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CatTradende.

Catequesis y experiencia vital

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22.

Unas convicciones firmes y reflexivas llevan a una acción valiente y segura; el esfuerzo por educar
a los fieles a vivir hoy como discípulos de Cristo reclama y facilita el descubrimiento más profundo
del Misterio de Cristo en la historia de la salvación.

Es asimismo inútil querer abandonar el estudio serio y sistemático del mensaje de Cristo, en
nombre de una atención metodológica a la experiencia vital. «Nadie puede llegar a la verdad
íntegra solamente desde una simple experiencia privada, es decir, sin una conveniente exposición
del mensaje de Cristo, que es el "Camino, la Verdad y la Vida"

Por eso podemos aplicar a los catequistas lo que el Concilio Vaticano II ha dicho especialmente de
los sacerdotes: educadores del hombre y de la vida del hombre en la fe.(53)

Lenguaje adaptado al servicio del Credo

59. Un problema, próximo al anterior es el del lenguaje. Todos saben la candente actualidad de
este tema. ¿No es paradójico constatar también que los estudios contemporáneos, en el campo de
la comunicación, de la semántica y de la ciencia de los símbolos, por ejemplo, dan una importancia
notable al lenguaje; mas, por otra parte, el lenguaje es utilizado abusivamente hoy al servicio de la
mistificación ideológica, de la masificación del pensamiento y de la reducción del hombre al
estado de objeto?

Todo eso influye notablemente en el campo de la catequesis. En efecto, ésta tiene el deber
imperioso de encontrar el lenguaje adaptado a los niños y a los jóvenes de nuestro tiempo en
general, y a otras muchas categorías de personas: lenguaje de los estudiantes, de los intelectuales,
de los hombres de ciencia; lenguaje de los analfabetos o de las personas de cultura primitiva;
lenguaje de los minusválidos, etc. San Agustín se encontró ya con ese problema y contribuyó a
resolverlo para su época con su famosa obra De catechizandis rudibus. Tanto en catequesis como
en teología, el tema del lenguaje es sin duda alguna primordial. Pero no está de más recordarlo
aquí: la catequesis no puede aceptar ningún lenguaje que, bajo el pretexto que sea, aun
supuestamente científico, tenga como resultado desvirtuar el contenido del Credo. Tampoco es
admisible un lenguaje que engañe o seduzca. Al contrario, la ley suprema es que los grandes
progresos realizados en el campo de la ciencia del lenguaje han de poder ser utilizados por la
catequesis para que ésta pueda «decir» o «comunicar» más fácilmente al niño, al adolescente, a
los jóvenes y a los adultos de hoy todo su contenido doctrinal sin deformación.

Afirmar la identidad cristiana...


56. Vivimos en un mundo difícil donde la angustia de ver que las mejores realizaciones del hombre
se le escapan y se vuelven contra él,(99) crea un clima de incertidumbre. Es en este mundo donde
la catequesis debe ayudar a los cristianos a ser, para su gozo y para el servicio de todos, «luz» y
«sal».(100) Ello exige que la catequesis les dé firmeza en su propia identidad y que se sobreponga
sin cesar a las vacilaciones, incertidumbres y desazones del ambiente. Entre otras muchas
dificultades, que son otros tantos desafíos para la fe, pongo de relieve algunas para ayudar a la
catequesis a superarlas.

20. La finalidad específica de la catequesis no consiste únicamente en desarrollar, con la ayuda de


Dios, una fe aún inicial, en promover en plenitud y alimentar diariamente la vida cristiana de los
fieles de todas las edades. Se trata en efecto de hacer crecer, a nivel de conocimiento y de vida, el
germen de la fe sembrado por el Espíritu Santo con el primer anuncio y transmitido eficazmente a
través del bautismo.

La catequesis tiende pues a desarrollar la inteligencia del misterio de Cristo a la luz de la Palabra,
para que el hombre entero sea impregnado por ella. Transformado por la acción de la gracia en
nueva criatura, el cristiano se pone así a seguir a Cristo y, en la Iglesia, aprende siempre a pensar
mejor como Él, a juzgar como Él, a actuar de acuerdo con sus mandamientos, a esperar como Él
nos invita a ello.

GUIA PARA LOS CATEQUISTAS

21. Madurez humana. Desde la elección, es importante poner cuidado en que el candidato posea
un mínimo de cualidades humanas básicas, y muestre aptitud para un crecimiento progresivo. El
objetivo, en este ámbito, es que el catequista sea una persona humanamente madura e idónea
para una tarea responsable y comunitaria.

Por tanto, se deben tener en cuenta algunos aspectos determinados. Ante todo, la esfera
propiamente humana, con todo lo que ella implica: equilibro psico-físico, buena salud,
responsabilidad, honradez, dinamismo; ética profesional y familiar; espíritu de sacrificio, de
fortaleza, de perseverancia, etc. Además, la idoneidad para desempeñar las funciones de
catequista: facilidad de relaciones humanas, de diálogo con las diversas creencias religiosas y con
la propia cultura; idoneidad de comunicación, disposición para colaborar; función de guía;
serenidad de juicio; comprensión y realismo; capacidad para consolar y de hacer recobrar la
esperanza, etc. En fin, algunas dotes características para afrontar situaciones o ambientes
particulares: ser artífices de paz; idóneos para el compromiso de promoción, de desarrollo, de
animación socio-cultural; sensibles a los problemas de la justicia, de la salud, etc.

Estas cualidades humanas, educadas con una sana pedagogía, forman una personalidad madura y
completa, ideal para un catequista.
23. Preparación doctrinal. Es evidente la necesidad de una preparación doctrinal de los
catequistas, para que puedan conocer a fondo el contenido esencial de la doctrina cristiana y
comunicarlo luego de modo claro y vital, sin lagunas o desviaciones.

Se requiere en todos los candidatos una preparación escolar básica evidentemente proporcionada
a la situación general del país. Son conocidas, al respecto, las dificultades que se presentan donde
la escolaridad es baja. No se debe ceder sin reaccionar ante esas dificultades. Por el contrario, hay
que tratar de elevar el grado de estudio básico que se requiere para ser aceptados, de manera que
todos los candidatos estén preparados para seguir un curso de cultura religiosa superior; sin la
cual además de experimentar un sentimiento de inferioridad respecto a otros que han estudiado,
resultan efectivamente menos aptos para afrontar ciertos ambientes y para resolver nuevas
problemáticas.

Por lo que se refiere a los contenidos, sigue siendo actual y válido el cuadro completo de
formación teológico-doctrinal, antropológica y metodológica, tal como se presenta en el Directorio
Catequístico General publicado por la Congregación para el Clero en 1971. En lo que concierne a
los territorios de misión, sin embargo, es necesario hacer algunas precisaciones y añadir unas
observaciones que este Dicasterio ya había expresado, en parte, in ocasión de la Asamblea
Plenaria de 1970, y que ahora asume y desarrolla en base a la Encíclica Redemptoris Missio:

- En virtud del fin propio de la actividad misionera, los elementos fundamentales de la formación
doctrinal del catequista serán la Teología Trinitaria, la Cristología y la Eclesiología, consideradas en
una síntesis global, sistemática y progresiva del mensaje cristiano. Comprometido a dar a conocer
y a amar a Cristo, Dios y Hombre, deberá conocerlo a fondo e interiorizarse con El. Comprometido
a dar a conocer y a amar a la Iglesia, se familiarizará con su tradición e historia y con el testimonio
de los grandes modelos, como son los Padres y los Santos.

- El grado de cultura religiosa y teológica varía de un lugar a otro, dependiendo de cómo se


imparta la enseñanza: en centros, o en cursos breves. En todo caso se debe asegurar a todos un
mínimo conveniente, fijado por la Conferencia Episcopal o por el Obispo, en base al criterio
general ya mencionado, de la necesidad de adquirir una cultura religiosa superior.

- La Sagrada Escritura deberá seguir siendo la materia principal de enseñanza y constituir el alma
de todo el estudio teológico. Esta ha de intensificarse cuando sea necesario. Habrá que
estructurar, entorno a la Sagrada Escritura, un programa que incluya las principales ramas de la
teología. Se tenga presente que el catequista tiene que ser formado en la pastoral bíblica, también
en previsión de la confrontación con las confesiones no católicas y con las sectas que recurren a la
Biblia de modo no siempre correcto.

- También la Misiología ha de enseñarse a los catequistas, al menos en sus elementos basilares,


para garantizarles este aspecto esencial de su vocación.

- Llamado a ser animador de la oración comunitaria, el catequista necesita profundizar


convenientemente el estudio de la Liturgia.
- Según las necesidades locales, habrá que incluir o dar mayor relieve a algunos temas de estudio;
por ejemplo, la doctrina, las creencias de los ritos principales de las otras religiones o las variantes
teólogicas de las Iglesias y de las comunidades eclesiales no católicas presentes en la región.

- Merecen especial atención algunos temas que dan a la preparación intelectual del catequista un
mayor arraigo y actualización, como: la inculturación del Cristianismo en una cultura determinada;
la promoción humana y de la justicia en una especial situación socio-económica; el conocimiento
de la historia del país, de las prácticas religiosas, del idioma, de los problemas y necesidades del
ambiente al que ha sido destinado el catequista.

- Por lo que se refiere a la preparación metodológica, hay que tener presente que, en las misiones,
muchos catequistas trabajan también en distintos campos de la pastoral, y que casi todos están en
contacto con seguidores de otras religiones. Por eso hay que iniciarlos no sólo en la enseñanza de
la catequesis, sino también en todas aquellas actividades que forman parte del primer anuncio y
de la vida de una comunidad eclesial.

- Será importante. asimismo, presentar a los catequistas contenidos relacionados con las nuevas
situaciones que van surgiendo en el contexto de su vida. En los programas de estudio se deberán
incluir también - partiendo de la realidad actual y de las previsiones para el futuro - materias que
ayuden a afrontar fenómenos como la urbanización, la secularización, la industrialización, las
migraciones, los cambios socio-póliticos, etc.

- Hay que insistir en que la formación teológica tiene que ser global y no sectorial. Los catequistas,
en efecto, deben llegar a una comprensión unitaria de la fe que favorezca precisamente la unidad
y la armonía de su personalidad, y también de su servicio apostólico.

- Actualmente hay que aprovechar la especial importancia que reviste, para la preparación
doctrinal de los catequistas el Catecismo de la Iglesia Católica. Este contiene, en efecto, una
síntesis orgánica de la Revelación y de la perenne fe católica, tal como la Iglesia la propone a sí
misma y a la comunidad de los hombres de nuestro tiempo. Como afirma S.S. Juan Pablo II, en la
Constitución Apostólica Fidei depositum, el Catecismo contiene "cosas nuevas y viejas"(cf. Mt
13,52), pues la fe es siempre la misma y al mismo tiempo es fuente de luces siempre nuevas. El
servicio que el Catecismo quiere ofrecer es atinente y actual para cada catequista. La misma
Constitución Apostólica afirma que el Catecismo se ofrece a los Pastores y a los fieles para que se
sirvan de él en el cumplimiento, dentro y fuera de la comunidad eclesial, de "su misión de anunciar
la fe y de llamar a la vida evangélica". Y se ofrece también "a todo hombre que os pida cuentas de
la esperanza que hay en vosotros (cf. 1Pt 3,15) y que desea conocer lo que la Iglesia católica cree".
Sin duda alguna los catequistas encontrarán en el nuevo Catecismo una fuente de inspiración y
una mina de conocimientos para su misión específica.

- A estas indicaciones hay que añadir una exhortación a procurar los medios necesarios para la
formación intelectual de los catequistas. Entre éstos están, en primer lugar, las escuelas de
catequesis: y se revelan también muy eficaces los cursos breves promovidos en las diócesis o en
las parroquias, la instrucción individual impartida por un sacerdote o un catequista experto;
además, la utilización de material didáctico. Es bueno que se dé importancia, en la formación
intelectual, a metodologías variadas y sencillas como las lecciones escolares, el trabajo en grupo,
el análisis de casos prácticos, las investigaciones y el estudio individual.

La dimensión intelectual de la formación se presenta, pues, como algo muy exigente, y requiere
personal cualificado, estructuras y medios económicos. Se trata de un desafío que hay que
afrontar y superar con valor, sano realismo y una programación inteligente, ya que es éste uno de
los sectores más deficientes en el momento actual.

Todo catequista deberá empeñarse al máximo en el estudio para llegar a ser como una lámpara
que ilumina el camino de los hermanos (cf. Mt 5, 14-16). Para ello, debe ser el primero en sentirse
gozoso de su fe y de su esperanza (cf. Flp 3,1; Rm 12,12); teniendo el sano criterio de proponer
sólo los contenidos sólidos de la doctrina eclesial en fidelidad al Magisterio; sin permitisse nunca
perturbar las conciencias, sobre todo de los jóvenes, con teorías "más propias para suscitar
problemas inútiles que para secundar el plan de Dios, fundado en la fe" (1Tm1,4).

En fin de cuentas, es deber del catequista unir en su persona la dimensión intelectual y la


espiritual. Ya que existe un único Maestro, el catequista debe de ser consciente de que sólo el
Señor Jesús enseña, mientras que él lo hace "en la medida en que es su portavoz, permitiendo que
Cristo enseñe por su boca".

«Evangelii Nuntiandi»

Animados por el amor 79. La obra de la evangelización supone, en el evangelizador, un amor


fraternal siempre creciente hacia aquellos a los que evangeliza. Un modelo de evangelizador como
el Apóstol San Pablo escribía a los tesalonicenses estas palabras que son todo un programa para
nosotros : "Así llevados de nuestro amor por vosotros, queremos no sólo daros el Evangelio de
Dios, sino aun nuestras propias vidas: tan amados vinisteis a sernos" (127). ¿De qué amor se trata?
mucho más que el de un pedagogo: es el amor de un padre; más aún, el de una madre (128). Tal
es el amor que el Señor espera de cada predicador del Evangelio, de cada constructor de la Iglesia.
Un signo de amor será el deseo de ofrecer la verdad y conducir a la unidad. Un signo de amor será
igualmente dedicarse sin reservas y sin mirar atrás al anuncio de Jesucristo. Añadamos ahora otros
signos de este amor. El primero es el respeto a la situación religiosa y espiritual de la persona que
se evangeliza. Respeto a su ritmo que no se puede forzar demasiado. Respeto a su conciencia y a
sus convicciones, que no hay que atropellar. Otra señal de este amor es el cuidado de no herir a
los demás, sobre todo si son débiles en su fe (129), con afirmaciones que pueden ser claras para
los iniciados, pero que pueden ser causa de perturbación o escándalo en los fieles, provocando
una herida en sus almas. Será también una señal de amor el esfuerzo desplegado para transmitir a
los cristianos certezas sólidas basadas en la Palabra de Dios, y no dudas o incertidumbres nacidas
de una erudición mal asimilada. Los fieles tienen necesidad de esas certezas en su vida cristiana;
tienen derecho a ellas en cuanto hijos de Dios que, poniéndose en sus brazos, se abandonan
totalmente a las exigencias del amor. Con el fervor de los Santos.

CHRISTIFIDELES LAICI
Aspectos de la formación 60. Dentro de esta síntesis de vida se sitúan los múltiples y coordinados
aspectos de la formación integral de los fieles laicos. Sin duda la formación espiritual ha de ocupar
un puesto privilegiado en la vida de cada uno, llamado como está a crecer ininterrumpidamente
en la intimidad con Jesús, en la conformidad con la voluntad del Padre, en la entrega a los
hermanos en la caridad y en la justicia. Escribe el Concilio: «Esta vida de íntima unión con Cristo se
alimenta en la Iglesia con las ayudas espirituales que son comunes a todos los fieles, sobre todo
con la participación activa en la sagrada liturgia; y los laicos deben usar estas ayudas de manera
que, mientras cumplen con rectitud los mismos deberes del mundo en su ordinaria condición de
vida, no separen de la propia vida la unión con Cristo, sino que crezcan en ella desempeñando su
propia actividad de acuerdo con el querer divino»[214]. Se revela hoy cada vez más urgente la
formación doctrinal de los fieles laicos, no sólo por el natural dinamismo de profundización de su
fe, sino también por la exigencia de «dar razón de la esperanza» que hay en ellos, frente al mundo
y sus graves y complejos problemas. Se hacen así absolutamente necesarias una sistemática acción
de catequesis, que se graduará según las edades y las diversas situaciones de vida, y una más
decidida promoción cristiana de la cultura, como respuesta a los eternos interrogantes que agitan
al hombre y a la sociedad de hoy. En concreto, es absolutamente indispensable —sobre todo para
los fieles laicos comprometidos de diversos modos en el campo social y político— un conocimiento
más exacto de la doctrina social de la Iglesia, como repetidamente los Padres sinodales han
solicitado en sus intervenciones. Hablando de la participación política de los fieles laicos, se han
expresado del siguiente modo: «Para que los laicos puedan realizar activamente este noble
propósito en la política (es decir, el propósito de hacer reconocer y estimar los valores humanos y
cristianos), no bastan las exhortaciones, sino que es necesario ofrecerles la debida formación de la
conciencia social, especialmente en la doctrina social de la Iglesia, la cual contiene principios de
reflexión, criterios de juicio y directrices prácticas (cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr.
sobre libertad cristiana y liberación, 72). Tal doctrina ya debe estar presente en la instrucción
catequética general, en las reuniones especializadas y en las escuelas y universidades. Esta
doctrina social de la Iglesia es, sin embargo, dinámica, es decir adaptada a las circunstancias de los
tiempos y lugares. Es un derecho y deber de los pastores proponer los principios morales también
sobre el orden social, y deber de todos los cristianos dedicarse a la defensa de los derechos
humanos; sin embargo, la participación activa en los partidos políticos está reservada a los
laicos»[215]. Finalmente, en el contexto de la formación integral y unitaria de los fieles laicos es
particularmente significativo, por su acción misionera y apostólica, el crecimiento personal en los
valores humanos.Precisamente en este sentido el Concilio ha escrito: «(los laicos) tengan también
muy en cuenta la competencia profesional, el sentido de la familia y el sentido cívico, y aquellas
virtudes relativas a las relaciones sociales, es decir, la probidad, el espíritu de justicia, la sinceridad,
la cortesía, la fortaleza de ánimo, sin las cuales ni siquiera puede haber verdadera vida
cristiana»[216]. Los fieles laicos, al madurar la síntesis orgánica de su vida —que es a la vez
expresión de la unidad de su ser y condición para el eficaz cumplimiento de su misión—, serán
interiormente guiados y sostenidos por el Espíritu Santo, como Espíritu de unidad y de plenitud de
vida.
Directorium Catechisticum Generale Ad normam decreti

112. Dos dimensiones íntimamente unidas subyacen a este criterio. Se trata, en efecto de: –
Presentar el mensaje evangélico íntegro , sin silenciar ningún aspecto fundamental o realizar una
selección en el depósito de la fe. (381) La catequesis, al contrario, « debe procurar diligentemente
proponer con fidelidad el tesoro íntegro del mensaje cristiano ». (382) Esto debe hacerse, sin
embargo, gradualmente, siguiendo el ejemplo de la pedagogía divina, con la que Dios se ha ido
revelando de manera progresiva y gradual. La integridad debe compaginarse con la adaptación. La
catequesis, en consecuencia, parte de una sencilla proposición de la estructura íntegra del
mensaje cristiano, y la expone de manera adaptada a la capacidad de los destinatarios. Sin
limitarse a esta exposición inicial, la catequesis, gradualmente, propondrá el mensaje de manera
cada vez más amplia y explícita, según la capacidad del catequizando y el carácter propio de la
catequesis. (383) Estos dos niveles de exposición íntegra del mensaje son denominados «
integridad intensiva » e « integridad extensiva ». – Presentar el mensaje evangélico auténtico, en
toda su pureza, sin reducir sus exigencias, por temor al rechazo; y sin imponer cargas pesadas que
él no incluye, pues el yugo de Jesús es suave. (384) Este criterio acerca de la autenticidad está
íntimamente vinculado al de la inculturación, porque ésta tiene la función de « traducir » (385) lo
esencial del mensaje a un determinado lenguaje cultural. En esta necesaria tarea, se da siempre
una tensión: « la evangelización pierde mucho de su fuerza si no toma en consideración al pueblo
concreto al que se dirige », pero también « corre el riesgo de perder su alma y desvanecerse si se
vacía o desvirtúa su contenido, bajo el pretexto de traducirlo ». (386)

100. El cristocentrismo trinitario del mensaje evangélico impulsa a la catequesis a cuidar, entre
otros, los siguientes aspectos:

– La estructura interna de la catequesis, en cualquier modalidad de presentación, será siempre


cristocéntrico-trinitaria: « Por Cristo al Padre en el Espíritu ». (321) Una catequesis que
omitiese una de estas dimensiones o desconociese su orgánica unión, correría el riesgo de
traicionar la originalidad del mensaje cristiano. (322)

– Siguiendo la misma pedagogía de Jesús, en su revelación del Padre, de sí mismo como Hijo
y del Espíritu Santo, la catequesis mostrará la vida íntima de Dios, a partir de sus obras
salvíficas en favor de la humanidad. (323) Las obras de Dios revelan quién es Él en sí mismo
y, a la vez, el misterio de su ser íntimo ilumina la inteligencia de todas sus obras. Sucede así,
analógicamente, en las relaciones humanas: las personas se revelan en su obrar y, a medida
que las conocemos mejor, comprendemos mejor su conducta. (324)

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