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introducción
a la lógica
Título de la obra original
An Introduction to Logic
Editada por Hutchinson & Co, Londres
© David Mitchell
© Editorial Labor, SA. Calabria 235-239 Barcelona 15 1968
Depósito legal B. 34093-68 Printed in Spain
Printer, industria gráfica sa
Molins de Rey Barcelona
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La forma lógica
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que el prim er equipo de proposiciones difiere del segundo. Si se ex
presaran dudas sobre cualquiera de las del prim er equipo, sabría
mos cómo buscarles apoyo; apelaríamos a la observación o a la
experimentación, a la evidencia de los sentidos. En cambio, no pen
saríamos en buscar esa clase de apoyo para las del segundo. Al
contrario, quedaríam os perplejos si se nos dijera que eran pues
tas en cuestión, porque, a diferencia de las prim eras, parecen garan
tizar su propia verdad. Nos vemos tentados a decir que a las propo
siciones del prim er equipo les ocurre ser verdaderas, m ientras que
las del segundo equipo deben ser verdaderas, tienen que serlo; o,
dicho en un lenguaje más técnico, que las proposiciones del prim er
equipo son 'contingentes', en tanto que las del segundo son 'necesa
rias'.
Pero aquí debemos m atizar algo más. Si queremos vernos libres
de la posibilidad de ser mal entendidos, debemos hablar no de pro
posiciones 'necesarias', sino, más exactamente, de proposiciones 'ló
gicamente necesarias'. Por lo que la lógica puede decirnos, es posible
que haya otras especies de necesidad distintas de la necesidad lógi
ca, que es la noción que nos interesa elucidar. Que ciertos organismos
m ueren cuando quedan privados de oxígeno puede parecer algo que
no simplemente 'ocurre que' sea verdadero, sino que, en cierto sen
tido, es necesariamente verdadero. Pero aunque así sea, tal necesidad
no sería lógica, sino biológica, y, desde el punto de vista de la lógica,
la correspondiente proposición es una proposición 'contingente'. Con
tradecirla sería cometer un error en biología, pero no un error ló
gico.
No es difícil enum erar otros aspectos en los que las proposicio
nes de la lógica difieren de las proposiciones 'factuales'. Si conside
ramos proposiciones lógicamente verdaderas relativamente no com
plicadas, advertimos que no necesitamos que se nos informe de su
verdad. Y si alguien dejase (o pareciera dejar) de reconocer la ver
dad de las mismas, no tendríam os la menor confianza en que una
instrucción o información cualquiera pudiese hacerle salir de su 'ig
norancia'. Parece inadecuado decir que aprendamos, o recordemos, u
olvidemos, qué proposiciones lógicas son verdaderas, como apren
demos, recordamos u olvidamos proposiciones contingentes. Es me
jo r decir que aceptamos o reconocemos su verdad, y el no hacerlo
así no se atribuye a ignorancia, sino a falta de comprensión. Las
verdades lógicas son con frecuencia evidentes, y también, por lo que
respecta al discurrir ordinario, triviales. Que la puerta de mi habi
tación es blanca es algo contingentem ente verdadero; que la puerta
de mi habitación es blanca o no es blanca, es lógicamente verdadero,
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aunque no contenga información alguna. No nos dice nada que no
supiéramos ya, y lo que nos dice parece ser algo que, con fines or
dinarios, no merece la pena decir. Pero, aun así, no nos sentimos in
clinados a desechar todas las proposiciones de la lógica como tauto
logías triviales. Encontramos algunas dignas de enunciarse, incluso
en la vida ordinaria. «Si Juan fue la últim a persona que visitó mi
habitación, y el último visitante de mi habitación dejó encendida la
luz eléctrica, Juan debe haber dejado la luz encendida» expresa una
proposición lógicamente verdadera; pero la conclusión expresada
por el consecuente de ese enunciado condicional podría no ser sa
cada por una persona, aun cuando ésta aceptase como verdaderas las
proposiciones expresadas por el antecedente. Al menos, la conclusión
no parece ser m eram ente otro modo de enunciar las premisas, o una
simple repetición de éstas, como «si la puerta de mi habitación es
blanca, la puerta de mi habitación es blanca». No necesitamos preo
cuparnos aquí de si hay o no alguna im portante distinción específica
entre esas dos proposiciones. Basta con que las identifiquemos como
ejemplos de proposiciones lógicamente necesarias, en oposición a
las proposiciones contingentes. Pero cuanto hasta ahora hemos dicho
no proporciona un criterio infalible para la identificación de las
proposiciones de la lógica; y tal vez la indicación, aunque poco sutil,
más digna de confianza, de qué enunciados se utilizan para expresar
proposiciones lógicas, es la presencia en éstos de palabras como ’así
pues', 'por tanto’, 'en consecuencia' 'de ahí se sigue...', 'si ... en
tonces particularm ente cuando se emplean en conjunción con
palabras que significan necesidad, como 'tiene que', 'no puede', 'ne
cesariam ente', o 'imposible'.
En lo pasado los lógicos han solido definir la lógica como el es
tudio de las form as de inferencia válida. Sería m ejor definirla
como el estudio de las formas de proposiciones de implicación ver
daderas. Inferir, en el sentido en que los lógicos formales acostum
bran utilizar esa palabra, es reconocer lo que hay implicado. 1 Infe
rimos de unas prem isas una conclusión válida cuando reconocemos
que las premisas implican (o 'imponen') la conclusión. Una inferen
cia es, pues, un acontecimiento en la historia vital de un ser racional,
y, como tal, puede tener interés para el psicólogo. Pero la lógica no
es psicología, no es un estudio de estados, acontecimientos o activi
dades mentales; no se interesa por mi inferencia (o la de usted) de
unas prem isas a una conclusión, sino —en la medida en que se in-
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\
V.'jA í Y j \
Forma y contenido
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'H itler ha m uerto*' y 'la proposición de que H itler ha m uerto', pue
den utilizarse como modos diferentes de expresar la misma cosa.
Son las formas de las proposiciones y no las formas de los enun
ciados lo que constituye el interés de la lógica. Lo que en las propo
siciones es formal y lo que es m aterial puede distinguirse del modo
más fácil si consideramos unos ejemplos. Consideremos, pues, en
prim er lugar, el par de proposiciones
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te analizada como de la forma 'S es P', por lo cual, como hemos
dicho, debemos entender que es una proposición en la que un predi
cado se afirma de un sujeto, es tam bién de una form a más sencilla.
Comparemos 1 y 2 con el par de proposiciones
3. 'Hay un Dios'
4. 'No hay Dios alguno'.
Forma y validez !
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hacemos de hecho referencia a características formales de sus enun
ciados para explicar aquella inconsecuencia, que no es otra cosa que
la incompatibilidad entre proposiciones de que venimos hablando. 2
En realidad, tan estrecha es la relación entre las form as de pro
posiciones y su validez o verdad lógica que uno se siente tentado a
definir la form a de una proposición lógicamente necesaria, o de una
argum entación sólida, como aquello en virtud de lo cual la proposi
ción es lógicamente necesaria o válida. Pero no es difícil ver por qué
debe uno resistir a tal tentación. Porque si tuviéramos que decir
que las argumentaciones son válidas en virtud de su form a y aña
dir que entendemos por 'form a' aquello en virtud de lo cual las argu
mentaciones son válidas, no habríam os conseguido decir sino que
los argumentos son válidos en virtud de aquello en virtud de lo cual
son válidos. Y lo que antes hemos expresado no es una perogru
llada vacía, sino el hecho de que al menos un tipo muy general de
incompatibilidad entre proposiciones ha de ser explicado parcial
mente haciendo referencia a la estructura, y no al contenido m ate
rial, de esas proposiciones. Pero deberemos adm itir que esa conclu
sión sólo puede ser ilum inadora en el caso de que la distinción entre
forma y m ateria pueda ser establecida sin recurrir encubiertam ente
a la explicación, «en círculo» de la forma, que hemos descartado.
Confiamos en que algo hemos hecho para clarificar esa distinción,
a la que más tarde tendremos ocasión de volver.
Aunque es fácil ver que hay una estrecha conexión entre la vali
dez de las argumentaciones y su form a lógica, no es fácil form ular
esa relación de una m anera precisa. ¿Hasta qué punto tenemos dere
cho a decir (si lo tenemos) que una argumentación determ inada es
válida por, o en virtud de, su forma? Podríamos sentir la tentación
de decir que la argum entación 'si Tom .es australiano, entonces es
falso que no sea australiano' es válida, prim ero, porque es de la
form a 'si p, entonces no no-p\ y segundo, porque hay una ley según
la cual las argumentaciones de esa forma son válidas. En tal caso
podríamos expresar así nuestro razonamiento:
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La argum entación A es de la form a F ^
Las argumentaciones de la forma F son válidas
.-. La argumentación A es válida.
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Pero sería erróneo ceder a esa tentación. Sugiere que para saber
que la concreta argum entación dada es válida necesitamos saber pri
mero que las argumentaciones de la forma dada son válidas. Y eso es
falso. Porque yo no necesito reconocer la ley lógica de que, cualquie
ra que sea la proposición ’p \ si p, entonces no no-p, como una condi
ción previa para ver que si Tom es australiano debe ser falso que no
sea australiano. Un hombre puede reconocer perfectam ente que así
debe ser, sin necesidad de reconocer nada más acerca de la estruc
tura de la argumentación. Si bien podría tener una visión más pro
funda, y, además de reconocer la argum entación como válida, ver
también que su validez es formal (es decir, que solamente las carac
terísticas formales de la argumentación, en tanto que distintas de su
contenido, son pertinentes para su validez). En tercer lugar, podría
ir aún más lejos y reconocer que la argumentación, al ser formalmen
te válida, es generalizable (es decir, que ejemplifica una ley lógica
general). De ese modo avanzamos hacia la ley general: no partim os
de ésta para deducir sus consecuencias en un caso dado. No nece
sitamos conocer las leyes de la lógica, ni siquiera saber que hay tales
leyes, para distinguir las argumentaciones válidas de las que no lo
son. Si afirmamos de modo no calificado que las argumentaciones
particulares son válidas en virtud de su forma, parece que nos vemos
comprometidos a negar esa incuestionable verdad. Así pues, todo
lo que tenemos derecho a decir es que una argumentación dada es
válida al ser de una form a dada, y que explicar la validez de una argu
mentación con referencia a su forma es exponer esa argum entación
como una ejemplificación de una ley lógica formal.
Debe advertirse, además, que al reconocer una argum entación
dada como una ejemplificación de una determ inada forma de argu
mentación, no arrojam os luz alguna sobre el hecho de que las argu
mentaciones de esa form a son válidas. Llamar la atención sobre el
hecho de que 'Si Tom es australiano es falso que no sea australiano'
ejemplifica la ley formal 'Para cualquier p, si p, entonces no no-p',
no explica en modo alguno por qué 'Para cualquier pf si p, entonces
no no-p' es una ley lógica. La ley puede entenderse como enunciando
que proposiciones de una form a dada son necesariamente verdade
ras. Por qué proposiciones de esa form a son necesariamente verda
deras, no se explica con decir 'porque son de esa form a'. Decir eso
no sería más eficaz que decir que los enunciados verdaderos son ver
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daderos porque son verdaderos. Si se nos pide que probemos que
lo que pretendem os que es una ley es ciertam ente una ley, solamen
te dos caminos se abren ante nosotros. Podemos pretender o bien que
la ley es indem ostrable y evidente por sí misma, o bien que se sigue
de otras leyes de la lógica que se aceptan como indem ostrables o evi
dentes por sí mismas. Sólo para explicar la necesidad de argum enta
ciones particulares, concretas, se puede apelar a la noción de forma.
Nada hemos dicho hasta ahora, desde luego, que nos autorice a
concluir que toda la lógica es formal. Está claro que no estaríam os
justificados para argüir que, puesto que pares de proposiciones son
incompatibles cuando son contradictorias en su forma, todos los
ejemplos de incompatibilidad (inconsecuencia) o necesidad lógica
hayan de explicarse con referencia a características formales de las
proposiciones y en un capítulo posterior tendremos ocasión de con
siderar la posibilidad de una lógica no-formal. Lo que nos hace posi
ble generalizar a propósito de la relación de la forma a la necesidad
lógica es el hecho de que, por espacio de más de dos mil años, los
lógicos han podido m ostrar con éxito que la relación vale para un
muy vasto campo de argumentaciones.