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S ección de O bras de H istoria

¿DE QUIÉN ES LA TIERRA?


MARCO PALACIOS

¿De quién es la tierra?


PROPIEDAD, POLITIZACIÓN Y PROTESTA CAMPESINA
EN LA DÉCADA DE 1930

Universidad de
p a
los Andes
m Faorltad de Admirmtiación
Primera edición, 20) )

Palacios, Marco
¿De quién es la tierra? Propiedad, politización y protesta
campesina en la década de 1930 / Marco Palacios, - Bogotá :
FCE, Universidad de los Andes, 2011
256 p .; 23 x ) 7 cm - (Colee. Historia)
Contiene: hemorografía y bibliografía
ISBN 978-958-38-0165-5

1. Economía - Agricultura - Colombia 2. Derecho Agrario -


Colombia - 1930 3. Colombia - Condiciones económicas
4. Colombia - Política y gobierno I. Ser. II. t.

LC HD9199 Dewey 338.1 P525d

Distribución mundial

© Marco Palacios, 2011

O Universidad de los Andes. Facultad de Administración, 2011


Calle 21 No. 1 - 20 Ed. SD, Bogotá, Colombia

© Fondo de Cultura Económica, 2011


Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D.F.
www.fondodcculturaeconomica.com

© Ediciones Fondo de Cultura Económica Ltda., 2011


Calle 11 No. 5-60, Bogotá, Colombia
www.fce.com.co

Diseño y diagramación: Vicky Mora


Diseño de portada: Ignacio Martínez-Víllalba
Fotografía de portada: Reunión de jóvenes campesinos en el Almendral,
Cundinamarca. Autor no identificado, tomada en agosto de 1936.- Colección
Ricardo Rivadeneíra Vetásquez, Bogotá.

ISBN: 978-958-38-0165-5

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede


ser reproducida, ni en todo ni en parte, por ningún medio
inventado o por inventarse, sin el permiso previo, por
escrito, de la editorial.

Impreso en Colombia - Prirtled w Colombia


A la memoria de Gerardo Molina, Luis Villar Borda, Jorge Child y
Eduardo Umaña Luna, m is maestros de la Facultad de Derecho
de la Universidad Ubre de Colombia.
La tierra no podrá venderse definitivamente,
porque la tierra es mía, y ustedes son para mí
como extranjeros y huéspedes.

Levítico, 25, 23
In d ic e

Agradecimientos.............................................................................................. 15
Prefacio............................................................................................................ 17

C apítulo i

El problema.....................................................................:................................ 19
Preliminares................................................................................................ 19
Los tem as.................................................................................................... 21
Sobre "la superestructura jurídica"......................................................... 26
En el 2010.................................................................................................... 29
Los lugares.................................................................................................. 32
Descripción estadística y cartográfica de la propiedad
rural en Cundinamarca....................................................................... 37

C apítulo ii

Campesinos y propiedad.................................................................................; 51
¿De qué campesinos hablamos? .............................................................. 51
Los "estudios campesinos"........................................................................ 56
Sobre las movilizaciones........................................................................... 59
Sobre "el rebelde racional"........................................................................ 64
El concepto de mentalidad propietaria................................................... 65
Moral y derecho.......................................................................................... 68

C apítulo iji

Sobre el "individualismo agrario" colombiano............................................. 71


Propiedad, utilidad y mercado.................................................................. 71
Un esbozo histórico de la propiedad de la tierra en Colombia............. 74
El "absolutismo" de las codificaciones........................ 78
Sobre la seguridad jurídica y otras asignaturas pendientes.................. 84
La apropiación de los baldíos en el orden social y legal....................... 85
El caso de la Colonia Agrícola de Sum apaz............................................ 92
Colonización y violencia............................................................................ 94
11
12 ÍNDICE

C apítulo iv

La cuestión campesina y los avalares del Estado liberal oligárquico......... 99


La doble crisis de 1930.............................................................................. 99
Deslegitimación a medias del latifundismo
y haciendas de ca fé............................................................................. 106
Marginación y conflictos de las haciendas............................................. 111
Fraccionamientos....................................................................................... 113

C apítulo v

El Estado liberal intervencionista................................................................... 119


La propiedad no es para gente "sin sentido del orden"......................... 119
Los conflictos laborales y los estándares
de la Organización Internacional del Trabajo, oit ......................... 124
La hipótesis de los "dos conflictos"........................................................ 125
Mensaje a los hacendados cafeteros:
"nadie viaja lejos en el carro del abuelo".......................................... 127
"El indio no se resigna ya a la felicidad del animal doméstico".......... 130
Sobre "las causas del conflicto" .............................................................. 134

C apítulo vi
*4
Politización y campesinos..........................................' ...........i........................ 139
La disputa por los campesinos inconformes........................................... 139
La clase política y el cliché del feudalismo en Colombia...................... 141
Tradiciones de violencia y conspiración.................................................. 146
La política en el m unicipio........................................................................'150
La “bolchevización": de las bananeras a V iotá....................................... 156

C apítulo vu

De una plaza de pueblo a los linotipos bogotanos........................................ 165


Tragedia en la plaza de Viotá.................................................................... 165
Los Liberales: devoción a la palabra im presa......................................... 179
Gaitán caudillo: imprenta y m icrófono.................................................... 184
El embeleco del “Frente Popular"................... ?........................................ 190
ÍNDICE 13

C apítulo viii

La compostura de la Ley 200 de 1936.......................................................... 193


Los Liberales en plan de legisladores.................................................... 195
El Congreso de 1936.......................................................................,......... 204
La Ley 200 y la reforma agraria............................................................... 210
La “superestructura jurídica”, de nuevo................................................. 212

Epílogo............................................................................................................ 215
En el corto plazo: el apaciguamiento de los arrendatarios.................. 216
Los colonos "comunistas” ........................................................................ 220
Viotá: la invención de la tradición.......................................................... 226
¿Lecciones? .............................................................................................. 232

Referencias.................................................................................. :.................. 235


Archivos..................................................................................................... 235
Hemerografía (años dispersos)................................................................ 235
Bibliografía............................................................................................... 236
AGRADECIMIENTOS

Sin la crítica, estímulo y aliento moral de Alicia Puyana el presente estudio


nunca hubiera llegado a término. En 2009 Rocío Londoño leyó uno de los
últimos borradores y me entregó un conjunto de observaciones generosas,
ecuánimes e informadas. A comienzos del 2010 tuve la fortuna de dialogar
con los profesores de Derecho Privado de la Universidad de los Andes, Mau­
ricio Rengifo Gardeazábal y Miguel Villamizar, quienes tuvieron la paciencia
de leer las secciones legales del trabajo, orientaron mis barruntos y me acla­
raron nuevas perspectivas de la ciencia jurídica. A todos ellos, mis gratitu­
des, así como a los árbitros del manuscrito que encomendó la Facultad de
Administración de la Universidad de los Andes (2009) y el Fondo de Cultura
Económica, Colombia (2010). Espero haber aprovechado sus observaciones
cordiales, precisas y siempre útiles.
No puedo dejar de reconocer la colaboración de dos Asistentes Gradua­
dos de la Universidad de los Andes, Virgilio Alejandro Ramón Trillo, de la
Facultad de Administración, por la verificación de algunas fuentes de prensa
y la transcripción de los datos catastrales a un medio electrónico y David
Eduardo Gelvez Álvarez, de la Facultad de Economía, por la creación del
histograma de esos catastros. La geógrafa Ana María Silva Campo preparó
en 2007 el mapa de las zonas climáticas predominantes en los municipios
cundinamarqueses y el mapa de la estratificación municipal de la propiedad
en Cundinamarca, 1935, fue elaborado por Raúl Lemus Pérez en Sistemas
de Información Geográfica de El Colegio de México.
Como todo autor de una obra académica estoy en permanente deuda
con los autores de la bibliografía que la hizo posible. En estas páginas enta­
blo diálogo con la producción especializada sobre Colombia; hago un esfuer­
zo de discernimiento de sus zonas luminosas u oscuras; también de las gri­
ses. Los términos de los debates y de los conceptos son tan conocidos que
me pareció farragoso citarlos a todos en el texto, salvo, claro está, cuando se
hacen referencias puntuales.
El Colegio de México y la Facultad de Administración de la Universidad
de los Andes, en mis periódicas estadías en Bogotá, han sido el hogar acadé­
mico en cuyo seno pude realizar este trabajo. Los yerros y limitaciones son
sólo míos.

M arco P a la c io s
MÉXICO, D. F., OCTUBRE DE 2 0 1 0

15
PREFACIO

Este Jibro avanza hacia e) punto de partida. Creo que la primera idea de es­
cribirlo surgió en 1975, a raíz de "La ley 200 de 1936 y la modernización del
derecho agrario", informe de investigación que presenté a la Fundación
Ford, Bogotá, (inédito, 130 páginas). Éste fue un importante insumo de la
tesis doctoral presentada en la Universidad de Oxford en 1977, una base de
El café en Colombia, 1850-1970: Una historia económica, social y política,
obra con cuatro ediciones en español (1979, 1983, 2002 y 2009), todas dife­
rentes entre sí (de allí que se las cite según el caso), complementada con "La
propiedad agraria en Cundinamarca, 1880-1970: un esbozo sobre la socie­
dad de las tierras templadas. Borrador de discusión" (1981 )*. Algunas seccio­
nes de este último trabajo, incorporadas en la segunda edición de El café en
Colombia y conservadas en la tercera de 2002, fueron eliminadas en la de
2009. Estaba en marcha este libro y yo en la tarea de hacer relecturas, em­
prender otras nuevas y empaparme de la bibliografía reciente123. Y, puesto que
toda historia se escribe desde el presente, el torrente de acontecimientos
mundiales y nacionales de las últimas décadas me puso a repensar, replan­
tear, precisar.
Las fuentes primarias de la investigación están desperdigadas: unos
cuantos pactos laborales suscritos en la Oficina Nacional del Trabajo (1925-
1950) y algunos consignados en escrituras públicas (notarías de Bogotá, La
Mesa y Tocaima); secciones de los archivos de la Caja de Crédito Agrario,
Industrial y Minero, en particular las de parcelaciones de haciendas (1926-
1961); boletines oficiales y del Congreso; prensa de la época (incompleta, dis­
persa y no siempre bien conservada en los fondos de la Biblioteca Nacional y
la Luis Ángel Arango).
Hablar de años treinta es una convención para referir las aceleraciones
transcurridas de c. 1925 a 1945 que, en lo político, dejan la impresión de ha­

1En la Biblioteca Luis Ángel Arango hay copias de la tesis doctoral, [338.17373/P15c4] y de
la citada ponencia [330.01/P55p] presentada en el simposio sobre "El Mundo Rural Colombia­
no" que se reunió en diciembre de 1981 en la sede de la Fundación Antioqueña de Estudios So­
ciales, faes, Medellín. Ver también Marco Palacios (1979a, pp. 171-191).
2Las ediciones de El café en Colombia, 1850-1970: Una historia económica, social y política,
son: Ia ed., Bogotá, Editorial Presencia/ Fedesarrollo, 1979; 2a. ed., México, El Colegio de Méxi-
co/El Áncora, 1983; 3a. ed., Bogotá, Editorial Planeta/El Colegio de México/Facultad de Admi­
nistración de la Universidad de los Andes, 2002 y 4a. ed., México, El Colegio de México, 2009. En
inglés fue publicado por Cambridge University Press, 1980, reimpresa en el 2002, En la edición
de 2009 ofrecí un nuevo capítulo, la Introducción, que es una síntesis interpretativa de la histo­
ria cafetera mundial y colombiana desde sus inicios hasta comienzos del siglo xxt.

17
18 PREFACIO

ber tocado cénit en el trienio 1934-1936. El antes de los años treinta fue la
ratificación de un conservadurismo integral como consecuencia de la derro­
ta Liberal en la Guerra de los Mil Días. El después marcó el triunfo de la
contra-revolución preventiva so pretexto de las revueltas populares del 9 de
abril de 1948, que remachó la ideología política de La Violencia. Este encua­
dre facilita la comprensión de los sucesos que aquí analizamos. Por demás,
es sabido que no bien enfriaban los rescoldos de La Violencia en las décadas
de 1960 y 1970 cuando, ante la fabricación de un miedo continental a la
"amenaza Castro-comunista", resurgió la cuestión campesina y, desde atala­
yas opuestas, los años treinta sirvieron de referencia. Así aparecieron nuevos
relatos históricos y nuevas agendas políticas. Con el correr de los años, las
historias paralelas o trenzadas de guerrillas, narcotráfico y paramilitares
ocultaron, más aún, las raíces agrarias de la pacificación de la sociedad co­
lombiana. Aclaremos, sin embargo, que los acontecimientos posteriores a c.
1945 están más allá de los límites de este trabajo, aunque doy breve cuenta
de ellos en el epílogo, en tanto que consecuencias de los años treinta.
Salvo en las citas entrecomilladas, a lo largo del texto el vocablo '‘liberal"
lleva minúscula cuando se refiere al liberalismo como una visión del mundo
plasmada en la historia moderna y contemporánea de Occidente; filosofía
política, ética, talante. Un principio similar se aplica a "conservatismo” y a
"comunismo". En las referencias a los partidos Liberal, Conservador y Co­
munista de Colombia, esos vocablos siempre van con mayúscula.
Código Civil se abrevia a cc.
Desde ahora mismo valga aclarar que en este libro no aparecen entornos
sociales del mundo rural y campesino tales como las reglas morales, la vida
familiar, la crianza de los niños, el papel de la eseuela, de la religión o de la
generación. '
Se dice que la relevancia de trabajos como el que aquí presento depende
de la forma en que se juzgue válida la síntesis de las fuentes, primarias y se­
cundarias, y el aparato conceptual. Este asunto está en manos del lector.
C a pítu lo i
EL PROBLEMA

P r e l im in a r e s

Desde la expulsión del paraíso los hombres se preguntan de quién es la tie­


rra. Esta cuestión busca solucionar un problema de proporciones bíblicas: la
pacificación de naciones, pueblos, tribus, clanes y familias, no importa su
condición o su localización en el planeta. En algún punto de cada época los
contemporáneos parecen abrigar la esperanza, o acaso la certeza, de haber
hallado la respuesta perfecta, algo así como volver al Edén. Desde las más
antiguas civilizaciones se sabe, sin embargo, que en la propiedad de la tierra
no existe la equidad absoluta ("derechos perfectos" en una jerga reciente) y
que buscarla sería tratar de abarcar lo inabarcable, aunque pueda haber mé­
todos de conocer aproximadamente qué tan cerca o qué tan lejos se está del
equilibrio. Es, pues, una materia de justicia y moralidad; de azar y de tan­
teos en la distribución.
Argumentamos en este libro que la sociedad colombiana está lejos de
zanjar la cuestión y, aun más, que ni siquiera ha conseguido plantearla con
sinceridad; que perdió una gran oportunidad en los años treinta del siglo
pasado1. En esta línea, ofrecemos una interpretación d éla lucha política e
ideológica en tom o a las reglas de asignación de los derechos sobre la tierra
en una República de mayorías campesinas al mando de clases dirigentes civi­
listas que, en la matriz de la Revolución de independencia, fueron adquirien­
do destrezas en el manejo oligárquico de la democracia representativa. En el
período que nos ocupa, esas oligarquías se vieron apremiadas a reformar, ti­
moratamente, el régimen legal de tierras. No les alcanzó; no nos alcanzó.
Este libro presta atención especial al derecho de propiedad que involu­
cra simultáneamente la política y lo político, y pone el acento en las formas
de politización rural y en las respuestas de los tres niveles descoordinados
del Estado colombiano: el central o nacional, la miríada de niveles munici­
pales y ese débil nexo institucional entre los dos que resultó ser el departa­
mento. Se ilustran someramente las relaciones del Estado, los terratenientes 1

1 AJbert Berry sintetiza maravillosamente este asunto en Berry (2002, pp. 32-40). Sobre la
dimensión política, ver Fajardo (2001, pp. 5-19).

19
20 EL PROBLEMA

v los campesinos sin tierra mediante un enfoque de dos aspectos conflictivos


en las provincias cundinamarquesas del Sumapaz y el Tequendama. El pri­
mero concierne directamente al Estado: las adjudicaciones de bienes bal­
díos; el otro, más de ámbito "privado", involucra las relaciones laborales en
las haciendas de café.
Ahora bien, a diferencia de las clases altas y educadas, los campesinos
no son dados a escribir textos políticos. Tampoco sus voceros y representan­
tes transcriben lo que ellos les dicen. La circunnavegación del lenguaje de los
documentos que aquí se ofrece no pretende desentrañar la "semiótica cultu­
ral" subyacente ni, mucho menos, sustituir la thick description del trabajo
etnográfico (Geerlz, 1973). Reconocerlo no equivale a decir que ronden por
estas páginas marionetas movidas por un destino inexorable, oculto en las
manos del autor en plan de titiritero. Así, por ejemplo, las fuentes dejan en­
trever que, en el intento de saltar a propietarios, los campesinos pensaron
bien las opciones de usar o no los recursos discursivos y organizacionales
que los políticos pusieron a su disposición. Optaron por las vías legales que,
por supuesto, podían dar lugar a ocasionales desenlaces sangrientos12.
No hay un lugar del mundo donde los campesinos no sepan que rebelar­
se es poner el mundo patas arriba y en peligro existencial a sus familias. Los
arrendatarios, por ejemplo, eran puntal de estabilidad de las haciendas cafe­
teras que, a cambio, les aseguraban ingresos y estatus difíciles de encontrar
en otra parte. Una evicción los forzaría a buscar la vida monte adentro y los
haría retroceder a la situación más precaria y más azarosa de los colonos.
Quizás porque algunos manuales de derecho romano definían como "co­
lono" al arrendatario de predio rústico, persuadidos por abogados, tinterillos
y políticos, grupos de arrendatarios cundinamarqueses se declararon colonos,
es decir, cultivadores con "morada y labranza" en terrenos baldíos y en espera
de un título de adjudicación. El hecho de que algunas haciendas de café se
establecieran con base en unos “contratos a partida" —mediante los cuales
una familia campesina desmontaba tierra virgen y formaba una sección de
cafetal en un lapso de cuatro a cinco años, a cambio del usufructo de una par­
cela de pan coger adyacente—, hizo aún más confuso el panorama legal de
colonos y arrendatarios (Gaitán, 1976, pp. 55-63; Palacios, 1979b, p. 136).
Se dio por sentado que la Ley 200 de 1936 había resuelto la confusión y
cancelado la deuda histórica. No fue así3. Aparte de la necesidad de superar
el énfasis legalista de la premisa, valga subrayar una observación perspicaz
del geógrafo Camilo Domínguez sobre cómo la colonización colombiana re­
produce, amplía y agrava los problemas agrarios del país:

1 Una pequeñísima muestra de “voces campesinas" se encuentra, por ejemplo, en cinco car­
tas que publicó Acción Ubera!, n° 23. febrero de 1935, pp. 1027-33.
3Ver, por ejemplo, Londoño (2009a) y Londoño (2009b, pp. 47-115).
EL PROBLEMA 21

Existe !a utopía, siem pre ideológicamente renovada, que la colonización puede


resolver, por sí m ism a, los problem as del minifundio, las luchas por la tierra y, la
violencia política. Eso puede ser la esperanza del oprim ido pero no la realidad de
una sociedad agobiada por conflictos sociales que se enseñó a esconderlos pero
no a solucionarlos. No se puede olvidar que quien migra hacia las regiones de
colonización no es sólo el colono pobre, porque detrás de ó) llegan tam bién el
capital y los aparatos del Estado. El colono pobre es un campesino cuya raciona­
lidad económica, basada en la acum ulación simple de su trabajo y el de su fami­
lia, lo convierte en presa fácil para la especulación y la expropiación de este tra­
bajo. Por lo tanto, colonizar no resuelve los problemas más graves de nuestro
país, sólo los am plía (Domínguez, 1986, p. xi).

Actualmente hay más conocimiento y sensibilidad sobre el tema. Alfredo


Molano, un investigador entrenado en la sociología, ha empleado métodos
del periodismo y la literatura para construir nuevas narrativas en tom o a los
mundos intrincados de la colonización colombiana de la segunda mitad del
siglo pasado en adelante. Aparte del compromiso con sus ideas políticas y
sociales, que no juzgamos aquí, los cuadros que emergen de su copiosa pro­
ducción proporcionan al lector imágenes vividas y conmovedoras que, entre
otras cosas, corroboran la tesis de Domínguez4.

LOS temas

Campesinos comunistas en Viotá y umristas y panistas, llamados agrarios, en


Fusagasugá, el oriente del Tolima y el Alto Sumapaz, fueron minorías ruido­
sas e insólitas que se movilizaron por la tierra en la Colombia de los años
treinta5. En este libro se describen y analizan someramente los puentes que
tendió la clase política, "la clase más ruidosa”, con esos movimientos y se
ofrece una síntesis interpretativa de la cuestión agraria6. No es, por tanto,
una historia comprehensiva y encarezco al lector tenerlo en cuenta.1

1 Baste mencionar al respecto, Molano (1989a; 1989b; 1987; 1994), Y, para una perspectiva
que compara dos momentos con un siglo de diferencia, de Calazans y Molano (1988).
5Uniristas se llamaban los simpatizantes de la Unión Nacional de Izquierda Revolucionaria,
unir , fundada y organizada por Jorge Eliécer Gañán (octubre de 1933-mayodc 1935). Agrarisías
y Panistas era el nombre de los simpatizantes del Partido Agrario Nacional, pan, fundado por el
caldense Erasmo Valencia, conocido líder agrario del Sumapaz desde los años veinte. El pan
pretendió reemplazar la unir y se disolvió a la muerte del fundador, en 1949, Juan de la Cruz
Várela asumió entonces el pleno liderazgo de los colonos del Sumapaz.
bPalacios (1982) reproducido en La cíase más ruidosa y otros ensayos sobre política e historia
(2002a). Allí subrayé el pape! del taller político en la formación de la clase política que, corrió a
la par con la incapacidad del "cachaco conquistador" de cumplir su cometido civilizador hege-
mónico.
22 EL PROBLEMA

En un mapa de Colombia, y aun de Cundinamarca y el Tolima, las pro­


testas campesinas de los años treinta formaban pequeñas manchas, aunque
en la historia nacional ocuparon espacios más amplios. Localistas y perso­
nas política e ideológicamente apartadas de la enorme masa pasiva de pe­
queños y medianos propietarios de Colombia, los antagonistas de este libro,
fueron expresión de ese momento histórico en que el problema campesino
quedó entretejido a una trama nacional caracterizada por la crisis de transi­
ción política y del Estado. Sus protestas dieron pie a que una renovada clase
política propusiera cambios legales de modo que el Estado colombiano tu­
viese vigencia en cada municipio. Gracias a las protestas, la clase política
modificó percepciones, visiones y puntos de vista sobre la vida rural y sobre
el lugar de los campesinos en un mundo posible de colombianos iguales ante
la ley. Aunque las movilizaciones tuvieron efectos locales, no arañaron las
estructuras fundamentales de desigualdad social, atraso técnico y concentra­
ción de la propiedad agraria del país.
El esquema que aparece a continuación ofrece una síntesis de las situa­
ciones descritas someramente en el libro. En la columna izquierda se enu­
meran los entornos geográficos, económicos, sociales, legales y políticos. La
segunda columna, en la que aparecen situaciones, agentes y organizaciones,
está divida en dos: arrendatarios y colonos que dejan ver cómo unos y otros
debieron maniobrar en entornos diferentes, sin que de esto pueda deducirse
algún tipo de determinismo.
Aclaremos desde ahora que los entornos geográficos, socioeconómicos y
etnográficos han sido objeto de investigación y análisis, dentro de los que
debe mencionarse la contribución sustancial de’varias generaciones de in­
vestigadores colombianos y extranjeros citados a lo.largo del trabajo.
Este libro examina temas de política y derechd y procura dar más cuerpo
y textura a la "pregunta obsesiva” formulada en relación con la naturaleza de
las haciendas de café y los entornos de las sociedades de colonización: "¿Ca­
pitalismo o feudalismo?”(Palacios, 1979b, pp. 171-172). Esta cuestión, de en­
trada, se sitúa por fuera de un debate moralista como el que propuso en
1914 Jesús del Corral, presidente de la Sociedad de Agricultores de Colombia,
sa c , con el llamativo título "Por los siervos de la gleba1
'7. Nuestra pregunta
también evade el campo de entelequias tales como la del "orden hacendario”
(la "encomienda-hacienda", la "hacienda señorial" y otras variedades nunca
bien definidas aunque se nos aparecen con el don de la ubicuidad) que, desde
los primeros tiempos coloniales al presente, supuestamente habrían integra­
do socialmenle a los colombianos, cubriendo todo el país y alcanzando todos

7 Revisia Nacional de Agricultura, n° 120, junio de 1914. El tono moralista es patético, aun­
que del Corra] aspira a encontrar soluciones concretas antes que se desencadene la "revuelta
niveladora" contra "los patrones", pp. 9-10.
EL PROBLEMA 23

C uadro i . l . Guía de lectura

Agentes, organizaciones y situaciones ca. 1930


Entornos Anendataños Colonos de Cundinamarca
de haciendas de café y el oriente del Tolima
Tipos dom inantes Acceso restringido: "latifun- Libre acceso campesino:
de ocupación dism o de frontera": El Te- "frontera abierta": Alto Su-
territorial y quendam a y tierras cafeteras m apaz y tierras cafeteras del
localización del nSumapaz. Abiertas siglo oriente del Tolima. Abiertas
xix. Densidades de población siglo xx. Densidades de po­
relativam ente altas blación bajas

Producto Café y productos tierra tem ­ Papa (colonos) y café (em ­


principa] plada (todas las unidades) presas colonizadoras)

Tipos de unidad H aciendas cafeteras Latifundios y em presas colo­


productiva Propiedad media nizadoras (café)
Pequeña propiedad Propiedad media
Colonos en posesión

Regím enes A rrendam iento de estancias Form as im precisas de arren ­


laborales en intercam bio p o r trabajo dam iento y aparcerías
Subarrendam iento Jornaleros
Aparcerías
Jornaleros

Soluciones Parcelaciones de haciendas Colonias agrarias


experim entales

Principales orga­ pee, Casa Liberal y sus ligas unir, pan, gaitanistas,
nizaciones políti­ agrarias y sindicatos Casa Liberal, olayistas y sus
cas y sociales ligas agrarias y sindicatos

Base del régim en Código Civil Código Fiscal


jurídico

los niveles analíticos de las relaciones productivas a las prácticas de poder y


a los sistemas de representación política8.
Nuestro foco es más limitado. Con base en documentos de las haciendas
de café, intentamos reconstruir una zona reducida de la historia social y pre­
guntamos qué pasó con los campesinos que asediaron las haciendas desde
adentro y desde fuera. Concluimos que se presentaba una situación peculiar:

8 Ei cultivador del tema es, por antonomasia, Fem ando Guillén Martínez en varias de sus
obras, principalmente en El poder político en Colombia (1975).
24 EL PROBLEMA

los ingresos campesinos de las parcelas o estancias en las haciendas, descon­


tado el canon, eran mayores que sus ingresos en salarios. Pero la situación
fluctuaba y era inestable de modo que, tarde o temprano, podía producirse el
estallido de esa contradicción interna de la hacienda, independientemente
del curso de las movilizaciones políticas (Palacios, 1979b, pp. 159-173). Jun­
to con este problema central, un sector campesino, el de los colonos, no sólo
crecía aceleradamente sino que también aspiraba a la ciudadanía por la vía
de la propiedad. En efecto, en los años treinta se planteó este asunto de ma­
yor alcance: si los campesinos eran, o podían ser, ciudadanos en el sentido
lato y constitucional del término.
Si las movilizaciones forzaron al Estado a brindar apoyo limitado a los
campesinos procurando hacerlos propietarios con acceso al mercado del
café, los terratenientes pudieron excluir al Estado cuando propusieron nue­
vas reglas de juego locales. En este caso sugerimos investigar dos tipos de
situaciones diferentes: a) la protección de tintes paternalistas que dieron los
terratenientes de Viotá a los arrendatarios para que no entrara "la violencia",
es decir, el Ejército, y el precio que pagó el Partido Comunista, p c c , incluidas
sus alianzas con el liberalismo local, y b) los acuerdos de los empresarios
más modernos con los jornaleros asalariados, como fue el caso de las ha­
ciendas cafeteras de Cunday e Icononzo, cuyos jornaleros Comunistas ase­
diaban y atacaban a los colonos gaitanístas de las inmediaciones (Mer-
chán,1975, pp. 117-9; Londoño, 2009a, pp. 149, 509, 229, 236-7, 350-1, 493).
Puestas así las cosas, ¿qué valor puede tener la revisión de un tema cam­
pesino en la Colombia mayoritariamente urbana del 2010? Ninguno, si por
los medios no supiéramos que hay un mayúsculo y espinoso "problema de
tierras". La cuestión se revisó hace medio siglo, eme! clima del momento cu­
bano de la Guerra Fría y del novedoso experimento político del Frente Na­
cional. Ahora, en el ambiente de la posguerra fría y de "la estrategia global
contra el terrorismo”, en un país más urbano, más despolitizado y más es­
céptico de las ideologías y de la clase política (si así entendemos los altos ín­
dices de abstención electoral), una revisión de la cuestión campesina de los
años treinta requiere situarlos, en primer lugar, en la historia del siglo xx
colombiano.
Pese al poco desarrollo de la historiografía política sobre el siglo pasado,
es menester abordar el tema de la acción gubernamental, de los partidos y de
la clase política con el objeto de ubicar el origen o razón del giro que la mo­
vió a tom ar el camino de la reforma constitucional y legal sobre la propiedad
de la tierra, y saber qué papel desempeñaron los movimientos de protesta
rural. Para esto hay que responder preguntas como las siguientes: ¿Qué gru­
pos de campesinos participaron en esos movimientos? ¿Cómo lo hicieron y qué
pidieron? ¿Caben esas movilizaciones campesinas dentro de la categoría de “re­
belión agraria"? Entre los grupos políticos comprometidos con las reformas
¿por qué y cómo ganaron los Liberales y perdieron los Comunistas? ¿Cuáles
EL PROBLEMA 25

fueron las consecuencias de largo plazo? ¿Fue la Ley de Tierras de 1936 una
reforma agraria? ¿Quiénes fueron los principales beneficiarios de esa ley: los
políticos o los campesinos? ¿Hicieron parte las reformas constitucionales y
legales del 36 de un plan comprensivo de cooptación del campesinado me­
diante la expansión del sufragio? ¿Qué intereses pudieron tener los gober­
nantes del Estado o los empresarios de la Federación Nacional de Cafeteros
de Colombia, fn c , y de algunas instituciones bancarias en promover “la vía
campesina” de la agricultura?
El presente estudio es una revisita a esos tópicos. Revisita, dice el Diccio­
nario de la Real Academia Española, d r a e , es "el nuevo reconocimiento o
registro que se hace de una cosa." La cosa que aquí concierne es la disputa
alrededor de un tema antiguo y recurrente en la historia de la humanidad: de
quién es la tierra De haberse formulado sinceramente esta cuestión, los jefes
de la República Liberal {usualmente, 1930-1946) habrían tenido que reconsi­
derar las coaliciones de clase alrededor de la reforma del Estado colombiano
y de la formación de la vida pública; habrían tenido que concebir el Estado y
manejar la maquinaria gubernamental como si campesinos y trabajadores
de las ciudades estuvieran en un plano de igualdad política en relación con
las clases propietarias, capitalistas y rentistas. No se arriesgaron. Por consi­
guiente, la Ley de Tierras de 1936, su abracadabra, dejó incólume el lugar de
los grandes terratenientes en la coalición de poder y abrió un nuevo capítulo
de la larga historia de marginación social y política, objeto del presente tra­
bajo.
Sostenemos que en los años treinta se abrió más la brecha entre las ilu­
siones de sectores de las clases dominantes y de la clase política por alcanzar
un orden social moderno que, por definición, incluía las clases populares, de
un lado, y, del otro, aquellos terratenientes que adoptaron posiciones refrac­
tarias y, con base en el poder loca] o regional, persiguieron a los campesinos
inconformes. Tales fracturas se agravaron al fragor del choque sectario bi­
partidista de la década de 1940 y se exacerbaron y salieron de control duran­
te La Violencia. Influyeron, por fuerza, en las interpretaciones posteriores de
las movilizaciones campesinas y de la cuestión agraria en general y, más im­
portante, marcaron con fuego el transcurso mismo de la historia nacional.
Como no es posible seguir omitiéndolas, este libro pretende develar su signi­
ficado. Para lograrlo, deben criticarse las posiciones que se limitan a tachar
las reformas legales y constitucionales de los años treinta de regateo prolon­
gado, tedioso y socialmente anodino9. De seguro que lo fueron. No obstante,
con esta salida evadimos el saber qué concepción jurídica predominó, de
qué raíces políticas y sociales provenía y qué ramificaciones habría de tener.

9 El punto fue subrayado por Richard Stoller (1995, pp. 368-378) en una aguda crítica de la
historiografía de la "revolución en marcha".
26 EL PROBLEMA

S obre "la superestructura jurídica "

Aquí se plantea la importancia de los derechos de propiedad en la "superes­


tructura jurídica", que ha sido arrinconada por el "dato o hecho social" y la
dialéctica del "modo de producción", ora desde posiciones del positivismo
materialista, ora desde el materialismo histórico vulgar. Un análisis en ese
plano debe reconocer, de entrada, que hay muchas dificultades. De un lado,
el papel mistificador del discurso que gravita alrededor de los textos legales y
constitucionales (como el art. 10 del Acto Legislativo Número 1 de 1936, so­
bre la "función social de la propiedad") y, de otro, una realidad enmarañada
que se puede expresar de esta manera: si bien la Ley 200 de 1936 contribuyó
a sacar los baldíos del ámbito multisecular de Jos bienes fiscales y los fue
dejando en el campo de una legislación social orientada a resolver proble­
mas campesinos, económicos y, recientemente, ambientales, indígenas y de
las negritudes, no fue suficiente para transformar la mentalidad propietaria
dominada por la interpretación del Código Civil, cc, en su versión más
"formalista”10 que, en la práctica judicial colombiana, se ha puesto más del
lado de los terratenientes y del capitalismo rapaz. De ahí, pues, la importan­
cia de volver a las categorías jurídicas sobre la propiedad de la tierra.
Sostenemos que en su bienintencionado afán de solucionar la "confusión
legal” y de superar la hermenéutica consagrada del cc con base en una nueva
ciencia del derecho, los reformistas terminaron, quizás sin proponérselo, ra­
cionalizando la exclusión política de sectores del campesinado, en particular
de los colonos. De este modo la legislación de baldíos continuó reducida a los
procedimientos de una administración pública y de justicia sin dentadura lo­
cal, y pautada en la mentalidad individualista que había transformado la pro­
piedad del cc en el gran fetiche de la civilización moderna.
"A título de verdadera regalía asume España, la tenencia absoluta de vi­
das y haciendas indianas, siendo origen único mediato e inmediato de la fu­
tura propiedad privada," comentó Guillermo Hernández de Alba (Hernández
de Alba, 1942, p. 1081). No se ha escrito la historia económica y social de la
formación y desarrollo de la propiedad agraria en Colombia, esa regalía del
período colonial, transformada en derecho subjetivo después de la Indepen­
dencia. Si el campo queda exclusivamente en manos de juristas y abogados
no podrá verse el proceso subyacente de larga duración: la apropiación pri­
vada de las tierras públicas en beneficio de las clases poderosas y en detri-

10Según Diego Eduardo López Medina (2004, p. 188), el formalismo latinoamericano (y co­
lombiano) dominaba en la época que nos ocupa y era un compuesto de la exégesis francesa y el
conceptualismo alemán, principalmente Zaccarie y Savigny con sus cuatro elementos en la in­
terpretación de la ley: gramatical, lógico, histórico y sistemático, reciclados por los tratadistas
franceses.
EL PROBLEMA 27

mentó, primero y siempre, de los indígenas conquistados y después de los


cultivadores campesinos blancos, mestizos, afrodescendientes.
Esa tendencia a la concentración de la tierra en manos de la aristocracia
terrateniente en el paso del ager publicus populi Romani (la tierra pertene­
ciente al Estado romano, ganada por conquista, que este podía traspasar a
los ciudadanos) al ager privatus vectigalisque (la tierra de plena propiedad
privada) fue notoria en algunas épocas de la Roma antigua y, causó un deba­
te continuo. Considerada la impronta que su civilización y su derecho deja­
ron en Occidente, nos brinda una primera lección: que en estos procesos la
ficción legal desempeña un papel fundamental11. Así, por ejemplo, las mo­
narquías de Inglaterra y Francia no aceptaron que las donaciones pontificias
a los reyes de España y Portugal hubieran creado en América un ager publi­
cus,2. Como los mares, las tierras americanas se clasificaron con otra ficción
jurídica romana: res nulltus, noción ambigua asimilada al ager publicus, que
significa que el bien no tiene dueño y puede ganarse mediante la conquista u
ocupación, o que el bien no puede ser de nadie, como los mares. Podría de­
cirse entonces que, en la escala geográfica de la actual República de Colom­
bia, en cuanto el Estado no pudiera controlar los baldíos, es decir, no consi­
guiera medirlos y localizarlos con precisión, el ager publicus se convertía en
res nullius, propiedad indefinida (López, 2004, pp. 334-5). Sobre esta sutil
distinción, que puede ser fundamental, volveremos adelante.
A mediados del siglo xtx, al tiempo que se acogía en Colombia el modelo
de la civilística napoleónica, se mantenían los principios sustantivos, proce-
dimentales y administrativos del ager publicus hispánico. En 1873 se adoptó
un cc vigente en todo el país. Medio siglo después, era patente el desorden en
los modos de apropiación de la tierra. La incipiente urbanización, cierta me­
joría de los niveles de vida y el aumento de la población ampliaban el merca­
do agropecuario y, a la par, los conflictos por la propiedad de la tierra, objeto
de renovada competencia en muchos planos cruzados: entre terratenientes,
nuevos y viejos; entre terratenientes y pobladores de nuevos asentamientos;
entre terratenientes y campesinos en zonas de viejo asentamiento; entre dife­
rentes estratos de campesinos; entre blancos, mestizos e indígenas. Los m a­
pas regionales de estas situaciones son abigarrados y hasta incomprensibles
porque la antorcha del cc y del Código Fiscal dejaba en la penumbra o en
total oscuridad miles y miles de colombianos en situaciones de fació,

n Ver, los debates, por ejemplo, en Saskia T. Roselaar (2010).


12 Por las Bulas Alejandrinas (1493-1508) el papado donó a la Corona de Castilla las tierras
localizadas 100 leguas al oeste de las Azores. Puesto que varias Bulas anteriores habían adjudi­
cado grandes porciones ultramarinas a Portugal, en 1494 los monarcas de los dos reinos católi­
cos firmaron el Tratado de Tordcsillas para evitar una confusión mayor y se repartieron literal­
mente el mundo más allá de los mares, desplazando 370 leguas al oeste de las Azores la divisoria
papal de 1493. Así, Portugal ganó parte de una Suramérica desconocida, pues Brasil aún no ha­
bla sido descubierto.
28 EL PROBLEMA

En una intervención en la Cámara de Representantes, a fines de 1935, el


magistrado Zuleta Angel formuló el problema que aquí llamamos de la res
nullius. No había —dijo— en las leyes colombianas

una sola disposición sobre la prueba de la propiedad (...) Se explica este defecto
de nuestra ley, porque nuestro Código civil fue tom ado de legislaciones extranje­
ras, especialm ente de la francesa, en cuyo derecho no se plantea el teorem a, por­
que se trata de naciones supercivilizadas. (...) ¿Cómo se prueba el dominio con
respecto al Estado, con respecto al colono, con respecto al poseedor y a otro as­
pirante a ese dominio? (Anales de la Cámara de Representantes, 20 de diciem bre
1935, p. 1841).

Sin solución dentro de los cánones doctrinarios y legales disponibles, era


preciso alcanzar una negociación equitativa para poner al día leyes y códi­
gos, e investigar la formación nacional colombiana. En verdad, fue poco lo
que se investigó. Ironías aparte, podríamos decir que esa "supercivilización”
se refiere, asimismo, a que Colombia era un país preindustrial (a la postre
nunca se industrializó realmente) en el que parecía tener supremacía el dere­
cho de los bienes inmuebles. Sin embargo, cuando menos desde el siglo xvm,
en los países que empezaban a hacer cola para industrializarse, los derechos
de propiedad de la tierra habían perdido importancia. La riqueza de las na­
ciones no se identificó más con el interés del gran terrateniente (que Adam
Smith acusó de rentista) sino con la acción de los “caballeros del progreso”
o, en otro registro léxico, con la "gran burguesíq" industrial y financiera. El
héroe moderno pasó a ser el socio de empresas dq navegación en el comercio
de cabotaje y de larga distancia, de plantas fabriles, de ferrocarriles, bancos,
empresas urbanizadoras; el titular de acciones bancarias, comerciales e in­
dustriales, de valores y letras de cambio. Hablamos, en pocas palabras, del
protagonista de aquel mundo de negocios regulado por un derecho mercan­
til e industrial de nuevo tipo.
Volviendo a la legislación colombiana —un país donde las fortunas te­
rritoriales eran todavía el centro del poder, del prestigio social y de la rique­
za de la nación—, un punto de entrada puede ser el art. 3o de la Ley 48 de
1882: “Las tierras baldías se reputan de uso público y su propiedad no se
prescribe contra la nación, en ningún caso, de conformidad con lo dispues­
to en el art. 2519 del Código Civil" (Memoria del Ministerio de Industrias,
1931, p. 149).
Fue esta una de esas disposiciones anodinas que, abrupta pero sigilosa­
mente, terminó con una tradición legal que se remontaba al siglo XVI, incor­
porada en la Recopilación de las Leyes de. Indias de 1680 (Libro iv, Título xn,
Ley xn), que permitía la “justa prescripción” (usucapió) de tierras realengas,
en particular en las condiciones de “morada y labranza” del colono, como se
EL PROBLEMA 29

lo llamó más adelante13. Tres siglos después, y arropados en el principio “ló­


gico” de la imprescriptibilidad de los baldíos y en el cambio de presunciones
sobre la propiedad agraria de 1936, poderosos locales y empresarios territo­
riales entablaron juicios posesorios y consiguieron probar ante los jueces
que los colonos, casi siempre los verdaderos poseedores, eran simples deten­
tadores de parcelas ubicadas dentro de linderos de sus latifundios. Así los
desalojaron. El desalojo del colono, combinando la ley y la coacción, es tan
usual en la Colombia del presente como en la de los años treinta. Aunque,
claro, hay diferencias de grado, matiz y estilo.

En el 2010

Regresemos a la pregunta inicial. ¿Cómo se puede plantear hoy día la cues­


tión campesina de los años treinta? Si bien los debates en tomo a la ley agra­
ria de 1961 y sus resultados encontraron un referente en la Ley 200 de 1936,
la situación actual está marcada por las transformaciones sociales, políticas,
ideológicas y culturales del mundo en el último cuarto de siglo. Han sido és­
tas tan profundas e inesperadas, que el mismo objeto de estudio (los campesi­
nos y la política) cambió radicalmente, aparte, claro, de los métodos y teorías
para abordarlo14.
Cuando hace 40 años se estudiaban estas materias, el mundo vivía con­
mocionado por la guerra de Vietnam, las revoluciones de Cuba y Argelia, la
Gran Revolución Cultural Proletaria de China. Las ideas marxistas tenían
prestigio en amplios círculos políticos e intelectuales de todo el mundo,
como lo habían tenido en los años veinte y. treinta al calor de la Revolución
bolchevique. En la década de 1960, "revolución”, "liberación nacional",
"transición del modo de producción" y “bases campesinas” eran conceptos
centrales; las "armas de la crítica” y las visiones históricas, liberales o mar­
xistas aceptaban abierta y cándidamente su naturaleza lineal y teleológica,
de modo que la humanidad marchaba inevitablemente en la dirección de lo
que llamaron "progreso”.
Descargada de direccionalidad, la categoría "transición” registra actual­
mente el movimiento inverso: del "socialismo real” al capitalismo. Es el caso
de los derechos de propiedad de la tierra en Rusia y China, Vietnam, Cuba o
Nicaragua, paradigmas de "las revoluciones campesinas del siglo xx". Valga

13A] parecer en ninguna época del derecho romano fue posible la usucapió en el ager públicus.
Puede ser que esta modificación indiana hubiera sido marginal, aplicable sólo en situaciones de
“morada y labranza". Hay múltiples ediciones de la Recopilación y actualmente se la encuentra en
diferentes direcciones en Internet. Sobre la Ley 48/82, ver, Honorio Pérez Escobar (1938, p. 13).
14 Un buen ejemplo de los temas y enfoques de los años setenta se encuentra en el artículo
panorámico de Catherine LeGrand (1977, pp. 7-36). Años después, Jesús Antonio Bejarano pro­
puso otra lectura sintética (1983, pp. 251-304); ver también, León Zamosc (1992, pp. 7-41).
30 EL PROBLEMA

mencionar estudios recientes del Banco Mundial sobre la "des-estatización"


y "des-cooperativización" en China y la ex Unión Soviética, que acentúan no
sólo la ineficiencia de las grandes unidades productivas sino que evidencian
que la unidad campesina es la más eficiente bajo el capitalismo15.
Sería estúpido no reconocer que la "historia real” averió los supuestos
del papel histórico que cumplían los campesinos en aquellas trayectorias
mecánicas; de ahí que su estudio actual nos llame a examinar la historicidad
de los conceptos mismos. Algo similar acontece con las teorías de “la moder­
nización”, desde el ambicioso paradigma estructural-funcionalista de Talcott
Parsons, al más reciente de la acción comunicativa, moderna, abstracta y
universalista que ha propuesto Jürgen Habermas (Zafirovski, 2001, pp. 227-
255; Heiskala, 2007, pp. 243-272).
El presente trabajo insiste en que el fracaso histórico de las clases diri­
gentes y del Estado en la pacificación de la sociedad colombiana radica en
haber desechado en los años treinta la reforma política y la reforma agraria,
y haber incomprendido o, peor aún, haber hecho invisible el nexo de las dos
reformas. A partir de la década de 1940 asistimos a una veloz y creciente
concentración de la propiedad (incluida la de la tierra), del poder plutocráti­
co y del poder local. La ausencia de un catastro técnico y confiable (asociado
al sistema registral) que garantice la seguridad jurídica y la publicidad de los
títulos de propiedad rural ha facilitado la concentración. Este fenómeno fue
de la mano de La Violencia y, más recientemente, de las formaciones para­
militares, de la corrupción judicial y administrativa, de la viscosidad políti­
co-electoral, de la profunda crisis de los otrora partidos hegemónicos Liberal
y Conservador, de la parapolítica y de la fabricación de un nuevo salvador de
la patria. ’ .
En este baile de disfraces, el Instituto Geográfico Agustín Codazzí, igac ,
trae el suyo. La entidad tiene el mandato de producir los mapas de todo el
territorio nacional y de responder por el catastro. Por lo demás, resulta in­
comprensible que a comienzos del siglo XX] contemos con sistemas catastra­
les autónomos en cabeza del departamento de Antioquia y las ciudades de
Bogotá y Cali; debiera causamos alarma el alto grado de lo que, suavemente,
podría llamarse opacidad catastral en los departamentos del Meta, Caquetá
o Putumayo, Córdoba o el Urabá antioqueño. Como no puede concebirse
que quienes manejan el Estado colombiano no hayan percibido los nexos de
esta protuberante falla administrativa con el conflicto armado, estaríamos
ante el fenómeno de flagrante prevalencia de "los derechos oligárquicos de
propiedad”16.

15Ver, por ejemplo, Banco Mundial (1994); Roben E. Christiansen y David Cooper (1995); Gio-
vanni Andrea Comía (1985); Johan van Zyl y Hans Binyvnager (1996); Yujiro Hayami, et ái
(J990)y Dina Umali-Deininger, et ál. (¡995).
16El nexo queda bien establecido por Geoffrey Demarest (2003 y 2002); para la dimensión
institucional, ver, Ernesto Parra Lleras (2002).
EL PROBLEMA 31

Si este concepto amalgama los derechos de propiedad con la capacidad


de unos "oligarcas” de consolidar poder local y ampliar su propiedad ejer­
ciendo violencia, y esto es posible gracias al acceso privilegiado al poder es­
tatal, surgen varias preguntas. Por ejemplo, ¿caben en el mismo saco los aca­
paradores de baldíos del Alto Sumapaz de los años treinta y los terratenientes
paramilitares y parapolíticos del siglo xxi? En una perspectiva histórica de
largo plazo, y para ilustrar mejor el punto, mencionemos los terratenientes
ingleses de los siglos xvi al xviii que son paradigma de los derechos oligár­
quicos que se formaron y consolidaron en el período que Marx llamó "acu­
mulación primitiva de capital”. Independientemente de las condiciones his­
tóricas específicas de los casos mencionados, esta peculiar economía política
de emplear la violencia para acumular derechos sobre la tierra los hace com­
parables. Nos remiten a preguntas fundamentales: ¿conducen los derechos
oligárquicos al aumento de la productividad económica general, a “la transi­
ción del feudalismo al capitalismo” que se predica del caso inglés?17 O, más
bien, en el caso colombiano, ¿incrementan las rentas y el control político te­
rritorial de los latifundistas sin que aumente la productividad, en desmedro
de la sociedad y del Estado? ¿No son esos terratenientes los primeros que,
literal y figurativamente, hacen la guerra a la sociedad? De ser así, su legiti­
midad debiera ser nula en un "Estado social de derecho” que, por definición,
aspira a superar la fase "oligárquica" para alcanzar la “democrática”18. Pero
quizás esto último sea mero enunciado constitucional, lejos de realizarse
aún.
Los temas de la distribución inequitativa de la propiedad agraria, la for­
taleza del latifundismo —casi siempre al servicio de los grupos más cliente-
listas y retrógrados de la sociedad colombiana—, el estigma social y político

17 Sobre el tema deben mencionarse los resonantes debates mandstas de la transición del
feudalismo al capitalismo, Dobb vs Sweezy, {el primero sostenía que el motor de la transición
había sido la lucha de clases señores-siervos y el segundo que había sido el comercio de larga
distancia) que hoy día parecen superados teórica, metodológica y empíricamente, a partir de
investigaciones como ias de Brenner (1976) para Europa y Chibber (1990, pp. 1-42) para India.
Ver Dobb (1954). Desde el ángulo de la historiografía francesa, más cercana a la geografía de
Vidal de la Blacbe y la sociología de Durkheim, hay que mencionar al gran medievalisla Marc
Bloch (fusilado por los nazis en 1944), quien había sembrado el surco con semilla nueva al pro­
poner una metodología que permitiera analizar de modo sistemático y comparativo (en Euro­
pa) las regularidades de los procesos rurales en el largo juego jurídico de sucesivas generaciones
de campesinos, señores, reyes y funcionarios estatales, Les caractères originaux de l'histoire rura­
le française (1988, Ia. ed. 1931), una obra que, se ha dicho, culminó Geoges Duby treinta años
después. Su estudio verdaderamente monumental descubre los mecanismos por los cuales el
campesino medieval europeo dél siglo x al xiv, período de cambios acelerados de las relaciones
feudales, fue capaz de m antener su autonom ía (Duby, 1962).
18En la perspectiva neo institucionalista, ver, por ejemplo, Daron Acemoglu (2003), en http://
www.nber.org/papers/wl0037. Para un debate sobre el concepto "acumulación primitiva de ca­
pital”, ver, The Commoner, n° 2, septiembre de 2001, en http://www.commoner.org.uk/index.
php?p=5
32 EL PROBLEMA

en que se mantiene a los colonos19 y el abandono de políticas sectoriales


agrarias continúan siendo problemas nacionales de la mayor importancia.

LOS LUGARES

Las protestas campesinas contra el latifundismo en el Tequendama y el Su-


mapaz de Cundinamarca y el oriente del Tolima {Palacios 1983, pp. 362-82J
ganaron la atención nacional a partir de una sentencia de la Corte Suprema
de Justicia en abril de 1926, llamada "la prueba diabólica”20, que puso en
entredicho la titularidad jurídica de enormes porciones de tierra en todo el
país, conviniéndolas en res tiullius

Tratándose de un juicio entre la Nación y un particular en el cual se disputa ía


propiedad de un terreno que la Nación alega pertenccerle como baldío, si el par­
ticular no dem uestra el dom inio debe fallarse a favor de aquella. La aseveración
que hace el Estado de ser baldío un terreno, entraña una negación indefinida, o
sea la de no haber salido de su patrim onio, la cual, según los principios sobre
prueba, debe destruirse con la afirmación concreta y definida de haberse ad quiri­
do el dom inio por quien se pretende dueño. Aquí la N ación tiene a su favor la
presunción de dom inio y aun cuando intervenga com o actor en el juicio, está
dispensada del peso de la prueba21. '

Para probar la propiedad privada de un predio el interesado debía pre­


sentar un título originario, del siglo xvi en adelante, expedido por el Estado y
debidamente registrado, por el cual dicho predio pasaba al dominio privado.
Una sentencia del tribunal mencionado aclaró enri934 que no era necesario
presentar la cadena completa de la tradición del bien respectivo, aunque sí
debía ofrecerse el título originario (Carvajalino y Martínez, 1939, pp. 225-7).
Estas providencias judiciales sacaron al país de "ese error de creer que trein­
ta años de tradición inscrita eran suficientes para acreditar dominio territo­
rial" (Martínez, 1939, p. 137). Entonces, de todos lados llovieron memoriales
exigiendo a las autoridades convocar a los grandes terratenientes a que exhi­
bieran sus títulos {Memoria del Ministerio de Agricultura, 1933, pp. 26-7).
Es evidente que el galimatías legal aupó los movimientos que aquí nos
ocupan aunque desde ahora debemos despejar un posible malentendido.
Una revisión de los lugares en donde se concedieron baldíos por cualquier

,9Para un sonado caso reciente, ver María Clemencia Ramírez (2001).


10La piobatio diabólica es un medio legal para exigir ur\a prueba imposible de ofrecer.
11 El texto completo de la sentencia se encuentra en Gaceta Judicial. Órgano Oficial de la Corte
Suprema de Justicia, tomo xxxii, n* 1675-76, Bogotá, 18 de mayo de 1926, pp. 262-3. Ver también,
tomoxxxti, n° 1691-95, Bogotá, 16 de noviembre de 1926, p. 380.
EL PROBLEMA 33

título, de 1820 a 1920, no muestra una relación estrecha con los lugares del
conflicto aquí estudiados, salvo en el Alto Su mapa z. Los epicentros de los
movimientos campesinos que nos interesan se localizaron en las laderas de
caficultura de las provincias cundinamarquesas del Tequendama y el Suma*
paz que, de acuerdo con nuestra guía de lectura, eran zonas de "latifundio de
frontera", más que zonas de "frontera abierta".
Nos ubicamos, pues, en una pequeña porción de la "Cordillera de Bogo­
tá", así bautizada por el eminente geógrafo alemán Alfred Hetiner, quien la
recorrió hacia 1882-1884, un cuarto de siglo después dé las expediciones de
la Comisión Corogràfica dirigidas por el italiano Agustín Codazzi. Esos estu­
dios destacaron el papel primordial de la ciudad capital en la conformación
regional y nacional22. Medio siglo después, el censo de población de 1938 in­
formaba que los municipios del Tequendama, el Sumapaz y el oriente del
Tolima tenían unos 150.000 habitantes asentados en unos 3.700 kilómetros
cuadrados de topografías ásperas (ignoramos la superficie catastral y la de la
explotación de la tierra), en municipios mal comunicados entre sí, cuya pro­
ducción de alimentos y ganados, cubierto el consumo local, iba a Bogotá y
Girardot, puerto por el que se embarcaba rumbo al exterior el café de los
municipios del suroeste cundinamarqués y del Tolima.
Aquí enfocamos con especial atención las tierras de la vertiente surocci-
dental de la sabana de Bogotá que, deslindadas por la serranía del Subía,
formaban en los años treinta las provincias del Sumapaz al oriente, con Fu-
sagasugá como nodo, y la del Tequendama al occidente, con su epicentro
económico en Girardot y en Viotá el principal municipio cafetero23. Pese a
los cambios acelerados de la urbanización y la gravitación de Bogotá, tanto
en la región centro-oriental como en el país, y a las innovaciones tecnológi­
cas, diferentes especialistas colombianos comentan la pasmosa desactualiza­
ción de las cartas geográficas nacionales de hoy día (Mendivielso, 2008).
Baste apuntar que la región bogotana se forma en una historia de larga
duración. En tiempos prehispánicos había sido la tierra ancestral de los
muiscas, la civilización agraria más avanzada que encontraron los conquis­
tadores europeos en la actual Colombia. Su huella queda en algunas prácti­
cas agrícolas de los actuales campesinos de los altiplanos cundiboyacenses y,
quizás, en el sistema de propiedad privada de la tierra2*. Al momento de la

2Í Ver Comisión Corogràfica (1957-1959); Alfred Hettner (1966 y 1976); Ernesto Guhl y Mi­
guel Fomaguera (1969).
13 La Sierra de Tibacuy es la prolongación suroriental de la altiplanicie de Bogotá que corta
el río Fusagasugá en la cuchilla'del Boquerón. Tiene una altura media de 2,000 metros. En el
presente estudio el Sumapaz se limita a la Provincia de Cundinamarca aunque incidentalmente
se incluyen los municipios tolimenses del sur del río que lleva ese nombre: Cundav, Icononzo,
Melgar y Villarrica de más reciente fundación.
Sobre las prácticas agrícolas actuales, ver Dora Nelly Monsalve Parra (2004); R, C. Eidt,
(1959, p. 385).
34 EL PROBLEMA

Conquista española los muiscas estaban organizados en "confederaciones" y


dominaban las altiplanicies laxamente delimitadas por las cotas de cambio
climático. Al bajar a las tierras templadas y cálidas se encontraban panches y
sutagaos, de la familia caribe. Según el conquistador Jiménez de Quesada,
los caribes y los muiscas vivían un estado de guerra permanente, además de las
guerras intestinas entre estos últimos25.
Medio siglo después de la fundación de Bogotá (1538) los encomenderos
ya habían titulado los 16 valles interandinos del altiplano cundiboyacense, la
tierra más fértil. Esto les permitió mayor control del trabajo disponible. Así,
formaron el latifundio criollo que les dio poder, generó desigualdad extrema
y el pesado fardo de "sociabilidades truncadas" que tan elocuentemente de­
nunciara Humboldt a comienzos del siglo xix. Ochenta años después, otro
sabio alemán, el citado Hettner, no dudó en responsabilizar a los 'am os y
terratenientes (...) tanto de la situación social como del grado de desarrollo
intelectual y moral de los indios puros y mestizos que forman las capas
bajas"26.
No obstante la carencia de estudios cuantitativos sobre la reorganiza­
ción del espacio económico en la región de Bogotá, de fines de la Colonia al
advenimiento y consolidación de la caficultura y de la ganadería en la ver­
tiente magdalenense, contamos con información dispersa sobre el comercio.
Este es la base de una geografía práctica y utilitaria que habría de ser muy
apreciada por algunos funcionarios públicos y por grupos de comerciantes
educados, pendientes del dicho de los geógrafos sobre la vocación de las tie­
rras y la localización de los baldíos. De ese conjunto de observaciones frag­
mentarias y desiguales puede concluirse que los1contemporáneos prestaron
atención al corredor entre las tierras frías cundiboyacenses y las tierras cáli­
das y templadas que caían al río Magdalena, por el que fluían alimentos-
mercancías, corrientes de trabajadores estacionales y de migrantes en busca
de tierra27. Al fin y al cabo, la geografía moderna se había constituido en una
herramienta de dominación económica de la naturaleza, en arma cognitiva
para alcanzar esa incesante producción de espacio capitalista y de compre­
sión espacio-tiempo28.
Quizás pueda esbozarse una historia de la simbiosis urbano-rural a par­
tir de los productos del campo negociados en los mercados de Bogotá para el

25 "Epítome de la Conquista del Nuevo Reino de Granada’’ (Ramos, 1972); para una síntesis,
ver María Victoria Uribe (1999, pp. 315-341).
26Hettner (1976, pp.222-3). Sobre las razas y la integración en el siglo xix colombiano, Frank
Salford {1991, pp. 1-33).
27 Comisión Corogràfica (1957-1959); Colmenares (ed.) (1989); Salvador Camacho Roldán
(1892-1895); Hettner (1966 y 1976, pp. 222-3); Isaac F. tjolton (1981); Juan de Dios Restrepo
(1859); José María Samper (1857); Miguel Samper (1898); José María Cordovez Moure ( 1899-
1900); Eugenio Díaz Castro (1889); José María Vergara y Vergara (1868).
28Sobre este concepto, ver David Harvey (1990, pp. 418-434),
EL PROBLEMA 35

abasto de la ciudad o para vender en otros mercados del hinterland o zona de


influencia: múltiples subproductos de la caña de azúcar; carne de res; muías
y caballos; frutas y legumbres; carbón de leña y maderas para el voraz apeti­
to de la industria de la construcción después de la Guerra de los Mil Días.
John Stuart Mili anotó que el comercio teje "competencia y costumbres":

Ninguna proposición de la econom ía política se nos presenta tan a menudo


como ésta: no pueden existir dos precios en un mismo mercado. Sin duda es éste
el efecto natural de la com petencia a la que no se ponen obstáculos; sin embargo,
todo el m undo sabe que casi siem pre existen dos precios en un mismo mercado;
no sólo en todas las grandes ciudades y en casi todos los ramos, comercios caros
y comercios baratos, sino que con frecuencia u n mismo comercio vende el mis­
mo artículo a diferentes precios a diferentes clientes29.

Puede colegirse que el grado en que una sociedad rural está expuesta al
mercado determina la densidad de su trama de costumbres y competencia,
situación que ilustran los casos que nos ocupan aquí, o los pequeños propie­
tarios de San Gil en el siglo xvjii, o los pequeños caficultores de toda Colom­
bia en la primera mitad del XX (Salazar, 2009). Sería gratificante reconstruir
la cadena de valor de este comercio conforme a la noción de varios precios
en un mismo mercado que predominó en Colombia hasta fines del siglo pa­
sado, si es que no predomina aún.
Si algo dio vuelo al espíritu federalista de la década de 1850 fue la bo­
nanza tabacalera con su base fiscal. Ganó así terreno la nueva visión de un
país diverso (e inconexo) que aportaba la Comisión Corogràfica, puesta al
servicio de una campaña internacional de largo aliento y escasos resultados
que presentó a Colombia ante Europa como tierra de promisión, gracias a la
abundancia y feracidad de sus minas y baldíos. En esa década fueron más
visibles los flujos de iniciativa e inversión y, gracias a una acelerada movili­
dad geográfica de peones sin tierra, pareció abrirse una época de “mercados
libres" de trabajo. De este modo pudieron juntarse los comerciantes que
transformaban la tierra en medio de producción y los contingentes de cam­
pesinos desposeídos que buscaban empleo. Sin embargo, estos síntomas ca­
pitalistas fueron tenues, al menos desde un punto de vista geográfico y esta­
dístico, y quedaron reducidos al radio de las factorías tabacaleras de
Ambalema que ocupaban entre 500 y 1000 operarios.
Es cierto, empero, que la nueva agricultura comercial del café activó un
mercado de tierras y de trabajo en las laderas templadas, ligado a la ganade­
ría de las planicies tórridas de Cundinamarca; en ese proceso el latifundio
colonial se fragmentó y llegó a su fin. Ahí está la génesis de la hacienda cafe-

29 John Stuart Mill (1943, pp. 229). Durante la vida del autor hubo siete ediciones de los Prin­
cipios con considerables correcciones y adiciones. Ver Robson (1965).
36 EL PROBLEMA

tera montada sobre un tinglado laboral de cuño hispánico y colonia) (Hett-


ner, 1976), obra de jóvenes empresarios —unos cuantos iniciados en la "pros­
peridad de Ambalema1'— que empezaron a llegar a las laderas templadas a
mediados de la década de, 1860 y sacaron beneficio de las oportunidades
combinadas de Ja demanda mundial de café y la pobreza campesina de los
altiplanos que impulsaba el poblamiento de los nuevos espacios.
Hay que subrayar la sincronización de los mercados de trabajo en las
épocas de siembra y cosecha, conforme al calendario agrícola según los "pi­
sos verticales" (las tierras frías, templadas y calientes). La época muerta del
año tabacalero y cafetero se amoldaba a la época de cosecha de los cultivos
más importantes de tierra fría —papa, trigo y maíz—, y viceversa: los meses
de la cosecha principa) del café coincidían con la época muerta del año agrí­
cola de tierra fría.
El calendario agrícola de Cu nd inania rea-Boya cá y Tolima facilitó la sim­
biosis entre las economías campesinas del altiplano y las del tabaco y el café;
fortaleció las economías campesinas del altiplano mediante el jomaleo o las
migraciones permanentes, y la economía cafetera tuvo brazos.
La ampliación y consolidación del ámbito comercial bogotano sacó a luz
que había un continuo de “fronteras de recursos abiertos" principalmente en
el Sumapaz y los Llanos de San Martín, y "fronteras de recursos cerrados" o
"latifundio de frontera" en las provincias de Gjuaduas, el Tequendama, y el
pueblo de Fusagasugá y sus alrededores.
Prácticamente todas las tierras del Tequendama, cultivadas o vírgenes,
tenían dueño en la década de 1870. En 1914, sin embargo, los grandes cafe­
tales de Cundinamarca y en particular los del valle y laderas de Viotá pare­
cían zonas de frontera interior si nos atenem osal relato de dos naturalistas
suizos que Jos visitaron en 1914. Su breve y sobria narración del viaje a caba­
llo de Sibaté a Viotá reitera las metáforas de la literatura de viajeros del siglo
xix. Describen paisajes asombrosos por el abigarramiento y feracidad de la
naturaleza; caminos de herradura descuidados y de pasos escalofriantes; dis-

C uadro 1.2. EÌ calendario agrícola de Cundinamarca-Boyacá

Productos Meses de siembra Meses de cosecha

Papa Enero-febrero Julio-agosto

Maíz Enero-febrero Octubre-diciembre

Trigo Mavo-junio o septiembre-octubre Noviembre-diciembre o marzo-abril

Café - Abril-mayo (principal)

Tabaco Tines de septiembre-octubre Diciembre


EL PROBLEMA 37

tandas enormes de un caserío a otro. Sin embargo, la salida del valle de Vio-
tá hacia el río Magdalena, por Tocaima, podía ser un paseo muy agradable.
Esbozaron, finalmente, una sociedad partida en dos, como un queso: en el
pedazo superior estaban los propietarios, caballeros Victorianos en el trópi-
co; en el inferior encontraron campesinos primitivos, miserables, ensimis­
mados, embrutecidos por la chicha y el guarapo (Fuhrmann y Mayor, 1914,
p . 1 0 1 ).
En el Sumapaz la tierra estaba apropiada en Fusagasugá, Tibacuy, Pasca,
Arbeláez, Pandi, Jcononzo, Cundav y Melgar, aunque la ocupación era re­
ciente. Por ejemplo, entre 1853 y 1880, seis comerciantes bogotanos adqui­
rieron concesiones de baldíos por 52.000 hectáreas en Cunday y Pandi y, allí
mismo, otros seis obtuvieron más 12.000 hectáreas entre 1881 y 1921. En la
periferia del Sumapaz, por fuera de estas municipalidades, la situación legal
de la tierra estaba indefinida. Las penetraciones en busca de quinas de fines
del siglo xvm y los cultivos de tabaco de las décadas de 1850 y 1860 dejaron
en la selva pequeños asentamientos campesinos, muy aislados entre sí, y en
las notarías algunos títulos de propiedad, desenterrados en cuanto las tierras
se revalorizaron a fines del xix (Memoria del Ministro de Industrias, 1931, pp.
159). En las vertientes del macizo del Sumapaz que caen a los Llanos Orien­
tales predominaban "los baldíos, propiedad del Estado, disponibles a bajo
precio para quienes se crean capaces de tumbar monte y reemplazarlo por
potreros y cultivos" {Heltner, 1976, pp. 213-14). Las crecientes tensiones en­
tre colonos y concesionarios de baldíos, muchos dedicados a "engordar"
enormes globos de terreno, llegaron al estallido en la década de 1920, como
veremos adelante.

D e sc r ipc ió n estadística y cartográfica d e la propied a d


RURAL EN CUNDINAMARCA

En trabajos anteriores los valores catastrales fueron trascritos a croquis y se


encontró que los municipios clasificados en un mismo rango de valor catas­
tral (resultado de dividir el valor predial municipal por el número de habitan­
tes) eran contiguos. Se propusieron entonces tres grandes zonas de propie­
dad, denominadas campesina, media y latifundista (Palacios, 1981, pp. 6-21).
La esti-atificación es un ejercicio de aproximación empírica. Desde que el
vocablo middle class circulara corrientemente en la Inglaterra del siglo xvm,
las taxonomías sociales han sido objeto de análisis teórico y de ejercicios es­
tadísticos. Esa noción de "tres clases” sociales se impuso en Colombia a lo
largo del siglo xix. En la época de la Regeneración un observador dividió la
sabana de Bogotá en "Io. Los grandes capitalistas. 2o. Los propietarios me­
nores. 3o. Los proletarios (los indios)" (Gutiérrez, 1921, pp. 90-92). Poste-
38 EL PROBLEMA

nórmente veremos cómo la estratificación también era notable en el segun­


do grupo, "los propietarios menores" del campo.
Con esos croquis de las tres grandes zonas de propiedad se pretendía su­
brayar la importancia de la geografía para comprender cierta persistencia de
algunos parámetros de las sociedades rurales.
Es indudable que los ejercicios de estratificación permiten matizar la re­
presentación bipolar latifundio-minifundio que, claro está, es válida en m u­
chos paisajes colombianos. Los catastros cundinamarqueses de 186830,
187931 y 189032 dejan ver, precisamente, las muchas gamas del cuadro. Aun­
que había información catastral desperdigada en otros Estados, como San­
tander y Tolima, Cundinamarca estaba a la vanguardia. Conviene, sin em­
bargo, recordar el comentario de Salvador Camacho Roldán sobre el catastro
de 1868 que puede aplicarse a todos los aquí considerados:

Esta obra (el catastro, Mp ) es una simple enum eración de las propiedades raíces
en cada distrito, del nombre del propietario, del valor de la finca, y de la contribu­
ción que le corresponde. (...) No expresa la extensión del distrito, ni la de cada
propiedad, ni los cultivos dominantes, ni el valor de la hectárea de tierra, ni los
grados de tem peratura, ni la configuración del suelo, ni su calidad especial, ni el
valor anual de sus producciones, ni el valor de los anim ales, ni el valor de las m e­
joras hechas en la tierra, ni nada, en fin, de lo que se acostum bra en otros países
que llevan el nombre del que nos ocupa. Pero es algo, es el principio de una esta­
dística agrícola; en su género es lo prim ero que se ve en este país y sobre esa base
puede adelantarse ya todos los años (Camacho, 1892-1893, pp. 585-612).

Conforme a la preceptiva del cc, las estadísticas comprueban que la pro­


piedad privada había alcanzado enorme difusión y avanzaba velozmente con
,1a colonización de Caparrapí, La Palma, Yacopí, Medina, Ubalá y Villavicen-
cio. Asumiendo el subregistro, no cabe duda que la publicación de esos catas­
tros testimonia confianza pública, optimismo administrativo y talante demo­
crático. Baste decir que, en la década de 1880, porcada 17 cundinamarqueses
había un ciudadano contribuyente al impuesto predial.
Los datos de cuatro catastros cundinamarqueses (Bogotá está excluida
de todos y en los de 1935 y 2006 están excluidos los predios de los cascos
urbanos) prueban fehacientemente la importancia de la pequeña propiedad.
Los datos agregados se presentan en el Cuadro i.3. Es de notar el dramático

30 Ver “El catastro de Cundinamarca de 1868” en Camacho (1892-1893, pp. 550-75).


31 Catastro de la Propiedad Inmueble del Estado de Cundinamarca, formado por la Comisión de
Revisión nombrada por la Asamblea Legislativa en el año de 1878, Bogotá, Imprenta de Medardo Ri-
vas, 1879. Hemos empleado la copia de ia Biblioteca Luis Ángel Arango que incluye adiciones ma­
nuscritas. Fueron miembros de la Comisión Carlos Holguín, Éustorgio Salgar y Ruperto Cándia.
32 Catastro de la Provincia de Bogotá y algunas Provincias más del Departamento. Bogotá, Im ­
prenta Nacional, 1890 (incluye todas las provincias y municipios del Departamento).
EL PROBLEMA 39

Cuadro l.3. Valores catastrales en Cundinamarca,


1878, 1890,1935, 2006

Avalúo total Número Avalúo promedio


Catastros
en pesos corrientes de predios en pesos corrientes
1879 26.664.054 19.572 1.362

1890 44.613.027 26.067 1.711

1935 141.220.159 125.077 1.129

2006 9.197.764.664.306 477.994 4.126.997

En todos los años se excluye Bogotá y, en 1935 y 2006, además, los predios de los cascos ur­
banos.
F u e n t e : Elaboración propia con base en Catastro de la Propiedad Inmueble del Estado de

Cimdmamarca, 1879; Catastro de la Provincia de Bogotá, 1890; Cundinamarca, Contraloría De­


partamental, Informe del Contralor, 1937, "Propiedad Raíz en Cundinamarca. 1936”, (sin nume­
ración de páginas), igac, Catastro de ia propiedad en Cundinamarca, 2006. Bogotá, 2007.

aumento del número de predios rurales a lo largo del tiempo, que sugiere
una pulverización del tamaño promedio de estos. Puesto que los tres prime­
ros catastros no traen información sobre el tamaño de los predios, no es
factible sugerir nada con respecto a la estructura de la propiedad por área.
Se asume entonces que a menor valor del predio menor su tamaño, una de­
ducción no del todo exacta, pero que considero apropiada.
Con base en estos datos se presentan algunas estadísticas descriptivas de
la distribución de la propiedad catastral de Cundinamarca preparadas para
este libro por David Gelvez33. Dado que se trabajó con precios corrientes, no
hay ninguna pretensión de sugerir valorización o desvalorización de la pro­
piedad; empero, sí pueden analizarse los cambios en su distribución según el
avalúo de los predios, y discutir si se modificó la posición relativa de los m u­
nicipios, vista desde el avalúo total de la propiedad rural de cada uno.
Para ilustrar la evolución de la estructura de la propiedad, fue calculada
y graficada la desviación estándar de los precios de los predios y del avalúo
total de la propiedad en los municipios. Para cada año catastral ésta se mi­
dió como la diferencia porcentual entre el avalúo de los predios y del m uni­
cipio, y el valor de promedio de cada una de estas variables34. El histograma,

33 Los gráficos presentados pueden entenderse como una versión continua del histograma
generado por los datos. En términos técnicos, estos gráficos son kemeles gaussianos univariados
(Silverman, J986).
34 Así, por ejemplo, la cifra 0.1397 obtenida para el valor total de la propiedad rural en Usa-
quén en 1878 implica que el avalúo catastral en este municipio está un 13.97% por arriba del
valor promedio de la muestra.
40 EL PROBLEMA

elaborado con base en las fuentes citadas en el Cuadro 1.3, muestra cómo se
distribuyen los precios de los predios, respecto del valor promedio.
La figura muestra que la mayor parte de los precios de los predios se ubi­
ca a la izquierda del promedio y de la media marcada con el número cero.
Esto sugiere, en primer lugar, que tienen avalúos muy cercanos pero inferio­
res al avalúo promedio. En segundo término, que hay unos pocos munici­
pios con avalúos muy altos que elevan el promedio; estos últimos serían los
latifundios arriba mencionados cuya diferencia de valor afecta el promedio
de los predios de cada municipio, a pesar de ser pocos. Esto se aprecia en el
eje horizontal de la gráfica, que, de cero a diez, mide qué tanto se alejan del
precio promedio los grandes predios. Resultados similares se obtuvieron al
realizar este ejercicio para el avalúo total de los municipios, por lo cual re­
sultó innecesario repetirlos en detalle. En síntesis, la mayoría de muncipios
se agrupa en tomo a la media y sólo unos pocos se alejan de ésta, pero afec­
tan el promedio.

Histograma

Valor total de los predios en Cundinamarca

---------- 1078 ---------- 1890 -........... 1935 ....... — 2006

F u e n t e : Elaboración propia con base en Catastro de la Propiedad Inmueble del Estado de

Cundinamarca, 1879; Catastro de la Provincia de Bogotá, 1890; Cundinamarca, Contraloría De­


partamental, Informe del Contralor, 1937, "Propiedad Raíz en Cundinamarca. 1936", (sin nume­
ración d e páginas), i c a c , Catastro de la propiedad en Cundinamarca, 2006. Bogotá, 2007.
EL PROBLEMA 41

Por otra parte, en 1935 se verifica la menor diferenciación en el avalúo


total catastral y en 2006 la mayor diferenciación municipal, es decir, las dis­
tancias entre los valores máximos y mínimos. Aún no están claras las razo­
nes que explican estos cambios.
■ Es interesante analizar el Cuadro 1.4 que presenta en la columna A la lis­
ta de los municipios que salen del rango de los valores promedio de los ava­
lúos catastrales. Sólo Madrid aparece en más de dos catastros y es el único
que está en 1878 y en 2006. La Mesa y Nemocón salen de este grupo en 1890
y no vuelven a aparecer, mientras que Soacha sólo aparece en 1935. ¿Qué
factores afectan el declive o la emergencia y aumento del potencial económi­
co de un municipio? Tampoco lo podemos explicar y sólo subrayamos este
fenómeno de movilidad intermunicipal.
La columna B presenta la lista de los municipios con los mayores precios
promedio de los predios. Llama la atención la poca correspondencia de los
municipios de estas dos listas, a excepción de Mosquera y Madrid. Este últi­
mo es el único que figura en tres catastros en las dos listas.
Estos datos sugieren que existe una constante movilidad intermunicipal,
es decir, que a lo largo del tiempo cambia el avalúo catastral promedio de los
municipios y sus posiciones en una tabla estadísticas de deciles varían. El
Cuadro 1.5 ilustra el punto que, de nuevo, puede ser un punto de partida de
nuevas investigaciones sobre el papel de la propiedad rural en las configura­
ciones sociales y políticas, y sobre los diversos factores que pueden afectar la
movilidad anotada.

Cuadro i . 4. C inco m u n ic ip io s p o r fuera del rango

Catastro 1878 Catastro 1890 Catastro 1935 Catastro 2006


A B A B A B A B
Facalalivá M osquera F acalalivá El Colegio Anolaima Viotá Chía El Rosal

P uerto
Zipaquirá El Colegio M adrid M osquera Soacha Fusagasugá M adrid
Lié vano

La Mesa M adrid M osquera M adrid M osquera M osquera Tenjo M osquera

M adrid R icaurte Zipaquirá S uba Usaquén B eltrán M adrid F unza

Puerto
N em ocón Boj acá La Mesa A napoim a Fusagasugá Nariño Cajicá
Salgar

A= Municipios con precios del avalúo total municipal por fuera del rango
B= Municipios con precios promedio de los predios por fuera del rango

F u e n t e : Elaboración propia con base en Catastro de la Propiedad Inmueble del Estado de


Cundinamarca, 1879; Catastro de la Provincia de Bogotá, 1890; Cundinamarca, Contraloría De­
partamental, Informe del Contralor, 1937, "Propiedad Raíz en Cundinamarca. 1936", {sin nume­
ración de páginas), ¡gac , Catastro de la propiedad en Cundinamarca, 2006. Bogotá, 2007.
C uadro i .5 Posición de los municipios de Cundinamarca
según deciles del avalúo promedio de sus predios rurales

M unicipio ¡878 M unicipio ¡890 M unicipio ¡935 M unicipio 2005


Agua de Dios 6
__ J Albán 7 Albán 7
A napoim a 9 A napoim a 10 A napoim a 9 A napoim a 8
A nolaim a 6 A nolaim a 8 Anolaim a 9 Anolaim a 3
______^ _ — *L__ j Apulo 4
1 Arbclácz 3 Arbeláez S Arbeláez 7
B eltrán 9 B eltrán 9 B eltrán 10 B eltrán 8
B ituim a 4 B ituim a 3 B ituim a 7 B ituim a 7
Bojacá 10 B ojacá 10 Bojacá 8 Bojacá 10

EL PROBLEMA
Bosa 9 Bosa 7 Bosa 8 f
C abrera 7
._ ___ Cachipay 7
Cajicá 6 Cajicá 5 Cajicá 4 Cajicá 9
C aparrapf 3 C aparrapf 2 C aparrapf 5 C aparrapf 4
C áqu^a 2 C áqueza 2 Cáqueza 1 C áqueza 2
- •Caí-upa 3 C am pa 4
C haguaní S C haguaní 4 C haguaní ó C haguaní 3
Chía 1 Chía 8 Chía 3 Ch ía 10
C hipaque 4 C hipaque 2 C hipaque 2 C hipaque 2
CHoachí 2 C hoachf I C hoachí 4 C hoachí 3
C hocontá 3 C hocontá 3 C hocontá 2 C hocontá 5
Cogua 5 Cogua 4 Cogua 2 Cogua 8
Cota 8 Cota 9 Cota 8 Cota 9
C ucunubá 1 C ucunubá 2 C ucunubá 2 C ucunubá 3
El Colegio 10 El Colegio 10 El Colegio .10 El Colegio 6
El C árm en 6 El Cárm en 5 fc ,
El Peñón 1 El Peñón 3 El Peñón 6 El Peñón 1

C u a d r o l 5 Posición de los m unicipios de Cundinamarca


según decites del avalúo prom edio de sus predios rurales (continuación)

M unicipio 1878 M unicipio i 890 M unicipio ¡935 M unicipio 2005


r < - ■ _ 1^. . „ El Rosal 10
L jj Engativá 8 Engativá 9 l . . .
Facatativá 8 F acatativá 9 Facatativá 8 Facatativá 9
Fóm eque 2 Fóm eque 2 Fóm eque 3 Fóm eque 10
Fontibón 9 Fontibón 7 Fontibón 8
Fosca 2 Fosca 1 Fosca 1 Fosca 2
Punza 9 Funza 9 Funza 9 F unza 10
F úquene 6 Fúquene 6 Fúquene 2 Fúquene 6
F usagasugá 3 Fusagasugá 5 Fusagasugá 7 F usagasugá 9
G achalá 2 G achalá 6 G achalá 5 G achalá 2 EL PROBLEMA
G achancipá 5 G achancipá 6 G achancipá 2 G achancipá 9
G achetá 2 G achetá 4 G achetá 2 G achetá 1
l . _ _ Gam a 3 G am a 1
G inardot 8 G irardot 3 G irardot 4 G irardot 5
G uachetá 7 G uachetá 8 G uachetá 3 G uachetá 5
t ^ ' ‘ J G ranada 8
G u ad u as 6 G uaduas 5 G uaduas ó G uaduas 6
G uasca 6 G uasca ó G uasca 5 G uasca 8
G u a taq u í 10 G uataquí 10 G uataquí 10 G uataquí 4
G uata vita 3 G uatavita 4 G uatativa 2 G uatativa 8
G uayabal 6 G uayabal 6 G uayabal 5 G uayabal 5
j G uayabetal 2
Jj G utiérrez 1 G utiérrez 3 G utiérrez 1
Hato-viejo 3 Hato-viejo L ________
Jeru salén 9 Jerusalén i Jerusalén 10 Jerusalén 5
Ju n ín ! Junín 9 Junín 1 Ju n ín 1
C uadro i .5 Posición de los municipios de Cundinamarca
según deciles del avalúo promedio de sus predios rurales (c o n tin u a ció n )

M unicipio Ì8 7 8 M unicipio i 890 M unicipio 1935 M unicipio 2005


La Calera 8 La Calera 2 La Calera 7 La Calera g
La Mesa 8 La Mesa 9 La Mesa 9 La Mesa ó
La Palm a 5 La Palm a 8 La Palma 4 La Palm a J
La Paz 10 La Paz 5 I-------------------— .
La Peña 4 La Peña 9 La Peña 4 La Peña 2
La Vega 8 La Vega 2 La Vega 6 La Vega 8
L enguazaque 6 L enguazaque 7 L enguazaque 2 L enguazaque 6
M achetá 2 M achetá 6 M achetá 3 M achetá 2
M adrid 10 M adrid 4 M adrid 9 M adrid 10
M anta

EL PROBLEMA
1 M anta 10 M anta 1 M anta
■ ■ -- ------- ,,----- "J M edina 1 M edina 1 M edina 6
M osquera 10 M osquera 1 M osquera 10 M osquera 10
Na riño 5 Na riño 10 N ariño 10 N ariño A
N em ocón 8 N em ocón 6 N cm ocón 7 N em ocón 9
Nilo 9 Nilo 8 Nilo to Nilo 9
N im him a 4 N inaim a 9 '* N im aim a 8 N im aim a 3
N ocaim a 4 N ocaim a 3 N ocaim a 6 N ocaim a 5
Pacho 5 Pacho 4 Pacho 3 Pacho 3
Paim e 1 Paim e 5 Paim e 8 Paim e 1
Pandí 5 Pandi 1 Pandi
r 7
1 Pandi
■ P a ra tc b u cn o
7
9
Pasca Pasca 6 Pasca 6
Puerto Bogotá Puerto Bogotá Puerto Bogotá
Pulf
10 P uerto Bogotá 10
Pulf Pulí 9 Pulí 4
Q u eb rad an eg ra Quebradanegra Q uebradanegra 6 Quebradanegra 5
Q uotarne Q ueiam c O uetam e 2 Quotarne 2

C u a d r o i .5 Posición de los m unicipios de Cundinamarca


según deciles del avalúo promedio de sus predios rurales (continuación)

i 890 M unicipio 1935 M unicipio 2005


M unicipio J878 M unicipio
8 Q uipile 2
Quipilc 5 Q uipilc 1 Quipile
7 R icaurte 7 R icaurte 7
R icaurte 10 R ica u rte
10 San A m onio 9 S an A ntonio 7
San A ntonio 9 San Antonio
San B ernardo 8 S an B e rn ard o 4
8 San C ayetano 4 S an C ayetano l
San C ayetano 2 San C ayetano
4 San F rancisco 7 San F rancisco 4
San Francisco 7 San F rancisco
7 San Juan 5 San Ju a n 6
San Ju a n 1 San Ju a n
-T_|-
San M artín 4 . __ , . ^ *- ■ — -

2 S asaim a 8 S asaim a 8 tn
S asaim a 9 S asaim a r-
8 Sesquilé 5 Sesquilé 8
Sesquilé 7 Sesquilé _ 50
1 Sibaté 10 O
Silvania 5 co
Sim ijaca 5 rrt
Si m ijaca 6 Sim ijaca 7 Sim ijaca 1 23>
5 Soacha 9 Soacha 9
Soacha 9 Soacha
9 Sopó 7 Sopó __ 10
Sopó 10 S opó
10 Suba 8 Suba ó . . _ r . -p— ■ -
Suba 9
S u bachoque 10 Subachoque 6 S ubach o q u e
S ubach o q u c 8
6 Suesca 5 Suesca 5
Suesca 6 Sviesca
8 S upatá 7 S upatá 3
S u p atá
6 Susa 1 Susa 4
S usa 4 Susa
2 S u ta la u sa 3 S u ta la u sa 4
S u ta tu a sa 1 S u ta tu a sa
1 Tabio 3 Tabio 9
Tabio 7 Tabio
4 Tausa 2 T ausa 7
Tausa 2 Tausa
Tena 9 Tena 4
Tena 7 Tena 3
9 Tenjo 4 Tenjo 10
Ten jo 7 Ten jo
5 Tíbacuv 10 Tibacuy ó
) Tibacuy
46 EL PROBLEMA

—r^C' —« n « » j ts¡ fo r- i*} — oc ín rn r * r-

ZipaquirA ________________ 4______ Zipaquii~A


según dóciles del avalúo prom edio de sus predios rurales (continuación)

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C u a d r o i .5 Posición de los m unicipios de Cundinamarca


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EL PROBLEMA 47

Finalmente, un par de mapas da una idea de la distribución espacial de


algunos de estos resultados estadísticos. El primero muestra los pisos térmi­
nos o climas predominantes en cada municipio y el segundo registra la estra­
tificación de los municipios de Cundinamarca conforme al valor catastral
promedio (la división del valor total municipal por el número de predios). El
mapa catastral muestra manchones de estratos que permiten distinguir cla­
ramente las zonas orientales de viejo asentamiento y de clima frío al norte, y
de colonización y climas templados y cálidos al sur de las zonas de occidente
que caen a la hoya del Magdalena que, al igual que casi todas las que rodean
la ciudad de Bogotá, presentan un mayor valor catastral promedio. Este
mapa indica que se había abierto la competencia por las tierras cálidas (ga­
nadería) y templadas (café) y por las de colonización al sur.'
48 EL PROBLEMA

M apa i J . Climas cálido, cafetero y frío en Cundinamarca

Fuente: Elaborado para este estudio por Ana María Silva Campo {2007).
EL PROBLEMA 49

M apa i .2. Estratificación de los municipios de Cundinamarca, 1935


(según valor catastral de los predios rurales)

F uente: Elaborado con base en los dalos catastrales citados y el mapa de Cundinamarca y
sus municipios del Censo de Población de 1938 (Vol. vm) por Raúl Lemus Pérez del Departa­
mento de Información Geográfica de El Colegio de México.

Con estos preliminares podemos pasar a discernir el asunto de los cam­


pesinos, uno de los protagonistas de esta historia.
W "7
C apítu lo h
CAMPESINOS Y PROPIEDAD

¿De o u é c a m p e s in o s h a bla m o s ?

En los años treinta, dos tercios de la población colombiana era campesina.


La pequeña explotación familiar alimentaba a los colombianos y generaba
sustanciales ingresos en el comercio internacional. Según el Diccionario de
autoridades (1726-1739), campesino es “lo que es propio del campo o lo que
anda siempre en el campo, y gusta mucho de él, y como tal está criado con
robustez y groseramente". Allí es citado el jesuíta Alonso de Ovalle (1601-
1651), quien afirmó en su Historial del Reino de Chile: “Hasta que llegaron los
españoles a la América, no se habían visto jamás en ella vacas, caballos, ni
conejos, así mismo, caseros como campesinos". Quizás por esto, durante el
período colonial los indígenas no fueron llamados campesinos. En el siglo
xix, empero, en muchos lugares del país fue costumbre llamar "indios" a los
campesinos. Habrá que esperar a la segunda mitad del siglo xx para que el
adjetivo campesino se generalice. En nuestros años treinta éste se empleaba
indistintamente con peón, labrador, labriego, agricultor, colono, trabajador,
aparcero, medierò, y sus variaciones en el habla local y coloquial.
En 1821, en los balbuceos de la igualdad democrática, la ley de extinción
del "tributo" propuso llamar indígenas a los "indios": “Los indígenas de Co­
lombia, llamados indios en el Código español (...) quedan en todo iguales a
los demás ciudadanos y se regirán por las mismas leyes" (Codificación Nacio­
nal, voi. 1,1924, p. 116). Más de cien años después, en la exposición de moti­
vos del proyecto de ley de reforma del régimen de tierras de 1933, el ministro
de Industrias Francisco José Chaux, esclarecido y progresista Miembro de la
élite payanesa, apuntó:

las m asas indígenas constituyen el factor trabajo, nò sólo p o r razón de sus activi­
dades tradicionales, sino tam bién por su vinculación biológica a la tierra. De tal
m anera que tienen un dóble valor económ ico y social, que multiplica en esa pro­
porción la gravedad de los conflictos en que puedan incurrir. El indio am ericano,
que fue recogido por la acción colonizadora en el principio de form ación de
nuestra nacionalidad, pertenecía y pertenece virtualm ente a la estructura geo­

51
52 CAMPESINOS Y PROPIEDAD

gráfica y clim atérica del suelo en que subsisiieron sus antepasados, e inviene en
él la totalidad de sus facultades hum anas (M artínez, 1939, pp. 47-8).

Chaux no supo si clasificar al ''indio" como clase económica o describirlo


racial y, añadamos, racistamente1. La ambigüedad fue la regla. Armando
Solano, destacado publicista y político de la izquierda liberal, abundó en los
estereotipos en boga y no dudó en calificar al campesino boyacense, al que
también llamó "indio" o "indiecito", de pesimista, fatalista, "melancólico" y
de "temperamento suicida". Añadió:

Como consecuencia del am or a la tierra, todos los actos y contratos con ella rela­
cionados son verdaderos ritos que cum ple el boyacense, cualquiera que sea su
condición, con u n a inquietud secreta, con un invencible estupor. El cam pesino
cuida mejor su traje, se baña con más esm ero los pies para e n tra r a la notaría
que a la Iglesia. Tal vez hasta se encuentre alguno que se limpie las uñas cuando
debe firm ar a ruego una escritura (Solano, 1973, pp. 25, 31 y 61).

En este libro empleamos el término campesino conforme a definiciones


corrientes en las ciencias sociales que surgieron después de la Segunda Gue­
rra Mundial y florecieron en la década de los sesenta. Quizás la taxonomía
biológica (familia, género y especie) nos ayude a ilustrarlo.
}. En cuanto a "familia", los campesinos son conjuntos de pequeños pro­
ductores agrarios que trabajan la tierra con la ayuda de herramientas senci­
llas, producen alimentos y otros bienes para su propio sustento, y comercia­
lizan los excedentes o los destinan eventualmente al cumplimiento de
obligaciones con los detentadores del poder económico y político2. Los cam­
pesinos, se ha dicho, producen para comer y coñien para producir. Retenga­
mos estos elementos:
a. El predio familiar.
b. El sistema de agricultura de subsistencia y de base técnica tradicio­
nal que implica enorme esfuerzo humano.
c. El vecindario o vereda con su cultura y obligaciones morales.
d. En la estructura social nacional constituyen "la clase más baja" de la
escala, aspecto que resalta entre más urbanizada e industrializada
sea la sociedad.

1En un estudio sobre la población de Atánquez, en la Sierra Nevada de Santa Marta, el an­
tropólogo Gerardo Reichel Domatoff sugirió que, quizás, la mayoría de poblaciones y aún de
ciudades colombianas pasaron en algún momento de su historia por una dinámica de trasfor­
mación de castas coloniales en clases económicas v clases sociales. Ver Reichcl-Domatoff
(1956).
7Ver Shanin (1973, pp. 63-80); Galeski (1972, pp. 54-75); M óm er (1970, pp. 3-15). Para una
crítica de la noción de "explotación”, implícita en la definición, ver, George Dallon (1974, pp.
553-561).
CAMPESINOS Y PROPIEDAD 53

e. Aunque la propiedad del predio y el carácter familiar del trabajo son


sustanciales, es posible incluir en el análisis grupos como los colonos
en posesión, los arrendatarios y los jornaleros o peones sin tierra, así
como a las comunidades indígenas hispanizadas.
Conviene aclarar que los instrumentos de labranza de la agricultura de
subsistencia eran los del siglo xvi. Con base en el Censo Agropecuario de
1960, un autor calificó el sistema agrícola colombiano de "ineficiente y de­
gradante"; de "despilfarro de esfuerzo humano". El 65% de las explotaciones
agropecuarias se trabajaban exclusivamente con fuerza humana y en los de­
partamentos del Caribe esas proporciones estaban por encima del 85%
(Smith, 1967, pp. 409-420). Sin embargo, la resistencia a introducir innova­
ciones técnicas (como la guadaña o la combinada para reemplazar la hoz en
la siega de trigo y cebada) tenía bases "racionales”3.
La "situación de la clase más baja" quiere decir, por lo demás, que los
campesinos no viven en la autarquía económica; que son un parte de la so­
ciedad colombiana e intercambian bienes constantemente.
2. Desde una perspectiva de historia comparada, Eric Hobsbawm propu­
so considerar un continuo entre dos "géneros" de campesinado con base en
la propiedad. El comunitario de la Rusia Central de mediados del xix y el
individualista francés en el marco de las instituciones y leyes burguesas de la
Revolución (Hobsbawm, 1973, p.4). Puesta la América Latina de los años
treinta en un continuo semejante, es claro que en los países de fuerte tradi­
ción indígena pesaba el campesinado comunitario mientras que en Colom­
bia, con salvedad del régimen de propiedad de los resguardos indígenas del
Cauca y el sur del Tolima, dominaba el minifundista, el pequeño y mediano
propietario, individualista y "pequeño-burgués”; dominaban los campesinos
de código civil, aunque crecían sustratos de campesinos sin tierra y las co­
m entes migratorias de los que colonizaban para hacerse propietarios4. Estos
perfiles ya se advertían en e! siglo xvm y se desarrollaron plenamente en el
xix y el xx (Salazar, 2009, pp. 66-115; Ospina, 1955, pp. 69, 73, 284 y 450).
3. Dentro del género individualista tenemos cinco "especies” principales
de campesinos colombianos, en un país, subrayemos, de alta concentración de
tierra:
a. Una masa considerable de pequeños propietarios estratificados, ins­
critos o no en las oficinas de registro de la propiedad y en los catas­
tros. En el caso de los caficultores, estos emprendían el camino del
"capitalismo campesino”, estimulados por los dirigentes de la f n c .
b. Los pequeños propietarios que, para alcanzar la subsistencia familiar
y mantener su predio, se veían forzados a jomalear parte del año.

3 Ver, Orlando Fals Borda (1959b, pp. 18).


^Ver una síntesis del asunto en Marco Palacios (2008b, pp. 53-77).
54 CAMPESINOS Y PROPIEDAD

c. Los arrendatarios y subarrendatarios de las haciendas que, en el caso


de las de café, también estaban fuertemente estratificados.
d. Los colonos que se asentaban pacíficamente en los baldíos como po­
seedores, es decir, como propietarios provisionales en el lenguaje de
algunos abogados.
e. Los jornaleros dedicados primordial mente a faenas del campo.
Según cultura, localidad o vecindario, afiliación partidista, familia y
otros rasgos identitarios, cada ''especie'1tenía su especificidad; debe mencio­
narse que la última ofrece características complejas, como es el caso de los
corteros de los grandes ingenios de caña de azúcar.
Valga aclarar que así la tierra y la cosecha "estén en el mercado", para el
campesino libre, sedimentado en varias generaciones, la propiedad familiar
más que un medio de producción es algo que entraña honor, seguro de vida,
discernimiento de territorialidad y pertenecía cultural. Un "tradicionalismo"
campesino que merece ser investigado en sus propios términos. Quien dice
campesino, dice familia campesina y designa no sólo una nomenclatura de
parentesco en presente, sino el linaje. Aquí no entra la modernidad a la We-
ber que comienza con la separación de familia y empresa. La primera, fuen­
te de las reglas morales del compartir y cuidar que se deben entre sí todos los
miembros a lo largo de la vida; la segunda, orientada a la ganancia (honesta)
y al interés individual, calculado, propio de socios mercantiles.
Bourdieu, por ejemplo, estudió este tema en su natal provincia del Béar-
ne; en particular, “ese enigma social que es el celibato de los primogénitos en
una sociedad conocida por su apego furibundo al derecho de primogenitura"5,
recaiga éste en varones o mujeres. Con base eñ la paradoja de que son los
primogénitos quienes permanecen solteros, Bourrdíeu encontró mecanismos
sutiles que permiten explicar el equilibrio entre fa continuidad del linaje y la
conservación del patrimonio familiar. La investigación de paradojas de este
tipo podría abrir nuevas avenidas teóricas y metodológicas para profundizar
el estudio del campesinado en Colombia en la doble dimensión de la "situa­
ción objetiva" o "de clase", que nada tiene que ver con “el campesino como
objeto del análisis científico", y de la subjetividad específica que Bourdieu
denominó habitus (Bourdieu, 2004a, pp. 15-76).
Aunque este pequeño patrimonialismo de las familias campesinas no
aparezca incompatible con la incorporación de la técnica agronómica mo­
derna, sí determina el conjunto de conductas o pautas que hacen “tradicio­
nal" la vida campesina y difícil vislumbrar el "fin del campesinado". Quizás
en este punto resida una clave para entender por qué "el salto a propietario",
implícito o explícito en las leyes agrarias de 1936 y 196J que pretendieron

5 Ver Pierre Bourdieu (2004a, p. 129); este libro, publicado pòstumamente, recoge sus artículos
sobre la familia campesina, publicados en 1962, 1972 y 1989 en Eludes Rurales y Les tempes mo­
derne*. Ver también Bourdieu (2004b, pp. 579-99).
CAMPESINOS Y PROPIEDAD 55

fabricarlos en serie, no "modernizaron" al campesinado. Esta fue al menos


una conclusión de Fals Borda sobre "el paso del peonazgo a la propiedad" en
Saucfo en el período 1950-1964. Interesado en determinar si la conversión a
propietario aumentaba la eficiencia en el uso de la tierra encontró que no y
que, por el contrario, afianzaba "pautas tradicionales" (Fals Borda, 1967,
pp.165-74).
Los estudios latinoamericanos que vieron luz en los años treinta y cua­
renta subsumieron o aplastaron a los campesinos en los engranajes de las
instituciones agrarias de origen colonial. De ahí surgió el tópico del nefasto
binomio "feudalidad"-gamonalismo en la célebre fórmula de José Carlos Ma-
riátegui. Para más referencias, podemos citar los análisis de Frank Tan-
nenbaum sobre la concentración agraria en el México porfiriano y el cambio
en el México revolucionario, o los de Silvio Zavala o José María Ots Capde-
qui sobre el papel del derecho y las instituciones indianas y sus efectos de
largo plazo. Así, por ejemplo, los temas de las afinidades y diferencias de co­
munidades indígenas y comunidades campesinas mestizas quedaron oblite­
rados. Comunitarios o individualistas, los campesinos fueron condenados a
vivir en las penumbras y miserias de la gran propiedad. La divulgación de
estas propuestas moldeó las visiones y actitudes de los intelectuales, perio­
distas y políticos colombianos que confluyeron en un movimiento campesi-
nista para popularizarla tenencia de la tierra, distribuyéndola selectivamen­
te en los sitios de conflicto recurrente y exacerbado.
Al momento cubano de la Guerra Fría, destacados sociólogos e historia­
dores sometieron la cuestión agraria a nueva crítica y revisión. Un muestra­
rio representativo se aprecia en el cúmulo de trabajos e investigaciones reco­
gidos en tres obras editadas por Oscar Delgado, Enrique Florescano y
Kenneth Duncan e Ian Rutledge, publicadas de 1965 a 19776. Allí se ponen
de presente los avances de la metodología y descripción empírica de los sis­
temas de tenencia de la tierra y del latifundio latinoamericano; de los regí­
menes laborales y de sus tipos principales. Igualmente se resalta su intrinca­
da formación histórica. Aunque en estos estudios los campesinos y
trabajadores rurales se asomaron con algo de vida propia, a la postre ocupa­
ron un lugar secundario y pasivo en la estructura de haciendas y plantacio­
nes. Esto se refleja en la historiografía colombiana, menos prolija y rica que
la mexicana o la centroandina, en la que descuellan los trabajos de Juan A.
Villamarín, Germán Colmenares y Hermes Tovar. Valga resaltar, entonces, la
excepcionalidad de la investigación de Orlando Fals Borda quien se dedicó
con brío e inventiva a estudiar la formación y desarrollo del campesinado
como un sujeto con vida propia en la historia (Fals Borda, 1957; 1955).

6Ver Delgado (cd). (1965); Florescano (coord.) (1975); Duncan y Rutledge (eds.) (1977),
56 CAMPESINOS Y PROPIEDAD

LOS "ESTUDIOS CAMPESINOS”

Con el trasfondo de la guerra de Vietnam, de resonancias guerrilleras y ejér­


citos campesinos, la producción académica de las ciencias sociales registró
nuevos enfoques entre los cuales se destacan los concernientes al nexo de
"rebelión o revuelta agraria" y "revolución social." La Guerra Fría contribu­
yó, sin duda, al auge de los "estudios campesinos" que encontraron nuevos
foros académicos como Études Rurales, que empezó a publicarse en París en
1961 y, especialmente, The Journal ofPeasant Sludies, j p s , en Londres, 19 7 3 7.
En 1 978, c la eso patrocinó en Bogotá la publicación de Estudios Rurales La­
tinoamericanos que lamentablemente terminó en 1 9 8 5 . Si bien los especialis­
tas colombianos no se percataron de algunos debates y referencias de los
"estudios campesinos", conviene citarlos en tanto enriquecen las perspecti­
vas desde las cuales se plantean preguntas sobre el cambio agrario y la polí­
tica8.
Un hito en los "estudios campesinos" fue el descubrimiento de la obra de
Chayanov en Estados Unidos y Europa (Chayanov, 1966). Ésta abrió el cam­
po y aparecieron nuevas perspectivas analíticas y de metodología empírica
sobre la microeconomía "autoexplotadora" de los campesinos y la movilidad
cíclica, ascendente y descendente, conforme a la relación productores/con-
sumidores a lo largo de la trayectoria de cada’ empresa familiar. Los enfo­
ques del economista ruso llevaron a replantear en el "tercer mundo” esos
viejos debates que al final del zarismo hicieron enfrentar a marxistas y popu­
listas rusos en tomo al papel de los campesinos en el desarrollo capitalista9;
debates que recogían los hilos conductores queiiabían enfrentado a Marx y
Proudhon10. El encuentro con Chayanov apuntaló un neopopulismo o esenr
cialismo campesinista, la "lógica interna de la agricultura campesina'1, la
teoría que transforma los campesinos en clase en sí, independientemente de
las épocas históricas y de los "modos de producción”. Dado el peso de los
campesinados en la producción mundial de alimentos, el asunto no pierde
intensidad; por el contrario, la gana frente a la alternativa neoclásica del pe­
queño productor guiado por la conducta del buscador innato del "beneficio
máximo”. Un saludable balance de esta contienda de concepciones fue pro­

7 Una síntesis autorreflexiva de la trayectoria del JPS se encuentra en Bernstein y Bryes,


(2001, pp. 1-56).
8 El desinterés de los investigadores colombianos por estos temas quedó bien registrado en
el balance bibliográfico de Bejarano (1983. pp. 251-304).
* La contraposición de escuelas es notable. Ver, por ejemplo, una visión leninista en Cook y
Binford (1986, pp. 1-31); de muy útil consulta es la sección “Peasani Social Worlds" del proyecto
era (Expcricnce Rich Anthropology) en, http;//anthropology.ac.uk/
10Ver los agudos comentarios de Robert Schncrb a raí?, de la reedición de la Miseria de ¡a Fi­
losofía de Marx (París, 1950), en “Marx contre Proudhon" (1950, pp. 484-490).
CAMPESINOS Y PROPIEDAD 57

puesto por Ñola Reinhardt en su espléndida monografía de Dagua (Valle del


Cauca) con base en una investigación en la década de los ochenta cuando,
recordemos, se profetizaba la desaparición del campesinado, incapaz de sos­
tener la competencia con las grandes unidades11.
En el amplio espectro de los estudios campesinos se destacaron los tra­
bajos del antropólogo Eric Wolf, los sociólogos Teodor Shanin y Hamza Ala-
vi y el historiador Eric Hobsbawm. Los dos últimos autores abordaron crea­
tivamente el tema escurridizo de los campesinos y la política; Alavi descartó
la idea de una pasividad inherente a los campesinos (subrayada por Marx en
sus estudios de la estructura social francesa y en los de Fals sobre el fatalis­
mo de los saucitas andinos) y subrayó la necesidad de estudiar las rebeliones
campesinas vinculándolas a toda la organización social, conforme a conoci­
dos conceptos de Mao Zedong sobre los estratos campesinos. Los estudios
de Hobsbawm sobre las formas arcaicas incrustadas en muchos movimien­
tos sociales modernos y los mecanismos trasmisores de la politización y mo­
vilización de los campesinos en el siglo xx tuvieron amplio eco en América
Latina y el sur de Europa, en particular la sugerente figura del "bandido so­
cial" y, en menor grado, la propensión de los colonos a politizarse1112.
Los trabajadores asalariados del campo quedaban un poco de lado en las
concepciones de Wolf y Shanin. El primer autor enfocó el triángulo campesi-
nos-Estado-mercado y, de paso, propuso superar las categorías pioneras for­
muladas por Roberí Redfield sobre los campesinos como parte de las “socie­
dades folk" y su “cultura folie*'. Posteriormente, el mismo Redfield encontró
que estos no eran "sociedades primitivas"; que eran estructuralmente autó­
nomas (en cuanto a demografía, economía, organización jerárquica interna
y cultura) y que, a pesar de tener una vida propia reducida al marco local,
eran parte de una sociedad más amplia (Redfield, 1956b). Aunque aconsejó
hacer una "ciencia comparada" de esa sociedad local campesina, ésta pare­
cía demasiado estática e inadecuada frente a la tríada propuesta por Wolf
que, por supuesto, le serviría para ilustrar el curso de “las guerras campesi­
nas del siglo xx” (Wolf, 1966; 1972). De su lado, Shanin sostuvo que las rebe­
liones agrarias rusas de 1905-1907 habían sido un modelo revolucionario
que se reprodujo en México y China (1910 y 1911 respectivamente), países
de "capitalismo dependiente”, y que, por lo demás, habrían llevado al mismo
Lenin a replantear su teoría del nexo entre revolución y desarrollo capitalista
en Rusia (Shanin, 1985; 1986).

11 Ñola Reinhardi (1988). El'trabajo empieza con una presentación de las escuelas que com­
petían por “la cuestión campesina".
11Ver Alavi (1965, pp. 241-77; 1973, pp. 23-62); Hobsbawm (1968); Hobsbawm (1967, pp. 43-
65) versión en español en Pensamiento Crítico, n° 24, enero d e .1969. Una comprensiva critica
bibliográfica del tema se encuentra en Gilbert (1990, pp. 7-53) y para Colombia, Sánchez Meer-
tens (1987, pp. 151-70).
58 CAMPESINOS Y PROPIEDAD

Subyacía, pues, el tema de Ja revolución. Los trabajos de Shanin sobre el


campesinado ruso, antes y después de la Revolución bolchevique, y los de
Wolf, que aparte de Rusia incluían México, China, Vietnam, Argelia y Cuba,
entroncaron con la corriente de "las revoluciones comparadas" o de “la mo­
dernización comparada" cuyo maestro fue Barrington Moore. Su tesis de los
tres caminos al Estado moderno, en Asia, Europa y Estados Unidos marcó
nuevas pautas de análisis. Según Moore, para encontrar la clave de la gran
transformación moderna había que entender cómo fue la destrucción-trans­
formación de las clases terratenientes precapitalistas. Concluyó que en In­
glaterra y los Estados Unidos (como resultado de la guerra civil) la burguesía
victoriosa pudo consolidar la democracia liberal. En Alemania y Japón, por
el contrario, el triunfo de una coalición estatal "reaccionaria desde arriba”
produjo los fascismos, y en Rusia y China había ganado una revolución cam­
pesina desde abajo que terminó en la formación del régimen comunista
(Moore, 1966). Esta pluralidad de caminos contrastaba con las teorías del
camino único al mundo moderno como el de "la expansión de la participa­
ción política" de Samuel Huntington, o el "take-off’ de las "etapas” ineludi­
bles del desarrollo económico y la "modernización" de W. W. Rostow, profe­
sor del MtT y asesor de seguridad del presidente Kennedy. El tema de la
revolución y sus modelos alimentaría importantes controversias posteriores.
Una de las más conocidas se produjo en tomo a la tesis de Theda Skocpol,
discípula de Moore, según la cual la Revolución Trancesa, así como las revolu­
ciones de Rusia y China, eran históricas en el sentido de irrepetibles, passél3.
¿Qué pertinencia podrían tener las tesis de Moore en América Latina? La
cuestión fue atendida por un grupo de historiadores latinoamericanistas que
concluyó, primero, que en estas latitudes del hemisferio occidental los terra­
tenientes no habían sido tan poderosos como los'de Moore (en Social Origins
o f Democracy and Dictatorship) y, segundo, que tampoco tuvieron posibilida­
des de entablar alianzas firmes con el Estado, relativamente débil, y menos
aún en la época de democratización electoral e industrialización. Enfocando
el caso colombiano, Frank Safford señaló varios factores particulares que li­
mitaban severamente las tesis de Moore:
a. El acentuado regionalismo.
b. Las barreras para unificar el mercado interno.
c. La debilidad endémica del Estado.
d. La división de la clase dirigente, manifiesta en la propensión autono­
mista de la clase política en relación con las clases económicas domi­
nantes (Safford, 1995).

IJ Ver Skocpol (1984); ver también Skocpol (ed.) (1998) que recoge escritos sobre e] impacto
de la obra de Barrington Moore en la historiografía y las ciencias sociales contemporáneas.
CAMPESINOS Y PROPIEDAD 59

S obre las m o v il iz a c io n e s

Este panorama de conceptos y contextos del problema campesino nos per­


mite precisar el significado de las movilizaciones en el momento político y
cultural que proyectaba la Guerra de Vietnam en Estados Unidos y que, na­
turalmente, tenía reverberaciones en los debates académicos de todo el mu n ­
do. Wolf recomendó hacerse

nuevas preguntas sobre el papel del cam pesinado, los cam pesinos en política, los
lazos de los cam pesinos con el E stado, el liderazgo cam pesino, su predisposición
o su renuencia a e n tra r en una rebelión y la participación cam pesina en una re ­
volución (Wolf, 1975, pp. 385-386)14.

Los movimientos campesinos que nos conciernen habían entrado a la


arena política antes del triunfo de "las guerras campesinas del siglo xx". El
caso cundinamarqués ofrece dos diferencias sustanciales en relación con to­
das ellas: a) A pesar de la nacionalización de la política colombiana, las mo­
vilizaciones de los años treinta, limitadas en cantidad de participantes y cu­
brimiento geográfico, no rompieron los patrones usuales de localización, de
suerte que, por ejemplo, ningún dirigente de origen campesino alcanzó algo
parecido a liderazgo o proyección nacional, b) Los campesinos del Tequen-
dama y Sumapaz no se movilizaron por miedo al acoso capitalista o a las
instituciones nacionales del Estado, no condujeron a una gran rebelión agra­
ria, ni dieron base a una revolución social ni política. La "revolución" que
buscaban arrendatarios y colonos estaba orientada por los valores del pro­
pietario individualista, arraigados desde el siglo xvm; más que destruir el
cerco capitalista aspiraban ganar el apoyo del Estado nacional para saltar a
propietarios. De igual manera, se movilizaron pacíficamente y quisieron ac­
tuar dentro de la ley.
Muchos de estos elementos del conflicto agrario quedaron sepultados en
los trabajos de investigación e interpretación de los años sesenta y setenta,
inmersos en las polémicas y divisiones de la izquierda revolucionaria en tor­
no al "papel del imperialismo y las clases sociales en la revolución colombia­
na" y al de la "burguesía nacional’’ que habría sido el motor social de la "re­
volución en marcha" y su Ley de Tierras15.
Gonzalo Sánchez, uno de los pioneros marxistas de los estudios de los
movimientos agrarios de esa época, dejó constancia:

14 Una revisión critica sintética de las principales tesis de la época se encuentra en Redclift
(1975. pp. 135-44).
,s Por ejemplo, Posada (1969, p. 90) y Bejarano (1977, pp. 365-86).
60 CAMPESINOS Y PROPIEDAD

Si hem os perdido hoy la perspectiva de las dim ensiones de aquellos conflictos,


ello se debe a la ideología “industrialista" que ha caracterizad o la investigación
histórica desde com ienzos de la década del 60, p o r el afán, sobre todo, de expli­
car el surgim iento de los m ovim ientos populistas del continente (Sánchez, J977,
p. 67)16.

Aunque puede haber razón en el argumento, Sánchez no tuvo en cuenta


que las grandes masas de pequeños cultivadores y jornaleros de casi todas
las regiones y comarcas del país fueron indiferentes a las movilizaciones
agrarias de los años treinta. Esa pasividad, pese a los intentos de dirigentes
como Erasmo Valencia de crear una organización nacional, ayuda a com­
prender otro aspecto de esa “pérdida de perspectiva" y exige una explicación
que aun no se ha formulado (Sánchez, 1984, p. 174). Bien vale recordar aquí
la diferencia establecida por Marx entre el “campesino revolucionario” que
“con su propia energía y unido a las ciudades quiere derribar el viejo orden”
y “el campesino conservador" que

no pugna por salir de su condición social de vida, la parcela, sino que, por el c o n ­
trario, quiere consolidarla (...) som bríam ente retraído en este viejo orden, quiere
verse salvado y preferido, en unión de su parcela, (...) No rep resen ta la ilu stra­
ción, sino la superstición del cam pesino, no su juicio, sino su prejuicio, no su
porvenir, sino su pasado (Marx, 1961 ) 17.

Si en los años treinta la abrumadora mayoría de campesinos colombia­


nos estaban del lado "conservador", ¿en dónde 'encontrar al “campesino re­
volucionario”? La pregunta no podía ser neutra o inocente en los años sesen­
ta y setenta. Los principales autores tomaron* prudente distancia de las
versiones del pcc y de los “trostskistas". Sánchez propuso "ciclos en la larga
tradición de la lucha organizada por la tierra, como Cundinamarca y Toli-
ma" (Sánchez, 1977, p. 63). Nunca sustentó esta idea de ciclos pero en los
enfoques de las "luchas por la tierra" quedó rondando Ja suposición de que
fueron rebeliones agrarias. Veamos.
Las rebeliones agrarias son levantamientos masivos y armados del cam ­
pesinado en un ajuste de cuentas con los detentadores del poder, cualesquie­
ra que sean estos. Tal fenómeno no ha ocurrido en Colombia, salvo quizás el
movimiento comunero del Socorro de 1781 que, a pesar de su carácter mul-
ticlasista y mulliétnico, pareció contener algunos elementos de la definición
Aguilera (1985); McFarlane (1984, pp. J 7-54; 1995, pp. 313-338). La violen­
cia material o simbólica, real o meramente potencial, es decir, la amenaza

16 De esa ideología industrialista no hacían pane otros estudios pioneros como los de Fierre
Gilhodés (1971) o Gaitán (1976) que habían precedido el de Sánchez.
17Ver también Riquclme (1980, pp. 58-72).
CAMPESINOS Y PROPIEDAD 61

creíble de emplearla, es consustancial a las rebeliones agrarias, sean milena-


ristas o modernas, organizadas o supuestamente "espontáneas" como las
universales jacqueries, intermitentes, que fueron características en Perú y
Bolivia de fines de la Colonia a mediados del siglo xx. En los casos de nues­
tro estudio, la violencia fue la excepción, no la regla, y se aplicó fundamen­
talmente como represión a los campesinos1*18.
Otro aspecto que diferenció las movilizaciones colombianas de las gue­
rras campesinas del siglo xx, que Wolf presenta como elementos inextrica­
bles de los movimientos anticoloniales de liberación nacional en Asia y Áfri­
ca, fue que en el país, como en Hispanoamérica, la liberación nacional se
había alcanzado por las armas alrededor de 1820. Por eso la ideología nacio­
nalista colombiana pudo ser construida y apropiada por las élites indepen-
dentistas que pusieron el imaginario político a gravitar en una bipolaridad
perdurable (rojos-azules, Liberales-Conservadores), que penetró el mapa so­
cial y mental a lo largo y ancho del país durante más de siglo y medio. La
realidad objetiva de este imaginario bipolar, omnipresente en la cultura polí­
tica, neutralizó la eficacia movilizadora de la "liberación nacional”, concepto
elaborado a partir del "neocolonialismo" y de la estructura económica y so­
cial en "la época del imperialismo". Mas aun, ¿cómo crear un "sentimiento
nacional” cuando no hay discriminación de tipo étnico-nacional en la religión,
la lengua, la historia, la alimentación, el vestuario, la organización de la fami­
lia? En últimas, cuando no son extranjeros el ejército, las clases propietarias,
la burocracia administrativa. La división de clases o la regionalista puede,
eventualmente, crear identidades y emociones políticas, que, sin embargo,
nunca serán equivalentes al "sentimiento nacional".
Basados en los estudios pioneros, ios conflictos agrarios de Cundinamar-
ca y el oriente del Tolima fueron investigados de nuevo en la década de los
ochenta19. Los autores se mantuvieron al margen de'corrientes en boga que
aplicaban al mundo rural la categoría de "economía moral" que E. P. Thomp­
son había elaborado veinte años atrás, para dar cuenta de la formación de la
clase trabajadora en la Inglaterra de 1780 a J830 (Thompson, 1963).
En efecto, según los "estudios campesinos", las rebeliones agrarias sue­
len ocurrir por el avance del mercado, la comercialización de la agricultura
(de la tierra y su producción), y la consiguiente presión económica de los te-

1SLa violencia contra Jos colonos, particularmente asesinatos, fueron objeto de constante de­
nuncia en Claridad; por ejemplo, n6 113, 5 de junio de 1933; el n° 118,21 de julio de 1932 informa
que un grupo de 35 colonos del Sumapaz fueron atacados por la Guardia de Cundinamarca', in­
cluye un Memorial de Jorge Eliéccr Gaitán sobre este asunto. En el n* 138, 10 de mayo de 1935
denuncia "Bárbara persecución contra colonos de Colombia (Huila)", p.l; n° 149, 17 mayo 1936,
acusación las atrocidades de la Cía Cafetera de Cnttday por evicciones con Guardias del Tolima.
19 Ver Palacios (1979b; J981); Jiménez (1985; 1989, pp. 185-219); González y Marulanda
(1990); Marulanda (1991); Fajardo (1993; 1994, pp. 42-59); ver también Vega (2004, pp. 9-47)
que subraya el predominio de la gran propiedad a lo largo y ancho del país.
62 CAMPESINOS Y PROPIEDAD

rratenientes y de las élites políticas modemizadoras que controlan el Estado


y amenazan los modos tradicionales de vida campesina, sus valores, su segu­
ridad y la reciprocidad. En suma, dichos estudios sostienen que, bajo condi­
ciones de acelerada formación estatal-nacional y desarrollo capitalista, los
campesinos se rebelan si sienten que sus "derechos de subsistencia" corren
peligro20. Estas tesis son cuestionadas por James C. Scott quien, a partir de
sus investigaciones y detalladas encuestas etnográficas de la aldea tradicio­
nal del sudeste de Asia (Malasia), sostuvo que los valores de "solidaridad y
reciprocidad" orientan la defensa campesina de sus opresores e integran for­
mas de vida cotidiana, rutinas, que van a la par de la búsqueda de la subsis­
tencia material. De este modo, las rebeliones son fenómenos raros; antes de
rebelarse o de entrar en la acción colectiva, más costosa a medida que pasa
el tiempo, los campesinos recurren a formas permanentes de "resistencia co­
tidiana" y emplean las “armas del débil". Bajo un conformismo aparente
subyace, por ejemplo, el robo en pequeño; el poner en ridículo y burlarse
sutilmente de las autoridades; ejercer pequeñas revanchas frente a los terra­
tenientes, sus familiares y allegados más cercanos (Scott, 1976; 1958).
Es cierto que debiéramos investigar las “resistencias" cotidianas, esas
prácticas “conformistas" de los campesinos que, con eficacia, evaden las nor­
mas de las relaciones jerárquicas del mundo rural, incluidas, asimismo, las
relaciones de género en el seno de la familia campesina. Al respecto recorde­
mos que las reglamentaciones de trabajo en las haciendas cafeteras permi­
tían que las mujeres de los arrendatarios y subarrendatarios tuviesen amplio
margen en la gestión de la economía doméstica. Muchas lo aprovecharon
subiendo a los perímetros montañosos a producir clandestinamente carbón
de leña, cigarrillos y licores de contrabando21. * .
Con la resistencia podía venir la sumisión. Así, surgen nuevos campos de
investigación como el señalado por Michel Jiménez a partir de "un modelo
patriarcal”, de toda una "ideología de género" impuesta por los hacendados
a los arrendatarios hombres en las haciendas de Viotá. En esta configura­
ción, las mujeres de los arrendatarios aparecían ante estos como dominadas
por una "sexualidad demoniaca" facilitando, de paso, que colaboraran con
sus amos en la “depredación sexual de sus mujeres”, de suerte que "al empe­
ñar sus mujeres a los hacendados y los administradores, estos hombres pue­
den haber esperado ganarse favores o privilegios" (Jiménez, 1990, p.71).

20 De una amplísima literatura, el principal expositor de esta tesis es Eric Wolf (1972)-, el
principal contradictor es, quizás, Mancur Olson (1979).
21 Ver los reportes sobre incidentes violentos por la misma causa, "Contrabando de aguar­
diente" en las haciendas El Chocho, Subía y los Olivos, publicados en El Espectador, 22 de marzo
de 1919 que sugieren el patemalismo de los hacendados dfl suroeste de Cundinamarca, que pro­
curaron defender los campesinos ante las autoridades. Un aspecto más comprehensivo que in­
cluye detalles del contrabando de aguardiente, los procedimientos empleados para erradicarlo
en la zona cafetera y la represión, ver Forero (1937, p. 58).
CAMPESINOS Y PROPIEDAD 63

Con todo y la importancia de investigar y analizar estos mecanismos de


sumisión social, en este punto nos interesa subrayar el aspecto contrario:
que los campesinos del Tequendama y el Sumapaz se organizaron para la
acción social y política, con el fin de mejorar sus condiciones de trabajo y de
alcanzar la titulación de la tierra. Al hacerlo, enfrentaron coaliciones locales
de terratenientes, alcaldes y policías que buscaron reprimirlos en nombre de
la ley y del orden social. Esos campesinos no conformaban una masa hom o­
génea. Por sus condiciones sociales y sus aspiraciones, arrendatarios, colo­
nos y peones o jornaleros sin tierra, a más de distinguirse entre sí, formaban
estratos grupales en los que el liderazgo quedaba casi siempre en manos de
"campesinos ricos''22. La estratificación agraria encerraba la brecha entre lo
urbano y lo rural, que desde la misma Conquista española separó los regíme­
nes de propiedad de los solares urbanos y las tierras agrícolas. Desde enton­
ces, en los núcleos urbanos se centralizaron las funciones administrativas,
religiosas, militares y comerciales, sujetas al régimen legal que produjo el en­
tramado regular de calles y manzanas en tom o a una plaza cuadricular, el
centro dominante de "la ciudad en damero”. A partir de esos núcleos se jerar­
quizó el territorio de la monarquía. Como regla, a mayor distancia de un da­
mero, más difícil era "ordenar” los territorios y fijar linderos entre predios.
De entonces al presente, los núcleos urbanos o cascos municipales han
desempeñado el papel de centros (semi rurales) de poder y autoridad. Gra­
cias a este principio, en los municipios colombianos —aun en los más ru ra­
les, entre el casco, "pueblo" o cabecera municipal y las veredas y aldeas cam ­
pesinas—, los grados de separación term inan cuajando dos comunidades
cercanas y recíprocamente dependientes pero, moral y socialmente alejadas:
los campesinos están "abajo" y los pueblerinos "arriba". Los cascos son, a fin
de cuentas, asiento del gobierno civil y eclesiástico, de las redes de servicios
y del conjunto de inversiones públicas y nodos del comercio. Al estar som eti­
da la población a la lógica de estos engranajes municipales, las haciendas
veían limitados sus márgenes de acción, puesto que los cascos buscaban
consolidar la autonomía en el juego político-electoral y los campesinos in ­
tuían su conveniencia. Es decir que la territorialidad era un arma potencial
de las fuerzas políticas que buscaban el control local, pese a que los hacen­
dados fuesen Jos señores de la tierra. Aquí, pues, parece abrirse una fisura
potencial entre el latifundio y el gamonalismo.

n De Durkheim a Parsons, los sociólogos sostienen que la estratificación puede verificarse


objetivamente al m edirla distancia en térm inos de riqueza e ingreso, pero que tam bién se refie­
re a la percepción y autopercepción del lugar que cada cual ocupa en una escala de los "senti­
mientos morales": quién es '’superior” y quién es "inferior".
64 C A M PESIN O S Y P R O PIED A D

S obre "el rebelde racional "

Ahora, si bien pudo existir una galaxia de acciones de resistencia cotidiana,


los campesinos del Tequendama y la comarca de Fusagasugá parecieron pro­
seguir estrategias individualistas, aunque politizadas y organizadas, propias
de un "campesino racional". Dicho de otro modo, esos campesinados res­
pondieron más a los dictados de la "economía política"; les parecieron más
verosímiles las versiones iusracionalistas que les ofrecieron Liberales y Co­
munistas sobre la ley del Estado "superior" a la "costumbre". Así, pues, se
aceleró la “modernización" de la mentalidad campesina. Veamos.
1. La movilidad de la mano de obra entraba en el cálculo de hacendados
y campesinos. Las haciendas de café no eran aldeas tradicionales asiáticas;
no estaban “cerradas" sino “abiertas"; necesitaban mano de obra móvil para
las cosechas y, no obstante la necesidad de arraigar "brazos”, es decir, fami­
lias arrendatarias, los grandes propietarios dudaron de su conveniencia en el
largo plazo. Además, los hacendados no tenían poder fáctico ni legal de in­
movilizar a los arrendatarios. De su lado, los campesinos conocían detalla­
damente los intríngulis del trabajo migratorio. Los que periódicamente baja­
ban de tierra fría a cosechar café requerían el jornal como un complemento
de su ingreso campesino y, para los jornaleros Sin tierra, éste representaba el
único medio de vida. Los arrendatarios podían ser sus patrones.
2. La ciase política percibió y tuvo en cuenta los intereses, identidades y
sentimientos de solidaridad de los grupos campesinos estratificados, así
como sus conflictos internos. Si bien los límites ríe las movilizaciones depen­
dían también del tipo de relaciones consuetudinarias de los terratenientes
(ausentistas en el café) y los campesinos, así como de las relaciones fluctuan-
tes de los diferentes estratos campesinos entre sí, cada cual buscaba indivi­
dualmente su provecho y ventaja. Esto en cuanto a los arrendatarios de las
haciendas, porque los colonos enfrentaban primero las autoridades locales
en la medida en que fueran instrumento de los terratenientes que buscaban
expulsarlos. Por eso los colonos estaban más urgidos del apoyo de los inter­
mediarios políticos.
3. Aunque la Colombia de los años treinta experimentaba los dolores del
parto capitalista y los traumas de la consolidación del Estado nacional, los
campesinos —manifiestamente descontentos con el orden de las haciendas y
con el desorden de las concesiones de baldíos, subrayado por el mismo Go­
bierno Nacional— se movilizaron en la coyuntura adecuada para acceder a
la propiedad de la tierra. No se movilizaron en defensa de una amenazada (e
idealizada) “comunidad moral", sino que lucharon denodadamente para in­
gresar, por decisión propia y como ciudadanos iguales, a la compleja "socie­
C A M PESIN O S Y PROPIED A D 65

dad” nacional23. Manifestaron una voluntad inconmovible de sentar plaza en


la nación de ciudadanos y alcanzar las ventajas del sistema de pequeños cafi-
cultores que, a partir de 1932, la Federación Nacional de Cafeteros de Co­
lombia, f n c , ofrecía como paradigma de democracia social. A este “cálculo
racional” subyacía la creencia heredada de que la propiedad familiar de la
tierra encarnaba el "sentimiento de justicia natural", como se puso de pre­
sente en un debate en la Cámara de Representantes del 25 de octubre de
1932:

[sobre] este delicado pro b lem a en tre hacen d ad o s y colonos {...) no se p u ed e d e ­


c ir que haya un p ro b lem a co m u n ista., puesto que toda vez que el c am p esin o re ­
c lam a el d om inio de la pequeña parcela que a rre b a tó a la selva en lucha c o n sta n ­
te y tesonera, io hace p o r un se n tim ien to de justicia m uy n atu ral, y desde ese
m o m en to se a p arta a b ie rta m en te de las d o ctrin as co m u n istas y pregona el indi­
vidualism o (Anales de la Cámara de Representantes, 11 de noviem bre de 1932, p.
768).

E l concepto de mentalidad propietaria

Al decir de Paolo Grossi, propiedad y propietario son simultáneamente con­


ceptos jurídicos abstractos, categorías de filosofía política; formas institucio­
nalizadas de la organización social y, también, meras ideologías. En este sen­
tido forman capas yuxtapuestas y dan consistencia a una gruesa costra que
viene a ser la mentalidad propietaria correspondiente a cada época histórica
(Grossi, 1992, pp. 57-66). Estas capas se nos presentan separadas, de suerte
que en las oficinas de los altos magistrados, jurisconsultos y abogados y en
las aulas universitarias, propiedad y propietario se transforman en una al­
quimia de conceptos puros, objeto de técnica, hermenéutica y síntesis cientí­
fica. En las tribunas de los estadistas y políticos suelen recibir el halo del
gran propósito ético o piedra filosofal de una civilización.
Con base en estos planteamientos del historiador italiano del derecho
podemos dar un paso adelante y constatar que, mientras la tierra es una
cosa, un bien corpóreo, la propiedad es una palabra, un concepto, un dere­
cho del que deriva una cadena de derechos, algunos completamente incorpó­
reos. Claro está que la posesión material es el primer derecho y el más inme­
diato.
Como cosa, la tierra tiene forma, espaciabdad; puede localizarse y tiene
linderos que cada propietario (la familia) debe cuidar y, eventual mente, de-

23E n e s ta d ir e c c ió n r e s u lt a p e r t in e n t e la o b r a d e P o p k in (1 9 7 9 ), p o c o a p r e c ia d a e n lo s m e ­
d io s l a tin o a m e r ic a n o s q u iz á s p o r s u “in d iv id u a lis m o m e to d o ló g ic o ”.
66 CAMPESINOS Y PROPIEDAD

Tender. El propietario tiene vecinos (otras familias) y su predio hace parte de


un vecindario, un terruño, es decir, de una red cultural de intercambios so­
ciales y económicos que definen la patria chica. A diferencia de la represen­
tación unitaria del espacio que hace el Estado, abstracta, cartográfica, even­
tualmente científica (de suerte que puede tener aplicaciones en el frente
económico, militar, fiscal, político, electoral), la representación del espacio
que se hace el propietario, en particular el campesino, es directa, sensorial,
afectiva. Del mismo modo se figura la patria chica. Sus representaciones es­
tán ligadas a las estaciones de la vida y a la muerte; a la reproducción fami­
liar y del vecindario. La precisión de los linderos, de los predios y del terru­
ño, es existencial; punto de honor y prestigio. Esta precisión se pierde en las
situaciones fluidas de colonización, cuando es razonable esperar mayores
grados de conflicto y tasas más altas de masculinidad, al menos en las prime­
ras fases del asentamiento.
Lo fundamental en el largo plazo es, sin embargo, que la distribución del
poder político y social en las sociedades de base agraria queda supeditada a
dos factores principales: la titularidad de la propiedad de la tierra, sea fácti-
ca o jurídica, y el rendimiento económico de las unidades.
Ahora bien, el concepto de la propiedad de la naturaleza (tierra, subsue­
lo y aguas) no puede limitarse al reino de la ley y la jurisprudencia porque
abarca nociones de justicia, derechos y crecimiento económico, que son di­
námicas y controversiales como los "derechos naturales", el utilitarismo de
la "función social de la propiedad" o el postulado de que "la propiedad es un
robo" de Proudhon. Aparecen así ideologías que establecen los límites mora­
les y el sentido político de las reglas mediante las cuales el Estado asigna y
dispone los derechos de propiedad24. Pero quizás en las charlas de los cam­
pesinos colombianos alrededor de sus fogones, palabras tales como "propie­
dad" y “trabajo” se entiendan dentro del universo de creencias trasmitidas de
una generación a otra; quizás, la relación entrañable de Ja familia y su parce­
la aparezca como un elemento del orden natural, del orden de la Creación.
En otra dimensión está, por supuesto, la tradición analítica de la econo­
mía clásica, en la cual "naturaleza, trabajo y capital" son conceptos medula­
res: “los factores de producción”. Siguiendo a John Locke, (1632-1704) los
economistas ingleses y Marx concibieron el trabajo como elemento central,
fuente primordial del capital, del invento y diseño de las herramientas, de las
técnicas de mejoramiento de la tierra que abaten los rendimientos decre­
cientes, el efecto del aumento de la población y aumentan la productividad.
En este campo, la escuela de la nueva economía institucional hace un
aporte fundamental al subrayar el papel del Estado en el aseguramiento de
los derechos de propiedad que, al bajar los costos de transacción, mejora la

14 Ver Getzlcr (1996, pp. 639-669); para una concepción de la propiedad privada como dere­
cho, verWaldron (1985, pp. 317, 321-3).
CAMPESINOS Y PROPIEDAD 67

eficiencia del mercado y facilita el aumento de la productividad y de los nive­


les de vida de la población en general (North y Thomas, 1973, pp. 150-1;
North, 1990). El postulado debe ser comprobado a la luz de una historia
agraria más rigurosa25. En mis trabajos del café, por ejemplo, mostré que en
esos masivos y prolongados procesos colonizadores, como la "colonización
antioqueña", los grupos campesinos con libre acceso a la tierra aseguraron
fácticamente sus derechos de propiedad de la tierra. Aquí podemos estar
frente a la posesión en el sentido del cc o, quizás, debamos apelar al concep­
to de "propiedad extralegal'' desarrollado en el proyecto de pluralismo jurídi­
co en la Universidad de los Andes aplicado a Bogotá, urbe que desde media­
dos del siglo pasado crece en una proporción considerable gracias a
dinámicas clandestinas, a la ilegalidad y la "piratería". El concepto remite a
la creación y desarrollo de un "ordenamiento jurídico no oficial" en las rela­
ciones sociales y estatales de propiedad de la ciudad, que conjuntan lo ilegal
y lo legal26.
No hay investigaciones de este género que alumbren la historia de la
apropiación de tierra y posterior legalización de la propiedad en las zonas de
colonización después de c. 1840. Podemos suponer que los campesinos, sin
cuyo esfuerzo no se hubiera formado el "cordón cafetero de Occidente", ase­
guraron sus derechos cuando menos en las mismas condiciones que los lati­
fundios respaldados en la "posesión inscrita"27. De este modo, la comunidad
rural protege los derechos de propiedad campesina antes que las burocracias
administrativas del Estado, principio acentuado por la afición de los campe­
sinos por lo fáctico y por sus arraigadas creencias en la justicia distributiva.
Esto pudo ocurrir, claro está, antes de La Violencia.
Según mis propios cálculos que, hasta donde sé, se sostienen, en las ad­
judicaciones de baldíos en Antioquia y Caldas (1827-1931), sólo el 3.3% de la
tierra se transfirió a la pequeña propiedad. Tal cifra, irreal, irrisoria, señala1

11 Sobre la necesidad de ampliar y hacer más flexible este postulado neo institucional, ver
Getzler (1996), Encontré muy iluminador el artículo de Congost (2003, pp. 73-106).
Ib Ver, por ejemplo, Bonilla (2006, pp. 207-233); Rico (2009).
17 La "posesión inscrita”, originada en el derecho patrimonial de Justiniano y contenida en
las Siete Partidas, daba garantía de publicidad a las trasíerencias de los bienes inmuebles. An­
drés Bello argumentó fuertemente □ favor de consagrar la inscripción como "la única forma de
tradición de todo derecho real (...) y asf se va caminando aceleradamente a una época en que
inscripción, posesión y propiedad, serán términos idénticos”. Reitera Bello que la inscripción
"pone a la vista de lodos el estado de las fortunas territoriales". Ver, "Exposición de motivos"
(1855) en Obras Completas de Andrés Bello (1954, pp. 9-11). La institución fue adoptada en los
respectivos códigos chileno y colombiano. Según el an. 2.637 del cc; "El registro o inscripción
de los instrumentos públicos tiene principalmente los siguientes objetos: Io Servir de medio de
tradición de dominio de los bienes raíces y de otros derechos reales constituidos en ellos. (...)”
que debe verse en concordancia con los art. 756, 759, 785, y 2652. Estos artículos se referían a
las condiciones de título inscrito, reglamentadas, además de la citada Ley de 1821, por las leyes
56 de 1905 y 84 de 1927. De unos años para acá la Corte Constitucional, y otros tribunales, la
consideran "institución obsoleta".
70 CAMPESINOS Y PROPIEDAD

el instrum ento de ese aberrante individualismo liberal tan severam ente condena*
do por la Iglesia, que lo califica, por boca de uno de sus más ilustres pontífices,
como fuente em ponzoñada en donde nacieron todos los errores de las ciencia
económica que entregó a los hombres al libre juego de la concurrencia p ara que
de la lucha consiguiente surgiera la prepotencia económ ica, inm oderada, violen­
ta, y despótica, cruel e implacable contra la cual la Iglesia proclam a las m ás ele­
vadas norm as de justicia social y de caridad cristiana (p. 4).

Zuleta invita a un rápido recorrido pedagógico (Josserand, Saleilles, Ri­


pert, Esmein, Colin y Capitant, Le Fur) que de paso le sirvió para subrayar
las discrepancias que mantenían esos maestros revisionistas en tomo a la
categoría "derecho natural". Pero su interés era demostrar que todos ellos,
con François Gény a la cabeza, habían transformado el derecho en una
"ciencia más social y más humana, a la vez; más práctica y más realista y
sobre todo más moral", tomando la vía de la "libre investigación científica"
(p. 5). En lo que respecta a la propiedad, citó a Colin y Capitant que, confor­
me a la doctrina tradicional de la Iglesia,

se esfuerzan por definir la naturaleza íntim a de los deberes que gravan sobre la
propiedad y concretar los límites que las necesidades de la convivencia social
trazan al mismo derecho de propiedad y al uso q ejercicio del m ism o (p. .7).

La moral cristiana, concluyó, "es en concepto de la mayor parte de los


juristas franceses y belgas déla hora presente, el más alto factor de progreso
del derecho objetivo” (p. 7). ’
1 (
En un plano práctico, como veremos, los Conservadores y la Iglesia con­
venían en que la pequeña propiedad campesina, aparte de expresar valores
cristianos, pavimentaba el camino a la concordia social y a la paz, y era mo­
ralmente más próxima al cristianismo.
C apítulo iii
SOBRE EL “INDIVIDUALISMO AGRARIO“
COLOMBIANO

P r o pie d a d , utilidad y m ercado

A más de referirse a una cosa, la propiedad de la tierra es una relación social,


una praxis de su acceso, conservación y mejora que, en el caso de la propie­
dad campesina, primero se legitima en el tejido de los vecindarios y sólo
después, y eventualmente, en las instituciones del Estado.
En el conjunto de atributos de la tierra como relación social deben inves­
tigarse el goce de la libertad individual y esa peculiar intimidad (Ellickson,
1993, pp. 1344-1446) que los campesinos disfrutan y defienden en los siste­
mas de asentamiento difuso, no nuciendo, característicos de las regiones an­
dinas colombianas.
Para el liberalismo la propiedad privada es un derecho fundamental.
Cuando semejante postulado se refiere a los derechos de propiedad sobre la
naturaleza, éste aparece abrumado de tensiones arguméntales como vimos
con Mili y como se aprecia recientemente en las polémicas desencadenadas
por obras como la de C. B. Mcpherson1. Puesto que un atributo esencial del
titular de los derechos de propiedad es la libre disposición de los bienes, la
libertad de contratar, no podría haber mercado sin propiedad privada. Ésta
es mercancía en estado de latencia y el mercado, el medio de realizar los de­
rechos de propiedad privada (Getzler, 1996, p. 669). El supuesto de esta teo­
ría económica es que el intercambio de bienes se transforma en mercado
cuando los agentes buscan libremente un beneficio. De modo que, al igual
que la propiedad, el mercado es una expresión de la libertad.
El sustrato común que confiere la filosofía liberal a los sistemas de pro­
piedad privada se expresa en las ordenaciones y lenguajes legales y jurispru­
denciales del derecho privado moderno, así como en las formas de racionali­
zar las reglas de legitimación constitucionalista. Dos grandes tradiciones
jurídicas del derecho privado occidental coexisten a lo largo de los últimos
siglos: la del Common Law (en sus variaciones británica y estadounidense) y

1Ver Mcpherson (1962: 1978) y el debate que siguió: Vtner (1963, pp. 548-559): Gilí (1983.
pp. 675-695): WaldronO 987, pp. 127-150; 1989, pp. 3-28).

71
72 SOBRE EL 'INDIVIDUALISMO AGRARIO" COLOMBIANO

]a del derecho continental europeo. Valga subrayar que la economía neo ins-
titucional encuentra más afinidades con la primera y está llena de reservas
frente a la segunda12.
Recordemos que las principales corrientes o escuelas de economía (la
clásica, el marxismo, la neoclásica y la nueva escuela de economía institucio­
nal) asumen, acríticameme, que el caso inglés ofrece el modelo universal del
desarrollo moderno: gran terrateniente -» arrendatario capitalista - » jorna­
lero. Subrayamos arriba la crítica de John Suart Mili a la supuesta universa­
lidad de un modelo que desconocía olímpicamente otras opciones empíricas
válidas para eJ desarrollo económico, corno las de los regímenes de pequeña
propiedad campesina y algunas formas de aparcería.
En la época de la fundación de Estados Unidos, país singular por la rela­
ción de una naturaleza pródiga y abundante (tierra, agua, minerales) y la
mano de obra escasa, un pensamiento de Montesquieu pareció tener gran
acogida: que las constituciones políticas estaban para proteger la libertad y
las leyes, y los tribunales civiles para proteger la propiedad3. La tradición
jurídica colombiana, una de tantas en la familia Iberoamericana originada
en el tronco castellano-indiano, pasó por un doble cedazo: primero, por el
paradigma constitucionalista francés y estadounidense; después, por la civi-
lística napoleónica. En cualquier caso, solamente investigaciones en archivos
notariales y judiciales podrán resolver razonablemente la cuestión del papel
específico del cc en el fortalecimiento de la mentalidad propietaria individua­
lista del campesinado colombiano y, de contera, en su acusado conservadu­
rismo4.
Los conjuntos de reglas que gobiernan la adquisición, conservación y
disposición de los bienes y que definen cuatro'tipos de propiedad (estatal,
pública, comunitaria, privada) han evolucionado permanentemente desde la
Conquista española, así como han cambiado sus doctrinas de legitimación
social y política. Una evolución igualmente compleja se advierte en la forma­
ción del mercado, más limitado en cuanto a la tierra. Puede decirse entonces
que la propiedad privada hace parte de un sistema más amplio de propiedad
y que, con el mercado, está incrustado en un sistema social más comprensi­
vo.
Dos grandes inflexiones Liberales ofrece la historia de la propiedad de la
tierra en Colombia: primero, la desamortización de bienes y censos eclesiás­
ticos, limitada en 1821-1827 y extendida en 1851-1861 que, desde el punto de

1Ver, por ejemplo, el estudio temprano, con base en la teoría de los costos de transacción de
Demsetz (1967, pp. 347-359). A mi juicio, una visión más comprensiva de los derechos de pro­
piedad desde el punto de vista económico-lega! se encuentra en Merrill y Smíth (2001, pp. 357-
398).
3Sobre este tópico constitucional en Estados Unidos, ver Cokcr (1936, pp. 1-23).
4 Ver la interesante hipótesis de los “tipos ideales de propiedad", tradicional, comercial y
social que propone Rengifo (2003. pp. 18-29).
SOBRE EL "INDIVIDUALISMO AGRARIO" COLOMBIANO 73

vista fiscal puede ser considerada como una continuación de las desamorti­
zaciones emprendidas por los Borbones españoles, aunque no así en sus at­
mósferas religiosas y anticlericales. La segunda inflexión fue la Ley de Tie­
rras de 1936. Si cada una representó un avance en la dirección de hacer de la
propiedad privada el sistema dominante de propiedad, sus contextos políti­
cos y coaliciones de poder fueron muy diferentes5.
En efecto, de mediados del siglo xvu en adelante aparecieron nuevas
concepciones sobre el sujeto y sus derechos. Con fundamento en la filosofía
de un precursor como Locke y con las luces de les philosophes, muchos fun­
cionarios regalistas de Carlos 111 (1759-1788) consideraron que la prosperi­
dad de la agricultura del Imperio requería la abolición de aquellas restriccio­
nes jurídicas que sacaban los bienes raíces de las "fuerzas naturales” del
mercado. Si la "utilidad” de los bienes se decidía conforme a 'Tas leyes natu­
rales del mercado", cuyo agente es el individuo emancipado, entonces la pro­
fusión de "manos muertas", mayorazgos, bienes municipales, de las corpora­
ciones eclesiásticas y de gravámenes a perpetuidad (como capellanías y
patronatos sobre los que se constituían censos enfitéutícos) debían conside­
rarse desperdicio social y fuente de atraso6. En consecuencia, para acortar
el rezago económico y militar de la monarquía respecto a las potencias riva­
les, demostrado en las tomas de la marina de guerra británica de La Habana
y Manila en 1762, era menester desvincular o desamortizar la propiedad in­
mueble y solucionar la paradoja de "tierras sin hombres, hombre sin tierra".
En la desamortización borbónica y republicana, el conflicto de legitima­
ción versó sobre el ejercicio de la soberanía estatal frente a la titularidad de
los bienes y censos de las corporaciones eclesiásticas, mediante la expropia­
ción, nacionalización y puesta de los bienes en subasta pública, salvólos que
pasaran directamente al servicio de instituciones estatales. No obstante la
baja urbanización del país en el siglo xix, la masa principal de los bienes y
censos eclesiásticos consistía en edificaciones y solares urbanos. En la refor­
ma constitucional y legal de 1936 el conflicto versó sobre el fundamento eco­
nómico o "función social” de la propiedad de la tierra (quedó excluida expre­
samente la finca raíz urbana) como criterio de validez de la titularidad
jurídica individual. La tierra debía ser explotada "en función" del "desarrollo
económico".

5 Colmenares (1974, pp. 125-43). Un panorama esclarecedor de la desamortización de la Co-


lombian Bolivaríana se encuentra en Bushnel) (1966, pp. 243-78). Sobre el aspecto fiscal de la
desamortización de la década de los sesenta, contamos con el estudio reciente de Jaram illo y
Meisel (2008) que debe considerarse un punto de partida para retom ar el debate.
4 La emancipación de Jas élites “civilizadas" y su contraposición con el bajo pueblo "salvaje"
del ideario ilustrado se subraya en Buchemblcd (1988, p. 13). Paro la desamortización Hispa­
noamericana, ver Baucr (1983, pp. 707-733). La enfiteusis es, según el Diccionario de la Real
Academia Española, la "cesión perpetua o por largo tiempo de) dominio útil de un inmueble,
medíanle el pago anual de un canon y de laudemio por cada enajenación de dicho dominio".
74 SOBRE EL "INDIVIDUALISMO AGRARIO" COLOMBIANO

Estas materias salieron a luz y se disputaron intensamente en la primera


mitad de los años treinta, tiempo crucial en la política y en la historia de las
concepciones y doctrinas de los derechos de la propiedad agraria en Colom­
bia. Resultaba urgente responder esa pregunta bíblica: de quién es la tierra.
En aquella coyuntura, los gobernantes del Estado tomaron la delantera y
plantearon una alternativa evidente sólo en apariencia: la tierra es del Esta­
do que la concede a los particulares, o de quien pueda probar ante el Estado
que la explota económicamente. Esto se colige del diferente énfasis de los
dos proyectos legislativos de ley agraria de 1933 y 1935, como se verá ade­
lante.

Un e sb o zo h ist ó r ic o d e la pr o pied a d
DE LA TIERRA EN COLOMBIA

La ocupación española del territorio americano es capítulo principal de la


historia mundial. La actual nación colombiana se ha formado en un largo
proceso de apertura, consolidación y cierre de fronteras, concebido y organi­
zado desde diferentes tipos de núcleos urbanos que han ejercido el papel de
"máquinas de colonizar"7. Expresiones recientes como selva adentro, monte
adentro, son metáforas que atraviesan cinco siglos de historia. Así lo ponen
de presente las historias del oro y las esmeraldas; las quinas y los tabacos; las
maderas preciosas, el ganado y el caucho; la plata, el platino y el petróleo; el
café y el banano; el carbón y el níquel; y más recientemente la marihuana, la
coca y, en menor grado, la amapola8. ’
Desde el siglo xvi al presente las fronteras materializan las relaciones
cambiantes y fluidas de poder de la economía mundial (los centros metropo­
litanos) y Colombia, en sus niveles "nacionar, regional, comarcal y local (el
territorio segmentado y jerarquizado). Si han sido base del latifundio, esas
fronteras también han permitido la producción y reproducción más o menos
constantes de diferentes modalidades de campesinado.
Con el sello de autoridad pontificia, la conquista y colonización de Amé­
rica traían la marca del "poblar para conquistar, conquistar para poblar",
fraguada en la Reconquista española de la península. Sobre la marcha, con­
sistió en un intrincado proceso de huestes que exploraron, asediaron, ocupa­
ron y sometieron poblaciones indígenas y se apoderaron de vidas y recursos,
muchas veces con crueldad extrema. Fue una historia de desplazamientos
forzados, migraciones y domesticación de paisajes en la que se tejió una tra­

7Sobre el concepto de "frontera agraria" aquí empleado, ver Mombcig (1966); Street (1976)
y Watters (1971). En la historia Colombia, ver, entre otros, Parsons (1968); LcGrand (1988) y
Appclbaum (2007).
*Ver Parsons (1968); West (1972); Colmenares (1973); Meló (1977).
SOBRE EL ’INDIVIDUALISMO AGRARIO" COLOMBIANO 75

ma institucional "conforme a derecho"; historia del establecimiento de acti­


vidades económicas y de estilos de vida material y religiosa en ámbitos en
los cuales los nuevos amos y sus descendencias buscaron la riqueza y el as­
censo social, que acaso encontraban difícil de lograr en la cerrada sociedad
peninsular.
Con estos preliminares se esboza la trayectoria de los derechos de pro­
piedad privada. Insisto: con todo y su continuidad y gravitación formalistas,
no son más que una expresión de la relación de poder en la cual se los distri­
buye y legitima. Veamos sumariamente.
Medio siglo después de la Conquista, los territorios americanos ya for­
maban un abigarrado mosaico jurídico-legal de propiedad estatal, pública y
privada. El ager publicus eran las tierras realengas que la República llamó
bienes nacionales o bienes baldíos. Con el colapso de la encomienda, que fue
un sistema de distribución de la mano de obra indígena, el Estado español
empezó a repartir, por diferente título, tierras y aguas a los criollos que se
apoderaron de los fértiles valles interandinos y formaron latifundios entre
1590 y 3620. Esta forma de ocupación tendría efectos duraderos en la con­
formación agraria colombiana. Ubicado el latifundio en las planicies fértiles
y la pequeña propiedad (a cualquier título) en laderas circundantes y ver­
tientes, no hubo competencia ni guerra por las mismas tierras. Liberados del
trabajo en las minas, gracias a la importación de esclavos, los indígenas que­
daron disponibles para los hacendados, pero estos debieron aceptar que,
aparte de la protección que el resguardo daba a) indígena, los mestizos y
blancos pobres tenían la vía de "la justa prescripción" de las tierras realengas
por morada y labranza9.
Gradualmente se desarrollaron formas de traspaso y distribución de las
tierras realengas, tales como mercedes de solares urbanos, y de tierras y
aguas rurales. Similar función cumplieron las composiciones fiscales en
cuanto a privatizarla tierra101. La agrimensura de términos laxos facilitó a los
nuevos dueños "correr linderos", desatando, de paso, un sinnúmero de plei­
tos judiciales sirte dieu .

9 La Corona que, además, controlaba la Iglesia por el régimen del patronato, mató en su
cuna una nobleza feudal que, de crecer y desarrollarse, habría buscado independencia y separa­
ción de la monarquía. Hasta la década de 1810, derecho y administración facilitaron al rey
mantener el control y afianzar la lealtad de los criollos a cambio de dispensarles mát^enes de
discrccionalidad en el manejo de las complejas relaciones de dominación social sobre los indios
y las “castas". Discrecionalidad siempre conflictiva y que trataría de circunscribir al máximo los
ministros de Madrid en el siglo xvm. El fenómeno queda mejor expuesto bajo una perspectiva
comparativa en McFarlane (1992).
10La composición consistía en convertir una situación de hecho (aquí, sobre un bien inmue­
ble) en situación de derecho mediante el pago de una mulla. Ots Capdcqui (1959, p. 37).
11 El vocabulario legal indiano tomaba prestado de la Reconquista peninsular por ejemplo,
en las medidas agrarias se introdujeron las peonías y caballerías que, originalmente, hacían alu­
sión a si el soldado recompensado con tierra iba a pie o a caballo. Sus modificaciones posteriores
76 SOBRE EL "INDIVIDUALISMO AGRARIO" COLOMBIANO

Por entonces los aborígenes, cada vez más amestizados, iban mermando
en número y vivían 'congregados" o "protegidos" en pueblos de indios y res­
guardos12. Los derechos de usufructo de los indios de resguardo dieron pie a
una hostilidad larvada de los criollos vecinos entre sí v con las comunidades
indígenas. Estos desataron también conflictos en el seno de los resguardos,
ya que sus tierras solían dividirse en las parcelas familiares de pan coger y
las tierras de trabajo comunitario destinadas a pagar el tributo. Al ser tribu­
tarios, la superficie de cada resguardo dependía del número de indios, lo
cual, dadas las fluctuaciones de población, aumentaba la conflictividad en
tomo a la propiedad de la tierra (Bonnett, 2002, p. 1 ] 5). De este modo, en la
Audiencia de Santa Fe, la "catástrofe demográfica" liberó tierras de comuni­
dades indígenas que disputaron criollos y mestizos. El latifundio criollo se
configuró jurídicamente y despegó, siguiendo la célebre máxima de Bartolo
de Sasoferrato (según los entendidos el principal comentarista medieval del
derecho romano) que hubo de transcribir el Código de Napoleón, en lo fun­
damental: la propiedad absoluta {perfecte disponendi) de la tierra y las aguas,
no siendo contraria a la ley’3.
En la ocupación española del territorio americano —entendida como la
transmisión del dominio de Jas tierras realengas o baldías a individuos, fami­
lias y corporaciones bajo diferentes formas de titularidad— radica el meollo
de un largo juego fáctico-jurídico, para usar la expresión de Marc Bloch. Es
un juego multidimensional del que la historiografía destaca dos planos: pri­
mero, la integración legal y simbólica al territorio político de la monarquía
hispánica que debió entrañar un engranaje de equilibrios barrocos; engrana­
je heredado por la República que, para dar visos de realidad social a lo que
era ficción jurídica, convirtió la codificación en fetiche. Segundo, la ocupa­
ción material de los latifundios con hombres, aríimales, herramientas y culti­
vos, historia social y económica llena de altibajos, sobresaltos e inercias. Dos
planos que solían yuxtaponerse dando origen a litigios futuros, al dejar gran­
des superficies indeterminadas en sus linderos cuando había hombres que
debían trabajarlas para sobrevivir.
Así, pues, ¿cómo ubicar la cuestión lega) en el contexto económico y so­
cial? A mediados del siglo xvin era evidente que el crecimiento demográfico
dejaba a Santa Fe como uno de esos virreinatos de "tierras sin hombres y
hombres sin tierra", conforme a la paradoja de Jovellanos. Se inició entonces

crearían mayor confusión en la agrimensura, máxime si se te añadían otras unidades como es­
tancias de ganado ma\x>r, de ganado menor, de pan coger, de pan llevar. Ots Capdequi (1959, pp.
21-23).
12Ver Villamarín (1972); González (1970). Para una síntesis de la situación ver Tovar (1999,
pp. 98-139); para un breve síntesis en la Cordillera Oriental, ver Palacios y Safford (2002, pp.
100-t 15); Palacios 0983, pp. 132-3).
13 Quid ergo est dotniniunt. Respondeo dominium est ius de re corporali perfecte disponendi
nisi lege prohibeatur. Bartolo de Sasoferrato (xrv scc.) Commentaría ad D.41.2,17,1.
SOBRE EL “INDIVIDUALISMO AGRARIO" COLOMBIANO 77

una nueva fase de poblamiento dirigida por el Estado que, con altibajos, lie*
gó hasta c. 1870. Este plan borbónico, aplicado principalmente en las actua­
les regiones santandereanas, caribeñas y antioqueñas, se formuló buscando
que un equilibrio entre población y territorio fuera la base para incrementar
la riqueza que la monarquía española anhelaba extraer de América (Herrera,
J996). Mientras hubiese tierras disponibles y la presión de la población im­
pulsara hombres monte adentro, esta lógica del discurso ilustrado pareció
funcionar, incluso en el período republicano.
Ahora bien, es muy importante distinguir la realidad Iberoamericana del
modelo europeo. Aunque en la Europa del período de transición del capita­
lismo agrario y comercial al industrial las explotaciones agrícolas seguían
considerándose el núcleo principal de "la riqueza de las naciones" (Moníes-
quieu, Smilh), la pluralidad de "derechos subjetivos" con base en distincio­
nes de clase y rango, propia de las organizaciones postfeudales, hacía extre­
madamente engorroso el manejo y administración de los predios rurales, y
fue sometida a una crítica incisiva.

Se h ab ían m ultip licad o , dice G iovanni Tarello, las posiciones subjetivas de u su ­


fructo, y de d isposición de bienes inm uebles: a diversas utilidades c o rre sp o n d ía n
diversas titu la rid a d e s de los d e rech o s, de su e rte que so b re u n a m ism a finca h a ­
bía quien tenía d e rec h o de re c a b a r u n a su m a de d in ero anual, o tro ten ía una
p a rte de c ie rto p ro d u c to , (...) o tro d e a p a c e n ta r d u ra n te un periodo in te rc u rre n te
en tre las sie m b ra s, o tro de c o rta r u n a can tid ad de m ad era, o tro de re co g e r sólo
la m ad era caída, (...) La re p a rtic ió n de las u tilid ad e s de u su fru c to y su c o n stitu ­
ción co m o d erech o s diversos, ten ía desde e) p u n to de vista e conóm ico el efecto
de im p e d ir la m odificación del d e stin o de la finca, d a d o q u e cada m odificación
de d e stin o p o r p a rte del titu la r d e u n a utilidad h a b ría p e rju d ica d o u n d e rec h o de
otro , co n la co n secu en cia de q u e la b ú sq u e d a de la m ejo r utilizació n de toda la
finca e stab a p ro h ib id a (Tarello, 1995, p.52)14.

En Iberoamérica debieron ser muy raros los embrollos legales del mane­
jo de las fincas, tal como los describe Tarello. Por esto, quizás, no se planteó,
como en Europa continental, lo que Grossi llama la dicotomía del domirtium
y los usufructos (Grossi, 1992, pp. 81-116). En otras palabras, en las institu­
ciones indianas los derechos de propiedad adoptaron el alcance absoluto del
derecho romano, reinterpretado por los glosadores y juristas medievales
como, por ejemplo, la doctrina de la legitima portio en las herencias, colo­
quialmente llamada "legítima". Este fue un absolutismo atenuado, también,
por el Derecho Canónico y por diferentes estatus personales, fueros y formas
comunitarias y corporativas. De este modo, en la América española las viu­
das tenían más derechos asegurados que las de las colonias británicas pro­

14He cambiado la palabra fundo, empleada en esta traducción, por la palabra finca.
78 SOBRE EL "INDIVIDUALISMO AGRARIO" COLOMBIANO

testantes y, conforme a las doctrinas del Concilio de Trento, hombres y muje­


res mayores de edad podían escoger cónyuge sin la expresa autorización
paterna (Elliot, 2006, pp. 159-61; Rodríguez, 1995, pp. 204-39).
De otra parte, en el siglo xvm empezaba a tomar alguna fuerza el dere­
cho del rey, legislado y “ordenancista”; el pandectismo, que despejó el cami­
no a las codificaciones del xjx. En ese momento todo parecía preparado para
que el salto revolucionario del derecho jurisprudencial indiano al republica­
no legislado no terminase en el abismo. Si fue así, se debió a que el brazo de
la ley era corto, y enmarañada e incalculable la geografía de la costumbre. Y,
no menos importante, debido a la continuidad de los entramados de poder
familiar y burocrático, tejidos por los abogados (Uribe, 1995, pp. 517-549).

E l "absolutismo" de las codificaciones

Si el derecho indiano pudo frenar los embates individualistas de la Ilustra­


ción y el regalismo de los Borbones, tuvo que dar vía al constitucionalismo
nacionalista que, a fin de cuentas, era la fuente primordial de legitimación
política de la República. La revolución constitucional de Filadelfia, que pro­
dujo tanto entusiasmo y revuelo en la Convención Francesa de 1789, trasla­
dó la titularidad de la soberanía a la nación. Según Diguit, apareció un nue­
vo paradigma con el sólo hecho de cambiar la palabra “rey'' por la palabra
“nación". La nación ganó la titularidad de un derecho subjetivo absoluto, la
soberanía, con los mismos atributos que le dio Bodino: "una, indivisible, im­
prescriptible”; simétricamente, el individuo adquirió un derecho subjetivo
absoluto a la libertad y a la propiedad15. Esta formula habría de propagarse
por la América española directamente desde Francia o por la vía de la Cons­
titución de Cádiz de 1812. Sin embargo, por mucho tiempo ésta fue fraseolo­
gía con pocas implicaciones en la praxis social.
El documento gaditano no influyó directamente en el constitucionalismo
de la Nueva Granada, Venezuela o el Río de la Plata, pero se le conoció bien
en los medios independentistas que prefirieron acogerse a los modelos de
Francia y Filadelfia. Por ejemplo, el art. 16 de la Declaración de los Derechos
del Hombre y del Ciudadano de 1789 fijó un horizonte aún vigente: "Toda
sociedad en la cual no esté establecida la garantía de los derechos, ni deter­
minada la separación de los poderes, carece de Constitución”. Valga conside­
rar que, al adoptar una Constitución Nacional (1819-21), Colombia, es decir,
la Gran Colombia, no disponía de los fundamentos económicos, fiscales y
tecnológicos necesarios para construir la democracia constitucional, fuese
calcada del documento federalista de Filadelfia o del paradigma centralista
francés, napoleónico o de la Restauración monárquica o, aun, de Estados

ISTomo esta expresión sintética de Duguit (1926, p. 61).


SOBRE EL “INDIVIDUALISMO AGRARIO" COLOMBIANO 79

"descentralizados" como la Gran Bretaña. Quizás tales bases no existían en


ninguna parte del mundo, a excepción de los Estados Unidos y algunas na­
ciones europeas {Bayly, 2004, pp. 106-14).
Aclaremos. El liberalismo europeo y la Independencia de las Trece Colo­
nias surgieron precisamente de la fuerza política de grupos sociales ascen­
dentes que necesitaban restringir el absolutismo del Estado moderno, en
cuanto a los derechos de propiedad y a la libertad de mercado. En América
Latina, por el contrario, la transformación del Estado absolutista y colonial
español en Estado nacional y liberal cayó en una trampa circular: empren­
der simultáneamente tareas dependientes entre sí, cuando una de ellas esta­
ba condicionada a que la otra se realizara primero16. Esta era la lógica de
construir simultáneamente y en corto tiempo las bases materiales de la sobe­
ranía nacional, del capitalismo y de la democracia liberal. Algo que había
tomado siglos a la vieja Europa y a los Estados Unidos, desde sus modestos
orígenes coloniales.
Unidos primariamente por lazos de sangre, pertenencia a un lugar y ma­
nejo de clientelas, los criollos republicanos se apoyaron en redes formales e
informales de distinta naturaleza, aglutinadas por los entramados del poder
de la tierra y las minas; del comercio legal e ilegal; las diócesis, parroquias y
comunidades religiosas; las universidades y colegios; los cabildos, los tribu­
nales y los nuevos ejércitos. Téngase en cuenta que éstas eran formas articu­
ladas aunque algo difusas de poder y privilegio; formas localistas y persona­
listas de Estado. Con este utillaje se lanzaron a la gran marcha de construir
naciones liberales. El camino, de traza abigarrada, permitió la libre circula­
ción de conjuntos de redes criollas, locales y heterogéneas, camufladas en el
uniforme de vocabularios constitucionalistas y flamantes constituciones. La
inclinación natural de la historiografía nacionalista a mirar los aconteci­
mientos desde la atalaya de las capitales políticas favoreció la impostura y,
paradójicamente, ocultó las dinámicas sociales y democráticas que había
desatado el lenguaje revolucionario de los derechos humanos y las liberta­
des.
Aunque parecía quedar en pie la tradición legalista hispánica de centra­
lismo estatal, jurídico y religioso, recordemos que el poder siempre estuvo
fraccionado, geográfica y funcionalmente, y se movía del hecho al derecho y
viceversa. Cuenta aparte de sus intenciones y declaraciones, los nuevos gru­
pos dominantes —en esa peculiar combinación social de criollos venidos a
menos pero con aires de aristocracia y abogados-políticos y militares-políti­
cos arribistas, con sus flamantes y movedizas clientelas— no tuvieron opcio­
nes de acumular recursos .para erigir una administración nacional uniforme,
jerarquizada y profesional; para construir un ejército nacional con base en
una conscripción cívica y obligatoria; para abolir las tiranías de la ignoran-

16Esta lógica viene del catch-22, expresión acuñada por Joseph Heller en la novela de ese título.
80 SOBRE EL "INDIVIDUALISMO AGRARIO“ COLOMBIANO

cia y la distancia, invirtiendo en educación y vías de trasporte; para contro­


lar las clases populares mediante la ley penal y el sistema penitenciario; para
garantizar la moneda sana y el crédito interno y externo, dislocados por las
guerras y las nuevas deudas con los banqueros de Londres. Valga subrayar,
sin embargo, que en la actual Colombia estos grupos fueron tempranamente
exitosos en erigir un sistema electoral que, si bien pudo estar orientado a la
inclusión social limitada, pronto empezó a manejar un discurso sectario, in­
cendiario, proclive a la exclusión violenta del opositor, en un continuo reli­
gión-política e Iglesia-Estado que hizo eclosión a mediados del siglo xix y
que, de algún modo, se prorrogaría hasta comienzos del Frente Nacional.
En este contexto debemos situar la norma constitucional de 1821 que
declaró vigente la legislación española, siempre que no se opusiera a la Cons­
titución y a las leyes expedidas por el Congreso. Se otorgó así plena validez a
los títulos de propiedad reconocidos por la Audiencia, los tribunales y los
jueces coloniales, siempre y cuando se hubiesen registrado debidamente en
las notarías. La Ley del 13 de octubre de 1821, sobre la libre enajenación por
parte del Estado de los bienes baldíos, derogó el sistema de composición fis­
cal de 1754. Les puso precio a estos, ordenó sacarlos a pública subasta (aun­
que los poseedores tendrían preferencia) y conminó a todos los propietarios
a registrar sus títulos de propiedad en las nuevas oficinas de registro y agri­
mensura en un término de cinco años17.
Si las primeras disposiciones republicanas’aceptaron la vigencia del sta­
tus quo legal con miras a transformarlo dentro de la ley, ¿cómo se procuró
justicia?, ¿cómo se realizó el tránsito del principio según el cual el derecho
natural antecede las leyes del Estado y prevalece sobre éstas, a la tridivisión
del poder público y al absolutismo de las codificaciones que legitiman el de­
recho solamente por su origen constitucional y ilegal?, ¿cómo fue el salto del
arbitrio judicial y la sentencia infundada al debido proceso?18, ¿cómo se dio
el paso de la supuesta justicia distributiva, definida por el juez y su jurispru­
dencia (el juez prisionero de sus pasiones e intereses), a la justicia legislada,
rígida en el procedimiento, de acuerdo con la máxima de Montesquieu de
que el juez es tan sólo la boca de la ley y así queda sustraído de intereses y
pasiones? (Esta máxima fue acogida en el preámbulo del Code civil des
français de 1804, documento que luego sería llamado Code Napoleón19, y ate­
nuada en el Código de Bello). Según López Medina, el art. 8o de la Ley 153
de 1887 que adoptó el cc de 1873 creó un equivalente de ius commune en
Colombia y pudo transformar radicalmente la cultura jurídica si los jueces y
juristas no hubiesen estado intoxicados de "1egocentrismo", al punto de 'o l­
vidarlo". He aquí el art. 8o:1

11Lev de 11 de octubre de 1821 en CN, vol. I. pp. 125-Í!.


'* Ver García (2003, pp. 97-124); Bravo (! 991, pp. 7-22); U re n te (2006); Hernández (2006).
19Si el juez no aplica !a Ley del Código incurre en denegación de justicia.
SOBRÉ EL 'INDIVIDUALISMO AGRARIO" COLOMBIANO 81

C uando no haya ley e x actam en te aplicable al caso controvertido, se ap licarán las


leyes que regulen casos o m aterias sem ejantes, y en su defecto, la d o c trin a c o n s­
titucional y las reglas g enerales de d e re c h o 20.

Aunque la historiografía no ha proble matiza do la trama de las prácticas


judiciales, es razonable suponer que los movimientos de independencia afec­
taron fundamentalmente a las clases altas y educadas, a los pequeños círcu­
los de políticos y abogados intercambiables, y trastocaron en menor grado el
orden rural y de los grupos populares de pueblos y ciudades21. Paradójica­
mente, un "hecho social" daba sentido al derecho importado de Francia y
Estados Unidos. Después de tres siglos de dominación española, en la base
de la pirámide social se multiplicaban los pequeños propietarios que, al igual
que los terratenientes de la cúspide y del medio, mantenían una reverencia
inveterada a la propiedad familiar y a su conservación y transmisión entre
generaciones. Estas creencias corroboraron el descrédito y repudio de for­
mas colectivas o comunitarias de propiedad, "incivilizadas", como los res­
guardos indígenas o los ejidos municipales. Estos debían quedar en los már­
genes de una sociedad que entronizaba

el c a rá c te r in d iscu tib le de la p ro p ied a d individual com o in stitu ció n social, com o


n o abd icab le p u n to de llegada del p ro g reso histórico, co m o valor a b so lu to en el
p lano ético-social; y, en c o n secu en cia, un a in d isp o n ib ilid ad psicológica p a ra c o n ­
c e b ir p o sib les form as alte rn a tiv a s, o p a ra d a r n a cim ie n to , al m enos, a u n re p la n ­
tea m ie n to v igoroso del sistem a de las form as de a p ro p ia ció n de los b ien es (Gros-
si, 1986, p. 23).

Mencionamos que desde las primeras disposiciones de la Corona el culti­


vador con morada y labranza tenía protección legal y que, hasta la expedi­
ción de la Ley 48 de 1882, los baldíos eran prescriptibles. En todo caso recor­
demos un lugar común de la época independentista: que, con base en "la
justa prescripción" de las Leyes de Indias, si bien la propiedad estaba con­
centrada en nichos sociales y geográficos, también estaba desmenuzada en
"pequeñas heredades'' localizadas generalmente en laderas de baja fertilidad.
Este tópico es más evidente en la extensa franja de repliegues irregulares de
la Cordillera Oriental que se extendían de las comarcas de Neiva a los valles
de Cúcuta, así como en las abruptas topografías de las regiones de Antioquia
y de Pasto (de Vargas, 1944, p. 100). Un decidido apoyo campesino se coligió
de los testimonios del avituallamiento de las tropas del Ejército Libertador

10Ver su interesante planteamiento en López (2004, p. 135 y pp. 298-306). Zúlela Ángel había
llamado la atención sobre el tema pero citó los art. 1“ y 4o del cc Suizo de 1907. Ver Zúlela
(1936. p. 5).
11 Para la síntesis interpretativa más reciente. Palacios y Safford (2002) capítulos vn y vni.
82 SOBRE EL "INDIVIDUALISMO AGRARIO” COLOMBIANO

una vez cruzó ]a Cordillera desde los Llanos Orientales y conquistó el cora­
zón de Bovacá en julio de 1819 (O'Leary, 1915, p. 213).

En los primeros tiempos republicanos -escribió Luis Ospina Vásquez- la econo­


mía seguía siendo, como en la colonia, una econom ía prim ariam ente campesina,
de métodos sencillos, en la que la 'hacienda' desem peñaba un papel bastante se­
cundario y la plantación contaba apenas con algunos representantes (Ospina,
1955, p. 446).

Quizás por todo esto el cc pudo ser un instrumento idóneo para que las
arraigadas creencias populares en las virtudes justicieras de la pequeña pro­
piedad familiar se transformaran en un principio cardinal de legitimación
del Estado nacional22.
La primera legislación republicana plasmó los ideales del racionalismo
bajo la forma argumenta! de) materialismo y utilitarismo de Jeremías
Bentham, admirado por Bolívar hasta 1828, y siempre por Santander y sus
amigos. La dicotomía que estableció el utilitarista inglés entre el derecho
sobre bienes tangibles, materiales, que llamó "propiedad corpórea", frente a
la "propiedad incorpórea", "ficticia y figurada", orientó algunos razonamien­
tos del Bolívar legislador, propietario de cuerpos ciertos: esclavos, plantacio­
nes de cacao y minas, por demás, empedernido admirador de “la civilización
inglesa"23. ■*
En 1823 el secretario del interior, el bolivariano José Manuel Restrepo,
manifestó que el sistema de leyes, las españolas y las nuevas, no era más que
"un edificio gótico arruinado, compuesto de cien partes heterogéneas y dis­
cordantes" y urgía a los colombianos a “pensar.de preferencia en la forma­
ción del código civil y criminal" (López (comp.$, 1990, pp. 131-133). En 1825
Bolívar dejó sentado en el Discurso al Congreso Constituyente de Bol ivi a,
que "La verdadera constitución liberal está en los códigos civiles y crimina­
les; (...) Poco importa a veces la organización política, con tal que la civil sea
perfecta" (Carrera (comp.), 1993, p.120)2*. Aquí también se registra la in­
fluencia de Bentham: la ley civil da certidumbre y facilita el cálculo econó­
mico, de lo cual Bolívar parecía inferir que los edificios constitucionales es­
taban muy lejos de tal "perfección". Las guerras de independencia, a fin de
cuentas, habían sido una fuente de inseguridad de los derechos de propie-

” La relación de la ley positiva y el "hecho social" o norma del "derecho objetivo" (donné) fue
un lema central en las reinterpretaciones sociológicas del derecho y la superación jurispruden­
cial de la "escuela de la exégesis’ , particularmente en Francia. Gény (2000).
53 Bentham citado por Waldron (1985, pp. 323-4); es probable que se haya exagerado la in­
fluencia de Bentham en los dirigentes de la g e n e ra c ió n ^ las Independencias Hispanoamerica­
nas. Ver H anis (1998, pp. 129-49).
14 La transición lega! y judicial, de la Colonia a la República, es tratada sumariamente en
Bushnell (1966); in externo para las compañías comerciales en Means (1980) capítulo 2,
SOBRE EL “INDIVIDUALISMO AGRARIO" COLOMBIANO 83

dad. No disponemos, sin embargo, de datos sobre la magnitud de la destruc­


ción y transferencia de los bienes secuestrados por los españoles a los crio­
llos patriotas o de estos a los españoles y criollos realistas; ni de la abigarrada
trayectoria de las adjudicaciones de baldíos a los militares de la Independen­
cia; ni de la disrupción del crédito agrario y la llegada del anticlericalismo
liberal, y sus efectos en el movimiento de propiedades y censos eclesiásticos.
Crear un orden nuevo, a partir del voluntarismo de la generación inde-
pendentista, exigía erigir con sencillez y claridad un edificio legal con base
en dos pilares: la unificación del sujeto de derecho, el ciudadano igual ante
la Ley, y la reducción de los predicados jurídicos y de las figuras de derecho
subjetivo de los bienes (Tarello, 1995, pp. 40-43 y 49-53). Antes de edificar,
sin embargo, había que remover los escombros. Una ley del 13 de mayo de
1825 fijó el orden de prelación de las leyes que hubieron de regir hasta
18872S. Así empezó la sacralización de "la figura central de la propiedad abs­
tracta" del código francés, que, hubo de convertirse en el modelo de la civi-
lística de gran parte de Europa continental, Asia y África, América Latina, el
Estado de Luisiana y Quebec. El recorrido completo, hasta su hegemonía,
fue largo, aunque la historiografía lo ha trabajado poco26.
La hipótesis liberal predice que, al ser un individuo más evolucionado, el
propietario de bienes raíces será el mejor ciudadano. De ahí, por ejemplo, la
idea de dividir a los ciudadanos según el patrimonio en que se funda el voto
censitario. En armonía con la Declaración de los Derechos del Hombre de
1779, el Code Civil estableció la igualdad de los titulares del derecho aunque
no todos tuvieran la misma capacidad de actuar. Por debajo del sujeto de los
derechos universales, "naturales, imprescriptibles e inalienables", igual ante
la ley y los tribunales, quedaba la capitis diminutio de las mujeres (en dife­
rentes grados, más severa para las casadas que para las célibes y viudas) y de
los menores. Código en mano, la Francia burguesa pretendió establecer una
pauta de civilización universal y definió de entrada sus marginales: vagos,
dementes, "muertos civiles", manirrotos y extranjeros. Piedra angular del có­
digo francés era el artículo que definía la propiedad como un derecho abso­
luto ("arbitrario", tradujo Bello) que la jurisprudencia colombiana nunca
consiguió asimilar cabalmente. Esa fanfarronería del derecho absoluto íer-

25“Io. Las leyes ya dictadas o que en los sucesivo dictare el Poder legislativo. 2o. Las pragmá­
ticas, cédulas, órdenes, decretos y ordenanzas del gobierno español sancionadas hasta el 18 de
marzo de 1808 y que habían venido rigiendo en el territorio de la nueva república. 3o. Las leyes
de la Recopilación de Indias. 4o; Las leyes de la Nueva Recopilación de Castilla y 5o. Las de las
Siete Partidas". (Uribe, 1963, pp. 15-6).
26 De la abundante literatura con motivo del biccntcnario de Código Civil francés, baste citar
este par de artículos: Blanc Jouvan (2004) en http'V/Isr.nelIco.org/comell/biss/papers/í, consulta­
do el 9 de julio de 2006; Halpérin (2002) en http://ahrf.revues.org/document628.hlm], consultado
el 14 de agosto de 2006.
84 SOBRE EL "INDIVIDUALISMO AGRARIO" COLOMBIANO

minó siendo desechada por la Corte Constitucional colombiana a fines del


siglo pasado27.

S obre la seg urid a d ju r íd ic a y o tra s a signaturas p e n d ie n t e s

Ahora bien, en la matriz del derecho napoleónico, el catastro (junto con los
sistema regístrales o de "posesión inscrita" del CC de Bello) se elevó a la con­
dición de institución fundamental, complemento directo del Code, arma fis­
cal del Estado y garantía para los propietarios puesto que, junto con el regis­
tro de propiedad, se daba publicidad a la condición juiidica actual de los
predios.
Con todo, la gran propiedad (la tierra, los ganados, las bestias, los capita­
les) estuvo más amenazada por las expropiaciones en las guerras civiles co­
lombianas que la propiedad campesina, como se aprecia inclusive en tierras
de colonización. Como ya dijimos, las tierras baldías de la Cordillera Central
son un claro ejemplo del punto. Pero también debemos subrayar que en esas
regiones la ausencia de un sistema moderno de catastro y registro público de
la propiedad rural, o su debilidad institucional, fue la espada de Damoclès,
poderoso aliciente a la coacción en todas sus formas, como hubo de compro­
barse en el Quindío durante La Violencia (Ortiz, 1985).
Hay que subrayar, asimismo, una idea fundamental del capitalismo mo­
derno: que los derechos de propiedad privada tienen prelación sobre los de­
rechos de las personas. El punto fue puesto lacónicamente a comienzos del
siglo xx en una reflexión sobre la práctica de cónfiscación en las guerras civi­
les. Por ejemplo: ’*
9

Los ataques a la propiedad, respetada en todo el m u n d o civilizado, p or lo cual se


ha llegado a establecer la p e n a de m u erte, pero no la de confiscación, p o rq u e el
h om bre am a m ás la p ropiedad que la vida, fueron m u c h o m ás graves d u ra n te la
revolución de 1889 a 1903 (Q uijano, 19)9).

La República no alteró esa inercia poderosa, aunque trató de eliminar


los fueros y abolir la esclavitud; dar plena capacidad a los indígenas con la
abolición de los resguardos; revocar los mayorazgos y los regímenes de pro-

17El art. 544 'del Code Napoléon decía: La propriété est le droit de jouir et disposer des choses de
la manière la plus absolue, pounat q u ’o n n'en fasse pas un usage prohibé par les lois ou par les
règlements. Sobre este modelo, el art. 669 del cc colombiano, trascripción textual del art. 582 del
chileno o Código de Bello, estableció que El dominio (que se llama también propiedad) es el dere­
cho real en una cosa corporal, para gozar y disponer de ella arbitrariamente, no siendo contra ¡a ley
o contra el derecho ajeno. La propiedad separada del goce de la cosa se llama mera o nuda propie­
dad. El adverbio "arbitrariamente" fue declarado inexequiblc por la Corte Constitucional en
Sentencia del 18 de agosto de 1999, cc 595.
SOBRE EL ‘INDIVIDUALISMO AGRARIO" COLOMBIANO 83

piedad comunitaria de montes, pastos y corporaciones eclesiásticas, y sacar


jos baldíos al mercado.
Fueron, no obstante, más intenciones que realizaciones. En las institu­
ciones políticas y legales de esa Colombia había mucho de ficción y fachada;
de intento y esperanza. En los entramados sociales.no había un lugar preci-
. so, mucho menos apropiado, para que blancos y mestizos pobres, libertos y
manumitidos o indígenas —liberados de cargas corporativas— pudieran
transformarse en los sujetos políticos que proclamaba el nuevo orden consti­
tucional. La historiografía reciente sobre los nuevos hombres libres —"ciu­
dadanos colombianos" que provenían de los órdenes inerciales aunque mo­
dernizados de la polaridad abstracta "república de españoles"-"república de
indios"— ha demostrado la precariedad de las libertades y estatutos políticos
de las nuevas repúblicas.
Bajo estas perspectivas puede decirse que la historiografía colombiana
tiene al menos dos asignaturas pendientes: a) verificar si puede aplicarse al
período colonial español en América la hipótesis de les philosophes, acerca
de una corrupción judicial consustancial al antiguo régimen, a la que buscó
poner remedio el conjunto de códigos napoleónicos, y b), absolver las pre­
guntas sobre la praxis legal que, distribuyendo baldíos, fortaleció el latifun­
dio sin impedir la consolidación de la propiedad campesina28. De no ponde­
rar estas dimensiones de la ley y la cultura jurídica, es difícil saber el papel
del utilitarismo y el positivismo jurídicos en la configuración del Estado libe­
ral oligárquico de Colombia29.

La a pr o pia ció n d e lo s ba ld ío s en e l o r d e n socia l y legal

El censo de población de 1870 dividió al país en un "área poblada” de 305.000


kilómetros cuadrados y un "área baldía” de 1.025.300 kilómetros cuadrados.
Aunque esta última cifra comprende enormes porciones territoriales no aptas
para la actividad agropecuaria, da una idea de la magnitud. Es más, desde la
época de la Comisión Corogràfica los gobiernos encontraron en las cifras de

2Í Una útil y breve introducción se encuentra en Zimmermann (ed.) (1999).


29La genealogía del Código Civil en América Latina muestra tina primera divisoria entre los
que provinieron directamente del francés de 1804, como el haitiano de 1816 o el oaxaqueño de
1822, y los que derivaron de códigos latinoamericanos más decantados. Todos los códigos civi­
les colombianos pertenecen a esta última categoría, incluidos los proyectos presentados en 1853
por Justo Arosemena y Antonio Del Real que tomaban del CC peruano del año anterior. Pero
desde el primero aprobado, el del Estado del Magdalena de 1857, hasta el de los Estados Unidos
de Colombia, adoptado en el cénit radica) en 1873 y ratificado por la Regeneración en 1887, to­
dos se originaron en el código chileno de 1855, el llamado Código de Bello, ver Guzmán (2006,
pp. 589-602) y cuadros sinópticos (pp. 605-614).
86 SOBRE EL " INDIVIDUALISMO AGRARIO" COLOMBIANO

baldíos un arma propagandística para atraer inversiones e inmigrantes euro*


peos al país.
Se apuntó que la historia de la propiedad inmobiliaria en Colombia puede
concebirse en el contexto de las relaciones de poder en un territorio segmen­
tado y jerarquizado. De un lado, los derechos de propiedad de la tierra se deci­
den centralmente, aun en los períodos más extremos del federalismo colom­
biano. Del otro, en el ámbito municipal la legalidad suele depender del
gamonal, a veces en plan de dictador de campanario y amigo de los latifundis­
tas locales, cuando no es uno de ellos. En cuanto a los derechos sobre la tie­
rra, los latifundistas han cruzado a conveniencia las líneas entre la posesión
material y la propiedad jurídica de los predios. Durante cuatro siglos, en di­
versos grados y con fuertes variaciones locales, ésta ha sido la situación azaro­
sa en las fases de apertura y consolidación de las fronteras interiores colom­
bianas, particularmente cuando hay presencia de "empresarios territoriales’'.
Dos códigos regían los derechos de propiedad agraria en la Colombia de
los años treinta: el Fiscal de 1912 y el cc que, antes de funcionar unificada-
mente en todo el territorio nacional, en 1873, habían adoptado algunos Esta­
dos de la época federal en la década de 1850. El texto de 1873 seguía muy de
cerca el código chileno o Código de Bello. A diferencia de Estados Unidos o
de México, donde cada Estado mantiene su propia legislación civil, los Libe­
rales colombianos se decantaron por unificar el Estado federal con el Código
y el control centralizado de la escuela pública, los ferrocarriles, los baldíos y
los bienes desamortizados. En 1887 los Conservadores centralistas ratifica­
ron, por supuesto, el carácter nacional del cc.
Interesa destacar que a medida que había rhás presión humana sobre los
baldíos, aumentaban las querellas judiciales y,x:on éstas, las fricciones con­
ceptuales y legales entre los dos órdenes jurídicos emanados respectivamen­
te de los códigos Fiscal y Civil. Dado el fárrago de disposiciones de baldíos,
tanto los juristas y abogados litigantes como los gobernantes necesitaban
herramientas; dos de éstas deben citarse como fuentes históricas fundamen­
tales: una recopilación de disposiciones realizadas por el Consejo de Estado
en 1927 y un grueso volumen que acompañó la Memoria del Ministerio de
Industrias de 1931 (Correa, 1929; Memoria del Ministerio de Industrias,
1931). En estas obras puede apreciarse que desde 1821 no hubo un año en
que no se expidiera ley, decreto o resolución sobre adjudicación de baldíos.
La compilación del Consejo de Estado subrayó que, a la fecha de su elabora­
ción, estaban vigentes 40 leyes y 5 decretos legislativos sobre la materia. De
esas 45 disposiciones, 39 fueron expedidas después de 1904 (pp. 127-128). El
dato, corroborado por la citada Memoria ministerial, muestra la aceleración
normativa de la década de 1920 como respuesta a la creciente demanda de
tierras públicas y sus conflictos.
El lugar de los baldíos en régimen fiscal o de hacienda pública venía de
la tradición monárquica española que tuvo su última y tardía expresión en el
r

SOBRE EL "INDIVIDUALISMO AGRARIO" COLOMBIANO 87

período borbónico. Las tierras realengas eran parte integral de la hacienda


real y, por tanto, estaban sujetas al régimen de policía del siglo xvm, antece­
dente del derecho administrativo nacional. Aunque los baldíos pasaron a ser
bienes nacionales, como lo refrendaron sucesivas constituciones políticas
hasta llegar a los art. 4o y 202 de la de 1886, cambió el concepto legal. Si bajo
la colonia la tierra era una regalía, en la nación pasó a ser un derecho subje­
tivo fundamental de los ciudadanos. De modo que cuando la ideología Libe­
ral del siglo xlx predicaba la necesidad social de transformar los bienes na­
cionales en propiedad privada, gravitaba naturalmente alrededor del cc, ya
consagrado como una expresión característica de la civilización moderna.
Pero si el desajuste de perspectiva de los regímenes administrativo (público)
y civil (privado) no dio pie a un conflicto generalizado, esto se debió a la debi­
lidad de la burocracia estatal, al peso de la costumbre y a la inercia de la
mentalidad posesoria o fáctica que imperaba en el mundo rural colombiano.
Sin embargo, en las primeras décadas del siglo xx fue cada vez más evi­
dente que aumentaban los costos de acceso ciudadano al sistema adminis­
trativo, para atender asuntos de concesión y adjudicación de baldíos, y al ju­
dicial, para sanear y registrar aquella propiedad que pasaba al ámbito
privado. Aunque las leyes buscaban "poner al alcance de las clases pobres la
posibilidad de hacer pequeñas adquisiciones de tierras, para su cultivo en
propiedad” (Memoria del Secretario de Hacienda, 1869, p. LXXXl) y de fines del
siglo xix en adelante abundaron las "guías” legales para adquirir baldíos, lo
cierto es que se encareció el proceso administrativo para que el colono pobre
legalizara su propiedad: no disponía de tiempo y dinero para contratar los
servicios profesionales de tinterillos y agrimensores, aportar testigos idóneos
o concurrir a las diligencias judiciales, salvo en algunos casos en que estaba
amenazado de evicción inminente (Olarte, 1895)30. Otro elemento que con­
tribuyó a agravar la desventaja del colono fue el cambio permanente de las
jurisdicciones y del sistema de administración de bienes baldíos que pasa­
ban de un ministerio a otro, circunstancia mejor aprovechada por empresas
latifundistas de colonización y sus abogados (Memoria del Secretario de Ha­
cienda, 1870, pp. ljii-liv; pp. 143).
Eran tan evidentes y tan chocantes el desamparo y la desventaja del colo­
no, que los gobiernos Conservadores multiplicaron las disposiciones ten­
dientes a facilitar su acceso a la plena propiedad. Pero, una vez más, en un
lado estaban los textos de la ley nacional y en otro las prácticas administrati­
vas, judiciales y policivas locales, y sobre los dos imperaba la ambigua men­
talidad del cc. La cultura legal hispánica había dejado huellas profundas en
las prácticas de jueces y abogados de modo que, un siglo después de la Inde­
pendencia y a cuarenta años de vigencia del cc, el jurista Eduardo Rodríguez

30 Es el autor del importante y olvidado, Las crueldades en el Pulumayo y en el Caquetá, Bogo­


tá, Imprenta Eléctrica, 1910.
86 SOBRE EL “INDIVIDUALISMO AGRARIO" COLOMBIANO

Piñeres amonestaba a los practicantes por "el uso de los conceptos del dere­
cho privado español en la redacción de contratos y otros documentos legales
(...) y (por emplear) las viejas formas tradicionales de redacción de contratos
ya que ellas hacen parte de un uso indiscriminado del viejo derecho (Rodrí­
guez, 1913)" (López, 2004, pp. 136-137). Con el "viejo derecho" se refería el
tratadista al anterior a la Revolución francesa y su Code Civil.
Reiteremos que aún prevalece el desconocimiento general sobre el perío­
do de transición jurídica y legal que abarca de la Novísima recopilación espa­
ñola de 1806 al año de 1887, cuando formalmente cesó la vigencia de la le­
gislación española en Colombia. Según el historiador Víctor Manuel Uribe
Urán, de este laberinto puede salirse con la brújula conceptual del dualismo
“público-privado'' (Uribe-Urán, 2006, pp. 251-297).
En tanto fenómeno colectivo, la mentalidad propietaria no estaba cir­
cunscrita al reducido mundo de abogados y tinterillos. Aun así, dos aspectos
merecen subrayarse: el predominio de los abogados en el Congreso y en ge­
neral en todo el proceso legislativo, y la estrechez del mercado de la profe­
sión legal. Este segundo aspecto nos lleva a un asunto trascendental, y es que
si los abogados no eran llamados a resolver conflictos civiles de las familias
campesinas ricas, mucho menos de las pobres. Pensemos en un hecho bási­
co de la historia agraria colombiana: la prolongada tradición de la posesión
como “un poder de hecho general y exclusivo sobre una cosa". Este poder se
desdobla en la relación física (possessio corpóre) y en el tener la cosa como
dueño {animus domini). Para transformar la posesión en propiedad, el po­
seedor (a justo título y de buena fe) debe probar la usucapión en un juicio y
registrar el título. En esta perspectiva, es probable que futuros estudios his­
tóricos de la titularidad jurídica demuestren qpe la propiedad campesina en
general ha sido protegida no sólo por las normds de la posesión (que dan vía
al juicio posesorio), sino por el reconocimiento social del vecindario. Debe­
mos investigar si se fragmentó menos de lo esperado gracias al posible papel
del primogénito en la cultura campesina, que en todo caso pudo ser contra­
rrestado (después de la década de 1960) por la oferta de "empleo informal’'
urbano y semiurbano, atractivo para los miembros jóvenes de las familias
campesinas. Para demostrarlo habríamos de construir una especie de índice
del paso de la posesión y "propiedad extralegal" a la plena propiedad en Jas
zonas de predominio campesino, distinguiendo, quizás, las de viejo asenta­
miento colonial de las sociedades formadas en los procesos colonizadores
posteriores a c. 1840.
Es posible que en el período republicano la usucapión o prescripción de
baldíos fomentara abusos, considerada la negligencia y precariedad de la ad­
ministración pública. Pero cuando la ya citada Ley 48 de 1882 los declaró
imprescriptibles, se abrió una nueva fuente 'del conflicto agrario colombia­
no. En muchas ocasiones la concesión ponía en flagrante contradicción la
legalidad con principios de "justicia natural" de la tradición católica. En sus
SOBRE EL "INDIVIDUALISMO AGRARIO" COLOMBIANO 89

obras sobre el lema, LeGrand y Tovar, enire otros, citan numerosos casos de
cultivadores de baldíos que, después de trabajarlos 20 o más años, sufrían
evicción judicial, "despojos", a raíz de demandas de concesionarios que te­
nían títulos válidos de concesión (LeGrand, 1995). Por esto quizás el Código
Fiscal de 1912 en su art. 47 estableció que

El Estado no garantiza la calidad de baldíos de los terrenos que adjudica y por


consiguiente, no está sujeto al saneam iento de la propiedad que transfiere en las
adjudicaciones. Tampoco está obligado al saneam iento si el terreno baldío estu­
viese destinado a un uso público, u ocupado p o r cultivadores o colonos (Memo­
ria de/ Ministerio de Industrias, J9 3 1, p.249).

El régimen legal de propiedad de los años treinta reconocía, grosso


modo, cuatro tipos de derechos sobre los bienes raíces:
Primero, los bienes de uso público como carreteras, puentes, caminos,
calles.
Segundo, dos clases de bienes fiscales o del Estado: los bienes vacantes
(que “habiendo estado bajo dominio del hombre no tienen dueño aparente o
conocido") y los baldíos que, a su vez, podían ser adjudicables a los particu­
lares; los que no eran enajenables, llamados también de "reserva territorial
del Estado", como las islas de mares, ríos navegables y lagos; los situados en
las cabeceras de los ríos navegables y en los márgenes de estos, así como los
playones que se inundan periódicamente. Los adjudicables habían sido o po­
dían ser traspasados a particulares en aplicación de: a) pago de la deuda pú­
blica; b) concesiones a cultivadores; c) fomento de las obras públicas; d)
amortización de títulos de concesión de baldíos expedidos válidamente en la
vigencia de otras leyes, y e) para el servicio público nacional, departamental
o municipal. De acuerdo con las estadísticas compiladas en J 931 por el Mi­
nisterio de Industrias sobre concesiones de baldíos (1823-1930), se observa
que, con el transcurso del tiempo, fueron disminuyendo las superficies máxi­
mas de concesión pemiitidas por ley y los promedios (en hectáreas) de las
concesiones de los acápites b) y d) aniba citados (Palacios, 1979b, p. 254).
Aunque las primeras disposiciones colombianas pretendieron que el
enorme fondo de bienes baldíos pasara a la plena propiedad privada, eh la
práctica el traspaso se limitó a las adjudicaciones a los militares del ejército,
bolivariano (con cierta preferencia a los altos oficiales), dejando en el papel
las medidas de fomento de la colonización europea y la amortización de la
deuda pública3'. Hasta la expedición del Código Fiscal de 1873-1874, la legis-31*

31 Sobre baldíos a militares. Ley 29 de septiembre de 1821 en cn, vol 1, pp. 74-8; sobre bal­
díos e inmigración. Ley I de mayo de 1826, CN, vo). 3, p. 335 y Ospina (1955, pp. 113-148). Este
autor señala que las concesiones a Tyreell Moorc de 1836 y 1837 fueron quizás el único caso
bajo el régimen de fomento a la colonización europea (p. 219).
90 SOBRE EL “INDIVIDUALISMO AGRARIO" COLOMBIANO

lación republicana apoyó algunos esquemas de colonización colectiva con


fundación de un casco urbano, idea que, con menos brío, regresó en las pri­
meras décadas del siglo xx. Pero el período quedó marcado por la competen­
cia de las empresas colonizadoras y el colono pobre, más centrífugo. Es cier­
to que en el país, como todo, la tierra se concentró (unD de los caos más
notables fue el de los llanos de Villavicencio y San Martín) pero nadie, ni las
autoridades ni los empresarios colonizadores, pudieron frenar y menos im­
pedir el libre acceso del campesinado libre a los baldíos. Finalmente, impor­
ta subrayar que la noción de tierra pública nunca fue ni ba sido entendida en
el sentido de que el Estado pudiera (y, aún menos debiera) cultivar o explo­
tar predios, aunque sí pudo arrendarlos y darlos en usufructo.
El tercer tipo era la propiedad privada, que en el mundo rural estaba do­
minado por los propietarios inscritos, y consistía en el fondo heterogéneo de
haciendas, hatos ganaderos y latifundios inexplotados o mal explotados.
Pero, como señalamos, los catastros de Cundinamarca dan una idea de la
difusión de la propiedad campesina legalizada, aunque por la época debió
ser enorme el fondo de propiedad campesina en lo que, a lo largo del libro,
he llamado "situaciones fácticas”.
Cuando se trataba de latifundio de frontera, respaldado en la "posesión
inscrita”, se dejaba abierta la puerta a la querella, como lo puso de presente
el sonado caso de mediados del siglo xix en las inmediaciones de Manizales,
que enfrentó a grupos de colonos y colonizadores con la Compañía Gonzá­
lez, Salazar y Cía. cuando ésta presentó títulos coloniales de inmensas exten­
siones queriendo beneficiarse de la plusvalía de la colonización32. Muchos
latifundios nuevos se formaron de este modo; incluso los que salieron de la
fragmentación por compra-venta de González' .Salazar y Cía. (Valencia,
2003, pp. 85-90).
El cuarto tipo legal de propiedad eran los ejidos y resguardos indígenas
que habían logrado resistir, a pesar de ser marginales tanto en las leyes como
en la geografía del país. Con todo, el aumento de la población mestiza y las
migraciones internas, cuando no la voracidad de los latifundistas, incremen­
taron el asedio sobre los resguardos. Comenzó entonces la tenaz resistencia,
principa] aunque no únicamente, de las comunidades indígenas del Cauca y
el sur del Tolima que atravesó el siglo xx y llega a nuestros días. Éste es un
capítulo obligado de la historia social y de poder en Colombia que, no obs­
tante, queda fuera de los límites de este libro33.
Puesto que el Estado colombiano no disponía de cartas geográficas, ni
catastrales, ni de estadísticas agrarias es imposible ponderar el peso relativo
de cada uno de estos cuatro tipos de propiedad. Comparando la magnitud de

33 El asunto fue tratado inicialmente por Parsons (1968, pp. 72-74). Con información de ar­
chivos que no había conocido Parsons, Palacios matizó la historia (1979b, pp. 263-5).
33 Una síntesis del problema en los años treinta se encuentra en Pineda (2009, pp. 183-222).
SOBRE EL "INDIVIDUALISMO AGRARIO" COLOMBIANO 91

"áreas baldías" c. 1870, arriba citada, con las cifras oficiales de adjudicación
de baldíos, éstas resultan inverosímiles. Verbigracia, que en el siglo xix se
adjudicaron unos 20.000 kilómetros cuadrados de baldíos a particulares y
un poco más de 10.000 kilómetros cuadrados en el primer tercio del xx
(1827-1936).
La historia de las zonas de colonización muestra que la asignación y
ocupación de baldíos fue campo abonado al litigio legal y a la disputa políti­
ca. Pero no debe exagerarse. Si bien colonos, autoridades locales y aun terra­
tenientes solían enviar memoriales a Bogotá en los que denunciaban “usur­
pación de baldíos", estos no provenían de organizaciones de terratenientes o
de movimientos campesinos organizados. Pero, ¿en qué medida hubo acapa­
ramiento de baldíos por la vía de adquirir títulos de concesión y cómo po­
drían equipararse al cercamiento de tierras (enclosures) de la Europa de los
siglos xvi al xvni? La pregunta nos permite desbrozar y encontrar un campo
fértil para la investigación de la historia agraria colombiana. Si los enclosu­
res expulsaban gente y desposeían al campesinado de su medio de produc­
ción, el acaparamiento de baldíos hacía parte de procesos inmigratorios en
que los campesinos desposeídos en sus lugares de origen buscaban, de nue­
vo, ser poseedores; de este modo el conflicto por la tierra proseguía, al me­
nos en estado latente. Es más: el acaparamiento de baldíos, tan diferenciado
local y regionalmente, planteaba un problema de legitimación: cómo justifi­
car la desposesión legal de los colonos ya afincados.
Resumiendo, más que acción colectiva campesina para recuperar bal­
díos, los documentos indican la creciente preocupación y malestar de mu­
chos funcionarios íntegros, encargados de adjudicarlos en Bogotá. Más ver­
sátil y variada parece la actitud de los alcaldes de las zonas de colonización
quienes, crecientemente interesados en el control político territorial, tercia­
ban del lado de los colonos, como fue el caso de la Cordillera del Quindío a
comienzos del siglo xx.
Puesto que muchas disposiciones quedaron en letra muerta, se generali­
zó la idea que eran inocuas. Ejemplo socorrido fue el de la reversión al Esta­
do en caso de que las tierras no se cultivaran o sembraran con pastos dentro
de un término legal (antiguo principio colonial) o cuando se fijaban exten­
siones máximas y mínimas de adjudicación. En el mensaje presidencial al
Congreso de 1916, el abogado José Vicente Concha prendió la alarma sobre
"el despojo” de los baldíos, achacado a lo que hoy se llamaría debilidad del
Estado. El avance campesino sobre la frontera no preocupaba y más bien
tranquilizaba al presidente Concha, Conservador y católico como era. Su
desvelo venía del "despojo" que hacían los grandes concesionarios (Mensaje
del Presidente, 1916, p. 41).
Año y medio después de) citado mensaje, la Ley 71 de 1917 restringió a
20 hectáreas las superficies adjudicables a los colonos con cultivos perma­
nentes y, aunque agilizó el procedimiento para adquirir baldíos, el peticiona­
92 SOBRE EL "INDIVIDUALISMO AGRARIO” COLOMBIANO

rio pobre debía conseguir tres testigos que fuesen propietarios de bienes raí­
ces, situación nada fácil ( d , o., 27 de noviembre de 1917). Esta discriminación
fue eliminada finalmente por la Ley 74 de 1926, destinada a resolver los con­
flictos sociales que Concha previo diez años atrás y que fue el antecedente
legislativo más importante de la Ley de Tierras de 1936 ( d . o., Io de diciembre
de 1926).
En todo caso, en zonas del Chocó, la región Caribe, Tolima y el Sumapaz
se agudizaron los conflictos por la tierra entre colonos, nuevos empresarios
agrícolas y ganaderos que marcaron su presencia en ellas. Aunque en ocasio­
nes se manchara de sangre, esta era una conflictividad legalista sobre la po­
sesión y propiedad de tierras públicas en condiciones de una frontera que
aún ofrecía posibilidades (de hecho o de derecho) al campesinado migrato­
rio. Una solución fue la de las colonias agrícolas. Veamos.

E l caso de la Colonia Agrícola de S umapaz

La citada sentencia de 1926 reveló súbitamente que en miles de localida­


des los derechos de propiedad de la tierra no estaban consolidados. La res­
puesta del agonizante régimen Conservador fue la parcelación de haciendas
con conflictos, diferentes resoluciones de la OGT y una copiosa legislación de
la que cabe destacar la Ley 74 de 1927 que estableció la colonización dirigi­
da. Veamos un caso paradigmático de esta última mediante una somera re­
construcción del establecimiento de la Colonia Agrícola del Sumapaz34. Hay
que subrayar la serie de disposiciones legales dé la década de los veinte, en­
caminadas a establecer un nuevo modelo de colonización dirigida que, como
siempre, terminó desbordada por el poblamienlo y asentamiento espontá­
neo a su alrededor. La Ley 114 de 1922 estableció las colonias agrícolas, y fue
así como salió el proyecto de la del Sumapaz aunque también las hubo, sin
que se tenga mayor noticia de su desarrollo, en Bahía Solano, Codazzi y Ca-
racolicito (Carvajalino y Martínez, 1939, pp. 84-5). En el Sumapaz se expro­
pió el gran latifundio Doa. y, más tarde; la Hacieñda Sumapaz, cuya impor­
tancia en descargar la presión social se ha subestimado. La apertura
“planificada” de la frontera agraria se inició conforme al modelo del Decreto
329 de 1928, y fue reorganizada por el Decreto 383 de 1931. Quizás el Decre­
to del 28 se emitió cuando aún no se sentía la crisis fiscal, porque establece
condiciones de poblamiento que años después serían irrealizables. Por ejem­
plo, habría una “Casa de la colonia”; una iglesia destinada al culto católico
con su respectivo capellán; un hospital, escuelas y comisariato o cooperativa

34 Se reconstruye con base en: Memoria de Industrias {1930, pp. 240-242; 1931, pp. 221-222;
1932, pp. 280; 1934, pp. 142-143; 1935, pp. 261); Memoria de Agricultura {1938, pp. 215-221). Ver
también, Práctica y Espíritu del Instituto de Colonización en Inmigración (1954, pp. 11 v 44-45).
SOBRE EL "INDIVIDUALISMO AGRARIO" COLOMBIANO 93

de consumo que vendería a precio de costo las herramientas para cultivar y


abrir trochas; anticipos del costo del desmonte de cuatro hectáreas y para
adquirir de dos a cuatro cerdos u ovejas y seis gallinas; además, los lotes de
los colonos tendrían casa y una superficie entre 10 y 75 hectáreas (pp. 85-87
y 89-95).
El Cuadro m.l muestra el crecimiento de la colonia que pareció abortar
en 1930, cuando sólo se habían inscrito 10 familias que vivían precariamente
cerca del "campamento"; por insolvencia presupuestal debió suspenderse el
recibo y trámite de nuevas solicitudes. Pero el nuevo gobierno Liberal y per­
sonalmente el presidente Olaya tomó cartas en el asunto.
Los colonos recibían 20 hectáreas y la titulación jurídica se gestionaba
con aparente rapidez. En 1931 había 45 familias establecidas y 25 en proce­
so de hacerlo. En 1932 se reportaron 28 kilómetros de caminos empedrados
que unían el campamento central a Cabrera, Volcán y Yeguas. Se habían
construido 19,5 kilómetros de trochas, tres puentes y se hicieron rocerías en
65 hectáreas. Además,

Se construyó un cam pam ento en El Zurrón, de 10 m etros de largo p o r 5 m etros


de ancho cubierto de zinc para alojar 20 colonos provenientes de) Chocho espe­
cializados en cultivar café. Este año ya hay 308 colonos con sus fam ilias que for­
man una población de 600 habitantes, a los que se han adjudicado 5.800 hectá­
reas (18.8 hectáreas por colono en prom edio) de las cuales se han cultivado con
alim entos y pastos 700 y 1,200 están en proceso de desm ontar. Los colonos han
construido 116 casas y están construyendo otras 80.

C uadro d i. 1. Colonia agrícola del Sumapaz (1930-1937)

S u p e r fi c ie S u p e ific ie S u p e r fi c ie C a m in o s C asas
C o lo n o s H a b i t a n te s C a m p a m e n to s
a d j u d ic a d a d e s m o n ta d a c u lt i v a d a km c o n s tr u i d a s

1930 10 N .D . N.D . 47.5 N .D . 1

1931 70

1932 308 600 5 800 700 116 2

1933 N .D .

1934 400 1 500 10 000 4 000 N .D . 120 140 6

1935 1 081 1 820 4 803 1 888 298 17

1936 3 000 - 5 000 - 277 272

1937 7 450 — 5 400 — - — -

F u e n t e : Elaboración propia con base en Memorias del Ministerio de Industrias, 1931-1938.


94 SOBRE EL "INDIVIDUALISMO AGRARIO" COLOMBIANO

Aunque La Colonia “produce frutos de los tres climas que tiene”, los co­
lonos se asentaron inicialmente en las tierras frías (...) Pero últimamente se
ha establecido, procedentes de las regiones cafeteras, un fuerte núcleo de
colonos que invadirán los climas templado y caliente". Dos años después,
había 400 colonos; 1,500 habitantes

esparcidos en más de 10.000 hectáreas de las cuales hay trabajos en 4,000. Hay
edificadas 140 casas de madera y teja metálica y de los colonos que aún no han
edificado, 260 viven en 60 cam pam entos. La Colonia tiene 120 kilómetros de ca­
minos y una "escuela alternada” con 66 estudiantes.

De 1935 a 1936 el poblamíento dio un salto y se duplicaron los habitan­


tes, de 1,500 a 3,000. El Decreto 924 de 1936 expropió la Hacienda Sumpaz
incorporándola a la colonización. Así como las parcelaciones de hacienda,
como se verá adelante, aliviaban parcialmente la presión organizada de
arrendatarios y colonos, la colonización del Sumapaz también buscó incor­
porar campesinos que, por una u otra razón, habían quedado al margen de
los repartos de tierras bajo los esquemas de parcelación. De todos modos, a
partir de esa fecha la colonización de baldíos se convirtió en pieza maestra
de la "política agraria" de “redistribución de la tierra".

Colonización y violencia

En este punto conviene dirigimos a otro plano muy socorrido recientemente


pero en el que deben hacerse precisiones, dado e l desorden conceptual y el
anacronismo que infiltran los estudios y debates más recientes sobre la fron­
tera y las sociedades de frontera como categorías básicas. Nos urge poner en
sus contextos sociales conceptos tales como conflicto (individual y colecti­
vo), coacción, violencia política y violencia armada organizada que crean
más confusión cuando se emplean indistintamente. Planteada como una his­
toria de fronteras sucesivas, 3a historia colombiana parece confirmar que el
conflicto y la coacción fueron fenómenos sociales más o menos permanentes
en la ocupación territorial colombiana.
LeGrand lo subraya para el período nacional en su cuidadoso barrido del
Fondo de .Baldíos del Archivo General de la Nación. Documenta que, de 1827
a 1931, los colonos de todo el país presentaron 925 memoriales con denun­
cias muy precisas (LeGrand, 1988, Apéndice A, p. 241 y Apéndice C, p. 243;
1984). Es decir, mucho menos de una denuncia mensual en promedio. Del
listado de memoriales puede inferirse que, salvo casos confinados a una “co­
lonia" o a una "aldea", no hubo nada que indicase acción colectiva detrás de
los incidentes que trataba cada uno. Un balance de este listado nos deja ob­
servar discontinuidades y actores cambiantes, aunque dentro del mismo pa­
SOBRE EL “INDIVIDUALISMO AGRARIO" COLOMBIANO 95

trón de conflicto de sociedades móviles por definición y con el estilo memoria­


lesco de cuño colonial. Se imponen dos observaciones al respecto: la primera,
que las dinámicas sociales de las fronteras no se redujeron a los temas enun­
ciados en los memoriales y, la segunda, que mientras los colonos tuvieran libre
acceso a la tierra, preferían olvidar los agravios vertidos en los memoriales y
seguir monte adentro. Esto explica por qué en los flancos cordilleranos del
occidente colombiano, de alta fertilidad natural del suelo, pudieron formarse
sociedades campesinas similares en densidad a las de viejo asentamiento de la
Cordillera Oriental o del sur nariñense, aunque el cultivo del café y, en particu­
lar la organización nacional del mercado en los años treinta, les permitió desa­
rrollar actitudes más empresariales y de acumulación35.
Las investigaciones que trataron de explicar la persistencia de métodos
extraeconómicos en la formación de capital en esas sociedades dieron una
perspectiva más realista a la tesis seminal del geógrafo James Parsons sobre
los frentes de colonización antioqueña. Aunque esas colonizaciones, sobre
todo las del sur-suroeste, se caracterizaron por patrones de conflictividad,
puede decirse que en general fueron incluyentes y que en algunos bolsillos
geográficos tuvieron una fuerte propensión a la solidaridad y la igualdad36.
Sin embargo, a medida que avanzaba la ocupación se desarrollaban las dis­
putas por el control territorial, base del dominio político-electoral de los mu­
nicipios. En la década de los treinta hubo una verdadera acometida de politi­
zación que fue sembrando incidentes de violencia partidista, desembozada
después de 1948. A este respecto, creo que

en una sociedad de frontera, secularizada y codiciosa, que puso al dinero como


el valor social m ás apetecible, pese a la intensa religiosidad asumida, la compe­
tencia individualista desplazó Jos dem ás m ecanism os de integración social y, de
una m anera disfrazada e insidiosa, entronizó la violencia como uno de sus más
viables principios de reordenam iento (Palacios, 1985).

Cuando se agotaron las “tierras sin hombres'' en el occidente cafetero, La


Violencia enmascaró el ajuste de cuentas. Se trató de un proceso generalizado
de manipulación de bandas armadas al servicio de una redistribución impeni­
tente de propiedades y cosechas de café y de aseguramiento de mano de obra,
como había anticipado Jorge Child37. Después, Ene Hobsbawm lo encuadró

35 Para un ejemplo de actitudes empresariales de comunidades campesinas, bajo ciertas


condiciones nacionales favorables, como una reforma agraria o proyectos de irrigación, ver,
Wood y Mehenna, (1986, pp. 7-5-88).
3ÉVer Brew (1977); Arocha (1975); Christie (1986).
37Jorge Child (1958, pp. 8-9) clasificó cuatro tipos de violencia de la zona cafetera: de origen
político, después de 1948; de origen económico, consistente en apoderarse de cafetales en ene­
ro-marzo, justo antes de las cosechas; de los "desplazados” de otras zonas de violencia, como el
grupo del bandido ’‘Chispas"; de conflictos personales.
96 SOBRE EL "INDIVIDUALISMO AGRARIO’1COLOMBIANO

en un tipo de violencia de bandidos, en la perspectiva de la mafia siciliana del


siglo xix y principios del xx. A la sombra del sectarismo Liberal-Conservador,
en muchos municipios del cinturón cafetero una “nueva clase media ascen­
dente (...) llegó a establecer una organización formal para hacer chantaje a los
propietarios y aterrorizar a los campesinos" (Hobsbawm, 1968, pp. 263-273).
El tema fue abordado posteriormente en dos espléndidos trabajos de historio­
grafía profesional universitaria: el del Quindío, de Carlos Miguel Ortiz (Ortiz,
1985) y el de El Líbano, Tolima, de Renzo Ramírez (Ramírez, 2002).
El patrón de conflictividad de las zonas cafeteras cundi-tolimenses que
aquí nos ocupa fue diferente. En los años treinta, pero no después, el secta­
rismo político aupó el conflicto por la tierra planteado por los campesinos
contra las haciendas de café o contra los latifundios que cerraban el libre
acceso a los baldíos. Durante La Violencia, en las zonas del Sumapaz, las
reivindicaciones legalistas de los colonos debieron ceder y dar paso a formas
de "autodefensa de masas" y de lucha armada que, ante la ausencia de Gai-
tán, fueron orientadas por el pcc , bajo el liderazgo de Juan de la Cruz Varela
(Fajardo, 1994, pp. 42-59; Londoño, 1994, pp. 34-62). El conflicto político
desbordó los ámbitos geográficos tradicionales, y los accesos del inmenso
nudo del Sumapaz facilitaron las movilizaciones hacia los Llanos Orientales
y hacia las vertientes cordilleranas del Huila, Tolima y Cundinamarca. El PCC
permitía cierta fluidez de intercambios entre las movilizaciones reivindícati-
vas legales en regiones como las del Tequendanía cafetero centrado en Viotá
(Jiménez, 1985), las guerrillas en el sur del Tolima (con matices indigenistas)
y la “resistencia armada" en el Alto Sumapaz.
¿Qué podemos extraer de esta somera descripción del acceso campesino
a los baldíos? Primero, que, a la par que la colonización, aliviaba las presio­
nes sociales en las zonas de expulsión y no permitía el estallido de la "mar-
' mita" minifundista (Fals Borda, 1959a, pp. 15), pautada como estaba en la
conflictividad, abierta o soterrada, de comunidades en pos del ascenso social
y el reconocimiento político (Oquist, 1978). Pero lo fundamenta] del conflic­
to fue que las prácticas políticas locales bipartidistas subsumieron las cate­
gorías sociales en una forma que en otra parte denominé “patriotismo muni­
cipal". Segundo, que, para evitar el anacronismo, hay que distinguir los
conflictos de la colonización de la violencia colectiva como categoría genéri­
ca y de la misma Violencia. Tercero, que la lucha armada revolucionaria tuvo
diversos orígenes y expresiones locales y parece un fenómeno tardío y margi­
nal del período que nos ocupa, y circunscrito a las zonas gaitanistas y Comu­
nistas. En todo caso, ésta es anterior a la "colonización armada”, aunque se
puedan establecer nexos entre las dos38.
La Violencia marca un antes y un después en la historia colombiana y,
muy especialmente, en la historia agraria. Cerró el capítulo de movilizacio­

38Ver, por ejemplo, Buenaventura (1962, p. 53); Ramírez (1990, pp. 57-72).
SOBRE EL "INDIVIDUALISMO AGRARIO" COLOMBIANO 97

nes rurales relativamente pacíficas y legalistas de los años treinta. El proyec­


to político triunfante en 1958 pretendió dejarla atrás y para siempre. Sin
embargo, Lynn Smith, experto en sociología agraria latinoamericana y pro­
fesor de Fals Borda en la Universidad de Florida, hizo la premonición:

En medio de estas condiciones caóticas, (La Violencia, m .p.) en que hombres, mu­
jeres y niños son asesinados por miles, en que la seguridad personal de la mayo­
ría de la población está seriam ente amenazada, es evidente que hay muy pocas
probabilidades para un verdadero progreso en la resolución del conflicto de filo­
sofías sobre los derechos de propiedad de la tierra. Esto solamente puede lograr­
se en los tribunales o en el Congreso y, en cualquier caso, requiere un largo y
concentrado esfuerzo de parte de los dirigentes colombianos. Por eso podemos
decir con seguridad que las incertidum bres sobre los derechos de propiedad de
la tierra, continuarán afligiendo a Colombia y a los colombianos todavía durante
m uchos años (Smith, 1958, p. 384)39.

39Una buena guía introductoria se encuentra en Ortiz {1994, pp. 371-423).


C apítulo iv
LA CUESTIÓN CAMPESINA Y LOS AVALARES
DEL ESTADO LIBERAL OLIGÁRQUICO

La doble crisis de 1930

De un modo más bien improbable, alrededor de 1930 se juntaron dos crisis


de distinto origen: una económica y otra política que debilitaron los dogmas
del librecambismo, el patrón oro y el Estado mínimo, y pusieron a tambalear
la hacienda cafetera, una de sus cristalizaciones emblemáticas. La mejor
prueba de esto es que, en el plano de la economía política, se planteó la vía
campesina como una alternativa de desarrollo económico nacional. Diversas
corrientes historiográficas han sostenido que esa crisis del liberalismo eco­
nómico dio pie a que nuevos grupos de poder movieran el Estado colombia­
no hacia la industrialización e incluso a convertirse en empresario indus­
trial. No parece que ese fuera el caso. Es más probable que la sustitución de
importaciones, notoria por la época de la Primera Guerra Mundial, se pro­
fundizara como resultado del crecimiento del pib con base en el café que
cultivaban miles de familias campesinas en una geografía muy amplia. Tam­
bién es probable que, terminada la Segunda Guerra Mundial, el Estado dele­
gara en la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia, f n c , la negociación
de transferencias del ingreso cafetero a las grandes empresas industriales que
se coaligaron gremialmente en la Asociación Nacional de Industriales, a n d i .
En el plano de la política de partidos en 1930, y después de haber experi­
mentado medio siglo de diferentes tipos de gobierno, los Conservadores per­
dieron la presidencia ante una coalición centrista encabezada por un candida­
to Liberal. Simultáneamente, y después de unas dos décadas de crecimiento
acelerado, la gran crisis económica mundial frenó el ritmo y provocó cierta
agitación social localizada. En el punto que nos concierne, la crisis lanzó al
desempleo a miles de jornaleros de las obras públicas que regresaron a los
campos quizás a engrosar las agitaciones. En estas condiciones, y a pesar de
que al comenzar la década de los treinta eran pocos los Liberales interesados
en la cuestión agraria, jóvenes políticos y activistas encontraron la oportuni­
dad de convertirse en intermediarios de los agravios campesinos y en heral­
dos del progreso nacional. Su objetivo inmediato era encontrar una nueva
base electoral. La cuestión campesina no estaba entre las prioridades del
99
100 LA CUESTIÓN CAMPESINA Y LOS AVATARES DEL ESTADO LIBERAL OLIGÁRQUICO

Partido Liberal que se concentraba en mantener un mínimo de unidad inter­


na para permanecer en el Gobierno; minimizar los efectos de la violencia
política en Boyacá y Santander; adelantar una reforma política con base en
la cédula electoral, y reformar la Constitución y Jas leyes para instaurar la
República laica, mediante el registro civil. Incluía este programa el desarro­
llo de obras públicas para reactivar el empleo y la aprobación de una ley pe­
trolera que diera seguridad a las empresas norteamericanas, asunto de algún
modo ligado al régimen de propiedad agraria y de los baldíos. Pero no fue
alrededor de estos puntos donde el régimen encontró la plataforma de "uni­
dad nacional”. Fue en el conflicto con el Perú que, asimismo, sirvió de catali­
zador inicial de las reformas, aunque las luchas agrarias, eminentemente lo­
calistas, no mermaron en intensidad1.
Los Liberales comprendieron que el discurso antilatifundista de la iz­
quierda revolucionaria podía deslegilimar los fundamentos del orden social
y se dedicaron a encontrar una salida institucional. Con este propósito ma­
nejaron dos registros ideológicos: uno, igualitario democrático, montado so­
bre el paradigma del pequeño propietario independiente, y otro de estirpe
liberal que ponía el énfasis en el aseguramiento de los derechos de propie­
dad de la tierra con base en la explotación económica. De este modo, gana­
ron la iniciativa política e hicieron sombra al discurso de la izquierda revolu­
cionaria.
Subrayemos cuatro aspectos de la doble crisis de J 930:
J. Un peculiar dinamismo capitalista. Contrario a las teorías estructura-
listas y dependentistas en boga en los años sesenta y setenta (la relación cen­
tro-periferia, en la que el desarrollo de la priméra exige el subdesarrollo de la
segunda), en El café en Colombia (Palacios, 1979b) se considera y se sostiene
que la economía cafetera fue el motor del crecimiento y contribuyó sustan­
cialmente a la formación de una economía política nacional. La Federación
Nacional de Cafeteros de Colombia, f n c , monopolizó la representación polí­
tica y social de "la industria del café”, se vinculó sólidamente al Estado y se
transformó en agencia de producción de doctrinas, medidas legales y desa­
rrollo de instituciones dedicadas a garantizar la protección cafetera. Ésta re­
forzó la protección externa originada en las manipulaciones políticas del
mercado internacional del café en razón de los sucesivos esquemas de "valo­
rización” brasilera desarrollados después de 1906. En la literatura sobre los
países de desarrollo económico tardío se establece el nexo de la protección
industrial y la economía política nacional. Estos términos del tópico “indus­
tria y protección”, deben cambiarse en Colombia por los de "café y protec­

1 Esto se desprende de la cantidad y orden de importancia de los documentos que forman


el archivo del presidente Olaya Herrera. El archivo, de la Academia Colombiana de Historia,
tiene 94 cajas organizadas en carpetas y contiene miles de folios. Ahora puede consultarse en el
Archivo Genera] de la Nación.
LA CUESTIÓN CAMPESINA Y LOS AVATARES DEL ESTADO LIBERAL OLIGÁRQUICO 101

ción", motor de la integración limitada del mercado interno y base de legiti­


mación de una política económica que beneficiaría y limitaría la posterior
industrialización2.
La elaboración y publicación del Censo Cafetero de J932 fue un hecho
decisivo en la formación de una ideología que hizo de "la industria del café"
la fuerza centrípeta de la economía política nacional y que, en la crisis mun­
dial, legitimó la vía campesina de la caficultura. Esta fue una concepción
dominante hasta mediados de la década de J950, fenómeno notable, pues la
crisis bajó de 20 a 30 puntos porcentuales los ingresos de las exportaciones
de café en el comercio internacional del país que, en buena medida, se recu­
peró en la década de 1930 por las exportaciones de petróleo, oro y banano.

El censo que presentam os- señalaron los directivos de la fnc- perm ite conocer la
división de la propiedad, que es un factor de gran trascendencia social y que es
de elem ental im portancia para conocer las modalidades de la industria y las ne­
cesidades de ella en cada municipio. Según los datos obtenidos en el censo (...) el
98.08% constituyen lo que se llam a la pequeña propiedad. Sólo hay en el país
321 em presas cafeteras de m ás de 100 mil árboles, lo cual constituye apenas el
0.23% del núm ero total de propiedades cafeteras. Todos estos datos interesantes
y verdaderam ente sorprendentes dem uestran cómo la industria cafetera no sólo
es el factor fundam ental y decisivo en nuestra economía nacional, sino que cons­
tituye a la vez un elem ento adm irable de equilibrio social, que por la índole mis­
ma de su organización y por las circunstancia excepcionalmente favorable de
proporcionar trabajo adecuado y casi perm anente a las mujeres y a los niños, va
realizando por sí sola, en forma autom ática, sin necesidad de leyes ni de expro­
piaciones, el fenóm eno de la división de la propiedad (Federación Nacional de
Cafeteros, Boletín de Estadística 1933,1, (5) pp. 112-113).

En otras palabras, en un país con instituciones estatales débiles era claro


que si el producto de exportación ofrecía una base campesina, las salidas a
la depresión internacional serían menos traumáticas para el orden social,
puesto que el campesino asumiría, molu proprío, los costos de la caída de
precios, reduciendo más aún el consumo familiar.
2. El segundo aspecto de esa Colombia de los años treinta se refiere a que
el Estado alcanzó un nuevo nivel de estructuración en cuanto se vio abocado
a resolver el problema de crear y poner a funcionar instituciones de control.1

1 Baste mencionar que existe una amplia y conocida bibliografía sobre la economía cafete­
ra mundial y colombiana. Hay que tener presente que en los años treinta el cultivo de café no
tenía economías de escala y era intensivo en mano de obra altamente estacional; que había tie­
rra y trabajo para ampliar la producción nacional; que estaban bajando los costos intem os de
transpone y que los mercados mundiales el café presentaban bajas elasticidades de oferta y de­
manda. El ciclo climático del Brasil determinaba el ciclo de precios mundiales y las políticas
caFeteras de dicho país, y protegían la economía cafetera colombiana.
102 LA CUESTIÓN CAMPESINA Y LOS AVATARES DEL ESTADO LIBERAL OLIGÁRQUICO

La evidente nacionalización de añejos electorados, siempre localistas y pro­


vincianos, tutelados ahora por una clase política nacional, puso sobre la
mesa las cartas del registro civil y la cédula electoral. Para esto era indispen­
sable: a) desmontar el monopolio de la Iglesia en el registro civil (partidas de
bautismo, defunción, matrimonio) y en el manejo de la educación pública y
los cementerios; b) negociar el asunto de la cédula electoral que los Conser­
vadores veían como una trampa, haciendo de ella un caballito de batalla,
una peligrosa inflexión a la violencia, y c) expandir la burocracia administra­
tiva y mejorar sus herramientas. No se partía de la nada, gracias a los recur­
sos derivados del crecimiento cafetero y de la indemnización de Panamá.
Sobre estas bases aumentaron los ingresos fiscales y pudieron avanzarla red
ferroviaria, de carreteras, y de correos y telégrafos; apareció una electrifica­
ción incipiente; se elevó el número de escuelas y maestros, de jueces y juzga­
dos, de notarios, registradores y notarías; la moneda nacional penetró en las
más recónditas veredas campesinas. Al mismo tiempo, el país tenía su lugar
en el mundo civilizado, adhiriéndose a las reglas de la Sociedad de las Nacio­
nes, de la que era miembro fundador.
Paradójicamente, el fortalecimiento de una visión de desarrollo nacional
y la nacionalización de los electorados, ensancharon los hiatos y fisuras que,
desde la Conquista española, separaban los niveles territoriales del Estado.
Nación, departamentos y municipios, para no mencionar intendencias y co­
misarías, no funcionaban conforme a los principios de la relojería constitu­
cional. La cuerda era, a fin de cuentas, un viejo mecanismo localista, con-
tractualista y clientelar que dejaba que cada cual regateara las normas y
disposiciones. Este vetusto mecanismo se había legitimado en la tradición
política de la monarquía española que, se ha djoho, concebía la justicia des­
de el bien común y el consenso comunitario ántes que desde la conciencia
individual (Elliot, 2006, pp. 131-133). En estas condiciones los sistemas nor­
mativos y las prácticas sociales relacionadas con los derechos de propiedad
quedaron marcados con el sello originario.
Si los enfoques socio-económicos y geográficos tienden a formar macro-
regiones, como en el clásico estudio de Ospina Vásquez (las regiones coste­
ña, antioqueña, caucana y la "faja oriental"), la política es partera de frag­
mentaciones: los departamentos dentro de las maero-regiones; las provincias
en los departamentos, los municipios en las provincias, las veredas o vecin­
darios rurales en los municipios. Si concebimos los municipios (con sus ve­
redas) como células de un organismo, entonces es menester reconocer que
sus ritmos obedecen a tradiciones e idiosincrasias irrepetibles y al persona­
lismo que hila los entramados de clientela, parentesco y honor.
Esto quiere decir que en la base institucional de la política municipal se
mantenía, firme, la cultura política del caciquismo. El gamonal era el perso­
naje-bisagra que encamaba simultáneamente la versatilidad de los poderes
fácticos locales y la adhesión incondicional, visceral, a la bandería nacional
LA CUESTIÓN CAMPESINA Y LOS AVATARES DEL ESTADO LIBERAL OLIGÁRQUICO 103

rojiazul. En contravía de las mejores expectativas democráticas, el gamonalis­


mo era la fuente de las prácticas republicanas y el portador de sus símbolos.
Así había sido desde los orígenes de la "comunidad imaginada" que habría
de llamarse Colombia y que, según la fórmula de Malcolm Deas, precedió la
consolidación del Estado-nación (Deas, 1983, pp. 149-73).
El relato nacionalista colombiano se armó tempranamente a partir de
imágenes binarias, sin zonas de transición, entre polos enemigos: patriotas-
realistas, patriotas-godos, moderados-exaltados, Liberales-Conservadores,
rojos-azules, chulavitas-cachiporros que daban sentido emocional a la politi­
zación en todos y cada uno de los vecindarios del país. Cada vereda y cada
casco tenían su tótem, Liberal o Conservador, que ponía orden en las identi­
dades y adscripciones, y las entretejía a la memoria de linajes y terruños. Por
eso, a la hora de las movilizaciones de los años treinta, los campesinos no
pudieron evadir las divisorias de siempre, renovadas por jóvenes y enérgicos
intermediarios. En esta cultura política, los Comunistas, con su noción me­
dular de lucha de clases, entraron perdiendo.
Teniendo presente este conservadurismo, recordemos que las clases pro­
pietarias, la clase política, la aristocracia intelectual y el clero salieron más
reaccionarios de la Guerra délos Mil Días (1899-1902) y en la nueva “paz" se.
tonificó el Estado oligárquico. Sin embargo, los cambios geográficos, cultu­
rales, demográficos y sociales producidos por el desarrollo de la economía
cafetera abrieron, unos 20 años después, las vías de salida hacia la democra­
cia liberal y pusieron en tensión las viejas prácticas políticas de la república
oligárquica. Las clases altas provinciales conocieron entonces los aprietos de
superar su fragmentación de tipo colonial y de formar una clase dirigente
nacional. Las fricciones se pusieron al orden del día puesto que, por ejem­
plo, en Barranquilla, Cúcuta, Medellfn y Bogotá, sectores de orientación em­
presarial adoptaron normas y estilos de vida cada vez más estadounidenses.
La elección directa de presidente de la república a partir de 1914 y la
irrupción en la política de los nuevos grupos sociales congestionaron las lí­
neas de conducción del poder república-municipio-república que parecieron
limitadas para tramitar un flujo progresivo de información y decisiones: los
electorados se habían ampliado e integrado, y era menester dar un tono pa­
cífico e institucional al creciente conflicto social. Con todo, el caciquismo se
mostró elástico y versátil y aprendió a encubrirse en prácticas "modernas”.
En este sentido no era indispensable que instrumentos como la Ley 200 de
1936 tuvieran algún nexo deliberado con la universalización del sufragio
masculino3.
De su lado, el radicalismo popular, reafirmado en los Mil Días, esperaba
el momento. Grupos de trabajadores rurales y urbanos, y de campesinos e
indígenas discernieron el significado de "la ley para todos" y no sólo "para

3En este sentido soy escéptico con respecto a la sugerencia de Lapp (2004).
104 LA CUESTIÓN CAMPESINA V LOS AVATARES DEL ESTADO LIBERAL OLIGÁRQUICO

los de ruana" (Jiménez y Chemick, 1993, pp. 61- 82). Denunciaron agravios y
reclamaron derechos. Irrumpieron por su cuenta en actividades políticas y,
en el camino, se estrellaron con poderes sociales y estatales reacios al cam­
bio. De este modo muchos conflictos de tierra y trabajo se saldaron con san­
gre. Este fue el caso de grupos campesinos de Fusagasugá y Viotá, localiza­
dos entre polos que contenían liderazgos y fuerzas radicales (Bogotá y el
puerto de Girardot) que saltaron a la arena pública en un país que parecía
entrar en la atormentada y tortuosa transición de la "república oligárquica"
a la "democracia de masas”. Si hubo este tipo de democracia quedó incon­
clusa, porque en 1948, con el asesinato de Gaitán y en el contexto de la Gue­
rra Fría, Colombia pasó abruptamente de un tiempo de esperanza democrá­
tica, representada por el caudillo populista asesinado, a una hegemonía
plutocrática que disolvió el proyecto de inclusión social.
3. El tercer aspecto de la transformación colombiana tiene que ver con la
forma como afectó a la clase política. Los protagonistas del teatro político
popular de los años treinta pertenecían a una generación de reformadores
que, bajo la tutela de sus padres putativos, los Centenaristas, y con clara vo­
luntad de poder y decisión de formar una nueva élite política, propusieron
visiones y concepciones de transformación social, aunque no consiguieron
escapar, si es que lo intentaron seriamente, del campo histórico del Estado
oligárquico. Demostraron, eso sí, capacidad para transformar las inconfor­
midades y agravios de colonos y arrendatarios'en demandas congruentes al
Estado, y de inducirlo a elaborar doctrinas agrarias contra el latifundismo y
adecuar las instituciones legales para el cambio social. En este proceso forta­
lecieron el Estado de derecho, pero sin reformar el derecho, ni la práctica
judicial. Puesto que partían de la premisa liberal (le que la ley se cambia con
la ley (y, por tanto, que esa era la vía de redefinir los derechos de propiedad,
pública, privada, de los resguardos) a medida que incorporaban nuevos elec­
torados tuvieron que dramatizar la centenaria discordia bipartidista.
La pacificación del contrato social laboral, es decir, la institucionaliza-
ción de las luchas obreras con sus sindicatos y sus huelgas; la salida consen­
suada y gradual a los problemas crecientes de pobreza urbana, y las solucio­
nes legales y judiciales a Jas demandas de tierra de los campesinos y colonos
habían ganado un lugar en el discurso público. Más aun, se cuestionó "la
ametralladora oficial" como medio de confrontar la inconformidad de las
clases populares. Paradójicamente, el propósito se desnaturalizó al anudarse
a la mecánica de la lucha rojiazul. Por todo esto quedó flotando la idea que
el cambio de la llamada República Liberal o Revolución Liberal no había
encontrado el cauce democrático, extraviada en un laberinto de ilusiones y
artimañas legalistas.
4. Los políticos reformistas entendieron que la acción colectiva de distin­
tos campesinados ponía en evidencia las "imperfecciones" del sistema legal
de titularidad de la propiedad, de modo que un Estado moderno debía abolir
LA CUESTIÓN CAMPESINA Y LOS AVATARES DEL ESTADO LIBERAL OLIGÁRQUICO IOS

"los vestigios de feudalismo". En consecuencia, el Estado nacional debía de­


finir las notas de la propiedad privada moderna y sofocar un posible giro
político revolucionario. En cualquier caso, en este propósito los Liberales se
vieron favorecidos por la plasticidad del tipo gamonal, la debilidad y des­
orientación de los grupos comunistas, la capacidad de cooptación política de
sus alas izquierdistas y populistas, y la solvencia profesional de los juristas y
abogados que los acompañaron en este proyecto.
Las agitaciones de arrendatarios y colonos se entreveraron en la crisis fi­
nanciera y empresarial de las haciendas cafeteras más antiguas (la primera
había ocurrido durante la depresión mundial de los precios del café, c. 1896-
1910J, en particular en Fusagasugá y Viotá, y volvió a politizarse una cues­
tión pendiente del Liberalismo de mediados del siglo xtx: la relación de la
propiedad de la tierra y las "clases productivas”.
Desde ahora conviene poner los puntos 3 y 4 en el contexto de la' distri­
bución de la propiedad subrayado por la FNC en el citado Censo Cafetero. En
el Catastro del Departamento de Cundinamarca (1936) había 125.367 fincas
rurales que, en un 77%, tenían menos de 10 fanegadas o 6.4 hectáreas (Con-
traloría Departamental de Cundinamarca, 1937). En las comarcas donde fue
más intensa la agitación agraria también predominaba la pequeña propie­
dad campesina. Así, las 160 haciendas de café del Tequendama y el Sumapaz
cundinamarqués eran, literalmente, islas en un mar de unas 6.500 fincas ca­
feteras en sus municipios; de éstas el 87% tenía plantados menos de 5.000
cafetos.
Arrendatarios y subarrendatarios de las haciendas de café y colonos de­
bieron mirarse en el espejo de esos miles y miles de pequeños cultivadores
independientes. Por lo demás, la politización y modernización cultural de
las décadas de los veinte a los cincuenta apremiaban a que los estratos rura­
les más "bajos” subieran la escala social. En este sentido es muy revelador el
estudio de Renán Silva sobre la Encuesta Folklórica Nacional de 1942 que
por una parte muestra la limitación localista de los mundos rurales colom­
bianos y la pobreza generalizada que los abatía, y por otra subraya el tras­
fondo de esperanza popular, gracias a la conciencia de "los derechos socia­
les", cada vez más difundida por todo el país (Silva, 2006)4.

4Especialmente los casos de ia parte ii.


106 LA CUESTIÓ N CAMPESINA Y LOS AVATARES D EL ESTADO LIBERAL OLIGÁRQUICO

DESLEGITIMACIÓN A MEDIAS DEL LATIFUNDISMO


Y HACIENDAS DE CAFÉ

La crisis mundial y el descrédito del liberalismo económico trajeron a Co­


lombia el desprestigio del latifundismo. Primero, en el frente laboral se cues­
tionó el carácter de los contratos de trabajo en las haciendas cafeteras, asi­
milados a contratos civiles privados en los que nadie podía inmiscuirse,
salvo las partes contratantes. Segundo, pareció inaceptable el acaparamien­
to de baldíos y la formación de enormes latifundios improductivos que ce­
rraban, inclusive mediante la coacción, el libre acceso de miles de colonos.
Los Liberales de vanguardia elaboraron un discurso con base en argumentos
de defensa de la propiedad campesina como los ya señalados de John Stuart
Mili y, así, redujeron los espacios de los Comunistas.
Ahora bien, considerado el tamaño promedio de superficie, población
vinculada y valor de producción, las haciendas de café de Colombia eran
modestas, comparadas con las del Brasil, ya esclavistas, ya de colonato, (for­
mas de arrendamiento campesino o de aparcería) o con la hacienda porfi-
riana de México. Tercero, los regímenes laborales eran complejos, mutaban,
y utilizaban la tierra y la mano de obra con métodos muy variados. Los tra­
bajadores estaban claramente estratificados: los residentes o arrendatarios
pagaban renta en trabajo y en dinero, percibían salarios monetarios y en al­
gunos casos podían subarrendar sus estancias; los trabajadores estacionales
o cosecheros, llamados "voluntarios", eran asalariados y algunos trabajaban
directamente para los arrendatarios. Cuarto, puesto que las haciendas esta­
ban orientadas al mercado mundial, dependían de un ciclo de precios parti­
cularmente volátil. Quinto, los propietarios, ausentistas por la naturaleza del
negocio, hacían parte de grupos urbanos emergentes en la sociedad móvil de
mediados del siglo xtx colombiano, y no parecieron alcanzar el alto grado de
legitimación social y acceso al poder político de sus equivalentes brasileros,
guatemaltecos, salvadoreños o mexicanos (hasta la Revolución), con excep­
ciones como Chiapas donde la hacienda porfiriana se mantuvo en pie.
Las haciendas de café, resultado del encuentro de comerciantes de clase
alta urbana y poblaciones rurales pobres y geográficamente móviles, fueron
frágiles tanto en lo relativo a su gestión empresarial, como al régimen de te­
nencia de la tierra. In situ, las decisiones quedaban en manos de administra­
dores, mayordomos y capataces. Con alguna frecuencia los hacendados pon­
deraban las ventajas económicas y desventajas de pagar salarios en usufructo
de parcelas. En otro lugar establecimos el ciclo de negocios de las haciendas
cafeteras de Cundinamarca: altas tasas de ganancia durante la bonanza
1880-96 y depresión, 1896-1910, con una sitüación de crisis severa (letal en
Santander) durante la Guerra de los Mil Días (1899-1902). Hubo una recupe­
ración, con'altibajos después de 1910 hasta 1929, gracias a los esquemas
LA CU ESTIÓ N CA M PESINA Y LOS AVATARES D EL ESTADO LIBERAL OLIGÁRQUICO 107

G rá fico iv . 1. Contratos de anticresis y compras de mejoras


en haciendas en El Colegio, Viotá, La Mesa y Anapoima, 1903-1934

l£ Anticresis ■ Mejoras

F uente: Palacios, 1981, Cuadro 10, p. 42.

brasileros de valorización que, al recuperar los precios internacionales, aus­


piciaron un formidable crecimiento de la producción colombiana. Pero las
haciendas se iban marginando y en la década de los veinte en muchos luga­
res de Cundinamarca acusaron agudos problemas financieros y de legitima­
ción social desde abajo.
Las 160 haciendas de las provincias del Tequendama y el Sumapaz tra­
bajaban con unas 6.000 familias de arrendatarios. En algunas semanas de la
cosecha principal podían ocupar unos 10 mil "brazos" adicionales. Aunque
dichas haciendas tenían alrededor del 5% o 6% del inventario nacional de
cafetos, su participación en la cosecha nacional fue mucho menor y debió
oscilar alrededor del 2.5% al 3.0% en razón de que sus cafetales eran viejos,
excepto en los municipios del Sumapaz Tolimense3. Esto quiere decir que
la participación de la hacienda cafetera cundinamarquesa era crecientemen­
te marginal.
Esas haciendas dependían de la libre movilidad del campesinado. Ni im­
plantaron la servidumbre crediticia, ni tuvieron el monopolio de la tierra pero
sí compitieron entre sí, con un voluminoso campesinado independiente en el5

5 En efecto, pueden establecerse estos porcentajes de la "tasa de replante” [cafetos produc-


tivos/cafetos "nuevos" x 100]: Caldas 13%, Cundinamarca 5%, Tolima 13.8%, Promedio Nacio­
nal 13.1%. Y en los municipios que nos conciernen: El Colegio 3.3%, Fusagasugá 6.9%, La Mesa
2.9%, Nilo 2.3%, Pandi 8,9%, Ouipile 4.8%, San Antonio 2.5%, San Bernardo 6.8%, Tibacuy
7.7%, Viotá 2,0%, Cundayl5.8%, Icononzo 7.5%, Melgar 7.9%. Federación Nacional de Cafete­
ros (1933, pp. 117-150).
108 LA CUESTIÓN CAMPESINA Y LO S AVATARES D EL ESTADO LIBERAL OLIGÁRQUICO

mercado de trabajo y en la producción de café. Mantenían deudas con los


arrendatarios, como se aprecia en las compras de "mejoras" que periódica­
mente debían hacer, en la legislación específica que debió emitirse al respecto
y en las organizaciones de "dueños de mejoras”.
Aun si nos atenemos a la tipología binaria propuesta por Cristóbal Kay,
Gmndherrschaft (hacienda de arrendamiento) y Gutswirschaft (hacienda de
producción directa), confirmamos lo sabido: que las haciendas cafeteras de
Cundinamarca eran de producción (Kay, 1974, pp. 69-98; 1980, pp. 5-20). El
Chocho, la de mayor extensión del país cafetero, con poco más de 15 mil
hectáreas en tres pisos ecológicos, el páramo y el frío (bosques maderables y
cultivos de papa) y el templado (cultivos de café, caña y pastizales), brinda,
sin embargo, un buen ejemplo del pragmatismo de los propietarios6. Al com­
parar tres "reglamentos para los arrendatarios” (1896, 1916 y 1930), se apre­
cia que el primero guardaba silencio en relación con los cultivos que podían
sembrar los arrendatarios en sus estancias7. El de 1916 estableció en el art.
6o que "Los arrendatarios podrán establecer en sus estancias los cultivos que
tenga a bien, inclusive los de café, caña de azúcar y algodón”, pero en el art.
21 les prohibió "vender a otros que a los dueños de la hacienda ni el café ni
el algodón que cosechen en sus estancias.” El de 1930 señaló en su art. 6o
que “Los arrendatarios podrán establecer en sus estancias los cultivos que
tengan a bien, a excepción del de café, para el cual deben obtener permiso
previo del dueño de la hacienda o de su representante." Tan importante
como esta norma era la del art. 8o: "Los arrendatarios pagarán el precio del
arrendamiento de las estancias únicamente en dinero”. Estas citas eviden­
cian la variedad de sistemas en el cultivo del !café, aunque aparentemente
prevalecían el del pago de la estancia en dinero-*)', trabajo y la prohibición de
plantar cafetos en las estancias. En el cultivo'de caña predominaban las
aparcerías. En 1934 se estimaba que El Chocho tenía unas 950 familias de
arrendatarios y unas 3.000 de subarrendatarios (llamados "terrajeros”), pero
estos números estaban politizados, inmersos en el pleito legal (Londoño,
2009a, pp.309 y 324).
El intercambio de "tenencia” por "servicio” no fue a perpetuidad y por
generaciones como en el "feudalismo”. Se dio, aclaremos, en el contexto jurí­
dico de contratos civiles renovables, por lo general anuales, y dependió de
esas reglas sociales y económicas implícitas que Rafael Baraona denominó
"asedio interno” y "asedio externo” (Baraona, 1965, pp. 688-96) y que, en

6 Esta enorme propiedad llevaba el nombre de un hermoso árbol (Eryhtrina edulis) que da
sombrío al cafeto y crece hasta 14 metros; produce unas flores de color rojo carmesí, de semillas
comestibles; su madera se usa para cercar. En las zonas cafeteras de Cundinamarca se le llama
chocho, balú, chachafruto. „
1Estoy muy agradecido con la profesora Rocío Londoño Botero por haberme facilitado copias
de los reglamentos de El Chocho. Hay que subrayar la rareza de este tipo de documentos. Ver,
Reglamento para los arrendatarios (18%); Reglamento de la Hacienda de El Chocho (1916; 1930).
LA CU ESTIÓ N CAM PESINA Y LOS AVATARES D EL ESTADO LIBERAL OLIGÁRQUICO 109

este caso, muestran Jas complementariedades y conflictos en una hacienda


de café: 3a lógica empresarial de expansión de las plantaciones de café y sus
anexidades, y la lógica de los arrendatarios que aspiraban a cultivar café y
querían ampliar la superficie de sus estancias de pan coger (Schejtman,
1970). Al cuadro de conflicto en ciernes puede añadirse la eventual invasión
de colonos en las periferias de las haciendas. Así, pues, estamos ante una for­
ma de arrendamiento peculiar que tiene orígenes en el terraje del siglo xviii,
pero transformado8. Veamos.
Simplificadamente, dentro las haciendas funcionaban cuatro tipos de
empresas:
a. La plantación central de café del hacendado junto con elementos an­
chares como la planta de beneficio, potreros y cañaduzales para las
bestias de carga y, eventualmente, ganado.
b. Las estancias o parcelas de diferente tamaño, calidad de suelos y
condiciones de explotación y acceso, sujetos a variadas formas de
pago en trabajo, especie, dinero o sus combinaciones, que las ha­
ciendas daban en arriendo para asegurar la mano de obra. En algu­
nas haciendas los arrendatarios podían subarrendar.
c. Las eventuales parcelas clandestinas de los colonos en los bordes
montañosos9.
d. También era posible que la hacienda diera tierras en aparecería para
cultivos de caña o en la explotación de bosques maderables.
La localización de una hacienda en una zona de "frontera abierta" (Su-
mapaz) o en una de “latifundio de frontera" (el Tequendama y Fusagasugá)
determinaba el peso relativo de las estancias de los arrendatarios, o de las
parcelas clandestinas de los colonos. A esto debe agregarse que la hacienda
cafetera del Su mapaz tolimense fue tardía en relación con el patrón cundi-
namarqués y, puesto que era más que todo una empresa colonizadora, de­
pendió menos del arrendatario y más del jornalero o voluntario que utilizó
para hostigar y asediar a los colonos. El caso, estudiado por Rocío Londoño,
da pie a una interesante lectura desde un punto de vista de la política agraria
del pcc en el oriente del Tolima: su apoyo a los jornaleros, el proletariado ru­
ral, que tomó partido por sus patronos "modernos" y hostilizó a los colonos

8Sobre este sistema, ver Tovar {1982, pp. 17-33).


9 Entendemos por economías campesinas “aquel sector de la actividad agropecuaria nacio­
nal donde el proceso productivo es desarrollado por unidades de tipo familiar con el objeto de
asegurar, ciclo a ciclo, la reproducción de sus condiciones de vida y de trabajo o, si se prefiere, la
reproducción de los productores y de la propia unidad de producción. (...) La lógica (...) que
gobierna las deciciones del qué, del cómo y del cuánto producir, y de) qué destino darle al pro­
ducto obtenido, se enmarca dentro de los objetivos descritos, dando a la economía campesina
una racionalidad propia y distinta de la que caracteriza a la agricultura empresarial (que) res­
ponde a las interrogantes descritas en función de maximizar las tasas de ganancia y acumula­
ción”. (Schejtman, 1980, p. 123). La teoría básica proviene de Vasielevich (1981); Alexander
Schejtman aplicó para México sus hipótesis sobre Chile.
1)0 LA CUESTIÓN CAMPESINA Y LOS AVATARES DEL ESTADO LIBERAL OLIGÁRQUICO

“primitivos"; “venían a las labranzas a quemar ranchos", recuerda Juan de la


Cruz Varela (Londoño, 2009a, p.225). En este juego violento, los colonos to­
maron conciencia de su bajo estatus en relación con las condiciones de alo­
jamiento, alimentación e ingreso monetario de los jornaleros.
Una representación de la situación inicial del descontento campesino, en
una escala de 0 a 3, pudo haber sido:

Frontera “cerrada”
Causas del descontento Frontera “abierta“
El Tequendama y
campesino Sumapaz
Fusagasugá

Propiedad de la tierra 3 1

Régimen laboral ] 3

Sistema muít¡-empresarial I 3

Ahora bien, la posición social del arrendatario era ambigua: decidía so­
bre los cultivos en su estancia (excepto sembrar café), pero no en los grandes
cafetales de las haciendas. De ahí la complejidad social de su ingreso mixto:
el de la estancia y el del jornal en la plantación, a) que debe sustraerse el ca­
non en dinero por la parcela o estancia. *
Poco se sabe, e n cambio, del grupo de peones asalariados al que el pcc
asignó el papel de clase de vanguardia, aliado fundamental de los campesi­
nos en la “lucha antifeudal". Este grupo se abordará aquí en la medida en
que aparezcan en las fuentes. »,
Hasta mediados de la década de los veinte lá hacienda de café había fun­
cionado mediante la combinación pragmática de diversos sistemas de arren­
damiento precapitalista y una organización laboral centralizada en cuanto a
disciplina del trabajo, metas y formas de producción de café (Palacios,
1979b, pp. 111-173). Es decir, mediante un equilibrio precario que dejaba
latente el conflicto. Por eso en las haciendas de Viotá y Fusagasugá hubo es­
tallidos campesinos en el proceso de comercialización de los productos de
las estancias. En principio, la producción de éstas se repartió conforme al
patrón común de las economías campesinas: a) autoconsumo familiar; b)
fondos de reposición y ampliación, como semillas; c) excedente de intercam­
bio. En algunas haciendas el arrendatario no se obligó a pagar en trabajo
sino en alimentos producidos en la estancia, pero en la mayoría de casos el
excedente salió a los mercados locales aunque con restricciones: el arrenda­
tario pagaba peajes y "aduanillas" por utilizar los caminos de la hacienda;
debía estar al día en sus obligaciones y, finalmente, sólo podía sacar sus pro­
ductos un día a la semana, a pesar de que los pueblos tenían dos días de
mercado.
U CUESTIÓN CAMPESINA Y LOS AVATARES DEL ESTADO LIBERAL OLIGÁRQUICO 11!

MARGINACIÓN Y CONFLICTOS DE LAS HACIENDAS

Si, aparte de estos problemas internos, las haciendas habían sido desplaza­
das por las fincas medias y campesinas en el volumen de producción nacio­
nal, entonces, ¿en qué situación quedaron los hacendados cafeteros de la re­
gión bogotana frente a los dirigentes del Estado y a la clase alta como
conjunto?, ¿modificaba esta relación las trasformaciones inducidas por el
desarrollo económico y los cambios en las configuraciones de poder regio­
nal, político y social?, ¿cómo fraccionaba el desarrollo económico los intere­
ses de la clase alta? En el estado actual de la investigación estas preguntas
sólo pueden ser absueltas parcialmente.
A lomo de la crisis mundial se debilitaba el prestigio social que los ha­
cendados de Cundinamarca y el Tolima habían consolidado en el último ter­
cio del siglo xix. Los negociantes antioqueños del eje Medellín-Manizales ha­
bían tomado la delantera en la comercialización del café aunque, por otra
parte, dependían cada vez más de las estrategias de las casas tostadoras esta­
dounidenses que empezaban a buscar el control comercial a escala mundial.
En consecuencia, se reorganizó el poder gremial como se aprecia en los
cambios internos de estructura organizacional y estilo de liderazgo de la fnc ,
a raíz de la gerencia de Mariano Ospina Pérez, y se adoptó una orientación
campesínista, respaldada en el Censo Cafetero de 1932. Los pequeños cafi-
cultores eran los héroes de la nueva Colombia: con sus cultivos de pan coger
parecían imbatibles frente a la drástica caída del precio internacional del
grano (Ospina, 1934). De este modo, la política económica del Estado y la
estrategia de la fnc se orientaron a incrementar la productividad en la co­
mercialización y a ampliar la base campesina de la caficultura, antes que a
resolver los problemas financieros y de manejo de las haciendas.
Entre tanto, las haciendas más extensas fueron más propensas al conflic­
to. En búsqueda de explicaciones puede pensarse, en primer lugar, que tales
unidades tenían una masa crítica de arrendatarios que, a su tumo, podían
movilizar a sus familiares y dependientes como los subarrendatarios. Segun­
do, estas haciendas no podían controlar grandes extensiones de reserva mon­
tañosa y enfrentaban invasiones clandestinas. Visto el fenómeno más de cerca,
y con informaciones fragmentarias, puede decirse que la mayoría de conflictos
se presentó en unidades en las cuales fue baja la relación entre la superficie
explotada (superficie de las estancias + superficie de la plantación de café +
superficie de potreros y cañaduzales) y la superficie predial. En Calandaima
y Buenavista de Viotá, sólo el 10% de la superficie total estaba explotada en
los términos descritos. De los pocos informes sobre parcelación de hacien­
das puede deducirse que en El Chocho, Ceilán, Florencia y Liberta el porcen­
taje de tierra explotada oscilaban entre el 12% y el 21% de la cabida predial
(Palacios, 1979b, pp. 135-136) Por el contrario, haciendas que pudieron evitar
I ]2 LA CUESTIÓN CAMPESINA Y LOS AVATARES DEL ESTADO LIBERAL OLIGÁRQUICO

el conflicto o mermar su intensidad, como Costa Rica, Argentina, California,


o Pekín, mantuvieron una relación del 43 % al 60% de plantaciones de café
en la cabida total y, puesto que ésta era relativamente baja, no albergaron
una masa crítica de trabajadores residentes; en otros términos, en esas uni­
dades fue más difícil para los arrendatarios pasar el "umbral” de la acción
colectiva y manifestarla inconformidad abiertamente10.
En períodos de agitación social el "desperdicio” de tierra legitimaba la
invasión nocturna de bosques, que tendía a unificar las reivindicaciones de
los arrendatarios (la "libertad de siembras" y "libre venta de café”) con la
petición básica de los colonos: la posesión de tierras baldías. En muchos ca­
sos este último escenario se originaba en la imprecisión de los linderos. Por
ejemplo, el propietario de Ceilán —una de las grandes haciendas de Viotá,
.desmembrada de Calandaima en 1870— debió renegociar linderos en 1883;
sin embargo, la vaguedad de estos en el lado montañoso (del filo de la Cordi­
llera del Subía) traería problemas en 1948, de modo que un perito del Conse­
jo Agrario Departamental constató que:

El caudal de los ríos y quebradas de Ceilán se dism inuye en el verano pero que se
agota del todo gracias a que se ha logrado conservar el bosque no obstante los
intentos de invasión por p arte de los colonos a quienes se ha conseguido tener a
raya con la intervención de un retén perm anente de la Guardia de Cundinamar-
ca, costeado por la hacienda (Archivo de ¡a Cajh de Crédito (1948).

En 1933 y 1934, probablemente como efecto de las agitaciones y de las


negociaciones abiertas entre el departamento de Cundinamarca y los hacen­
dados sobre una eventual parcelación de El Chqcho, los arrendatarios deja­
ron de pagarlas "obligaciones onerosas". Es más, en El Chocho,

los trabajadores resolvieron en trar a la m ontaña a ta la r (...) los arrendatarios, a


cambio de obtener para su cam paña el apoyo de los trabajadores voluntarios,
perm itieron a estos la concesión de las estancias calificándolas com o baldíos. En
tales condiciones resolvieron organizar la invasión y la tala de m ontañas (Lleras,
1934).

La invasión de tierras y la tala clandestina se convirtió en "mal crónico”


para los hacendados y la policía, formando un repertorio de acción colectiva
(THly, 1977; 1984, pp. 89-108) que buscaba presionar y "cansar” al propieta­
rio renuente a negociar Los telegramas que dirigió el alcalde de Viotá al go­
bernador de Cundinamarca, entre 1935 y 1937, contienen informaciones so­
bre evicción o desahucio de arrendatarios y tala de bosques en las montañas

10Sobre el concepto de "umbral", ver Granovetter (1978, pp. 420-43).


LA CUESTIÓN CAMPESINA Y LOS AVATARES DEL ESTADO LIBERAL OLIGÁRQUICO 113

de las haciendas. El 17 de febrero de 1937, el alcalde cablegrafiaba al gober­


nador:

Noticia aparecida Espectador ayer poniendo sobre aviso todo vecindario hará in­
fructuosa comisión pensaba organizar sem ana con fin constatar quienes son res­
ponsables tala de bosques. Respetuosamente perm ítam e opinar debe rectificarse
noticia en sentido decir alcalde no saber por el m om ento si individuos destruyen
bosques son en realidad miembros-liga campesina o trátese bandoleros mero­
dean esta región (Archivo Municipal de Viotá, Correspondencia, 1937).

Para colmo de males, los hacendados fueron un caso típico de deudor


insolvente cuando los precios cayeron en 1928. En resumen: el cambio de
jurisprudencia y de retórica en el poder nacional, la politización, el endeuda­
miento, la depresión de los precios internacionales del café, y la debilidad
apenas velada de los hacendados de Viotá y Fusagasugá en la f n c , los con­
vencieron de transigir con los campesinos movilizados y, en algunos casos,
pactar con los gobiernos mejores condiciones de retiro del negocio de las
haciendas.

F ra c c io n a m ie n t o s

Había llegado, quizás, la hora de rendirse ante el asedio campesino. Simultá­


neamente a la acción legislativa, el Banco Agrícola Hipotecario, b a h , la Go­
bernación de Cundinamarca y el mismo Gobierno Nacional pusieron en
marcha un programa de parcelación de haciendas. En 1936, esas tres entida­
des habían parcelado 62 haciendas en el país con una extensión de 58,000
hectáreas, de Jas cuales 28 eran cafeteras, con un área aproximada de 17 mil
hectáreas. En J937, el proceso se aceleró principalmente por intermedio del
Banco Agrícola Hipotecario (Anuario de Estadística Í936, 1937, p. 139;
p.123)11.
Así, pues, cuando enfrentaron los efectos combinados de hipotecas one­
rosas y presión campesina, algunos hacendados decidieron fraccionar. Re­
servaron para sí porciones más o menos considerables y la casa de la hacien­
da, y parcelaron el resto. La Hacienda Trujillo, de El Colegio, dividió
tempranamente, entre 1916 y 1920. En casi todas las instancias, lugares y
períodos, la parcelación fue negociada y de ahí que el precio de las parcelas
no se desviara demasiado del precio comercial, es decir, del precio que hu­
biera prevalecido de no mediar el asedio campesino que devaluaba las ha-

11 Banco Agrícola Hipotecario, Informes y Balances, Bogotá, 1926-1941, Varios ministros de


los gabinetes de la primera administración López salieron de las gerencias seccionales del b .a .h ..
el más eminente de los cuales fue Darío Echandia, es gerente en Armenia.
114 LA CUESTIÓN CAMPESINA Y LOS AVATARES DEL ESTADO LIBERAL OLIGÁRQUICO

ciencias sacándolas prácticamente del mercado. Esto fue evidente en las ope­
raciones del bah o de la Gobernación de Cundinamarca.
Las haciendas Java, Ceilán y Buenavista, en Viotá, negociaron la venta
de parcelas a comienzos de 1930. En El Colegio le entraron al juego Entre­
m os, Santa Helena, San José y Golconda. Bajo la dictadura derechista -de
Laureano Gómez y Alberto Urdaneta Arbeláez, así como en la de Rojas Pini-
11a, se aceleraron las parcelaciones voluntarias en El Colegio y Viotá. Al co­
menzar el Frente Nacional quedaba muy poco de las viejas haciendas: Misio­
nes en El Colegio y Java y Atala en Viotá. La Violencia había hecho retroceder
el país, pues, como en los años veinte, una invasión de trabajadores y arren­
datarios a la hacienda Florencia de Viotá se consideró caso de "orden públi­
co". Según el respectivo boletín interno de las Fuerzas Armadas la invasión
había comenzado con 50 personas pero "ahora llegan a diario 50, 80 y 100";
se aseveró que muchos eran ex guerrilleros de Villarrica, que habían instala­
do un cuartel sobre el que ondeaba el pabellón nacional, que habían fijado
un puesto de observación y que la ciudadanía del casco estaba alarmada12.
Con todo, la época había cambiado; aunque sobrevivirían grandes hacien­
das, como Aguadila y Usatama en Fusagasugá y muchas en Viotá, su preemi­
nencia social era cosa del pasado, como lo puso de presente la “incorización"
en el oriente del Tolima en la década de los sesenta.
El proceso de parcelación puede considerarse un laboratorio de actitu­
des y pautas sociales en el reparto limitado, controlado y selectivo de la tie­
rra que contribuyó a contener el movimiento de protesta, tal como se infiere
en el Cuadro iv.l.
El número de municipios afectados, muchbs de tierra fría, que aparente­
mente no conocieron expresiones de descontento rural organizado, rebasa
considerablemente el número de municipios dafeteros afectados por éstas,
como se aprecia en el Cuadro iv.2. Aquí se muestra el alto grado de relación
entre haciendas con algún tipo de conflicto, y parcelaciones privadas o gu­
bernamentales.
En resumen, ahora el Estado oligárquico tenía que lidiar con una crisis
de las formas de servidumbre en las haciendas cafeteras de Cundinamarca
que, no eran feudales. Más adecuado es comprenderlas con el concepto seu-
do servidumbre andina, que acuñó Juan Martínez Alier, consideradas las con­
diciones de movilidad de la mano de obra (Martinez-Alier, 1977). Esas ha­
ciendas combinaban la plantación cafetera del hacendado y las estancias o
parcelas de subsistencia de los campesinos residentes. Los colonos, de su
lado, quisieron transformar la posesión parcelaria en plena propiedad y en­
frentaron otro tipo de hacendados y de intermediarios. Frecuentemente las

17Archivo General de la Nación. Ministerio de Gobierno, Caja 4, Carpeta 30, Despacho del Mi­
nistro, Boletín Informativo de las Fuerzas Armadas n°, 227, 19 de noviembre de 1958 y n° 229, 21
de noviembre de 1958.
LA CUESTIÓN CAMPESINA Y LOS AVATARES DEL ESTADO LIBERAL OLIGÁRQUICO 115

situaciones de unos y oíros se describieron de "feudales." Del vocablo usaron


y abusaron los políticos y en los dos capítulos siguientes veremos con deteni­
miento cuáles fueron sus implicaciones.

C uadro iv . 1. Parcelaciones de haciendas* 1936-1940I

1936 1937 1940

Municipios afectados 38 51 97
Departamentos afectados 6 6 10
Propiedades afectadas 62 102 240
Número de parcelas vendidas 3 206 5 608 11315
Superficie afectada (hectáreas) 42 439 62 607 223132
Razón parcelas/propicdades 51.71 54.98 47.15
Municipios afectados en zona cafetera II 19 23
Valor de las ventas (miles de $) 1217 2413 5577
Superficie promedio de las parcelas 13.24 11.16 19.91
Valor promedio de 1 hectárea ($) 28.67 38.55 24.91

Distribución porcentual de tas parcelas según tamaño:

1936 1937 1940

< 2 fanegadas* 19.21 19.4 16.78


2-4,99 fanegadas 34.93 32.17 32.28
5-9,99 fanegadas 24.24 24.27 24.22
10-19,99 fanegadas 13.66 14.55 14.77
20-50 fanegadas 5.96 6.85 8.19

>50 fanegadas 2 2.76 3.66

I fanegada= 0,64 hectáreas


Fuente: Elaboración propia con base en:
Almario General de Estadística, 1936, p. 139; 1937, p. 123; 1940, pp. 174-176.
*No incluye las parcelaciones del Alto Sumapaz
C u a d r o i v .2 . M u e s tr a d e c o n f lic to s r e g is tr a d o s e n la OGT y p a r c e la c io n e s

LA CUESTIÓN CAMPESINA V LOS AVATARES DEL ESTADO LIBERAL OLIGÁRQUICO


Parcelaciones hasta el Parcelaciones
Conflicto pendiente al
M unicipios Haciendas Conflicto resuelto 31 de diciem bre de voluntarías a carao de
30 de octubre de i 930
1937 los propietarios
Viotá 1, A rgentina X X
2. Ai-abia X X
3. C alandaim a X X
4. Ccilán X X
5. Escocia X X
6. Florencia ■ XX X
7 . Java X X
El Colegio 8. A ntioquia X X X
9. La Flecha y Las G ranjas X X
10, E n tre rrío s X X X
* 11. La Ju n c a X
12. L ucerna ' . X X
13. M isiones X
14. Subía X X X
15. S anta M alla X X
16. San J o s í X X
17. T rinidad X X
San A ntonio 18. C hicaquc X
19. S a n tib a r
20 Z aragoza X X

I
C uadro iv .2 . M u e s tr a d e c o n f lic to s re g is tr a d o s e n la octy p a r c e la c io n e s ( c o n l i n u n c i ó n )

U CUESTI(^N CAMPESINA Y LOS AVATARES DEL ESTADO LIBERAL OLIGÁRQUICO


Parcelaciones hasta el Parcelaciones
M unicipios Conflicto pendiente at
Haciendas Conflicto resuelto 31 de diciem bre de voluntarías a carao de
30 de octubre de 1930
193 7 los propietarios
Fusagasugá 21. El Chocho X X

22, A guadita y U satam a X X X


23. N oruega X X
24. Piam ontc N.D
Quipile 25. Floresta X X
26. lió X X
27, La G reda X N.D. N.D. N.D,
28. El E m palizado X X
29. Peñas B lancas X X
Alto S u m ap az 30. Doa X E xpropiada
31. S u m a p az X E xpropiada
Anolaim a 32. La Coyunda X X
33. T ocarcm a X N.D. N.D.
I-a Mesa 34. Casa de Teja X
C unday 35. G uatim bol X
A nnpoim a 36. Sevilla X X
Soacha 37. El Soche X X
Ibagué 38. El Tolim a X X

F uente: a) De los conflictos (1926-1930) v íase C. S ánchez. 1977, pp. 44 y ss. b) De tas parcelaciones v oluntarias. I-a Mesa, Oficina de Regis­
tro, c) De las dem ás parcelaciones: B anco Agrícola H ipotecario. La parcelación (le tierras en Colom bia. anexos, Bogotá. 1937 y Antiario Ce- _
neral de Estadística. 1940, c u a d ro 197. pp, 174-176. ~J
C a p ít u l o v

EL ESTADO LIBERAL INTERVENCIONISTA

La pr o pied a d n o es para g e n t e " sin s e n t id o d e l o r d e n "

En 1937, el gerente del b a h , Alfredo García Cadena, explicó que las parcela­
ciones de haciendas tenían el "objetivo supremo (...) de evitar conmociones
violentas" como en México. En la parcelación, "el Banco actúa en perfecta
inteligencia con grandes o medianos propietarios en tierras cercanas a los
centros de consumo". En cuanto al futuro beneficiario, el Banco consideraba
que "todo trabajador campesino en cuya mentalidad y costumbres se haya
formado la cultura elemental, para llegar a ser propietario, puede adquirir
una parcela por medio del ba h ". Este individuo era, según García Cadena,
aquel que "se sustrae de la taberna y del agitador profesional". El Banco,
sentenció, no es para el

asalariado trashum ante, cliente intem perante de la chichería oficial, hom bre sin
hogar norm alm ente constituido, sin sentido de orden, sin ambición legítima, vi­
ciado y analfabeto (Banco Agrícola Hipotecario, 1936, pp. 9-24).

La función de la parcelación era "facilitar a los clientes del bah el arreglo


de sus créditos y la liquidación de dificultades con arrendatarios y colonos".
El Banco cobraba un 5% de comisión por su gestión de ventas y parcelación.
Entregaba al dueño la mitad del valor de la finca y mientras más del 50% de
las parcelas estuviera sin vender, administraba la parcelación por delega­
ción; cuando se superaba este tope, el Banco pagaba al cliente la totalidad
del valor del predio con cédulas hipotecarias al 6% de interés que se recibían
en pago de cartera o para abonos extraordinarios, en el Banco Hipotecario
de Colombia y el Banco de Bogotá. El parcelero recibía la tierra abonando
un 25% de cuota inicial, 17.4% en los primeros tres años y medio, y el resto,
o sea 57.6%, en los siguientes once años y medio. Debía pagar intereses del
7% y el 10% de mora (p: 30; 1926-1941). Para los críticos, las parcelaciones
del bah no eran más que un "ingenioso sistema de confiscarles las mejoras a
los arrendatarios y luego vendérselas a los dueños; les resuelven su conflicto y
además le enciman plata (...) es una política de escándalo, derroche y enga­
ño, bajo la férula de los bancos" {Claridad, n° 128, 15 de marzo de 1934, p. 1).
119
120 BL ESTADO LIBERAL INTERVENCIONISTA

La Gobernación de Cundinamarca también buscó que los beneficiarios


de las parcelaciones revelaran madurez de carácter, de suerte que las parce­
las correspondiesen a la capacidad económica de Jos adjudicatarios poten­
ciales. Veamos ahora la parcelación de El Chocho.
El 27 de febrero de 1934, el gobernador del departamento en desarrollo
de la ordenanza 35 de 1933 y una vez “cerradas las negociaciones” con las
haciendas El Chocho y El Soche, en Soacha, ordenó una emisión de $600.000
en bonos de deuda pública a cargo del departamento de Cundinamarca; eJ
presidente Olaya expidió la resolución ejecutiva número 29 del mismo año,
aprobando dicha emisión (Gobernación de Cundinamarca, Caceta de Cundi­
namarca, 13 de abril de 1934; mayo 28 de 1934 y 2 de noviembre de 1934). El
21 de marzo se suscribió en la Notaría 3n de Bogotá la escritura de compra­
venta de El Chocho. La sac conceptuó que la transacción “era conveniente
para los intereses sociales agrícolas y, en general, económicos del Departa­
mento" (7 de diciembre de 1939, pp. 541-545).
El informe de dos peritos comisionados para efectuar el estudio agroló-
gico del predio reveló, con algún detalle, el estado de la hacienda: "las tierras
no son de primera clase, sino de segunda, de acuerdo al análisis químico".
Después de un segundo análisis "más detallado", concluyeron que los terre­
nos no eran “de segunda" sino "más malos que buenos". El tamaño de las
estancias de los arrendatarios variaba considerablemente, de cuatro a sesen­
ta fanegadas, aunque la mayoría estaba entre sfeis y siete. Los cultivos de café
eran irregulares, muy densos y “mal hechos"; el método de podas era primi­
tivo, de suerte que la productividad física era muy baja. En promedio cada
estancia producía 288 kilos de pergamino, o sea cuatro sacos, y no los 23
que calculó Lleras Restrepo en un informe citado abajo. Había cultivos de
pan coger y pequeños potreros, pero los arrendatarios obtenían casi todo el
ingreso monetario del café. Poseían algunos animales de calidad inferior,
mal alimentados, con carencias de calcio y fósforo, y no había selección. Los
peritos recomendaban la di versificación de cultivos y la "creación de peque­
ñas industrias", porque al cabo de 20 años los suelos iban a agotarse. Las
plantaciones de café envejecían y

convendría aconsejarles (a los campesinos) que las fueran reem plazando de ma­
nera paulatina. A pesar de que el clima y el terreno se prestan para el cultivo de
gran variedad de frutas, los arrendatarios no las conocen y en cuanto a herra­
mientas sólo usan azadón y m achete (pp. 545-547).

La Gobernación de Cundinamarca compró a un precio ligeramente por


debajo del comercial, y cargó a los arrendatarios los costos financieros y ad­
ministrativos de la parcelación. El 2 de agosto de 1934 los parceleros denun­
ciaron la "arbitrariedad" de los administradores de la parcelación a la que
atribuyen altos precios y división del personal entre “compradores" y "acapa­
EL ESTADO LIBERAL INTERVENCIONISTA 12)

radores de parcelas", pues a los más pudientes se les admitieron hasta cinco
propuestas; no se reconocieron los derechos sobre las mejoras, o sea que "se
pagaban de nuevo". Reconocieron que la parcelación era buena pero no los
métodos: despotismo, "misterios", usurería y amenazas1. El 6 de septiem­
bre los parceleros calificaron la operación como "sin plan cooperativo y de
previsión alguna. El que no compra sobre las bases que se le dan... se va a la
cárcel" y sostuvieron que el "criterio es de negocio". En J 935 era claro que el
asunto se había politizado completamente y que la parcelación se cruzaba
con el juego electoral2. En agosto de 1936 Claridad, periódico campesinista
de Erasmo Valencia, denunciaba que en El Chocho no había parcelación
sino un "comité electorero" en provecho de Carlos Lleras Restrepo {Uniris-
mo, n° 151,24 de agosto de 1936).
Dos años atrás, el 15 de marzo de 1934, los arrendatarios se habían diri­
gido al Gobernador, solicitándole fijar en $5 el precio de la fanegada. Clari­
dad señalaba que el precio sería de $30 fanegada. Pero el "campesino (...)
afila la guadaña y siega la cabeza del patrón" (Claridad, n.° 134, 15 de diciem­
bre de 1934, pp. 1-3).
Según los arrendatarios se trataba de “rocas, laderas y esterilidad prove­
nientes del largo laboreo". Señalaron que varios cultivadores, “los más nece­
sitados", fueron "excluidos del favor social de la Gobernación porque los sec­
tores donde quedan sus parcelas... no entran en la fabulosa negociación" y
denunciaban que los Caballero, dueños de El Chocho, no vendieron cinco
potreros, cuya extensión no estaba delimitada en el documento, reservándo­
se el derecho "de captar el agua del Río Subia para establecer dos acequias a
tomas de agua que conducirá a los potreros"3.
En los memoriales de los arrendatarios hay avalúos de la tierra y las me­
joras. De estas tierras, las más valiosas eran los pequeños cafetales; por ejem­
plo, de un avalúo por $ 1,519, $ 1,489 correspondían al cafetal y $30 al rancho
(íhiirismo, n° 132, 19 de noviembre de 1934, p. 1).
Las condiciones de la parcelación de la hacienda Ceilán de Viotá en 1948,
fueron similares: la propiedad estaba "deteriorada" y aumentaba la presión
campesina. Los dueños, una empresa denominada c o f e x , estaban aún más
acosados por deudas hipotecarias y el proyecto fue, en realidad, del acree­
dor, el Banco Francés. La parcelación voluntaria de Ceilán comprendía 111
propiedades que serían su utilidad neta en la operación. Contrataron a los
prestigiosos abogados bogotanos Francisco Urrutia Holguín y Camilo Silva
de Brigard, con el objeto de obtener de la Gobernación de Cundinamarca un

'Ver Unirismo, n° 4, 5 de julio de 1934; n° 6,19 de julio de 1934; n° 8,2 de agosto de 1934; n° 9,
3 de agosto de 1934 y n° 13, 6 de septiembre de 1934,
: Ver por ejemplo los debates de la Asamblea de Cundinamarca, transcritos en El Tiempo
del 4 al 11 de julio de 1935.
3 Ver Unirismo, n° 128, 15 de mayo de 1934, p. 1; n° 13), 9 de julio de 1935, p. 1 y na 141, 12
de agosto de 1935, p. 1.
122 EL ESTADO LIBERAL INTERVENCIONISTA

C uadro v. 1. Precios de parcelas en El Chocho

Precios de las parcelas Por ciento


De menos de $ 100 12.7%
E ntre $ 100 y $ 200 13.4%
Entre $ 201 y $ 300 11.8%
Entre $ 300 y $ 400 36.7%
Más de $ 400 25.4%
Total de 952 parcelas 100.0%

Fuente: Archivo Caja de Crédito Agrario, Industrial y Minero, a.ca , Parcelaciones del Banco
Agrícola Hipotecario y otras. 1926-6] (Cartera).

buen precio para empezar a parcelar. La parcelación se hizo entre febrero y


junio de 1948 y se formalizó en la Sesión del Consejo Departamental Agrario
del 31 de julio de 1948, a la que asistió el líder Comunista Víctor Julio Mer-
chán4. El Departamento compró 638 fanegadas de Ceilán y pagó a co fex
$320 mil. Los peritajes pusieron en evidencia la degradación de las tierras
negociadas (a .c .a ., "Parcelaciones, Ceilán"). Subrayemos que en estas fechas
decisivas de la parcelación transcurrieron los'acontecimientos del 9 de abril,
a raíz del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.
El criterio de la capacidad económica para adjudicar la tierra demostró
la existencia de gradaciones económicas, a veces fuertes, entre los antiguos
arrendatarios, como puede apreciarse en el Cuadro v.l.
Conjuntamente con los arrendatarios más pudientes, en la compra de lo­
tes participaron tenderos de cascos municipales y caseríos, ante quienes los
campesinos solían tener deudas. Años después, en noviembre de 1972, por
ejemplo, salió a la luz el problema del señor Manuel Torres quien había com­
prado seis parcelas, pero "las escrituras originales de las parcelas no se en­
cuentran por ninguna parte" (Archivos Caja Agraria, A.C.A., "El Chocho"). Nun­
ca faltaban los pleitos. En un memorial sin fecha, que firmaron 16 vecinos de
Silvania y dirigieron al gerente de la Caja Agraria, denunciaban al señor Pedro
Panadero Parra por gestionar la compra de una parcela en la vereda de Yayátá
(El Chocho), y a los señores Manuel Torres (probablemente el mismo que ha
comprado recientemente seis parcelas) José P. González porque

* Agradezco al sociólogo Teófilo Vásqucz la copia que me sum inistró de su "Esbozo biográ­
fico de Víctor J. Merchán: la articulación entre social vJo político", presentado en un seminario
reglamentario del Departamento de Sociología de la Universidad Nacional, Bogotá, Julio de
2008. Este trabajo me ha permitido tener una idea más clara de este importante dirigente Co­
munista de Viotá y de las trayectorias del liderazgo Comunista colombiano.
EL ESTADO LIBERAL INTERVENCIONISTA 123

fueron a esa entidad con razones fuera de la verdad a gestionar para que no se
vendiera esa parcela, que los fines de esos señores son cogerse como ya lo han
hecho las parcelas sin vender sin que hasta el m om ento hayan llegado a esa enti­
dad a gestionar ninguna negociación y así violando todos los principios de la ley
(a.c.a ., "El Chocho").

En otras ocasiones el adjudicatario inicial adquirió varias parcelas, como


el señor Aurelio Méndez a quien se le otorgaron siete en el contrato original
de 1935 por valor de $2.729.30.
Retomemos la perspectiva histórica. Las parcelaciones, entendidas como
soluciones reformistas, conciliadoras y como triunfo de grupos campesinos
incidieron en la desmovilización, aunque el conflicto de arrendatarios y ha­
cendados derivó en un sinnúmero de micro conflictos entre los campesinos,
mediados por las facciones políticas.
En el Tequendama, donde Ligas y sindicatos habrían de tener continui­
dad, los Comunistas se orientaron hacia objetivos más modestos que la ex­
propiación de los latifundistas. Las políticas de "Frente Popular” y "antifas­
cistas" diluían la lucha de clases en un juego electoral y sindicalista. Un
ejemplo ilustrativo de esta inercia es el punto noveno del Convenio de Traba­
jo entre los sindicatos de 11 haciendas de Viotá y los propietarios, firmado
en marzo de 1946: "Suministro de tierra a los trabajadores que carezcan de
ella y aspiren a establecer una parcela. Realización de las parcelaciones de
acuerdo con la ordenanza 30 de 1944” (Archivo del Ministerio de Trabajo,
"Convención Colectiva", 29 de marzo de 1946). A esta petición se convino lo
siguiente:

Las haciendas que resuelven parcelar sus tierras, preferirán siempre, en la venta
de parcelas, a sus trabajadores-arrendatarios, en igualdad de condiciones esta­
blecidas en ellas. En circunstancias análogas se procederá cuando las parcelas
vayan a darse en arrendam iento. Además, declaran los patronos y los trabajado­
res que e) gobierno es el llamado a hacer las parcelaciones en ejercicio de la ley
100 de 1944, procedim iento de solución que de antem ano aceptan las p an es en
toda su amplitud, como el único efectivo y viable para obtener la parcelación de
las dichas haciendas en beneficio de los trabajadores actuales (“Convención Co­
lectiva", 29 de marzo de 1946).
124 EL ESTADO LIBERAL IN TER V EN C IO N ISTA

LOS CONFLICTOS LABORALES Y LOS ESTÁNDARES


de la O rganización I n tern a cion a l del T r a b a jo , o it

Las diferencias de criterio y de manejo de las agitaciones agrarias fueron


más pronunciadas entre el Gobierno Nacional y los gobiernos locales que
entre los dos partidos políticos tradicionales. En el nivel nacional, gobiernos
rojos o azules intentaron aplicar las directivas de la Organización Interna­
cional del Trabajo, o it , dependencia de la Sociedad de las Naciones (y poste­
riormente de la o n u ), que tuvo un papel importante en asegurar que los Esta­
dos miembros (Colombia fue miembro fundador de la Sociedad) adoptaran
"los derechos laborales básicos de carácter universal".
El ex ministro Chaux resaltó la continuidad Conservadora-Liberal en los
debates de 1936, continuidad que sería suprimida posteriormente en la his­
toriografía Liberal:

Anhelo que el parlam ento libera) expida esta ley (la 200 de 1936, m p ) en cuyo estu­
dio intervinieron, desde 1933, juristas conservadores tan distinguidos como los
doctores Esteban Jaramílio, Rafael Escallón, Enrique Casas, Guillermo Amaya
Ramírez; que responde a postulados nacionales de justicia, que comenzaron a in­
teresar el gobierno desde la Administración del Presidente Abadía Méndez, quien
supo considerarlos con levantado criterio social* que yo recuerde por su Ministro
de Industrias, doctor José Antonio Montalvo, cuyo pensam iento quedó fijado en
la notable resolución sobre el latifundio de B urila, y po r su Ministro de Gobierno,
doctor Alejandro Cabal Pombo, quien dictó, para favorecer a los colonos y cam pe­
sinos, el justiciero decreto 992 de J 930 (...) (Martínez, 1939, pp. 126-7).
t

Inspirada en la doctrina moderada de la o it , la legislación laboral tuvo


un desarrollo modesto pero sostenido en la década de 1920. En la mayoría
de ferrocarriles, por ejemplo, la propiedad de éstos era departamental o na­
cional, de suerte que los políticos se convirtieron en interlocutores e inter­
mediarios de los trabajadores y en el proceso hubo importantes desarrollos
institucionales de las relaciones laborales. Las principales leyes, que exten­
derían y ampliarían los Liberales, incluían despenalización del abandono de
las obligaciones por parte del trabajador, siempre que fuese pacífica; el
reconocimiento tácito al derecho de huelga, aunque los patronos podían
contratar esquiroles (1919); el derecho de huelga a excepción de los servicios
públicos y previa conciliación (1921); el seguro colectivo obligatorio para los
empleados y obreros (1921); una ley laboral especial para empleados públi­
cos (1923); el establecimiento de reglamentos de trabajo e higiene en los ta­
lleres, fábricas y empresas, y de un sistema de inspectores para asegurar su
cumplimiento (1925); la asistencia social en los lugares de trabajo (1924 y
1925); el descanso dominical (1926), y la coberturas de accidentes de trabajo
EL ESTADO LIB E R A L IN TERV EN CIO N ISTA 125

(1927). En esa década se dieron los primeros pasos para establecer institu­
ciones encargadas de atender los conflictos laborales y, desde su fundación
en 1923, la o g t intervino en los frentes urbano y rural {Ministerio de Indus­
trias, 1928).
Aunque en 1929 el régimen pagaba caro la feroz represión militar al mo­
vimiento huelguístico de la zona bananera de Santa Marta de diciembre del
año anterior, no había consenso en las clases dirigentes sobre cómo estable­
cer una línea que demarcara "la cuestión social” y el "orden público”.
En agosto de 1929 apareció el Boletín de la Oficina General del Trabajo
que, en el siguiente número, cambió la voz "general” por "nacional". La Ofi­
cina conservó el nombre y de ese año en adelante se la cita como o g t . El bo­
letín representaba una corriente modernizadora que subrayaba la necesidad
de que el Estado colombiano se pusiera en línea con los mandatos y reco­
mendaciones internacionales; es una fuente indispensable para seguir el
conflicto agrario de Cundinamarca y el Tolima. En el primer párrafo procla­
mó la superioridad de la ciencia para entender la "organización del trabajo”
y en una sola frase soltó las expresiones "trabajos de sociología”, "investiga­
ciones científicas” y "la estadística”. Declaró que seguía el modelo de comu­
nicación "de la o it con su revista, su boletín mensual, el informe anual, nu­
merosos documentos y estudios de los más connotados sociólogos del
mundo" (Boletín de la Oficina General de Trabajo, n° 1, agosto de 1929, p. 1).
Ni por un instante imaginaron los editores que, del primer número de 1929
al 81 de 1942, fijarían el sentido institucionalista del discurso oficial en el
campo de las relaciones de trabajo. Tampoco les debió pasar por la cabeza
que aquel agosto empezaba el último año de casi medio siglo de regímenes
Conservadores.

La h ip ó t e s is d e lo s "d o s c o n f l ic t o s ”

Desde los inicios de la o g t su s abogados clasificaron los conflictos agrarios


en dos categorías: primera, cuando los trabajadores no reconocían ningún
vínculo económico-laboral o civil con un terrateniente y alegaban condición
de cultivadores de buena fe en tierras públicas. "Las masas trabajadoras a
quienes cobija esta situación son de un enorme volumen y las extensiones
por ellas ocupadas se cuentan por centenares de miles de hectáreas” (Boletín
de la Oficina General del Trabajo, n° 6, junio de 1930, p. 414). Un informe ante
la Cámara de Representantes (1932) calculó en 10.000 el número de

hom bres que hace m ucho tiem po que vincularon todo cuanto son a aquellas tie­
rras, (del Sum apaz) y después de m ucho tiem po de hallarse al frente de sus pro­
pios cultivos, (...) les vinieron las persecuciones, prim eram ente p o r parte de los
propietarios, persecuciones que no solam ente los han m olestado en sus bienes
126 EL ESTADO LIBERA L IN TER V EN C IO N ISTA

sino en sus personas, hasta el punto de llevarlos al encarcelam iento y aún a la


m uerte {Anales de la Cámara de Representantes, 11 de noviem bre de 1932, p. 766).

Este era ei caso de la Provincia del Sumapaz (excepto Fusagasugá), en


donde se presentaban con más frecuencia querellas de titulación de baldíos:

las justas peticiones de los colonos, son tachadas de com unism o, cuando en rea­
lidad, los campesinos no entienden del coco del com unism o, sino p o r el contra­
rio, son gentes buenas y trabajadoras, am antes de la Patria, com o pudim os ob­
servarlo por la gira por esas regiones. Con gran entusiasm o los colonos
contribuyeron para los bazares que en bien de la P atria se efectuaron en distin­
tos municipios. El verdadero com unism o lo está fom entando es el señor Gober­
nador de Cundinam arca, con la persecución de ordena contra los colonos, verda­
deros productores de riqueza {Anales de la Cámara de Representantes, 11 de
noviembre de 1932, p. 767),

Hay que mencionar de pasada que estos bazares patrióticos hacían parte
de la formidable movilización de Olaya en "la guerra con el Perú'', a la que se
opusieron, y hubieron de pagar caro por ello, los Comunistas colombianos y
peruanos.
El interés del régimen Conservador no se limitaba a la legislación de bal­
díos. La nación sería católica en la medida en que se conservase campesina.
De allí el interés en resolver el problema agrario que amenazaba con romper
equilibrios antiguos y la presteza en buscar soluciones tradicionales, borbó­
nicas si se quiere, particularmente en las colonizaciones dirigidas.
La segunda categoría de conflictos de la ogt se presentaba en "haciendas
sin problema de titulación jurídica", y se debía'al "doble carácter de la rela­
ción contractual". El trabajador era simultáneamente arrendatario de predio
rústico (conforme a la legislación civil estaba expuesto a la evicción) y man­
tenía una obligación laboral de hecho, puesto que los hacendados no se inte­
resaban en “obtener renta en dinero por arriendo de parcelas, sino disponer
de brazos necesarios para beneficio de la hacienda" (Boletín, junio de 1930,
p. 414). Esta “doble relación contractual”, junto con la disciplina laboral en
la plantación, fue impugnada con más frecuencia en las haciendas cafeteras
del Tequendama.
Como el boletín de la o g t daba buena cuenta de la preeminencia de la
economía agraria y cafetera y del atraso industrial del país, el tema central
de los primeros números fue la búsqueda de "una solución adecuada a las
diferencias surgidas entre trabajadores y patronos en las haciendas de Cun­
dinamarca" (Boletín, junio de 1930, p. 2). En ese quehacer se plantea un nue­
vo discurso estatal frente a la cuestión campésina bajo estas líneas: a) alcan­
zar la igualdad civil en un doble ámbito: las relaciones de los campesinos
con las haciendas y con el Estado, y muy especialmente con las autoridades
EL ESTADO LIB E R A L IN TERV EN CIO NISTA 127

municipales; b) los derechos de propiedad privada tendrían por límite “la


función social", de suerte que el propietario egoísta podía caer fácilmente en
la situación de “abuso del derecho", y c) el rechazo a la agitación comunista.
Veamos.

M e n s a je a los hacend a do s c a fe t e r o s :
"n a d ie viaja l e jo s e n e l carro d el a b u elo ”

El primer número del boletín reprodujo una circular de tono deferente, algo
quejumbroso, enviada en enero de 1929 por la o gt “a los principales cultiva­
dores de café en Cundinamarca” en relación con "el problema del trabajo
entre los cafeteros”. Observaba la circular que las “reclamaciones de los la­
briegos”, atendidas por la ogt desde que había empezado a operar, habían
sido recibidas "con indiferencia" por parte de los patrones que juzgaron “el
movimiento" como un mero resultado de "la labor de propaganda que mu­
chos individuos, a título de socialismo y reivindicación de los derechos del
trabajador, llevaba a cabo con miras nada desinteresadas” (pp. 3-4). Ahora,
el editor se congratulaba puesto que la indiferencia patronal cedía y los gran­
des propietarios empezaban a estudiar seriamente el asunto. En este punto
la o g t puso sobre el tapete sus puntos de vista y estableció que el fondo "del
problema social" era el sistema de arrendatarios o estancieros de las hacien­
das:

El sistem a generalmente establecido en Cundinam arca es el de aprovechar los


brazos de los arrendatarios. El dueño de la finca arrienda una parcela de mayor o
m enor extensión a un trabajador y éste paga el arrendam iento en trabajo; la dife­
rencia de precio que resulta a favor del patrón se paga en dinero; la que resulta a
favor del obrero, en alim entación o en dinero. Los arrendatarios constituyen el
núcleo de los trabajadores, pero alrededor de ellos tam bién hay un núm ero apre-
ciablc de peones voluntarios que contratan sus servicios en dinero.

Añadía la mencionada circular que este problema de base había empeo­


rado por

la emigración del pueblo rural hacia las ciudades en busca de trabajo (construc­
ciones, fábricas, etc.), o hacia las obras públicas, ha hecho dism inuir sensible­
m ente el núm ero de arrendatarios y de voluntarios dedicados a las faenas agríco­
las, al paso que ésta se ensanchan (pp. 4-5).

Luego de mencionar, de pasada, las horribles condiciones laborales y de


alimentación, vivienda e higiene en las haciendas, el comunicado entra en
materia política y alude a la causa económica de fondo:
1
128 EL ESTADO LIBERAL INTERVENCIONISTA

Los movimientos comunistas de Europa han inspirado a varios individuos de


este país la invención de un socialism osni generís, que ha venido a convertirse en
un franco sistema de explotación de los incautos obreros en beneficio de elemen­
tos que han comprendido el negocio. Este es el origen de la famosa propaganda
bolcheviqui (sic) y comunista que la ingenuidad del pueblo ha convertido en un
problema de verdadera gravedad: porque las doctrinas de los Jefes han ido infil­
trándose poco a poco hasta convencer al pueblo de algunas de las ideas disolven­
tes que predica el socialismo. Dada la escasez de brazos, las estancias —relativa­
mente grandes— de los arrendatarios han venido a hacer una verdadera
competencia a las haciendas. Tal com petencia llega al extremo de que en casos
de quedar la estancia gravada con exiguo arrendam iento y a veces prácticam ente
sin ninguno, el arrendatario se resiste a ir a trabajar a la hacienda al precio co­
mún de la región" (p. 5).

La o g t puntualizó la circular, "al estudiar los negocios particulares que


dentro de este movimiento ya generalizado se le presentan, ha hablado con
absoluta sinceridad". En pocas palabras, toma la iniciativa y propone solu­
ciones. El primer paso sería “acabar definitivamente con ese sistema de con­
tratos que, por una parte, son de arrendamiento de predio rústico y, por otro,
de arrendamiento de servicios". Propuso que las haciendas se organizaran
en una de estas formas: a) aparcería; b) trabajo asalariado; c) arrendamiento
de predio, o d) ventas de las fincas entre los obreros.
Aunque reconoció la urgencia de alejar el “peligro de revuelta", subrayó
que la solución no era policiva y sugirió resolver el problema de la demanda
laboral en las obras públicas contratando “brazos extranjeros" y aumentan­
do e! pie de fuerza del ejército, en lugar de sacar.trabajadores de los campos
(p. 8-11). Los hacendados hicieron caso omiso y los conflictos no remitieron.
De 1925 a 1933 se registraron en la o g t 49 peticiones de siembras de café
en las estancias de las haciendas. De estas, 21 correspondían a los munici­
pios limítrofes de San Antonio, El Colegio y Viotá (Boletín, n° 33-35, sep­
tiembre 1933, pp. 1318-9). El pico de las movilizaciones llegó en los años
1932 y 1933. Con base en la información oficial sobre todo tipo de conflictos
agrarios, se sabe que estos estuvieron confinados en 12 municipios del país y
afectaron 59 haciendas, de las cuales 36 estaban localizadas en el Tequenda-
ma y El Sumapaz. La ogt medió en 53 conflictos y, quizás lo más importan­
te, 41 de las 59 haciendas afectadas se parcelaron amigablemente (Palacios,
1981, pp. 64-5; Sánchez, 1977, pp. 41-50).
De estos datos se colige que hubo 9 conflictos en promedio anual y que
las agitaciones estuvieron fuertemente concentradas en 36 de las 160 hacien­
das cundinamarquesas. Puede suponerse, por supuesto, que muchas peticio­
nes no se registraron porque las ligas campesinas preferían la negociación
directa al arbitraje gubernamental. Pero en este caso debe señalarse que los
conflictos "no registrados" se presentaron generalmente en aquellas hacien-

L
EL ESTADO LIBERAL INTERVENCIONISTA 129

das que en algún momento registraron peticiones; este fue el caso de las más
conflictivas de Viotá, especialmente de 1930 a 1933.
Sin embargo, dada la naturaleza de las fuentes, es posible que la intensi­
dad de la agitación se haya subestimado, aunque no al grado de aceptar el
testimonio del dirigente Comunista Víctor Julio Merchán (1975) quien afir­
mó que se liquidaron 70 latifundios o haciendas grandes y regulares, con
una cabida de unas 300.000 fanegas y unas 70.000 familias campesinas
(Merchán, 1975, pp.l 15-6). Los datos disponibles nos harían dividir por dos
el número de haciendas afectadas y por 30 el de familias beneficiadas. Pare­
ce, pues, que se ha exagerado la magnitud y cobertura geográfica de las agi­
taciones de arrendatarios5. Aunque no hay cifras confiables, la agitación en
las zonas de baldíos fue más continua y, por su dispersión, más soterrada
que la de las zonas de hacienda cafetera.
En 1930, bajo el nuevo gobierno de la Concentración Nacional, la o gt
dio cuenta de sus arbitrajes en ocho conflictos de grandes haciendas de café,
cuatro de Viotá, dos de Fusagasugá y dos de El Colegio. El nuevo Ministro de
Industrias, Francisco José Chaux, quien duraría el cuatrienio y habría de con­
vertirse en personaje central de la transformación legal, criticó las normas
que facilitaban la evicción de arrendatarios (Boletín Nacional del Trabajo, n°
7, junio de 1930, pp. 419-33).
Volvió a la carga en una "circular a los Gobernadores, Intendentes, Co­
misarios, Alcaldes, Agrónomos y Veterinarios". El campesino, subrayó, se
hallaba en medio de dos fuerzas, las autoridades que

lo requieren con energía inm isericorde y con sanciones m uchas veces arbitrarias
(...) en los m unicipios hasta se llega a creer que el funcionario pierde en su digni­
dad o en su im portancia si se m antiene en actitud sencilla o y si es accesible al
trato com ún y co m en te con las gentes h um ildes," y, "los agentes de la propagan­
da política y social (...) que desvían el criterio de las gentes sencillas con la ense­
ñanza de derechos dem ocráticos con prescindencia absoluta de la enseñanza de
los deberes sociales correlativos (Boletín, n° 33-35. julio a septiem bre 1933, pp.
1277-9).

Si en 1929 el problema había sido de "escasez de brazos" en la zona cafe­


tera, al parecer la crisis del capitalismo mundial generó desempleo masivo
en las obras públicas y cambió el signo. Algunos testimonios y alguna litera­
tura insisten en que los desempleados de las ciudades regresaron a los cam­
pos. Los campesinos que, en el auge de los años veinte, habían emigrado en
búsqueda de trabajo bien remunerado, volvían desilusionados pero quizás

5 Las haciendas Florencia, Buenavista, Calandaima, Libcria, Java y Ceilán en Viotá y El


Chocho en Fusagasugá. Desde éstas las agitaciones podían irradiar de Viotá a El Colegio o La
Mesa y de Fusagasugá a n bacuy e inclusive al Sumapaz tolimensc.
130 EL ESTADO LIBERAL IN TER V EN C IO N ISTA

con nuevas actitudes políticas. Esta forma de politización, plausible, aún está
por investigarse. Lo cierto es que para la ogt se había desplazado el eje del
conflicto de las haciendas cafeteras de Cundinamarca, convirtiéndose en un
movimiento por el libre cultivo de café en las estancias de los arrendatarios.

"E l in d io n o s e resig n a ya a la felic id a d


DEL ANIMAL DOMÉSTICO"

El Boletín de la Oficina General del Trabajo n° 33-35 (tercer trimestre de 1933)


recogió el antagonismo de los grandes propietarios y el Gobierno Nacional,
que pareció encontrar una solución en la parcelación de El Chocho. Publicó
un cruce de cartas del Ministro de Industrias, el Sindicato Central de Propie­
tarios y Empresarios Agrícolas y el Comité de Cafeteros de Cundinamarca y
añadió una selección de "comentarios favorables o adversos de la prensa de
esta capital". La polémica, civil pero áspera, giró en torno a las potestades
del Estado, representante del bien común, frente a los derechos individuales
de propiedad de la tierra.
De entrada, el Ministro Chaux criticó "la prohibición, severamente man­
tenida por los dueños, de que en las estancias arrendadas se siembre café
que pertenezca a los arrendatarios" (p. 1281). Pidió a los propietarios despo­
jarse de prejuicios y conceptos tradicionales “hoy insostenibles" y que consi­
derasen, fríamente, que la siembra de café de los arrendatarios no desquicia­
ba el dominio sobre la tierra sino que, por el contrario, aumentaba la riqueza
nacional; que el pequeño propietario de algo tangible y permanente, como
un cafetal, era "un individuo que entiende mucjro mejor los derechos de los
demás propietarios, un hombre más fácilmente,educable para inculcarle las
nociones precisas de sus deberes sociales" (p. 1283). Al respecto citó “la soli­
daridad que existe entre los grandes y pequeños cultivadores” de Caldas,
donde "la propiedad está muy dividida y esparcida entre campesinos". En
suma, Chaux dijo que debía propagarse la “solidaridad industrial” en Cundi­
namarca, puesto que entre más obstáculos se pongan al arrendatario menos
se adelantará en los sistemas de cultivo intensivo y además las tierras, en
particular las de más de cien hectáreas, perderán valor (pp. 1284-1285).
La prensa citada en el boletín terció moderadamente. En general se
aceptaba la idea de distribuir la propiedad, mejorar las relaciones laborales e
impedir el avance del "odio de clases". Una nota de la revista Cromos no
dudó en asumir la defensa de los terratenientes y puso en ridículo las carica­
turas que solían hacerse de estos:

Según idea muy difundida, los cafeteros de C undinam arca form an casta de seño­
res privilegiados, dueños de enormes fortunas, de costum bres bárbaras, señores
feudales que atem orizan a los vasallos con el látigo y a las autoridades con su
EL ESTADO LIB E R A L IN TERV EN CIO NISTA 133

desprecio, algo así como esos nobles ingleses del siglo pasado cuyos días pasa­
ban en la caza del zorro y las noches en festines que avergonzarían a Rabelais.
Los señores cafeteros en sus nueve décimas partes son hombres pobres, que tie­
nen necesidad de vivir en los cafetales en pésimas condiciones y después de ha­
ber trabajado por espacio de m uchos años no lograron hacer una fortuna. Des­
piertos desde la hora que canta el gallo hasta la noche, sobre una muía muy de
m añana suben, bajan, luchan contra la sequía, contra el rastrojo que al m enor
descuido invade la plantación, escasos siempre de dinero, venden por adelantado
la cosecha y apegados a la tierra pasan sus días sobre ella. Hay necesidad de dar
m ayor ilustración a los campesinos, de corregir ciertas deficiencias, de pagar a
buen precio el trabajo del jornalero, de civilizar, pero esta obra de largos años no
podrá hacerse bajo el signo de Rusia como aspiran muchos individuos (p. 1290).

Si el Comité Nacional de Cafeteros consideró la propuestas del Ministro


"desastrosas para la economía general como para la solución del problema
social", El Espectador acusó “la actitud agria y señera del Comité Nacional
de Cafeteros al lanzarse lanza en ristre contra las razonables sugestiones del
señor Ministro" y añadió que semejante actitud no tenía piso, pues el funcio­
nario sólo proponía difundir la propiedad sin que eso implicara expropiacio­
nes sin indemnización o desmembración arbitraria de latifundios (pp. 1291-
1292).
El Comité de Cafeteros de Cundinamarca dio una respuesta más precisa
a la carta del Ministro aunque esgrimió un dato erróneo, desvirtuado por el
Censo Cafetero de 1932 que, los firmantes no podían ignorar:

En Cundinam arca y el Tolima, en donde la mayoría del volumen de la industria


proviene de haciendas grandes, existe el sistema de arrendatarios para asegurar
brazos suficientes a las necesidades de ella lo mismo a que la producción de víve­
res indispensables a los num erosos trabajadores que requiere. (...) No existe ne­
gocio de arrendar parcelas de las propiedades sino que los dueños de las hacien­
das destinan parte de ellas a familias de trabajadores, para que estos las exploten
en su propio beneficio, a cambio de contar con ese personal fijo para atender a
las labores de la hacienda (p. 1295).

Cuando permitían la libre siembra, añadieron, los propietarios se encon­


traban en un callejón sin salida: los arrendatarios o no vendían las mejoras o
no compraban las estancias. Al mismo tiempo, muchos arrendatarios no pa­
gaban el canon, "habiendo llegado el caso de impedir las labores de trabaja­
dores voluntarios venidos de fuera” (pp. 1295-1296). Señalaron que, para
colmo de males, la OGT había sido mal árbitro en los recientes conflictos de
Viotá, amén de que no convenía a los hacendados llamar a los jueces para
adelantar lanzamientos, "previo avalúo y pago de mejoras”, porque podía
desencadenarse la violencia, instigada por "organizaciones subversivas que
132 EL ESTADO LIBERAL INTERVENCIONISTA

son las que (los campesinos) acatan y las que ordenan que no se respeten las
disposiciones de las autoridades legítimamente constituidas".
El Comité Cafetero concluyó que una vez el arrendatario "siembra su
estancia de café, se convierte, por arte de los profesionales azuzadores, en
enemigo y elemento absolutamente perjudicial para la pacífica posesión, do­
minio y explotación" de las haciendas (pp. 1295-1296). Sostuvo que el peque­
ño propietario adolecía de graves deficiencias en el beneficio del café en pul­
pa, por lo que habría que construir "centrales de beneficio”. Por lo demás, si
el estanciero cultivaba café no estaría disponible para la cosecha del cafetal
de la hacienda; por el contrario, si sembraba otros productos su parcela deri­
varía "abundante subsistencia". En suma, la caficultura de Cundinamarca y
el Tolima requería prescindir de fórmulas impracticables y "acabar con el
medio de azuzadores profesionales, que viven de los problemas que ellos
mismos crean entre los dueños de las haciendas y sus trabajadores" (pp.
1298-1999).
El Sindicato de Propietarios abundó en los mismos argumentos, aña­
diendo que los pequeños cultivadores no estaban en condiciones de sostener
la calidad, indispensable para mantener el buen nombre internacional del
café colombiano y apuntó al aspecto político:

No ignora S. S. que la Liga cam pesina del Tequendama, afiliada al Comité Nacio­
nal del Partido Comunista, ha ordenado recicrttemenle, como medida de lucha y
agresión contra los patrones y el derecho de propiedad que sus afiliados, que lo
son la mayoría de los trabajadores de los cafetales, procedan a sem brar café en
sus parcelas, con violación del contrato celebrado con el dueño, lo cual habrá de
producir nuevos y numerosos conflictos; y en m ohientos en que esto sucede se da
a la publicidad el im portante concepto de S. £., el que im perfectam ente com­
prendido por los trabajadores y hábilm ente explotado por sus azuzadores, trae­
rá, como es evidente, serias complicaciones que habrían podido evitarse si los
aspectos que trata S. S. en la atenta nota que contestam os, se hubieran reservado
para ser discutidos con am plio y cuidadoso espíritu en la Comisión de asuntos
sociales recientemente creada por el gobierno nacional, de la cual hace parte S.
S. Sucede que hasta las simples notas del m inisterio en que se acusa recibo a los
trabajadores de sus memoriales, han sido explotadas en diversas ocasiones, por
los leguleyos y comunistas para hacer creer a los trabajadores que el gobierno les
otorgará la propiedad de las haciendas y que obligará a los propietarios a retirar­
se de sus fincas. (...) El partido com unista, que ha visto que las restantes causas
de conflictos van desapareciendo porque los trabajadores mismos se convencen
de su sinrazón, y porque los propietarios acceden a lo que tiene un principio si­
quiera de justicia, ha optado p o r ordenar a sus afiliados la siem bra de café en las
parcelas o la presentación de quejas p o r falta de licencia para esas siembras,
para crear nuevos y fuertes conflictos que servirán los fines que se partido persi­
gue (pp. 1301-1303).
EL ESTADO LIBERAL INTERVENCIONISTA 133

EJ 16 de junio de 1933 Chaux envió una larga réplica al Sindicato y al


Comité de Cafeteros que, en muchos sentidos, ilustra la posición de un abo­
gado progresista, bien entrenado y con olfato político. Con un dejo de ironía
explicó por qué no era posible debatir a puerta cerrada asuntos sociales de
interés público: no se podía hacer el avestruz, entre otras cosas porque "nada
intranquiliza más a las diversas clases sociales que la ignorancia de sus dere­
chos y deberes o la duda sobre la manera como la autoridad los califica y es­
tima". Fue a fondo y anticipó los argumentos sobre la función social de la
propiedad de la reforma constitucional de 1936 y la Ley 200 del mismo año:

la propiedad es una ficción legal p ara am parar la posesión efectiva, es decir, el


trabajo hum ano, para dar seguridad en la labor que se realiza; pero ese derecho
sería insostenible en teoría, y en los tiempos actuales lo es en la práctica, como
medio para excluir del aprovecham iento social determ inada porción de la tierra
utilizable. (...) Lo que beneficia a la sociedad no es el dominio como derecho
sino el trabajo com o hecho. (...) El reconocim iento del derecho de propiedad no
impide de ninguna m anera la reglam entación social del uso de la propiedad, o
sea, del ejercicio del dominio; la propiedad la garantiza la ley para el trabajo, no
para el desperdicio, ni para el despilfarro, ni para el abandono. (...) La prohibi­
ción de la siembra de café entre las cláusulas del arrendam iento de la parcela,
participa del desaprovecham iento de la tierra y del desaprovecham iento de la
capacidad hum ana (del arrendatario) para el trabajo y ocasiona una dism inu­
ción innecesaria de la riqueza nacional. Este doble desaprovecham iento según
ustedes es necesario para el m ejor aprovecham iento de la riqueza de los grandes
cafetales; según el oficio 953, es innecesario para ello, y aunque fom entara esa
riqueza sería insostenible p o r cuanto implica la captiis dem inutio económica de
los unos (los indios) a favor de los otros. (...) Ustedes definen el bienestar de esos
indios en una forma que ellos antes aceptaban y con la cual se sentían felices:
una felicidad de anim al dom éstico sin ham bre, sin nociones de higiene, sin nece­
sidades sociales que satisfacer (...) Pero el indio de hoy no es ya el sujeto de en­
tonces. Con móviles generosos o en busca de rebaño hum ano que explotar, voce­
ros bien intencionados o voceros bellacos de las doctrinas iguaiitaristas
recorrieron los cam pos y enseñaron Jas nociones elem entales de la dem ocracia.
El hecho cum plido es que el indio no se resigna ya a la felicidad del anim al do­
méstico y plantea ante la sociedad y ante el gobierno los factores de su propio
problem a económico, protestando de ser considerado nada más que como fac­
tor, él m ism o, del problem a económ ico ajeno, es decir, el dueño del cafetal (pp.
1322-1328).

El Ministro puso de cabeza el argumento de los propietarios, según el


cual las agitaciones y los agitadores eran la causa del problema. Los agitado­
res, replicó, "son moscas que revolotean en tomo de los tumores sociales.
Nuestro error consiste en espantar las moscas sin curar el tumor". Les recor­
134 EL ESTADO LIBERA L IN TER V EN C IO N ISTA

dó que “nadie viaja lejos en el carro del abuelo": la época actual no está para
el crudo individualismo de los laboriosos antepasados porque si se defienden
los intereses propios con ese criterio,

en otro sitio está agrupado al mismo tiem po otro grem io, el de los trabajadores,
que, a su vez, pretenden, siguiendo naturalm ente el error de que nosotros les da­
mos ejemplo, que los intereses de la industria son los suyos solamente (pp. 1328-
1329).

S o b r e “ las causas d e l c o n f l ic t o "

La línea institucionalista de Chaux fue avalada en informes oficiales como


los del abogado Liberal Carlos Lleras Restrepo en su condición de secretado
de gobierno de Cundinamarca. Lleras tuvo la iniciativa de la Ordenanza 33
de 1933 sobre parcelación de haciendas y regulación de los pactos labores de
éstas (Gaceta de Cundinamarca, GC., 1933, pp. 1093-4), y estuvo entre los que
insistían en considerar las agitaciones campesinas primero que todo como
un “problema social" originado en las "condiciones en extremo penosas” de
los trabajadores rurales de las zonas cafeteras, antes que un asunto de “or­
den público". Añadió que también dichas agitaciones “han surgido última­
mente en las regiones frías" (Lleras, 1934, p. 28).
En municipios como Viotá, apuntó Lleras, los trabajadores viven en "es­
tado permanente de beligerancia"; en las grandes haciendas no pagan el ca­
non de arrendamiento, incumplen las obligaciones y están afiliándose al pcc
(Lleras, 1934, p. 14). Como la mayoría de observadores contemporáneos, el
joven funcionario no percibió que los pactos celebrados en tiempos de infla­
ción eran explosivos en tiempos deflacionarios. A este respecto, la respuesta
del pcc fue más rápida que la de otros grupos: plantear la “huelga de obliga­
ción” y la "huelga de pago de arrendamiento”, de modo que al fin consiguió
atraer a los arrendatarios, el grupo social estratégico de las haciendas de
Viotá. A fin de cuentas, en medio de la pobreza rural, estos grupos interme­
dios podían darse el lujo de reivindicar derechos políticos y constitucionales.
Los “tumores sociales" fueron claramente detectados en el citado diag­
nóstico de Lleras Restrepo, quien propuso cinco causas de los conflictos:
a. Las "crecidas sumas” que los arrendatarios adeudan por concepto de
cánones atrasados: "sería imposible pagarlos y arreglar pacíficamente”.
b. Mora de los propietarios en el pago de mejoras.
c. Modalidades injustas del arrendamiento.
d. Abusos de las haciendas en aspectos tales como bajos salarios por
tarea; grandes distancias del cafetal a la planta de beneficio; "comisa­
riatos” de víveres; reglas inadecuadas para el acceso a leña y madera
(tala) y para el cercamiento de estancias campesinas.
E L ESTADO LIB E R A L IN TERV EN CIO NISTA 135

e. El libre cultivo de café en las estancias, que era "el problema más di*
fícil de arreglar" (pp, 8-12).
Por su parte Claridad había denunciado dos años atrás el sistema de
multas y penas económicas que imponía El Chocho a los cultivadores. En
una especie de consolidado el periódico denunció que se habían impuesto
multas a 78 arrendatarios por $142,60; que no se habían pagado 59 jornales
y que se habían decomisado un caballo y 403 cargas de carbón. Por otra par­
te, se había ordenado destruir tres mil matas de café (Claridad, n° 109, 20
agosto de 1932, p. 3).
Enunciadas las causas, pasó Lleras a describir la situación de los estra­
tos campesinos de El Chocho: de 950 arrendatarios, 100 estaban ubicados en
la tierra fría de Subía y Noruega, y 850 en tierra templada que ocupaban
unas 5.500 hectáreas en "mejoras de café y potreros y producían anualmente
20.000 sacos de café, panela de excelente calidad y otros productos". De
acuerdo con sus datos, el tamaño promedio de las estancias en la zona cafe­
tera de El Chocho era de unas 6.5 hectáreas y la producción promedio de
cada estancia de unos 23 sacos de café pergamino. Conforme a las condicio­
nes de los cafetales de la zona, puede calcularse que esta producción reque­
ría unos 6.000 cafetos productivos por estancia que, en época de cosecha,
exigía el empleo de fuerza de trabajo extra familiar. Al respecto, el informe
señaló que “los arrendatarios de la región baja" empleaban jornaleros volun­
tarios cuyo número llegaba a dos mil.
Por entonces, la Federación de Arrendatarios de El Chocho denunciaba
la invalidez de los títulos de propiedad que exhibían los Caballero. La Fede­
ración, que planteó su lucha en términos de un crudo legalismo, aceptó, sin
embargo, un sesudo concepto jurídico del jefe del Departamento de Baldíos,
Guillermo Amaya Ramírez, del 29 de septiembre de 1933, publicado en el
boletín de la ogt (Ministerio de Industrias, Boletín, n° 36-38, octubre-diciem­
bre de 1933, pp. 1549-1631). Pero no cesaron las presiones de revisión de tí­
tulos, y los periódicos de Jorge Eliécer Gaitán y Erasmo Valencia agitaban
consignas como "dos tercios de las tierras de El Chocho son bienes baldíos"6.
El problema venía de atrás. En 1928 Claridad informó sobre el arribo a Fusa-
gasugá de una marcha de 200 cultivadores que se dirigían a Bogotá “en re­
presentación de todos los cultivadores" del “feudo El Chocho" contra el des­
pojo, las evicciones, la prohibición de vender café y los cepos; marcha que,
según el periódico, recibió apoyo de las autoridades locales7. Seis años des­
pués, en un esfuerzo por ilustrar a sus lectores con "un vivo retrato de feuda­
lismo en Colombia”, el primer número del periódico de u nir transcribió un

6Ver Unirismo, n° 8, 2 de agosto de 1934, p. l t; n° 13, 6 de septiembre 1934, p. 1; Claridad,


n° 114, 12 de junio de 1933, pp. 1 y 3.
1Claridad, n° 51, 24 de abril de 1928, "La tragedia de El Chocho contra Carlos y José M. Ca­
ballero” p. I; n° 52, 4 de mayo de 1928; "Nuevos cargos de los arrendatarios de la hacienda El
Chocho contra Carlos y José Manuel Caballero", p. 1.
136 EL ESTADO LIBERAL INTERVENCIONISTA

contrato de arrendamiento "a título personal” entre el señor Campo Elias


Infante y la hacienda La Aguadita y Usatama de Fusagasugá, perteneciente a
la encumbrada familia Conservadora de los Uribe Holguín (Unirismo, n° 1,
14 de junio de 1934, p. 1).
En una línea similar a la de Lleras, en un extenso informe oficial de 1937
Abelardo Forero Benavides analizó las razones y describió los mecanismos
de los conflictos. Afirmó que a partir de 1927 los campesinos habían empeza­
do a rebelarse abierta y masivamente contra las "condiciones feudales" im­
perantes en las haciendas:

El labriego -apuntó Forero- vivió sin ningún contacto con la civilización. En cali­
dad de arrendatario entró a las haciendas establecidas" y recibió un jom al, una
estancia que paga en trabajo, un área transitoria de limpia de monte o de potre­
ros. Estas son sus condiciones de productor. Su relación con el Estado tam bién
era de opresión. El gobierno representaba para un arrendatario: (a) el alcalde
que lo mete a la cárcel por violar una disposición que ignoraba; (b) la autoridad
que lo lleva a la cárcel por fabricar aguardiente, o por beber aguardiente de con­
trabando; (c) el que cobra peajes y pontazgos y (d) "la autoridad que se apresura
a lanzarlo de su estancia tan pronto com o se lo pide el terrateniente (Forero,
1937, pp. 58).

Sería interesante investigar el contraste dé concepciones de estos funcio­


narios del gobierno de Cundinamarca, y los de la OGT, con los del Tolima.
Mientras los primeros aspiraban a trasformar la situación social de los cam­
pesinos en conformidad con "los principios dbl derecho social moderno" y
encuadrarlos políticamente, los tolimenses confiaron más en la represión
tradicional. Todavía en 1946, una publicación dficial denunciaba que el pro­
greso de Jos poblados de El Limón, en el municipio de Chaparral, "ha estado
detenido por las semillas de disolución que allí sembró la propaganda comu­
nista" (Lozano, 1946, p. 339).
La represión, insisto, estaba bien instalada en los municipios de Cundi-
namarca. Un informe oficial de un inspector de la ogt {1935), quien luego se
destacaría en las filas de la izquierda Liberal, destacó la participación de la
policía coludida y enfilada contra los colonos en Fusagasugá, Pasca y San
Bernardo.

Si en Pasca la situación era delicada, en San B ernardo el equilibrio social estaba


y está prácticam ente roto. (...) Transcribo algunas quejas: (...) De Zenaida Cruz:
’A mi esposo Miguel Santos, la Guardia lo tiene huyendo desde hace cuatro me­
ses, y ha prometido darle m uerte en donde lo encuentre y entregarle su cabeza a
don Antonio Torres Otero. Cuando la G uardia ha ido acom pañada de peones de
Torres Otero, me ha ofendido en forma inm isericordc en mi propia casa, han
entrado de día y de noche a mi casa y me han sacado de allí dos peinillas (mache-
EL ESTADO LIBERAL INTERVENCIONISTA 137

tes) y dos cuchillos. Se llevaron tam bién un anteojo de larga vista. En una época
que estuve enferm a entrababan a mi casa sin permiso, abrían los baúles, los es­
culcaban, levantaban la paja de la casa {hifomte rendido por Ramón Lozano Carcés,
1935, pp. 1044-45).

De septiembre de 1935 a diciembre de 1937, los alcaldes de Viola repor­


taron 32 incidentes de "comisiones de policía" y evicción de arrendatarios de
grandes haciendas, con los consiguientes disturbios del orden público. Apar­
te de los lanzamientos, en los que con frecuencia se presentan acciones de
solidaridad de otros arrendatarios, el archivo da cuenta del enfrentamiento y
el encarcelamiento de campesinos, la persecución a la tala de bosques, a las
reuniones de las ligas en las haciendas y al tránsito clandestino por los cami­
nos privados de las mismas8.
En las localidades y en estas situaciones parecen estar los límites reales
del "sentido del orden" del Estado liberal en su variedad intervencionista.

¡ Cartas y Telegramas del alcalde de Viotá al gobernador de Cundinamarca, 1919-1929 y


1934-1937 (en posesión del Sr. Benigno Gal indo), a m v .
C a p ít u l o vi

POLITIZACIÓN Y CAMPESINOS

La d isputa por lo s c a m pesin o s in c o n f o r m e s

Divisivo por naturaleza, el problema campesino tiene larga historia en Co­


lombia. La titulación de la propiedad y la reforma de la tenencia de la tierra
con preferencia al pequeño cultivador familiar han sido banderas de las co­
rrientes izquierdistas del Liberalismo colombiano. Aunque el tema no figuró
en la lista de propuestas "socialistas” del Partido Liberal de los años veinte,
fue ostensible la tendencia campesinista de amplios sectores. Era, quizás,
una reacción a los desafíos de los Conservadores que, desde el Gobierno, el
Congreso y los tribunales, intervenían en favor de colonos y estancieros.
Para algunos, sin embargo, el adversario, acaso el enemigo, estaba en otro
lado: en los Socialistas y los Comunistas que penetraban en haciendas y ga­
naban simpatías campesinas en algunos municipios cafeteros en Cundina-
marca y Tolima. Los amigos del latifundio actuaron más bien agazapados de
suerte que los principales debates públicos se dieron entre campesinistas de
diferente estirpe ideológica.
Conviene aclarar que la historiografía política del período, independien­
temente de su calidad, presenta altos niveles de subjetividad militante y, en
algunos casos, es rayana en la hagiografía. Aunque las investigaciones de los
académicos extranjeros parecen librar algo mejor esta situación, apareció
recientemente una historiografía revisionista que plantea y sitúa los proble­
mas más allá de la banalidad rojiazul y de los clichés progreso/reacción, tra-
dición/modernidad1.
Al tiempo que los campesinos rebeldes del Tequendama luchaban por
cambiar el régimen laboral de las haciendas de café y los del Sumapaz por
titular parcelas en baldíos, sus intermediarios políticos libraron una de las
luchas doctrinarias más intensas del siglo xx. La confrontación quiso zanjar
la lucha que había quedado pendiente en la década de 1920 sobre la coopta­
ción de los Socialistas. Ahora los Comunistas, herederos de los Socialistas
intransigentes, se encontraron en las peores coyunturas imaginables. Fueron
partido (Sección Colombiana de la Internacional Comunista, como se ufana­

1Entre estos se destacan, por ejemplo, los estudios de Renán Silva (2006; 2005; 2009),

139
140 POLITIZACIÓN Y CAMPESINOS

ban decirlo) en el momento del ascenso de Stalin que, según parece, fue si­
multáneamente el momento más anticampesinjsta y el más sectario de la
historia soviética (1929-1933), Con el sello de la ic extremaron el lenguaje
contra los "putchistas". Purgados estos, la emprendieron contra los Liberales
de todos los matices y contra los kulaks2. Aunque en 1934 empezaron a re­
coger velas, los Liberales les habían aceptado el desafío y ofrecían lenguajes de
cambio social más sutiles y efectivos, y parecían dispuestos a adoptar solucio­
nes prácticas y versátiles contra el latifundio.
Una vez que los Comunistas proclamaron su internacionalismo, los Li­
berales, los Conservadores y la Iglesia pudieron estigmatizarlos a discreción:
ateos, materialistas, exóticos y extraños a la tradición cultural colombiana
(Jaramillo, 2007, pp. 257-275). Simultáneamente, hicieron el elogio de la
propiedad campesina. En la opinión colombiana, o, si se quiere, en la redu­
cida "esfera pública de la burguesía”, el PCC aparecía fraguado en un crisol
moscovita, en la periferia autocràtica de la civilización europea. Considera­
da la impronta eurocèntrica de la cultura política colombiana, semejante
percepción llamaba al estigma indeleble. Como reacción, los Comunistas an­
claron en el sectarismo y el intercambio retórico que fue particularmente
intenso con Jorge Eliécer Gaitán, su competidor más fuerte en las bases po­
pulares.
El año 1935 fue como la divisoria de aguas de esta confrontación: a) los
Comunistas dieron un viraje de 180 grados; déla política "clase contra clase"
se movieron hacia las alianzas del Frente Popular; b) la agitación social ce­
dió no sólo porque los efectos de la crisis mundial empezaron a remitir, sino
porque las soluciones prácticas y la poderosa rbtórica del gobierno de la 're­
volución en marcha" incrementaron la capacidad de cooptación popular.
Los Liberales lograron negociar en el Corfgreso iniciativas de cambio
constitucional y legal para resolver el conflicto de los baldíos. Parceladas va­
rias haciendas y desmontado el conflicto de Fusagasugá, se despreocuparon
del tema de los arrendatarios que para ellos se limitaba a Viotá, municipio
controlado por el p c c . Más importante, los Liberales ya no eran el pararrayos
de la contrarrevolución preventiva fraguada por los Conservadores y la Igle­
sia; este papel lo transfirieron a los Comunistas que, habida cuenta de su de­
bilidad en el frente electoral, resultaron marginados de la negociación de
una ley agraria.1

1En este contexto cundínamarquós kulak, palabra rusa, se refiere al arrendatario que tiene
la capacidad de emplear otros campesinos como jornaleros temporales o subarrendatarios per­
manentes en la explotación de la parcela o estancia que le entrega la hacienda. Genéricamente
es el campesino acomodado. Estos campesinos fueron beneficiarios importantes cuando se par­
celaron haciendas de café en Fusagasugá y Viotá. Los kulaks fueron considerados el enemigo
principal en la colectivización de la agricultura soviética emprendida bajo la directriz de Stalin,
(1929-1933).
POLITIZACIÓN y CAMPESINOS 141

El presente capítulo no antepone la economía a la cultura o las "políticas


de clase social” a las "políticas de identidad”, conforme al giro posmodemis-
ta de la década de 1970. Aunque acentuamos las limitaciones del relativismo
de "la política como cultura", no regresamos al pozo sin fondo del determi-
nismo; a la narrativa de las teleologías liberales y marxistas. Sin ser econo-
micista, este trabajo considera que la propiedad agraria —su distribución,
cantidad, calidad, localización— es fundamento insoslayable de las relacio­
nes sociales en el mundo rural y de las formas que adopte la acción indivi­
dual y colectiva por su acceso o su defensa, máxime cuando aparece orienta­
da políticamente y cohesionada por grupos y partidos políticos. Incluso,
como dijimos, la propiedad campesina es una relación social compleja de la
cual son piezas clave la posesión del predio y la representación racional y
emocional de la patria chica. No sólo define la identidad de las familias sino
la de los vecindarios; allí se anudan los lazos de los campesinos con las cabe­
ceras municipales, las provincias y, eventualmente, con el Estado nacional,
sus leyes, jueces y policías. No sobra decir que desde Jos distintos niveles te­
rritoriales del Estado, la clase política (y el clero) proponen los valores, prin­
cipios ideológicos e instituciones que definen los nexos con los diferentes
campesinados.

La cla se política y el c l ic h é d e l feu d a lism o e n C o lom bia

El ingreso de políticos y abogados litigantes a las zonas de agitación obligó a


capataces y mayordomos a redoblar la vigilancia y rastrear el movimiento de
las personas dentro de las haciendas, restringir el tránsito por los caminos
interiores, prohibir a los arrendatarios alojar gentes extrañas y a inducirlos a
informar sobre "cualquier situación irregular". Estos abusos fueron denun­
ciados en el Congreso como una prueba más del feudalismo3.
Los libretos del conthuuun reforma-revolución de los años treinta saca­
ron buenos dividendos de aquella expresión de Marx según la cual “es dema­
siado cómodo ser 'liberal' a costa de la Edad Media” (Marx, 1931, p. 534).
Por velada, la critica pública de las haciendas de café se apoyaba en una es­
pecie de tradición ideológica liberal, "antifeudar, que compartían algunos
sectores de las clases dirigentes colombianas. El "feudalismo" y sus "vesti­
gios" sustanciaban el propósito de abolir instituciones corporativas y unlver­
salizar la propiedad privada. Ahora bien, si "feudal" o "servidumbre” son ca­
tegorías históricas, jurídicas, económicas o sociológicas de origen europeo,
los políticos colombianos las transformaron en consignas y clichés de sus
campañas electorales o de organización, agitación y propaganda revolucio­

3 Ver entre otros: Anales de la Cdniara de Representantes. 3 de noviembre de 1932, p. 701 ; 4 de


noviembre de 1932, p, 711; 6 de noviembre de 1935 y 11 de noviembre de 1937, p. 767.
142 PO LITIZA CIÓ N Y C A M PESIN O S

naria. En el fondo, sin embargo, se cuestionaba el tradicionalismo social y


político del mundo rural, cosa nada trivial que, en lo posible, debemos ver
con los ojos de los contemporáneos. Por feudalismo dichos políticos tam­
bién entendieron la pobreza opresiva de las mayorías campesinas, aisladas y
atomizadas, y el control político loca! de terratenientes y gamonales. Desde
su punto de vista el feudalismo no se reducía a una "estructura” de relacio­
nes agrarias, jurídicas y sociales (que, insistimos, no eran feudales) sino al
entramado político e ideológico, a la superestructura del “modo de produc­
ción” colombiano.
La disputa entre Liberales y Socialistas revolucionarios no versó tanto
sobre el concepto de “feudalismo” como en torno a la estrategia para supe­
rarlo. Los primeros, incluidos los gaiíanistas, pensaban que, al igual que en
la Revolución francesa, su abolición era un ñn en sí: bastaría el cambio legal
para transformar a los colonos y arrendatarios en propietarios y ciudadanos.
Una especie de ley insondable de la historia exigía derrotar al Partido Con­
servador y reformar su “constitución autoritaria de 1886”, tan feudales como
el latifundismo parasitario que se amparaba en la doctrina legal de la “pose­
sión inscrita”. Dispuestos a llevar al país al capitalismo moderno, los jefes de
la "revolución Liberal” sostuvieron que por medio de la reforma constitucio­
nal y legal desaparecería la superestructura clerical-Conservadora que cerra­
ba la representación política y el camino a la pequeña propiedad rural; que
desnaturalizaba el papel social liberador de la educación, y que negaba los
valores democráticos más fundamentales. Para ser exitosa, esta lucha debía
arraigarse en el voto popular, de suerte que la reforma electoral fue preocu­
pación central de los gobiernos de Olaya y Lóppz. Era una ruta prometedora
aunque plagada de peligros, si se considera que,en los procesos electorales, y
en especial los que marcaron cambios de régimen político (1930-31 y 1945-
46), aumentaba en veredas y poblaciones la frecuencia e intensidad de la
violencia política.
Las referencias de los Comunistas venían de lecciones estereotipadas de
la Revolución bolchevique y del compendio de Stalin, Fundamentos de Leni­
nismo (1925), que se apresuraron a tallar en piedra. Marx había propuesto el
concepto “revolución burguesa” para comprender la transición del feudalis­
mo al capitalismo, cuyo paradigma era la Revolución francesa4. Lenin y la
Tercera Internacional acuñaron el término "revolución democrático-burgue-
sa” para designar las revoluciones de la nueva época histórica "del imperia­
lismo y la revolución proletaria". En ésta el paradigma era la Revolución
bolchevique de modo que el proletariado de los "países coloniales y semico-
loniales” estaba llamado a encabezar las luchas de liberación nacional en

4 Una crítica sugestiva sobre la versión de Marx de la Revolución francesa y el carácter am­
biguo que allí juegan los campesinos, se encuentra en McPhee (1989, pp. 1265-1280).
PO LITIZA CIÓ N Y C A M PESIN O S 143

alianza con la "burguesía nacional" y el campesinado5. Esa revolución diri­


gida por los comunistas habría de ser "antifeudal y democrática*' o "demo­
crático burguesa”. Realizada ésta, podría pasarse a la siguiente etapa: la re­
volución socialista. Sin embargo, como veremos adelante, en sus comienzos
los Comunistas colombianos no tenían claro si en el país había o no una
"burguesía nacional” y cómo unir o separar las dos etapas. El asunto se re­
solvería en 1935 con la política de) Frente Popular y la invención política del
lopismo como representativa de una "burguesía nacional”.
Habría que investigar por qué ni el Partido Conservador ni la jerarquía
católica apelaron con más fuerza y convicción a las encíclicas sociales que
ofrecían una poderosa argumentación iusnaturalista frente al subjetivismo
jurídico de la propiedad individual. No hubo entonces una alternativa "so­
cial cristiana” en Colombia y, por lo pronto, quedó despejado el campo ideo­
lógico para una breve hegemonía que disputaron Liberales y Comunistas y
que ganaron los primeros. Sin embargo, en el Partido Conservador aparecie­
ron los pragmáticos y, aunque las argumentaciones doctrinarias de cuño ca­
tólico quedaron a un lado, reducidas a un ámbito más universitario, estos
apoyaron la reforma Liberal en cuanto limitaba el absolutismo del cc, y se
movieron mejor desde el lado empresarial. Así tenemos la panacea del pe­
queño caficultor que ofrecía la Federación Nacional de Cafeteros de Colom­
bia, fnc, bajo la gerencia de Mariano Ospina Pérez quien, junto con otro
destacado Conservador, el mencionado García Cadena, gerente del bah, pro­
pusieron la parcelación voluntaria de las haciendas y la difusión del crédito
agrario al pequeño propietario, como un medio de afianzar el progreso del
país y la concordia social. En este contexto surgió y se desarrolló rápidamen­
te la Caja de Crédito Agrario. No obstante, en uno de sus comentarios iróni­
cos, Luis Ospina Vásquez calificó a García Cadena de "campesinista román­
tico” y de hombre de "sencillez virgiliana", no tanto por sus ejecutorias en el
bah como por sus posiciones "disidentes” y "confusas", expuestas en un libri-
to de economía colombiana (Ospina, 1934, pp. 461-2).
Debe subrayarse que aquel momento político de “la cuestión agraria" co­
lombiana coincidió con la crisis mundial del liberalismo y del Estado liberal,
y de sus nociones filosóficas y jurídicas. Este fue el contexto en que ganó
centralidad el tema del derecho de propiedad de la tierra. Por entonces, el
individualismo metodológico enfrentaba múltiples retos: del marxismo revo­
lucionario al "solidarismo” de la escuela de Durkheim y las versiones ora se-
cularístas y positivistas del “derecho social”, ora católicas, unas y otras atem­
peradas por los parsimoniosos y taimados abogados colombianos.
Por supuesto que los nexos del campesinado y el Estado colombiano no
eran nuevos. A diferencia de otras latitudes del mundo, particularmente de

5 Ver Küttler, "Sobre e! concepto de revolución burguesa y de revolución democrático-bur-


guesa en Lenin", (1983, pp. 244-245).
144 POLITIZACIÓN Y CAMPESINOS

Asia, el Estado colombiano no extraía impuestos directos de la tierra (salvo


el predial) y la conexión se establecía por dos vías subrayadas en la historio­
grafía: la electoral, a veces con participación del clero, y la del reclutamiento
para los ejércitos rojos o azules de las guerras civiles del siglo xtx y para el
Ejército nacional del siglo xx (Deas, 1973, pp. 118-140; 2002, pp. 77-93).
A comienzos del siglo xx, y en diferentes tonos, los Liberales colombia­
nos criticaron la doctrina radical del liberalismo económico y la redefinieron
a partir de un postulado según el cual el progreso traería la libertad y no al
revés. Los principales impulsores de esta corriente fueron Rafael Uribe Uri-
be y Carlos Arturo Torres, e impactaron la "generación del centenario” (Os-
pina, 1955, pp. 328-335). Precisamente los Centenaristas habrían de domi­
nar la escena política de los años treinta y gran parte de su éxito provino del
saber cooptar una nueva generación de dirigentes dispuestos a movilizar las
masas populares urbanas y rurales. De esa generación hacían parte literatos,
artistas, periodistas y abogados con hambre de poder y de hacer historia.
La intermediación política seguía las reglas y valores entendidos del ga­
monalismo. Pero, en unos cuantos municipios, las movilizaciones reorienta­
ron las lealtades partidistas y alcanzaron a fracturar o mellar las redes de
clientela. En estos casos, al vincular el descontento campesino a la política
nacional, los intermediarios crearon un lenguaje propio, rebasaron el ámbi­
to geográfico de las localidades y generaron expectativas en tres campos: la
redistribución de la tierra; la reforma de las reglas laborales en las haciendas
y una mayor participación en la política. Desde esta perspectiva, las movili­
zaciones parecían transcurrir en un plano diferente al establecido por el
clientelismo electoral y podían desafiarlo en laibase. Sin embargo, el conflic­
to planteado por los intermediarios terminó eyit transacción, no en revolu­
ción.
En los años treinta los Liberales tuvieron oportunidad de gobernar y ad­
ministrar; legislar y juzgar. Los Comunistas, empero, no alcanzaron la fuerza
electoral suficiente para ser tenidos en cuenta en ninguno de los ámbitos del
proceso gubernativo nacional, al punto que en la legislatura de 1936 ningún
miembro del PCC ocupó un escaño. Aparte de que los Comunistas se enjaula­
ron en una organización centralizada y de férrea ortodoxia, los Liberales tu­
vieron líderes competitivos e imaginativos que se movían familiarmente en
el frente antilatifundista con ideas simples, frescas y lenguaje eficaz. Quizás
el sectarismo Comunista, de un lado, y del otro, la simultánea apertura Libe­
ral, impidieron el desarrollo de una izquierda moderna.
La destreza Liberal de cooptación no era novedad. En un partido cuyos
dirigentes provenían o estaban muy cerca de las clases propietarias, las alar­
mas frente al potencial socialista y radical se habían prendido en la Guerra
de los Mil Días. Al respecto suelen citarse las^maniobras de Benjamín Herre­
ra para atraer socialistas en la década del diez y primera mitad de los veinte.
Esta táctica que tuvo efectos favorables en la juventud profesional de familia
POLITIZACIÓN Y CAMPESINOS 145

Liberal que, si bien se sentía atraída por la Revolución rusa y la destrucción


de la autocracia zarista, festejó, con muy pocas excepciones, la maniobra de
integrar al partido los socialistas predispuestos. La práctica continuó6. Así,
el futuro presidente López Pumarejo, en tránsito de banquero a político,
jugó la carta alarmista frente a las movilizaciones organizadas por la izquier­
da radica], aunque tuvo el buen tino de acusar al Gobierno de sembrar el
miedo y sólo recurrir a la represión.
La muerte de Herrera, en 1924, acentuó la división del Liberalismo entre
los "militaristas" que aún creían en las bondades de la guerra civil y los "civi­
listas" que, sin renunciar al espíritu sectario, habían aprendido las lecciones
del último tramo del siglo xix y se empeñaban en actuar dentro de la ley. So­
bra decir que esta divisoria se pasaba con gran facilidad. Había grados rela­
tivos: en 1929 el "civilista" López era menos "civilista" que Olaya, quien ha­
bía sido connotado "militarista" 10 años atrás (Horgan, 1983, pp. 110-127).
También creía López en las virtudes de ganarse socialistas y habló en clave
radical, de izquierda. En este contexto hizo públicas dos cartas de abril y
mayo de 1928, muy citadas, que envió a Nemesio Camacho, uno de los triun­
viros del Partido7. Reconociendo el trabajo de los socialistas en el campo
colombiano que para mayor efecto retórico López simbolizó en María Cano,
"la flor del trabajo revolucionario", señaló que había dejado a los Liberales
en una posición "muy desairada".

¿Qué m ucho, pues, que los conservadores y los pseudoliberales atribuyan a las
doctrinas de Lenin y Trotzky (sic) el .fermento social contra el orden y los intere­
ses creados por ellos, p ara no reconocer que María Cano predica la rebeldía con­
tra estos intereses y contra el orden en que descansan desde la roca escarpada de
la injusticia general a que se encuentran som etidas las m asas populares? (López
a Nemesio Camacho, en El Tiempo, 24 de mayo de 1928, p. 4).

6 Futuros dirigentes y publicistas del Partido Liberal como Gabriel Turbay (candidato presi­
dencial en 1946), Moisés Prieto y José Mar (seudónimo literario de José Vicente Combariza)
eran, en los años de 1920, activistas prosoviéticos. El primero, por ejemplo, pidió en la Confe­
rencia Socialista de 1924 erigir un monumento al recientemente fallecido Vladimirlllich Lenin.
Como muchos otros, jugarían papeles importantes en el Liberalismo, las letras y el periodismo;
la política y la administración. (Mcschkat, 2008, pp. 39-55); (Vancgas, 2008, pp. 25-38).
7La carta del 25 de abril de 1928 fue publicada en El Tiempo, jueves 26 de abril de 1928, pp. 1
y 4, La del 20 de mayo de 1928 también fue publicada íntegra en El Tiempo, jueves 24 de mayo de
1928, pp. I y 9. La primera cana fue reproducida en Eastman (comp.) (1979, pp. 55-61).
146 PO LITIZA CIÓ N Y C A M P E S IN O S

T radiciones de violencia y conspiración

“Militaristas" y “civilistas” gravitaban en el campo de la memoria Liberal de


la Guerra de los Mil Días (1899-1903). Uno de sus productos más perdura­
bles, aunque un tanto invisible, fue el radicalismo popular de las bases elec­
torales. Las guerras civiles fueron, recordemos, manifestaciones normales
de la polarización bipartidista fraguada desde la misma Independencia, que
se había cristalizado hacia la década de los cuarenta en una peculiar trayec­
toria de elecciones-guerras (in)civiles-elecciones.
De principio a fin la Guerra de los Mil Días consistió en una sucesión de
combates en pequeña escala, desarticulados, difuminados, erráticos, incon­
clusos, improvisados, a cargo de unidades y guerrillas, aunque los jefes "gue-
rreristas" que armaron algo parecido a ejércitos sufrieron la derrota unos
seis meses después de lanzarse a su aventura (Duque, 2010; Bergquist, 1978,
pp. 158-185). En los dos años siguientes las huestes rojas no pudieron reali­
zar ofensivas de aliento, salvo en Panamá. Sembraron, sin embargo, las se­
millas de un radicalismo plebeyo que, en algunas coyunturas nacionales de
la primera mitad del siglo xx, se agitaba en torno al Leitmotiv de tom ar las
armas. Baste pensar los lugares de este anuncio gubernamental de mediados
de 1902:

si Jos principales revolucionarios que quedan en arm as, como son los de Suma-
paz, Tequendama, La Palma, Norte y Centro del Tolima, las deponen y se some­
ten al gobierno, los presos políticos y prisioneros de guerra que están a disposi­
ción de éste, serán puestos en libertad y en trarán 'en pleno goce del indulto8.
t

Aparte de las comarcas mencionadas, los guerrilleros Liberales encon­


traron refugio en los Llanos Orientales, San Vicente de Chucurí, el sur del
Tolima y las vertientes que caen al valle del Alto Magdalena, zonas todas que
habrían de ser teatros de confrontaciones políticas en la década de los veinte
y en La Violencia de mediados del siglo xx, así como en el actual conflicto
armado.
En 1903, con las secuelas de la hiperinflación monetaria y la separación
de Panamá, las clases dirigentes cerraron el expediente del fratricidio. En
esta operación les fue de mucha ayuda la leyenda de las cien mil bajas mor­
tales de los Mil Días (de a cien por día), cifra irreal que muchos académicos
suelen citar como dato cierto. Equivaldría al 2,5% de la población total, su­
perior al de la guerra civil de Estados Unidos (2%), destructiva en razón de la
movilización masiva, la prolongación y la tecnología bélica industrial. Por el
contrario, las acciones militares de los Mil Días fueron breves y con altiba-

e Decreto 923 de 12 de junio de 1902, Diario Oficial, 21 de junio de 1902.


PO L ITIZA CIÓ N Y C A M PESIN O S 147

jos; las armas, especialmente las de la facción roja, fueron el machete, el ar­
tefacto más empleado en la mortífera batalla de Palonegro (11-25 de mayo
de 1900), la mayor confrontación en toda la guerra.
Con todo, la leyenda de terrible destrucción apaciguó los ánimos y abrió
camino a la concordia, de suerte que las décadas posteriores han sido consi­
deradas por la historiografía como un oasis de paz nacional. Sin embargo, a
la atmósfera política de entonces bien puede aplicarse la metáfora del capí­
tulo XJIJ de El Leviatán de Hobbes, sobre la guerra y el mal tiempo. Puesto
que la naturaleza de éste no consiste en uno o dos aguaceros sino en la pro­
pensión a llover varios días, la naturaleza de la guerra no consiste en la lucha
activa sino en la determinación a luchar durante todo el tiempo en que no
haya seguridad de lo contrario. Era, pues, una paz armada. La violencia elec­
toral confirmaba que el sectarismo bipartidista subyacía en la cultura políti­
ca, aunque un ejército profesional mediaba en las disputas electorales y di­
suadía a los jefes de partido a emplear las armas9.
El ambiente volvió a calentarse en 1910, cuando se reanudaron las pujas
electorales. Abundaron los incidentes de fraude electoral, intimidación y vio­
lencia desembozada y, a raíz de las elecciones presidenciales de 1922, el país
volvió al borde la guerra civil. Poco antes de morir, en febrero de 1924, Ben­
jamín Herrera, uno de los jefes de los Mil Días y candidato derrotado, envió
un “memorial político" al presidente Conservador, Pedro Nel Ospina, denun­
ciando una serie de asesinatos de ciudadanos Liberales en unos 50 munici­
pios del país.

La sucesión de todos esos atentados contra ja vida de los ciudadanos indefensos


y por añadidura en ejercicio de una legítima prerrogativa, (participar en las elec­
ciones, mp) tienen, adem ás otra causa inm ediata: el aparato guerrero con que el
partido que gobierna quiso rodear el debate para Presidente de la República, que
se inició en 1921, a fin de exacerbar los ánimos; la explotación anticristiana de la
fe para exaltar las creencias religiosas y, por encima de todo la distribución de ar­
mas entre los particulares hecha en forma ostensible por las autoridades, lo que
equivalía a perm itir el exterminio de los colombianos que no sim patizaran con el
candidato conservador; exterminio exaltado por parte del clero en prédicas in­
cendiarias {Memorial político del señor general don Benjamín Herrera, 1924, pp.
v i -v i i ).

Muerto el rival, Ospina decidió publicar su propia respuesta, acompa­


ñándola con un grueso paquete de telegramas de apoyo, provenientes de
todo el país. Mencionó puntualmente los casos denunciados por el fallecido
jefe Liberal y citó el Renacimiento, publicación del Directorio Liberal del
Huila, para demostrar el carácter violento y subversivo de los rojos:

9Es la tesis central de Pinzón de Lewin (1994).


148 PO LITIZA CIÓ N Y C A M P E S IN O S

La historia del mundo m oderno nos enseña que allí donde la justicia y la iniqui-
dad han pretendido perseverar, e im ponerse o el fraude y 'la violencia', los pue­
blos reaccionan naturalm ente por medio de ‘Ja violencia’, m as no ya p o r actos
colectivos de guerra y asonada, sino por actos individuales que procuran la eli­
minación o supresión de determ inados individuos a quienes se considera res­
ponsables de actos oficiales contra las garantías sociales o contra la riqueza pú­
blica. Este modo de reaccionar es como una etapa en la evolución social de los
pueblos, que en esa forma, en vez de guerra civil, consideraran hacer labor más
eficaz y menos costosa en beneficio de los grandes intereses sociales. (...) Cuando
se cierran los caminos legales y pacíficos, se abren los de 'la violencia’ y se preci­
pita a los oprimidos y explotados (...) en la pendiente del atentado personal,
como único medio de hacer la defensa personal y la defensa social. No es cues­
tión política; es pura cuestión social (pp. x x x -xxxjv )101
.

A lgunos secto res C o n se rv a d o re s s u p o n ía n q u e el p o d e r d isu a siv o del


E jérc ito N acio n al h a ría in n e c e sa ria la b ú s q u e d a d e o tro s m e c a n ism o s in s ti­
tu c io n a le s p ara re s p o n d e r a la s p ro te s ta s lo c a le s tr a d ic io n a le s lib ra d a s p o r
in d íg en as o a rte sa n o s, o las d e p ro y e c c ió n n a c io n a l e in te rn a c io n a l q u e p la n ­
te a b a el n a c ie n te p ro le ta ria d o en las c o m a rc a s d e fro n te ra e x tra c tiv a , com o
la Z ona B a n a n e ra de S a n ta M a rta o lo s c a m p o s p e tro le ro s d e B a rra n c a b e r-
m eja. Allí se p re s e n ta ro n la s p rim e ra s h u e lg a s q u e d e s b o rd a ro n los m a rc o s
locales y lo calistas, com o la d e los tra b a ja d o re s d e la U n ite d F ru it C om pany,
en d ic ie m b re de 1928, que te rm in ó en u n a m a ta n z a de tra b a ja d o re s a m a n o s
del E jército , ju stificad a al a d u c ir q u e Jos h u e lg u is ta s e ra n c o m u n ista s, in s u ­
rrecto s cam u fla d o s de tra b a ja d o re s (J n fo n n e q u e rinde el Jefe Civil y M ilitar,
p p. 132-133). ’ *
E n los año s tre in ta el pcc se u fa n a b a de o fre c e r u n a e stra te g ia p a r a to ­
m a rse el p o d e r y u n a in fra e s tru c tu ra o rg a n iz a c ió n al v ertical ("el p a rtid o v an ­
g u a rd ia d e clase”) que, p ro c la m a b a , e ra n s u p e rio re s a las d e m á s c o n o cid a s,
a h o ra o antes. P ero, q u izás p o r c o n sid e ra c io n e s tá c tic a s e n las q u e debió
c o n ta r la p ercep ció n de su fra g ilid a d o rg a n iz a tiv a , n o se p la n te ó tra n s fo rm a r
las m o v ilizacio n es a g ra ria s o de los tra b a ja d o r e s p e tro le ro s en re b e lió n y
m u c h o m e n o s e n in su rg e n c ia a r m a d a 11. M ás b ie n se d e d ic ó a ju g a r s e c ta ria ­
m en te, q u izás co n m iras a fo rm a r u n a b a s e e le c to ra l p ro p ia e n a lg u n a s loca­
lidades.

10Renacimiento, órgano del Directorio Liberal del Departamento del Huila, n° 12, 18 de mar­
zo de 1922,
11 Sobre estos conceptos de rebelión e insurgencia annada ver Desai y Eckstein (1990, pp.
441-465); Lichbach (1994, pp. 383-418).
PO LITIZA CIÓ N Y C A M P E S IN O S 149

El sectarismo ie pagó dividendos en sus zonas rurales y, en este aspecto,


coincidió con sus competidores, Liberales y gaitanistas que, sin ambigüeda­
des, también optaron por las viejas costumbres12.
De esta suerte, cada uno de los grupos intermediarios tomó como algo
propio y exclusivo un discurso que, sin embargo, tenía un sustrato común
emocional y legalista. Difundieron en pueblos y veredas las nociones de "de­
recho de huelga”, “salario básico”, "jornada de ocho horas”, "ligas campesi­
nas”, “sindicatos", "libertad de cultivos”, o el postulado de que "la tierra es de
quien la trabaja". Estas consignas en el mundo campesino parecían más úti­
les que el abecedario o las columnas de sumar y restar; adicionalmente, en­
tusiasmaban más. Las izquierdas socialistas dieron acogida a nuevas expre­
siones, a una especie de folclor-protesta que buscaba escapar de la cultura
política del bipartidismo, como esta pendenciera Guavina (sic) de los campe­
sinos boyacenses:

Para que ¡os pobres todos


vivamos en armonía,
sin liberales ni godos
y libres de hipocresía.
Sí señores burguesitos,
el triunfo siempre lo haremos,
y aunque nos cueste la vida
a ustedes bajaremos.
Ya no iremos a las urnas
c o j i i o animales arriados

porque en el socialismo
somos jefes y soldados.
Porque el liberal es de oro
y los goditos de plata
pero cuando nos arañan
lo mismo es gato que gata.
Ypa aumentar los salarios,
ypa que haya economía
mataremos a los Zánganos
que tiene la policía
(Claridad, n° 50, 13 de abril de 1928, p. 3).

12 Sobre UNIR es iluminador López (1936), fuertemente resentido por la vuelta de Gaitán al
Partido Liberal, signo irrefutable, escribe, de su ambición desmedida.
150 PO LITIZA CIÓ N Y C A M P E S IN O S

La política en el municipio

En el sistema bipartidista, el gamonal era el eslabón que mantenía al día las


relaciones de la República y el municipio, aunque poco sabemos de las varia­
ciones locales. En los documentos administrativos aparecen prominente­
mente los alcaldes, funcionarios designados por los gobernadores, quienes, a
su vez, eran de libre nombramiento y remoción del presidente de la Repúbli­
ca. Puede ser que alcaldes y gamonales fueran una sola persona, pero en la
Cundinamarca de los años treinta había madurado una especie de funciona-
riado de alcaldes, verdaderos profesionales que los gobernadores rotaban
por los municipios atendiendo criterios de experiencia, casi siempre con mi­
ras electorales. Dado el carácter faccioso de la actividad partidista, era posi­
ble que un alcalde de tumo chocara con el gamonal de un municipio. Ni al­
caldes ni gamonales manejaban en Cundinamarca la escuálida fuerza de
policía, al menos en el momento crucial del reclutamiento, en cual media­
ban las amistades partidistas.
Aunque la versión corriente sostiene que las movilizaciones de Viotá y
Fusagasugá emplearon métodos violentos, propios de una rebelión agraria,
las fuentes permiten sostener lo contrario. Esto es, que la violencia provino
más de la acciones de la Guardia Departamental de Cundinamarca contra las
marchas y demostraciones pacíficas y ruidosás que organizaban las ligas en
los cascos municipales. De este modo, con el trascurrir del tiempo fueron
más frecuentes los enfrentamientos de comisiones de policía con grupos de
arrendatarios que trataban de impedir desahucios o con colonos expulsados
de sus parcelas monte adentro13. El investigador no encuentra casos docu­
mentados de acciones tales como incendio de cafetales o cañaverales; abi­
geato en gran escala; destrucción de plantas de beneficio o de depósitos de
café en grano; demolición de puentes; destrucción de caminos, o "enjuicia­
mientos" en masa de propietarios o administradores. Ningún hacendado
perdió la vida a manos de los campesinos descontentos, aunque sí unos po­
cos administradores y mayordomos de las haciendas.
No había en Colombia, como en los Andes centrales sudamericanos o en
Asia, una tradición de rebeliones agrarias, aunque sí había una larga tradi­
ción de litigio legal. En este punto valga recordar la conocida conclusión de
Max Weber cuando sopesó la racionalidad formal del sistema del "derecho
romano continental" y la "irracionalidad” del sistema del Common Law, que
incluía el "caos" de los derechos de propiedad del agua. Cabe resaltar que el

13 Sobre la reducida violencia en estas movilizaciones, Marco Palacios (1979b, pp. 159-173).
El sistema de vasos comunicantes de la estructura agraria y la violencia política en Colombia
fue tópico en los análisis marxistas de la década de los sesenta. Ver, por ejemplo, Posada (1960,
pp. 9-69) y Gilhodés (1974).
PO LITIZA CIÓ N Y C A M PESIN O S 151

temprano desarrollo de Inglaterra radicaba en la mentalidad moderna de los


jueces y el alto costo de litigar que marginaba los pobres del sistema judicial.
Situados en este registro, el papel de los abogados en los movimientos
agrarios colombianos fue fundamental porque abatió los costos de acceso de
los campesinos a los jueces y a la administración pública. El caso de Paulo
Emilio Sabogal González es ilustrativo por la incesante labor que desplegó
desde el prs y luego desde el pcc, del que fue suplente del Buró Político del
Comité Central. Con cierto sarcasmo confesó su ‘’legalismo” en un agitado
debate interno en estos términos:

En cuanto a la aseveración que se hace respecto a mi labor en la ram a campesi­


na, sobre mi "legalismo", quiero hacer constar que ese legalismo mío ha tenido
como resultado e) sacar de las cárceles de Ibagué, La Palma, Bogotá, Viotá, Cali y
otros lugares, más de trescientos c.c. (¿compañeros cam aradas?, m p ) sin que ja­
más se me haya reconocido un centavo como honorarios, haciendo m uchas ve­
ces gastos de mi bolsillo, y reto desde ahora a cualquiera de los miembros del
partido que me cite un caso en que a mí se me haya pagado honorarios por esa
labor profesional. También se me acusa de legalismo porque me he hecho cargo
de varios poderes para gestionar asuntos judiciales, poderes que de no haber
aceptado yo, habrían encomendado a otros abogados. También quiero hacer
constar que la penetración dentro del campesinado, se ha facilitado debido a mi
contacto con las m asas campesinas a quienes he ligado con miembros del parti­
do m ism o para finalidades revolucionarias (Carta de Paulo E. Sabogal )14.

La acción violenta encajaba mejor en los patrones colombianos de movi­


lización política que en los de la rebelión agraria. Resulta muy reveladora la
actividad de la policía, institucionalmente débil, sin un lugar preciso en las
jerarquías estatales de la nación, los departamentos y municipios, sin presu­
puestos adecuados y saturada de mañas clientelistas. Aunque el amartela­
miento de haciendas y latifundios con alcaldes y policías fluía como si fuera
expresión de un orden natural en que convergían armónicamente poder so­
cial y autoridad política, éste no podría concebirse sin el engranaje de los
partidos políticos. Abundan documentos sobre estas arbitrariedades. Por
ejemplo:

CAUCIÓN- En el m unicipio de Viotá, a 26 de abril de 1929, se presentó en el des­


pacho de la Alcaldía Municipal, NN, y manifestó que bajo caución o m ulta de
cien pesos ($100), se compromete a cum plir con las obligaciones de la hacienda
de Buenavista, a respetar a sus patronos y empleados, a trabajar y coger café
conform e se lo ordenen, a no asistir a reuniones que tiendan a perturbar los tra­

l4Sin fecha. Posiblemente de comienzos de 1933. rgaspi,f. 495, op. 104, d.59,11. 143-144, en
Meschkat v Rojas (comps.) (2009, p. 743).
J 52 POLITIZA CIÓ N Y C A M P E S IN O S

bajos y el orden público, a no contribuir con dinero para m anifestaciones en


contra de la mencionada hacienda, a respetar las autoridades, a no sem brar ni
resem brar café sin orden de ella, a cum plir estrictam ente con las obligaciones
que tenga a su cargo y demás a que se haya com prom etido, lo mismo, a no im pe­
dir a los voluntarios que vayan a trabajar a dicha hacienda. En caso de infrac­
ción, pagará la m ulta en estampillas, cuyo valor consignará en la Tesorería M uni­
cipal. Para constancia se firma por los que en ella intervinieron (Anales de la
Cámara de Representantes, 27 de septiem bre de 1932, p. 437).

Cien pesos era una suma superior al ingreso monetario anual de un


arrendatario bien consolidado en alguna gran hacienda de Viotá. El amarte­
lamiento pudo ser aún más funesto en las zonas de colonos:

En la Inspección de Policía del Sum apaz (1932) se cometen las más flagrantes
tropelías. Tanto el personal de la Inspección como los guardias puestos a su ser­
vicio, viven y comen en la casa de la hacienda, m ontan en bestias de la hacienda
y se embriagan con aguardiente de contrabando producido en la misma hacien­
da. Allí los señores latifundistas hacen lo que a bien tienen con los colonos, y no
hay autoridades ni tribunales que im pidan semejantes expoliaciones. Las auto ri­
dades de esa región han iniciado una cam paña de terrorism o contra aquellas
gentes humildes que no han cometido otro delito que reclam ar los derechos que
poseen sobre sus labranzas. El m ayordom o de'la hacienda ordena al Inspector
arrebatar a los colonos sus anim ales, efectuar lanzam ientos sin forma alguna de
juicios, cobrar multas, efectuar embargos y otras funciones que sólo correspon­
den al Poder Judicial. Todos estos docum entos reposan en poder la Comisión (de
la Cámara de Representantes) y pueden ser consultados por los que lo deseen
(Anales de la Cámara de Representantes, 11 de noviembre de 1932, pp. 768-9).

La suerte de los colonos no dependía tan sólo de la correlación local de


fuerzas en la que solían llevar la peor parte, sino de la forma como dicha co­
rrelación tuviera algún contrapeso en las instancias superiores de la admi­
nistración. En uno de sus apartes, el informe que citamos considera los efec­
tos de disposiciones del gobierno cundinamarqués, tanto del gobernador
como de la Asamblea Departamental, encaminados a favorecer el enorme
latifundio Hacienda Sumapaz:

(...) La Gobernación de C undinam arca señaló los lím ites provisionales entre los
municipios de Pandj y San B ernardo (...) y la casa donde funciona la Inspección
de Policía de Paquiló quedó dentro dei m unicipio de Pandi. Sin embargo, el se­
ñor Alcalde de San Bernardo instaló allí un Inspector y decretó varios lanza­
mientos. El señor Alcalde de Pandi declaró que dicha Inspección estaba dentro
de su jurisdicción, y dijo a los colonos lanzados que él los restablecería en el do­
minio de sus labranzas. Con este halago acudieron los colonos en núm ero consi-
PO LITIZA CIÓ N Y C A M PESIN O S 153

derabie, en septiem bre 16 Í1932). Pero resulta que el Alcalde de Pandi fue apre­
sado por los guardas, y éstos abrieron un tiroteo contra los colonos, resultando
de esto una señorita m uerta y varios heridos. (...) La Guardia sostuvo durante
varios días un tiroteo nutrido en todo e) sector, de modo que nadie podía volver a
sus casas.
El cadáver de la señorita m uerta por los guardias perm aneció durante trece
días en el sitio donde cayó, hasta que unas mujeres se atrevieron a desafiar las
iras de los guardianes de la ley y sacaron el cadáver y lo enterraron en un cem en­
terio campesino. (...) En Cunday e Icononzo la situación es todavía m ás grave.
Pues el señor Secretario de la G obernación del Tolima (...) por medio de un de­
creto declaró que no había tierras baldías, a pesar del decreto 1110 (...) y a pesar
de que el señor Procurador General de la Nación le informó que no tenía faculta­
des para conocer de estos asuntos. En Cunday el alcalde hace lodo lo que los se­
ñores feudales le ordenen, y todos los días reduce a prisión a los labriegos, les
impone fuertes m ultas y los lanza de sus labranzas, destruyéndoles sus habita­
ciones. Y como ocurre que en el Tolima son los Concejos municipales los que fi­
jan los sueldos de los Alcaldes, estos están som etidos a lo que digan los señores
que tienen mayoría en dichas corporaciones (Anales de la Cámara de Represen­
tantes, 11 de noviem bre de 1932, p. 769).

En su autobiografía Saúl Fajardo señaló la importancia de "la palanca".


Si hemos de creer a este "jefe civil y militar de las guerrillas Liberales de
Yacopí", asesinado en 1952 por agentes del Gobierno en aplicación de la "ley
de fuga”15, éste había sido agente de la Guardia de Cundinamarca, "Guardia
Civil" la llama, cuerpo al que ingresó por recomendaciones políticas. Dice
que habló con el director del Liberalismo, Eduardo Santos, quien, a su tur­
no, lo envió con el gobernador Parmenio Cárdenas16. Aunque en el texto no
hay fechas podemos suponer que se enroló en la Policía hacia 1936. En el
oficio policial estuvo en las poblaciones de Villeta, Tobia, Nocaima, Viotá y
El Colegio. Su narración de un incidente en esta última deja ver facetas poco
estudiadas del orden natural al que nos referimos:

Por aquella época dom inaba a las m asas trabajadoras del campo un individuo de
nombre Juan Sánchez quien en abierta pugna con los elementos moderados de la
población, se propuso ordenarle a los campesinos la ocupación de hecho de los
sectores de varias haciendas vecinas en su m ayoría de propiedad de familias con­
servadoras como los De Narváez. (Hacienda Subia, MP) El gobierno liberal orde­
nó la protección de la propiedad privada y de la vida de sus m oradores sin discri­

15Herbert 'Tico" Braun traza una breve semblanza del personaje y de su asesinato en "Lau­
reano y Saúl", UNPeriódico, n° 54, 7 de marzo de 2004.
,6Parmenio Cárdenas fue gobernador de marzo de 1936 a abril de 1938 (Velandia, 1979, p.
406).
154 POLITIZACIÓN Y CAMPESINOS

m inación de partido. Con tal motivo hubo escaram uzas entre la Guardia y los
elementos cam pesinos im pulsados por el señor Sánchez y un raquítico juez m u­
nicipal de apellido Acero. Vino entonces un choque de fuerzas civiles. Los habi­
tantes de la zona urbana, en abierta pugna con Sánchez, se fueron a las manos.
Resultado de la refriega, un señor de apellido Medina a quien Sánchez, el agita­
dor, le propinó un barberazo en el brazo derecho. Medina se desquito más tarde
con el flacucho juez, Sr. Acero, a quien casi decapita de un trem endo navajazo en
el cuello (Fajardo, 1952).

En la época de las movilizaciones agrarias los alcaldes calibraron sus


reacciones según el color político de la protesta. Fueron duros con todo lo
que pudiera asociarse a "comunismo" y otras cizañas, y dúctiles con las mo­
vilizaciones que transcurrían por los canales oficialistas. En la medida en
que la administración pública penetraba los municipios se crearon nuevas
ansiedades, hasta ese entonces inéditas. Así, el 10 de septiembre de 1935 el
alcalde y el juez de Viotá escribieron al gobernador de Cundinamarca que,

a conocim iento juzgado llegaron 36 solicitudes desahucio predios rurales. Tres


verificáronse avalúos; un lanzam iento con posible oposición campesinos: Juzga­
do hace lo posible dem orar lanzam ientos buscando conciliación que rara vez ob­
tiene. Propietarios utilizando leyes insisten pagar m ejoras según avalúos, lanzar
arrendatarios y ejercer su derecho de posesión, destruyendo plantaciones y vi­
viendas que alojan a familias. Juez m uchas veces colócase en situación difícil
provocando solución distinta lanzam ientos. Alcalde recibe orden judicial preven­
tiva y debe cum plirla con apoyo ineludible fuepta arm ada ocasionando así per­
juicios al orden público perturban región. Necesitamos nuevas fórm ulas que sin
desconocer derechos propietario am pare al trabajador de conform idad orienta­
ciones liberales derecho social moderno (Archivo Municipal de Viotá, correspon­
dencia, 1935).

El temple administrativo de estos funcionarios se ponía a prueba cuando


debían negociar las presiones de hacendados y gamonales. Un reporte del 28
de enero de 1936 nos muestra la punta del iceberg: clasificaba administrado­
res y propietarios. Aristides Salgado, dueño de Florencia, encamaba al buen
patrón y los hermanos Crane de Buenavista-Calandaima eran los malos. No
hay gran titubeo para clasificar administradores y mayordomos: "nerones
sin corona" (Archivo Municipal de Viola, correspondencia, 1935).
Como en el siglo xix las "leyes de vagancia" fueron arma socorrida del
poder local, puede sorprender que fuera precisamente en 'la revolución en
marcha" cuando se divulgara en Colombia el concepto de "estado de peligro­
sidad social". Propuesto por las teorías criminalísticas de la escuela positi­
vista italiana en boga, éstas habrían de volver con fuerza en dos pacificacio­
nes posteriores: la de La Violencia y la del Frente Nacional. La nueva doctrina
POLITIZACIÓN Y CAMPESINOS 155

y sus normas hacían parte del esfuerzo de institucionalizar la república mo­


derna con mecanismos de control de la población de los que ya menciona­
mos el registro civil y la cédula electoral; entonces se adujo que ames del
Decreto 1836 de 1926 la legislación departamental sobre vagancia era "el
caos". A partir de ahí la legislación se unificó en un sistema nacional que se
completó en la Ley 48 de 1936 (el mismo año de la Ley de Tierras) destinado
a confrontar los “estados antisociales y peligrosos": vagos, rateros y malean­
tes (Pulecio, 1949).
Este fue el polo a tierra de la “revolución en marcha", su Realpolitik. No
sólo el presidente de la República era miembro pragmático por antonomasia
de la haute bourgeoisie, sino que el hábil ministro de Gobierno, Alberto Lle­
ras Camargo, supo cuándo y en dónde trazar la raya:

Los frecuentes actos de usurpación de tierras poseídas y cultivadas, llevadas a


cabo por supuestos colonos, seducidos y explotados por una ralea abominable de
tinterillos (...) son difíciles de intervenir por las autoridades porque los tales tin ­
terillos que se m antienen con la contribución de campesinos ingenuos, c incitan
a la violencia contra los jueces, escurren el bulto a la hora de la responsabilidad y
vagabundean por todo el país en su deplorable negocio. (...) Apenas libertadas
(las m asas cam pesinas, m p ) de la explotación feudal a que estuvieron sometidas
hasta hace poco, con la complacencia y la complicidad de autoridades y patro­
nes, han caído en una red de agitadores de todas las categorías que establecen
sobre ellas diezmos civiles e im puestos que agudizan m ás su miseria (Memoria
del Ministro de Gobierno, 1935).

Aun antes de que el ministro Lleras Camargo denunciara ese "vagabun­


deo deplorable" de "la ralea", ya se había aplicado una ley que podía conlle­
var reclusión en las "colonias penales". De esta forma, en 1933 Erasmo Va­
lencia —fundador del periódico Claridad (1928) y del futuro Partido Agrario
Nacional, pan, (1935), y quien gozaba de un amplio respaldo popular en las
veredas del Sumapaz— fue llevado a juicio y encarcelado en Fusagasugá por
vago, subversivo y agitador (Marulanda, 1991, pp. 126-129)17. A su tumo, El
Bolchevique, el nuevo semanario del pcc , denunciaba una oleada de repre­
sión desatada contra los activistas agrarios de Viotá, en aplicación de la mis­
ma legislación (El Bolchevique, n° 36, 8 de diciembre de 1934, p.l).
Así, pues, la República Liberal se movía en varias direcciones. En el pla­
no nacional los grupos políticos y funcionarios aplicaban la ley social en fa­
vor de colonos y arrendatarios, y de paso contribuían a demoler, así fuera
parcialmente, la muralla que haciendas y gamonales habían levantado entre

n Según Rodo Londoño este p a n no fue un partido político, sino una etiqueta para participar
en las elecciones departamentales y municipales, fundado una vez que Gaitán disolviera la u n i r .
Pero, a diferencia de ésta, el p a n incluía dirigentes campesinos. Londoño (2009a, p. 15 y p, 197).
156 PO LITIZA CIÓ N Y C A M PESIN O S

el campesinado atomizado y el Estado nacional. El nivel municipal y provin­


cial, empero, estaba saturado de funcionarios y grupos políticos que aplica­
ban arbitrariamente las leyes contra antisociales, entre los que incluían a
discreción a los activistas agrarios.

La " bolchevización ": de las bananeras a V iotá

El pcc desempeñó un papel central en la politización campesina de los años


treinta aunque, quizás, nunca sepamos qué tanto autolimitó posibilidades a
primera vista insondables. Por eso debemos precisar que en la génesis y tra­
yectoria inicial del pcc se encuentra una tensión no resuelta entre campesi-
nismo y obrerismo (el arquetipo de este último fue el "duranismo" de la dé­
cada de 1940) que pudo lastrar el desarrollo posterior.
En 1960 los Comunistas resumieron lacónicamente el episodio de sus
orígenes:

Hace treinta años, reuniendo los escasos sobrevivientes del naufragio socialista
en la alta marea del liberalismo en ascenso, surgió el 17 de julio el Partido Comu­
nista como una agrupación sectaria y estrecha que aspiraba a abrirse campo en
la realidad colombiana, disputándole su derecho a la vida a las dos gigantescas
fuerzas de los partidos tradicionales, aunados pára sofocarlo en su infancia. El
entonces reciente desastre del socialismo revolucionario era apenas el últim o y
más ruidoso de una larga serie de fracasados intentos p o r vencer el descomunal
obstáculo de la tradición bipartidista (Treinta años de lucha, 1960, p. 151).
*t
El "desastre" se compendiaba en la matanzakie la Zona Bananera de di­
ciembre de 1928, seguido de los fallidos y atropellados levantamientos "bol­
cheviques" de El Líbano, Tolima18, y La Gómez, Santander, de mediados de
1929.
Como la mayoría de partidos comunistas del mundo, el colombiano nació
en el proceso de bolchevización de grupos socialistas conforme al mandato del
Comintern o Tercera Internacional Comunista, ic, fundada en Moscú en mar­
zo de 1919. En su segundo congreso (Moscú, 19 de julio - 9 de agosto de 1920),
la organización aprobó estatutos y definió el objetivo principal:

luchar por todos los medios, inclusive m ediante las arm as, para derrocar a la
burguesía internacional y crear la República soviética internacional, como etapa
de transición hacia la desaparición completa del E stad o 19.

18Ver Gonzalo Sánchez (1976),


19En el Archivo Estatal Ruso de Historia Social y Política, rgaspi (siglas en ruso), fondo 495,
registro 2, exp. 1, fol. 20, trascrita en Spencer y Ortiz (2006, p. 16).
PO LITIZA CIÓ N Y C A M P E S IN O S 157

Según las directrices de 1924 y 1925, para pertenecer a este "partido co­
munista mundial" los partidos nacionales debían bolchevizarse. En el cami­
no fueron desapareciendo la autonomía de los grupos socialistas locales y
sus gacetillas variadas, dispares y a veces pintorescas (Núñez, 2006, Anexo,
pp. 221-30).
Lo que muestran ejemplos de la historiografía postsoviética es que, a pe­
sar de la uniformidad de la "bolchevización”, los resultados nacionales fue­
ron muy dispares. El colombiano, como sabemos, no fue de los más ejem­
plares. Gracias a la reciente publicación de la parte más sustanciosa de la
documentación (1929-1933) que reposa en los archivos estatales rusos, sabe­
mos algo más de la bolchevización colombiana, que ya había sido esbozada
en las historias oficiales del pcc de 1960 y 198020. Con base en estas tres pu­
blicaciones que vieron la luz en el lapso de medio siglo, puede trazarse la
formación azarosa del PCC y distinguirse dos fases posteriores al “primer
p c c ", 1923 a 1925, que no consiguió reconocimiento de la ic. La primera fase
es la del trienio 1924-26 que fue ambivalente porque la ic ni rechazó ni acep­
tó la incorporación de los grupos comunistas colombianos. En las minutas
de los funcionarios de Moscú hay críticas a la "incertidumbre del plantea­
miento de los problemas teóricos y de la táctica comunista" (Jeifets, 2001, p.
13). Los juzgaron extemporáneos y fuera de lugar, como si

la reivindicaciones lanzadas p o r el partido com unista ruso para movilizar las


masas en vísperas de la conquista del poder pudieran ser adaptadas como reivin­
dicaciones inm ediatas por todos los partidos com unistas del m undo (p. 13).

Además, les endilgaron tres errores capitales: las tácticas terroristas, los
acuerdos electorales con los Liberales y la ausencia de proletariado en sus
filas, con el consiguiente predominio de los intelectuales que, a su vez, con­
llevaba el peligro de adoptar líneas pequeño burguesas, personalistas y cau-
dillistas (pp. 35-37). Por todo esto, les aconsejaron "realizar un gran trabajo
ideológico de educación" (pp. 13-16 y 27).
La siguiente fase comienza con la creación del psr que, en vano, intentó
montar una estructura organizativa centralizada y adoptar principios clasis­
tas y de lucha por la dictadura del proletariado (p. 16). Ante el auge de huel­
gas de mediados de la década de los veinte y a la luz del concepto leninista
de “situación revolucionaria", la ic oteóla posibilidad del despegue comunis­
ta en Colombia. El viaje de Guillermo Hernández Rodríguez a Moscú en
1927 en representación del Sindicato Nacional Obrero —la primera ocasión
que un revolucionario colombiano participaba oficialmente en un acto de la
Internacional Sindical Roja (Profintem) en Moscú— abrió un intercambio

20 Ver Tt^einta años de Lucha (1960, pp. 5-25); Medina (1980, cap. i, secciones 1.3,1.4, 1.5 y I-6).
De la investigación reciente, ver Lázar y Jeifets (2001, pp. 7-37); Meschkat (2008, pp. 39-55).
158 POLITIZACIÓN Y CAMPESINOS

d ire c to q u e facilitó la a d m isió n d el psr en la ic e n 1928, y llevó a la fo rm a li-


z a c ió n del c a m b io d e n o m b re a pcc a m e d ia d o s de 1930.
Hito de esta etapa formativa fue la huelga de las bananeras de Santa
Marta, que se debe apreciar en un contexto político más amplio (pp. 20-25).
En primer lugar, el de las relaciones del Partido Liberal que había cooptado
a los "socialistas moderados'' (1921-1924) (Treinta años de lucha, 1960, p. 11-
12) y puso a las facciones de "socialistas radicales" a forjar la unidad alrede­
dor del nuevo psr en 1926. Junto con un puñado de anarcosindicalistas, los
del psr no abandonaron las líneas conspirativas decimonónicas, es decir, la
política de acción directa y terrorismo individual que, realmente caracteriza­
ba más a los dirigentes Liberales llamados “militaristas" que no soportaban
el agravio de la elección presidencial de 1922 y esperaban derrocar al Go­
bierno Conservador con métodos insurreccionales, aunque nunca actuaron.
Era acción política en los márgenes, al menos como la recogió el informe
anual de la legación británica en Bogotá:

hace poco el grupo com unista recibió reconocim iento de la Tercera Internacio­
nal. Sin embargo, no hay el m enor peligro de que o curra algún disturbio serio en
los próximos diez años. (...) La reciente huelga de las bananeras, se originó en la
propaganda subversiva de un grupito de agitadores colom bianos con sim patía
bolcheviques. (...) pasada la huelga se m ilitarizó |a zona y la situación está com ­
pletam ente controlada. Los am otinados tuvieron varios cientos de bajas y fueron
reprim idos después de causar serios daños a las propiedades de la United Fruit
Co., resultando seriam ente afectado el Ferrocarril de Santa M arta (Public Re­
cord Office ( p r o ) Foreign Office ( f o ) 371/13479, Bogotá, 12 de abril de 1929, Mr.
Monson to Sir Austen Chamberlain, p,4). * •

Esas conspiraciones daban pie a que "extremistas” del Gobierno Conser­


vador, como el ministro de Guerra Luis Ignacio Rengifo, montaran agendas
represivas con miras a las elecciones presidenciales de 1930 que, de paso,
creaban fricciones en el seno del propio Gobierno. Según un informe britá­
nico, en 1928,

El único desarrollo im portante en la vida social de la República ha sido el au­


m ento del costo de vida a causa del increm ento de los salarios de los trabajado­
res de las Obras Públicas.f...) los peones que hasta hace no m ucho eran poco
más que siervos se han convertido en asalariados (...) aunque no se ve ninguna
organización sindical (...) Es verdad que el M inistro de G uerra (Rengifo) ha
puesto al Gobierno de carne de gallina con el cuento de que hay una poderosa
organización com unista que trabaja en un plan de p o n er bom bas en el alcantari­
llado de Bogotá y otros horrores p o r el estilo; pero el Presidente se las ingenió
para espantar el coco con com entarios un poco cáusticos y picantes que dejaron
POLITIZACIÓN Y CAMPESINOS 159

entrever la m aniobra del Ministro para pedir un aum ento del pie de fuerza del
Ejército, plan que no cuenta con respaldo popular ni con el del ejecutivo (p.2).

Así, pues, en 1928 subían simultáneamente la ola de movilizaciones po­


pulares y la represión oficial, cuyo estandarte fue la Ley 69, llamada “heroi­
ca", que amordazaba la prensa disidente y cerraba las pocas vías de politizar
la acción sindical21. A diferencia del psr que se marginó inexplicablemente
del debate, El Socialista, periódico de aparición irregular que desde 1920 di­
rigía Juan de Dios Romero, publicó en su edición del 23 de junio de aquel
año unos versos subversivos que dan cuenta de la propensión a esa "acción
directa" que los Liberales del bando "civilista" llamaban "militarista" y la IC
"putchista": "A las armas obreros y campesinos!" y "contra la ley que silencia
la libre expresión y estrangula el derecho de reunión":

El pueblo armado te saluda, ley de vida o muerte


Bendita seas sania dinamita!
Salud, guerrillas de tiradores!
A las masas, universitarios!
La hora de la revancha ha llegado!
Obreros, fuera de las ciudades!
Campesinos, a las armas!
Las banderas rojas nos llaman!
(El Socialista, n° 522, 23 de junio de 1928)

Romero era dirigente del Partido Comunista de Colombia, o Centro Co­


munista, que peleaba con el psr el padrinazgo de la ic porque, naturalmente,
desde 1924 se consideraba que el grupo que lo recibiera quedaría automáti­
camente aprestigiado entre los sectores obreros y radicales, y obtendría re­
cursos, ayudas doctrinarias y materiales para la acción revolucionaria (Mes-
chkat y Rojas, 2009, pp. 97-98)22.

Es fácil que el Partido Comunista de Rusia, escribía Romero a Moscú, desautori­


ce el movimiento que venimos haciendo desde hace varios años un grupo de co­
m unistas, si acaso cree que no lo estamos haciendo bien y de acuerdo con las
tácticas y disposiciones acordadas últim am ente (Jeifets, 2001, p. 29)23.

21 Sobre la represión y las respuestas y dilemas de las organizaciones obreras ver Núñez
(2006, pp. 136-42).
22 Carta de Juan de Dios Romero a la Academia Comunista de Moscú, Bogotá, 14 de junio de
1928, rcasp ], f. 495, op. 104, d. 16, 1.5. transcrita en Meschkat y Rojas (2009).
23 Carta de Juan de Dios Romero a Virgilio Verdaro, Bogotá, 2 de junio de 1929, en rgaspi, d.
16, 1.5, transcrita en Jeifets (2001).
160 POLITIZACIÓN Y CAMPESINOS

Ante la incorporación del psr a la ic y su transformación en pcc en julio


de 1930 (Jeifets, 2001, pp. 7-37), Romero y muchos otros socialistas abando­
naron el escenario político. En 1930, "bolchevización" quería decir "depura­
ción de socialistas revolucionarios de las filas del pcc" (Meschkat y Rojas,
2009, p. 679)24. La lista de estos perdedores es variopinta: Erasmo Valencia,
Tomás Uribe Márquez, María Cano, Raúl Eduardo Mahecha {conductor de
las huelgas memorables de Barrancabermeja y las bananeras, quien luego
sería calumniado por todos los flancos comunistas), Alberto Castrillón (can­
didato presidencial de la izquierda en 1930), o los más pragmáticos como
Julio Ocampo Vásquez. "Desenmascarados", fueron cortados de la foto; la
tijera también sacó a Guillermo Hernández Rodríguez y su mujer, la venezo­
lana Carmen Martel (conocida en Colombia como Inés Fortul) e inclusive a
Ignacio Torres Giraldo. Algunos de ellos fueron pegados de nuevo en álbum
de familia de 1980.
No hubo perdón ni olvido para hombres como Ocampo, a quien los Co­
munistas de los años sesenta recordaban con esta copla cantada con la músi­
ca de la canción ranchera Pajarillo Barranqueño25:

Julio Ocampo, Julio Ocampo


Julio Ocampo fue un traidor
que vendió a los campesinos
por gotitas de licor.
Pero dime Julio Ocampo,
pero dime que es mejor,
si estar con los campesinos 1
o ser siervo del patrón. !■

En el fondo se trató de los desacuerdos tácticos de los dirigentes del psr


que, si no era un partido moderno, mucho menos un partido leninista. El
grupo principal se había comprometido en un curso insurreccional que, in­
sisto, era moneda corriente en la cultura política del país. Optaron por esa
vía los "caudillos" Tomás Uribe Márquez, Ignacio Torres Giraldo y en cierto
modo María Cano, sobrina del primero y, por un largo trecho, compañera
del segundo. Alberto Castrillón, uno de los dirigentes de la huelga de las Ba­
naneras, se opuso y calificó la línea de insurrección de liberal y pequeño
burguesa26. La huelga, uno de los grandes momentos de las movilizaciones
populares y sindicales del país en el siglo xx, terminó en un baño de sangre.

u Carla del Buró del Caribe al cc del p c c , Nueva York, 1J de agosto de 1931.
I! Cancionero Popular Mexicano, selección, recopilación y textos de Alda na y Mendoza (1987,
vol.l, p. 334). De las muchas versiones se puede escuchar "música mexicana de banda" en Yon-
lube: hltp:/Avww,youlube.com/watch?v=XJepOZwUEMY
16Varios documentos al respecto se encuentran citados en Jeifets (2001) y están transcritos en
Meschkat y Rojas (2009); Treinta Años de lucha (1960, p. 15).
POLITIZACIÓN Y CAMPESINOS 161

Marcó el retroceso y la división interna de las izquierdas revolucionarias,


aceleró la caída del régimen Conservador y fue trampolín de Jorge Eliécer
Gaitán para saltar a la arena nacional27.
¿Quién fue responsable de semejante fracaso Comunista? El balance
marcó para siempre la generación de la bolchevización. Con el trasfondo del
puño de hierro del joven general Cortés Vargas en su jefatura marcial de la
Zona Bananera, se agravaron las divisiones y personalismos en el seno del
psr . A mediados de 1928, antes de la huelga, los socialistas revolucionarios
ya estaban atrincherados en dos facciones: la del Comité Ejecutivo, CE, enca­
bezada por Moisés Prieto de un lado, y del otro, los "putchistas” del Comité
Central Conspirativo Celular (cccc) o Jefatura Suprema del Ejército Rojo, de
Tomás Uribe Márquez (Treinta Años de lucha,-1960, p. 14; Meschkat y Rojas,
2009, pp. 107-14).
En la catástrofe contaron las tensiones invisibles que ocurrían en el seno
del Comintem a raíz del ascenso de Stalin y la posterior caída de Bujarin, las
cuales se reflejaron en cierta inepcia y miopía de los funcionarios de la ic que
vinieron a Colombia por la época y que tomaron partido por uno u otro de
los bandos del ps r .
Estos son los antecedentes inmediatos del alineamiento de julio de 1930,
cuando los Socialistas revolucionarios quedaron incorporados al Comintem,
un sistema internacional férreamente centralizado en Moscú y del que sería
la “Sección Colombiana". Sobre la marcha, el nuevo partido debió ajustarse
al modelo ruso, cimentado en una "organización de masas" de "carácter pro­
letario"; en la disciplina uniforme del centralismo democrático, en la crítica
y autocrítica y en la cotización obligatoria de sus miembros. El partido debía
organizarse en células distribuidas por todo el país bajo un sistema de man­
do central y adoptar como guía fundamental “la inteipretación marxista de
la realidad nacional". En este último aspecto no bastaba, como vimos, que
los miembros siguiesen el vademécum determinista y ideológico de la Se­
gunda Internacional, que no podía servir de base a una estrategia y una tác­
tica políticas de carácter proletario. Esa era la idea de Palmiro Togliatti, "Er-
coli", entonces funcionario de la ic, al insistir en la necesidad de desarrollar
con los partidos latinoamericanos "un trabajo de educación (...) sin rechazar
las exigencias que estén en contraste con la situación del movimiento obrero
de estos países" (Jeifets, 2001, p. 13).
Una "carta abierta” de la ic al psr , de febrero de 1929 (Treinta Años de
lucha, 1960, pp. 17-18)28, pocas semanas después de la matanza de trabaja­
dores bananeros, estableció que Colombia

27Una magnífica síntesis se encuentra en LeGrnnd (2009, pp. 19-33).


2<EI texto completo de la Carla de la ic al psr, fechada en Moscú, febrero de 1929, está trans­
crita en Meschkat y Rojas (2009) rgaspi. f. 495, op. 104, d. 24, u. 22-31, pp. 151 y ss.
162 POLITIZACIÓN Y CAMPESINOS

(...) pasa rápidam ente de un régimen de producción agrícola scmífcudal, casi


esclavista, a una forma de producción capitalista m oderna estrecham ente incor­
porada al sistema del im perialism o m ás desarrollado. De esta m anera, Colombia
presenta toda una serie de sistem as económ icos superpuestos que van de la "tra­
ta de indios' a la empresa m oderna racionalizada, sistem as que se penetran, se
com binan, se com baten y están en continua evolución (...) toda la vida económ i­
ca del país, y p o r consecuencia la vida política, está dom inada p o r el im perialis­
mo yanqui (Medina, 1980, p. 164).

La compleja realidad social colombiana esbozada en el diagnóstico nos


da una idea de cuán formidable debió ser el reto de construir el partido leni­
nista de la te en esa Colombia. En la "serie de sistemas económicos super­
puestos" de un país "agrícola semifeudal, casi esclavista", dominado por el
imperialismo yanqui, era muy fácil extraviarse y muy difícil aplicar correcta­
mente la políticas de alianzas (con los campesinos, de un lado, con la "bur­
guesía nacional”, de otro). Máxime cuando apenas despertaba esa “empresa
moderna racionalizada" y por ninguna parte de la literatura revolucionaria
había un lugar para el análisis de clase de los colonos y de los peculiares y
complejos procesos de colonización colombiana que la ortodoxia hizo invisi­
bles por largo trecho.
A todo esto debe agregarse una tradición política que bien cabe en la ex­
presión “contra-revolución preventiva”. Consiste en esa mañosa práctica dis­
cursiva de magnificar el radicalismo del adversario político, de pintarlo de,
"comunista” y "bárbaro” sencillamente porque aboca medianamente el tema
de la igualdad política y la justicia social —en (términos que, se dice, ponen
en entredicho el derecho de propiedad privada-»-ty de calificarlo de demago­
go en cuanto enaltece el lugar y el valor morabdel trabajo y del trabajador.
Una lectura del empleo del apelativo "socialista" en el siglo xix, con el objeti­
vo de neutralizar y ridiculizar el Liberalismo radical, da una idea aproxima­
da de lo que puede ser la contra-revolución preventiva (Gilmore, 1956, pp.
190-210).
En la historia oficial del pcc de 1980 se calificó el diagnóstico de febrero
de 1929 como la "declaración programática" fundacional del partido, orien­
tada a resolver,

la cuestión agraria p o r medio de la elim inación de los vestigios feudales, el re­


parto de la tierra a quienes la trabajan directam ente, a través de la expropiación
sin indem nización a los terratenientes. Igualm ente la Revolución sería antiim pe­
rialista y por tanto procedería al desconocim iento de las deudas contraídas a
través de los em préstitos y a la nacionalización de las em presas directa o indirec­
tam ente controladas por el im perialism o (M edina, 1980, pp. 167-168).
POLITIZACIÓN Y CAMPESINOS 163

El programa político, se advierte, "tiene una gran significación histórica


ya que por primera vez en Colombia una organización política adoptaba un
programa marxista" (p. 168). Este reclamo del monopolio de la verdad revo­
lucionaria habría de caracterizar el estilo argumenlal del pcc . Baste recordar,
empero, que en los años veinte varios grupos socialistas habían adoptado
programas marxistas y hasta "comunistas", y en la siguiente década Luis
Eduardo Nieto Arteta o Gerardo Molina empleaban el materialismo históri­
co en análisis quizás más sofisticados que los ejercicios de los Comunistas de
carné.
Lo novedoso de julio de 1930 era la adopción formal del modelo están­
dar de organización leninista del Comintern que, de paso, vino con este diag­
nóstico demoledor:

El partido Socialista Revolucionario proviene del liberalismo. La d a se obrera,


que ha sido creada por el desenvolvimiento industrial del país, abandona el libe­
ralism o para form ar su partido de d ase, distinto e independiente, pero esa vo­
luntad de tener un partido de la d a se obrera, está todavía ligado a una gran can­
tidad de ideas confusas que vienen del liberalismo. (...) Cuando vosotros decís
que el socialismo ha recibido un golpe rudo por la pérdida de la huelga de las
plantaciones (bananeras, mp) es claro que se trata del socialismo liberalizante,
pero no del socialismo de la lucha de clases del proletariado. (...) El Partido So­
cialista Revolucionario, si quiere desarrollarse, m archar resueltam ente hacia la
conquista de las m asas trabajadoras para la Revolución, no deben contar en ab­
soluto con los jefes liberales de izquierda sino solamente con él mismo, sobre su
fuerza de organización, sobre el proletariado y tas masas cam pesinas que arras­
tra, organizadas, educadas por él (M eschkat y Rojas, 2009, p. 166).
Capítulo vii

DE UNA PLAZA DE PUEBLO


A LOS LINOTIPOS BOGOTANOS

T ragedia en la plaza d e Viotá

Ahora bien, el proceso por el cual el pcc logró ganarse una masa sustancial
del campesinado viotuno y mantener la fidelidad de generaciones sucesivas
permanece inédito, atiborrado, como debió estar, de contingencias. El infor­
me del prefecto de Girardot (12 de enero de 1922) registró que

El año de 1921 fue un poco tem pestuoso porque el bolcheviquismo reaccionó y


aún tuvo épocas de preponderancia y dom inación, pero, afortunadam ente, con
el auxilio de las garantías que se prestaron eficazmente a los ciudadanos, y por
una evolución política, el liberalism o logró el triunfo en este m unicipio en las
elecciones para concejeros municipales, aunque en N ariño y G uataquí triunfó el
bolcheviquismo. Aquí podem os decir que han cesado un poco los disturbios y las
clandestinas inversiones (sic) y se ha pacificado la Provincia, porque se aplastó la
cabeza del régim en que la azotaba (Informe del Secretario de Gobierno, 1922,
p.24).

Añadió el prefecto que "el personal de Concejo de Nariño es bolchevique


(...) y da lástima conocerlo”. Por la misma época se reunieron en La Mesa
los alcaldes del Tequendama, y el de Viotá expresó que las principales necesi­
dades del municipio estaban relacionadas con "la moralidad pública, pues
ahí no hay concepto jurídico y social de la palabra”. En orden de importan­
cia le seguían los problemas de caminos, alcoholismo y salubridad porque
"las aguas del rio Lindo y la Sanjuana que bañan el municipio en una gran
extensión le proporcionan aguas tóxicas envenenadas con las cerezas de
café" (p. 97-98).
Las semillas de ese bolcheviquismo, percibidas en el baluarte rojo de Gi­
rardot, debieron llevar a los militantes del prs a incursionar un poco más
adentro y así debieron llegar a la población residente de las haciendas viotu-
nas. Diez años después, una crítica del buró del Caribe de la ic al Comité
Central del pcc de 1931 criticaba i

i 65
166 DE UNA PLAZA DE PUEBLO A LOS LINOTIPOS BOGOTANOS

El desconocim iento previo de las condiciones en Viotá prohibió al Partido de dar


un program a (sic) específico de actividades a sus delegados, d ando por resultado
que las diferencias personales de Cuéllar y Unda debilitaron incuestionablem en­
te la participación de estos com pañeros en la dirección y en el desarrollo poste­
rior de la huelga (Meschkai y Rojas, 2009, pp. 682-3)1.

Probablemente el documento se refiere a la "huelga corta" que puede


unir jornaleros y diversos estratos de arrendatarios. En efecto, las moviliza­
ciones campesinas habían comenzado en Viotá hacia 1927 cuando el p s r dejó
una organización embrionaria, la huelga táctica en las grandes haciendas y
la manifestación política dominical en la plaza del pueblo. Estas innovacio­
nes echaban a tierra usos y costumbres inmemoriales, o así se suponía. In­
mediatamente pasa la carta a señalar el "seguidismo", es decir, estar a la cola
de los movimientos huelguísticos y de masas:

En Viotá, considerado com o el 'centro com unista m ás im portante', el desconoci­


m iento del Comité Central sobre las condiciones objetivas específicas de la re­
gión fue tal que tuvo que basarse en las inform aciones del pliego de condiciones
para com prender el carecer (sic) c im portancia de la huelga. De esa subestim a­
ción de la necesidad de la lucha diaria por los intereses de los obreros (sic) en los
lugares de trabajo, se derivan estas insuficiencias y los errores del Partido expre­
sados en las actividades y luchas posteriores (pp. 682-6S3)12.

En otra parte elaboramos detalladamente el asunto de la estratificación


de los arrendatarios de Viotá, {por ejemplo, lofc "semestrales”, "quincenales”
y "semanales") y los subarrendatarios, punto cfucial en las negociaciones la­
borales y un elemento subyacente en el relato que sigue3. Sin embargo,
debe investigarse más el papel de la politización y el sectarismo en unificar
sólidamente esos estratos. Veamos.
Michael Jiménez abrió su tesis doctoral sobre Viotá con una breve narra­
ción de la manifestación del 31 de julio de 1932 en la plaza municipal (Jimé­
nez, 1985, pp. 1-6), la cual ocurrió un año después de las citadas acusaciones
de "seguidismo". Aquí regresamos al incidente y empleamos las mismas
fuentes básicas, pero las citamos in extenso para tener una idea más vivida
del ambiente político de la época y del pasmo que debió producir el comu­
nismo en Viotá. Lamentamos no haber encontrado la versión que los Comu­
nistas debieron publicar de este suceso memorable en el periódico Tierra.

1Carta del Buró del Caribe al cc del pc de Colombia, New York, 11 de agosto de 1931, r g a s p i ,
F, 495, OP. KM, D. 48, h. 3-6.
2Carta de! Buró del Caribe a) cc del pc de Colombia,Wew York, 11 de agosto de 1931, r g a s p i ,
F. 495, o p . 104, D. 48. n. 3-6.
3 Notaría 4 de Bogotá, Escritura 1360 de 1928; Notaría de la Mesa, Escritura 29 de 1931 y
Notaría de Tocaima, Escritura 22 de 1934; Palacios (2002b, pp. 366-72).
DE UNA PLAZA DE PUEBLO A LOS LINOTIPOS BOGOTANOS 167

Valga decir que es realmente extraño que el acontecimiento no haya figurado


en las historias oficiales del pcc , dado que Viotá fue el lugar que, durante
varios decenios, encamó en la memoria de los Comunistas colombianos lo
más depurado y ejemplar.
Aquel 31 de julio de Viotá terminó en tumulto, balacera y matanza. En el
acontecimiento pueden encontrarse los protagonistas del momento político
que nos interesa:
L La prensa capitalina, el diario El Tiempo, el periódico de mayor tiraje
y circulación nacional, epítome de modernidad, modelo de empresa comer­
cial del periodismo colombiano que cumplía el papel de propagandista del
régimen olayista, bastión de sus ideas, pregonero de sus logros.
2. Unos campesinos organizados y combativos que, sin haber formado
aún una subcultura política propia, combatían la cultura dominante que los
marginaba.
3. Unas autoridades locales obtusas, provocadoras, incompetentes y re­
presoras.
4. El pcc , im p la n ta d o e n la s h a c ie n d a s.
5. Un par de congresistas más "objetivos” que la prensa.
6. El arzobispo primado tras bambalinas y sin iniciativa aparente.
A primera vista sorprende la ausencia de los agentes del Estado central y
de los hacendados. Sabemos que estaban enfrascados en el debate álgido de
la naturaleza de la propiedad privada de la tierra y en solucionar el impase
creado por la citada sentencia de 1926. Asustados por el fantasma de las ba­
naneras, no quisieron ver que la manifestación de Viotá hacía parte de nue­
vas formas de conflicto político; que era producto de esa nación de ensueño:
la de ciudadanos iguales ante la ley. Acontecimientos como los de Viotá, no
obstante, daban vuelo al presentimiento enfermizo de que el sueño liberal
podía volverse pesadilla, revuelta niveladora que trastocaba valores y jerar­
quías sociales.
Con base en el informe de los representantes José R. Vásquez y Alfredo
Navia, comisionados por la Cámara para investigar "los sucesos" de aquel
día (Anales de la Cámara de Representantes, 27 de septiembre de 1932, pp.
433-38)'1, y el reportaje del diario El Tiempo del 1° y 2 de agosto, obtenemos
una imagen de la rebelión inventada. De un lado, el síndrome elitista de mie­
do radical al pueblo popular; del otro, la quimera de la "modernización sin
modernidad" que, en este caso, consistía en proclamar a los cuatro vientos la
necesidad de consolidar el Estado liberal en la sociedad colombiana y alar­
marse y proscribir a los tozudos rurales que abandonaban las supuestas nor­
mas de obediencia campesina y autocontención localista, y que defendían
sus intereses y aspiraciones de ciudadanos.4

4 "Informe que rinde a la honorable Cámara de Representantes la Comisión encargada de


estudiar los sucesos ocurridos en Viotá el 31 de julio de 1932". Ver también Suárez (1932).
168 DE UNA PLAZA DE PUEBLO A LOS LINOTIPOS BOGOTANOS

El lunes I o de agosto de 1932 El Tiempo tituló a dos columnas en la pri­


mera plana: "Cuatro muertos y veinticinco heridos hubo ayer en Viotá”; pun­
tualizó en el subtítulo: “Más de mil comunistas atacaron la población. Fue
herido gravemente el alcalde. El comandante de la Guardia herido levemen­
te. En presencia del arzobispo". Era la versión urbana y criolla de un conflic­
to rural de nuevo tipo. Según la crónica, aunque la manifestación para cele­
brar la aparición del periódico Tiena se había anunciado para el lunes, se
realizó sorpresivamente el domingo. A las once de la mañana irrumpieron en
la plaza

mil campesinos armados de revólveres, palos, m achetes y escopetas, sem brando


el pánico en todos los habitantes de la población. (...) Cuando los fieles em peza­
ron a salir de m isa mayor, los cam pesinos que se consideraban con fuerzas sufi­
cientes para resistir cualquier combate, em pezaron a lanzar vivas al obrerism o y
abajos a las autoridades, especialm ente al alcalde de la población y al jefe de la
Guardia de Cundinamarca.
En vista de esto el alcalde, General Juan José Leyva, llamó la atención de los m a­
nifestantes hacia el hecho de que debían respetar las autoridades y no provocar
conflictos de ninguna naturaleza en la población, que hasta ayer se hallaba tran­
quila. Todo lo cual fue suficiente para que los revoltosos se dirigieran al cuartel
de la guardia y al edificio en que se aloja la policía e iniciaran un ataque fu ribun­
do contra los agentes de la guardia y de la policía. En esa form a se dio principio
al prim er choque que dio com o resultado un m uerto y varios heridos (El Tiempo,
I o agosto de 1932, p. 1).

Ante este "primer choque’’, con "serenidad"! las autoridades trataron de


mantener el orden hasta r

cuando ya era inevitable el ataque, y los disparos de los cam pesinos se sucedían
unos a otros, hicieron fuego sobre uno de los grupos de revoltosos, hiriendo va­
rios de los atacantes y dejando a uno de ellos m uerto (p.l).

Después de lo cual

se sucedieron otros choques que culm inaron con la m uerte de dos m ás de los
atacantes, cuyos nombres se ignoran hasta el mom ento. R esultaron igualm ente
cerca de 24 heridos, algunos de ellos de gravedad (p .l).

El cronista precisa que el tiroteo se prolongó hasta las cuatro de la tarde


y que en esas cinco horas muchos habitantes huyeron de la población. Narra
en seguida un "segundo choque” en el que resultaron heridos el alcalde y el
comandante de policía, e informa que el arzobispo primado de la Iglesia co­
lombiana, Monseñor Ismael Perdomo, quien estaba de visita pastoral en Vio-
D E UNA PLAZA D E P U E B LO A LOS L IN O T IP O S BOGOTANOS 169

tá, había presenciado el tumulto exhortando a la calma desde e) balcón de la


casa cura! y que envió a las autoridades este telegrama; "Acaba de ocurrir un
choque sangriento entre comunistas y la policía. Si no viene fuerza corre pe­
ligro la vida de los vecinos esta noche" (p.3).
La crónica subraya que una vez pasado lo más grave del tumulto, José
María Sáenz, gerente del Ingenio San Antonio de Viotá del que él y su fami­
lia eran propietarios, se trasladó a la vecina población de Apulo para enviar a
El Tiempo un mensaje que el telegrafista de Viotá se había negado a recibir.
Sáenz denunció el "lamentable ataque de los comunistas contra las autorida­
des y el pueblo de Viotá" y no dejó lugar al equívoco: de un lado, los "comu­
nistas atacan"; del otro, las autoridades, el "personal” de la alcaldía, la poli­
cía, los trabajadores del Ingenio y la población del casco "se defienden” (p.3).
Poco se sabe de estos trabajadores residentes, boyacenses, y de los corteros
del Cauca que venían a las dos zafras del año y también se alojaban en insta­
laciones del Ingenio. La empresa, establecida en 1920, era relativamente
nueva en el entorno (Acero, 2007, pp. 136-40). La pregunta es por qué los
jornaleros de la caña y el proletariado no aparecen, salvo en esta referencia,
y por qué no se solidarizaron con los campesinos rojos.
Lo que sigue de la crónica de El Tiempo, a cargo de su corresponsal en
Girardot, debió inquietar más a los lectores. Decía que en la tarde habían
llegado suficientes refuerzos de tropa y policía a la población, que los comu­
nistas se habían retirado y que había vuelto una calma apenas aparente: "se
considera que esta noche ocurrirán gravísimos acontecimientos pues los
campesinos se están organizando activamente para reanudar el ataque". El
lunes no hubo tal ataque y el martes 2 de agosto en la Cámara de Represen­
tantes, Jorge Eliécer Gaitán, aún de la bancada Liberal, promovió un debate
sobre la situación de los colonos del Sumapaz. Culpó de paso a las autorida­
des por los sucesos de Viotá, los comparó con los que perpetraron la m atan­
za de las bananeras de 1928 y aseguró que los funcionarios habían sido heri­
dos levemente mientras que los campesinos habían recibido trato de
bandoleros (El Tiempo, 2 de agosto de 1932, pp. 1 y 12).
Conviene contrastar estos reportes con el informe de los sucesos que,
dos meses después, presentaron a la Cámara de Representantes dos de sus
miembros comisionados que, contradicen 3a versión de "choques" sucesivos
ofrecida por El Tiempo. Según el informe, el 31 de julio de 1932 era día de
mercado en la plaza de Viotá, como los domingos en todas las poblaciones
rurales de Colombia, y estaba programada una manifestación campesina
conforme a la ley. A las 10 de la mañana aparecieron en las alturas circun­
dantes del pueblo muchedumbres campesinas portando

banderas rojas y de otros colores, de diversos tam años y carteles, uno de los cua­
les decía 'Pedim os pan, tierra y techo para las m adres p roletarias’. Se detuvieron
un buen rato y, a la señal de un cohete, a las doce en punto, em pezaron a b ajar
170 D E UNA PLAZA D E PU E B LO A L O S L IN O T IP O S B O G O TA N O S

por las distintas entradas de la población, donde la policía, con los refuerzos re­
cibidos contaba con once agentes, el com andante y el alcalde (pp. 1 y 12).

Los manifestantes de las haciendas Florencia y Liberta, entre otras, mar­


charon en orden a la plaza por las esquinas noreste y sureste, y los de la ha­
cienda Buenavista por el noroeste, donde se localizaba la Alcaldía:

entraron en colum nas, prim ero de niños, luego de m ujeres y p o r últim o los hom ­
bres, dando vivas al com unism o y llevando ostensiblem ente, adem ás de b ande­
ras y carteles, m uchas arm as como m achetes, cuchillos, hachas y palos que ellos
dicen presentaban como símbolo del trabajo. (...) El señor Pioquinto Rodríguez,
residente en la población y herido de revólver ése día, vio a dos cam pesinos con
escopetas y dos con revólveres. El Alcalde, apostado en la puerta de la alcaldía,
en com pañía del señor com andante de G uardias de C undinam arca (...) observa­
ba el desfile de las mujeres y de los niños que m archaban de a tres en fondo,
dando vivas al comunism o.
Al presentarse la colum na de hom bres, el Alcalde se dirigió de improviso a
su encuentro y los intim ó que no podía e n tra r arm ados; como ellos avanzaran, le
arrebató a uno un cartel y se lanzó a quitarle a José F ranco u n a bandera grande
que llevaba, éste se resistió y entraron en lucha asidos del asta de la bandera. En
estos m om entos un hom bre que portaba un hacha, le tiró con ella al alcalde,
pero no por el filo, sino por e] ojo, causándole heridas contusivas (sic) en la cabe­
za que sangraron abundantem ente en seguida. A pesar de esto, el alcalde no soltó
el asta de la bandera, pero a poco entraron a luchar con él, adem ás del abandera­
do otros individuos y lo derribaron. !
Cuando esto ocurría el com andante de la G uardia de C undinam arca (...) se
dirigió a la m ultitud declarándole que él les dab'a garantías para hacer la m ani­
festación, siem pre que en traran en orden y sin arm as, pero nos decía el señor
Com andante, era tal el alboroto que ya se había form ado, que probablem ente no
le oyeron y entonces se devolvió hacia el grupo de la Policía que com andaba con
el ánim o de ordenarle p rep arar las arm as (...) cuando alguien siguió detrás de él
y le lanzó un m achetazo que lo alcanzó a h erir en la nuca.
El Com andante entró al patio de la casa consistorial, seguido del Cabo Valencia,
a quien tam bién habían herido ya en la boca de u n a pedrada. La m ultitud se es­
taba agolpando a la puerta de la Consistorial, lanzando piedras y esgrimiendo
arm as, (...) En este punto el Cabo Valencia pidió órdenes y el C om andante se las
dio de sacar los guardias que esperaban en el patio y de que hicieran fuego. (...)
el Alcalde, una vez derribado, disparó su revólver repetidam ente {Anales de la
Cámara de Representantes, 27 de septiem bre de 1932, p.435)s.5

5 "Informe que rinde a la honorable Cámara de Representantes la Comisión encargada de


estudiar los sucesos ocurridos en Viotá el 31 de julio de 1932”.
D E UNA PLAZA DE PU E B LO A LOS L IN O TIPO S BOGOTANOS 171

Antes de la orden de hacer fuego y simultáneamente con la trifulca,

los grupos de campesinos de Florencia, Liberia y Ceilán (...) se congregaron en su


mayor parte alrededor de una ceiba de la plaza, donde les dirigieron la palabra,
por algunos minutos, un orador de entre ellos y uno venido de afuera (p. 435).

Algunos manifestantes respondieron el fuego policial con piedras, palos


cuchillos, machetes y, se dijo, revólveres. Después de quince minutos de tiro­
teo, yacían en la plaza tres muertos y 25 heridos, entre los que había dos
mujeres. Todos eran campesinos. Sin embargo, "los campesinos se llevaron a
sus estancias varios heridos de entre ellos, que no quisieron llevar a curar a
la población, por temor de ser aprehendidos" (p. 436). En la cárcel fueron
consignados 40 campesinos, hombres y mujeres, que semanas después se­
guían allí, aunque no se encontró noticia de alguna investigación judicial en
torno a los muertos. La tragedia de la plaza de Viotá revela un aspecto nue­
vo, que es la participación femenina en tres grupos descritos en el informe:
los manifestantes, los heridos y los encarcelados.
Dicho informe también describe con cierto detalle el asesinato de Sergio
Díaz, quien hasta unos días atrás de los sucesos había sido el administrador
de la Hacienda Buenavista. El mismo domingo, en un camino de herradura
lejos de la plaza de Viotá, Díaz cayó mortalmente herido y falleció por las
heridas la semana siguiente en el Hospital de la Hortúa de Bogotá (p. 433):

El 31 de Julio se encontraba en Buenavista, cuando recibió noticia de los aconte­


cim ientos que estaban ocurriendo en Viotá. Para inform arse m ás directam ente
se dirigió a la población a pie. En el camino topó con varios de los campesinos
m anifestantes, que regresaban a sus casas dispersos, después de la lucha ocurri­
da en la población. Al encontrarse con el grupo de campesinos alguno de estos
advirtió a los otros que era Sergio Díaz, y sin m ediar otras circunstancias se lan­
zaron sobre él, le dieron un garrotazo y lo derribaron. Díaz les gritaba que qué
les había hecho para atacarlo, y sin compasión fueron asestándoles machetazos
y golpes con otras herram ientas. Ya gravemente herido, un niño de once a doce
años le asestó una cuchillada (p. 436).

Antes de esbozar una explicación de estos acontecimientos, conviene re­


cordar que desde 1925 la ogt venía tramitando quejas de los arrendatarios y
que mediaba en los conflictos de trabajo. La directriz del pcc era que las ligas
no acudieran a la ogt y negociaran directamente. Con base en escrituras de
notarías de Bogotá, La Mesa y Tocaima fue reconstruido uno de esos pactos,
el firmado entre los propietarios de la hacienda Calandaima y la Liga Campe­
sina del Tequendama en 1930 (Palacios, 1979b, pp. 165-168). El documento
muestra que, sin duda, los arrendatarios de mayor nivel socio-económico (los
"semestrales”) tenían el liderazgo. Recordemos también que habían estallado
172 D E UNA PLAZA DE P U E B L O A LO S L IN O T IP O S BO G O TA N O S

huelgas de corta duración en la hacienda Buenavista en e) año 1930 y en la


hacienda Florencia en 1931, y puede decirse que ya se había formado el re­
pertorio de manifestaciones en la cabecera de Viotá. Entre otras, trascurrie­
ron pacíficamente las del Io de marzo de 1931, el Io de mayo del mismo año
y, unas semanas antes de la que nos ocupa, la del 22 de mayo de 1932. No
obstante,

En días anteriores a la manifestación, circulaba en la población de Viotá, el ru ­


m or de que el intento de los cam pesinos era el de efectuar un asalto a m ano ar­
mada contra la población y bajo esta im presión estaba la autoridad, pues cuando
el día jueves 28 de julio, circularon las prim eras hojas im presas de la Liga cam ­
pesina de Buenavista, invitando a la m anifestación, inm ediatam ente el Alcalde
(...) se dirigió al Ministro de Gobierno y al Secretario de Gobierno de Cundina-
marca, transcribiéndoles el texto de la invitación y agregándoles: ‘Policía activa
captura distribuidores este manifiesto. Urge reforzar G uardia inm ediatam ente.’
Y, en efecto, fueron detenidos varios distribuidores de la hoja. Esta, de la cual
tenemos a la m ano un ejemplar, se limita a enum erar quejas y agravios y a for­
m ular aspiraciones de m ejoram iento de ios trabajadores.
En ningún lugar se habla de incitación a vías de hecho contra nadie ni con­
tra nada. (...) El señor Salomón Castillo, arrendatario de Ceilán, oyó decir al se­
ñor Alcalde Leiva que tenía noticia de que los com unistas iban a hacer una gran
manifestación, que a ella concurrían hom bres de nueve haciendas y que segura­
mente sería una multitud que no iba a caber en Viotá, pero que tuvieran cuidado
que mientras él fuera alcalde no le harían guachafita, que pediría el envío de
guardia armada, y que si era necesario, haría lo de Cortés Vargas en las banane­
ras (p. 434). ’ ■

Pareciera que todavía en 1932 el fantasma de las bananeras recorría el


mapa social y mental del país. Por eso, una enorme manifestación de fami­
lias campesinas marchando en orden hacia una cabecera municipal, enarbo­
lando banderas rojas y carteles proletarios y dando vivas al comunismo en
las goteras de Bogotá, no podía más que inquietar y producir escándalo en
los altos círculos capitalinos.
Ahora bien, un casco puede ser más o menos amigable o más o menos
hostil al campesinado. Lo usual, por ejemplo, es que en un día de mercado
los campesinos lleguen graneados y de madrugada a vender sus productos
para abastecerse de lo indispensable; quizás hagan alguna diligencia; frater­
nicen, se enteren, chismoseen y se embriaguen. El municipio como centro
de mercado es también teatro de sociabilidades campesinas.
¿Qué pensar entonces de unos peones que marchan con su mujeres y ni­
ños a una plaza al medio día, después de misá y en formaciones “de a tres"?
Entendámonos. Los días de elecciones los varones solían irrumpir agrupa­
dos, dando vivas a su partido. Así lo había establecido el repertorio político
D E UNA PLAZA D E P U E B L O A LOS L IN O T IP O S BO GO TA N OS 173

tradicional y así lo esperaban los gamonales. Pero las nuevas formas de poli­
tización que aparecen en el Viotá de los años treinta dividieron a los pobla­
dores, El miedo a la muchedumbre campesina estaba instalado en algunos
sectores de la población y los rumores eran su combustible natural. Que los
directorios municipales de los partidos políticos pidieran permiso para ma­
nifestarse un domingo era cosa de rutina. No era así que grupos de campesi­
nos notificaran a un alcalde que harían una manifestación de protesta. A
esta rareza se sumaba el evidente patrocinio de la hoz y el martillo. En esta
situación no debe extrañar que algunos habitantes del casco vieran armas
mortales en las herramientas de trabajo campesino, de un modo tan natural
como los comisionados de la Cámara de Representantes que no considera­
ron qué tan probable era que unos campesinos fueran a una manifestación
con armas de fuego y acompañados de sus niños. Los habitantes, como el
telegrafista que rechazó a Sáenz, parecieron entender la situación de otro
modo. En las dos versiones del incidente, la de la Comisión de la Cámara de
Representantes y la de El Tiempo, se exhibe la fractura abierta en la sociedad
viotuna: de un lado, los cultivadores del campo; del otro, los habitantes del
casco, azorados y divididos frente a los acontecimientos6. No estamos ante
la brecha civilización/barbarie, así algunos habitantes del casco fuesen pro­
clives a comportarse conforme a los paradigmas culturales de la "superiori­
dad" del orden político y comercial en una sociedad rural. A fin de cuentas
los habitantes de un casco viven de almacenes, tiendas y talleres artesanales
de clientela campesina, y su minúscula capa social que vive de cumplir unas
cuantas funciones de rutina administrativa, política o religiosa.
Además de lo anterior, hay que mencionar que en la tradición política
colombiana los pueblos no han sido fáciles apéndices de las grandes hacien­
das o, dicho de otro modo, las haciendas no han sido ni tan extensas ni tan
poderosas para avasallar el arraigado municipalismo de las cabeceras. Es
posible que el arribo de los políticos movilizadores a lugares como Fusaga-
sugá o Viotá alterara los ánimos, creara expectativas, revolviera tirrias, con­
sejas y prejuicios. Desde la perspectiva nacional, reportajes como los de El
Tiempo hacen pensar en la espesura de una mentalidad oligárquica de exclu­
sión y miedo a las manifestaciones de inconformidad popular. En el libera­
lismo de los oligarcas no había cabida para tolerar el ejercicio de los dere­
chos fundamentales de reunión y de expresión, en caso de que los sujetos
fuesen campesinos inconformes.
¿Qué pasó con el arzobispo de Bogotá? Aparte del telegrama de alarma
el prelado, guardó silencio. Poco antes de estos acontecimientos, en junio,
había condenado (“deploro y repudio" fueron sus palabras) a los senadores
que se negaron a dar un saludo de cortesía al nuncio (La Iglesia. Órgano Ofi­
cial, 1932, p. 178), y en la edición de julio-agosto de la revista de la Arquidió-

‘ Merchán subraya el asunto en (1975, p.I II).


J 74 DE UNA PLAZA DE PU EBLO A L O S L IN O T IP O S BO G O TA N O S

cesis declaró en "entredicho la Iglesia de Chocontá" porque "un crecido nú­


mero de feligreses (...) cometió actos criminosos (...) contra la persona del
párroco" (pp. 200-201). Después mantuvo silencio sobre las agitaciones agra­
rias hasta su "Carta Pastoral para la Cuaresma de 1934”, cuando creyó opor­
tuno manifestar lo siguiente:

nuestra complacencia por las medidas adoptadas p o r el gobierno de Cundina-


m arca para solucionar en forma pacífica los conflictos entre arrendatarios y pa­
tronos, facilitando a aquellos la com pra de parcelas de tierra. Así se provee del
fom ento a la agricultura, que es base de prosperidad, y se pone eficaz rem edio a
las tendencias comunistas. Ojalá se acogiera esta m edida en toda la nación
(1934, p.7).

El pcc siguió apoyando a los arrendatarios. En mayo de 1933, Gilberto


Viera y Luis Vidales reportaron al Comintem que habían encontrado la llave
política de Viotá: la petición de libre cultivo de los arrendatarios de las ha­
ciendas de café que, de pasada, ponía en aprietos a los hacendados modemi-
zadores:

El movimiento campesino ba progresado considerablem ente en el sector de Vio­


tá. Buscamos ahora un frente único con los cam pesinos de Sum apaz, en to m o de
consignas concretas. (...) En Viotá los latifundisfas se m uestran dispuestos a ace-
par todas las reivindicaciones cam pesinas hasta ahora presentadas, excepto la
del LIBRE CULTIVO DEL CAFÉ, (m ayúsculas en el original) Nosotros hemos
com enzado a hacer gravitar la lucha en el cam po precisam ente en tom o de la
consigna de libre cultivo de café, que asesta un golpe a los planes "organizativos”
de los cafeteros y llama principalm ente de la m asa cam pesina (M eschkat y Ro­
jas, 2009, p. 760)7.

Pero poco después, en uno de esos zigzagueos de la búsqueda de “la lí­


nea correcta”, el pcc quitó apoyo a los arrendatarios y los transformó en
blanco de la lucha de clases. Los asimiló a los kulaks que Stalin destruía lite­
ralmente y a todo vapor en la Unión Soviética (1929-1933). Sin embargo, en
diciembre de 1934 la “Resolución sobre el Trabajo del Partido en el Campo"
estableció que la lucha agraria se llevaría en toda Colombia bajo esta consig­
na: "antifeudal y antiimperialista, por la distribución gratuita de la tierra en­
tre los campesinos pobres y medios, confiscando sin indemnizar al latifun­
dio”. Sobre la base confiscatoria podrían desarrollarse las tareas inmediatas:

7Caita de Vieira y Vidales al Buró del Caribe, 19 de mayo de 1933, rgaspi , f. 495, op. 104, d.
63.11. 36-90. Vidales, el prim er director de El Bolchevique, duró unos dos meses en el cargo; fue
retirado discretamente de esa dirección en octubre 1934 y reemplazado por Aurelio Rodríguez,
obrero de Bucaramanga": El Bolchevique, n° 28, 6 de octubre de 1934.
D E UNA PLAZA D E PUEBLO A LOS L IN O T IP O S BOGOTANOS 175

abolición del sistema de enganche, del salario en vales, de los castigos corporales,
de la restricción a la libertad personal; jom ada de ocho horas, descanso dom ini­
ca] pagado y aumento de salarios... (El Bolchevique, 24 de marzo de 1935, p. 4).

La resolución cambió la vanguardia clasista que, de los jornaleros (a ve­


ces se los llamaba “obreros") pasó a los arrendatarios, extraídos ahora del
saco de los kulaks y embutidos al de los campesinos pobres y medios que
habrían de ser los primeros beneficiarios de la confiscación agraria8. Con
una parsimonia que sería habitual, en marzo de 1935 hicieron la autocrítica
y reconocieron "el error de 1933": "Dar la consigna de que los voluntarios
presenten con más insistencia pliegos de peticiones a los arrendatarios que a
los explotadores latifundistas” (El Bolchevique, n° 36).
Del mismo modo que los Liberales y los gaitanistas en Fusagasugá, los
Comunistas fueron recompensados con los votos de Viotá porque supieron
conjugar sus oportunidades en el juego electoral con el hambre de tierra de
los campesinos. En efecto, Gilberto Vieira y Luis Vidales reportan a la ic en
1933, que

en Viotá obtuvimos un éxito político resonante, colocando por prim era vez m a­
yoría com unista sobre el Partido Liberal en una ciudad (sic) de Colombia. Por
sobre la reacción y las maniobras, a pesar de que el carácter de las elecciones
exigía saber leer y escribir, en un m edio cam pesinato (sic) de gran analfabetis­
mo, los cam aradas lograron 480 votos sobre 360 votos liberales y 20 votos con­
servadores. La indignación de la burguesía y los latifundistas la verán reflejada
en el recorte de ‘El Tiempo' que les incluimos (Meschkat y Rojas, 2009, p. 760)9.

En el archivo municipal de Viotá de esos años, que conservaba con ver­


dadera devoción el señor Benigno Galindo, quedó registrado que el tres de
octubre de 1935,

con la concurrencia a la Alcaldía de un grupo com unista, trabajadores de Calan-


daim a, Buenavista, Ceilán, Florencia (Brasil), Palestina y Esperanza inscribieron
a Emilio Pineros (para las elecciones de cabildo municipal) y a Víctor J. Mercbán
suplente, individuo este de antecedentes como agitador reconocido (AMV, 1935).

Éste fue un triunfo político de la vereda sobre la hacienda y de la vereda


sobre el casco, lo que fue un presagio de lo que ocurriría después con la pro­
piedad.

s "Resolución sobre el Trabajo del Partido en el Campo”, El Bolchevique, n° 36, 8 de diciem­


bre de 1934, pp. 6-7, y El Bolchevique, 24 de marzo de 1935, p. 4.
9 Carta de Vieira y Vidales al Buró del Caribe, 19 de mayo de 1933.
176 DE UNA PLAZA DE PUEBLO A LOS LINOTIPOS BOGOTANOS

El Cuadro vu.l da una idea de la situación electoral del pcc . Se destaca la


baja cobertura en el total nacional; la dependencia de unos pocos distritos
rurales, en particular de los del Tequendama; violentas fluctuaciones entre
las elecciones y, lo más importante, el ascenso en los años del "revisionismo”
que, quizás, marcó la posterior desconfianza a participar en las elecciones.
¿Por qué los Comunistas no consiguieron rebasar el localismo del movi-
miento campesino? ¿Por qué la "base roja", claramente establecida a co­
mienzos de la década de 1930, no se expandió o, conforme a la metáfora de
Mao, ¿por qué si Viotá fue chispa no se incendió la pradera colombiana? Las
respuestas se han buscado con insistencia en el frente político: (a) el refor-
mismo liberal que plantó y cultivó la esperanza en el reparto agrario y (b) el
vu Congreso de la ic que

Intentó establecer un Frente Popular y ordenó frenar la agitación de masas, parti­


cularmente después de que el gobierno, reconoció, y aceptó de m odo implícito, la
victoria de los campesinos en la región del Tequendama (Gilhodés, 1972, p. 41).

Gilhodés sugiere que, en una perspectiva revolucionaria, el resultado de


Viotá no podía ser menos desconsolador:

bajo el control del partido com unista em ergió una clase de prósperos granjeros
de clase media, (sic) con sus propias plantaciones cafeteras, granjeros que pagan
sus cuotas al partido, pero que son básicam ente recuperables (ahora en 1968,
diríam os que ya han sido recuperados) p o r la sociedad tradicional (p.45).

En conclusiones algo apuradas Gonzalo Sánchez va en la dirección de


Gilhodés, pero propone dos hipótesis adicionales: (a) que si "la revolución en
marcha" fue burguesa nunca fue democrática, en el sentido de que proyecta­
ra una distribución de la tierra a los campesinos, (b) que La Violencia fue la
respuesta estatal diferida a un campesinado que se había medido durante
dos décadas con un latifundismo que vuelve a tomar la iniciativa, precisa­
mente mediante la represión (Sánchez, 1977, p. 125).
El pcc fue derrotado por el localismo del movimiento agrario, p o r su pro­
pio sectarismo y el de sus competidores. En una remembranza que debió te­
ner algo de autocrítica, Ignacio Torres Giraldo señaló que de 1929 a 1931 las
masas quedaron abandonadas por los organizadores revolucionarios, aun­
que

En el campo, en regiones indígenas inclusive, existían organizaciones todavía


con cierto rigor en 1930, algunas de ellas todavía capaces de sobrevivir a la crisis
(mundial) y actuar con fuerza de masas después de 1933 (...) pero habían sido
desconectadas por las ultim as directivas nacionales del socialismo (Torres, 1974,
vol. iv, p. 183).
C uadro vii .1. V o ta c ió n p o r el pcc , p a r a c o n c e jo s m u n ic ip a le s , 1 9 3 5 - 1 9 4 7
DE UNA PLAZA DE PUEBLO A LOS LINOTIPOS BOGOTANOS
177
]78 DE UNA PLAZA D E P U E B L O A LO S L IN O T IP O S BO G O TA N O S

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DE UNA PLAZA DE PUEBLO A LOS LINOTIPOS BOGOTANOS 179

Debemos subrayar la fragilidad y aislamiento de estas movilizaciones


puestas en una escala nacional. Quizás una sobrevaluación de su cobertura y
fuerza haya llevado a conclusiones idealistas y sin matiz. Volvamos al juicio
de Torres Giraldo:

para una reforma en el campo, así sea fragmentaria, es necesario que exista un
m ovimiento campesino, con base precisam ente en las m asas que m ás la requie­
ren, o sea, en el caso presente, en los campesinos sin tierras. Sin esta condición,
ni Lenin, ni Stalin, harían una reform a de masas en el campo: Cuando López
mira el agro colombiano, sólo existen focos aislados y en general muy débiles de
rebeldía campesina, focos de dirección comunista, cuando el comunismo se halla
desconectado de las masas liberales y conservadoras del campo en casi todo el país
(vol. v, p.7).

Otro dirigente Comunista que, actuando en la organización de Cundina-


marca era muy influyente en Viotá, rememoró el asunto ofreciendo un punto
de vista similar. Dijo que hacia 1936

No había un movimiento agrario de características nacionales que pudiera le­


vantar una resaltante solidaridad, solamente el campesinado de Viotá y el Te-
quendam a, por un lado de la cordillera y por el otro, la región de Sumapaz, pero
esta, todavía no dirigida por el Partido Comunista, sino por un líder intelectual,
Erasm o Valencia (ya fallecido) un luchador anti-Iatifundista pero dentro de una
concepción legalista, con prejuicios anticom unistas que im pedían un acuerdo de
frente único entre los campesinos de las dos regiones por la conquista revolucio­
naria de las tierras (M erchán, 1975, p. 114).

La marginalidad de la tragedia del 31 de julio de 1932 en la historia so­


cial del país y e n la misma historia del pcc dice mucho del conservadurismo
generalizado en un momento de intensa movilización campesina, y abre in­
terrogaciones sobre los límites de la acción de un partido bolchevique en
Colombia, "sección de la ic".

Los L ib e r a l e s : d ev o ció n a la palabra im pr e sa

El modelo ideológico y político de la Revolución rusa fue admirado en am­


plios sectores de la juventud Liberal de la época. No así el modelo organiza-
cional leninista que, con la dictadura de Stalin, causó recelo, aun entre los
Liberales de la izquierda más radical. Estos solían decir que el marxismo, o
Marx, daba cuenta de un sistema de ideas económicas, de un método para
comprender el mundo real. Cosa bien diferente era el socialismo soviético,
sistema político que era dictadura así se llamara "democrática". Con esa sen­
ISO DE UNA PLAZA DE PUEBLO A LOS LINOTIPOS BOGOTANOS

cilla técnica de navegación ideológica los Liberales pudieron cumplir sus ob­
jetivos pragmáticos; ésta nos da una clave para comprender por qué izquier­
distas, incluidos marxístas, terminaron siendo los "intelectuales orgánicos"
de la "república Liberal".
En vísperas de la campaña electoral de 1929 el dirigente Liberal Alfonso
López Pumarejo, un clubman ajeno a los énfasis, modas y gestos de los inte­
lectuales, remozó el sectarismo tradicional. Pasó por alto la reconocida divi­
sión de su partido entre "militaristas" y "civilistas" y etiquetó socarronamente
unas seis variedades de Liberales: reaccionarios, Conservadores, gobiernis­
tas, antigobiemistas, de tendencia socialista y revolucionarios. En este regis­
tro, López era revolucionario sencillamente porque estaba preparado para la
caída inminente del Partido Conservador en la urna electoral, que en aquel
año los observadores más perspicaces veían como algo ilusorio (Tirado,
1986, p. 165)10. Aunque la predicción de López resultara correcta, lo cierto
fue que con Olaya Herrera llegaba al poder presidencial una coalición bipar­
tidista y de independientes, llamada Concentración Nacional. Por esto, la
"revolución Liberal" tuvo que esperar en la amplia antesala que, meticulosa­
mente, le amobló el nuevo presidente.
Los partidos colombianos solían m archar desunidos y en desorden, y los
años treinta no fueron la excepción. Por lo tanto, no debe extrañamos que la
bancada Liberal en el Congreso de 1930, donde todavía era minoría, no pre­
sentara un proyecto legislativo orgánico sobre los temas agrarios. Leemos
iniciativas sueltas de individuos o de pequeños grupos de congresistas. Pue­
den citarse, entre otros, un proyecto sobre “Contrato de concertaje habla de
“patrones” y "amos” y recordaba que "peones conciertos" son "quienes alqui­
lan sus servicios”. Aun así, “todos los amos estámobligados a proporcionar a
sus peones la enseñanza gratuita de leer, escribir y contar..." (Anales de la
Cámara de Representantes, 7 de julio de 1932, p. 35). Otro proyecto se queda­
ba en las nubes de la "protección de derechos a los cultivadores de tierras".
Su autor reconocía que era similar al del senador Salvador Iglesias (1922) y,
como aquel, trataba de resolver "el problema del cultivador que es a la vez
político y económico" (Anales de la Cámara de Representantes, 30 de agosto
de 1932, p. 268). Eduardo López Pumarejo, hermano de Alfonso y colocado
a la derecha de éste, ofreció uno sobre "el fomento de las parcelaciones de
fincas rurales" (Anales de la Cámara de Representantes, 14 de noviembre de
1932, p. 861), y Luis Felipe Latorre (secretario de la presidencia de Olaya)
otro sobre “arrendamiento rural”.
En cualquier caso los Liberales, que desde 1930 manejaban segmentos
importantes de la administración nacional y después de 1931 alcanzaron
mayorías en el Congreso, no estaban dispuestos a perder la oportunidad de
ejercer patronazgo y politizarlo que les brindaba el descontento rural.

10Sobre esta versión, ver Stoller (1995, p. 383).


DE UNA PLAZA DE PUEBLO A LOS LINOTIPOS BOGOTANOS 181

El presidente Olaya Herrera encontró buen apoyo en la revista Acción


Liberal, un medio de difusión y debate ideológico que apareció en 1932. Por­
tavoz de la Casa Liberal de Tunja, pasó a Bogotá y en 1934 se integró a la or­
ganización formal del Partido. Acción Liberal fue el medio de una generación
—o de una ‘‘localización" histórico-social o "conexión generacional"—, es
decir, de un grupo de hombres que alcanzaron los 30 años en la década de
1930 y se sintieron portadores de una nueva cultura en la esfera política co­
lombiana, el periodismo y las letras11. Fueron jóvenes que quisieron anudar
una visión racionalista y positivista, heredera de la Ilustración, a un talante
nacionalista, contrapuesto al nacionalismo católico dominante, conservador
y romántico, y al cosmopolitismo de los Liberales radicales del siglo xix. Cul­
tivaron la concepción del progreso rectilíneo de la sociedad y se juzgaron
progresistas porque, conforme al espíritu de los tiempos, abominaban del li­
beralismo económico12. Un poco más a la izquierda surgió el Grupo Marxis-
ta en cuya cabeza estuvo Luis Eduardo Nieto Arteta, que no dudó en ponerse
al servicio de la causa Liberal (Cataño, 1983, pp. 171-96).
La revolución cultural de Acción Liberal daba a la nación un contenido
nacionalista y popular. Reivindicaba el papel social y político de los artesa­
nos y los campesinos, y buscaba claves colombianas en el escrutinio del fol­
clor, la historia y la arqueología (Stoller, 1995, pp. 389-90). Simpatizantes de
un matiz socialista, refinaron la versión de las "dos Colombias": la una, colo­
nial, atrasada, confesional; la otra, moderna, capitalista y democrática, con­
denada a llevar a cuestas la primera. De este modo hicieron parte del abuso
del “feudalismo", parapeto contra los latifundistas. Proclamándose "Libera­
les izquierdistas”, sustentaron

un programa colombiano para los problemas colombianos. Somos socialistas,


pero no comunistas. El socialismo es heredero legítimo del liberalismo, al decir
de Bemstein, revisionista germano. Como el partido liberal ha sido en todas las
épocas de su historia un partido revolucionario, vincula hoy a sus doctrinas las
tesis del socialismo hacia cuya realización van todos los países. El liberalismo
individualista es ya un absurdo y un contrasentido porque permite el predominio
económico de los más fuertes sobre los desposeídos. (...) En Colombia no puede
realizarse el comunismo porque no existe una diferenciación total entre capita­
listas y proletariado. Los núcleos obreros son todavía reducidos y las masas cam­
pesinas sin tierra necesitan tierra y medios de producción, pero no aceptan, por
tanto, la colectivización de la tierra. La industrialización es mínima entre noso­

11Sobre el concepto de generación sigo a Mannhein (1993, pp. 193-244).


11Sobre el nacionalismo económico, ver Carta de Alejandro López a Jorge Eliécer Gaitán,
Londres. 5 de abril de 1932, que la revista tituló "Ideas del izquierdismo”, Acción Liberal, Año i,
n® 2. junio de ] 932, pp. 55-59.
182 d e u n a pla za d e p u e b l o a l o s l in o t ip o s b o g o t a n o s

tros, y la centralización del capital en pocas manos es apenas en Colombia una


hipótesis13.

Esa izquierda fue acusada permanentemente de extranjerismo. Sus por­


tavoces replicaron que, incluso en el campo jurídico, su producción era neta­
mente nacional. Venga un ejemplo. A su regreso de México en 1933, Julio
Cuadros Caldas se incorporó al grupo. Cuadros había vivido en México des­
de 1909 y tuvo un destacado papel político e intelectual en el agrarismo de la
Revolución. En 1923 publicó un best seller, Catecismo Agrario y al año si­
guiente recibió el ascenso a coronel del Ejército Libertador del Sur. Su inten­
sa actividad de agitación lo convirtió en importante personaje de los círculos
revolucionarios nacionales, amén de las asociaciones campesinas14. En la
Casa Liberal publicó un curioso panfleto, Catecismo Liberal, y en Acción Libe­
ral firmó varios artículos, algunos sobre la Revolución mexicana. Cuadros
dio cuenta de su enemistad con los comunistas en dos obras voluminosas,
una publicada en Puebla y la otra en Bucaramanga, las cuales han sido poco
citadas y ameritan un cuidadoso examen (Cuadros, 1926; 1938). Pero una
historia de Acción Liberal podría dejar completamente de lado a este perso­
naje, lo que confirma la tenue influencia del agrarismo mexicano en la Co­
lombia de los años treinta. La imagen de un México rojo venía, más bien, por
los lados de la Guerra Cristera15. Hombres tan opuestos entre sí como Ger­
mán Arciniegas y Jorge Eliécer Gaitán tuvieron más afinidades y conexiones
con Víctor Raúl Haya de la Torre y su proyecto aprista que, directamente,
con los revolucionarios mexicanos16.
De los primeros números a la edición de ágosto de 1935, Acción Liberal
hizo un notable despliegue de informaciones y ánálisis sobre el latifundismo
p

13El núcleo intelectual del grupo, originario de Boyacá, estuvo integrado por Plinio Mendo­
za Neira, el director, con Darío Samper, y Armando Solano, Germán Arciniegas, Antonio García,
Gerardo Molina, Moisés Prieto, Jorge Padilla, José Mar, Abelardo Forero Benavides, Luis de
Greiff, Eduardo Zalamea Borda, Darío Achurv Valenzuela, Diego Mejía, César Uribe Piedrahita,
Arturo Vallejo y Felipe Lleras, la mayoría abogados, algunos de los cuales venían del bolchevis­
mo de tertulia chocolatera. Todos admiraron la obra de Alejandro López; a este respecto ver
"Liberalismo izquierdista", Acción Liberal, Año ], n° 2, Tunja, junio de 1932, pp, 53-4. Inmedia­
tamente después del editorial citado en la nota anterior venía una carta de Alejandro López a
Jorge Eliécer Gaitán, fechada en Londres, 5 abril de 1932, que la revista tituló "Ideas del izquier-
dismo", en Acción Liberal, año I, n° 2, pp. 55-59.
ME1 personaje espera su biógrafo. Palacios, G. {2000, pp. 431-76); Medófilo Medina no dudó
en calificar a Cuadros de "oportunista de ambigua trayectoria internacional" (1980, p. 199).
15Aquí quiero recordar a Víctor Urquidi quien me contó en detalle su difícil vida de adoles­
cente en el Bogotá de esa época, en razón de ser hijo del Ministro de la Legación de México.
16Por esta época, el movimiento Alianza Popular Revolucionaria Americana (afra ) o apro­
nto, creado en México en 1924 por el peruano Haya de la Torre, se concebía como un frente
amplio de intelectuales, campesinos y obreros que proyectaba un nacionalismo más inspirado
en la Revolución mexicana que en la ideología marxista v reservaba a las clases medias un pues­
to más prominente en la acción política.
DE UNA PLAZA DE PUEBLO A LOS LINOTIPOS BOGOTANOS 183

y las agitaciones agrarias17. La explosiva situación campesina de esos años,


especialmente entre 1932-1934, y las vías de su resolución pacífica e institu­
cional, fueron preocupación central de La Casa Liberal que auspició la Fede­
ración Local de Trabajo de Bogotá. Según sus cálculos, a mediados de 1934
ésta tenía "10 mil obreros en 52 sindicatos y 12 mil campesinos agremiados
en Quipile, Viotá, Analoima, La Mesa" (Acción Liberal, n° 19 de agosto de
1934, p. 868)18. Con la misma celeridad creó el Comité de Sindicalización
Nacional para denunciar la matanza de campesinos (simpatizantes de u n ir )
en la Hacienda Tolima, perpetrados a la semana de la posesión de López Pu-
marejo. Cuando la Liga Campesina de Quipile, sin duda una fortaleza rural
de La Casa Liberal, consiguió reconocimiento y concesiones laborales de los
hacendados, Acción Liberal proclamó que “El despertar de la conciencia re­
volucionaria de las masas campesinas oprimidas por un régimen feudal, es
el síntoma más jugoso de la experiencia liberal...'' (pp. 870-871). Germán Ar-
ciniegas argumentó que la tesis revolucionaria, Liberal, consistía en "esta­
blecer el pequeño cultivo en favor de los campesinos, adquiriendo para el
Estado la propiedad de la tierra”. El campesino podrá tomar un contrato de
arrendamiento vitalicio, heredable. La izquierda Liberal, puntualizó,

no adm ite que se deje en los campesinos la im presión de que ellos valen m ás por
la agitación que por el trabajo, de que basta con que ellos descubran las miserias
{legales, de titulación, m p ) de los patrones, para que el Estado arrebate a éstos las
tierras y las ponga en sus manos, sin que una nueva moral se im ponga como re­
guladora de la vida rural. El plan liberal izquierdista consiste en hacer al Estado
dueño de la tierra para que la dé en arrendam iento a los campesinos. Los cam pe­
sinos sabrán así que tienen deberes sociales y que responderán ante el Estado
constituido para su bien y para coordinar los esfuerzos de la comunidad (Arci-
niegas, 1933, pp. 344-51).

Debe subrayarse que Arciniegas propone el monopolio estatista de la tie­


rra, idea que abolía de un plumazo un principio cardinal del liberalismo oc­
cidental y lo fundamentó con un curioso argumento moralista, quizás opor­
tunista. Esto le sirvió para subrayar, de pasada, que Gaitán y la u n ir , así se
llamaran de izquierda, estaban a la derecha, pues encontraban la solución
de la cuestión agraria en el despojo del terrateniente para darle la propiedad
al campesino.

17 Para sus principales concepciones del problema agrario ver especialmente Acción Liberal,
n° 3 y 4, Tunja, julio-agosto de 1932, pp. 243-58; n° 5-7, Bogotá, septiembre-noviembre de 1932,
pp. 210-40; n° 19, agosto de 1934, pp. 735-89; n° 23, febrero de 1935, pp. 1029 y ss., n° 24 marzo
de 1935, pp. 1085-6; n° 27, agosto de 1935, pp. 1245 v ss. Gaitán se retiró del grupo en 1934,
cuando ya estaba en marcha su experimento de unir .
I!“E1 trabajo frente al latifundio".
184 DE UNA PLAZA DE PUEBLO A LOS LINOTIPOS BOGOTANOS

Pero en últimas quizás lo que interesaba a los de Acción Liberal era lo


mismo que interesaba a todos los Liberales: que la legislación "antifeudal"
tuviera efecto en las votaciones. El asunto así planteado acentúa un cinismo
que no debió existir. El problema era convertir las "masas campesinas” en
conjuntos de electores y, por definición, los electores sometidos a la politiza­
ción Liberal se transformaban en ciudadanos racionales, en seres individua­
les dotados de autonomía. En el terreno, claro está, había que neutralizar
Uniristas y Comunistas y derrotar a los Conservadores, el adversario princi­
pal. Por esto debieron saborear el triunfo de Quipile, un municipio Conser­
vador en 1930 (63.2% de los votos), que en 1935 ya tenía mayorías Liberales
(58.3% de ios votos), o de municipios tradicionalmente Liberales como Ano-
laima, que nunca respondieron electoralmente a Gaitán ni a los Comunistas.
Con todo y las salvas revolucionarias, Acción Liberal empezó a dar su
propio giro en 1935. Sin abandonar la esfera propiamente política, pasó de
lo social a lo estético. De los estudios sobre la función social de la propiedad,
al análisis de la función social del arte. De la defensa de las agitaciones agra­
rias de Quipile, Fusagasugá y el Tequendama, a una inspección metafísica de
la Revolución mexicana, de! aprismo ideológico de las expresiones artísticas
bajo el fascismo europeo. Transición tersa, imperceptible: los hombres de
Acción Uberal seguían en una izquierda angelical y festiva. Cuando a media­
dos de ese mismo año la ic planteó la estrategia mundial de los "frentes po­
pulares", estos quedaron en una posición más cómoda y optimista. Por una
imprevista división del trabajo, pudieron poner más atención a las letras y a
la historia; a la pintura y a la poesía; a la evaluación circunspecta de revolu­
ciones lejanas, sin chamuscar sus alas revolucionarias ni perder un ápice de
esa virtud de hombres que hacían historia al ladÓ de las masas populares. No
sería la primera vez, y su apoyo al siguiente presidente Liberal, Alfonso Ló­
pez —cuya gestión defendieron de los ataques que le propinaban aquellos
conclaves empresariales y terratenientes opuestos a cualquier reforma so­
cial—, los confirmó en la izquierda. Pero, como Olaya, López Pumarejo tenía
la manera de formar su propio equipo de "audacias jóvenes", que también
hablaban de corrido el lenguaje Liberal, progresista y nacionalista.

G aitán caudillo : im pren ta y m ic r ó fo n o

Aunque Gaitán pertenecía a la generación de Acción Liberal y se mantuvo


cerca del grupo, rompió en 1933 cuando quiso hacerse a un electorado pro­
pio sin pagar peajes y fundó la Unión Nacional de Izquierda Revolucionaria,
u n i r , movimiento de vida breve: de octubre de l933 a mayo de 1935. El ambi­

cioso y combativo político bogotano se sirvió de esta plataforma para avan­


zar en una promisoria carrera de caudillo civilista en una época mundial en
que no se cuestionaba, como ahora, el fenómeno caudillista. Abogado, como
DE UNA PLAZA DE PUEBLO A LOS LINOTIPOS BOGOTANOS 185

muchos otros políticos de su generación, a diferencia de ellos se forjó una


sólida carrera en el mercado restringido de la profesión legal y mantuvo la
reputación de ser uno de los más certeros y eficaces penalistas del país. Así,
los laureles universitarios no le sirvieron para depender más del Estado sino
para ser más independiente.
En el punto de transición hacia el nuevo movimiento, Gaitán presentó,
con Fermín López Giraldo, un proyecto de ley que reglamentaba el contrato
de trabajo rural. Una iniciativa relativamente desconocida o relegada en el
análisis, que reviste extraordinaria importancia porque casi siempre la cues­
tión agraria fue y es entendida en la perspectiva de los derechos de propie­
dad de la tierra o de los problemas de tenencia, separada de las relaciones
laborales. Como se verá adelante, el asunto se archivó y el mismo Gaitán pa­
reció desentenderse en una fase posterior de su carrera política. El proyecto
deja entrever un mundo de relaciones consuetudinarias que debía trastocar
la intervención del Estado. Pero, quizás, no había el Estado idóneo para aco­
meter semejante tarea. Tampoco había voluntad política. El pragmatismo
electoral devoraría muy pronto al reformismo.
En la "exposición de motivos" los autores insistieron que el régimen del
trabajo rural en Colombia estaba regulado por

disposiciones comunes de los contratos en materia civil, por incongruentes dis­


posiciones sin alcance de algunas leyes especiales, o bien por ordenanzas de or­
den policivo, que ofenden por lo arbitrarias, y porque en ellas ninguna garantía
se ofrece a) campesino, sino que por el contrario, se le ofende en su simple cali­
dad de hombre. De todas maneras, y en general, se advierte el principio de la li­
bre contratación (que) ha dado por resultado el que no exista una norma de de­
fensa para las clases trabajadoras. (...) Seria obra interminable la de relatar y
describir las corruptelas, injusticias y exacciones de todo orden a que está some­
tido el campesino
El proyecto tiende, precisamente, a corregir lo que en el sentir de los propo-
nemes requiere inmediato y eficaz remedio. (...) El proyecto establece una divi­
sión de los modos de contrato que pueden celebrarse en Colombia, y reglamenta
cada uno de sus aspectos en forma minuciosa, elevándolos a la categoría de dis­
posiciones de orden público, a fin de que no pueda contratarse de otra manera
limitada también de acuerdo con el mismo pensamiento, la gratuita disposición
de los bienes del trabajador. Claramente se explica esta innovación si considera­
mos que al realizarla, el trabajador no sólo compromete sus bienes sino los de su
familia, por la cual ha de vigilar el Estado, como base de su engrandecimiento.
Otras aseguran ciertas libertades de libre siembra, hasta hoy negadas, y que no­
sotros consideramos indispensables al incremento de la producción nacional.
Así en el caso de la libertad para sembrar libremente los artículos que el trabaja­
dor considere más útiles o convenientes (...) No basta proporcionar al campesi­
no los medios de subsistencia. Es indispensable elevarlo como factor humano,
186 DE UNA PLAZA DE PUEBLO A LOS LINOTIPOS BOGOTANOS

proporcionando los medios eficaces, a fin de que tan lógica aspiración no se de­
tenga en el plano de los simples deseos retóricos. E sta tiene que ser obra del Es­
tado; obra ardua, en la cual el obstáculo de mayor resistencia será, en ocasiones
múltiples, el misoneísmo, la rutina, el hábito y falta de aspiraciones del trabaja­
dor (Anales de la Cámara de Represen tan íes, 10 de octubre de 1933, pp. 615-.
620)19.

El articulado, novedoso, debió ser para muchos o una verdadera afrenta


moral o una ilusión desbordada, aunque doctrinariamente estaba en la línea
del ministro Chaux. Clasificaba y reglamentaba diferentes tipos de contratos,
exigía condiciones de higiene, prohibía cepos, multas, aseguraba mínima­
mente al trabajador en caso de enfermedad; establecía la jom ada de ocho
horas; los campesinos no podían obligarse a trabajar en los caminos de las
fincas, pero sí transitarlos libremente. El proyecto no pasó del primer deba­
te, el 18 de septiembre de 1933. Más significativo es que su autor no volvió a
presionar, y así quedó perdido en los Anales y archivos del Congreso.
El 14 de junio de 1934, Gaitán sacó el primer número de su semanario
Unirismo. Debajo del titular de primera plana venía una caricatura del presi­
dente electo Alfonso López, muelón, de frac, extraviado en una carretera es­
trecha y de curvas sobre el abismo. Cargaba un esqueleto cuya calavera de­
cía "Constitución del 86" y le susurraba: "Camina, esqueleto, camina, la vida
comienza mañana"; debajo de la caricatura venía el artículo de fondo, "El
feudalismo en Colombia". Al igual que todos los abogados Liberales, Gaitán
era un experto en abusar del vocablo "feudalismo” que consideraba un agre­
gado de latifundios cum Constitución del 86 aunque —con la excepción de
los arrendatarios de El Chocho, en donde predicó-la expropiación sin indem­
nización ya que no reconocía la validez de los títulos— dio precedencia a la
agitación, organización y defensa política y legal de los colonos, principal­
mente del Sumapaz.
Fusagasugá fue el eje de las campañas del Gaitán agrarista y u nir abrió
una grieta en lo que parecía una trinchera olayista, celosamente defendida
por los activistas de la Casa Liberal. Un hito de esta lucha fue la marcha de
colonos y arrendatarios, encabezada por Gaitán, que partió del caserío Los
Puentes en El Chocho (actual cabecera de Silvania) hacia la plaza de Fusaga­
sugá, y que terminó en un enfrentamiento confuso y sangriento de uniristas
y Liberales, el 4 de febrero de 1934 en que fue ostensible la presencia de la
Guardia Departamental de Cundinamarca. El 6 de febrero el Editorial de El
Tiempo apuntó: “La masacre de Fusagasugá ha sido un incidente desgracia­
damente natural dentro del proceso político que ha venido incubándose en
la que pudiéramos llamar capital del latifundismo cundinamarqués", y criti­
có por igual la "imprudencia” del alcalde y dé Gaitán (El Tiempo, "Los suce­

19 Proyecto de Ley por la cual se reglamenta el contrato de trabajo rural".


DE UNA PLAZA DE PUEBLO A LOS LINOTIPOS BOGOTANOS 187

sos de Fusagasugá", Editorial, 6 de febrero de 1934, p. 6)20. Esta balacera


"natural" sirvió al gobierno de Olaya para ordenar la parcelación de la ha­
cienda, como ya se vio. Es importante puntualizar que el país estaba en ple­
na campaña electoral, menos áspera porque los Conservadores no lanzaron
candidato presidencial y u n ir se presentaba como una alternativa al Libera­
lismo gobernante. La misma masa humana que un día formaba una impo­
nente marcha campesina antilatifundista, al siguiente se trasformaba en
agresiva muchedumbre electoral. El incidente reiteró el estereotipo de una
profunda brecha política entre el casco y las veredas. El Tiempo anunció que
los "campesinos de Fusagasugá amenazan toma de la población" y, al día si­
guiente, que los "campesinos de Viotá han dado apoyo a los de El Chocho" y
"tienen el propósito de atacarla población" {El Tiempo, 6 de febrero de 1934,
pp. 1 y 14; 7 Febrero 1934). Los problemas de la parcelación quedaron sub­
sumidos en las dinámicas uniristas como debió denunciarlo el mismo Gai-
tán {Unirismo, n° 10, agosto de 1934, p. 4).
Los notables del Liberalismo fusagasueño dejaron constancia de su abo­
rrecimiento a Gaitán en dos periódicos locales: La Lucha. Órgano de la Ju­
ventud Liberal (1933 y 1934) y Tribuna Liberal. Periódico Independiente. (1935
y 1936)21. En sucesivas ediciones del primer semestre de 1936, cuando Gai­
tán ya se había reincorporado a la bancada Liberal en el Congreso, Tribuna
denunció una vez más el "veneno comunista", mostrando preocupación elec­
toral más que rencor clasista. Lamentándose del saldo de los comicios de
1936 apuntó que

los electores de los campos... im buidos de comunismo, socialismo y marxismo


que heredaron del doctor Gaitán, (...) consiguieron un resultado m ás allá de lo
previsto, de suerte que se im pone la exclusión del comunism o que ha querido ser
am o de la región (Tribuna Liberal, Fusagasugá, n° 12, 6 de enero de 1936 p. 1 n°
30, 14 de junio de 1936 p. 6).

Las soluciones agrarias de Gaitán, empacadas en ese tono moralista del


positivismo de la escuela italiana de criminalística de la que fue reconocido
divulgador en Colombia, se encaminaban a destruir legalmente los latifun­
dios improductivos y erigir una sociedad de pequeños propietarios indepen­
dientes. Su reforma agraria, conforme al canon Liberal de la época, se limi­
taba a resolver los problemas de titularidad. Por esto llama la atención una
entrevista de Unirismo al presidente de México Lázaro Cárdenas:

20Sobre las versiones del incidente ver. El Tiempo, 4 de febrero de 1934, pp. 1 y J2.
21 Ver por ejemplo La Lucha, n°l, 1 de julio de 1934, p. 1; n° 10, 16 de agosto de 1934; n° 20,
25 de noviembre de 1934.
188 DE UNA PLAZA DE PUEBLO A LOS LINOTIPOS BOGOTANOS

Siempre he sostenido —dijo el General— que sólo armando a los elementos agra-
ristas que han sido, son y serán el baluarte firme de la Revolución se les podrá
capacitar para que sigan cumpliendo su apostolado, en vez de continuar siendo
víctimas de atentados como ocurre en toda la República. Entregué a los campesi­
nos el ‘mauser' con el que hicieron la Revolución para que la defiendan, para que
defiendan el ejido y la escuela Wnirismo, n6 36, 21 de febrero de 1935, p. 6).

Quizás el caudillo bogotano quería advertir a la clase dirigente que la in­


flexibilidad con la reforma agraria y la lentitud en la construcción y dotación
de escuelas rurales podrían abrir las compuertas al "mauser". Pero también
mostraba á los Comunistas, que lo atacaban sin cuartel, que había en oferta
otros modelos revolucionarios, más afines a las idiosincrasias nacionales.
Gaitán no solfa responder esos ataques sino de manera oblicua como cuan­
do publicó con gran despliegue una entrevista que Anita Brenner, la conoci­
da escritora e intelectual norteamericana ligada a los pintores mexicanos de
izquierda, había hecho a León Trotsky en Francia (Unirismo, n° 9, 9 de agos­
to de 1934, pp. 1 y 2)n .
En claro contraste con El Bolchevique, rígido en su formato (traía inva­
riablemente una sección indígena y una venezolana) y plagado de jerga, el
periódico de Gaitán tenía más páginas, algo de propaganda comercial y se
marcaba por el fuerte acento personalista y el apetito electoral. Aparte de
sectores populares como los estibadores del río Magdalena, se dirigía a las
clases medias de taxistas, inquilinos, tenderos y artesanos de Bogotá. Sus
constantes reportajes sobre conflictos agrarios eran más sueltos y frescos, y
cubrían aspectos de higiene pública; despotism'o cotidiano de los mayordo­
mos coludidos con la Guardia de Cundinamarcb;- mala fe en las romanas o
básculas de las haciendas que convertían una anbba de 25 libras en 40 libras
para estafar a los cosecheros, y la inseguridad jurídica permanente de los
trabajadores rurales, “víctimas del capitalismo absorbente”.
En la década de 1930 Erasmo Valencia y Gaitán hicieron dueto en el $u-
mapaz y machacaron sobre las condiciones oprobiosas de los jornaleros, co­
lonos y arrendatarios. Al apoyo y participación de Gaitán, en unir o en el
Partido Liberal, y a las incesantes actividades de Valencia y el pan se debe la
adjudicación de parcelas a los colonos del Alto Sumapaz, la parcelación de
El Chocho, la fundación del municipio de Silvania y el empuje inicial de los
movimientos campesinos de Pasca, Cunday e Icononzo. La elocuencia y ca­
pacidad de trabajo convirtieron a Gaitán en personero de los colonos y a ese
título participó activamente en la comisión redactora del proyecto que, con
los años y después de significativas alteraciones para moderarla, sería la Ley
200 de 1936 (Villaveces (ed.), 1968, pp. 74-77; 114-14 J). En 1936 Gaitán cam-

Ji Entrevista a Añila Brenner.


DE UNA PLAZA DE PUEBLO A LOS LINOTIPOS BOGOTANOS 189

bió tácticas. Su activismo agransta fue cediendo ame consideraciones de


movilización populista en un plano más urbano y más nacional.
Precisamente cuando los debates en el Congreso de la ley agraria llega­
ban a su tramo final, en 1936, se reunió en Medellín un Congreso Sindical
Nacional que abocó el problema de la tierra y en la sección sobre el “Carác­
ter de las luchas campesinas" propuso una clasificación del campesinado
muy diferente de la Comunista y, en el fondo, afín con la Liberal:

a. Los colonos eran considerados el principal grupo del campo cuya aspiración
era ser propietarios. Estaban organizados en la Sociedad Agrícola de la Co­
lonia de Sum apaz, bajo el liderazgo de E rasm o Valencia, que contaba con
seis secciones distribuidas en Cundinam arca, Bovacá, Tolima, Huila y
M eta23. Con base en la Ley 74 de 1926 sobre colonización y parcelación de
latifundios,la Sociedad había em plazado al Gobierno a efectuar el reparto
inm ediato de la tierra "aunque hasta la fecha han logrado arrebatar a los la­
tifundistas cerca de 700.000 hectáreas en Bogotá, Pasca, Arbeláez, San Ber­
nardo, Pandi, Icononzo y Cunday". Cifra bastante infiada.
b. Los arrendatarios que se lim itan, "las más de las veces”, a rebajar las obliga­
ciones, m ejorar la alim entación y las condiciones de la jom ada laboral. Los
describe com o "poco organizados y por tanto muy fluctuantes" y sugiere que
no aspiran a la tierra.
c. Los pequeños propietarios, que tienden a “copiar todos los defectos y abusos
de los grandes terratenientes" y viven en pleitos de linderos y servidum bres
(Claridad, n° 152, 30 de septiem bre de 1936).

Los resultados de la elección presidencial de 1946, en la que Gaitán fue


candidato, demuestran que había dejado huella en la memoria colectiva de
las veredas y cascos del Sumapaz. Su influencia era notable no solo en las
zonas cafeteras del Sumapaz, especialmente en Fusagasugá y Cunday, sino
en varios municipios del Tolima donde cundía el descontento campesino:
Ibagué, Armero, Fresno y Chaparral en el sur.

!J Digamos de paso que Juan de la Cruz Varela haría sus primeros pinitos políticos en la
Sociedad, su escuela política que lo llevaría a ser uno de los líderes agrarios más importantes de
Cundinamarca y el oriente del Tolima de la década de los cuarenta a mediados de la del sesenta.
Ver su "Carta al presidente de la República” en Claridad, n° 156, 2 de abril de 1937, p. 3 en la que
denuncia con respeto y buena escritura la violencia y arbitrariedades en la hacienda El Palmar
de la Compañía Cafetera del Tolima. Rocío Londoño Botero ofrece un aspecto de la semblanza
del dirigente en "Cómo leyó Juan.de la Cru2 Varela?”, Análisis Político, n° 15, enero-abril de
1992. pp. 100-130.
190 DE UNA PLAZA DE PUEBLO A LOS LINOTIPOS BOGOTANOS

EL EMBELECO DEL "FRENTE POPULAR"

Siguiendo la directiva del Comintem de 1930, el pcc rompió con los Libera­
les y pasó a tildarlos ya de “pequeñoburgueses”, ya de "terratenientes bur­
gueses", o sencillamente de "fascistas", como el presidente Olaya. Todavía en
1934 el pcc consideraba que no había lugar en Colombia para las alianzas de
clase con una burguesía

que representa los intereses de la industria ‘nacional’, (que) ha nacido no en la


lucha con el feudalismo y el im perialismo, sino adherida al feudalism o y plasm a­
da por el im perialismo (El Bolchevique, 15 de septiem bre de 1934, p.4).

Afirmaba en 1934 que por fuera del marxismo-leninismo se corría el ries­


go de caer en la trampa mortal de un programa "nacional-reformista", como
le había pasado a u n ir y a la Casa Liberal24. Hay que recordar que, al igual
que el Partido Comunista del Perú, el colombiano, en plena gestación, había
conocido el aislamiento y algo de represión por su oposición doctrinaria a
"la guerra de Leticia" (Treinta años de lucha, 1960, pp. 27-8). Como los Co­
munistas peruanos con el aprismo, los colombianos se ensañaron en Gaitán:
"seguidor del socialista burgués italiano Ferri"; "abogado socialistero”; "so­
cialista feudal", y "socialista pequeno-burgués" Bolchevique, n° 27, 29 de
septiembre de 1934 y n° 28, 6 de octubre de 1934, p. 4). El programa de UNIR
era "demagógica obrerista", "aldeanista", un “nuevo espécimen del Partido
Liberal terrateniente-burgués” (n° 24, 8 de septiembre de 1934, p. 4); salía de
la mezcolanza de "revolver el materialismo científico con el socialismo llo­
rón". Cuando Gaitán pedía repartir los baldíos a ios colonos y un fuerte Esta­
do intervencionista, apuntaban que

no se refiere a las diferentes capas del cam pesinado y m enos aún a la m asa fun­
dam ental de cam pesinos pobres y m edios si no a la delgada tela de kulaks, es
decir a los grupos de burguesía agraria que podría beneficiar una ley de crédito
(n° 31, 27 de octubre de 1934, p.4).

Según la autocrítica de 1960, la trayectoria "sectaria" cambió en 1935


cuando el pcc convirtió los abominados enemigos de ayer, los social-demó-
cratas —cuyo equivalente colombiano era el Partido Liberal que marchaba
hacia el fascismo—, en los amigos del "Frente Popular" y en la Segunda Gue­
rra Mundial, después de la invasión alemana a la URSS, en los aliados de los
"Frentes antifascistas".

24 Sobre u n i r , ver El Bolchevique, n° 25, 15 de septiembre de 1934, p.4 y sobre La Casa Libe­
ral, n° 19,4 de agosto de 1934, p. 2.
DE UNA PLAZA DE PUEBLO A LOS LINOTIPOS BOGOTANOS 191

Pero en este punto los Liberales colombianos, mirándose quizás en el


espejo español y en las calamitosas consecuencias de un "Frente Popular",
no entraron al juego. Eduardo Santos, presidente de la Dirección Liberal Na­
cional, notificó a Ignacio Torres Giraldo, secretario general del p c c , el rotun­
do rechazo a participar en una coalición política de esa naturaleza. Socarro­
namente le recordó que

en ocasión mem orable el Dr. Alfonso López dijo que (en Colombia) no se justifica
la creación de un Frente Popular; no la reclam an las realidades políticas ni exis­
ten las circunstancias que le han dado origen y explicación en ciertas naciones
europeas25.

Es indiscutible que los Comunistas ensayaron romper las creencias y la


sensibilidad bipartidistas para sentar las bases más duraderas de un tipo de
acción política que se proponía la revolución proletaria. Abrieron baterías
clasistas contra los hacendados del Tequendama, en particular los de Viotá,
Liberales en su mayoría. Al identificar Liberalismo con “terratenientes feu­
dales", el pcc diseminó las semillas de una posible conciencia de clase entre
el campesinado, al estilo de estas coplas tituladas El recuerdo de mi escopeta:

Los liberales con plata


son más godos que Peñuela
asesinan como el lobo
Juan Vicente en Venezuela.
Para subir al poder
ofrecen “huevos"y “leche"
y un paraíso de “flores",
Pero son tan hambreadores
como los godos de ayer.
López Fraude, en sus arrestos
para salvar los patrones,
nos ha cargado de impuestos
que se chupan de sus puestos
en cuadrilla de malhechores.

35 Carta de E. Santos a 1. Torres Giraldo, 10 de diciembre de 5936, trascrita en Cuadros


(comp.) (1937, pp. 119-28). Un reporte británico subrayó que, en efecto, el presidente López
había calificado el Frente Popular de “planta exótica en Colombia" y que el Frente Popular tenía
alguna presencia aunque reducida a Bogotá y Medellín. pro/fo 371/19776, Mr. Paske Smith to
Mr. Edén, Bogotá, 2 de octubre de 1936, pp. 8-12.
192 DE UNA PLAZA DE PUEBLO A LOS LINOTIPOS BOGOTANOS

Ahora que estoy pensando


que los ricos son iguales,
recuerdo de mi escopeta
que le di a los liberales.
Juan Pueblo
(El Bolchevique, Bogotá, n° 45, 16 de febrero de 1935 p. 2)

Sin embargo, la afinidad del pcc con la versión Liberal de la historia co­
lombiana y las restricciones que se autoimpuso para tener en pie el espanta­
pájaros del Frente Popular y luego la alianza antifascista, lo orillaron a ser
aliado menor de los Liberales en un trayecto de diez años (1935-1945). En
esa imaginada alianza con el Partido Liberal se diluyó la estrategia clasista y
contra el bipartidismo. En las cañadas y bosques de las haciendas de Viotá
proliferaban reuniones clandestinas de las que salían ligas y secciones sindi­
cales bautizadas con los nombres de los héroes Liberales del siglo xix. El
mascarón "Frente Popular" requería una estrategia política, y ésta un conte­
nido de clase. Así surgió la necesidad de inventarse la burguesía "antifeudal
y antiimperialista"; en esta operación pareció ocurrirles lo que al señor Jour-
dain: hablaban en Liberal sin saberlo, enfermedad agravada por el "obreris­
mo", "revisionismo" o "brawderismo" de 1941 a 1947, años en que el pcc
pasó a llamarse Partido Socialista Democrático y mejoró un poco sus ma­
gros resultados electorales. '
C apítu lo v in
LA COMPOSTURA DE LA LEY 200 DE 1936

Si la historia humana siguiera un curso lógico, el Congreso colombiano hu­


biera aprobado una ley agraria comprehensiva en 1933 o 1934, cuando las
agitaciones alcanzaron su pico, los Liberales eran mayoritarios en el Congre­
so y el Gobierno de Olaya parecía dispuesto a marchar en la dirección refor­
mista. Pero, gracias en parte a las parcelaciones, en 1934 habían empezado a
ceder las agitaciones rurales de Cundinamarca y 1935 fue un año relativa­
mente tranquilo en el frente social en todo el país. Ése mismo año fracasó el
movimiento electoral independiente de Gaitán y la ic cambió de línea políti­
ca mundial de modo que los Comunistas colombianos se moderaron con mi­
ras a formar un "Frente Popular" con los Liberales. Pese a todo esto el orden
social requería una ley agraria que diera seguridad jurídica a la titulación de
las tierras, puesta en entredicho por sentencias de la Corte Suprema de Justi­
cia, como ya se vio. Este es el contexto en el que deben analizarse las peripe­
cias de la legislatura de 1936.
Quizás no haya nada memorable ni en el proceso legislativo que llevó a
la Ley de Tierras, ni en el admirable Congreso Liberal del año 361. Quizás,
como se insiste, el episodio de la ley agraria fue algo meramente anodino. El
senador Gerardo Molina, el único Socialista declarado de la corporación, lo
dejo claro en una breve intervención en los debates del proyecto:

Algunos oradores han dicho que este proyecto es liberal y no marxista; eso es
evidente. El proyecto es liberal y menos que liberal, pues en otras partes el libe­
ralismo ha ido más lejos; en Europa, por ejemplo, a raíz de la guerra, la reforma
agraria se hizo por el procedimiento directo de expropiar el latifundio para re­
partirlo; y fue una reforma liberal. Aquí no nos hemos atrevido nosotros a seguir
ese camino, y por eso hemos tomado un método indirecto, el de la extinción de la
propiedad por el no cultivo, procedimiento tardío, demorado y poco científico
que, como se verá, con el tiempo, no tendrá eficacia. Quiero tranquilizar a los

1Un estudio del proceso legislativo exigiría, naturalmente, escudrinar, en primer lugar, los
Archivos del Congreso. Para los propósitos de este estudio fue suficiente la consulta de los dos
tomos de la compilación de Marco A. Martínez Régimen de tierras en Colombia (1939), que
recogen casi todos los debates tal como aparecieron en los Anales del Senado y de la Cámara de
Representantes. Las noticias, a veces extensas, que aparecieron en )a prensa capitalina o de las
provincias, fueron más bien esporádicas y de oportunidad. Lo mismo puede decirse de las pocas
notas editoriales.

193
194 LA COMPOSTURA DE LA LEY 200 DE 1936

elementos nerviosos del Senado, diciéndoles que a lo largo de esta iniciativa ju rí­
dica no se encuentra ningún atisbo de socialismo (M artínez, 1939, p. 294).

Con el beneficio de escribir expost podemos señalar un momento de in­


flexión, de fracaso reformista. Detrás de la fraseología, el Liberalismo pare­
cía agotado. El problema de la tierra quedaba sepultado en la "cuestión jurí­
dica" de la res nullius. Perdía centralidad al desligarse del proyecto de
ampliar la ciudadanía en un país en el que campeaba el espíritu obcecado,
esencialista, de jerarquías sociales y funcionales eternas, hispánicas; el país
del conservadurismo político e ideológico que todo lo invadió desde la derro­
ta Liberal en 1902. Peor aún: el retomo del sectarismo por la vía de la "revo­
lución en marcha" hizo de la ciudadanía un problema inextricable de la cé­
dula electoral, de suerte que los lugares de la protesta campesina entraron a
la candente discusión de las circunscripciones electorales. En suma, la solu­
ción de la cuestión campesina quedó circunscrita a reforzar el compuesto
viscoso que en otra parte denominamos “legitimidad y violencia”.
En 1936 los Liberales ganaron legislando tibiamente. Sin embargo, hay
que subrayar el momento de cambio social y estatal que atravesaba el país.
Por las referencias que ya se hicieron, parece que todos los dirigentes e inte­
lectuales “orgánicos” del Liberalismo colombiano se contentaron con sacar
del limbo a una clase social "independiente", el campesino propietario, una
especie de equivalente del mestizo del período colonial tardío y los albores
de la República. Bastaría otorgar el “don” a los cabezas de familia que, en
este caso, sería el saneamiento legal de los pequeños predios rurales. De allí,
pues, la importancia de la “superestructura". Eso lo sabían muy bien los
Conservadores, en especial los antioqueños, atrincherados en la fn c y en la
Caja Agraria, ;
¿Qué ganaron los Liberales? En el corto plazo, estabilidad y respiro. En
el mediano plazo, obtuvieron el prestigio de un partido popular, representa­
tivo de las causas sociales, algo que se comprueba fácilmente en el registro
electora] y, para nuestros propósitos, en el registro historiográfico. Los cam-
pesinistas Conservadores señalaron la pertinencia del sistema de crédito ru­
ral y la parcela cafetera como pruebas evidentes de lo limitadas que eran las
reformas Liberales de 1936 que, bien podían reducirse a mucho ruido y po­
cas nueces. Los Comunistas perdieron la iniciativa política, congelaron la
lucha de clases, preservaron la organización pequeña y cerrada. En 1948,
una vez desaparecido Gaitán, su gran competidor, penetraron el movimiento
de los colonos del Sumapaz. ¿Ganaron los campesinos? Poco, como argu­
mentamos en la sección final de este capítulo y en el epílogo.
LA COMPOSTURA DE LA LEY 200 DE 1936 195

Los L ib e r a l e s e n plan d e leg isla d o r e s

En el Mensaje a la Legislatura de 1932, Olaya Herrera había anunciado que,


ante la presión social de los colonos,

se estudia la posibilidad de parcelar otras tierras de que es dueña la Nación y que


a ella no le producen beneficio alguno. (...) y se estudia un decreto de reversión
de los baldíos en que el adjudicatario no ha dado cumplim iento a sus deberes.
(...) en la mayoría de los casos esas tierras se encuentran ocupadas p o r colonos
de pequeñas extensiones de cultivo, a quienes generalmente se mortifica con
am enazas de despojo (M artínez, 1939, p.7).

En 1933 el Ministro Chaux fue explícito en reconocer un problema de la


res nullius. Puso de ejemplo el “aparcam iento de pruebas del derecho de
dominio” y reiteró que "por las revoluciones, descuido, desorganización y
saqueos", los títulos de propiedad no habían sido bien conservados en las
notarías y oficinas de registro. El resultado: "sustitución de títulos, falseda­
des, mutilaciones, ampliaciones de linderos propios" (Ministerio de Indus­
trias, 1933 p. 109). En mayo de 1933 el presidente nombró una junta para el
estudio y solución legal del problema, conformada, entre otros, por los Mi­
nistros de Industrias, José Francisco Chaux, de Hacienda, Esteban Jarami-
11o, y los políticos Luis Felipe Latorre (secretario del presidente) Rafael Esca-
llón y Jorge Eliécer Gaitán. De este modo, en su Mensaje a la Legislatura de
1933 Olaya Herrera precisó que la cuestión agraria se reducía a resolver "la
propiedad de terrenos cultivados por gentes que alegan la calidad de colonos
de tierras baldías y que otras personas reclaman como de su propiedad"
(tomo I, p. 9).
La iniciativa presidencial produjo intensos debates en la Cámara de Re­
presentantes. Un grupo de congresistas, encabezado por Carlos Lleras Res­
trepo y del que hacían parte varios miembros de Acción Liberal, presentó un
proyecto de ley "sobre expropiación de tierras y régimen de propiedad agra­
ria”, anticipándose al que presentaría el Gobierno (Anales de la Cámara de
Representantes, 22 de agosto de 1933, pp. 139-42)2. Del proyecto se des­
prende claramente que la expropiación estaba consagrada en la Constitución
de 1886 (art. 32) y en la reforma constitucional de 1910. En muchos sentidos

- El proyecto aparece firmado por Carlos Lleras Restrepo, J. V. Combariza, Moisés Prieto,
Plinio Mendoza Neira, Germán Arciniegas, Hernán Gómez C., G, Peñaranda Arenas, Jorge Urí-
be Márquez, Mariano Jaramillo, Alberto Camacho Angarita, Edgardo Manotas W., Emilio Jara-
millo, Guillermo Londoño M., B. Velasco Cabrera, Mario Ruiz C., Diego Luis Córdoba. “Los fir­
man por considerarlo buena base de discusión", Edilberto Escobar y Alirio Gómez Picón. Para
el contexto político de los debates, ver la versión de uno de los protagonistas, en Lleras Restre­
po, Crónicas 1 (1983, pp. 65-75).
196 LA COMPOSTURA DE LA LEY 200 DE 1936

este provecto enfocaba el tema desde una perspectiva de reforma agraria,


excluida de los proyectos de Olaya y del posterior de López Pumarejo. La
exposición de motivos del proyecto disidente subrayaba:

Partimos de la base de que, ya a virtud del sistem a de trabajo por medio de arren ­
datarios o aparceros, ya a causa del trabajo de colonos sobre tierras ajenas, se
encuentra incorporado a tierras de propiedad privada, en vastas regiones de]
país, un valor que representa el esfuerzo de innum erables trabajadores, y que
encam a un interés cuya oposición con el de los propietarios titulares de la tierra,
es el origen indiscutible de la m ayor parte de los conflictos agrarios (p. 142).

A los pocos días, el 30 de agosto de 1933, Chaux presentó al Congreso el


proyecto del Gobierno que comenzaba con la definición del ager publicas
hispánico y nacional, es decir, del Estado propietario eminente. El proyecto
entró en las rutinas y protocolos del Congreso, y Carlos Lleras Restrepo ter­
ció de nuevo con un proyecto de ley sobre régimen de propiedad agraria,
moderadamente inclinado hacia la izquierda, que contenía las ideas embrio­
narias que más tarde desarrollaría en la Ley 165 de 1961, y en los decretos y
leyes posteriores que la complementaron. Reconocía expropiación con in­
demnización y estipulaba el tamaño de la explotación expropiable; se expro­
piaban las mejoras', se promovía la asociación de arrendatarios en entidades
con personería jurídica y se proponía un método relativamente rápido para
lograr la expropiación (Lleras, 1934). Sin embargo, el proyecto del Gobierno
seguía su curso. Aunque el pliego de modificaciones que introdujo la Cámara
de Representantes en diciembre de 1934 lo dfejó en pie, Olaya terminó el
mandato sin conseguir su aprobación. ’ *
En el clima de polarización partidista y agitación social de 1934 llegó a
la presidencia el ex banquero Alfonso López Pumarejo, hijo de banquero,
nieto de sastre. En cuestiones de economía política antepuso el banquero li­
brecambista al sastre proteccionista. Desde su ingreso a la actividad parti­
dista descolló por el pragmatismo del hombre de negocios y, por lo tanto, fue
indistintamente antigobiernista y gobiernista. Pero ahora aseguraba que el
éxito de un partido político dependía de saber inyectar mística a las bases
populares. Por esto llamó a la "revolución en marcha" y decidió terminar sus
intervenciones políticas con tres vivas rituales al Partido Liberal. Al tomar
posesión del cargo subrayó que asumía la tarea de "movilizar intelectual­
mente a las masas" y “sacudir la estructura ideológica de República con vi­
gor”.
Advirtió, empero, que nunca invitaría al pueblo a salirse de los cauces
pacíficos porque después de 1929 "aprendimos que hay una dócil y espontá­
nea facilidad en la democracia colombiana para hacer las revoluciones sin
violencia” {La Política Oficial, 1935-1939, vol. i, p. 32). El saludo que recibió
fue una matanza de 13 campesinos inconformes en la Hacienda Tolima en
LA COMPOSTURA DE LA LEY 200 DE 1936 197

las goteras de Ibagué. El suceso tuvo amplia difusión en la prensa de izquier­


da, produjo una enérgica respuesta del gobierno y, en sus ataques a u n ir , los
Comunistas sacaron a luz el chocante legalismo del caudillo:

y ahora Jorge Eliécer Gaitán, el que impide que los campesinos se arm en para
defender sus derechos (...) quiere encaram arse como siempre sobre los cadáve­
res de los cam pesinos caídos para capitalizar en su provecho la sangre derram a­
da (El Bolchevique, n° 20, 18 de agosto de 1934, pp.1-4)3.

Las transformaciones que defendían López y las mayorías Liberales pa­


saban, como vimos, por acotar legalmente el absolutismo de la propiedad.
Sin embargo, en el mensaje a la legislatura de 1935 el presidente subrayó
aspectos consagrados en el cc (art. 762 y 981) sobre la posesión del suelo y
su prueba que, por supuesto, podían estar en contradicción con los atributos
del poseedor inscrito:

La propiedad, tal com o la entiende el Gobierno, no se basa únicam ente en el títu­


lo inscrito sino que tiene tam bién su fundam ento en la función social que desem ­
peña, y 3a posesión consiste en la explotación económica de la tierra p o r medio
de hechos positivos de aquellos a que sólo da derecho el dominio, como la plan­
tación o la sem entera, la ocupación con ganados, la construcción de edificios, los
cercam íentos y otros de igual significación (M artínez, 1939, tom o II, p. 14).

En vano se buscará aquí algo parecido a una extirpación de "remanentes


feudales". El intento se limitaba a salir del enredo que representaba la figura
de la "posesión inscrita" del cc. Al mismo tiempo el Gobierno fue enfático:
por injustas que pudieran ser las situaciones en el terreno mismo, no avala­
ría nunca ni el motín campesino, ni el uso de la ametralladora estatal contra
los campesinos inconformes:

Algunos dueños de fundos al observar la agitación, m uchas veces justificada,


otras injusta, pero explicable, solicitaron del E stado las arm as del orden público
para lim piar el título de propiedad o la tierra m ism a de ideas peligrosas. La ley
ordenaba dárselas en obedecim iento a las sentencias de los Jueces, y colocar al
Alcalde com o agente de la reacción. Al juicio de lanzam iento debía seguir la
am etralladora para ev ita rla resistencia. Mi Gobierno advirtió que no era ese su
criterio, ni ante el cam pesino desalojado, ni ante el colono de buena fe que inva­
dió predios sin cultivar suponiéndolos baldíos. No quiero hacerm e instrum ento

3 Ver Vnirismo, n° 10, 16 de agosto de 1934, pp. 1 y 8; un año después y a raíz de la revisión
de títulos que piden "los colonos de Hacienda Tolima”, el periódico Claridad, n° 14], ] 2 de agos­
to de 1935, recordó la masacre.
198 LA COMPOSTURA DE LA LEY 200 DE 1936

de la injusticia aunque la injusticia estuviera consignada en las disposiciones de


los códigos (La Política Oficial: mensajes, n, 1935-1939, p. 55 y p. 57).

Aunque la agitación agraria no cedió en todos los municipios o veredas


por igual, los observadores hablan del "frenazo de 1935” (Gilhodés, 1972,
p.38). Como se vio, en ese año se apreciaban distintos esfuerzos combinados
de parcelación de haciendas y “colonización dirigida”, impugnados por la
oposición de izquierda. De su lado y en el momento del "frenazo”, el Gobier­
no envió un mensaje al Congreso remitiendo un nuevo proyecto "sobre régi­
men de tierras" elaborado por una junta integrada por los Ministros de Go­
bierno, Industrias y Trabajo, Darío Echandía y Benito Hernández Bustos; los
magistrados de la Corte Suprema de Justicia, Eduardo Zuleta Ángel (Conser­
vador) y Antonio Rocha; el jefe de la Oficina de Baldíos, Guillermo Amaya
Ramírez(Conservador), y Alfonso López Michelsen, hijo del presidente de la
República y quien elaboraba una tesis sobre la posesión para la Universidad
de Chile4.
Después de la parcelación de El Chocho, en 1934, el Unirismo declinó
electoralmente y el Partido Liberal no tenía que atender clientelas de arren­
datarios organizados. En su agenda ganó preeminencia el conflicto de los
baldíos, por el cual se había decantado el proyecto de 1933. En 1934 parecía
evidente que el problema no se resolvería con medidas improvisadas y sin
presupuesto como había sido el caso de las colonias agrarias. Un indicio de
cierta premura de pasar una ley agraria, con base en el proyecto de 1933, se
encuentra en la entrevista de Alfonso López Michelsen, el hijo más intelec­
tual del presidente López Pumarejo, sobre la reforma agraria que, dicho sea
de paso, fue uno de los pocos personajes que usó el vocablo.
Recién llegado del exterior, planteó los problemas agrarios haciendo un
contrapunteo entre “la cultura de alquiler" dominante en Colombia y la “es­
casez de empresarios" (El Tiempo, 12 de julio de 1935, pp.l y 7). De la prime­
ra hacían parle "seis millones de peones y peonas y su descendencia”, analfa­
betos, a los que se agregaba, por contraste, el contingente de "empleados
públicos y privados". Este enorme grupo dispar se “alquilaba” y esa era su
cultura, su modo de enfrentar la vida. En el otro polo se hallaban los empre­
sarios, es decir, profesionales independientes, artesanos, comerciantes.al de­
tal y, muy especialmente, los campesinos independientes que ni alquilaban
mano de obra, ni se alquilaban. Bajo este supuesto, que era una transcrip­
ción literal de una célebre idea del Essai de Cantillon, publicado en 1755,
López consideró que la parcelación de haciendas en Cundinamarca, Tolima*

* Darío Echandía y Benito Hernández B., "Exposición de motivos", en Ministerio de Indus­


trias y Trabajo, Régimen de tierras. Alfonso Morales, Jefe de Jurisprudencia, Bogotá, Editorial
a b c , 1936, p. 2. Aunque su reputación fue de constitucionalista, López Michelsen se graduó de

abogado en la Universidad de Chile con una tesis sobre La posesión en el Código de Bello, Santia­
go de Chile. Imprenta Renovación, 1936.
U COMPOSTURA DE LA LEY 200 DE 1936 199

y Boyacá, los sitios de conflicto álgido con los arrendatarios, eran ensayos
inconexos e ineficaces que no atacaba el problema de raíz. Este ataque sólo
se lograría mediante una reforma agraria, o sea la subdivisión de latifundios.
Así, de un lado, se frenaría la subdivisión de las propiedades de los campesi­
nos independientes, y del otro, disminuiría esa masa campesina sin tierra y
sin posibilidades de independizarse. López Michelsen reconoció, sin embar­
go, que no sería fácil crear un campesinado independiente a partir de "peo­
nes subyugados durante generaciones por el feudalismo agrario que nos
aqueja". Finalmente, dijo que el papel de la escuela dé "educar para peoni-
zar” no era más que "seguir en la tela de Penèlope”. Es muy interesante seña­
lar que el entrevistado no hiciera mención del problema de los baldíos. Con
cautela, y quizás esto fue lo sustancial del propósito de la entrevista, adelan­
tó que si la reforma agraria requiriese una reforma constitucional, habría
que hacerla.
La mayoría de los hombres de la junta que elaboró el proyecto de ley de
1935 suscribió la idea según la cual los baldíos eran una prueba de la incapa­
cidad del Estado de traspasar la propiedad a los ciudadanos para que la ex­
plotaran. Aunque adujeron, llamativamente, que la explotación económica
era el fundamento mismo de la titularidad jurídica, conforme a la levedad
del espíritu de una época de culto infinito a la palabra escrita, no contempla­
ron que el Estado colombiano no estaba en condiciones de verificar semejan­
te principio en caso de transformarse en ley. Si el Estado no controlaba el
ager publicus, ¿cómo podría controlar un ager priva tus que perdería su esta­
tus legal en cuanto dejase de ser explotado económicamente?
En su Exposición de Motivos el Ministro de Gobierno, Darío Echandía,
completó el cuadro y reiteró que la situación era, efectivamente, de res nu-
Uius: "el régimen actual de la propiedad raíz es inseguro para el propietario,
perjudicial para el trabajador e inconveniente para el Estado" (Martínez,
1939, p. 137)5. A fines de 1935 el magistrado de la Corte Suprema de Justi­
cia, Eduardo Zuleta Ángel, en una exposición ante la Cámara de Represen­
tantes fue más enfático: por razones de interés nacional y de orden público
era urgente aprobar la reforma al régimen de tierras que había presentado el
gobierno Liberal:

La Corona española adjudicaba tierras, y eran tantos los sistemas que empleaba
para la adjudicación, tantos los funcionarios que intervenían, que por motivos de
esa prodigalidad, es rarísimo encontrar un palmo de territorio colombiano con
respecto al cual no surja, cuando algún colono tiene interés económico en él, el
título colonial con el cual se reclama la propiedad privada del terreno (...) De tal
manera que por estos dos motivos: la prodigalidad de la Corona española (...) y

s Ver también Darío Echandía, "Memorandum sobre régimen de tierras", Bogotá, 11 de abril
de 1935, citado en Martínez (1935, pp. 98-99).
200 LA COMPOSTURA DE LA LEY 200 DE 1936

además, porque no debemos tener en cuenta sino los terrenos donde pueda ha­
ber explotación económica, por esos dos motivos, sí surgen y tienen que surgir, y
hay motivos para que suijan, graves conflictos sociales, y es necesario acabar el
estudio de estos asuntos, rápidamente, urgentemente, antes de que todos estos
problemas de gravedad excepcional, estallen en una forma contraria a los intere­
ses nacionales, a la seguridad social y al orden público (Anales de la Cámara de
Representantes, 20 de diciembre de 1935, p. 1840).

La situación era un lugar común. Por ejemplo, un sonado pleito que la


nación había entablado contra la United Fruit Company, un juicio de reivin­
dicación de baldíos (1913-1914) en el corregimiento de Aracataca, municipio
de Puebloviejo, Magdalena, sacó a luz el notorio predominio de la mentali­
dad privatista en el estilo de argumentación y en la preeminencia de los re­
cursos del procedimiento judicial civil (Alegato de primera insta «cía, 1913)6.
La bananera de Boston ganó el pleito aunque no se probó ni la posesión en
los términos del cc (art. 981) ni en los establecidos en sucesivas leyes de bal­
díos vigentes. El punto fue subrayado en el salvamento de voto del magistra­
do José Gnecco Laborde que anticipó temas que en los años treinta habrían
de ser el meollo de la cuestión legal. Por ejemplo,

si el registro de un título traslaticio de domino, pqr sí sólo, equivale a la posesión


del inmueble transferido, o en otros términos, que una vez registrado un título se
tiene la posesión7.

El pleito con la frutera deja ver con claridad meridiana que reinaba la
incuria administrativa generalizada. El Estado V‘los propietarios privados
podían pagar un alto precio por la ausencia de un catastro moderno y de un
régimen confiable de notariado y registro.
Volvamos. El proyecto de ley de 1935 asumió a la ligera que su efecto
sería neutral en los conflictos socioeconómicos que enfrentaban a colonos
con terratenientes:

En primer lugar, y por medio de la presunción de dominio privado sobre los terre­
nos económicamente explotados, sustrae la riqueza agrícola del país del campo

6El título genérico del documento es Alegato de primera instancia en el pleito que adelanta la
nación contra la United Fuit Co., sobre la reivindicación de los baldíos nombrados Santa Ana en el
Departamento del Magdalena, Bogotá, Imprenta Eléctrica, 1913. Pero este libro trae todos los
alegatos de todo el proceso, c! juicio de apelación y de casación en la Corte Suprema de Justicia,
incluida la sentencia de ésta. Se encuentra en la Biblioteca de la Universidad de los Andes,
[347.072/A 231 193. Raros y Curiosos], *
7"Salvamento de voto del Magistrado doctor José Gnecco Laborde" en "Corte Suprema de Jus­
ticia, Sala de Negocios Generales, Juicio Civil Ordinario de Reivindicación", Bogotá, Imprenta
Mogollón, 1917, pp. 45 y ss. Este documento cierra el volumen citado en la anterior nota de pie.
LA COMPOSTURA DE LA LEY 200 DE 1936 20]

litigioso para colocarla en el de seguridad que comprende. No hay razón alguna


para que esa riqueza pueda continuar sufriendo las consecuencias de un régimen
de litigios y violencia, con el sólo pretexto de definir una cuestión puram ente
académica, cual es la de determ inar el mom ento en que el terreno donde ella ra-
dica dejó de ser baldío, siendo así que ese hecho no ha sucedido o no puede de­
mostrarse, el único deber del Gobierno es suplir tales deficiencias y expedir el tí­
tulo correspondiente (Martínez, 1939, p.l39)s.

Un problema del que dependían tantas vidas, trayectorias familiares y la


concordia en tantas veredas, resultaba "puramente académico". Desde otro
ángulo, Zúlela Ángel adujo que la situación legal de los baldíos era inconve­
niente trayendo a colación un tema que hoy debiera investigarse de nuevo:
los intereses de las compañías petroleras norteamericanas:

Pero cuando con motivo de una industria, por razón de la explotación del petró­
leo, digamos, o las m inas, se van los hom bres de empresa y de trabajo a ocupar
para el desarrollo de esa industria, una determ inada región del territorio nacio­
nal, que se ha considerado como baldío, surgen inm ediatamente, pero en el tér­
mino de sem anas, los propietarios particulares de ese terreno que encontraron
en la N otaría de la población A (...) unos papeles que hacen creer o presum ir
aquello le fue adjudicado a un tatarabuelo del cual es descendiente (Anales de la
Cámara, 20 de diciem bre de ] 935, p. 1841).

Mientras los juristas intentaban erigir barreras de defensa de la posesión


material contra la "posesión inscrita", los poderes fácticos locales se dedica­
ron a utilizar las nuevas presunciones legales al margen de los derechos ad­
quiridos de los adjudicatarios y cultivadores "en pequeña escala”. Algo de
este tenor había ocurrido en miles de lugares y momentos desde el siglo xvi.
Así habría de suceder en el futuro, con resultados trágicos para la conviven­
cia cuando se combinó el sectarismo bipartidista con lo que hemos llamado
las dinámicas hobbesianas del “país de fronteras sucesivas”.
En suma, una ley que defendía la posesión del colono creaba estímulos
para que los grandes empresarios colonizaran y se apropiaran de los baldíos,
montaran unidades modernizadas y ganaran la plusvalía del trabajo campe­
sino que valorizaba las nuevas tierras, como, en efecto, estaba sucediendo en
el oriente del Tolima.
Antes de enfocar la legislatura de 1936 que finalmente abocó el proble­
ma, vale la pena insistir en que hubo diferencias entre el proyecto Chaux de
1933 y el proyecto Echaridía de 1933. Quizás se trató de dos tácticas distin-*

* Para la defensa legalista de los colonos, ver, por ejem plo, "Memorial de los vecinos de Su-
m apaz, 26 de octubre de 1932. Anales de la Cámara de Representantes, 4 de noviem bre de 1932,
p. 711.
202 LA COMPOSTURA DE LA LEY 200 DE 1936

tas para resolver, de una vez por todas, el problema de la res nuílius, plantea­
do por la sentencia de 1926. Me parece que el proyecto Chaux planteó la ne­
cesidad de salvaguardar el ager publicus colombiano, obligando a que los
poseedores demostraran la explotación económica de los predios para ase­
gurar los derechos de propiedad privada. El proyecto Echandía sostuvo que
el mismo objetivo se lograría si el Estado reconocía paladinamente que no
controlaba el ager publtcus, presumía que todo predio rural explotado era
privado y condicionaba este estatus a que siguiera explotándose continua­
mente. De no cumplirse la condición, los predios revertirían al Estado.
Por una conjunción muy compleja de circunstancias sociales, legales y
políticas, el problema de la res nuílius no se resolvió y en los casos frecuentes
y permanentes de conflicto, la presunción del art. I o de la Ley 200 de 1936
fue interpretada como un triunfo de la mentalidad propietaria absolutista.
Un punto que, claro, no es sólo de tratados de derecho de bienes, doctrinas
legales y jurisprudencias, sino que puede ser de vida o muerte. Sugiero esta
hipótesis al considerar las principales diferencias de los dos proyectos.
Comentando los dos proyectos, el promotor del primero, Francisco José
Chaux, condescendió políticamente y ofreció la mejor síntesis conocida de la
cuestión jurídica:

Lógicamente, después de establecerla presunción de propiedad privada para las


tierras explotadas económ icam ente, el proyecto de ley establece lo contrario, es
decir, la de que no son de propiedad privada las tierras incultas.
Con esto, el proyecto no hace sino cerrar lógicamente el polígono de la presun­
ción del dominio, polígono que no está cerrado en nuestros códigos actuales.
En la nueva ley se presum e de propiedad priVada la tierra trabajada; se p re ­
sume de propiedad nacional, es decir, baldía, la fierra no trabajada; am bas pre­
sunciones adm iten prueba en contrario, y dentro de este polígono se moverán
arm ónicam ente, tanto las relaciones de los particulares con el Estado, como las
relaciones de los particulares entre sí.
Contra la presunción que favorece al explotador económ ico, podrán probar
los particulares y el Estado; pero en la práctica, éste, sólo p o r excepción, llegará
a tener interés en desalojar a un cultivador.
Contra la presunción de que son baldías las tierras incultas reconoce el pro­
yecto de ley dos clases de pruebas: la prim era, única que hoy existe, el título ori­
ginario, em anado del Estado, y la segunda, que hoy no existe, contra la Nación y
que se consagra en la nueva ley, los títulos continuos de treinta años otorgados
entre particulares.
Nótese bien que digo que esta segunda prueba no existe hoy (...) pues sobre ella
se fundan válidamente todas las relaciones entre particulares, respecto de la propie­
dad de la tierra, pero esos treinta años nada valen hoy contra la nación (p. 130).
LA COMPOSTURA DE LA LEY 200 DE 1936 203

C uadro v iii . ]

Provéelo Chaux Proyecto Echandía

Artículo 1“. Se repulan baldíos y por Artículo Io. Se presume que no son bal­
consiguiente de propiedad Nacional, díos, sino de propiedad privada, los fun­
los terrenos no cultivados que existen dos poseídos por particulares, enten­
en la República, con las limitaciones diéndose que dicha posesión consiste en
que establece esta lev. (...) Los títulos la explotación económica del suelo por
de dominio que se aduzcan contra la medio de hechos positivos propios de
presunción establecida en el inciso an­ dueño, como las plantaciones o sem en­
terior, se hacen valer ante las autorida­ teras, (...) Las porciones incultas cuya
des com petentes en la forma que para existencia sea necesaria para la explota­
cada caso determ inen Jas leyes, pero la ción económica del predio o como com­
propiedad privada queda som etida al plemento para el mejor aprovechamien­
régimen establecido en la presente ley. to de este, como los rastrojos destinados
a la rotación de los cultivos (...) quedan
am parados por la presunción que esta­
blece este artículo.

Artículo 2o. Se extingue por prescrip­ Artículo 2o. Se presumen baldíos los te­
ción a favor del Estado el derecho do­ rrenos no poseídos en la form a que se
minio o propiedad sobre las tierras que determ ina en el artículo anterior.
perm anezcan abandonadas, sin cultivar
o explotar, durante diez años a p artir de
la expedición de la presente ley, y hayan
perm anecido en la m ism a condición
durante los diez años anteriores. La
misma prescripción extintiva se esta­
blece para las tierras que habiendo sido
cultivadas o explotadas, se abandonen
en cualquier tiempo durante diez años
consecutivos.

Artículo 3o. Las tierras afectadas p o r la Artículo 3o. Acreditan propiedad priva­
prescripción de que trata el artículo an­ da (...) los títulos inscritos otorgados
terior ingresan ipso jure al patrim onio con anterioridad a la presente ley en
del Estado con el carácter de baldíos. que consten tradiciones de dom inio por
(Martínez, 1939, l,pp.25-27) un lapso no m enor del térm ino que se­
ñalan las leyes para la prescripción ex­
traordinaria (20 años, MP).
(Martínez, 1939, 11. p. 66)
204 LA COM POSTURA DE LA LEY 200 D E 1936

E l Congreso de 1936

En 1936 habían cedido las protestas campesinas y era transparente la ano­


malía del régimen político: el Congreso era completamente Liberal. Los Con­
servadores, sumidos en el caos interno, decidieron abstenerse en las eleccio­
nes y algunos de sus jefes combinaban cierta participación política
convencional local y regional con los métodos de "la acción directa", es decir,
con la violencia soterrada.
En estas condiciones llegó a su final el proceso legislativo de la ley agra­
ria. Se confirmó, en un plano particular, que la prioridad de los presidentes
Liberales era mantener a toda costa la unidad del Partido y, en un plano ge­
neral, las teorías sobre la conveniencia democrática del sistema bicameral
que supuestamente evita la tiranía de las mayorías atribuida al sistema uni­
cameral.
El Senado excluyó de las provisiones sobre reversión al Estado los pre­
dios menores de 300 hectáreas "que constituyan la única propiedad rural del
propietario respectivo". Esta disposición, que era una clara incitación a sub­
dividir fraudulentamente los predios, extrajo el minúsculo colmillo que tenía
la reforma (p. 230-245). La técnica parlamentaria fue elemental. Dada la pre­
mura del Gobierno de sacar una ley agraria en 1936, la facción que suele
llamarse “derecha Liberal”, encabezada por quién hasta la víspera había sido
Ministro de Agricultura, Francisco Rodríguez Moya, planteó la disyuntiva: o
se aprobaba con las modificaciones del Senado o se postergaba el debate
para el año siguiente cuando, se adujo, habría jaor los menos una minoría
Conservadora en el Congreso, además de que ese-tipo de legislación era de
las que pedían consenso nacional9. '
Los opositores eran un puñado de senadores Liberales que nunca forma­
ron un grupo ideológico y generacional tan articulado como Acción Liberal.
Insistían en que temas tan decisivos y delicados como los de la ley agraria
tomaban varios años en los países europeos y no fueron pocas las sesiones
en las que desviaron la atención hacia puntos reglamentarios y procedimen-
tales. Por ejemplo, definir si se requería una mayoría absoluta o simple para
aprobar el articulado, o, comparar arbitrariamente la expropiación, un con­
cepto jurídico preciso, con el concepto de reversión al Estado de los baldíos
abandonados. Así, pues, el Senado contuvo los "excesos" de la Cámara, algo
más joven, radical y predispuesta a la unanimidad al menos en este campo,
como se aprecia en la comparación del articulado que aprobó cada una de
las dos Cámaras (pp. 330-347). Algunos representantes protestaron que las

9 El chantaje político fue planteado en las sesiones del 2 de noviembre de 1936. Ver Martínez
U939, pp. 187) y El Tiempo, 3 de noviembre de 1935, pp. 1-13.
LA CO M PO STUR A D E LA LEY 200 DE 1936 205

reformas del Senado a) proyecto aprobado por la Cámara eran, ni más ni


menos, una traición a la “revolución Liberal" (pp, 352-388).
El piloto del proyecto fue, naturalmente, el Ministro Echandía. Jorge
Eliécer Gaitán y Carlos Lleras Restrepo, los dos políticos que habían hecho
las propuestas más radicales (la expropiación y la ley laboral agraria), estu­
vieron ausentes. Atendían ahora el curso de subir las escaleras del Estado. El
primero, vuelto de u n ir , se había posesionado como alcalde de Bogotá (nom­
brado entonces por el presidente) en junio de 1936; el segundo, era el Con­
tralor de la República,
Las connotaciones ideológicas pueden verse, en primera instancia, en la
expresión neutra que terminó imponiéndose y que lleva el título de la compi­
lación citada: “régimen de tierras". No se dijo, por ejemplo, “reforma agra­
ria”. La primera era la expresión veraz porque la cuestión se redujo a definir
la titularidad de alguna "propiedad rústica" puesto que el art. 15 excluyó los
predios urbanos, asunto machacado en el pliego de modificaciones del Sena­
do; más importante, excluyó los terrenos ubicados en las Intendencias y Co­
misarías y en "los Llanos de Casanare", mostrando así la inercia del centra­
lismo colombiano y desconociendo que a esos territorios se dirigían nuevos
contingentes de colonos y allí ponían la mirada ávida los empresarios terri­
toriales. Los problemas y objetivos económicos y sociales (distribución de la
propiedad y el ingreso, aumento de la productividad y del bienestar social,
nexos de la agricultura con otros sectores de la economía) quedaron comple­
tamente al margen y ocuparon un lugar secundario en los debates. El prota­
gonismo fue de los abogados que, atrapados en la mentalidad propietaria del
cc, luchaban por ajustar moderadamente la ley colombiana al nuevo dere­
cho social europeo y, especialmente, por limitar la inseguridad jurídica de
los títulos.
Lo que se dijo, cómo se dijo y cuándo, remiten a Jo que no se dijo, o a lo
que no pudo decirse. Puesto que no había estadísticas agrarias sólidas y los
interesados sabían que los catastros y los títulos de papel sellado no eran
confiables, nadie pudo hacer un diagnóstico técnico y erudito de la cuestión
agraria. El Estado y los ciudadanos sabían muy poco, si pensamos en lo que
el Estado moderno debe saber. Problema grave si, como se dijo una y otra
vez, toda la propiedad sobre los inmuebles había salido de la Corona españo­
la, y luego de la nación colombiana. Pero, y esto se repitió a lo largo de los
debates, el conflicto no era entre particulares que se arreglaban con el cc,
sino entre los particulares y el Estado.
En 12 sesiones ordinarias, del 13 de octubre al 10 de noviembre de 1936,
y en 18 sesiones extraordinarias, el Senado modificó aspectos sustanciales y
procedimentales del proyecto, y lo pasó a la Cámara de Representantes que en
8 sesiones finales, del 12 al 19 de diciembre, lo aprobó. La oposición de entida­
des como la sac, la Federación de Cafeteros de Caldas y las cámaras de comer­
cio, fue más testimonia] que otra cosa. Al respecto puede citarse el Memorial
206 LA CO M PO STURA D E LA LEY 200 D E 1936

enviado por la Cámara de Comercio de Medellín al Congreso, fechado el 11


de septiembre de 1936:

La perpetuidad del domino de la tierra es una de las cualidades (...) que más
realce o valor intrínseco da a la tierra (...) como elem ento objetivo del p atrim o­
nio individual (...) Y esta peculiaridad de que ha gozado siem pre en Colombia la
propiedad rural (...) está en trance de recibir un duro golpe con el actual proyec­
to sobre tierras. Dice así: ‘A p artir de la vigencia de la presente ley, se extingue a
favor de la Nación el derecho de dominio o propiedad sobre los fundos en los
cuales haya dejado de ejercerse posesión (...) durante diez años continuos,’ (...)
Esto constituye un atentado del Gobierno, peligrosísimo, contra el sagrado dere­
cho de propiedad (p.l 19).

Con sustentación en la reforma constitucional de 1936, la Ley 200 reguló


los principios de la accesión, al establecer que las mejoras podían acceder la
tierra en caso de que valieran más que ésta, como era el caso en muchas ex­
plotaciones cafeteras. Aunque la Ley de 200 trató de solucionar algunos de
los problemas del pequeño poseedor mediante una usucapión agraria de cor­
to tiempo (art. 5o) fracasó en institucionalizar una jurisdicción agraria (art.
25 a 32), puesto que los jueces de tierras entraron a funcionar unos dos años
después de promulgada la ley y fueron abolidos en ] 943.
La falta de voluntad política explica, en parte, por qué no se cumplió el
principio de reversión al Estado de las tierras no explotadas económicamen­
te. Se hace referencia a la vuelta de los Conservadores al Gobierno en 1946,
la cual dio amplio juego a los empresarios y plutócratas y, luego, a La Violen­
cia, bestia indomable. T
Aprobada la ley, Claridad tituló socarroname'nte: “La reforma agraria al
revés" (Claridad, n° 155, 11 de febrero de 1937, p .l)10. Además el jefe de la
diplomacia británica en Bogotá comentó, con un característico tufillo de su­
perioridad cultural, que la fórmula constitucional según la cual

la propiedad es una función social" que había producido tanto alboroto y debate,
era "un solecismo cargado de propósitos de gran alcance que ofrece, claramente,
la doctrina radical del M inistro de Gobierno (...) Pero, hasta ahora, ¡a legislación
social del actual gobierno liberal se ha lim itado a reform as tardías y del carácter
m ás inofensivo. Sin embargo, como este país ha vivido m ás de trescientos años
bajo la variedad española de feudalismo, no debe ser fácil Henar odres viejos con
vino nuevo1h

!0 Sobre este punto, ver Sánchez (1977, pp. 125-47) y Medina (1980, pp.322-26).
11 Mr. Paske to Mr. Edén, Bogotá, 11 de abril de 1937, Colombia Ammal Repon, ¡936, fo / pro
371/20623, p . 12.
LA C O M P O S T IR A D E LA LEY 200 D E 1936 207

Esta ley, tardía e inofensiva, fue producto de una serie de transacciones


políticas realizadas entre 1933 y 1936 en la viscosidad de una "política de
caballeros” que le quitaron fuerza y sentido reformista social, hasta llegar al
polígono perfecto de Chaux arriba citado. Dicho abreviadamente, el princi­
pio "la tierra es de quien la trabaja” nunca tuvo el significado primordial de
la tierra es del campesino que de ella vive (el que le dio Emiliano Zapata y
los agraristas en todo el mundo), sino de quien la explote económicamente,
fuese campesino, empresario agrícola, ganadero o especulador territorial. La
ley no aportaba una solución si se trataba de pacificar la sociedad. Por ejem­
plo, ¿cómo se probaría ante el juez de tierras que el predio estaba explotado
(sementeras, ocupación con ganados) en los términos del art. I o de la ley,
cuando se adujesen otros actos “de igual significación económica”? Al mo­
mento de los peritajes, delegables por el juez de tierras en alcaldes y policías,
¿cómo probar quién era poseedor de buena fe en caso de que más de uno
alegase tal condición?
En sintonía con los miembros más radicales de la Cámara de Represen­
tantes, el socialista Gerardo Molina anunció que votaría favorablemente el
proyecto porque era lo mínimo que podía hacerse; incriminó que, conforme
pasaba el tiempo, "el proyecto marcha hacia atrás”: el de 1935 era regresivo
comparado con el "más audaz" de 1933 y, ahora, la Comisión del Senado lo
echaba aún más atrás. Pero,

Sí aprovecho el m om ento para decir que este proyecto no resuelve el problema


campesino en Colombia, como se ha dicho por algunos demasiado optimistas. Él
contem pla únicam ente el problema de los colonos, que es un problem a secunda­
rio. El problem a grave, voluminosos, está en los arrendatarios y peones, que es
en quienes se perpetúa el sistema feudal que nos oprime. La cuestión agraria no
reside en la tierra incultivada sino en la cultivada. Por eso afirmo que hay que
hacer de cada arrendatario un propietario (Martínez, 1939, n, pp. 292-96).

No había teoría socialista moderna para el problema social de los bal­


díos. Por eso Molina, como todos los protagonistas de la izquierda marxista
de la época, no pudo visualizar siquiera la magnitud del problema cada vez
más acuciante de la res nullius, que previ si bl emente podría agravarse en un
futuro no muy lejano. Esa izquierda no captó la dimensión demográfica, so­
cial y política que estaba tomando la creciente e incesante presión de los co­
lonos. Un problema que, estaba probado, era muy fácil de politizar. Una y
otra vez debe aducirse el ejemplo de la colonización antioqueña. Al mismo
tiempo, uno de los problemas sociales más agudos residía, precisamente, en
que la tierra cultivada no era más que una fracción de la tierra bajo el régi­
men de propiedad privada consolidada en el cc. Al no trabajarse la tierra ti­
tulada, aumentaba proporcionalmente la presión campesina en las fronteras
interiores si hemos de creer a Camilo Domínguez, citado arriba.
208 LA COM POSTURA D E LA LEY 200 D E ] 936

La segunda gran transacción se dio entre Liberales, Conservadores y las


fuerzas vivas, como expresó Chaux y antes el Informe de la Comisión de la
Cámara de 1935 (cuando era bipartidista) para pasar al segundo debate:

la reforma ha sido sugerida por un líder de las aspiraciones cam pesinas, (Gaitán,
mp) patrocinada por un gobierno liberal, aceptada p o r un sindicato de propieta­
rios y mirada con simpatía p o r el partido Conservador colom biano (Martínez,
1939, i, p.84).

Adicionalmente, la reforma tuvo el apoyo de los sectores más ilustrados


de la Iglesia. Aparte de las citadas intervenciones de Zuleta, valga traer a co­
lación sendas tesis de grado ampliamente favorables a la ley, sustentadas en
las dos universidades católicas del país (Fonnegra, 1938; Pérez, 1938). Los
tres miembros del jurado de la que se presentó en la Bolivariana de Mede-
llín, José Manuel Mora Vásquez, Bernardo Echeverri y Fernando Gómez
Martínez, consignan este concepto;

Esta ley no es marxista, pero ni siquiera socialista o socializante. Con ella no se


socializará la propiedad rural. Sólo se ha querido reglam entar el ejercicio de la
propiedad rústica, exigiendo el cum plim iento de los deberes que tiene el propie­
tario y dando al propio tiempo al trabajador o colono el reconocim iento equitati­
vo de sus derechos. (...) Sin duda la Ley 200 y su decreto reglam entario —el 59
de 1938— son susceptibles de algunas modificaciones, pero en nuestro sentir,
debe mantenerse, sostenerse y defenderse, porque es justo, cristiano, civilizado y
científico (p. xi). ,

La Ley 200 excluyó el problema de las relaciones de trabajo en el campo.


El Gobierno no presentó ninguna iniciativa y dejó que se definieran por vía
jurisprudencial. El proyecto de unir sobre contratos rurales no tuvo curso y
en 1936 Gaitán pescaba en las revueltas aguas urbanas. Más tarde se dio el
paso significativo de limitar la libertad del contrato, al declarar que los dere­
chos del trabajador son irrenunciables y de orden público. Pero no fue la ley
sino una sentencia de la Corte Suprema la que abrió un camino;

Las relaciones sobre el contrato de trabajo se rigieron en un principio por el con­


trato de arrendamiento, y tras una lenta evolución doctrinaria, jurídica y legal, el
contrato de trabajo vino a quedar formando una categoría distinta. Así, el pago
de las obligaciones en trabajo es una cláusula que hoy no resiste el análisis, ni se
justifica porque el trabajo es un hecho voluntario, un deber, es verdad del hom ­
bre, pero no m ateria de una enajenación incondicional, ilim itada e irrestricta
(...) Si así no fueran las cosas, no existiría el derecho de huelga que reconocen
todas las doctrinas... (Alzate, 1974, pp. 140-2).
LA CO M PO STUR A D E LA LEY 200 D E 1936 209

Desde Ja perspectiva básica de las correlaciones de poder, el pcc quedó al


margen de los debates públicos y transacciones partidistas de la Ley de Tie­
rras. Su base campesina de los años treinta estaba circunscrita a grupos de
arrendatarios de las haciendas de café y aún no había entroncado con los
colonos, cultivados por Gaitán y Valencia. La cuestión laboral se planteó de
esta manera, en uno de los debates de la Cámara:

(...) hay que tener en cuenta que esta ley viene a cavar muy hondo, y sin m edir
las proyecciones de la ley, me atrevo a afirmarlo, en el estatuto fundam ental del
trabajo rural. ¿De dónde surge la necesidad de dictar esta ley de tierras? (...) Na­
ció de tres hechos: I o de una confusión (...) entre lo que es un baldío y el derecho
de dominio. 2° de invasiones que presuntos colonos hacían en tierras cuyo dom i­
nio particular o cuya pertenencia al grupo de baldíos no era clara; y 3o que es
muy grave y hacía e) cual llamo la atención de la honorable Cámara: el de la re­
belión de arrendatarios o personas vinculadas a propiedades reconocidam ente
poseídas por particulares, que se rebelaron por las condiciones de explotación en
que vivían o por las crueldades de que se Ies hacía víctimas. Este es el hecho más
frecuente: el propietario abusaba del asalariado, y ese hecho no )o va a resolver
la ley de tierras. El hecho del arrendatario rebelado contra el patrón no lo va a
resolver la ley de tierras. Ambos quedan vigentes (M artínez, 1939,1, pp.332-3).

Ésta fue una pésima noticia para los campesinos arrendatarios de luga­
res como Viotá que, debido a la debilidad electoral del pcc, no tuvieron re­
presentación en esta ley pero, acaso, buena noticia para los dirigentes Comu­
nistas que podrían proseguir la lucha de clases en las haciendas. No obstante,
sin que nadie pudiera imaginarlo y mucho menos predecirlo, el avance sobre
las fronteras interiores, en particular en las inmensidades del Sumapaz,
abriría nuevos espacios a los Comunistas. Esa es otra historia que se situaría
en el fuego cruzado de la pugnacidad bipartidista de la década de 1940 y La
Violencia.
La transacción final, la Ley 100 de 1944, debió esperar el segundo gobier­
no de López Pumarejo. Aunque suele calificársela de retroceso, fue el comple­
mento esperado y lógico de la Ley 200; un complemento porque fue algo más
que una ley de titularidad jurídica y de baldíos. Orientada al "incremento del
cultivo de tierras y de la producción agrícola por sistemas que entrañen algu­
na especie de sociedad o de coparticipación en los productos", la Ley 100, "de
conveniencia pública", estipuló que tales sociedades debían establecerse con­
forme a las "previsiones que son de orden público económico y no podrán ser
renunciadas por el respectivo arrendatario, aparcero, agregado, porambero,
cosechero, viviente, mediasquero, etc." (Diario Oficial, n° 25.759, 6 de febrero
de 1945, p. 434). Esto fue un avance considerable en los derechos de los cam­
pesinos, siempre y cuando se tenga presente, insisto, que la Ley de Tierras fue
una forma de saneamiento masivo de la propiedad rural.
210 LA C O M P O S T U R A D E LA LEY 200 D E 5936

L a L ey 200 y la r e f o r m a agraria

Se supone que las reformas agrarias dan respuestas más o menos duraderas
a la pregunta de quién es la tierra. ¿Cómo absolvió el asunto la ley del año
36? Hito y mito, las doctrinas agrarias de aquel año fueron objeto de regis­
tros sucesivos de las ciencias sociales12. Informes técnicos de la primera mi­
tad de la década de 1950 (del Banco Mundial, la Misión del Padre Lebret, la
cepal ) demostraron con cifras que unos pocos propietarios concentraban las
mejores tierras del país y que el nivel de vida de la abrumadora mayoría de
familias de cultivadores era demasiado bajo13, todo lo cual fue ampliamente
confirmado por el Censo Agropecuario de 1960.
Reforma agraria es, en primer lugar, una práctica que puede remontarse
a los tiempos bíblicos y a la antigüedad clásica, griega y romana. A partir de
la Revolución francesa fue tomando cuerpo en un concepto laxo que se em­
pleaba para designar el fin del feudalismo, es decir, de las cargas y rentas que
aún pesaban sobre los campesinos que ganaron de jure lo que tenían de facto:
la posesión de la tierra. Aunque todas las grandes revoluciones posteriores
impulsaron reformas agrarias (el régimen soviético en la URSS, la República
Popular China, Cuba, México y Bolivia, para citar las más representativas)
también las hubo de signo preventivo, es decir, reformas para sortear o cir­
cunnavegar la revolución social. Es el caso muy conocido de las políticas y
doctrinas de reforma agraria en Europa Central y Oriental después de la Pri­
mera Guerra Mundial, concebidas en gran medida para conjurar un desenla­
ce comunista de tipo soviético. Así conoció su fin, en esas latitudes, el predo­
minio de la aristocracia terrateniente y so m arcó el ascenso de un
campesinado potencialmente capitalista, acompañado de nuevas clases me­
dias rurales.
Después de la Segunda Guerra Mundial, en el nuevo mundo bipolar que
enfrentaba Estados Unidos a la u r s s , replicó un fenómeno semejante de
oleada reformista. Suelen citarse las reformas agrarias de Japón e Italia, dos
de las grandes potencias fascistas derrotadas y, más adelante, las de Taiwán y
Corea del Sur, países situados política y geográficamente frente a la nueva
República Popular China. En la oleada de descolonización de esa época fue­
ron ejemplares las reformas agrarias de India y Egipto y, posteriormente, las

n Por doctrina agraria entendemos un conjunto de postulados, propuestas y proyectos gu­


bernamentales que tratan de resolver los problemas del desarrollo económico y social con base
en el reconocimiento de la propiedad campesina, ligados generalmente a una visión del mundo
o Wehanschaung. Cowen and Shenton {1998, pp. 49-76).
13Ver Bases de un programa de fomento (1950, pp. 19-42); Presidencia de la República, Comi­
té Nacional de Planeación, Dirección Ejecutiva, Misión "Economía y humanismo'', Lebret
(1958, pp. 17-45); Comisión Económica para América Latina, c e p a l , Análisis v proyecciones del
desarrollo económico de Colombia, (1955-1957, pp. 14-27).
LA CO M PO STUR A D E LA LEY 200 D E 1936 21]

de Argelia y Vietnam del Norte que, con excepción de Egipto, trataron explí­
citamente de recompensar al campesinado, base de los ejércitos de libera­
ción nacional. América Latina no escapó al fenómeno y, con excepción de
Cuba, se inscribe en el campo de las reformas preventivas.
Aparte de la dimensión política revolucionaria, contrarrevolucionaria,
preventiva de la reforma agraria, ésta tiene una dimensión económica aún
más compleja. Muchas veces las reformas que nacen de procesos revolucio­
narios no terminan ni en mayor desarrollo económico, ni mejoran sustan­
cialmente las condiciones de los campesinos, como es el conocido caso de
México. El tema económico suele tener como punto de partida la constata­
ción del aumento de la población en relación con los recursos o el problema
de la razón tierra cultivable/población. Si no aumenta la productividad agra­
ria, o el área cultivada, bajará el ingreso de la población. En el nivel de los
predios, los más chicos no podrán sostener familias cada vez más numerosas
y la solución se reduce al éxodo rural. En este punto la reforma agraria se fija
objetivos de bienestar que pasan por la redistribución y la fijación de topes
máximos de propiedad privada, particularmente en situaciones de gran con­
centración de la tierra. Pero no es sólo cuestión de topes porque también se
trata de mejorar el manejo de los predios y en este punto surgen problemas
de escala, educación y capacidad empresarial de las familias. En este campo
los gobernantes deben dirigirse a otro tipo de asuntos. Por ejemplo, qué tipo
de propiedad debe favorecerse: ¿individual, colectiva, cooperativa, pública?
Con base en conocidos trabajos y, simplificando un poco en aras de esta ex­
posición, considero que la reforma agraria debe afectar o transformar todos
o algunos de los siguientes aspectos:
a. El régimen de titularidad jurídica de la propiedad o de la tenencia de
la tierra.
b. El grado de concentración de la tierra cultivada y cultivable.
c. La gestión y escala del manejo de los predios.
d. La estructura socio política en todos los niveles territoriales de un
país, lo que naturalmente produce fuertes divisiones en tomo a la
reforma.
e. Los objetivos económicos pueden poner en tensión la relación de la
agricultura con los demás sectores de la economía, y socialmente en­
tre ciudad y campo14.
En relación con los dos últimos aspectos, la literatura reciente sobre
América Latina ha desarrollado diferentes formulaciones y modelos sobre el
“sesgo urbano-industrialista" de las política económicas en los períodos de

14Elias H. Turna ofreció dos trabajos de síntesis: Agrarian Reform in Historical Perspective: A
Comparative Study, Comparative Studies in Society and History 6(1), octubre de 1963, pp. 47-75 y
Agrarian Reform in Historical Perspective Revisited, Comparative Studies in Society and //istorv
2/(1), enero de 1979, pp. 3-29.
212 LA CO M PO STURA D E LA LEY 200 D E 1936

"Industrialización por Sustitución de Importaciones” y de "Industrialización


dirigida por el Estado”.
La Ley 200 de 1936 ño arañó ninguno de los cinco aspectos enumerados.
Algo similar, quizás en menor grado, puede decirse de la Ley 135 de 1961
que trató, de nuevo, de contener otro estallido social, o así se pensó. No es
exagerado decir que, en últimas, estas fueron leyes de titulación limitada de
baldíos que no resolvieron tampoco el problema del ager publicus que hoy
día es, en muchas latitudes colombianas, res mtllius.

L a "super e str u c tu r a ju r íd ic a ”, d e n u ev o

A pesar de que la Ley de Tierras creó un régimen especial para la propiedad


agraria, de breve duración, las fricciones de los campos administrativo y ju­
dicial llegan al presente, algo atenuadas. El predominio de la mentalidad pri-
vatista del derecho civil, en particular cuando de bienes raíces se trata, sub­
sumió las viejas nociones de bien común, expresadas, por ejemplo, en la
conocida paradoja de Jovellanos de "hombres sin tierra, tierra sin hombres".
Esa mentalidad circunscribió en la práctica legal los contenidos atribuidos a
la propiedad en 1936, que, en el lenguaje de Diguit, constituyen la "función
social”. Este principio de la reforma constitucional de 1936 significaba que
los propietarios rurales tenían la obligación de éxplotar económicamente sus
predios a riesgo de incurrir en el "abuso del derecho”. Es decir, que los refor­
mistas Liberales de 1936 inflaron un principio harto conocido que Gaitán
había expuesto con gran sencillez en su plataforma de u n ir : "La propiedad
obliga” (Valencia, 1968, pp. 220-51). i .
Si hemos de creer a López Medina, no fue ésta la doctrina jurídica acep­
tada en los tribunales de lo que daría cuenta la vida breve de la corriente de
magistrados de la Corte Suprema de Justicia llamada la “Corte de oro” que,
bajo el liderazgo de Eduardo Zuleta Ángel, quiso desarrollar jurisprudencial­
mente el alcance jurídico implícito en los cambios constitucionales y legales
del 36. Esa Corte había combatido "el fetichismo de la ley” y la “intoxicación
de legocentrismo" que dejaban por fuera del ámbito jurídico la vida social, la
moralidad y hasta la vida biológica. Sus miembros fueron unos convencidos
de la necesidad de crear un derecho autóctono para operar la tríada concep­
tual bienes-propiedad-posesión. Así, el cc no daba cabida a uno de los fenó­
menos más apremiantes de la realidad agraria colombiana: el trabajo de los
colonos en los bienes baldíos, urgido de una doctrina jurídica sólida y dura­
dera. Pese al principio constitucional de 1936, habría sido menester robuste­
cer el derecho público de los baldíos y la jurisdicción agraria especial, de
modo que el derecho privado de los bienes, la^posesión y la propiedad estu­
viesen en concordancia con aquél (López, 2004, pp. 326-339); algo se hubie­
LA CO M PO STUR A D E LA LEY 200 D E 1936 213

ra avanzado en esa dirección de haberse aprobado la reforma del cc pro­


puesta por el Gobierno en 1939. Pero no fue así (pp. 249-97).
La Violencia sepultó los retoños de la “función social de la propiedad”
agraria. Si en los años treinta los grandes propietarios que enfrentaban si­
tuaciones de conflicto posesorio contaban con las ventajas de la cultura legal
privatista de jueces y abogados, y con su fácil acceso a esa mezcla indistinta
de gamonales y policías en las localidades, durante La Violencia, por ejem­
plo, en regiones del Quindío, un enjambre de intermediarios ahuyentó, cuan­
do no asesinó, a los propietarios acomodados y sometió a los campesinos a
sus reglas de poder. En el Sumapaz las víctimas fueron principalmente los
colonos, gaitanistas en su mayoría, algunos de los cuales, una vez sacrificado
el caudillo, transfirieron sus lealtades al p c c .
Sin tener clara conciencia de los efectos sociales y políticos que podría
tener la desposesión campesina en las zonas de colonización activa, en los
años treinta se sembraron los vientos que, arremolinados, azotan el presente
histórico de los colombianos como nación. Quizás sin proponérselo, las
transacciones de los reformadores de esa época contribuyeron a fijar un nor­
te a la historia agraria, sindical y política de Colombia.
En un país de fronteras que se abren y cierran sucesivamente, la Ley de
Tierras legalizó y legitimó un modelo agrario rentista de gran concentración
y desigualdad que tuvo dos consecuencias inadvertidas: a) considerada la
baja tributación de la tierra, se premió su atesoramiento visto como un me­
dio de "hacer patria" haciendo patrimonio; b) se fomentó la violencia rural
al desatarse una febril carrera empresarial por acaparar baldíos en zonas
geográficas con baja protección legal.
La reforma de 1961, como La Violencia, rebasan completamente los lí­
mites de este trabajo. En el contexto bipolar de la Guerra Fría y del Frente
Nacional resurgió la cuestión campesina, y otra reforma agraria preventiva y
tímida dejó a los campesinados, una vez más, en los márgenes del sistema.
Los puso a representar el papel de electores tradicionales y el de meros obje­
tos de reformas legales que se emitían en su nombre y del progreso nacional.
Cuando invadieron latifundios en la región Caribe, los dueños empezaron a
sembrar paramilitares. Esa es, también, otra historia, algunos de cuyos ele­
mentos se enfocan en el Epílogo.
Vi "
EPÍLOGO

El problema que aborda este libro, de quién es la tierra, está lejos de resol­
verse en Colombia que, según muy citados informes del Banco Mundial, pre­
senta una de las más altas concentraciones del mundo. Detrás de la concen­
tración de la tierra hay derechos de propiedad de tipo "oligárquico'’ que
alimentan el conflicto, abierto o soterrado, violento o legal. Cualquier ma­
nual de derecho agrario de hoy día enumera y describe un conjunto de nor­
mas y jurisprudencias sobre la cuestión de los baldíos, definitivamente in­
corporados al campo agrario, al derecho ambiental y a la territorialidad que
corresponde al pluralismo étnico y cultural de la nación redefinida en 1991.
Pero la mentalidad propietaria de los abogados y jueces que se forman en
esos manuales no difiere de la que predominó en los años treinta, ni tampo­
co difieren las expectativas de los empresarios, ávidos ahora de explotar las
reservas territoriales indígenas y afrocolombianas.
La estructura de la tenencia de la tierra cambió en el Tequendama y el
Sumapaz Cundinamarqués. La historia del Alto Sumapaz está irrevocable­
mente ligada a la lucha política, ya que en sus brumas parece esconderse el
eslabón perdido del antes y el después de La Violencia. Aunque el tema no es
objeto de este libro, el autor se siente obligado a decir algo en un epílogo
que, dice el drae , es la "última parte de algunas obras, desligada en cierto
modo de las anteriores, y en la cual se representa una acción o se refieren
sucesos que son consecuencia de la acción principal o están relacionados
con ella".
La inferencia alude, creo, a los apartados analíticos del libro. Se sugieren
áreas de investigación pendientes: a) la historia de legalización y saneamien­
to de la pequeña propiedad rural que puede aprender mucho del citado pro­
yecto de pluralismo jurídico en Bogotá. Al fin y al cabo los barrios llamados
"de invasión" o "piratas" se forman con apreciables contingentes de campe­
sinos inmigrantes y, sociológicamente, por un tiempo al menos, son barrios
de campesinos que traen su propia cultura lega] y su mentalidad propietaria;
b) el posible papel de la primogenitura en estabilizar los predios y frenar en
alguna medida la subdivisión de las herencias; c) el problema de la represen­
tación política en los municipios que sub representa a los campesinos (las
veredas) y sobre representa a los pueblerinos (los cascos) en los Concejos
Municipales. La victoria Comunista en Viotá debiera plantear interrogantes
sobre los sistemas imperantes de representación política en los municipios,
y d) la hipótesis de que la politización partidista (incluida la Comunista)
subsume la dinámica social de clases y razas en las zonas de colonización
215
216 EPÍLO G O

debe ser verificada a lo largo y ancho del país, particularmente después de


1840; en este sentido sigue abierta la cuestión de los derechos de propiedad
de las comunidades indígenas y afrocolombianash
Los juristas, por su parte, han avanzado en los "estudios socio jurídicos"
y en los análisis teóricos sobre la producción y difusión nacional e interna­
cional del derecho y, de alguna manera, recalan en la mencionada tríada bie­
nes-propiedad-posesión. En el primer caso han empleado nuevas estrategias
narrativas (“novelas polifónicas", dice Laura Rico) que, al igual que los ha­
llazgos sobre "la cultura jurídica latinoamericana", me parece, podrían en­
troncar con proyectos de historia económica y social de la propiedad de lar­
go plazo y de largo aliento.
El otro sentido del vocablo epílogo nos envía directamente a lo que, pre­
sumo, fueron los desenlaces de las situaciones narradas en estas páginas. Lo
enfocaré sumariamente en tres planos: a) qué pasó con los “beneficiarios gai-
tanistas" de las parcelaciones; b) cuál fue el destino de los movimientos de
colonos del Alto Sumapaz, que de “gaitanistas” pasaron a "Comunistas", y c)
la trayectoria de los Comunistas primigenios de Viotá. Micro historias liga­
das a la historia nacional. Veamos.

En e l corto pla zo : e l a paciguam iento d e lo s a rrendatarios


t

Dijimos que la Ley 200 de 1936 fue eficaz en el plano discursivo y simbólico,
y en los imaginarios políticos de los intelectuales orgánicos de "la república
Liberal", dada la poca mella que hizo en las estructuras de clase, de poder y
en la tenencia de la tierra. De hecho fue una mera ley de titulación de baldíos
que abortó unos años después. En localidades importantes como Anolaima,
El Colegio o Quipile, que ya eran bastiones de lo que podemos llamar Libe­
ralismo oficialista, cesaron las movilizaciones en 1934 y al año siguiente en
el resto del país. Los intermediarios políticos que consolidaron poder electo­
ral se retiraron discretamente de las escenas del conflicto y se pusieron a le­
gislar o a gobernar. En paralelo, el Departamento Nacional de Trabajo acele­
ró la concesión de personerías jurídicas a los sindicatos y ligas campesinas
para que, conforme a la ley, pudieran ventilar sus problemas laborales, y en
el trienio 1937-39 se expidieron 36 (Informaciones nacionales sobre cuestio­
nes de trabajo 1937-39, pp. 373-379). Hubo ramalazos de protesta campesina
en 1943 y 1944 en algunos municipios Liberales del Tequendama y el Suma-1

1Agradezco a María Alejandra Vélez facilitarme una copia de su trabajo "Collective Titling
and the Process of Institution Building: Common Property Regime in the Colombian Pacific”,
Working Paper la c e e p y Bogotá, Facultad de Administración Universidad de los Andes, 2009,
que arroja luz sobre "la ley en acción" en el Pacífico.
EPÍLOGO ZJ7

paz (Medina, 1980, p. 420). Pero, ¿qué pasó con los titulares de las parcela­
ciones?
Los archivos de la Caja Agraria dan indicios. La desorganización e in­
competencia burocrática, la discrecionalidad de las adjudicaciones y el
abandono de los parceleros son los hechos más destacados. Con los años,
distintas agencias gubernamentales administraron las parcelaciones o sim­
plemente se hicieron "cargo de la cartera”. En los traspasos aumentaba la
negligencia administrativa y los parceleros que habían cumplido sus obliga­
ciones quedaban esperando el título de propiedad, requisito indispensable
para tener acceso al crédito de la Caja Agraria. Así, entraron las parcelacio­
nes al laberinto burocrático. Las de la Gobernación de Cundinamarca pasa­
ron en 1948 al Instituto de Parcelaciones, Colonización y Defensa Forestal;
extinguido éste, fueron tomadas en 1953 por el Instituto de Colonización e .
Inmigración, y en 1961 pasaron al Departamento de Parcelaciones de la Caja
Agraria, cuyos archivos exploramos. En 1970 algunas haciendas como Java
tenían problemas pendientes con el Instituto Colombiano de la Reforma
Agraria, in c o r a . Los traspasos de una burocracia a otra afectan la vida de los
parceleros y aumentan los costos de administración que, creo, fueron sumi­
dos finalmente por el Presupuesto Nacional.
En un memoria] de los parceleros de Viotá al Gobernador, fechado en la
Hacienda Liberia, el 21 de noviembre de 1961, se dice que a pesar de haber
cubierto el valor total, al reclamar las escrituras correspondientes

se nos contesta que estos títulos deben ser legalizados p o r el propietario parcela-
dor y vendedor que en este caso fue el Departam ento de Cundinamarca... A falta
de escrituras los ocupantes com pradores (sic) nos estamos perjudicando ya que...
no podem os adquirir el crédito... ("Convención Colectiva", 29 de m arzo de 1946).

La incompetencia administrativa desestimulaba el pago cumplido y se


dieron casos de quienes prefirieron entablar acciones de prescripción adqui­
sitiva de dominio o juicios de pertenencia. En estas situaciones las entidades
crediticias, con sede en Bogotá, no podían responder en los juzgados muni­
cipales, bien porque no se les notificaba o bien porque el costo judicial era
mayor que la deuda del parcelero. El 15 de enero de 1962 José A. Morales se
dirige desde Silvania al gerente de la Caja solicitándole: "se me adjudique
una parcela que tengo en poción (sic) hace siete años y que no se me había
vendido porque no había entidad facultada para vender" ( a .c .a ., "El Cho­
cho”).
Aunque los técnicos que dictaminaron las condiciones agrológicas de El
Chocho habían encontrado agua suficiente y abundante, cuyos nacimientos
venían de la parte montañosa, la parcelación y la destrucción del bosque lle­
vó al Comité Departamental de la Federación de Cafeteros a dirigirse al di­
rector del Departamento de Parcelaciones de la Caja Agraria el 18 y 20 de
218 EPÍLO G O

febrero de 1962, informándole que la mayor parte de las fincas del antiguo
Chocho "carecen de agua precisamente por tala de bosques localizados en la
cordillera y especialmente en los nacimientos de las fuentes y representa un
grave problema para el servicio humano y para la producción del café” ( a .c a ,
"El Chocho"). No deja de ser irónico que la parcelación hubiera sido admi­
nistrada por un instituto público llamado de Defensa Forestal.
No siempre hubo claridad sobre los efectos legales del traspaso de una
oficina gubernamental a otra. En 1959 los parceleros que solicitaron escritu­
ras de propiedad no sabían a quién recurrir. El Instituto de Parcelaciones “se
extinguió automáticamente" y había cesado el contrato de mandato conferi­
do por el Departamento en 1951, de suerte que sólo la Caja Agraria estaba en
capacidad de expedir títulos a quienes habían cancelado sus obligaciones en
las parcelaciones de Liberia, El Chocho y el Soche {a .c a , "El Chocho").
La solidaridad entre los nuevos propietarios campesinos se esfumó, una
vez hechas las adjudicaciones. Eso lo atestigua la vida efímera de la Coope­
rativa de Pequeños Cultivadores de El Chocho creada en febrero de 1936
(Gaceta de Cundinamarca, 12 de febrero de 1936). La diferenciación econó­
mica de los parceleros y la existencia de un mercado de tierras, abierto súbi­
tamente, crearon las condiciones de concentración de la propiedad hacia
nuevos estratos medios.
De las diversas suertes que conocieron los parceleros, dos fueron las más
frecuentes: 3a muerte del adjudicatario, en general el padre de familia, y la
emigración de las familias que preferían vender las mejoras o abandonar las
parcelas, lo que complicaba el panorama legal. Los informes de las comisio­
nes que periódicamente visitaban las parcelaciones retrataron las condicio­
nes de vida de los nuevos propietarios. A veces hay que restablecer el contac­
to perdido con ellos, lo que generalmente se hacía en el sermón de la misa
dominical12. La mayoría de los comisionados simpatizaban con los campe­
sinos y recomendaban no subirle el precio a la tierra porque había suelos,
como en la vereda Yayatá, de “muy mala calidad, casi sin capa vegetal y en
donde para obtener un producto de calidad inferior los campesinos deben
realizar un intenso trabajo de abonos y cuidado del suelo"3. Algunos suge­
rían una nueva parcelación en vista de que había “una situación de minifun­
dio que no permite ya la producción suficiente para Ja provisión familiar"
( a .c a , "El Chocho", J954). No sólo en la vereda Yayatá la tierra era mala;
también en las de San José, Panamá y Loma Alta, como reportó otro funcio­
nario. El cultivo básico era el café, sembrado con "apeñuscamíento" porque
la plantación se hizo

1El informe del D.A. Gutiérrez J. sobre las parcelaciones de El Chocho y El Soche, 4 a 9 julio
de 1954, A.C.A., 1954.
3Informe de la Comisión de la Parcelación del Chocho, 15 de junio de 1954, a.c.a „ “El Chocho”.
EPÍLO G O 219

con el presentim iento de contar m atas al desocupar la tierra. Pero hay mucho
sombrío, por miedo a que se agote la leña y un corto verano obliga a los vecinos
a conseguir agua a grandes distancias (...) Imagínese las dificultades en el benefi-
cío del café (a.c,a., "El Chocho”, 1954)4.
Por la época de esta inspección se afirmó: “el precio del café es alto y a no ser
por esto tendríam os aquí una colonia de indigentes” (a.c.a., "El Chocho", 1954).

En el Instituto de Colonización no faltaban empleados prepotentes como


Abraham AJdana, quien llegó a Silvana a principios de 1956. Lo primero que
hizo fue entregar al alcalde la lista de deudores morosos para que "me los
obliguen a presentarse a esta oficina para cobrarles”. Sin mucho resultado,
debió apelar “a todos los resortes tendientes a mejorar la cartera, el micrófo­
no, la Alcaldía y el señor Cura en su cátedra sagrada”. Informó que desde el
micrófono de la iglesia parroquia] todos los domingos de marzo y abril de
1956 se leía esta reprimenda:

Señores Parceleros
Tengo la pena de volver a) mismo tema de mi m em orando anterior, de llamarles
la atención sobre el pago de sus cuotas, a fin de evitarles las funestas consecuen­
cias que la m orosidad puede acarrearles, pues he recibido un oficio del Instituto
de Colonización e Inm igraciones en el cual me ordena el señor Director del De­
partam ento de Parcelaciones que Ies haga saber a las personas que están en
m ora en e) pago de dos o m ás cuotas, que si no se ponen al día en el m enor tiem­
po posible, perderán el derecho a la parcela, sin excepción alguna puesto que el
Instituto entablará dem andas judiciales para el lanzam iento de los parcelarios
morosos.
Causa verdadera sorpresa que en esta región, cuyos habitantes son en general
tan buenos ciudadanos, haya gentes que se encarguen de darle desprestigio a su
terruño. Bien parece que acepten las instigaciones de elem entos disociadores
quienes movidos por el odio satánico a las benéficas doctrinas de la Iglesia Cató­
lica, apoyadas por el Gobierno de las Fuerzas Armadas, sólo desean el crimen, el
caos y la ruina de la República.
En las parcelaciones de Florencia, Ceilán y Liberia en jurisdicción de Viotá, don­
de perm anecí algunos meses al frente de su adm inistración tuve ocasión de ob­
servar a pesar de su fam a de rebeldía, el estricto cum plim iento de esa gente; allá
no existe la desm oralización deplorable de esta parcelación, pues aquí, da pena
decirlo, hay parcelarios que pagan la cuota inicial y no fue más. A propósito voy
a contarles: hace muy poco se presentó un parcelario en mi oficina a pagar una
cuota, cuando tenía pendientes m ás de diez y quería que se la recibiera sin inte­
reses, por supuesto no pude complacerlo, al tiempo que este pobre señor deseaba
solicitar un em préstito de la Caja Agraria para hacer algunas m ejoras a la finca...

4A. Gutiérrez 3. a Jefe Sección de Tierras y Cartera I.C.I. Silvana 31 de agosto de 1954.
220 EPÍLOGO

¿Y qué le paso? sencillamente que no le prestaron dinero porque no estaba a paz


y salvo con el Instituto. Esto les ocurre a los intonsos que creen que se puede
poseer una finca sin título legítimo. A decir verdad esa m orosidad tan prolonga­
da es delictiva, pecaminosa, pues no se com prende que con cuotas tan pequeñas
no hayan podido pagar en tantos años. Abraham Aldana al Secretario Genera!
del t.c.i., Silvania, 3 de marzo de 1956 (a.c a ., "El Chocho", 1954).

Con un poco más de aplomo, otro empleado había sugerido que los ele­
mentos disociadores estaban en la desorganización de las parcelaciones: "los
parcelarios se habían formado el criterio de que se les había engañado, pues­
to que no contaban con promesas de venta, ni escrituras o título de ninguna
clase..." (a.c .a., "El Chocho", 1954)5. En todo caso, parceleros o no, las buro­
cracias medias, quizás representativas en esto de una mentalidad urbana,
clasificaban a los campesinos en la clase más inferior de Colombia.

LOS COLONOS "COMUNISTAS"

Tenemos, al menos, un cuadro indicativo de las vicisitudes de los parceleros.


¿Qué destino tuvieron los colonos del Sumapaz? Estudios recientes, en parti­
cular la obra de Rodo Londoño sobre Juan de la Cruz Varela y Jos agrarios,
dan respuestas detalladas y congruentes con la historia general del país. Pero
recalquemos que el "gran Sumapaz" sociopolílico, "comunista”, y sus in­
mensos entomos de páramo están por fuera de los límites del presente estu­
dio. A mediados de !a década de los treinta los ejefc de la colonización se fue­
ron desplazando al sur y el oriente de Fusagasugá.tl-punto inicial de partida.
Al igual que aconteció en la colonización antioquéña, las reglas sociales de
distribución de la tierra quedaron sujetas a la dinámica de la frontera, es de­
cir, al control político y territorial y al "patriotismo municipal". A mediados
del siglo, la región del Sumapaz estaba fuertemente politizada en una direc­
ción ideológica antagónica a la del campesinado colombiano. Para los circuí
los partidistas y de poder de Bogotá, el color del Sumapaz era rojo comunis­
ta, de suerte que, cuando apenas regresaba de Corea, el Batallón Colombia
fue lanzado a las "guerras” del Sumapaz y en 1954 y en la mitad de una de
ellas buena parte de su territorio se incorporó a la jurisdicción de Bogotá en
aras del control militar (Góueset y Zambrano, 1992, pp. 1053-71).
El cambio es decisivo y marca un hecho fundamental: el Estado colom­
biano no había logrado pacificar la sociedad en el sentido moderno del con­
trol administrativo. Es decir, el derecho como instancia de mediación social
había fallado. Sin pena ni gloria, quedaba atrás la época de la Guardia de
Cundínamarca, de la policía que asegura los derechos de los ciudadanos y

5Julián Arboleda al gerente Fusagasugá, Silvana, 29 de septiembre de 1954 a.c.a.


EPÍLOGO 221

era sustituida por el Ejército Nacional, creado para otra función esencial:
defenderla soberanía internacional del país. A costa de los ámbitos del dere­
cho, la seguridad ciudadana (interna) y la seguridad nacional (externa) se
fundieron en una, dando lugar a una ambigüedad en el ejercicio de la sobe­
ranía del Estado que llega a nuestros días (Giddens, 1987, pp. 169-77).
Pasadas las ''guerras" de La Violencia, los combatientes aparecieron
como los agentes centrales del proceso colonizador, actuaron con alguna au­
tonomía y, de paso, quedaron marcados por el estigma (González, 1962).
Una contrapartida del asunto subyace en un dato aportado por el geógrafo
Ernesto Guhl:

las tienras de colonización espontánea, (...) con todavía escasa población carecen
de vías y son de difícil penetración; tam poco existen cartas topográficas, y mu­
cho menos catastrales, pero sí existe el deseo p o r parte de los ocupantes de no
denunciar la verdadera situación, porque el Estado en la inmensa mayoría del
territorio colom biano es considerado como enemigo, al cual, entre otras cosas,
se deben o cultarlos bienes (Guhl, 1965, pp. 1-2).

La actitud de los colonos de la que da cuenta la observación del geógrafo


se nutre de los traumas posteriores a los relatados en este libro.
Hace pocos años la región "comunista" comprendía más municipios y
corregimientos, incluidas áreas rurales de Bogotá, Cundinamarca, Tolima,
Meta, Huila y Caquelá; partiendo de Fusagasugá hacia el sur, llegaba a los
ríos Guayabero y Pato; por el oriente al río Duda hasta La Uribe, y por el oc­
cidente, cruzando el Magdalena, a Natagaima para tomar la dirección de
Coyaima y Chaparral, zonas que al comienzo de la década de los treinta lla­
maron la atención del país en virtud de sus "soviets indígenas" (Medina,
1986, pp. 233- 66). Las enormes montañas de este Sumapaz —con bordes en
Bogotá, Neiva, Fusagasugá, y caminos a los llanos y al sur del Tolima—, pre­
sentan densidades de población muy bajas. Su historia política deriva de em­
pujes colonizadores, “columnas de marcha", huidas colectivas y exilios inte­
riores que fueron dejando caseríos conectados por trochas baquianas, algo
invisibles para los forasteros.
De este modo, la situación política del Sumapaz fue mucho más agitada
y azarosa que la de Viotá que, junto con las veredas de Fusagasugá (Silva-
nía), Arbeláez y Bbacuy disfrutaron alguna paz. Por el contrario, los agra­
rios del Alto Sumapaz tuvieron que armarse como pudieron y desarrollar
tácticas de guerrilla. Poco se sabe aún del proceso que llevó a esta trasforma-
ción, siempre bajo el liderazgo de Juan de la Cruz Varela quien, después del
asesinato de Gañán, no encontró salida diferente a ingresar al pcc :
222 EPILOGO

A mí el partido no me buscó. Nadie me propuso mi ingreso, pero en vista de que


el com pañero (Erasm o) Valencia hablaba maravillas de la Unión Soviética y que
solamente los soviets y el partido socialista o com unista eran los que iban a libe­
rar a los esclavos del mundo, entonces yo pedí mi afiliación al Partido Comunis­
ta, y conservo aún la nota en que me aceptan y consideran que ha sido un triunfo
para el partido m¡ ingreso com o m ilitante (Várela, 2007, pp. 150-1).

Activos durante la dictadura de Rojas Pinilla, los agrarios no se doblega­


ron pese al acoso del Ejército en Villarrica, Icononzo, Pandi y Pasca. La si­
tuación dio un giro en los primeros meses del Frente Nacional y se creó un
Fondo de Rehabilitación que, en este caso, fue claro antecedente de! Proyec­
to in cora 1, destinado a desactivar la bomba de tiempo que representaba el
grupo armado de Juan de la Cruz Varela, muy popular en la zona; uno de los
pocos que en la historia reciente de Colombia se movió como pez en el agua
campesina. Con el in co ra regresó el esquema de parcelar haciendas y debió
ayudar a la paz negociada de la década del sesenta. El colono estigmatizado
pudo, una vez más, tener algún respiro.
Elemento central de la situación favorable fue la incorporación de Juan
de la Cruz Varela a la Cámara de Representantes (1960) que empleó en reba­
tir el proyecto gubernamental de Reforma Social Agraria y pedir reparto de
tierra sin compensación. Varela, suplente de Alfonso López Michelsen, el
"compañero jefe” del Movimiento Revolucionario Liberal, m r l , cumplió ca­
balmente su papel y así contribuyó a amortiguar la presión armada sobre los
agrarios (Anales del Congreso, 19 de agosto de 1960, pp. 293-295)6. El juego
de López era otro. En uno de esos ejercicios dé malabarismo político que
más tarde lo llevarían a la presidencia, atacaba eiv su semanario La Calle el
proyecto de reforma agraria de Lleras Restrepo'con los argumentos de la
Operación Colombia, propuesta de modernización capitalista acelerada que
proponía el profesor Lauchlin Currie, mientras cedía su curul en la Cámara
de Representantes ai suplente Varela, el "aliado Comunista". Pocos meses
después, en diciembre de 1962, pronunció un agrio discurso anticomunista
en Ibagué y se sacudió de sus aliados de quienes, como su padre, 30 años
atrás, utilizó su infraestructura de agitación y propaganda electoral.
El contexto político continental de la reforma agraria de 1961 fue la
Alianza para el Progreso que, como la Ley de Tierras de 1936, también apela­
ba al "funcionalismo". En el otro polo ideológico y político, la izquierda, con
el telón de fondo de Cuba, China y Vietnam, buscó la “caracterización co­
rrecta" de la estructura agraria y de los movimientos campesinos.
El efecto cubano empezó a sentirse en Colombia en 1958 cuando grupos
cubanos de oposición a la dictadura de Batista trataron de organizar apoyos

6 “Proyecto de Ley número 79 sobre Reforma Agraria" (presentado por los I 1 representantes
del mrl); Londofio (1999, pp. 78-91).
EPÍLOGO 223

en Colombia, asunto seguido de cerca por las Fuerzas Armadas colombia­


nas7. Derrotado por el Ejército Rebelde, el dictador cubano huyó de la Isla
el 31 de diciembre de 1958. A los pocos días y en olor de multitudes, los Re­
beldes entraron a la Habana con Fidel Castro a la cabeza. Comenzaba la Re­
volución cubana. Sus reformas agrarias de 1959 y 1961 marcaron hitos en la
historia latinoamericana. La región entró en un ciclo de planes preventivos y
más bien parsimoniosos de reformas agrarias orientados por la Alianza para
el Progreso, la alternativa que ofrecía el gobierno de Estados Unidos a la
amenaza continental que planteaba la "revolución Castro-comunista de
Cuba". En Colombia las élites políticas e intelectuales y la Iglesia participa­
ron en debates agrarios, fructíferos unos, bizantinos otros y, después de mu­
cho regateo, se expidió en 1961 la Ley 135 de "reforma social agraria".
La consolidación de la Revolución cubana y el experimento más o menos
simultáneo de la reforma agraria del Frente Nacional renovaron el interés en
los estudios agrarios. Por ejemplo, en algunas facultades de Derecho se esta­
bleció la asignatura de Derecho Agrario, más histórica, comprensiva y espe­
cífica que el libro segundo del Código Civil, "De los bienes y de su dominio,
posesión, uso y goce". En la recién creada Facultad de Sociología de la Uni­
versidad Nacional, los campesinos fueron objeto privilegiado de análisis y
trabajo de campo. "Tan importante era la operación agropecuaria de la Uni­
versidad (Nacional) que se creó el cargo de director del sector con el rango
de vicerrector, encargado de la dirección del área y de las relaciones con el
Instituto Colombiano Agropecuario, ica . En 1965, los estudiantes de Cien­
cias Agropecuarias de la Universidad Nacional eran el 14,6%, porcentaje si­
milar al matriculado en las Ingenierías o en las Ciencias de la Salud huma­
na" (Rectoría u n , 2004, p . 223).
A comienzos del Frente Nacional, los Liberales y las izquierdas marxis-
tas repasaron algunos tópicos de las formas del desarrollo de la agricultura
colombiana, los orígenes de los proyectos alternativos de “reforma agraria",
"colonización dirigida" y "colonización espontánea"; las raíces sociales y po­
líticas del fracaso reformista, entre otros. Si bien la alternativa "reforma
agraria" o "colonización" no ganó centralidad, estaba subyacente y debe in­
vestigarse el eco del Censo Cafetero de 1932 y el papel de la ideología de la
f n c y de estudios regionales y del café como los de Luis Eduardo Nieto Arte­
ta, James Parsons y Alvaro López Toro8. En efecto, si el concepto de refor­
ma agraria se reduce a la propiedad campesina de los predios, las sociedades
del café, plasmadas por las colonizaciones antioqueñas y caucanas, eran
prueba evidente de que ya se había hecho espontáneamente en Colombia.

7 Archivo General de la Nación, a g n , Fondo Ministerio del Interior, Despacho del Ministro,
Boletines Informativos de las Fuerzas Armadas, Oficina de Orden Público, n° ] 78, 20 de septiem­
bre de 1958 (sobre Bogotá) y n° 183,26 de septiembre de 1958 (sobre Cali) Caja 4, Carpeta 30.
*Vcr Parsons (1968); Nieto (1958); López (1970).
224 EPÍLO G O

Corolario: la ley agraria de 1961, antes de expropiar unidades consolidadas


legalmente, debía acelerar una distribución planificada de baldíos entre los
campesinos sin tierra (La expropiación en el derecho colombiano, 1965).
Politizada, la reforma agraria de 1961 racionalizó plataformas tecnocrá-
ticas y doctrinas de cambio social, como se colige de la trayectoria de Carlos
Lleras Restrepo quien, vimos, desde los años treinta fue un destacado líder
nacional en este frente. Inevitablemente el abordaje de] problema campesino
produjo tensiones y divisiones tanto en el Partido Liberal (una buena pro­
porción de sus congresistas eran hombres de latifundio o sus representantes
oficiosos) como en la reducida izquierda marxista. Albert Hirschman, obser­
vador perspicaz y cauteloso pero poseído por el optimismo, no dudó en po­
ner la reforma agraria colombiana entre las "jomadas del progreso” latinoa­
mericano; uno de los mejores momentos de Colombia, escribió (Hirschman,
1963, capítulo 2). Lamentablemente, las miradas optimistas pronto queda­
rían veladas por las cifras que demostraban el poco avance de la reforma
agraria y sus enormes costos presupuéstales, ambos prueba de la debilidad
relativa del Estado. Por demás, en la visión de las izquierdas no había mu­
cho interés por las leyes y códigos que regulaban los derechos de propiedad
y trabajo, terreno bien cultivado por los Liberales que los integraban armó­
nicamente a sus doctrinas sociales y agrarias, y a sus discursos electorales.
En ese entonces la investigación académica endógena estaba en pañales,
aunque se destacaban los trabajos de sociología rural, etnografía e historia
agraria de Orlando Fals Borda que postulaban que el campesinado era un
elemento fundamental de la formación de la sociedad y la cultura colombia­
nas. Fals había realizado estudios empíricos en úna vereda mestiza enclava­
da en los Andes (Saucío, Chocontá), con base en Los cuales elaboró una ex­
plicación detallada de la estratificación social y dpi papel de la familia, de la
distribución de la propiedad de la tierra y del impacto del crecimiento de
Bogotá, urbe receptora de migrantes y proveedora de empleo en las obras de
construcción de la represa del Sisga. Pero Fals se quedaba corto al momento
de analizar aspectos que, en la perspectiva del mercado, parecían centrales
para interpretar las transformaciones sociopolíticas del agro colombiano y
en particular las de zonas de colonización activa o reciente.
Cuenta aparte del rigor metodológico y cuantitativo de sus trabajos de
inspiración estructural-funcionalista, emparentados ideológicamente con la
novelística de Eduardo Caballero Calderón y con el tímido reformismo pre­
ventivo de comienzos del Frente Nacional (Fals fue director del Ministerio
de Agricultura a comienzos del gobierno de Alberto Lleras), el sociólogo ba-
rranquillero fue uno de los precursores de la ideología modemizadora de la
Alianza para el Progreso. Atormentado por las secuencias visibles de lo que
aún no se llamaba La Violencia (y él sería coautor de un libro seminal y de la
expresión La Violencia que hizo carrera), no dudó plantear un punto de vista
político: la paz de los saucitas de Chocontá estaba envenenada por un "indi­
w
E P ÍL O G O 225

vidualismo desorientado” en "una sociedad despedazada” por el bipartídis-


mo y por la herencia política del caudillismo que reforzaban el binomio ne­
fasto de pasividad y pobreza (Fals, 1955, p. 296). Estos campesinos
"supersticiosos”, conformistas sociales pero quisquillosos en asuntos de ho­
nor personal y familiar, entendían la política como la plasmación de un ciclo
inevitable: "Que el Cristo se vuelve de espaldas': tan pronto como haya un
cambio de Gobierno, los que entran arreglarán las cuentas con los que salen”
(p. 301). Para el cambio social se requería transformar el “ethos de pasividad
saucita" en un “ethos activo” con una condición adicional: "que los miem­
bros de la élite adopten un ethos de altruismo activo (subrayado en el origi­
nal) y de una actitud que haga comprender con mayor simpatía los proble­
mas del campo” (p. 304).
Si se enteró, la clase alta no quiso hacer el correspondiente examen de
conciencia9. Montó en el Congreso, los. tribunales y la prensa una oposi­
ción implacable y tenaz a la tibia reforma agraria de 1961. Bajo esta sombri­
lla ideológica los terratenientes ganaron tiempo, pudieron camuflarse de
modemizadores y, con los políticos de derecha, cerraron el paso al limitado
reformismo social10*.De otro lado, a comienzos de la década de los setenta y
dentro de los marcos pacificadores del Frente Nacional, el país fue testigo de
nuevos envites campesinos (Zamosc, 1981). Las invasiones de haciendas ga­
naderas y latifundios, principalmente en la región Caribe, suscitaron espe­
ranzas políticas e inclusive parecieron confirmar que las guerrillas revolucio­
narias recoman el inexorable camino de la Historia (Romero, 2002; 2003)11.
En 1973 se daba por descontado el fracaso de la Ley 135 de 1961. Con el
apoyo substancial de Alfonso López Michelsen que venía de regreso de su
Movimiento Revolucionario Liberal, m rl , y ponía la mira en la presidencia de
la República, el bipartidismo liberal-conservador firmó el Acuerdo de Chico-
ral, que dio entierro de tercera a cualquier proyecto de reforma agraria. Aho­
ra, sentenció López, se imponía "la revolución verde”. Pocos captaron enton­
ces la continuidad ideológica que iba de la Ley de Tierras de 1936 a la Ley 04
de 1973, expresión del Acuerdo de Chicoral y, menos, que López Michelsen
había participado en las dos y era el hilo conductor de carne y hueso.

9El lenguaje y el tono de estas actitudes pueden verse en Delgado (1973).


10Ver Stirvey o f ihe AlHance for Progress (1969); Palacios (2008b, pp. 67-71).
" En su estudio del paramilitarismo de Córdoba, uno de los epicentros de aquellas moviliza­
ciones campesinas, Mauricio Romero explica por qué las cosas no ocurrieron de ese modo y el
porqué social de los paramilitares.
226 EPÍLOGO

VlOTÁ: LA INVENCIÓN DE LA TRADICIÓN

Se ha comprobado que las tierras templadas del Tequendama y del Sumapaz


cundinamarqués se fragmentaron y parcelaron, y que los campesinos y nue­
vos estratos medios ganaron la tierra. Este resultado.fue definitivo en la pacifi­
cación de las sociedades locales. No en vano en los inicios del Frente Nacional
cuando Viotá y el Sumapaz encabezaban la lista de "repúblicas independien­
tes” que, conforme a la doctrina de la contrainsurgencia debían ser extirpadas
del suelo patrio, ninguna de las dos cayó en la trampa, ni sus dirigentes aten­
dieron la Conferencia Guerrillera del Bloque Sur (1966) del que saldrían las
fa rc . Según informes de inteligencia militar se mantenía en pie

la famosa República del Tequendama" (...) que com prende las poblaciones de
Viotá, Sumapaz, (sic) Villarrica, Dolores, Gaitania, El Pato, Cumarai, etc. (...) El
"jefe" es Víctor J. M erchán y el cacique en Sum apaz es Juan de la Cruz Varela",
suplente en la Cámara de Alfonso López Michelsen.

Uno de estos informes aseguró que dicha "república" tiene cinco frentes
guerrilleros muy bien organizados: Sumapaz, Viotá, La Hoya en el río Mag­
dalena, el Ouindío y los Llanos Orientales1213.
Así, de nueva cuenta, los colonos que veníañ de las tradiciones rojas del
decenio de 1926-1936 fueron acosados sobre el terreno y estigmatizados en
la opinión pública, conforme a los arquetipos más manidos del anticomunis-
mo. i
Vuelto a la legalidad limitada del Frente Nacional, el pcc festejó sus lo­
gros de Viotá. Algún militante debió toparse con úna canción asturiana de la
Guerra Civil Española, adaptó la letra y le puso la música del famoso Quinto
Regimiento:

Que viva Viotá, la Roja,


vivan las caras bonitas;
viva ¡a que tiene amores
con un joven comunista'-.

Suena insólito hablar de campesinos comunistas. Si algo define a los


campesinos aquí estudiados es su actitud legalista, su mentalidad posesoria
del cc. Si algo define el comunismo es el proyecto revolucionario, general­

12 Archivo General de la Nación, agn ,Fondo Ministerio del Interior, Despacho del Ministro,
"El comunismo en Colombia" Informe General de Orden Público, 14 de abril de 1961, Caja 16,
Carpeta 134.
13Agradezco a Teófilo Vásquez haberme facilitado las transcripciones de sus entrevistas con
los dirigentes comunistas Alvaro Vázquez y Alvaro Delgado, realizadas en julio de 2008.
E P ÍL O G O 227

mente violento, de liberar a la humanidad de la propiedad privada que la


burguesía triunfante llevó a su cumbre histórica. Pero en Colombia, como en
muchos lugares del mundo, comunista ha sido y es una noción bastante laxa;
una etiqueta que se presta al atropello político, del insulto al asesinato. Por
los años de la caída del Muro de Berlín recuerdo que un prohombre Conser­
vador apenas contenía la rabia para maldecir la reforma agraria comunista
de Carlos Lleras Restrepo.
Vimos pasar por estas páginas campesinos rojos imbuidos de fervor sec­
tario: tanto el de la hoz y el martillo en el rico municipio cafetero de Viotá,
curioso por el "bolcheviquismo" y luego movilizados por el psr y el pcc , así
como otros de municipios vecinos que, con las mismas aspiraciones y fervo­
res partidistas, se arroparon con fidelidad bajo la bandera roja del Partido
Liberal o con las rojinegras del gaitanismo y el panismo, como los colonos
del Sumapaz14. Tarde o temprano, en algún momento de su parábola, fue­
ron puestos en esa parte del basurero de la humanidad reservada a los comu­
nistas.
Campesinos comunistas es un fenómeno excepcional en el siglo xx co­
lombiano, a diferencia de muchos países del Tercer Mundo donde también
constituyeron la base social que sirvió a élites nacionalistas o comunistas
para ganar la liberación nacional y conquistar el poder, particularmente en
la ola de la descolonización del mundo después de la Segunda Guerra Mun­
dial. Si hablamos de campesinos comunistas europeos podemos mencionar
los de España o Francia; Grecia o Italia. En un registro europeo los comunis­
tas individualistas vi otunos tendrían su contraparte en los peranais del Vau-
cluse en el sur de Francia, personajes de un libro entrañable que, en estricto
sentido, más que de campesinos trata de los habitantes de un pequeño casco
municipal rural (Wylie, 1957).
Sin embargo, la experiencia de La Violencia trastoca completamente es­
tos registros. El método por el cual el pcc logró ganarse una masa sustancial
del campesinado viotuno y mantener la fidelidad de generaciones sucesivas
aún permanece inédito. Explorando las causas de este éxito en Viotá, el his­
toriador Michael Jiménez aceptó en principio una visión de Viotá la Roja
que revisaría a lo largo de sus investigaciones, pero que aparece en un estado
prístino en esta comunicación personal que ya cité en un trabajo de 1981:

Los com unistas, m ejor que cualquier otro grupo, le dieron un centro organiza-
cional a la resistencia cam pesina contra los grandes terratenientes y en el proce­
so dem ostraron ser bastante persistentes en la construcción de las instituciones
necesarias y en la im plem entación de las tácticas propias de una rebelión agraria
limitada, y esto por tres décadas. Esto fue posible por varias razones. Primero,

14 Una visión de contexto, simpatizante de la movilización, se encuentra en el libro de tono


autobiográfico de José Gutiérrez (1962).
228 EPÍLOGO

entendieron claramente las necesidades y aspiraciones de los pobres del campo


así como el sentido de diversidad de sus intereses. En particular enfocaron el
problema de la tierra y aseguraron exitosam ente la transform ación de Viotá de
un distrito de grandes haciendas en una sociedad de pequeños cultivadores.
Segundo, fueron exitosos en conseguir y utilizar recursos financieros. Por mu­
chos años, estuvieron en capacidad de recolectar tributo de los latifundistas, de
mejorar los magros ingresos de los pobres y de recibir ayuda de grupos externos.
Con estos recursos apoyaron las luchas arm adas de otras regiones, pero sobre todo
implementaron la infraestructura de la rebelión agraria tal como la conocemos en
otras partes del mundo, construyendo escuelas, formando una milicia, etc.
Tercero, los comunistas tuvieron éxito en conseguir del Estado, mediante
presiones, el apoyo para am pliar sus fines, como en el caso de la parcelación de
las haciendas. Finalmente, su éxito descansó en la habilidad que tuvieron para
forjar una clase especial de com unidad en las laderas cafeteras del suroeste de
Cundinamarca, una comunidad que, a la vez tenía conciencia de su separación
del resto de la nación y estaba im buida con un im pulso mesiánico, un fervor re­
volucionario que terminó en lo que un observador denom inó una “nueva cultura
rural" en el campo colombiano (Palacios, 1981, p. 70)15.

José Gutiérrez fue el autor de la expresión "nueva cultura rural". Subra­


yó que en los años posteriores al 9 de abril de 1948, mientras el Partido Libe­
ral se lanzaba a la "aventura sectaria de la resistencia", los Comunistas pro­
clamaban la "política de autodefensa”, menos irracional y destructiva a su
juicio. En esos tiempos anduvo por Viotá y experimentó

una de las más profundas sensaciones de alegría f .esperanza en la vida que me


hayan conmovido: la ausencia total de trabas en lame! ación emotiva con los cam ­
pesinos (quienes acogían sin ningún recelo al visitante cualquiera que fuera su
condición social), estimulaba la fe en la hum anidad. Era el reino de la cam arade­
ría en todo su esplendor (Gutiérrez, 1962, p. 85).

Gutiérrez interpretó la autodefensa Comunista en Viotá como una tácti­


ca diseñada para que los campesinos, bien preparados, pudieran repeler ata­
ques y no tuvieran iniciativa en comenzarlos contra fuerzas del Gobierno o
contra campesinos de diferente filiación partidaria. En contraste con los
años treinta, en esta época los campesinos no iban a la población “práctica­
mente para nada". Estas condiciones especiales de aislamiento reforzaron
un espíritu comunitario, una militancia comunista especial, plena de diálo­
go político en las células del Partido o en las escuelas políticas y militares
establecidas, a las que asistían delegados extranjeros y de todas partes del
país. Apareció un nuevo folclor, diferente al riel resto del país campesino

15Comunicación persona] de Micbae] Jiménez al autor, fechada en abril de 1976.


EPÍLOGO 229

(centrado, nos dice, en la "casita, la familia, la fantasía de comunicación,


con nostalgia y desesperanza"), un folclor de autodefensa, con sus canciones
épicas, pioneros de la batalla por la tierra, rituales y mesianismo "que prácti­
camente constituyen toda una cultura". Las provocaciones de la Policía con­
dujeron a escaramuzas y breves encuentros de armas, limitados en tanto los
hacendados consiguieron frenar una invasión militar en regla (pp. 86-90),
Pese a estas limitaciones de la guerra, mediadas por la diplomacia de los
hacendados que protegieron la zona de una invasión del Ejército, Gutiérrez
percibe un ominoso cambio de signo y encuentra la cara oculta:

Una de esas batallas m encionadas se había librado un día antes de llegar a la re­
gión, en ocasión de que fui com isionado por la dirección del partido para obte­
ner noticias. Y me recuerdo que cuando relataban la forma como habían sor­
prendido a los invasores en un recodo del cam ino, la crueldad se pintaba en las
caras de los que fueron combatientes.
Podría decir sin exagerar, que esta crueldad era el estim ulante principa] que
aglutinaba las energías de los cam pesinos y los apretaba para la lucha. (...) Los
trofeos de la batalla recién librada, eran las ropas militares de los policías m uer­
tos. Quienes reclam aban la gloria de haber sido sus m atadores, lucían sus gorras
y sus fusiles; otros que se suponían habían contribuido eficazmente a su m uerte,
las botas, las cartucheras. Era como si los hubieran descuartizado sim bólica­
mente.
H ablando con algunos de estos héroes me enteré que la batalla no fue tal,
sino simple y llanam ente una em boscada en la que al parecer las pobres víctimas
se portaron como anim ales espantados. Un cam arada, de los “m ás desarrollados
políticam ente”, hom bre adem ás afectuoso, fraternal y al parecer muy bondado­
so, me relataba haberle disparado a un policía y luego haberlo rem atado a pesar
de sus súplicas. Me m ostró orgulloso la fotografía que "su muerto" llevaba en el
bolsillo y en la que aparecía la víctima, su esposa y sus hijos. Era com o si en el
fondo de esta crueldad hubiera una solidaridad parecida a la del cazador que
eterniza a sus presas después de m atarlas, disecándolas.
En los últim os años hemos desarrollado en Colombia (el escrito fue publica­
do en 1962, MP) refinadas m uestras de crueldad, ai lado de las cuales los senti­
mientos de aquel cam arada son cosa de nada (pp. 91-93).

Regresemos por un momento a los "campesinos comunistas” de Europa.


En la Italia de la postguerra, dividida por las ideologías y luchas de poder de
la Guerra Fría, encontramos testimonios en los libros y el cine, particular­
mente esas viñetas de Giovanni Guareschi. Hilvanaron con humor maniqueo
las disputas de un pueblecito de la Regia Emilia, protagonizadas por Don
Camilo, el bueno, el cura demócrata cristiano, y por Pepón, el malo, el alcal­
de comunista. El mismo Giro d ’Italia estaba politizado: Fausto Coppi, de
quien se decía que era comunista, y Gino Bartali, de la Acción Católica, juga­
230 EPÍLOGO

ban de eternos rivales y amigos que, hombro a hombro, trepaban y descendían


cuestas formidables y pasaban como bólidos por pueblos necesitados, repre­
sentados por Camilo y Pepones; los ciclistas distraían y emocionaban a los
italianos depauperados, en medio del hambre y la dureza de la reconstruc­
ción posbélica.
Si no es del todo idiota, es cuando menos ingenuo preguntarse por qué el
hum or tendencioso de Guareschi o la ecuanimidad de la encuesta sociológi­
ca y etnográfica de Wylie parecen inalcanzables en Colombia. No hay res­
puestas fáciles. Pero, a diferencia de los países europeos mencionados, el
pee, de su fundación en 1930 al presente, ha sido una fuerza política delezna­
ble en el campo electoral. Cuando bien le fue, obtuvo un 2% de los votos y
una proporción nada desdeñable vino de las circunscripciones rurales del
Tequendama y el Sumapaz. Esa debilidad política le significó que no pudiera
escapar de la gravitación "Liberales contra Conservadores", como lo pusie­
ron de presente La Violencia (1946-1964) y el Frente Nacional (1958-1974),
ni de la gravitación de unas pocas localidades campesinas bajo su influencia.
Sin poder escapar de la tradición política colombiana, el PCC acentuó el sec­
tarismo de su militancia.
Podemos especular si en ese capítulo de la historia colombiana que lla­
mamos La Violencia y el perdón y olvido del Frente Nacional no se erigió, al
vaivén de los vientos de la Guerra Fría, un muro de apatía o, acaso, de miedo
entre el "campo rojo" y las ciudades. Quizás por esto se hace cuesta arriba
pensar que un pueblo colombiano de campesinos comunistas pueda ser
como cualquier otro. Pues bien, este libro presentó sumariamente el caso de
unos campesinos rojos en una época en que fue posible cuadrar el círculo:
bordar en una misma tela con hilos de los fundamentos de leninismo y del
cc. Semejante milagro, el surgimiento de unos campesinos comunistas de
Código Civil, arrendatarios y colonos, pudo ocurrir antes de La Violencia, en
nuestros años treinta (c. 1925-45); difícilmente después.
Para deshacer el nudo gordiano campesino-comunismo-insurgencia, se
montó el hostigamiento y la persecución dentro de los moldes heredados de
La Violencia. En la fase de la Guerra Fría, exacerbada por la Guerra de Viet­
namí y la Revolución cubana, tales moldes definieron una nueva estrategia de
insurgencia guerrillera y contra insurge nci a estatal, conforme a las lecciones
de la descolonización del mundo, pero también conforme a las reglas tradi­
cionales del sectarismo colombiano. Si en las cuatro décadas posteriores a
1930 hubo un grupo campesino más sectario que el de pueblos decididamen­
te Liberales o Conservadores, ese grupo fue el del pcc . No sólo mística, sino
sectarismo tradicional explican el milagro de las lealtades hacia el "partido
de la clase obrera". El tema merece una investigación de campo y aún hay
tiempo.
El PCC estimuló una resistencia campesina débil y marginal que echaba raíces
en las guerritas despiadadas de "limpios" (Liberales) y "comunes" (Comunistas)
EPÍLOGO 231

de La Violencia del sur del Tolima. Esas zonas, con un componente caracte­
rístico de campesinado indígena y haciendas cafeteras de tipo cundinamar-
qués, penetradas tempranamente por el pcc, no tuvieron la larga experiencia
política de las movilizaciones agrarias del Tequendama y el Sumapaz. En
puntos periféricos del sur tolimense, con sus trochas hacia el Huila, el Ca-
quetá y el Cauca se establecieron grupos de "autodefensa" que, en reacción a
diferentes operaciones de cerco realizadas en J962 y 1964, terminaron con­
formando unas guerrillas Comunistas circunscritas, pero de vocación ofensi­
va (Pízarro, 1989).
Subrayemos que esas guerrillas estaban aisladas del heterogéneo campe­
sinado del país que, una y otra vez, ha confirmado el conservadurismo de sus
valores sociales y políticos. Al mismo tiempo, conforme a las líneas del PCC,
esas guerrillas surgieron ajenas a cualquier brote o mera posibilidad de rebe­
lión campesina. No sobraría recordar que a) las bandas de La Violencia no se
decantaron por la revolución, sino por un bandidaje de naturaleza centrífu­
ga y anárquica; b) en las localidades estos bandidos podían convertirse en
héroes, justicieros y vengadores de una "rebelión rural minoritaria”16, y c)
que, a pesar de la conciencia que hubo del fenómeno en el pcc , in siíu las
guerrillas operaban con los códigos culturales de la tradición bipartidista.
En 1966 esas formaciones se llamaron Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia, farc , y unos 20 años después, en las diminutas y distantes man­
chas Comunistas del mapa de Colombia, empezaron a desplazar al PCC y a
tensar otro lienzo con otros hilos y en otros marcos mentales, culturales y
geopolíticos que, después del 11 de septiembre de 2001, y un poco al margen
de su propia historia, entraron a formar parte de una nueva trama mundial:
la del "terror/contra-terror".
A fines del siglo xix el caudillo Liberal Rafael Uribe Uribe había adminis­
trado una de las grandes haciendas de Viotá y en la Guerra de los Mil Días
los Liberales insurrectos llamaron la población "nodriza de la revolución".
Medio siglo después, la Secretaría de Agitación y Propaganda del pcc se in­
ventó "Viotá la roja". Más recien (emente ésta ha sido postulada al título de
"paraíso en los Andes colombianos". Paraíso que recoge el ascenso limitado
de familias de arrendatarios Comunistas a la propiedad parcelaria, más que
el cumplimiento de la reforma agraria que implica el ascenso de toda una
clase social en el juego por redistribuir el poder, afianzar la democracia libe­
ral y extenderlos confines del reino del mercado.
Llegados a este punto, quizás puedan abrirse nuevas vías para interpre­
tar (aparte del análisis de los aspectos organizacionales y militares y del ac­
ceso a recursos económicos, en particular el narcotráfico y los secuestros
extorsivos) el pragmatismo campesino que atraviesa la historia de las farc
(Palacios, 2008a, pp. 70-73). Quizás haya empezado a mostrarse, sutilmente,

16Ver Hobsbawm {1969, pp. 136-7); Sánchez y Mecrtens 0983).


232 E P ÍL O G O

en las formas organizad onal es de las luchas agrarias de Viotá y quizás pasa­
ron su primera prueba de fuego en los apoyos de Comunistas viotunos a la
'lucha armada del Sumapaz y del sur del Tolima. En septiembre de 2000, Pe­
dro Antonio Marín, o Manuel Marulanda Vélez, o ‘"Iirofijo" confesó al direc­
tor de Voz, el semanario Comunista de Bogotá, que se había conmovido en lo
más profundo al enterarse del fallecimiento en Viotá del dirigente Comunis­
ta Raúl Valbuena. "Con él anduvimos en El Davis cuando yo tenía nueve
años y Raúl Valbuena unos más. Desde entonces ya luchábamos por buscar
una nueva Colombia" (Lozano, 2001, p. 94). El autor de la letra del himno de
Viotá (1994) sugiere otra Colombia;

Viotá, Viotá, Viotá


laboriosa, pujante y cordial,
de las luchas agrarias la cuna,
forjadora de la libertad.
(Acero, 2007, p. 35)

En este coro las luchas agrarias yacen, literalmente, en el pasado; se les


entona un canto de difuntos, mero símbolo del ritual cívico de los viotunos
de hoy. Es, diría Hobsbawm, la "invención de la tradición", algo separado de
la costumbre (Hobsbawm y Ranger, 1984, pp. 2-) 4). La pujanza viotuna sí es
evidente. La confirman el pacto de amistad entre el casco y las veredas, y el
hecho de que la pequeña y mediana caficultura viotunas se comparan favo­
rablemente con las de Palestina y Caicedonia, productores ejemplares del
cordón cafetero de Occidente (Palacios, 2002b, pp, 162-173).

¿ L e c c io n e s ?

La transformación de largo plazo de la propiedad en Fusagasugá, Viotá y el


Tequendama invita a especular si en esas decisivas décadas de los años vein­
te y treinta no faltaron acaso más "luchas agrarias" y menos sectarismo polí­
tico para desbaratar la coalición de poder de la "república Liberal", de suerte
que el de quién es la tierra hubiera tenido una respuesta sincera y perdurable.
Quizás ante un descontento campesino más amplio y un espíritu partidista
menos hegemónico las clases dirigentes hubieran optado por esa reforma
agraria que pedía el joven López Michelsen en 1935 y que rápido olvidó y
sepultó luego en "la revolución verde".
Quizás, si en sus travesías en el seno de la nación colombiana los campe­
sinos hubiesen sufrido menos penurias y los colonos menos acoso, la trave­
sía nacional habría llegado al buen puerto de la primera sentencia del pri­
mer art. de la Constitución Política de 1991: "Colombia es un Estado social
de derecho". E) progreso evidente del siglo XX, económico, social e institu-
EPÍLOGO 233

donal hizo verosímil, realizable, el enunciado constitudonal de 1991. Recor­


dar la Constitución de Weimar no puede ser tomado con recelo, ni tampoco
el mero registro del incremento de la corrupción, la violencia, la desinstitu-
cionalización y la parapolítica de las últimas décadas colombianas. Si las
constituciones no pueden cumplir lo que dicen y se reducen a exaltar buenas
intenciones, empedramos el camino a los infiernos.
Las buenas intenciones políticas y sociales de los reformadores de los
años treinta quedaron en el papel del mismo modo que, en muchos aspectos
sustantivos, en el papel quedaron los propósitos transformadores de los
Constituyentes de 1990. Si en los años treinta se hubiese resuelto la cuestión
de la representación democrática de la que, entre otras, deriva la cuestión de
la res nutíius y la cuestión campesina, entonces los colombianos, como ciu­
dadanos, como familias o como nación, nos hubiéramos evitado el luto; los
túmulos y las fosas; los cadáveres flotando en los ríos; los desplazados, se­
cuestrados, desaparecidos; los rencores de clase, bandería y vecindario; el
péndulo argumental público que encubre corrupción e impunidad, yendo de
la ofuscación a la frivolidad. Quizás el progreso económico, social e institu­
cional hubiera sido menos discontinuo, más igualitario, más solidario, más
inclinado a la libertad. Quizás.
Nunca es tarde para reparar. El Estado colombiano maneja las herra­
mientas técnicas (aerofotografía, cartografía digitalizada, geo-referencia, in­
formática catastral y de registro de la propiedad inmueble), legales y consti­
tucionales suficientes para delimitar las tierras del ager publicus, así como
las tierras del agerprivatus que no se exploten en las condiciones técnicas de
nuestros días. Podría, por tanto, proceder a distribuirlas ordenadamente y
con equidad como demanda el Estado social de derecho. El meollo está en la
voluntad política, desarmada cuando la política yace bajo la losa de la guerra
al narco-terrorismo. Es urgente resolver el de quién es la tierra si se piensa en
los prospectos mineros de Colombia. Al fin y al cabo, los derechos del sub­
suelo son del Estado, ager publicus, y muchos de los distritos de la minería se
localizan en zonas de bajas densidades de población que, al abrirse a la ex­
plotación, atraerán migrantes. En 2010 Colombia sigue siendo si no el pri­
mero, el segundo productor mundial de hoja de coca y el indisputado primer
exportador mundial de cocaína17. Los ámbitos territoriales de producción
son tierras de frontera interior, reinados del res nullius, muchos adyacentes
o próximos a los distritos mineros. Y, así, de nuevo se nos plantea de quién
es la tierra y la oportunidad de recordar que la colonización, en sí, no resuel­
ve la cuestión.

17 Cf. United Nations Office on Drugs and Crime, unodc, World Drug Report 2009, New York,
2010.
J-, -
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H em er o g r a fía ( años d is p e r s o s )

Anales de la Cámara de Representantes


Anales del Congreso
Boletín de Estadística, órgano de la Federación Nacional de Cafeteros
Boletín de Historia y Antigüedades
Boletín de la Oficina General de Trabajo
Claridad
Gaceta de Cundinamarca
Gaceta Judicial, órgano Oficial de la Corte Suprema de Justicia
Diario Oficial
Acción Liberal
El Bolchevique
El Espectador
El Socialista
El Tiempo
La Iglesia, órgano Oficial de la Arquidiócesis de Bogotá
Revisto Nacional de Agricultura
Unirismo

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