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Resumen Desarrollo.

Clemencia Baraldi: Mujeres y niños.


Para hablar de los procesos constitutivos tenemos que pensar el tiempo en su triple
dimensión: real, simbólica e imaginaria.
Llamamos tiempo real al que transcurre inexorablemente. Este nos conduce a la
problemática de la especie humana: sexualidad y muerte. El núcleo real de lo
inconsciente para Freud; es inexorable porque los seres humanos nos vamos a ver
confrontados a un real inherente a la sexualidad, ligado al tiempo, por lo cual va a haber
un antes y un después de la primera eyaculación; y aun real ligado con la muerte. La
forma de tramitar estos dos reales va a dar una estructura discursiva, una estructura del
sujeto.
En el campo de la clínica con niños no se puede desconocer el tiempo real ya que deja
marcas en el aparato psíquico.
El tiempo simbólico anticipa y retrotrae, nos permite introducir cambios en la estructura
que está en estructuración.
Existe un tiempo imaginario que corresponde al de las agujas del reloj. Es un recurso
humano para hacer algo con el tiempo real.
Al hablar de mujeres y niños la autora habla de la posibilidad de intervenir respecto de la
relación de un niño con una mujer ubicada en el lugar de Otro primordial.
Las patologías tempranas están más ligadas a accidentes psíquicos sufridos por la mujer
ubicada en el lugar del Otro.
Si hablamos de tiempos, se torna necesario ubicar los tiempos constitutivos y las tres
identificaciones.
Hay una primera identificación al padre primordial, una segunda identificación a un rasgo,
y una tercera que es a un síntoma del otro.
Para identificarse a un rasgo hace falta un vínculo.
El origen es siempre mítico. Donde comienza la vida es siempre una pregunta.
Porque hubo un padre primitivo es que se funda la cultura, porque se funda la cultura, la
animalidad se humaniza.
Para todo hombre hay prohibición del incesto, para todo hombre hay función fálica.
La primera identificación es canibalística, porque el niño traga la cultura. Cada sujeto
deberá incorporar la cultura a partir de incorporar el lenguaje; y se incorpora el lenguaje
solo si la madre habla. La identificación primordial es tramitada por el hacer y decir de una
mujer puesta en lugar de Otro.
Un niño que es tragado por la madre como uno que no lo es pueden tener serios
problemas en su armado.
La posibilidad de que haya deseo de hijo supone para una mujer haber simbolizado una
falta, poder ubicar un cero. Una mama en potencia es aquella que puede simbolizar su
falta, poner un cero en el lugar del hijo; que le va a permitir a este contarse como uno,
como uno diferente de la madre.
Hay un punto donde el organismo se intercepta con la palabra y entonces hablamos de
cuerpo. El cuerpo no responde a las leyes de la biología.
El amor es narcisista, la madre debe verse reflejada en ese niño.
En la primera experiencia de satisfacción se comienza a instalar en el aparato psíquico el
primer par significante de oposición tensión-distensión. Esta quedará siempre mediada
por una acción humana que impedirá la desimbricación de pulsiones. Si se incorpora la
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voz, se impide esto. Lo que una madre tiene que hacer, es impedir que se desimbriquen.
El instinto es diferente de la pulsión, porque la pulsión no viene dada por naturaleza, ella
va a ser el circuito que va a delimitar zonas erógenas en el cuerpo, a partir de la acción
del Otro primordial.
La máxima necesidad de un niño, es la necesidad de deseo del Otro no anónimo.
Alojar y dejar partir supone poder hacer un corte con la imagen del hijo ideal. Durante un
tiempo se lo supone como tal y le permite el armado del narcisismo primordial. Luego
tenemos que encontrarnos con el hijo real. Esta es una prueba de amor, poder amar luego
de la caída de la idealización.
Hay que poder escribir en el hijo lo que llamamos rasgo unario y que va más allá de lo
que hace a un organismo.
El organismo está dado desde el momento del nacimiento, en cambio, el cuerpo es a
construir.
El rasgo unario es la escritura, la letra puesta por la madre en el cuerpo de su hijo. Si la
madre encuentra esta marca, luego el hijo podrá portarla, para saber quién es él.
Esto está relacionado con la identificación secundaria; se denomina unario porque va a
ser el primero de la serie.
Para salir del estadio del espejo hay que pasar por las tres identificaciones. Solo la última
puede quedar en suspenso.
Cuando una madre puede ser vista por su esposo no solo como madre, sino como mujer,
se ve facilitada para ella la posibilidad de pensar en a su hijo en un plano de exterioridad a
sí misma. Esta situación contribuye para que pueda hablarle y también, para trasmitir un
mensaje fundamental al momento en que el niño descubre su propia imagen en el espejo.

El trabajo de asumir como propia la imagen que el espejo devuelve dependerá de tiempos
lógicos que se instrumentaran durante el cronológico, bajo ciertas condiciones
estructurales.
Un objeto que el niño es capaz de desprender de su cuerpo en ese momento es la
mirada. Está construido el campo escópico, que está relacionado con la función materna
de poder imbricar las pulsiones. Esta mirada dirige el encuentro con los ojos de su madre,
donde el niño podrá encontrar o no, una confirmación que entre gestos y exclamaciones
le retornen como: “Ese que está ahí sos vos, y sos digno de ser amado”. Este es un
mensaje que se recepciona sin ser explicitado.
El mensaje tiene que llegar desde la madre, quien tiene que ser capaz de verse separada
del cuerpo del hijo en el espejo, puesto que si no, no le hablaría.
Luego se tiene que ubicar algo que es de la realidad, un momento fundamental, el
encuentro con el hijo real.
Si la madre se identifica con el niño, el niño identifica a la madre.
La posibilidad de que la imagen reflejada en el espejo se constituya en digna de ser
amada, depende del punto de mira de la madre, punto al que llamamos el ideal del yo.
Para poder reconocerse, el niño queda alienado al deseo del otro. Llamamos alienación al
primer tiempo constitutivo, donde respondiendo a esta identificación primordial, el niño
hace de aquello que la madre quiere.
Sepultamiento del complejo de Edipo. Freud.
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El complejo de Edipo revela su significación como fenómeno central del periodo sexual de
la primera infancia. Después es sepultado, sucumbe a la represión, y es seguido por el
periodo de latencia. Es sepultado a raíz de las dolorosas desilusiones acontecidas.
Es vivenciado de manera individual por la mayoría de los humanos, pero es un fenómeno
determinado por la herencia.
El desarrollo sexual del niño progresa hasta una fase en que los genitales ya han tomado
sobre si el papel rector. Pero estos son solo los masculinos, porque los femeninos siguen
sin ser descubiertos. Esta fase fálica no prosigue su desarrollo hasta la organización
genital definitiva, sino que se hunde con el sepultamiento del complejo de Edipo.
Cuando el varón vuelca su interés a los genitales, sobreviene la amenaza de los adultos.
Generalmente la amenaza de castración proviene de mujeres que buscan reforzar su
autoridad invocando al padre, quien consumara el castigo.
Al varón no se lo amenaza por jugar con su pene, sino por mojar la cama. Esto se
equipara a la polución del adulto: una expresión de la misma excitación genital que en esa
época a esforzado al niño a la masturbación. Es por esto que se da el sepultamiento.
Al principio el varón no presta creencia ni obediencia a la amenaza, hasta que ve la parte
genital de una niña, y se convence de la falta de pene en un ser semejante a él.
A la vida sexual del niño se la puede encontrar en la actitud edipica hacia sus
progenitores; la masturbación es solo la descarga genital de la excitación sexual
perteneciente al complejo. El complejo de Edipo ofrecía al niño dos posibilidades de
satisfacción, una activa y una pasiva. Pudo situarse de manera masculina en el lugar del
padre y mantener comercio con la madre, a raíz de lo cual el padre fue sentido como un
obstáculo; o quiso sustituir a la madre y hacerse amar por el padre, con lo cual la madre
quedo sobrando.
La aceptación de la posibilidad de castración puso fin a estas dos posibilidades.
Si esta satisfacción debe costar el pene, estallara el conflicto entre el interés narcisista en
esta parte del cuerpo y la investidura libidinosa de los objetos parentales. En este conflicto
triunfa el primero: El yo del niño se extraña del complejo de Edipo.
Esto acontece de la siguiente manera: las investiduras de objeto son resignadas y
sustituidas por identificación. La autoridad del padre forma el núcleo del Superyó, el cual
toma prestado su severidad, perpetua la prohibición del incesto y asegura al yo contra el
retorno de la investidura libidinosa de objeto.
Con este proceso se inicia el periodo de latencia.
Algunas consecuencias psíquicas de la diferenciación anatómica entre los sexos.
Freud.
La situación del complejo de Edipo es la primera estación que discernimos con seguridad
en el varón, en ella el niño retiene el mismo objeto al que en el periodo precedente había
investido con su libido no genital.
En el varón el complejo de Edipo es de sentido doble, activo y pasivo.
En la prehistoria del complejo de Edipo hay una identificación de naturaleza tierna con el
padre.
La sofocación del onanismo de la primera infancia activa el complejo de castración.
Para la niña también la madre fue el primer objeto.
La zona genital es descubierta por la mujer de la siguiente manera: Nota el pene de un
hermano o compañerito y lo discierne como el correspondiente de su propio órgano que
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es más pequeño y escondido; a partir de ahí cae víctima de la envidia del pene.
La niña pequeña ha visto el pene, sabe que no lo tiene, y quiere tenerlo. En este lugar se
bifurca el llamado complejo de masculinidad de la mujer, que si no lo supera puede
deparar grandes dificultades al desarrollo hacia la feminidad.
Con la admisión de su herida narcisista se establece en la mujer un sentimiento de
inferioridad.
Tras aprehender la universalidad de este carácter sexual, empieza a compartir el
menosprecio del varón por ese sexo mutilado en un punto decisivo y se mantiene en
paridad con el varón.
Aunque la envidia del pene haya renunciado a su objeto genuino, pervive en el rasgo de
carácter de los celos.
Otra consecuencia de la envidia del pene es el aflojamiento de los vínculos tiernos con el
objeto madre.
La diferencia anatómica entre los sexos esfuerza a la niña pequeña a apartarse de la
masculinidad y del onanismo masculino y a encaminarse por nuevas vías que lleven al
despliegue de la feminidad.
Ahora la libido de la niña se desliza, a lo largo de la ecuación simbólica prefigurada
pene=hijo, a una nueva posición. Resigna el deseo de un pene para remplazarlo por el
deseo de un hijo, y con este propósito toma al padre como objeto de amor. La madre pasa
a ser objeto de los celos.
Luego, si esta ligazón padre tiene que resignarse por malograda, puede atrincherarse en
una identificación padre, por la cual la niña regresa al complejo de masculinidad y se fija a
él.
En la niña el complejo de Edipo es una formación secundaria.
Mientras que el complejo de Edipo del varón se sepulta debido al complejo de castración,
el de la niña es posibilitado e introducido por este complejo.
Sobre la sexualidad femenina:
En la fase del complejo de Edipo normal encontramos al niño tiernamente prendado del
progenitor de sexo contrario, mientras que en la relación con el de igual sexo prevalece la
hostilidad.
La tarea de resignar la zona genital originariamente rectora, el clítoris, por la vagina,
complica el desarrollo de la sexualidad femenina. Se nos aparece una segunda mudanza.
El trueque del objeto madre originario por el padre.
La fase preedipica de la mujer deja espacio para todas las fijaciones y represiones a que
reconducimos la génesis de la neurosis.
La fase de la ligazón madre y la neurosis se cuentan entre los caracteres particulares de
la feminidad.
La bisexualidad resalta con mucha mayor nitidez en la mujer que en el varón. Porque el
varón tiene solo una zona genésica rectora, mientras que la mujer posee dos.
La vida sexual de la mujer se descompone en dos fases: la primera tiene carácter
masculino, y solo la segunda es la específicamente femenina.
Para la mujer, al final del desarrollo, el varón-padre debe haber devenido el nuevo objeto
de amor; al cambio de vía sexual de la mujer tiene que corresponder un cambio de vía en
el sexo del objeto.
En el varón resta como secuela del complejo de castración cierto grado de menosprecio a
la mujer. Si este se desarrolla se puede dar una homosexualidad exclusiva.
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La mujer reconoce el hecho de su castración, la superioridad del varón y su propia


inferioridad, pero también se revuelve contra esa situación. De esa actitud bi-escindida
derivan tres orientaciones de desarrollo.
La primera lleva al universal extrañamiento respecto de la sexualidad.
La segunda en porfiada autoafirmación, retiene la masculinidad amenazada; la esperanza
de tener alguna vez un pene persiste.
Un tercer desarrollo desemboca en la final configuración femenina que toma al padre
como objeto y así halla la forma femenina del complejo de Edipo.
Su actitud hostil hacia la madre no es una consecuencia de la rivalidad del complejo de
Edipo, sino que proviene de la fase anterior y halla refuerzo en la situación edipica.
En las primeras fases de la vida amorosa la ambivalencia constituye la regla.
La intensa ligazón de la niña pequeña con su madre debió de haber sido muy
ambivalente.
Las metas sexuales de la niña junto a la madre, son de naturaleza tanto activa como
pasiva y están comandadas por las fases libidinales que atraviesan los niños.

La feminidad. Freud
La feminidad consiste en la predilección por metas pasivas. Esto no es idéntico a
pasividad, puede ser necesaria una gran dosis de actividad para alcanzar una meta
pasiva.
Hay un vínculo constante entre feminidad y vida pulsional. Su propia constitución le
prescribe a la mujer sofocar su agresión, y la sociedad se lo impone; esto favorece que se
plasmen en ella intensas mociones masoquistas, susceptibles de ligar eróticamente las
tendencias destructivas vueltas hacia adentro. El masoquismo es auténticamente
femenino.
La niña renuncia a la satisfacción masturbatoria en el clítoris, desestima su amor por la
madre y reprime una buena parte de sus propias aspiraciones sexuales. El extrañamiento
respecto de la madre no se produce instantáneamente, porque la niña al principio
considera su castración como una desventura personal, luego la extiende a personas del
sexo femenino y también a la madre. Su amor se había dirigido a la madre fálica, con el
descubrimiento de que la madre es castrada, se vuelve posible abandonarla como objeto
de amor.
Con el abandono de la masturbación se renuncia a una porción de actividad. Prevalece la
pasividad.
Adjudicamos a la feminidad un alto grado de narcisismo que influye sobre su elección de
objeto, de suerte que para la mujer la necesidad de ser amada es más intensa que la de
amar.
En la vanidad corporal de la mujer sigue participando el efecto de la envidia del pene,
pues ella no puede menos que apreciar tanto más sus encantos como tardío
resentimiento por la originaria inferioridad sexual.
Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre. Freud.
La primera de las condiciones del amor se llama la condición del “tercero perjudicado”; su
contenido es que la persona en cuestión nunca elige como objeto amoroso a una mujer
que permanezca libre.
La segunda condición dice que la mujer casta e insospechable nunca ejerce el atractivo
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que puede elevarla a objeto de amor; esta se relaciona con el quehacer de los celos que
parecen constituir una necesidad para el amante de este tipo.
En la vida amorosa normal, el valor de la mujer es regido por su integridad sexual. Por
eso aparece como una llamativa desviación el hecho de que los amantes del tipo
considerado traten como objeto amoroso de supremo valor a las mujeres fáciles.
Lo más asombroso es la tendencia a rescatar a la amada. El hombre está convencido de
que ella lo necesita, de que sin el perdería todo apoyo moral y se hundiría en un nivel
lamentable.
Esa elección de objeto y esa rara conducta tienen el mismo origen psíquico que en la vida
amorosa de las personas normales; brotan de la fijación infantil de la ternura a la madre y
constituyen uno de los desenlaces de esa fijación.
El motivo del rescate tiene su significado y su historia propios, y es un retoño autónomo
del complejo materno. Al enterarse el niño de que debe la vida a sus padres, en él se
aúnan mociones tiernas con las de una manía de grandeza en pugna por la autonomía,
para generar el deseo de devolver ese regalo a los padres, compensárselo por uno de
igual valor.
Forma la fantasía de rescatar al padre de un peligro mortal, con lo cual queda a mano con
él.
Rescatar a la madre cobra el significado de obsequiarle o hacerle un hijo.
Duelo y melancolía. Freud.
Los impulsos hostiles hacia los padres son un elemento integrante de la neurosis. Estos
impulsos son reprimidos en tiempos en que se suscita compasión por los padres:
enfermedad, muerte, etc.
La melancolía se presenta en múltiples formas clínicas.
El duelo es la reacción frente a la perdida de la persona amada o de una abstracción que
haga sus veces. Trae consigo graves desviaciones de la conducta normal en la vida.
La melancolía se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida, una
cancelación del interés por el mundo exterior, la perdida de la capacidad de amar, la
inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de si, que se exterioriza en
autoreproches y autodenigraciones. Y se extrema hasta una delirante expectativa de
castigo.
El duelo muestra los mismos rasgos, pero falta en él, la perturbación del sentimiento de sí.

En el duelo el examen de realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe más y


de él emana ahora la exhortación de quitar toda libido de sus enlaces con ese objeto. A
ello se opone una renuencia.
Cada uno de los recuerdos y cada una de las expectativas en que la libido se anudaba al
objeto son clausurados, sobreinvestidos y en ellos se consuma el desasimiento de la
libido.
Una vez cumplido el trabajo del duelo, el yo se vuelve otra vez libre y desinhibido.
La pérdida ocasionadora de la melancolía se da cuando la persona sabe a quién perdió,
pero no lo que perdió en él. Esto nos llevaría a referir la melancolía a una pérdida de
objeto sustraída de la consciencia, a diferencia del duelo.
En el duelo hallamos que inhibición y falta de interés se esclarecían por trabajo del duelo
que absorbía al yo. En la melancolía, la pérdida desconocida tendrá por consecuencia un
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trabajo interior semejante y será la responsable de la inhibición que le es característica.


Solo que no acertamos saber lo que absorbe al enfermo. El melancólico nos muestra que
hay algo que falta en el duelo: una extraordinaria rebaja en su sentimiento yoico.
En el duelo el mundo se ha hecho pobre y vacío, en la melancolía eso le ocurre al yo.
Vemos que una parte del yo se contrapone a la otra, la aprecia críticamente, la toma por
objeto. Esto se llama consciencia moral.
Llega un punto en que se aprecia que todas esas críticas se ajustan a otra persona a
quien el enfermo ama, no a él.
Hubo una elección de objeto, una ligadura de la libido a una persona; por obra de una
afrenta o un desengaño de parte de la persona amada sobrevino un sacudimiento de ese
vínculo de objeto. El resultado no fue el normal, sino que para producirse la investidura de
objeto tuvo que resultar poco resistente, pero la libido libre no se desplazó a otro objeto,
sino que se retiró sobre el yo.
Ahí sirvió para establecer una identificación del yo con el objeto resignado. La sombra del
objeto cayó sobre el yo, quien pudo ser juzgado por una instancia particular como un
objeto.
La pérdida del objeto se mudó en una pérdida del yo, y el conflicto entre el yo y la persona
amada, en una bipartición entre el yo crítico y el yo alterado por identificación.
Para esto tiene que haber existido una fuerte fijación en el objeto de amor y una escasa
resistencia de la investidura de objeto. Para que esta contradicción se diera, es necesario
que se haya cumplido sobre una base narcisista, de modo que la investidura de objeto
pudiera regresar al narcisismo si tropieza con dificultades. La identificación narcisista con
el objeto se convierte en el sustituto de la investidura de amor.
La melancolía toma prestados una parte de sus caracteres al duelo, y la otra a la
regresión desde la elección narcisista de objeto hasta el narcisismo. Por un lado, como el
duelo, es reacción frente a la pérdida real del objeto de amor, pero además depende de
una condición que falta al duelo normal, o lo convierte, toda vez que se presenta en un
duelo patológico.
El complejo melancólico se comporta como una herida abierta, atrae hacia así energía de
investiduras y vacía al yo hasta el empobrecimiento total.
La manía no tiene un contenido diverso de la melancolía, y ambas afecciones pugnan con
el mismo complejo al que el yo probablemente sucumbe en la melancolía, mientras que
en la manía lo ha dominado o lo ha hecho a un lado.
Recordar, repetir y reelaborar. Freud.
El olvido de impresiones, escenas, vivencias, se reduce casi siempre a un bloqueo de
ellas.
El olvido experimenta otra restricción al apreciarse los recuerdos encubridores.
El analizado no recuerda nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa. No lo
reproduce como recuerdo, sino como acción; lo repite, sin saber que lo hace.
El empieza la cura con una repetición así.
La transferencia misma es solo una pieza de repetición, y la repetición es la transferencia
del pasado olvidado; pero no solo sobre el medico: también sobre todos los otros ámbitos
de la situación presente.
Mientras mayor sea la resistencia más será sustituido el recordar por el actuar. El
analizado repite bajo las condiciones de la resistencia.
Mientras el enfermo lo vivencia como algo real-objetivo y actual, tenemos que realizar el
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trabajo terapéutico, que consiste en la reconducción al pasado.


El principal recurso para dominar la compulsión de repetición del paciente, y transformarla
en un motivo para recordar, reside en el manejo de la transferencia que crea un reino
intermedio entre la enfermedad y la vida.
El niño y el significante. Rodulfo.
Adolescencia es la transformación de lo que es el jugar como practica significante en
trabajo; si esta tarea queda sin realizar se compromete todo lo que va a hacer del orden
de ese modo especifico de la sublimación.
Un muchacho de 16 años ingresa en tratamiento, lo deja, y lo retoma al año. Inicio por
motivación propia, convenciendo a su padre para que se lo pagara. Cometía pequeños
robos y vandalismos, y fumaba marihuana. Era inactivo en las demás cosas (vida sexual,
trabajo). Tenía una especie de trabajo a las órdenes de su padre (changas). No recibía
dinero regularmente; no se introducía a la categoría simbólica de trabajo.
Se dedicaba a tirar anilinas en el patio de su vecina, y luego lo remplazo por sus heces.
Había una aparente ausencia del ideal del yo y la falta de horizonte del serás; poseía una
hipertrofia del yo ideal, no podía llevar a cabo nada que implicase un ponerse a trabajar.
El sujeto realizaba un acting.
Unas series de imagos se desplegaban sobre sus ideales, la del linyera la cual asociaba a
su incapacidad de trabajar en grupos, de integrarse jugando o estudiando. Lo único
posible de hacer en grupo eran actuaciones del tipo de los pequeños hurtos. Otro imago
familiar era la del terrateniente; lo que ambas tenían en común es que estas personas no
servían para nada, no trabajaban, el dinero les llegaba de alguna otra forma.
Cuando empezó a asignarle un valor libidinal al trabajar, se incorporó a una cuadrilla de
pintores.
El trabajar mismo aparecía como una categoría denigrada; el verdadero ideal era poder
vivir sin hacerlo.
El análisis de estos aspectos provoco efectos: recupero su actividad de jugar, inicio
practicas individuales y competitivas, enfrentamientos duales, pero tercerizados por
reglas.
En el análisis se descubrió que el padre le había encomendado un trabajo que el sin
saberlo cumplía: sus padres estaban separados y vivía con su madre, el padre dejo en
pago al hijo por liberarse de su mujer, le había dicho “vos tenes que cuidarla”. La madre
tenía una afección histérica, y el padre con su pedido lo había reenviado a la etapa
edipica, invirtiéndose la función paterna. Ese trabajo lo cumplía con la mayor de las
responsabilidades, era el único trabajo autorizado a realizar en términos del discurso
familiar.
Cuando había que hacer algo sucio el padre se lo encargaba. La parte sucia era lo
incestuoso, el cargar con la madre.
Las conductas homosexuales que resaltaban entre los pintores lo angustiaban mucho.
El aprendizaje era algo que lo ayudaba a convertirse en adulto. Él se fue identificando
primero con quien le enseño a pintar y luego con el analista, con ese otro que dona un
saber.
Una de sus mayores dificultades era la conexión entre su tarea y lo que le pagaban por
ella.
El dinero era algo que aparecía o se desvanecía con la mayor facilidad, y le costó asociar
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ganarlo con esfuerzo suyo, un acto sintomático era olvidarse de pactar el aspecto
económico.
Su profesión fue incorporada al campo de la sublimación una vez que por accidente la
vinculo a la recuperación de adolescentes drogadictos, delincuentes, marginales.
Una condición del jugar realizada en la niñez no implica un pasaje exitoso al otro orden
considerado.
Un quantum significativo del orden del deseo que se manifiesta o se despliega en la
actividad del jugar debe pasar a la actividad que llamamos trabajar si es que ese
quehacer ha de tornarse realmente propio del sujeto.
La única forma que había encontrado el paciente de sustraerse a ese “no importa, hacelo
igual”, había sido marginarse del trabajo, manteniéndose en un plano de puro juego o
puro acting.
Es fundamental detectar hasta donde alcanza, donde se detiene y hasta se agota el
cuerpo imaginado que se forjo para un determinado hijo.
Cuando alguien dice “bueno, esto es lo que quieren ellos para mí, no lo que quiero yo
para mí”, se está midiendo con el hecho de que existe algo del deseo libidinal del otro que
obliga a tomar partido.
Lo importante es la ausencia literal de todo proyecto anticipatorio, el adolescente vive al
día, sobrevive.
Cuando no hay un padre que articule un serás, no hay categoría, por lo tanto, el futuro
tampoco existe, y el paciente vive en un permanente “soy”. En este estado encontramos a
muchos adolescentes.
Un sujeto con ciertos ideales despliega una serie de respuestas como la represión del
deseo, o síntomas de algún tipo. El exceso del ideal mata, cuando mata las posibilidades
desiderativas del sujeto. El análisis consiste en liberarlo de ese “aplastamiento”
condicionado por los ideales.
Tenemos que considerar la categoría misma del ideal en su coeficiente de ambigüedad,
por cuanto oscila entre aplastar a un sujeto y estimularlo para su autoconstrucción.
En la psicosis adolescentes no hay nada del orden del ideal que lo sostenga.
Todo yo ideal, llegada la adolescencia, deviene un significante del superyó.
Podemos definir a la adolescencia como el tiempo en que se pone de relieve un efecto
represor, paralizante o destructivo, propio de un significante del superyó proveniente de la
arcaica formación del yo ideal.
El yo ideal es una constitución indispensable para la vida.

Problemática del amor. Ortega.


La clínica es lo que se dice en un análisis.
Dentro de la practica analítica podemos hablar de modos de intervención analítica fuera
de un contexto habitual; que requieren vencer resistencias que se ponen en juego en el
analista.
Se puede hacer un abordaje fenomenológico, partiendo de la singularidad, un despliegue
descriptivo de ese momento subjetivo y sus particularidades.
Pero este modo no sirve sino lo enlazamos con el punto de vista estructural: que
elementos de lo psíquico, que operaciones se ponen en juego para que se produzca en
un sujeto, determinada situación psíquica.
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Podemos hablar de tiempos de escritura de la estructura humana.


La adolescencia es un momento de profunda conmoción. Se produce el trabajo de
rehallazgo de objeto, también la posibilidad de poner en acto las relaciones sexuales,
siendo necesario construir la posición sexual.
Es necesario interrogarnos acerca de qué situación está atravesando el sujeto
adolescente con respecto a las operaciones simbólicas que hacen a su psiquismo: su
posición en relación al Edipo y en consecuencia a la castración en el marco de la
estructura del significante. Esto refiere a su constitución subjetiva.
La adolescencia es un momento que hace a la constitución subjetiva. Un sujeto se hace.
Humanizarse es solo a condición de ser asistida la cría humana por otros seres humanos.

Los seres humanos nos diferenciamos por el lenguaje, nuestras cosas pertenecen a un
universo estructurado en palabras.
Lo psíquico se constituye a partir de inscripciones mnémicas.
El sujeto está inmerso en un encadenamiento significante. No hay un signo acerca del ser.
En el otro aparece una falla de significante para revelar el ser.
Lo inconsciente determina que hay algo allí que opera y que escapa al sujeto mismo. El
saber lo que se es, no es más que una ilusión yoica.
El sujeto será investido por los significantes de aquellos que lo reciben al mundo. No está
determinado absolutamente por los significantes que vienen del otro, se pone en juego el
protagonismo: con que recurso cuenta para relacionarse con esas marcas, sin quedar
subsumido en ellas.
Todo ese revuelo de significantes en el que se inserta el sujeto, será replanteado en la
adolescencia.
Esta la posibilidad y la necesidad de buscar elementos que lo constituyan por fuera de la
familia, cosa que posibilite el duelo con el niño que fue, y con los padres de la infancia. El
duelo es el tributario de la castración fundante.
Surge un proceso llamado desidentificación.
Hay otros dos ejes: la vía del narcisismo y la vía del complejo de Edipo. Uno no es sin el
otro.
Narcisismo: es a partir del investimento libidinal del otro, que la cría humana entra al
camino de la subjetivación. Es fundamental que el hijo se constituya en algo deseado para
esa madre. Se trata de transitar el recorrido hacia la diferenciación, no sin antes la
indiferenciación. (constitución del cuerpo por el otro primordial).
La denegación originaria sitúa ese no primero, a partir del cual es posible establecer que
si la madre está ausente el sujeto no desaparece.
En el campo del narcisismo se pone más en juego la presencia que la ausencia.
En un sujeto adolescente se pone en jaque la unidad. La unidad del cuerpo familiar ya no
le sirve.
Edipo: En el campo del narcisismo, haciendo trama con el movimiento edipico, se pone en
juego la existencia del sujeto como ser sexuado. Se enlazan las generaciones marcando
diferencias y construyendo historia.
En el primer tiempo, el niño es el falo de la madre; es necesario salir de ello para que
haya circulación deseante.
En el segundo tiempo el padre aparece como prohibidor. Es el falo, es un padre absoluto,
es la ley, no la hace circular.
El tercer tiempo es el que tiene que ver con la declinación del Edipo. El padre puede tener
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o no el falo. Se ha constituido en deseable y deseante; aparece como permisivo y


donador, pudiendo conducir a algo más que a el mismo, o a la madre. En este tiempo el
falo circula.
En un sujeto adolescente aparece un reflote de la adherencia al objeto primordial. Los
lazos edipicos se redimensionan y aparecerá fuertemente en escena como ha operado la
metáfora paterna para que el sujeto pueda ir a otro lugar que no sea el materno, o que no
quede ligado al padre terrible, siendo en ambos casos objeto de goce del otro. Es un
tiempo de resignificacion de la castración.
El adolescente esta en tramo de producir al sujeto; se halla abocado a un proceso de
afirmación.
Es imprescindible que se ponga en juego el engendramiento de un objeto como ausente.
Cuando hablamos del amor, inmediatamente deriva al tema del objeto. Con este nuevo
despertar sexual la búsqueda del objeto estará marcada por la relación al objeto
primordial.
La interdicción del incesto, la no continuidad entre el sujeto y el sujeto abre la larga serie
de los sustitutos. El objeto primordial está perdido. El sustituto solo satisface algo.
Los objetos sustitutos toman su investidura de algo que ha caído bajo la barrera de la
represión.
Cuando es posible ingresar a la experiencia del amor, una de las características es la
tendencia a la cristalización en cuanto a ocupar el lugar de amante o el de amado.
Al lugar de amante se lo podría caracterizar como instalado en una autodesvaloralizacion
y una sobrevaloración del objeto de amor.
En cuanto al lugar del amado se suele adoptar actitudes soberbias para con sus
enamorados, si bien se establecen lazos.
La certeza de ser objeto de amor produce un atrincheramiento narcisista, donde por el
camino de la fascinación por la propia imagen se dificulta el poder desear a otro.
El rehallazgo de objeto es un reencuentro con esta situación de otro tiempo.
Un exceso de ternura de parte de los padres resultará dañino pues apresurará la
maduración sexual; y también malcriará al niño, lo hará incapaz de renunciar
temporariamente al amor en su vida posterior.
La elección de objeto es puesta en juego en principio en el campo de la fantasía. Que es
de índole incestuosa.
El amante no sabe lo que le falta, pero debe buscarlo. El amado como el único que tiene
algo, pero no sabe de qué se trata; claro que tiene que ver con eso de lo que el sujeto que
ama carece.
La función deseante del amor es en donde se detecta una ausencia. En la conformación
amorosa con otro, algo es posible si se incluye la discordancia. No se pondrá en juego el
ser, sino la posibilidad, la alternativa de tener con alguien un amor no aplastante,
enlazado al deseo. Donde no hay circulación y no cristalización de los lugares de amante
y amado.
El amor en la adolescencia está marcado por su carácter de inaugural, en tanto amor
posible con otro no parental.
La intensidad del amor es producto de la necesariedad de salir de la endogamia haciendo
lazos con otros. Este pasaje no se hará sin una prótesis que tomará la forma de un
replegamiento en el sesgo imaginario del amor.
Para Lacan el concierto pulsional esta abrochado a través del falo, como significado de la
falta, función de la castración simbólica articulada en la fase fálica.
Resumen Desarrollo.

Ante el desencuentro radical al que enfrenta el acto sexual, surge con fuerza la
adherencia al otro primordial, velando la diferencia irreductible que se desprende de las
vicisitudes de la castración.
En la confrontación sexual se pondrá en juego la relación incestuosa a través de la
repetición de la escena edipica, en tanto suposición de reencuentro con el otro primordial.
En el acto sexual opera una especie de engaño constitutivo, se busca en ello la
complementariedad de los sexos, borrar la diferencia, la falta estructural, velándola. Esto
da lugar a que surja algo de goce.
Es en el desencuentro que algo de lo propio puede encontrarse.
Hablar de cuerpo conduce a hablar de pulsión, que implica una modificación en el cuerpo,
una inscripción que constituye el primer efecto del significante en el ser viviente, marca
que el otro escribe sobre una superficie corporal a partir de la demanda.
Podemos hablar de dos caminos de la falta radical a la que se enfrenta el sujeto:
El del deseo: si bien es enigmático, el deseo habla. Es inarticulable, aunque ciertas
articulaciones pueden hacerse, inscribiéndose en los significantes inconscientes. Se
relaciona con el falo y este con la castración.
El del goce: que como satisfacción pulsional es mudo, puro goce corporal, se enlaza al
objeto a en la conceptualización de Lacan.
La castración opera como gozne entre ambos. Tiene por lo menos dos funciones: operar
como limite al goce; es la condición de goces posibles.
El aparato se motoriza en búsqueda de lo idéntico a la primera experiencia que es
irrepetible, pero no hay tal posibilidad. Se trata de una perdida de la que queda huella. El
significante no permite la reproducción de lo idéntico, en cada vuelta instala la diferencia.
La repetición es simbólica porque pide por lo nuevo.
El objeto a refiere a una falta estructural, la radical inaccesibilidad al objeto total de
satisfacción pulsional.
La sexualidad es efecto de la posición que adopta el ser parlante en relación a la
castración, al no poder serlo todo, al no poseer los dos sexos. Es la condición del
surgimiento del deseo, y el objeto inherente a la pulsión.
El falo es otra cosa, es un significante de que algo falta. Es hacia donde tendemos,
aquello que aparece como alcanzable en el deseo.
Objeto a como causa del deseo, falo como posibilidad de satisfacer el deseo.
La resistencia es todo aquello que interrumpe el proceso de la labor analítica, prolonga el
ocultamiento de una verdad que no ha sido descubierta.
Lacan plantea que podemos hablar de un movimiento transferencial en el analista, se
trata de la implicación necesaria en la situación de transferencia.
El drama puberal se despliega en un tiempo de reclamo al otro. Si este no acude, nos
encontramos con los riesgos de la adolescencia. La angustia desmedida, cuando el
adolescente no encuentra soporte identificatorio, puede desembocar en actos
estrepitosos.
El adolescente busca significantes que lo organicen, se halla abocado a cierta
estabilización, es necesario que operen en el resignificaciones determinantes para que
algo de la posición sexual vaya instalándose como constante.
Resumen Desarrollo.

Resumen Desarrollo Teórico.


Trasmisión de la vida psíquica entre generaciones, Kaes.
El sujeto de la herencia está dividido entre la doble necesidad de ser para sí mismo su
propio fin y de ser el eslabón de una cadena a la que está sujeto sin la participación de su
voluntad.
El origen es lo que se nos evade, eso de lo que estamos ausentes, y que se escapa a
nuestro dominio en el movimiento mismo en que somos constituidos en y por el deseo del
otro, de más de otro que nos precede.
La perspectiva de introducción del narcisismo hace del sujeto un eslabón y el heredero de
la cadena intersubjetiva de la que procede. Sobre esta cadena llegan a apuntalarse más
de una formación de su psique; en su red circula, se trasmite, y se anuda materia
psíquica: formaciones comunes al sujeto singular y a los conjuntos que él es parte
constituyente y parte constituida. Este punto de vista lleva a considerar al sujeto del
inconsciente como sujeto de la herencia y como sujeto del grupo.
El sujeto es en primer lugar un intersujeto.
El fenómeno de la trasmisión de las prohibiciones fundamentales es como un impulso por
trasmitir bajo el efecto de un imperativo psíquico incoercible. Una trasmisión no se funda
en un contenido, sino ante todo en el acto de trasmitir.
Según Freud nada de lo que haya sido retenido podrá permanecer completamente
inaccesible a la generación que sigue, o a la ulterior. Habrá huellas, al menos en síntomas
que continuaran ligando a las generaciones entre sí, en un sufrimiento del cual les seguirá
siendo desconocida la apuesta que sostiene.
La trasmisión se organiza a partir de lo negativo, a partir de lo que falta. También se
organiza a partir de lo que no ha advenido, lo que es ausencia de inscripción y
representación.
La ausencia de la prohibición hace imposible la representación, el juego de la fantasía, el
placer, y el trabajo de pensamiento.
El espacio originario de la intersubjetividad es el grupo familiar en tanto precede al sujeto
singular, está estructurado por una ley constitutiva y sus elementos-sujetos están en
relaciones de diferencia y de complementariedad. Los objetos principales son los tres
siguientes:
Las formaciones intersubjetivas primarias que aseguran las condiciones de posibilidad del
espacio y de los vínculos intersubjetivos.
El espacio y los vínculos que forman la realidad psíquica del conjunto intersubjetivo: aquí
son presentados los enunciados referidos a las prohibiciones fundamentales y se ponen
en práctica las predisposiciones significantes utilizables por cada sujeto en su actividad de
representación, y por varios sujetos para comunicarse entre sí.
El complejo de Edipo, en tanto prescribe las relaciones de deseo y de prohibición entre los
sujetos, y reconstruye en el campo de la representación las diferencias entre los sexos y
las generaciones.
La transmisión transpsiquica supone la existencia de un espacio de trascripción
trasformadora de la transmisión. Lo que se trasmite entre sujetos no es del mismo orden
que lo que se trasmite a través de ellos: entre los sujetos, existe el obstáculo del objeto y
Resumen Desarrollo.

la experiencia de la separación. En esta trasmisión estos obstáculos se evitan en favor de


la exigencia del narcicismo.
El yo es una instancia psíquica particularmente requerida en los procesos y las funciones
de la trasmisión psíquica en razón de su posición intermediaria.
Para Freud la categoría fundamental de la trasmisión es el flujo, que es lo que se desliza
en la continuidad del tiempo y del espacio, a través de los vectores que trasportan los
objetos de la trasmisión.
Una trasmisión es siempre un proceso que se realiza en la duración. El tiempo de la
trasmisión puede ser lineal, circular, perforado, intermitente.
La temporalidad de la trasmisión psíquica es una temporalidad no fluidica, porque se
conserva a través de las huellas. Lo que se trasmite es el afecto y el representante de la
pulsión.
Freud propone distinguir dos vías de la trasmisión: una pasa por la cultura y por la
tradición, y su soporte es el aparato cultural y social que asegura la continuidad de
generación en generación; la otra está constituida por esta parte orgánica de la vida
psíquica de las generaciones ulteriores: las prohibiciones llegaron a ser una parte
integrante de su inconsciente.
Si los procesos psíquicos de una generación no se trasmitieran a otra, no se continuaran
en otra, cada una estaría obligada a recomenzar su aprendizaje de la vida, lo que
excluiría todo progreso y todo desarrollo.
La continuidad está asegurada en parte por lo heredado de las disposiciones psíquicas
que, para llegar a ser eficaces, necesitan ser estimuladas por sucesos de la vida
individual.
La trasmisión directa por la tradición no aporta una respuesta satisfactoria a la cuestión de
la continuidad de la vida psíquica. Para llegar a ser eficaces, las disposiciones psíquicas
heredadas deben ser estimuladas por ciertos sucesos de la vida individual.
La herencia no puede recibirse pasivamente, solo puede ser una adquisición apropiativa.
Se trasmite la culpa y la culpabilidad del asesinato original.
Nada puede ser abolido que no aparezca, algunas generaciones después, como enigma,
como impensado, es decir, incluso como signo de lo que no pudo ser trasmitido en el
orden simbólico.
La carta llega siempre a su destinatario, aun si él no ha sido instituido como tal por el
emisor: la huella sigue su camino a través de los otros hasta que un destinatario se
reconoce como tal.
La elección de objeto se convierte en identificación al apropiarse de las cualidades del
objeto. El síntoma permite recobrar por identificación el vínculo con la persona amada.
La noción de trabajo psíquico de la transmisión se entiende como el proceso y el
resultado de ligazones psíquicas entre aparatos psíquicos y como las transformaciones
operadas por estas ligazones.

Los contrabandistas de la memoria. Hassoun.


En cada uno de nosotros palpita la necesidad de trasmitir íntegramente a nuestros
descendientes aquello que hemos recibido. La cuestión de la trasmisión se presenta
cuando un grupo o una civilización ha estado sometida a conmociones más o menos
profundas.
Todos estamos inscriptos en una genealogía de sujetos que no ignoran que son mortales,
esta genealogía dicta la necesidad de que un mínimo de continuidad sea asegurado.
Resumen Desarrollo.

Lo que hemos heredado es constantemente modificado de acuerdo a las vicisitudes de


nuestra vida. Somos diferentes de quienes nos precedieron, pero en las diferencias es
donde inscribimos aquello que transmitiremos.
Una trasmisión lograda ofrece a quien la recibe un espacio de libertad y una base que le
permite abandonar el pasado para reencontrarlo.
Existe un desgarro en la tensión existente entre una trasmisión y un deseo que intenta
situar al sujeto en el espacio de su verdad.
Trasmitir equivaldría a tener en cuenta que jamás evitaremos a nuestros descendientes
que su camino este sembrado de obstáculos cuando intenten conciliar la historia pasada
con lo actual de su destino subjetivo.
Debemos entender la trasmisión como aquello que da cuenta del pasado y del presente.
Permite que el niño aborde su propia existencia de un modo menos doloroso si escucha a
sus padres hablar de su historia y de su cotidianeidad.
Las dificultades para trasmitir el entusiasmo o para trasmitir lo que la lengua quiere decir
constituyen un síntoma actual que marca al sujeto a tal punto que sus emblemas y sus
idealizaciones parecen profundamente dañados.
Este modelo de integración fue el que perduro. La cuestión de la trasmisión no se
planteaba. Encontraba soluciones en los intersticios de una sociedad que no había
descubierto las virtudes de la exclusión.
En Europa Occidental las antiguas minorías se identificaban con una única cultura:
aquella forjada en torno al ideal de ciudadanía.
Es en este contexto que se daba la trasmisión de los antiguos emblemas, sin que se
planteara en términos de sufrimiento o de obligaciones internas a tal o cual comunidad.
La trasmisión como ausencia de se revela entonces como un develamiento de lo que ha
faltado en las generaciones precedentes. Pequeños actos de la vida cotidiana aparecen
como insoportables incoherencias que el niño hará entrar en resonancia con otros
silencios.
Exiliados somos todos, jamás encontraremos intacto nuestro pasado.
No se trata de frecuentar cual zombis esos lugares-dichos en el transcurso de una noche
de brujas cualquiera, sino de transformar lo que podría ser un cementerio en un área
lúdica.
El olvido es fecundo. Trabajados por el olvido es como significamos nuestra existencia. El
inconsciente no es perder la memoria sino no recordar lo que se sabe. La trasmisión es
un decir a-medias que trasmite un no-sabido.
Las lenguas del olvido son aquellas lenguas, aquellas palabras, que el niño escucha sin
comprender y que ritman los pequeños y grandes acontecimientos de su primera infancia.

La lengua del olvido sostiene nuestras emociones más arcaicas, más violentas.
La llamada lengua materna, paradójicamente, seria aquella lengua que, vehiculizada por
la madre, permite que el niño se separe de ella.
La lengua no es una expansión del cuerpo materno, sería más bien la expresión de esa
parte de la madre interesada por lo que pasa más allá del niño.
El pasado es una aspiración a la trasmisión, pero al mismo tiempo la forma misma que
reviste la pulsión invocante de saber, la prohibición de que aquello de lo que se trataba
pudiera ser trasmitido.
Como entender esta dificultad de trasmitir, es decir, de dar y recibir, de no ser porque a
partir del momento en el que, de una generación a otra, existe un quiebre, una ruptura
Resumen Desarrollo.

demasiado radical, un salto importante en el tiempo y en el espacio, se torna como


imposible, que los antiguos emblemas puedan ser reconocidos como tales por las
generaciones siguientes.
Una forma de violencia se manifiesta por aquello que llamaremos trasmisión forzada. Es
el caso de quienes, a falta de poder trasmitir su recorrido en toda su complejidad, pueden
llegar a provocar en su descendencia una compulsión a ir a buscar en el pasado más
lejano los elementos decorativos de una cultura sobre la cual lo ignoran todo, para
adecuarse a ella.
La transmisión constituiría ese tesoro que cada uno se fabrica a partir de elementos
brindados por los padres, por el entorno, y que, remodelados por encuentros azarosos y
por encuentros que pasaron desapercibidos, se articulan a lo largo de los años con la
existencia cotidiana para desempeñar su función principal: ser fundante del sujeto y para
el sujeto.
Es necesario entender la trasmisión como un ofrecimiento por parte de los padres, de los
maestros, de algunos elementos que cada uno de los miembros de una descendencia
recibe en su infancia, que el recompondrá a su manera y que serán sin duda sometidos a
su vez a nuevas modificaciones.
Lo religioso se constituye alrededor y a partir de esos instantes en los que la trasmisión
esta puesta en acto.
No existe trasmisión de la cultura que pueda ser considerada definitiva.
El deseo de asegurar una continuidad en la sucesión de las generaciones, se presenta
como una necesidad interna. Trasmitir también es un acto simbólico.
Cada uno de nosotros esta inconscientemente confrontado en la constante ignorancia de
aquello que lo origina, con la tendencia a repetir.
Existe otra forma de repetición, fecunda, que es parte de lo que llamamos cultura, hechos
de cultura.
Es a partir de la herencia que me ha sido transmitida que puedo, al superarla, participar
de situaciones nuevas que a priori me resultarían desconocidas.
Una parte de la pulsión de repetición, la que da cuenta de la insistencia de los hechos de
cultura, está al servicio de las pulsiones de vida para ayudar al sujeto a situarse frente al
surgimiento de algo nuevo tremendamente inquietante en tanto que totalmente extranjero.

Trasmitir es ofrecer a las generaciones que nos suceden un saber-vivir.


La aceptación por parte del niño de la trasmisión de los hechos de cultura supone la
puesta en marcha de un trabajo de identificación.
Del mismo modo que no hay herencia sin que una parte se pierda, no hay trasmisión de
cultura que no conozca ésta perdida, esta porción de olvido que comanda la memoria, la
modula, y permite que a partir de la repetición, en su misma evanescencia, la modernidad
pueda ser recibida.
Es más hacia la diferenciación que hacia la especificidad que se dirige la trasmisión tal
como nosotros la entendemos, aquella que permite aprender plenamente lo que me
diferencia de quienes poseen una historia similar a la de los míos, pero que también me
diferencia de aquellos cuya genealogía es diferente.
La ética de la trasmisión se inscribe en lo más profundo de nuestro ser y de nuestra
subjetividad. Requiere que cada uno pueda ofrecer a las generaciones siguientes no
solamente una pedagogía sino aquello que les permitirá asumir un compromiso en
relación a su historia.
Resumen Desarrollo.

Toda trasmisión es re-trasmisión, es decir que ya se encuentra sometida a las


modificaciones inherentes a toda re-modelación del pensamiento que se efectúa en el
pasaje de lo uno a lo otro.
No existe una trasmisión de una cultura que no se inscriba en la universalidad de las
civilizaciones.
Trasmitir también supone que el padre ceda sobre su goce, que acepte transferir una
porción de este a cuenta de su hijo, que acepte renunciar a una parte de lo que para él
pueda ser del orden de la omnipotencia.
La transmisión sería una página escrita, un relato que cuenta la gesta de los
predecesores y que cada uno podrá leer o reescribir a su manera. Hace uso de la
tradición como de un andamio, como un sostén esencial y superfluo a la vez.
Tótem y tabú. Freud.
El tabú sigue existiendo entre nosotros; el totemismo es una institución religiosa o social
enajenada de nuestro sentir actual.
En las tribus salvajes se ha fijado como meta el evitar relaciones sexuales incestuosas. Y
su organización social parece servir a este propósito.
En las tribus hallamos el sistema del totemismo. Ellas se dividen en estirpes, cada uno de
los cuales lleva el nombre de su tótem que es un animal y pocas veces una planta o una
fuerza natural.
El tótem es el antepasado de la estirpe, pero además su espíritu guardián y auxiliador.
Los miembros tienen la obligación sagrada de no matar y comer a su tótem. El carácter de
tótem no adhiere a un individuo solo, sino a todos los de su especie.
El tótem se hereda en línea materna o paterna.
Existe también la norma de que miembros del mismo tótem no entren en vínculos
sexuales recíprocos, es decir, no tienen permitido casarse entre sí (exogamia).
La transgresión de esta prohibición se cobra de la manera más enérgica como si fuera
preciso defender a la comunidad de un peligro que amenaza.
El tótem es hereditario.
La exogamia le impide al varón la unión sexual con cualquier mujer de su propia estirpe.
Todos los que desciendan del mismo tótem son parientes.
El sistema totémico es la base de todas las otras obligaciones sociales y limitaciones
éticas de la tribu, el significado de las fratrias se agota en general en la regulación de la
elección matrimonial, que se propone establecer.
El horror de estos pueblos al incesto no se conforma con erigir las instituciones que
hemos descrito, que parecen apuntar sobre todo al incesto grupal. Hay que añadir la
existencia de una serie de costumbres que prohíben el comercio individual entre parientes
cercanos. Esas costumbres podemos llamarlas evitaciones.
El neurótico representa una pieza del infantilismo psíquico; no ha conseguido librarse de
las constelaciones pueriles de la psicosexualidad, o bien ha regresado a ellas. En su vida
anímica inconsciente las fijaciones incestuosas de la libido siguen desempeñando un
papel principal. Por eso hemos llegado a proclamar como el complejo nuclear de la
neurosis el vínculo con los padres, gobernado por apetencias incestuosas.
El significado de tabú se nos explicita siguiendo dos direcciones contrapuestas. Por una
parte, nos dice sagrado, santificado, y, por otra, ominoso, peligroso, prohibido, impuro.
El tabú se expresa también esencialmente en prohibiciones y limitaciones.
Las restricciones de tabú son algo diverso de las prohibiciones religiosas o morales.
Prohíben desde ellas mismas. Carecen de toda fundamentación; son de origen
Resumen Desarrollo.

desconocido; incomprensibles, parecen cosa natural a todos aquellos que están bajo su
imperio.
El tabú incluye solo: el carácter sagrado (o impuro) de personas o cosas; la índole de la
restricción que resulta de ese carácter; y la sacralidad (o impureza) producto de violar esa
prohibición.
Se pueden distinguir varias clases de tabúes: un tabú natural o directo que es el resultado
de una fuerza misteriosa; un tabú comunicado o indirecto que parte también de aquella
fuerza, pero es adquirido, o es impuesto por un sacerdote, jefe u otra persona; y un tabú
situado entre los otros dos, cuando entran en cuenta ambos factores.
Las metas del tabú son: proteger de posibles daños a personas importantes y cosas;
poner a salvo a los débiles; proteger de peligros derivado del contacto con cadáveres, del
consumo de ciertos alimentos, etc.; prevenir perturbaciones a los actos vitales como el
nacimiento, la iniciación, el casamiento, las actividades sexuales; proteger a los seres
humanos frente al poder o la cólera de dioses o demonios; resguardar a nonatos y niños
pequeños contra los peligros que los amenazarían.
Los primeros sistemas penales se remontan al tabú.
Quien ha violado un tabú, se vuelve tabú.
La fuente del tabú es atribuida a una fuerza ensalmadora inherente a personas y espíritus,
y que desde estos puede contagiarse a objetos inanimados.
El resultado de una violación del tabú, no depende solo de la intensidad de la fuerza
mágica inherente al objeto tabú, sino también del poder del mana que en el sacrílego se
contrapone a aquella fuerza.
Un tabú impuesto por un rey o un sacerdote es más eficaz que el proveniente de un
hombre común.
El psicoanálisis conoce a personas que se han creado esas prohibiciones-tabú y las
obedecen con el mismo rigor que los salvajes. Estos son los enfermos obsesivos.
Como en el tabú, la prohibición rectora y nuclear de la neurosis es la del contacto. Todo lo
que conduzca al pensamiento hasta lo prohibido, esta tan prohibido como el contacto
corporal directo.
Al igual que las prohibiciones-tabú, las obsesivas conllevan una renuncia y restricciones
para la vida, pero una parte puede ser cancelada mediante la ejecución de ciertas
acciones.
Hay una conducta ambivalente del individuo hacia el objeto. La prohibición es expresa y
consciente, pero hay un placer de contacto que perdura en el inconsciente y la persona no
sabe nada de él.
La prohibición debe su intensidad al nexo con su contraparte inconsciente.
El placer pulsional se desplaza a fin de escapar al bloqueo y procura ganar subrogados
para lo prohibido. Por eso la prohibición migra y se extiende a las nuevas metas de la
moción proscrita. Estas son acciones de compromiso.
El contacto es el inicio de todo apoderamiento, de todo intento de servirse de una persona
o cosa.
Esta transferibilidad del tabú refleja la inclinación de la pulsión inconsciente a desplazarse
siempre sobre nuevos objetos, siguiendo caminos asociativos.
Además de la ternura dominante existe una corriente contraria, pero inconsciente, de
hostilidad; donde se realiza el caso típico de la actitud ambivalente de sentimientos.
Los neuróticos obsesivos se comportan en un todo como los salvajes. Muestran la
sensibilidad de complejo para pronunciar y escuchar determinadas palabras y nombres, y
Resumen Desarrollo.

del trato que dispensan a su propio nombre derivan un buen número de inhibiciones a
menudo graves.
Los preceptos-tabú se comportan de manera bi-escindida, como los síntomas neuróticos.
Por una parte, en virtud de su carácter de restricciones dan expresión al duelo, pero, por
la otra, dejan traslucir claramente lo que pretenden ocultar: la hostilidad hacia el muerto,
ahora motivada como una obligada defensa.
Se puede hablar de una consciencia moral del tabú y de una consciencia de culpa.
El tabú es una formación social, esto es una diferencia con la neurosis obsesiva.
Animismo es la doctrina de las representaciones sobre las almas. Los primitivos creen
que las personas poseen almas que pueden abandonar sus moradas y mudarse a otros
seres humanos, son independientes de los cuerpos.
No es una religión, pero contiene las condiciones previas.
El principio que rige a la magia, la técnica del modo de pensar animista, es el de la
omnipotencia de los pensamientos relacionable con la neurosis obsesiva.
Lo decisivo para la formación de síntoma no es la realidad objetiva del vivenciar, sino la
del pensar.
Las acciones obsesivas primarias son de naturaleza mágica. Son contra ensalmos
destinados a defender a los neuróticos de las expectativas de desgracia con las que suele
comenzar su neurosis.
Es sugerente relacionar con el narcisismo la elevada estima en que los primitivos y los
neuróticos tienen a las acciones psíquicas. Entre los primitivos el pensar esta todavía
sexualizado en alto grado; a esto se debe la creencia en la omnipotencia de los
pensamientos.
Lo que nosotros, como los primitivos, proyectamos a la realidad exterior no ha de ser sino
el discernimiento de un estado en que una cosa esta dada a los sentidos y a la
consciencia, está presente, junto al cual existe otro estado en que la cosa esta latente,
pero puede reaparecer; la coexistencia de percibir y recordar, o la existencia de procesos
anímicos inconscientes junto a los conscientes.
El totemismo es un sistema que en algunos pueblos primitivos hace de religión y
proporciona la base de la organización social.
Un tótem es un objeto hacia el cual el salvaje da pruebas de un supersticioso respeto
porque cree que entre su propia persona y todas las cosas de esa especie existe un
particular vinculo.
Para los primitivos los nombres son algo esencial y lleno de significados. El nombre es
una pieza de su alma.
El tótem constituiría un lugar de refugio seguro para el alma, que era depositada en el a
fin de permanecer a salvo de los peligros que la amenazaban.
Un instinto natural pulsiona hacia el incesto y si la ley sofoca esta pulsión como a otras
pulsiones naturales, ello se funda en la intelección de los hombres civilizados de que
satisfacer esas pulsiones naturales perjudicaría a la sociedad.
La conducta del niño hacia el animal es muy parecida a la del primitivo. El niño no
muestra todavía ninguna huella de esa arrogancia que luego moverá al hombre adulto de
la cultura a deslindar con una frontera tajante su propia naturaleza frente a todo lo animal.
Concede sin reparos al animal una igualdad de nobleza; y por su desinhibida confesión de
sus necesidades, se siente más emparentado con el animal que con el adulto.
El sacrificio significaba un acto de socialidad, una comunión de los creyentes con su Dios.
Como sacrificio se ofrendaban cosas de comer y beber.
Resumen Desarrollo.

Era esencial que cada uno de los participantes recibiera su porción. Un sacrificio era una
ceremonia pública, la religión era un asunto común, y el deber religioso, una parte de la
obligación social.
Todo sacrificio conlleva una fiesta, y ninguna fiesta puede realizarse sin sacrificio.
El animal sacrificial era tratado como pariente del mismo linaje, se identifica con el antiguo
animal totémico.
Toda comida en común establece un lazo sagrado entre los comensales.
Ahí actúa la consciencia de que ejecutan una acción prohibida al individuo y solo legitima
con la participación de todos; ninguno tiene permitido excluirse de la matanza y del
banquete. Consumada la muerte, el animal es llorado y lamentado. El lamento totémico es
compulsivo, arrancado por el miedo a una amenazadora represalia, y su principal
propósito es sacarse de encima la responsabilidad por la muerte.
Los miembros del clan se santifican mediante la comida del tótem, se refuerzan en su
identificación con él y entre ellos.
El animal totémico es el sustituto del padre
El sistema totemista era un contrato con el padre, en el cual este último prometía todo
cuanto la fantasía infantil tiene derecho a esperar de el: amparo, providencia e
indulgencia, a cambio de lo cual uno se obligaba a honrar su vida.
En el complejo de Edipo se conjugan los comienzos de religión, eticidad, sociedad y arte.
El neurótico está inhibido en su actuar, el pensamiento es para él el sustituto pleno de la
acción. El primitivo no está inhibido, el pensamiento se traspone en acción; para él la
acción es un sustituto del pensamiento.

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