamen que se hubiera alcanzado por mayoría o por unanimidad lo redactaran por escrito, al que
se llamó real acuerdo. Por extensión la reunión o junta del virrey con los oidores tomó el nombre de Real
Acuerdo. Sin embargo, estos dictámenes nunca fueron vinculantes para el virrey, aunque éste solía seguirlos,
aunque sólo fuera para no asumir él únicamente la responsabilidad de una decisión ante el Consejo de Indias
o ante el rey. Así fue como el Real Acuerdo acabó convirtiéndose en la máxima institución consultiva de los
virreinatos de Indias. Artola, M. (dir.) (1991). “Real Acuerdo”. Enciclopedia de Historia de España. V. Diccionario
temático. Madrid: Alianza Editorial.

1
autoridades, representadas por el propio virrey, la Audiencia y el
Ayuntamiento de México.

Los últimos dos organismos eran antagonistas, pues mientras la


Audiencia estaba integrada por peninsulares directamente nombrados por el
Rey, el Ayuntamiento lo conformaban peninsulares y criollos que, al ser
elegidos de entre las mismas poblaciones, respondían más a los intereses
novohispanos que a los peninsulares.

2) Posición de la Audiencia

En cuanto a la consulta que hizo el virrey, sobre qué hacer ante la


situación en la cual España “se había quedado sin rey”, se plantearon dos
caminos. Uno era rendir obediencia a Napoleón tal y como habían hecho la
familia real y las autoridades de España, eso sí, previendo un contundente
rechazo de parte de los españoles americanos -llamados criollos-, de la
misma manera que en la península sucedió con el pueblo llano. El otro
camino era no reconocer “dominación extranjera alguna”, opción calificada
como la más patriótica, aunque no menos expuesta que la anterior, pues “si
la metrópoli, con mayores recursos, había perecido bajo el peso de Francia,
no era de esperarse que corrieran con mejor suerte los reinos americanos,
menos fuertes que aquélla”.

“Finalmente, el real acuerdo decidió no tomar ninguna decisión o, en


otras palabras, mantener el statu quo”. Según el acta de la sesión del 15 de
julio, se llegó al acuerdo de mantener el reino en estado de defensa, por

2
cualquier eventualidad.3 Los principales integrantes de la Audiencia eran
Guillermo de Aguirre, Miguel Bataller y Francisco Robledo.

3) Propuesta del ayuntamiento de México

“Por su parte, el ayuntamiento de la Ciudad de México, con base en las


Leyes de Indias, arguyó dos cuestiones fundamentales: primero, que la
renuncia de Fernando VII a la corona era nula así como la consiguiente cesión
de bienes de la monarquía española a Napoleón, y que, en caso de ser válida,
esta nación era la legítima heredera [de la corona], en lo que le correspondía,
segundo, que era conveniente que [el virrey] Iturrigaray siguiera al frente del
gobierno, aunque ya no con [el] carácter de virrey sino con una nueva calidad
política: la de encargado del reino, para reafirmar la cual era necesario que
convocara a un congreso nacional”:

Para tal efecto se reunieron el martes 19 de julio en cabildo


extraordinario, con todos sus integrantes, entre los que se encontraban el
síndico del común Francisco Primo de Verdad y Ramos, el regidor Juan José
Francisco de Azcárate y el mercedario Melchor de Talamantes.

“[…] Primo de Verdad propuso que se hiciera saber al virrey la


disposición de la capital para defender los dominios del reino y
conservarlos para sus legítimos soberanos. Hubo consenso en la

3 Hernández y Dávalos, Juan. Colección de documentos para la historia de la guerra de independencia de México
de 1808 a 1821, tomo III, Documento 148, “Respuesta de los oidores de México a la vindicación del señor
Iturrigaray”, México, Comisión Nacional para las Celebraciones del 175 Aniversario de la Independencia
Nacional y 75 Aniversario de la Revolución Mexicana, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución
Mexicana, [1877-1881] 1985, 6 Vols. (Col. Obras Fundamentales de la Independencia y la Revolución), p. 787.
Se puede consultar en: http://www.pim.unam.mx/catalogos/hyd/HYDIII/HYDIII148.pdf

3
propuesta y se resolvió solicitarle igualmente que mantuviera el reino
fuera del alcance no sólo de los franceses y su emperador sino también
«de toda otra potencia, aún de la misma España».

“Por otra parte, se dijo que al renunciar a la corona Carlos IV en 1808


y entregar a Napoleón los bienes territoriales de la monarquía española y
los seres humanos que habitaban en ella -como si fueran animales- el
abdicante había cometido un acto nulo; ya que al tomar posesión «juró
no enajenar el todo o la parte de los dominios que le prestaron
obediencia», según se hizo constar solemnemente en el acta respectiva.4

“En estas condiciones, la nación americana -conocida como reino de


la Nueva España- era la legítima sucesora de los derechos del monarca. La
soberanía se había transferido naturalmente de éste a aquélla. «Nadie
tiene derecho -declaró el regidor Juan José Francisco de Azcárate- a
atentar contra los respetabilísimos derechos de la nación».5
Consecuentemente, «ninguno puede nombrar soberano [de] la nación,
sin su consentimiento».6 Cualquier designación hecha por Napoleón, el
duque de Murat e incluso por Carlos IV o Fernando VII era nula”. Y de
acuerdo con ello, solicitaban, primero, que el virrey Iturrigaray
permaneciera en su puesto y, segundo, que se llamara a un Congreso en

4 Ibíd.
5 Ibíd.
6 Ibíd.

4
el que se encontraran representados todos los pueblos y ciudades del
reino, y que por lo tanto que asumiera [el congreso] la soberanía.

4) Elementos fundamentales de la propuesta

“Audaz era la declaración de que «la soberanía reside en el reino»,


así fuera provisionalmente [y por el “reino” se referían a] los cuerpos que
lo componen: Audiencia y ayuntamientos -[…] «tribunales superiores y
corporaciones que llevaban la voz pública»- así como en los demás
[cuerpos del reino, entre ellos los pueblos de indios]. Esto significa que la
soberanía ya no reside en el rey […] Hasta entonces, las autoridades más
importantes habían dimanado del rey. No existiendo éste, las actuales
habían perdido fundamento, legitimidad y razón de ser […] Los altos
funcionarios del reino ya no dependerían del rey sino al contrario: ahora
estos –incluyendo el rey- dependerían del reino -representado por sus
corporaciones– y administrado por el virrey, por lo menos en forma
provisional, hasta que el rey regresara… si regresaba.

“Pero en términos políticos, la propuesta era de mayor


trascendencia, porque implicaba un pacto entre americanos y
peninsulares para gobernar el país en forma autónoma y mantenerlo en
estado de defensa no sólo frente a Francia sino también «de la misma
España».

5) La Audiencia rechaza la propuesta…7

7 Este título ha sido modificado para su mejor entendimiento.

5
“El virrey sometió a consulta de la Audiencia la propuesta del
ayuntamiento [de la ciudad de México] y el 20 de julio, «en el curso del
debate, los oidores manifestaron claramente el disgusto que les causaba
la duda de la corporación municipal sobre la subsistencia legal de las
autoridades todas y su indicación para revalidarlas popularmente».8

“«En el presente estado de cosas [-concluyó la Audiencia-] nada se


ha alterado [en relación con a las autoridades] establecidas legítimamente
(en la Nueva España) y deben todas continuar como hasta aquí, sin
necesidad del nombramiento y juramento. Este [R]eal acuerdo y todas las
demás [autoridades] tienen hecho juramento de fidelidad, que dura y
durará no sólo en lo legal sino en sus propios sentimientos»”.9

6) Postura del virrey y razones de Estado

A partir de la renuncia de Carlos IV, el virrey Iturrigaray quedó


prácticamente depuesto de su cargo, y necesitaba para continuar en él que
Fernando VII lo ratificara (lo cual se antojaba muy difícil pues Iturrigaray
era alguien cercano al odiado Godoy). Su sustitución, pues, no era más que
cuestión de tiempo. Sin embargo, al abdicar Fernando a favor de
Napoleón, se había complicado la situación y creado un inesperado y
profundo vacío político.

8 Julio Zárate, México a través de los Siglos, Tomo III, editorial Cumbre, México, 1958, p. 42.
9 Genaro García, Documentos históricos mexicanos, tomo II, Documento VI, Voto Consultivo del Real Acuerdo
sobre la representación del ayuntamiento de México, 21 julio 1808, p. 37.

6
“Iturrigaray se convenció de que ese vacío no podría ser llenado más
que con [un argumento que tuviera una base] jurídica y política,
persuasiva y convincente, como [el] que había propuesto el
ayuntamiento, que mantuviera no sólo la legitimidad del rey abdicante, a
pesar de su abdicación, sino también la de las autoridades todas, aunque
con las diferencias que les imponía la situación.

“[Las únicas autoridades legítimas] en que descansaba la nación eran


los ayuntamientos, porque sus integrantes no habían sido nombrados por
el rey sino por los propios vecinos [...] El ayuntamiento de México, pues,
a través de su propuesta, lo había provisto de la posibilidad de legitimar
su autoridad como encargado del reino, aunque fuera de manera
provisional. Configurar una nueva entidad política –una junta o congreso
nacional- a base de vecinos, es decir, [sosteniéndose en los]
ayuntamientos, que descansaba[n] en una fuerza propia […] sería sentar
las bases que le permitieran [a Iturrigaray] consolidar su posición política,
[continuar desempeñando] funciones [de virrey] y hacer frente a la
situación.

“Además, había razones de Estado para convocar al Congreso. Según


el ayuntamiento de la ciudad, asesorado por Talamantes, el congreso era
requisito sine qua non para garantizar la seguridad interna y externa de la
nación, sobre todo esta última.

7
7) Asamblea de los tres estados

“En tales condiciones, el 28 de julio llegaron más noticias a México,


tan estremecedoras como las anteriores: España entera se había
insurreccionado contra Napoleón y estaba formando juntas de gobierno
que asumían la soberanía en nombre y ausencia del rey cautivo...

“De inmediato, el ayuntamiento se reunió y pidió al virrey que, lejos


de reconocer a alguna de tales juntas [españolas, el reino de] la Nueva
España formara la suya propia, en los términos de la propuesta que le
había presentado anteriormente […] El virrey Iturrigaray, en lugar de
consultar primero al Real Acuerdo sobre el contenido de dicha petición y
citar después a la asamblea, como lo señalaba la ley, convocó primero a la
asamblea y consultó después al Real Acuerdo.

“Los miembros de la Audiencia se indignaron al conocer los


documentos de referencia y exigieron al virrey que [suspendiera] «la junta
que tiene decidida, y que no [hiciera nada] en materia de tanta gravedad
y consecuencia».10

“El virrey contestó que «la convocación de la junta general» no era


posible suspenderla «pues ya estaba decidida de antemano para la
conservación de los derechos de su majestad, para la estabilidad de las
autoridades constituidas, para la seguridad del reino, para la satisfacción

10 Ibíd., tomo II, Documento XI, Voto Consultivo del Real Acuerdo sobre las segundas representaciones del
ayuntamiento de México, en que aparece también la opinión de dicho cuerpo acerca de la proyectada
convocación de la Junta General, 6 agosto 1808, p. 46.

8
de sus habitantes, para los auxilios que puedan contribuir y para la
organización del gobierno provisional que convenga establecer para los
asuntos de resolución soberana, mientras varían las circunstancias».11

“Y concluyó tajantemente: «Sin la reunión de las autoridades y


personas más prácticas y respetables de todas las clases de esta capital, ni
puede consolidarse toda mi autoridad, ni afianzarse el resto de mis
resoluciones. El congreso de estos individuos examinará si conviene crear
una particular junta de gobierno que me auxilie en los casos urgentes que
puedan sobrevenir y ocurran». Así, pues, «urge mucho celebrar la primera
sesión el martes de la mañana siguiente a las nueve de la mañana en este
Real Palacio»”.12

Una junta de notables de la capital fue convocada el 9 de agosto, pero


al no tener una agenda hecha, ninguna de las 82 personas sabía para qué
se les estaba reuniendo. “Fue una asamblea impresionante, la primera que
se realizó en México para tratar asuntos de Estado”. Asistieron "los
miembros del tribunal de cuentas, los del consulado, jefes de oficina,
títulos nobiliarios y vecinos distinguidos, clérigos y frailes en
representación de sus congregaciones, y además, los delegados del
ayuntamiento de Jalapa, y los gobernadores de las parcialidades de indios
de San Juan y Santiago.13

11 Ibíd.
12 Ibíd., tomo II, Documento XII, Oficio del virrey Iturrigaray al Real Acuerdo, en que resuelve terminantemente
la celebración de la Junta General iniciada por él, 5 agosto 1808, p. 47.
13 Ibíd., tomo II, Documento XV, Voto Consultivo del Real Acuerdo en que ofrece asistir a la Junta General
convocada por el virrey Iturrigaray bajo las protestas que en el mismo Voto constan, 8 agosto 1808, p. 53.

9
8) Primer debate político

En la reunión intervino el licenciado Primo de Verdad, quien habló en


nombre del Ayuntamiento, arguyendo que en las circunstancias que vivían
sería necesario que la soberanía nacional la reasumiera la nación, que
estaba representada en las autoridades constituidas, es decir, los
Ayuntamientos justamente. “Esta vez, la propuesta se basó no sólo en las
modernas tesis liberales de la soberanía popular sino también en la
tradición jurídica española y alcanzó a definir los perfiles de los nuevos
órganos de poder, ligeramente distintos a los originalmente planteados
por el mismo ayuntamiento en julio anterior”. Una innovación muy
particular es que el congreso designaría al “encargado provisional del
gobierno”.

Por supuesto las alianzas se iban delimitando; la Audiencia quedaba


del lado de los intereses peninsulares y el Ayuntamiento, que se atraía el
apoyo del virrey, vería por el bienestar de los criollos. Los primeros querían
mantener el statu quo y denunciaban a los segundos como usurpadores
más que como ejecutores de la soberanía, en tanto que éstos observaban
la necesidad de tomar el control del reino para evitar que cayera en manos
de los franceses, aunque ello implicara pasar por alto la autoridad del Rey.
Al final de la primera reunión, ni se acordó que se creara una junta
novohispana ni se estableció la obediencia a alguna de las que se habían
creado en la Metrópoli. Ninguno ganó.

10
9) Acuerdos contradictorios, pero no vinculantes

En la reunión de 31 de agosto, a la que convocó Iturrigaray sin


temario previo u orden del día… ayuntamiento y audiencia, en lugar de
acercar sus propuestas, las polarizaron. La audiencia propuso que se
reconociera a la Junta de Sevilla como soberana, aunque únicamente en
las materias de hacienda y guerra. Esto hizo decir al poderoso marqués de
Rayas que la soberanía es indivisible.14

[…]

El alcalde de corte Jacobo de Villaurrutia expresó, con apoyo de [la


mayoría] de los miembros del ayuntamiento (salvo dos) que el asunto del
reconocimiento a alguna junta peninsular no era cosa urgente y que bien
era posible esperar a que el rey Fernando tomara la determinación que
considerase adecuada para el gobierno de todos sus reinos. En cambio, la
Nueva España no podía soslayar lo siguiente:

• Asuntos importantes e inmediatos, cuya atención reclamaba sin


dilación una pequeña junta –una especie de consejo de gobierno- que en
lo posible representase a todas las clases, y cuya función fuese la de
auxiliar al virrey, en lo que éste le propusiera y consultara; lo que equivalía
de hecho a reemplazar a la audiencia en esta materia, la cual, en
contraparte, sería elevada a la categoría de órgano de última instancia en

14 Ibíd., Documento XLIV, Voto del marqués de San Juan de Rayas porque no se reconozca a la Junta de Sevilla
y porque se convoque a un Congreso mexicano, 5 septiembre 1808, p. 103.

11
materia de apelación judicial, es decir, supremo tribunal de justicia de la
nación.

En todo caso, el debate hizo que la asamblea empezara a variar su


parecer respecto de la reunión del 9 de agosto. Después de todo,
reconocer a la Junta de Sevilla no era mala idea…

Al reorientarse el parecer de la asamblea, ésta se pronunció por el


reconocimiento de la Junta de Sevilla.

10) Convocatoria al Congreso Nacional

Esa misma noche llegaron a la ciudad de México noticias que


confirmaron que en España no sólo cada provincia sino cada ciudad había
formado su junta, y que ninguna de ellas reconocía supremacía en las
demás.

Estas novedades determinaron que el virrey Iturrigaray tomara de


inmediato dos decisiones ejecutivas:

 A pesar de que ya había decidido acabar con las juntas, citó


rápidamente a una nueva para el día siguiente, 1 de
septiembre, a las 4 de la tarde, aunque no para deliberar, ni
para votar, sino únicamente para enterarla de la situación.15

15 Ibíd., tomo II, documento XXVI, Minuta de la convocatoria del virrey Iturrigaray para la junta del 1 de
septiembre de 1808, p. 71

12
 Al mismo tiempo, convocó de inmediato en la capital a los
representantes de los ayuntamientos del reino para que se
reunieran en congreso nacional.16

Era claro que en materia de juntas, México no tenía por qué


reconocer a una más que a otra. En la reunión que se tendría unas horas
después, el 1 de septiembre, hasta los mismos fiscales de la audiencia, que
el día anterior habían sostenido la necesidad de reconocer la Junta de
Sevilla, propusieron que dicho reconocimiento se suspendiera mientras
no se recibieran otras noticias.

Los oidores, en cambio, insistieron que, a pesar de las circunstancias,


reconocer a la Junta de Sevilla era lo más conveniente para el reino.

De las personas que asistieron a la tercera junta, 58 votarían que no


se reconociera soberanía “por ahora” a las Juntas de Sevilla y de Oviedo.17

16 El texto de la convocatoria es el siguiente: “Circular a todos los Ayuntamientos. Conviniendo que en las
actuales circunstancias haya en esta capital un apoderado que represente los derechos y acciones de ese
cuerpo, prevengo a vuestra señoría que sin pérdida de tiempo dirija su poder al Ayuntamiento de la capital de
esa provincia, para que sustituyéndole en el sujeto que por sí elija, pueda emprender su venida a la más posible
brevedad. México, 1 de septiembre de 1808.” Genaro García, Op. Cit., tomo II, documento XVIII, Minuta de
Circular del Virrey Iturrigaray a todos los Ayuntamientos del virreinato en que les previene que nombren sus
representantes para el Congreso General, p. 74.
17 Genaro García, Op. Cit., tomo II, Documento XXVII, Lista de personas que asistieron a la junta del 1 de
septiembre y que votaron que no se reconozca por ahora soberanía en las juntas de Sevilla y Oviedo, pp. 72-
74. Votaron contra el reconocimiento de las juntas europeas Francisco Primero de Verdad y Ramos (síndico),
Josef Arias de Villafañe, Manuel Díaz de los Cobos Muxica (canónigo de Guadalupe), Antonio Rodríguez Velasco,
Leon Ignacio Pico (miembro del ayuntamiento), Jacobo de Villa Urrutia (oidor alcalde de corte), Antonio Velasco
Ramírez (canónigo de Guadalupe), Manuel Santos Vargas Machuca (gobernador), Marqués de San Juan de
Rayas, Carlos Camargo (apoderado general de la parcialidad), Eleuterio Severino Guzmán (apoderado y
representante del señor Camargo, por no haber podido asistir, por sus enfermedades), José Antonio de Estrada
(representando al señor Juan José Olvera), Angel del Rivero, Juan Francisco de Azcárate (miembro del
ayuntamiento), Alejandro Fernández, Francisco Robledo (fiscal del crimen), Agustín de Villanueva Cáceres-
Ovando, Juan Cienfuegos, Juan José Güereña, Antonio María Campos, José Juan Fagoaga (miembro del
ayuntamiento), Conde de Pérez Gálvez, Marqués de Uluapa, Miguel Bachiller, Joaquín Obregón, Francisco

13
“Por ahora”, pues, no se reconoció a ninguna junta de la península,
lo que fortaleció al partido americano. Al mismo tiempo, el virrey tuvo
“por mejor” para el reino que éste tuviera su propia junta, es decir, que se
estableciera el congreso nacional. La decisión la había tomado inclusive
antes de que se emitieran los votos de los congregantes con expresión de
causa.

Así, pues, la suerte estaba echada.

Fuente:

José Herrera Peña, Raíces -históricas, políticas, constitucionales- del


Estado mexicano, (fragmentos del capítulo “I. Primer Congreso
Nacional”, colegido por Joaquín E. Espinosa, revisado y completado
por Graciela Fabián). Disponible en:

http://jherrerapena.tripod.com/bases/base1.html

Javier Borbón, Manuel de Cuevas Monroy Guerrero y Luyando, Andrés Fernández de Madrid, Antonio Méndez
Prieto y Fernández, Joaquín Gutiérrez de los Ríos, Miguel Arnaiz, Joaquín Colla, Antonio de Bassoco, José
Macías, Ignacio de Obregón, Ambrosio de Sagarzurieta, Pedro María de Monterdo, Ignacio Iglesias, Juan
Manuel Vázquez de la Cadena, José Ignacio Beye Cisneros, Francisco de la Cotera, Francisco Menocal, Manuel
de Gamboa, Marqués de Castañiza, Juan Navarro, Joaquín Maniau (contador general de tabaco), Conde de
Regla, Francisco Beye Cisneros, Felipe de Castro Palomino, Mariscal de Castilla (marqués de Ciria), Antonio
Torres Torija, Agustín Pérez Quijano, José Antonio del Xpto. y Conde (auditor de guerra), Conde de la Cortina,
Marqués de San Miguel de Aguayo, Bernardo del Prado y Ovejero (inquisidor), Conde de Medina y Torres, y
Manuel del Campo y Rivas.

14

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