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David Mitchel

introducción
a la lógica
Título de la obra original
An Introduction to Logic
Editada por Hutchinson & Co, Londres
© David Mitchell
© Editorial Labor, SA. Calabria 235-239 Barcelona 15 1968
Depósito legal B. 34093-68 Printed in Spain
Printer, industria gráfica sa
Molins de Rey Barcelona
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La forma lógica

La lógica elemental es el estudio de las formas de argumentación


válida, y, más ampliamente, de los diferentes tipos de proposiciones
que son lógicamente verdaderas. Las argumentaciones válidas cons­
tan usualmente de un equipo de proposiciones llamadas 'premisas*
y de otro equipo dé lo que se llaman 'conclusiones'; y una de las
tareas propias del lógico consiste en poner en claro las condiciones
según las cuales las prem isas 'imponen' (o 'implican') conclusiones, o,
para decirlo de otra manera, las conclusiones 'se siguen lógicamente'
de las premisas. El lógico está interesado por la verdad lógica, no por
la verdad (o falsedad) 'm aterial' de las proposiciones. Esa distin­
ción entre verdad lógica y verdad m aterial es hecha en el lenguaje
ordinario por las personas cultas, hayan o no estudiado lógica. Por­
que la tenemos en cuenta, consciente o inconscientemente, cuando
utilizamos correctam ente palabras tales como 'lógica' y 'lógico', que
pertenecen al lenguaje común y no sólo al vocabulario de una cien­
cia especial. Se tra ta de una distinción que puede ilustrarse fácil­
mente, por difícil que pueda ser explicarla de modo satisfactorio.
Es verdadero, como una cuestión de hecho, que Eisenhower
era en 1960 presidente de Estados Unidos de América, que el rey
Carlos I de Inglaterra fue decapitado, que la sal común se disuelve en
el agua. Es verdadero como una cuestión de lógica —o 'lógicamen­
te verdadero'— que si ningún protestante reconoce la suprem acía
del papa, nadie que reconozca la suprem acía del papa es pro­
testante; que si Pérez es m arxista y todos los m arxistas son m ateria­
listas, Pérez es m aterialista; que si Juan dice siempre la verdad, es
falso que diga m entiras. Saltan a la vista algunos de los aspectos en

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que el prim er equipo de proposiciones difiere del segundo. Si se ex­
presaran dudas sobre cualquiera de las del prim er equipo, sabría­
mos cómo buscarles apoyo; apelaríamos a la observación o a la
experimentación, a la evidencia de los sentidos. En cambio, no pen­
saríamos en buscar esa clase de apoyo para las del segundo. Al
contrario, quedaríam os perplejos si se nos dijera que eran pues­
tas en cuestión, porque, a diferencia de las prim eras, parecen garan­
tizar su propia verdad. Nos vemos tentados a decir que a las propo­
siciones del prim er equipo les ocurre ser verdaderas, m ientras que
las del segundo equipo deben ser verdaderas, tienen que serlo; o,
dicho en un lenguaje más técnico, que las proposiciones del prim er
equipo son 'contingentes', en tanto que las del segundo son 'necesa­
rias'.
Pero aquí debemos m atizar algo más. Si queremos vernos libres
de la posibilidad de ser mal entendidos, debemos hablar no de pro­
posiciones 'necesarias', sino, más exactamente, de proposiciones 'ló­
gicamente necesarias'. Por lo que la lógica puede decirnos, es posible
que haya otras especies de necesidad distintas de la necesidad lógi­
ca, que es la noción que nos interesa elucidar. Que ciertos organismos
m ueren cuando quedan privados de oxígeno puede parecer algo que
no simplemente 'ocurre que' sea verdadero, sino que, en cierto sen­
tido, es necesariamente verdadero. Pero aunque así sea, tal necesidad
no sería lógica, sino biológica, y, desde el punto de vista de la lógica,
la correspondiente proposición es una proposición 'contingente'. Con­
tradecirla sería cometer un error en biología, pero no un error ló­
gico.
No es difícil enum erar otros aspectos en los que las proposicio­
nes de la lógica difieren de las proposiciones 'factuales'. Si conside­
ramos proposiciones lógicamente verdaderas relativamente no com­
plicadas, advertimos que no necesitamos que se nos informe de su
verdad. Y si alguien dejase (o pareciera dejar) de reconocer la ver­
dad de las mismas, no tendríam os la menor confianza en que una
instrucción o información cualquiera pudiese hacerle salir de su 'ig­
norancia'. Parece inadecuado decir que aprendamos, o recordemos, u
olvidemos, qué proposiciones lógicas son verdaderas, como apren­
demos, recordamos u olvidamos proposiciones contingentes. Es me­
jo r decir que aceptamos o reconocemos su verdad, y el no hacerlo
así no se atribuye a ignorancia, sino a falta de comprensión. Las
verdades lógicas son con frecuencia evidentes, y también, por lo que
respecta al discurrir ordinario, triviales. Que la puerta de mi habi­
tación es blanca es algo contingentem ente verdadero; que la puerta
de mi habitación es blanca o no es blanca, es lógicamente verdadero,

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\
aunque no contenga información alguna. No nos dice nada que no
supiéramos ya, y lo que nos dice parece ser algo que, con fines or­
dinarios, no merece la pena decir. Pero, aun así, no nos sentimos in­
clinados a desechar todas las proposiciones de la lógica como tauto­
logías triviales. Encontramos algunas dignas de enunciarse, incluso
en la vida ordinaria. «Si Juan fue la últim a persona que visitó mi
habitación, y el último visitante de mi habitación dejó encendida la
luz eléctrica, Juan debe haber dejado la luz encendida» expresa una
proposición lógicamente verdadera; pero la conclusión expresada
por el consecuente de ese enunciado condicional podría no ser sa­
cada por una persona, aun cuando ésta aceptase como verdaderas las
proposiciones expresadas por el antecedente. Al menos, la conclusión
no parece ser m eram ente otro modo de enunciar las premisas, o una
simple repetición de éstas, como «si la puerta de mi habitación es
blanca, la puerta de mi habitación es blanca». No necesitamos preo­
cuparnos aquí de si hay o no alguna im portante distinción específica
entre esas dos proposiciones. Basta con que las identifiquemos como
ejemplos de proposiciones lógicamente necesarias, en oposición a
las proposiciones contingentes. Pero cuanto hasta ahora hemos dicho
no proporciona un criterio infalible para la identificación de las
proposiciones de la lógica; y tal vez la indicación, aunque poco sutil,
más digna de confianza, de qué enunciados se utilizan para expresar
proposiciones lógicas, es la presencia en éstos de palabras como ’así
pues', 'por tanto’, 'en consecuencia' 'de ahí se sigue...', 'si ... en­
tonces particularm ente cuando se emplean en conjunción con
palabras que significan necesidad, como 'tiene que', 'no puede', 'ne­
cesariam ente', o 'imposible'.
En lo pasado los lógicos han solido definir la lógica como el es­
tudio de las form as de inferencia válida. Sería m ejor definirla
como el estudio de las formas de proposiciones de implicación ver­
daderas. Inferir, en el sentido en que los lógicos formales acostum ­
bran utilizar esa palabra, es reconocer lo que hay implicado. 1 Infe­
rimos de unas prem isas una conclusión válida cuando reconocemos
que las premisas implican (o 'imponen') la conclusión. Una inferen­
cia es, pues, un acontecimiento en la historia vital de un ser racional,
y, como tal, puede tener interés para el psicólogo. Pero la lógica no
es psicología, no es un estudio de estados, acontecimientos o activi­
dades mentales; no se interesa por mi inferencia (o la de usted) de
unas prem isas a una conclusión, sino —en la medida en que se in-

1 Sobre este punto, ver también el epígrafe «La lógica y el cálculo», en el


capítulo 3.
teresa en absoluto por argumentaciones particulares— por la validez
de los pasos recorridos, y por la cuestión de si las premisas llevan o
no consigo la conclusión. Afirmar que la implicación es el tema cen­
tral de la lógica es m antener a ésta aparte de la psicología, que es el
estudio sistemático de la actividad de la mente.
Otra ventaja hemos conseguido. Cuando decimos que las pre­
misas implican o llevan consigo una conclusión no nos comprome­
temos a aceptar ni las premisas ni la conclusión como verdaderas;
pero cuando pretendem os inferir cierta conclusión a p artir de
prem isas dadas, nos comprometemos a aceptar como verdaderas tan­
to las premisas como la conclusión. Como ya hemos visto, la verdad
o falsedad de proposiciones particulares no lógicas no interesa a la
lógica pura más de lo que le interesa el estado mental de una persona
que participe en una argumentación. Inferim os una conclusión cuan­
do decimos.: «Todos los hombres son mortales, y Sócrates es un
hombre, luego Sócrates es mortal». Pero la verdad de la conclusión
no es garantizada por la sola lógica. Para que nuestra inferencia
sea una inferencia sólida, y para que nuestra argum entación sea una
prueba, las prem isas han de ser verdaderas; y que sean verdaderas
la lógica no puede establecerlo. Es, en cambio, una verdad de lógica
que si todos los hombres son m ortales y si Sócrates es un hombre,
entonces Sócrates es m ortal. Si restringimos nuestra atención a enun­
ciados como ése, es decir, a enunciados de implicación verdaderos,
excluimos lo que lógicamente carece de interés, a saber: la verdad
o falsedad de enunciados particulares contingentes.
Así pues, el tema central de la lógica es la implicación. Pero al
decir eso no intento lim itar la consideración exclusivamente a aque­
llas proposiciones en las que aparece expresamente la palabra 'impli­
ca' o algún sinónimo. La relación de implicación se expresa de
muchas m aneras diferentes, y quizá con m ayor frecuencia en enun­
ciados de la forma 'si ... entonces (necesariamente) ...'; y el lector
debe entender la palabra 'implicación' como designando la relación
en la que se encuentra una proposición o equipo de proposiciones
con otra proposición o equipo de proposiciones en aquellos casos en
que la prim era (o prim ero) no puede ser verdadera (o verdadero)
sin que la segunda (o segundo) lo sea también, m eram ente sobre
bases lógicas.
Hasta este momento hemos dicho que la lógica no se interesa
por la verdad o falsedad de las proposiciones contingentes que cons­
tituyen las prem isas y conclusiones de argumentaciones particula­
res. Hay una razón especial para decir tal cosa. La lógica no se inte­
resa por la verdad de argumentaciones particulares porque no se

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\

interesa en absoluto (excepto con fines de ilustración de principios


lógicos generales) por las argumentaciones particulares. Porque la
lógica (como se dijo al comienzo de este capítulo) es el estudio de
las formas (como opuestas al contenido material) de proposicio­
nes lógicamente verdaderas. Examinemos, pues, esa distinción entre
forma y contenido m aterial, y veamos cuál es su aplicación en la
lógica.

V.'jA í Y j \
Forma y contenido

Un profesor rellena un form ulario de informes de un alumno con


información acerca de los progresos de éste. Mientras no se rellene,
el form ulario está en blanco y no proporciona información factual;
prescribe no la información que será dada, sino cómo deberá pre­
sentarse ésta. De modo parecido hablamos de formas de gobierno
(que determ inan no qué leyes se promulgan, sino cómo se promul­
gan), de la form a de un soneto (que es la estructura o molde dentro
del cual se expresa el poeta). ’Pauta’, ’estructura’, ’molde’, ’esquem a’,
se sugieren como sinónimos o casi sinónimos de ’forma'. Las oracio­
nes «¿Ha venido él?», «¿Llueve?», «¿Dónde está la Administración de
Correos?», tienen significados diferentes; no obstante, todas se ase­
mejan en ser preguntas. Esa similitud es una sim ilitud de forma, y al
distinguir las preguntas de las órdenes, exhortaciones, reconvencio­
nes y aserciones, distinguimos form as de manifestación o comuni­
cación. Pero si hemos de entender las formas por las que se interesa
el lógico debemos establecer una distinción que no está claram en­
te m arcada en el lenguaje ordinario, a saber: la distinción entre
enunciado y proposición. *
La pregunta «¿Qué dijo Juan en aquella ocasión?» es equívoca.
Puede tra ta r de averiguar o bien las palabras exactas pronunciadas
por Juan en la ocasión en cuestión, o bien la sustancia o sentido de lo
dicho por Juan; en térm inos de la distinción que ahora nos ocupa, la

* «Enunciado» y «proposición» traducen aquí, respectivamente, las pala


bras inglesas sentence y proposition. Debe hacerse la advertencia, porque la
lógica tradicional, al hacer esta misma distinción, llamaba precisamente «pro­
posición» a lo que los lógicos modernos de lengua inglesa llaman sentence, y
«juicio» a lo que ellos llaman proposition. Entre otras razones, no uso aquí
esta terminología tradicional, más conocida en España, y que yo mismo he em­
pleado otras veces, por creer que daría lugar a confusiones en el texto, espe­
cialmente en los capítulos 2 y 3 de este libro, donde se trata de otra distinción,
entre lógica proposicional o de proposiciones y lógica de términos. (Nota del
traductor.)
pregunta puede referirse o bien al enunciado pronunciado por Juan,
o bien a la proposición establecida por éste. Los enunciados son
gramaticales o no gramaticales, y constan de palabras habladas o es­
critas. Las proposiciones se caracterizan por ser verdaderas o fal­
sas, y no constan de palabras, aunque se expresan en palabras. La
misma proposición puede recibir expresión en enunciados diferentes
(por ejemplo, «el rey ha muerto», «the King is dead», «Le Roi est
mort»), m ientras que un mismo enunciado puede utilizarse para
expresar proposiciones diferentes (como cuando uno de ustedes o yo
decimos por separado «Yo he estado en Londres»). La proposición
es aquello de que se hace (o se podría hacer) aserción, m ientras que
los enunciados son los equipos de palabras con los que enunciamos las
proposiciones. No todos los enunciados expresan proposiciones, sino
solamente aquellos de los que sería sensato decir que su intención
o sentido es verdadero o falso. Así, por ejemplo, si hubiera que dis­
tinguir entre las palabras que uno utiliza para dar una orden y aque­
llo que es ordenado (y no necesitamos decidir si tal distinción sería
útil o, al menos, posible), la distinción no sería la establecida entre
enunciado y proposición. La palabra 'proposición' se restringe a lo
que puede ser objeto de una aserción verdadera o falsa.
La distinción entre enunciados y proposiciones suscita proble­
mas a los cuales dedicaremos nuestra atención en un capítulo pos­
terior. Pero no es una distinción artificial ni una que, sin caer en el
absurdo, pueda ser ignorada o negada. Si aquello en que consiste una
aserción no pudiera distinguirse de las palabras con que la aserción
se expresa, sería imposible que hombres que hablaran lenguajes dife­
rentes tuvieran conciencia de (y considerasen) las mismas verdades.
El francés que dice «Hitler est mort» no haría aserción de la misma
verdad, sino de una verdad diferente, que quien afirma en castellano
«Hitler ha muerto». Pero aunque la distinción es propia del sentido
común, el lenguaje común no está equipado para expresarla inequívo­
camente, y, para indicarla y evitar confusiones, adoptaré un artificio.
Cuando pueda pensarse que haya un malentendido, utilizaré enun­
ciados puestos entre comillas dobles para registrar los enunciados
mismos, y enunciados puestos entre comillas sencillas para hacer
referencia a las proposiciones expresables con los enunciados cita­
dos. A veces seguiremos un procedimiento más embarazoso pero
menos artificial; las palabras citadas llevarán antepuestas las pa­
labras 'el enunciado' o 'la proposición'. Pero, cuando el estilo lo per­
mita, evitaré valerme de enunciados citados para hacer referencia
a proposiciones, y adoptaré una fórmula como 'la proposición de que
H itler ha m uerto'. Así pues, ' 'H itler ha m u e rto '', 'la proposición

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'H itler ha m uerto*' y 'la proposición de que H itler ha m uerto', pue­
den utilizarse como modos diferentes de expresar la misma cosa.
Son las formas de las proposiciones y no las formas de los enun­
ciados lo que constituye el interés de la lógica. Lo que en las propo­
siciones es formal y lo que es m aterial puede distinguirse del modo
más fácil si consideramos unos ejemplos. Consideremos, pues, en
prim er lugar, el par de proposiciones

1. 'Tom es australiano' ' .•"


2. Tom no es australiano'.

La proposición 2 es contradictoria de 1. Si 1 es verdadera, enton­


ces, por lógica, 2 debe ser falsa, y viceversa. No pueden ser ambas
verdaderas al mismo tiempo: son incompatibles entre sí. Pero ¿qué
es lo que las hace incompatibles? Lo que explica la incompatibilidad
no es el hecho de que sea a Tom a quien se hace referencia, ni tam ­
poco el que éste sea, o no sea, australiano. Resultaría exactamente la
misma clase de incom patibilidad si el sujeto de la proposición no
fuera Tom, sino Dick o Harry, o si lo que se afirmase o negase de él
fuera el ser austríaco o armenio. En otras palabras, la incompatibili­
dad no puede explicarse con referencia al contenido m aterial de la
proposición.
Si reemplazamos 'Tom' por S y 'australiano' por P, y establece­
mos que S y P representen a cualquier sujeto y cualquier predicado,
nos quedamos con dos formas o estructuras proposicionales, 'S es Pf
y 'S no es P\ En seguida podemos reconocer que cualquier par de
proposiciones de esas formas serán incompatibles, siempre que las
letras S y P (que podemos llam ar 'variables de térm inos') represen­
ten ambas veces al mismo sujeto y al mismo predicado. Podemos
decir ahora que cualquier proposición de la form a ’S es P' es incom­
patible con la correspondiente proposición de la form a 'S no es P\ o,
en palabras que no requieren simbolismo especial alguno, que cual­
quier proposición en la que un predicado es afirm ado de un sujeto
es incompatible con la correspondiente proposición en la que el mis­
mo predicado se niegue del mismo sujeto. Expresemos nuestras con­
clusiones del prim er modo o del segundo, hacemos aserción de la
misma verdad, que la incompatibilidad de dos proposiciones ha de
explicarse con referencia no a su contenido, sino a sus formas. Lo
que son las dos formas de proposiciones puede expresarse o en una
terminología que no requiere signos especiales, o, más cómodamente,
en una notación especial.
Pero aunque la proposición 'Tom es australiano' es correctam en­

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te analizada como de la forma 'S es P', por lo cual, como hemos
dicho, debemos entender que es una proposición en la que un predi­
cado se afirma de un sujeto, es tam bién de una form a más sencilla.
Comparemos 1 y 2 con el par de proposiciones

3. 'Hay un Dios'
4. 'No hay Dios alguno'.

Estas dos proposiciones, lo mismo que 1 y 2, son contradicto­


rias e incompatibles entre sí. No obstante, no ejemplifican las formas
'S es P' y 'S no es P \ Aquí no se trata de que un predicado se afirme
o se niegue de un sujeto. Lo que estas dos últimas proposiciones tie­
nen en común con 1 y 2 es el hecho de que constituyen un par de
proposiciones un miembro del cual es contradictorio o negación
del otro. Esta últim a consideración ha llevado a los lógicos a adoptar
una notación formal más breve y sencilla, de acuerdo con la cual las
letras 'p', 'qf, V, etc., se utilizan para representar una proposición
cualquiera, m ientras que 'rco-p', 'rio-q', 'rco-r', etc., representan sus
correspondientes negaciones. Así, tanto 'Tom es australiano' como
'hay un Dios' ejemplifican la forma 'p', y sus contradictorios ejem pli­
fican la forma '«o-p'. Esa notación más sencilla nos perm ite expresar
una verdad lógica de mayor generalidad de la que podría expresarse
por el lenguaje natural o por medio de la notación especial que utili­
zamos al principio para representar las formas y exponer la relación
lógica de 'Tom es australiano' y 'Tom no es australiano'. Así pues,
'Tom es australiano' ejemplifica la form a 'p' y al mismo tiempo la
subform a fS es P \ puesto que es una proposición en la que algo se
afirm a de (o se predica de) un sujeto. Pero si lo que nos interesa es
m eramente exponer la relación lógica en que se encuentra con 'Tom
no es australiano', nos basta con reconocerla como de la forma 'p'. ;

Forma y validez !

Hemos alcanzado ahora un punto en el que podemos considerar


la relación entre las formas de proposiciones lógicamente verdaderas
(o falsas) y su verdad (o falsedad) lógicas. Ver que solamente la for­
ma, y no el contenido m aterial, de proposiciones contradictorias
tiene que ver con su incompatibilidad m utua, es reconocer el sentido
que tiene decir que son incompatibles por su forma. Cuando deci­
mos, sin pensar en los tecnicismos del análisis lógico, que lo que
alguien ha dicho es inconsecuente porque se contradice a sí mismo,

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hacemos de hecho referencia a características formales de sus enun­
ciados para explicar aquella inconsecuencia, que no es otra cosa que
la incompatibilidad entre proposiciones de que venimos hablando. 2
En realidad, tan estrecha es la relación entre las form as de pro­
posiciones y su validez o verdad lógica que uno se siente tentado a
definir la form a de una proposición lógicamente necesaria, o de una
argum entación sólida, como aquello en virtud de lo cual la proposi­
ción es lógicamente necesaria o válida. Pero no es difícil ver por qué
debe uno resistir a tal tentación. Porque si tuviéramos que decir
que las argumentaciones son válidas en virtud de su form a y aña­
dir que entendemos por 'form a' aquello en virtud de lo cual las argu­
mentaciones son válidas, no habríam os conseguido decir sino que
los argumentos son válidos en virtud de aquello en virtud de lo cual
son válidos. Y lo que antes hemos expresado no es una perogru­
llada vacía, sino el hecho de que al menos un tipo muy general de
incompatibilidad entre proposiciones ha de ser explicado parcial­
mente haciendo referencia a la estructura, y no al contenido m ate­
rial, de esas proposiciones. Pero deberemos adm itir que esa conclu­
sión sólo puede ser ilum inadora en el caso de que la distinción entre
forma y m ateria pueda ser establecida sin recurrir encubiertam ente
a la explicación, «en círculo» de la forma, que hemos descartado.
Confiamos en que algo hemos hecho para clarificar esa distinción,
a la que más tarde tendremos ocasión de volver.
Aunque es fácil ver que hay una estrecha conexión entre la vali­
dez de las argumentaciones y su form a lógica, no es fácil form ular
esa relación de una m anera precisa. ¿Hasta qué punto tenemos dere­
cho a decir (si lo tenemos) que una argumentación determ inada es
válida por, o en virtud de, su forma? Podríamos sentir la tentación
de decir que la argum entación 'si Tom .es australiano, entonces es
falso que no sea australiano' es válida, prim ero, porque es de la
form a 'si p, entonces no no-p\ y segundo, porque hay una ley según
la cual las argumentaciones de esa forma son válidas. En tal caso
podríamos expresar así nuestro razonamiento:

2 Decir que la lógica es el estudio de la implicación sugiere que la únic


relación lógica entre proposiciones es la relación de implicación. Podemos ad­
vertir, pues, que decir que una proposición de la forma p es incompatible con
la correspondiente proposición de la forma no-p, es decir algo que puede expre­
sarse igualmente como un enunciado de implicación, a saber: «que una propo­
sición de la forma p es verdadera implica que la correspondiente proposición
de la forma no-p es falsa».

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La argum entación A es de la form a F ^
Las argumentaciones de la forma F son válidas
.-. La argumentación A es válida.
:r ;i

Pero sería erróneo ceder a esa tentación. Sugiere que para saber
que la concreta argum entación dada es válida necesitamos saber pri­
mero que las argumentaciones de la forma dada son válidas. Y eso es
falso. Porque yo no necesito reconocer la ley lógica de que, cualquie­
ra que sea la proposición ’p \ si p, entonces no no-p, como una condi­
ción previa para ver que si Tom es australiano debe ser falso que no
sea australiano. Un hombre puede reconocer perfectam ente que así
debe ser, sin necesidad de reconocer nada más acerca de la estruc­
tura de la argumentación. Si bien podría tener una visión más pro­
funda, y, además de reconocer la argum entación como válida, ver
también que su validez es formal (es decir, que solamente las carac­
terísticas formales de la argumentación, en tanto que distintas de su
contenido, son pertinentes para su validez). En tercer lugar, podría
ir aún más lejos y reconocer que la argumentación, al ser formalmen­
te válida, es generalizable (es decir, que ejemplifica una ley lógica
general). De ese modo avanzamos hacia la ley general: no partim os
de ésta para deducir sus consecuencias en un caso dado. No nece­
sitamos conocer las leyes de la lógica, ni siquiera saber que hay tales
leyes, para distinguir las argumentaciones válidas de las que no lo
son. Si afirmamos de modo no calificado que las argumentaciones
particulares son válidas en virtud de su forma, parece que nos vemos
comprometidos a negar esa incuestionable verdad. Así pues, todo
lo que tenemos derecho a decir es que una argumentación dada es
válida al ser de una form a dada, y que explicar la validez de una argu­
mentación con referencia a su forma es exponer esa argum entación
como una ejemplificación de una ley lógica formal.
Debe advertirse, además, que al reconocer una argum entación
dada como una ejemplificación de una determ inada forma de argu­
mentación, no arrojam os luz alguna sobre el hecho de que las argu­
mentaciones de esa form a son válidas. Llamar la atención sobre el
hecho de que 'Si Tom es australiano es falso que no sea australiano'
ejemplifica la ley formal 'Para cualquier p, si p, entonces no no-p',
no explica en modo alguno por qué 'Para cualquier pf si p, entonces
no no-p' es una ley lógica. La ley puede entenderse como enunciando
que proposiciones de una form a dada son necesariamente verdade­
ras. Por qué proposiciones de esa form a son necesariamente verda­
deras, no se explica con decir 'porque son de esa form a'. Decir eso
no sería más eficaz que decir que los enunciados verdaderos son ver­

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daderos porque son verdaderos. Si se nos pide que probemos que
lo que pretendem os que es una ley es ciertam ente una ley, solamen­
te dos caminos se abren ante nosotros. Podemos pretender o bien que
la ley es indem ostrable y evidente por sí misma, o bien que se sigue
de otras leyes de la lógica que se aceptan como indem ostrables o evi­
dentes por sí mismas. Sólo para explicar la necesidad de argum enta­
ciones particulares, concretas, se puede apelar a la noción de forma.
Nada hemos dicho hasta ahora, desde luego, que nos autorice a
concluir que toda la lógica es formal. Está claro que no estaríam os
justificados para argüir que, puesto que pares de proposiciones son
incompatibles cuando son contradictorias en su forma, todos los
ejemplos de incompatibilidad (inconsecuencia) o necesidad lógica
hayan de explicarse con referencia a características formales de las
proposiciones y en un capítulo posterior tendremos ocasión de con­
siderar la posibilidad de una lógica no-formal. Lo que nos hace posi­
ble generalizar a propósito de la relación de la forma a la necesidad
lógica es el hecho de que, por espacio de más de dos mil años, los
lógicos han podido m ostrar con éxito que la relación vale para un
muy vasto campo de argumentaciones.

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