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NORBERTO BOBBIO

La historia vista por los perseguidores*

Durante más de una semana el libro de Angelo d'Orsi, La cultura en Turín entre las
dos guerras, ha estado en el centro de una discusión plural y llena de contradicciones.
Anticipo: el autor ya conoce mi juicio plenamente positivo sobre su obra de escrupulosa
y rigurosa documentación, que empezó desde hace años y prosiguió
ininterrumpidamente hasta su feliz cumplimiento. Me da gusto expresarlo en público.
Pero no estoy de acuerdo con las conclusiones que, en lo general, han extraído
quienes han hablado de ese trabajo, cómplices no siempre involuntarios del autor,
como un meritorio y esperado testimonio destinado a dañar la imagen tradicional de la
ciudad antifascista que fue Turín.

Contrariamente a algunos comentaristas, leí el libro entero. De los quince capítulos en


que se divide, después de los dos primeros que no tratan el tema, tres están dedicados
a Gobetti, a su actividad editorial y al gobettismo, donde aparece uno de los más
"vívidos" opositores al fascismo, el crítico y escritor Arrigo Cajumi, que debería ser
revalorado; hay un capítulo con olor a santidad dedicado al joven antifascista Pier
Giorgio Frassati; otro a la obra patrocinada por el mecenas de Riccardo Gualino, quien
termina confinado por órdenes de Mussolini; otro más a la valiente iniciativa editorial de
Giulio Einaudi.

No falta un capítulo sobre el Turín así llamado "racional" de la Fiat y del Politécnico, en
donde destaca un "antifascista declarado" como Gustavo Colonnetti. En el libro se
encuentran también noticias minuciosas sobre varios sucesos culturales turineses, que
no tienen nada que ver con el fascismo, como La Slavia, los dos pequeños editores
Ribet y Buratti, y la inteligente, cosmopolita y provocadoramente antifascista Biblioteca
Europea de Antonicelli-Frassinelli. También el futurismo, que merece un capítulo, se
presenta como una corriente artística que "nunca será acogida por Mussolini".

En el campo del arte, se da amplio espacio a las enseñanzas de Lionello Venturi, uno
de los pocos profesores que rechaza el juramento impuesto por el fascismo, y a la
escuela "antifascista" de los "seis pintores", con Carlo Levi entre otros, el famoso grupo
que se forma bajo la guía moral e intelectual de Felice Casorati, amigo de Gobetti.

¿Y la cultura fascista? Toda se halla concentrada en el capítulo que tiene por


protagonista a Pietro Gorgolini y su órgano oficial Il Nazionale. Resulta que ni el
primero ni el segundo dejaron una huella duradera en la cultura turinesa. Sólo al final
del libro el manto negro del fascismo baja sobre nuestra ciudad con la reaparición del
viejo y cada vez menos autorizado Cesare Maria de Vecchi, historiador de la
monarquía saboyana y del Resurgimiento. Pero es una aparición de la que un testigo
como yo sólo recuerda algunos chistes que circulaban en aquel entonces entre
aquellos detestables intelectuales fascistas. Tal vez d'Orsi no los conoce pero, si le
place, podría contarle alguno. Considero, por lo tanto, tener buenas razones para
confirmar el juicio sobre la ausencia de una cultura fascista (juicio en el que me da
gusto coincidir con Massimo Salvadori), resumido en el librito Treinta años de historia
de la cultura en Turín, que d'Orsi se propuso refutar.

Ya dije que la interpretación de un Turín fascista de hueso duro sirve de apoyo al


mismo d'Orsi: el severo juicio que hace sobre esta cuestión en las últimas páginas de
su libro, cuando sostiene que muy pocos fueron fieles al lema gobettiano: "salvar la
dignidad antes que la genialidad", arroja una luz siniestra sobre todo el asunto. ¿Y
cómo no admitir que hubo acuerdos y arreglos? En lo que a mi concierne, ya hice
público mi mea culpa.*

Pero a veces el censor va, aparentemente sin razón, más allá de la señal cuando
afirma, por ejemplo, que la mayoría de los que no se comprometieron lo hicieron por
necesidad o incluso por casualidad; o bien que el único de los "seis pintores" que no
estaba inscrito en el partido era Carlo Levi, aunque también tenía credencial, la del
sindicato. Y si Levi se comprometió en la lucha contra el fascismo, lo hizo quién sabe
por qué, con "cierta superficialidad" y superficialmente se me antojaría agregar que fue
arrestado y enviado al exilio.
Angelo d'Orsi comete el error, se lo hago notar como amigo, de confundir el
comportamiento práctico, a menudo reprochable, de la mayoría de los intelectuales,
con las obras que, a pesar del escudo en el ojal, éstos escribían en los mismos años.
Confusión imperdonable. El célebre Vittorio Cian enseñaba, en el curso al que asistí en
la época, el Cortesano de Baldassarre Castiglione; y el finísimo crítico y literato
Ferdinando Neri, quien era también, siendo fascista, director de la Facultad de Letras,
dejaba apreciar en sus límpidas clases la poesía francesa del siglo XV. ¿Por otra parte,
cuál es el argumento del libro: la "cultura" en Turín, como se lee en el título, o la
condescendencia de los hombres de la cultura con el fascismo? ¿Acaso no son dos
problemas completamente diferentes? Además, en este centenar de páginas
raramente se deja entrever cuáles fueron las condiciones de vida en un Estado
policiaco, sobre todo para los intelectuales y periodistas que no podían desarrollar su
trabajo sin tener la credencial del partido fascista. De esta manera, se termina por
invertir la relación entre la víctima y el perseguidor. Fabio Levi escribió en este mismo
periódico [La Stampa] acerca del pobre judío fascista que terminó en un campo de
concentración: "Si, por ejemplo, muchos judíos fueron inducidos al bautismo por la
persecución racial, ¿a quién se debe atribuir la responsabilidad de aquel acto: al
convertido o a su perseguidor?"

En alguna ocasión afirmé, pero hoy lo repito con fuerza, que históricamente es mucho
más indecente que un secretario de educación pública, inspirado nada menos que en
Giovanni Gentile, haya impuesto a los profesores universitarios el juramento de
fidelidad al régimen que el hecho de que sólo unos cuantos se hayan rehusado a jurar.
Si el ingreso al partido era condición necesaria para poder enseñar, ¿quién era la
víctima y quien el culpable: el profesor que solicitaba la credencial o el régimen que se
la había impuesto? En las páginas del libro, el acusado de abominación nunca es el
régimen despótico, sino siempre quien se le somete. Sé bien que se corre el riesgo de
caer en el error de expresar juicios sumarios sobre el comportamiento blando y a
menudo vil de muchos intelectuales en aquellos años, sin haberlo vivido en persona y
juzgándolos desde una situación completamente diferente, en la cual se puede hablar
mal de los poderosos del día sin sufrir ninguna consecuencia. ¿Pero d'Orsi sabe o no
sabe que el filósofo Piero Martinetti fue arrestado porque secuestraron una carta en la
que se alegraba de que yo hubiese aceptado colaborar con la Revista de Filosofía que
era, según él, una de las pocas revistas aún libres? ¿Sabe o no sabe que el abogado
Carlo Vinca, mi buen amigo, fue arrestado porque una noche en una amigable
conversación en una sala de amigos pronunció un juicio desdeñoso sobre Mussolini? Y
podría fácilmente citar muchos otros casos. ¿Sabe o no sabe -y sí lo sabe muy bien-
que Vittorio Foa fue condenado a veinte años en prisión, lugar donde permaneció por
ocho años, desde 1935 hasta 1943, por haber realizado actos de propaganda oral y
escrita en contra del régimen?

Sólo en un reciente artículo, que apareció en Liberazzione el 20 de mayo, d'Orsi se


hace la pregunta: "¿Qué habría elegido yo si hubiera estado en el lugar de un profesor
universitario en 1931, entre un odioso juramento de fidelidad a Mussolini y la pérdida
del puesto?" Y responde que no se puede emitir condenas morales sobre el
comportamiento de los intelectuales de aquel entonces. ¿Pero qué es si no una
condena moral, y además con un despiadado juicio definitivo, la que se lee en las
últimas líneas del libro: "El hombre de cultura [...] creyó poder renunciar tranquilamente
a su propia dignidad, no sólo contribuyendo de tal manera a la consolidación del
régimen mussoliniano, sino también para sentar las bases de una ejercicio servil [...] de
su propio papel"?

Así fue como el libro de un antifascista militante, como d'Orsi en diferentes ocasiones
se ha declarado y efectivamente lo es, terminó provocando el artículo anónimo del
periódico Il Foglio del pasado 10 de mayo intitulado: "El fascismo finalmente no era tan
malo". Sin más qué decir, un buen resultado.

Traducción del italiano de Clara Ferri.

Norberto Bobbio, "La historia vista por los perseguidores ", Fractal n° 20, enero-mrzo , 2001, año 5, volumen
VI, pp. 141-145.

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