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La tradición hispanoamericana como código semiótico en la poética de José

Asunción Silva (1865 - 1896)

Yelena Sheviakina

¡Ay del que llega sediento


a ver el agua correr,
y dice: la sed que siento
no me la calma el beber!
Antonio Machado
Coplas elegíacas

El escritor colombiano José Asunción Silva es una de las figuras clave en la historia
de las letras hispanoamericanas. Su obra abre un gran movimiento de renovación, que tiene
continuación en el "modernismo" latinoamericano y la generación española del 98.
No en vano, Miguel de Unamuno, en su conocido prefacio de 1908 a la obra de Silva,
presenta al autor a los españoles en los siguientes términos:

Y gusto de Silva, - subraya Unamuno, -... porque fue el


primero en llevar a la poesía hispano americana ciertos tonos y aires,
que después se han puesto en moda...1

El filósofo hasta profetiza:

Y Silva será un día orgullo de nuestra casta hispánica. 2

Y efectivamente lo es, porque desde la óptica contemporánea, la obra de Silva, con sus
"ciertos tonos y aires", constituye, aparte de lo enunciado, la primera y brillante manifestación
de aquella literatura neorromántica del siglo XX que nace en el continente latinoamericano
bajo la influencia de la estética "posmodernista", una estética que, promulgando la crítica
fundamental de la Razón, se inspira en la potencia redentora del llamado "deseo"3. Para
nosotros, el nombre de Silva está asociado, lógicamente, a toda una constelación de maestros,
la de Baudelaire, Dhotel, Supervielle o Schehadé.
En su poética, Silva desarrolla el canon baudeleriano, aplicándolo a la creación de la
figura simbólica del Poeta, que es el protagonista de toda su obra, un nuevo Mesías, inmolado
en el altar de la Belleza Absoluta. El alma del Poeta de Silva encierra, a modo del héroe de
Baudelaire, el germen de lo divino, plasmado en el Amor y la Virtud, aquel que encuentra sus
reflejos o "correspondencias" ("correspondences") en las esferas de los recuerdos y el Arte,
en las almas de los propios artistas y sus creaciones. Este cosmos pluridimensionsal es
concebido como algo ajeno a la materia vulgar que, exenta de contenido, o sea, de "luz", vive
en forma de "máscaras" portadoras del Mal.

1
Miguel de Unamuno, José Asunción Silva. José Asunción Silva, vida y creación, Por Carlos Chiano. -
Bogotá, 1985, pág. 80.
2
Ibídem, pág. 87.
3
Илья Ильин. Постструктурализм. Деконструктивизм. Постмодернизм. / Изд. «Интрада». -
Мoscú, 1996 г. - Т 1. - С. 3 - 255.
Con todo ello, la sublime figura del Poeta, está en consonancia con las ideas de
Wagner, simbólicamente tejida de una síntesis de artes, o de las llamadas «imitaciones» de la
literatura, la pintura y la música, estando tanto imágenes como «imitaciones» teñidas de
diferente colorido nacional.
La originalidad de la obra silviana se debe en gran medida al espíritu
hispanoamericano tanto en el ámbito filosófico, como puramente literario.
En el sentido filosófico, se trata de una perspectiva cultural singular. A diferencia del
héroe de Baudelaire, el Poeta de Silva, según la imagen que del mismo tenemos en la novela
«De sobremesa» y en la famosa colección poética «El libro de versos», muestra una gran
esperanza, aunque finalmente frustrada, en la construcción del paraíso terrenal o el idilio
colectivista, purificando la materia hasta el punto de extraer su esencia ideal (rasgo que
demuestra la asimilación romántica del concepto «posmodernista» en la conciencia nacional).
De ahí el particular dramatismo de la obra de Silva, escenario de un encarnizado combate
entre las fuerzas divinas del Bien, dirigidas por el Poeta y los adeptos del nuevo culto,
refugiados en el mundo de los recuerdos y el arte mundial, contra las huestes del Mal que,
consumiendo las tradiciones espirituales, decididamente conducen a la civilización camino del
precipicio. Se trata, pues, de un universo original basado sobre este gusto romántico por los
contrastes, tan característico de la tradición hispanoamericana y tan importante para Silva.
En cuanto a la componente puramente literaria, la influencia de la tradición
hispanoamericana se perfila en la estructura de las metáforas, repartidas entre los recuerdos
del Poeta y la esfera del Arte. Dicha tradición encarna mas íntegramente la presencia de la
Belleza Absoluta sobre la Tierra y, como ninguna otra, deja sentir la nostalgia del mas allá que
experimenta el artista. He aquí el papel semiótico de la misma que, por ejemplo, se pone de
manifiesto en la novela «De sobremesa», donde el personaje central llamado José Fernández,
cuyo martirologio se describe en su diario, leído entre los amigos, «de sobremesa», debe lo
mejor de su carácter y formación a la tradición hispanoamericana. Es un refinado aristócrata e
intelectual que se destaca por la dignidad caballeresca, la nobleza, la alta conciencia de su
honor, el amor sublime por una Dama y, sobre todo, el amor por la verdad suprema. Estos
rasgos fundamentales alejan a este personaje, creado en prosa, de otros tipos de «Mesías»,
surgidos en aquella época gracias a la fuerza imaginativa de Nietzsche, Huysmans, Wilde. En
cuanto a los deslices sensuales, también inherentes a José Fernández, su desconcierto
espiritual, acompañado de una neurosis, no es en su alma, embellecida por la moral, heredada
de los ancestros, sino un tributo lamentable impuesto por las tentaciones de la cultura europea,
manipulada en el fondo por las argucias del Diablo (el escenario de los acontecimientos
descritos en el diario se corresponde con el ambiente finisecular de Francia, especialmente de
París y otros países de Europa).
La propia lucha del héroe contra dichas argucias (el Diablo asoma en las formas mas
rebuscadas de la cultura europea, sin hablar de las manifestaciones abiertas de su poder, tales,
como la violencia, la deshumanización y la potencia del oro), adquiere en la novela un
carácter esencialmente nacional por lo implacable y trágico del choque fundamental,
continuamente inspirado en la fortaleza del espíritu hispanoamericano, un supremo vehículo y
amparo, escondido detrás del universalismo mental. Acariciando el plan de restituir el siglo de
oro José Fernández sueña con entrar en una orden religiosa moderna, integrada por
representantes de la elite intelectual del mundo, herederos espirituales de la antigua orden
Rosa Cruz. Por esta razón y sintiéndose además hasta cierto punto víctima de Satanás
(Mefistófeles, según el contexto de la novela), José Fernández compara su triste destino con el
del Fausto, que, no obstante el pacto siniestro con Mefistófeles, se comporta como su
desgraciado rival, persiguiendo el fin de beneficiar a los mortales. Sin embargo, a diferencia
del Fausto, el protagonista de la novela, católico en fin, que reverencia la creación divina y la
voz de su sangre, resulta a tiempo salvado y abrigado en el «limbo» que se encuentra en el
mundo de su pasado, en América Latina, en el círculo de sus amigos. Se establece así en el
texto un importantísimo paralelo entre el protagonista y Don Quijote de la Mancha, aquel que,
renovando también en su imaginación la antigua orden de los caballeros andantes, pelea
abnegadamente contra la invasión del pecado. Más aún, el dramatismo de este combate,
librado completamente en el mundo interior de José Fernández (y es donde comienza la
diferencia del personaje cervantino), es tan inmenso que sería capaz de sugerir la imagen de
un torero, que se bate en sacro duelo contra la Muerte, duelo que tiene la forma de un juego
arrojado. A propósito, conviene recordar que Silva, expresando varias veces el concepto de la
Muerte a través de símbolos materiales como la calavera o la tumba de Helena, no deja de
representarla también en la imagen aún más impresionante de una Fiera que acomete a la
humanidad, materializando la prédica taciturna del «Evangelio de Nietzsche». De manera que
al inicio de la trama hasta se consuma un derramamiento ritual de la sangre, vertida en un
ataque de nervios por el protagonista que descubre la esencia perversa de una beldad
femenina.
Lógicamente, los personajes de mayor pureza espiritual, los que ayudan con su amor a
José Fernández en su cruzada personal, son de origen latinoamericano, relacionados con el
pasado del mismo, y pertenecientes a dos grupos.
El primer grupo está constituido por los amigos o, mejor dicho los correligionarios de
José Fernández, reunidos en su mansión latinoamericana para asistir a la lectura del diario. La
cercanía de estos amigos íntimos se corresponde con aquel período en la vida de José
Fernández, en que, comprendiendo la catástrofe universal, desiste de toda empresa digna de
sus capacidades (es un estado anímico que preocupa a sus amigos) y se refugia en la cultura
materna. De tal modo, la presencia de los compatriotas, conversando después de la cena, al
estilo de los apóstoles que rodean a Cristo durante la Última Cena, puede considerarse como
una especie de «limbo» o antesala, donde reposa y se purga definitivamente el alma del héroe
antes de ascender a la Gloria eterna.
Otro grupo de personajes aparece, ya en el contexto del diario, simbólicamente unido
al protagonista no solamente por su origen, sino también por el lazo del parentesco. E, por
ejemplo, la figura de la abuela, una de las «santas mujeres» en la cultura universal, aquella,
que a través de una carta realiza la primera profecía sobre la futura iniciación de su nieto. No
menos significativa es la figura de Camilo Monteverde, el primo hermano de José Fernández,
considerado, junto a su pariente, como una especie de Sancho Panza al lado del Don Quijote.
Personaje aparte de suma importancia es el filósofo Serrano, «el noble amigo» «que heredó de
sus abuelos el intenso amor por la vida moral» (N 3, p. 305) y cuya fuerza alentadora se
expresa para el héroe principal, como en el caso de la abuela, sin la mediación de la presencia
física, esta vez por el recuerdo, no más.
No es de extrañar que los representantes de la cultura universal en crisis, así como las
creaciones artísticas e intelectuales, incluyendo las formas más exquisitas y admiradas por
José Fernández (la pintura prerrafaelita, la obra de Leonardo da Vinci, etc.), queden
despojados de todo colorido hispanoamericano. De modo que la imagen de la propia España,
situada también en Europa, aparece como ausente en la novela, como si su tesoro espiritual
existiera tan solo en los recuerdos nostálgicos del héroe. Este mismo carácter, ajeno a la
tradición hispana, es el de la figura de Helena, amada ideal de José Fernández y que
simboliza la tradición europea en sus manifestaciones más bellas, pero demasiado frágiles
para soportar la terrible agresión del Mal (símbolo de esa fragilidad es la prematura muerte de
Helena, cuya alma se separa definitivamente de José Fernández).
En la colección de poemas «El libro de versos», planeada por el mismo autor, donde el
protagonista cuenta su vida de mártir como una síntesis de impresiones recogidas en cuatro
ciclos («Infancia», «Páginas suyas», «Sitios» y «Cenizas»), el papel de la tradición
hispanoamericana como código semiótico adquiere una función parecida, pero distinta. Esto
sucede porque el Poeta, emprendiendo el camino del «Mesias» y a punto de exclamar: « ¡O
voces silenciosas de los muertos! ¡Llamadme hacia arriba!» (N 3, p.127) ya no actúa tanto
como un analista de la vida, que finalmente se retrae en sus recuerdos, sino como un héroe,
despidiéndose de todo el enjambre de ilusiones llenas de verdadera poesía. Este propósito de
su obra se anuncia indirectamente en la poesía «Al oído del lector», que abre «El libro de
versos» como un prefacio, anticipando la confesión consiguiente, hecha «al oído» del lector,
el único amigo y «adepto» de la nueva religión:

El espíritu sólo
al conmoverse canta,
Cuando el amor lo agita poderoso,
Tiembla, medita, se recoge y calla
(N 3, p.51).

Despidiéndose de estas ilusiones, el Poeta siente por ellas como una «ternura vaga»,
«la que inspiran los niños enfermizos, los tiempos idos y las noches pálidas» (N 3, p.51), una
ternura que envuelve no solamente el mundo de los recuerdos, encerrado, sobremanera, en dos
ciclos primeros, sino también el ámbito de la cultura como tal, en los ropajes de la tradición
materna, cuya suave dulzura se ve salpicada de ciertos ecos extraños (Silva imita el estilo de
los vates ingleses titulando uno de los poemas «Midnight dreams», recuerda los cuentos de
Charles Perrault, etc.).
Representando la tradición hispanoamericana, Silva no establece una diferenciación
entre los clásicos latinos y «los nietos del Cid y de Pelayo» (N 3, p.68), y considera a unos y a
otros parte de un mismo todo, lo cual se infiere, particularmente, de sus apasionados lamentos
con motivo de la «contienda fratricida» (N 3, p.70), librada en los tiempos de Bolívar. En
cambio, sí se establece una diferenciación en el seno de la cultura hispanoamericana entre el
pasado glorioso, cuyos símbolos resaltan ora en la majestuosa y triunfante imagen del
monumento a Simón Bolívar, ora en la del «abuelo», lanzándose en una cruzada con su
«escudo, el yelmo y la tizona» (N 3, p.78), y la generación presente, contemporánea, que,
según afirma el Poeta, debe sentirse humillada por sus «vidas triviales» delante de las antiguas
grandezas, porque ha ido perdiendo «el sentimiento de lo grande» (N 3, p.70). Por esta razón
el Poeta gusta tanto de los ecos lejanos que le llegan de aquel «tiempo más feliz» (N 3, p.51),
dejando ver, por ejemplo, a sus testimonios en un estado de olvido y descomposición. Son
«las cosas viejas, tristes, desteñidas» (N 3, p.92), entre las cuales aparecen tales tesoros
legendarios, como «el negro sillón de Córdoba» o «la sortija que adornaste el dedo fino // de
algún hidalgo de espadín y gola» (N 3, p.93). La exacerbada tristeza de la tradición hispana
en decadencia llega a través de los «gemidos» que emiten «las cuerdas frágiles de la
guitarra» (N 3, p.99) y muchos símbolos, relacionados con el catolicismo, tan inseparable de
la cultura hispana, desde la imagen del «Niño-Dios riente // sobre el mullido lecho // del
musgo gris» (N 3, p.54) o San Lázaro, renuente a su propia salvación, hasta el «vaso santo»
del arte, que consuela con su bálsamo las angustias humanas, o las campanadas que rompen el
silencio del crepúsculo, como el llanto de los vivos en el Día de difuntos. Otro símbolo de la
efímera belleza de la realidad, encarnada por excelencia en la tradición hispanoamericana, es
la desventurada imagen del Don Juan de Covadonga, movido a buscar lo sublime entre los
muros del monasterio, es decir, en el seno de la religión, profanada por la villanía del clero.
Los mismos sentimientos nostálgicos se respiran en los misteriosos paisajes, tejidos de
sombras y de suaves colores, formando una especie de trasfondo de una gran parte de
episodios. Conservando el carácter de ensueños y sin poder ser identificados inequívocamente
con determinada dimensión geográfica concreta, están relacionados, no obstante, con la patria
de Silva: es siempre el mismo ambiente, cuya atmósfera húmeda y brumosa arrulla el alma del
Poeta. Son unos paisajes sembrados por doquier de tales trazos reveladores como las
montañas («Infancia»), las rápidas puestas de sol y las canoas («Paisaje tropical»), las bellas
y grandes mariposas («Crisálidas», «Mariposas») o las luciérnagas, capaces de alumbrar una
escena amorosa, es decir, unos «cocuyos» tropicales («Nocturno»).
De esta manera, en la poética de José Asunción Silva la tradición hispanoamericana
como código semiótico desempeña un relevante papel artístico. Inherente, en primer término,
al mundo de los recuerdos y,parcialmente, al mundo de la cultura universal, interviene como
el supremo reflejo de la Belleza Absoluta sobre la Tierra. Dicho de otro modo, se trata del
manantial divino más limpio, que riega las esferas mas altas de la actividad espiritual del
Poeta, sin poder satisfacer totalmente su «deseo» (N 2, p.116), esta sed inmensa de infinito.
Bibliografía

Miguel de Unamuno. José Asunción Silva. // José Asunción Silva, vida y creación. / Por
Carlos Chiano. - Bogota, - 1985. - p. 79 - 89.
Илья Ильин. Постструктурализм. Деконструктивизм. Постмодернизм. / Изд.
«Интрада». - М., 1996 г. - Т 1. - С. 3 - 255.
José Asunción Silva. Obra completa. - Bogota, 1956. - p. 51 - 414

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