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¿Qué es la ideología?

¿Qué es la ideologia? En este artículo elaboramos un análisis sobre sus


implicaciones psicológicas.
por Adrián Triglia

La política es un aspecto de la vida en común que, a pesar de afectarnos a todos en nuestras


vidas, parece ser ampliamente repudiado. La vinculación de la esfera de lo político al ejercicio
de unas élites que se encargan de sintetizar la caótica “voluntad popular” mediante una especie
de alquimia electoral es algo que, cuanto menos, genera desdén por su ineficacia a la hora de
introducir cambios satisfactorios para toda la población en los ámbitos económico y social.

Sin embargo, aún son pocas las personas que cuestionan la democracia participativa clásica,
ateniéndose a la lógica del mal menor. Se trata, aparentemente, de una postura de centros, que
no cae en extremismos. Cabría preguntarse, sin embargo, cuál es la naturaleza psicológica
del centro político, y en qué medida está diferenciada de modos de pensar alternativos. Para
ello, primero tendríamos que abordar el concepto de ideología.

¿Qué es la ideología?
Clásicamente se ha entendido la ideología como un sistema de ideas fundamentales que definen
un modo de pensamiento político, religioso, cultural, identitario, etc. propias de una persona o
colectividad. Es decir, en cierto modo se pone el acento en lo atemporal y en el grado en que
esas ideas definen y son definidas por la persona o colectivo que las ostentan.

Desde el punto de vista de la cognición es muy cómodo entender el concepto de ideología


como algo inmutable. Las categorías estancas y fijas no conducen hacia la contradicción,
promueven formas de pensar conservadoras: ser anarquista implica no ir a votar en las
elecciones generales, ser de derechas implica defender la flexibilidad laboral. “No voto porque
soy anarquista, soy anarquista porque no voto. Se trata de un razonamiento prácticamente
tautológico con los engranajes internos perfectamente engrasados.

La complejidad de nuestra concepción del mundo


Sin lugar a dudas, creer en las ideologías fijadas apriorísticamente es confortable. Sin
embargo, esta creencia tiene el problema de ser totalmente irreal. Pensar que las personas
tenemos conceptos, sistemas de categorías y “circuitos del pensamiento” fijados en el tiempo o
incluso “propios de nuestro ser” es una forma de dualismo que va en contra de todo lo que
sabemos acerca de la psicología y la neurociencia. Hoy sabemos que cualquier idea es en
realidad fruto de una red de relaciones neuronales en continuo cambio, incluso durante la vejez.
No existen maneras fijas de ver la realidad, y por lo tanto aún menos existen las maneras de
pensar “propias de…” si tenemos en cuenta que estas están en continuo cambio. De igual modo,
tampoco las definiciones acerca de ideologías políticas propias de la literatura académica existen
al margen de un lector que interiorizará esas ideas bajo la luz de sus experiencias pasadas y
presentes y que además orientará sus conclusiones de acuerdo a sus objetivos e intereses.

Entre ideas, prejuicios y voluntades


Cualquier idea existe porque ciertas asociaciones entre ideas y percepciones de menor jerarquía
silencian otras posibles asociaciones de ideas. Lo que ocurre que se dan asociaciones de ideas en
el seno de un proceso de competencia y convergencia de varios fragmentos de conocimiento,
impulsos biológicos, valoraciones subjetivas y conclusiones del pensamiento deliberado, tal y
como señala Joaquín M. Fuster en Cerebro y Libertad (2014). Esto pasa continuamente, incluso
mientras dormimos. Como consecuencia, nuestro pensamiento no está guiado rígidamente
por un solo principio integrador como el “ser de derechas” o “ser pacifista”, etc.

El término “ideología” se refiere sólo a aquellos lineamientos generales que definen modos
de pensar, pero a la vez implica un reduccionismo inevitable a la hora de estudiar algo,
compararlo con otras cosas, etc. Es útil hablar de ideologías, pero hay que tener en cuenta
que lo que se da en la realidad es otra cosa: pensamientos únicos e irrepetibles,
profundamente originales aún a pesar de estar basados en vivencias, memorias y conocimientos
previos, guiados sólo en parte por el pensamiento deliberado.

Esta conclusión tiene implicaciones serias. Renunciar conscientemente a nuestra capacidad


para reducir la política a sistemas filosóficos herméticos y autónomos propuestos “desde arriba”
implica pensar en la política como una función que no es propia de órganos centrales de
decisión. Implica, a fin de cuentas, decirle adiós al monismo ideológico, a la política de manual.
TÓPI COS

 POLÍ TICA
 IDEOLOGÍ A
 SOCI EDAD

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